COMENTARIOS AL SALMO 124


1. Audiencia general del miércoles 3 de agosto de 2005

1. Continúa en este nuestro encuentro el itinerario que estamos siguiendo dentro de la liturgia de Vísperas.

Es ahora el turno del Salmo 124, que forma parte de esa colección intensa y sugestiva llamada «Cantos de las subidas», devocionario ideal para la peregrinación a Sión con vistas al encuentro con el Señor en el Templo (cf. Sal 119-133).

Lo que ahora brevemente meditaremos es un texto sapiencial, que despierta confianza en el Señor y contiene una concisa oración (cf. Sal 124, 4). La primera frase proclama la estabilidad de quienes «confían en el Señor», comparándola con la estabilidad «roqueña» y segura del «monte Sión», la cual, evidentemente, se debe a la presencia de Dios, que es «fortaleza, roca, alcázar, libertador, peña, refugio, escudo, fuerza salvadora, baluarte» (cf. Sal 17, 3). Incluso cuando el creyente se siente aislado y rodeado de peligros y hostilidades, su fe ha de ser serena.

También el profeta Isaías atestigua haber escuchado de labios de Dios estas palabras destinadas a los fieles: «He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará» (28, 16).

2. Empero —continúa el Salmista—, la confianza del fiel tiene además otro puntal: diríase que el Señor está acampado en defensa de su pueblo, precisamente igual que las montañas rodean a Jerusalén convirtiéndola en ciudad fortificada por baluartes naturales (cf. Sal 124, 2). En una profecía de Zacarías, Dios dice de Jerusalén: «Y yo seré para ella […] muralla de fuego en torno, y dentro de ella seré gloria» (2, 9).

En esta atmósfera de confianza radical, el Salmista alienta a «los justos». La situación de éstos puede ser, en sí misma, preocupante debido a la prepotencia de los malvados, que pretenden imponer su dominio. También cabría la tentación, para los justos, de hacerse cómplices del mal para evitar graves inconvenientes, pero el Señor los protege de la opresión: «No pesará el cetro de los malvados / sobre el lote de los justos» (Sal 124, 3); al mismo tiempo, los guarda de la tentación de extender «su mano a la maldad» (ibíd.).

El Salmo infunde, pues, en el ánimo profunda esperanza. Ayuda poderosamente a afrontar las situaciones difíciles, cuando a la crisis externa del aislamiento, de la ironía, del desprecio para con los creyentes se asocia la crisis interna hecha de desaliento, mediocridad, cansancio.

3. La parte final del Salmo contiene una invocación dirigida al Señor a favor de los «buenos» y los «sinceros de corazón» (cf. v. 4) y un anuncio de desventura contra «los que se desvían por sendas tortuosas» (v. 5). Por un lado, el Salmista pide que el Señor se manifieste padre amoroso con los justos y los fieles que mantienen alto el pabellón de la rectitud de vida y de la buena conciencia. Por otro lado, se espera que él se revele justo juez para con quienes han caminado por la senda tortuosa del mal, cuyo destino final es la muerte.

Pone broche de oro al Salmo el tradicional saludo shalom —«paz a Israel»—, saludo acompasado por asonancia con Yerushalayim, Jerusalén (cf. v. 2), la ciudad símbolo de paz y santidad. Un saludo que se convierte en auspicio de esperanza y que podemos explicitar mediante las palabras de San Pablo: «Para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios» (Ga 6, 16).

4. En su comentario a este salmo, San Agustín contrapone «los que se desvían por sendas tortuosas» a «los sinceros de corazón, que no se alejan de Dios». Si los primeros se verán asociados «a la suerte de los malvados», ¿cuál será en cambio la suerte de los «sinceros de corazón»? Con la esperanza de ser él mismo, junto con sus oyentes, partícipe de la suerte feliz de éstos, el Obispo de Hipona se pregunta: «¿Qué poseeremos? ¿Cuál será nuestra herencia? ¿Cuál nuestra patria? ¿Cómo se llamará?». Y el mismo responde, indicando su nombre: «Paz. Con el auspicio de paz os saludamos; la paz os anunciamos; paz reciben las montañas, al tiempo que en los collados se extiende la justicia (cf. Sal 71, 3). Ahora nuestra paz es Cristo: "Él es nuestra paz" (Ef 2, 14)» (Esposizioni sui Salmi, IV, «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma, 1977, pág. 105).

Termina San Agustín con una exhortación que es, contemporáneamente, también un auspicio: «Seamos el Israel de Dios y permanezcamos abrazados a la paz, porque Jerusalén significa visión de paz y nosotros somos Israel: ese Israel sobre el que ahora se posa la paz» (ibíd., pág. 107).

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA).


2.

PERSEVERANCIA Salmo 124

«Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre».

La vista de una montaña siempre me alegra el alma. Adivino que será porque la montaña representa solidez, aguante, perseverancia, y yo necesito esa cualidad en mi vida. Una montaña sobre el horizonte es lo que yo querría ser en mis ideas y en mi conducta: firme y constante. Por eso me gusta sentarme sobre rocas y contemplar la cumbre de piedra que se alza frente a mí: esa postura y esa larga mirada es una oración para que la firmeza de la montaña se comunique a mi vida.

«El monte Sión no tiembla». Yo no puedo decir lo mismo. Cualquier viento de adversidad me sacude y me derriba. Como también cualquier brisa de adulación ligera me levanta en el aire, para estrellarme luego con mayor violencia contra el suelo. Dudo, vacilo, temo. Pierdo el valor y no tengo constancia. Empiezo mil empresas y las dejo todas a medias. Prometo esfuerzo diario, y lo interrumpo al día siguiente. No puedo confiar en mí. Y ahora tú, Señor, me señalas el único camino que lleva a la constancia: confiar en ti. «Los que confían en el Señor son como el monte Sión». La confianza en ti es mi apoyo y mi fortaleza.

Enséñame a confiar en ti, Señor, para que mi vida se asiente y se ordene. Enséñame a fiarme de ti, ya que no puedo fiarme de mí mismo. Enséñame a escalar el monte Sión con el deseo y con la fe, para encontrar en su cumbre lo que no encuentro en mi valle. Enséñame a buscar apoyo en la roca eterna de tu palabra, tu promesa, tu amor, para que halle en ti lo que echo de menos en mí. Haz que llegue yo a sentir en mi vida la realidad de esas bellas palabras de tu salmo:

«Jerusalén está rodeada de montañas: así rodea el Señor a su pueblo ahora y para siempre».

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 235