Introducción al Antiguo Testamento I

EL PENTATEUCO

José L. Sicre S. J.

 

III
Capítulos selectos del Pentateuco


Decíamos antes que lo importante no es discutir cómo se formó el 
lago, sino disfrutar de el. Vamos a pasearnos por el Pentateuco, a 
penetrar en sus aguas. Podríamos hacerlo con una mentalidad 
histórica moderna, poniendo en crisis los datos que aporta. No 
aprovecharíamos nada. Es el mensaje de fe, transmitido a partir de 
unos personajes modélicos, lo que puede sernos útil. Para ello nos 
fijaremos en tres bloques muy distintos de capítulos. El primero se 
centra en las tradiciones de Abrahán, pero desde una perspectiva 
muy concreta: la promesa de la descendencia, que se cumple de 
forma dramática. El segundo recoge la expresión más antigua de la 
teología de la liberación. El tercero nos pone en contacto con las 
tradiciones sobre la marcha hacia la tierra prometida, con todos los 
problemas a los que se vio enfrentado el pueblo. El método será muy 
activo, presuponiendo siempre la lectura de los textos bíblicos antes 
de utilizar el comentario que ofrezco.

1. El drama de Abrahán
Trabajo previo (no le importe dedicarle el tiempo necesario):
— Lea Gén 12-24 y 25,1-10, subrayando en su Biblia todas las 
frases referentes al tema de la descendencia.
— Cuando haya terminado, relea las frases subrayadas e intente 
hacerse una idea de conjunto del tema.
—Redacte en pocas líneas sus impresiones.
A un lector atento de la Biblia, la figura de Abrahán le resulta 
conocida cuando llega al c. 12. Sabe que es hijo de Teraj y hermano 
de Najor y de Harán (11,26). Sabe también que está casado con 
Saray (11,29), y que ésta es estéril (11,30). Y que Teraj, Abrahán, 
Saray y Lot salieron de Ur de los caldeos para dirigirse a Canaán, 
pero sin terminar su viaje. Llegados a Haran, se establecieron allí 
(11,31).
Lo que no puede imaginar quien lee la Biblia por vez primera es que 
de estos comienzos tan sencillos surja una de las mayores figuras del 
Antiguo Testamento. Y esto no va a ser fruto del esfuerzo humano, 
sino de la gracia de Dios. Pero una gracia que exigirá gran dosis de 
obediencia y de fe.

a) La vocación (Gén 12,1-4)
Para el autor yavista, los orígenes del futuro pueblo de Israel se 
encuentran en un breve discurso de Dios, que contiene una orden 
(12,1) y varias promesas (12,2-3). La orden, muy simple, sirve para 
poner de relieve el tema de la tierra: abandonar la propia, para 
caminar hacia la que Dios mostrará. Salir de lo que uno tiene y quiere, 
abandonar el presente, para ponerse en marcha hacia lo 
desconocido, el futuro. Un lector moderno podría pensar que esto no 
supone demasiado sacrificio para un seminómada como Abrahán. Sin 
embargo, no es lo mismo cambiar de sitio por propio deseo que 
cambiar de Patria por deseo ajeno. Ahí radica la fuerza y la exigencia 
del imperativo inicial “vete”.
Pero Dios no sólo exige. También promete. Ante todo, al hombre 
casado con una mujer estéril, le anuncia que “de ti haré un gran 
pueblo”. Y luego le habla de una bendición personal subrayando este 
tema (“bendecir” y “bendición” aparecen cuatro veces en dos versos). 
Aquí queda implicado todo lo demás: prestigio, riqueza, protección 
divina, defensa de los enemigos. La fama de Abrahán será tan 
grande, que cuando los otros pueblos quieran bendecir a alguien 
usarán la fórmula: “Que Dios te bendiga como bendijo a Abrahán”
El relato termina constatando escuetamente que Abrahán cumplió la 
orden divina. El autor de la carta a los Hebreos expresa mejor que 
nadie esta actitud del protagonista: “Por la fe, Abrahán, al ser llamado, 
obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió 
sin saber a dónde iba” (Heb 11,8). Y añade unas palabras de enorme 
valor, que muchas veces no se tienen en cuenta: “Por la fe, peregrinó 
por la Tierra Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas”. 
Le basta esta frase para enunciar un tema capital en las tradiciones 
patriarcales: la forma misteriosa en que se cumplen las promesas.

b) El drama del cumplimiento
La visión que ofrece Gén 12,1-4 es optimista. Y sabemos que las 
promesas se cumplieron. Pero es importante recordar que esto 
ocurrió de forma dramática, a través de una serie de crisis que ponían 
de relieve la necesidad de renovar la promesa. Es lo que encontramos 
en el relato del Génesis, tanto a propósito de la descendencia 
numerosa como a propósito de la tierra. Por motivos de brevedad, nos 
centraremos sólo en la primera.
En Gén 12,2, Abrahán ha recibido ya la promesa de que Dios hará 
de él un gran pueblo. Sabe que Saray es estéril. Pero cree y espera 
que Dios resuelva el problema. Sin embargo, lo primero que se 
produce es una crisis. En Egipto, Saray es llevada al palacio del 
faraón (12,10-20). ¿Como tendrá descendencia Abrahán, si ya ni 
siquiera tiene mujer? Resuelto el problema, vuelve a resonar la 
promesa, con tonos más enérgicos todavía: “Haré tu descendencia 
como el polvo de la tierra; el que pueda contar el polvo de la tierra 
podrá contar tu descendencia” (13,16).
Pero nada cambia, y encontramos la segunda crisis. Esta vez no la 
provocan amenazas externas; es una crisis personal de Abrahán, que 
expresa sus dudas: “Mi Señor, Yavé, qué me vas a dar si me voy sin 
hijos...? He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi 
casa me va a heredar” (15,2-3). Pero Dios afirma que lo heredará un 
hijo suyo. Y sacándolo afuera le dice: “Mira al cielo, y cuenta las 
estrellas, si puedes contarlas. Así será tu descendencia” (15,5). Y el 
autor añade: “Creyó Abrahán en Yavé, el cual se lo reputó por 
justicia” (15,6). A la crisis personal responde el patriarca con un acto 
de fe personal que el Yavista pone de relieve, y del que san Pablo 
sacaría grandes consecuencias.
Sin embargo, no ocurre nada nuevo. Al contrario, el capítulo 16 
abre un nuevo período de crisis porque comienza constatando: 
“Saray, mujer de Abrán, no le daba hijos” (16,1). Y ella misma admite 
su esterilidad (16,2). Por eso, busca la solución por un camino 
jurídico, en el fondo, humano: tener hijos a través de la esclava 
(Agar). Nace así Ismael (16,2-15), cumpliéndose en cierto modo la 
promesa de Dios.
Pero esta solución buscada por Saray se encarga ella misma de 
ponerla en crisis, provocando la huida de Agar. No parece que ésta 
sea la gran bendición prometida por Dios.
De hecho, en el c. 17 encontramos una nueva promesa: “Esta es la 
Alianza que hago contigo: serás padre de muchas naciones. Ya no te 
llamarás Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, pues te haré padre 
de muchas naciones. Te haré extraordinariamente fecundo. De ti 
surgirán naciones, de ti nacerán reyes” (17,4-6).
En ese mismo discurso, poco después, Dios ofrece otra solución: 
curar la esterilidad de Sara. “Tu mujer, Saray, ya no se llamará Saray, 
sino Sara. Yo la bendeciré, y te daré un hijo de ella. La bendeciré, y 
de ella nacerán naciones; reyes de pueblos brotarán de ella” (17,15). 
Después de todo lo ocurrido, no es extraño que Abrahán se tome la 
promesa un poco en broma e incluso se eche a reír. Duda de que un 
hombre pueda tener hijos a los noventa años, y añade con cierta 
ironía: “Me daría por contento si conservases a Ismael con vida” 
(17,17-18). Ya no es la crisis profunda de desánimo que 
encontrábamos en el c. 15. Lo es de escepticismo, que abandona la 
esperanza y se toma las cosas con humor aparente. Dios, sin 
molestarse por esta actitud, insiste en que le dará dentro de un año 
un hijo, Isaac, y que también bendecirá a Ismael (17,19-21). Y 
Abrahán, dejándose de ironías y escepticismos, demuestra una vez 
más su fe: en ese discurso, Dios le ha pedido que circuncide a todos 
los varones, como señal de la alianza. El patriarca cumple la orden 
(17,23-27).
La redacción actual del Pentateuco, al mezclar distintas fuentes, 
hace que la situación resulte aún más irónica, o más trágica, que en 
las redacciones independientes del Yavista o del Sacerdotal. En el c. 
17, Dios ya ha prometido a Abrahán que dentro de un año tendrá un 
hijo (17,21). En el capítulo siguiente parece haberse olvidado de esa 
promesa, y la repite durante la aparición en el encinar de Mambré: “El 
próximo año volveré, y tu mujer ya tendrá un hijo” (18,10).
Esta vez, quien se ríe y se muestra escéptica es Sara: “Ahora que 
soy vieja voy a experimentar el placer, y con un marido tan viejo?” 
(18,12). Aunque nosotros nos sentimos inclinados a darle la razón a 
Sara, a Dios le molesta su risa, y se lo dice (18,13-15).
¿Ha llegado con esto el momento de que nazca el hijo prometido? 
No. Una nueva crisis, semejante a la primera, va a producirse.
Mientras Abrahán habita en las cercanías de Guerar, su rey se 
enamora de Sara (el Elohísta, autor del pasaje, la concibe todavía 
joven y hermosa) y se la lleva a su casa. Abrahán pierde a su 
esposa.
¿Cómo puede cumplirse la promesa de Dios? De nuevo, el Señor 
pone remedio.Y, finamente, tiene lugar lo prometido: el nacimiento de 
Isaac (21,1-7). Después de tantas dilaciones y crisis, parece lo más 
maravilloso del mundo. Pero es un cumplimiento muy parcial de la 
promesa. Abrahán sólo tiene dos hijos, no la multitud innumerable 
como el polvo de la tierra o las estrellas del cielo.Y se va a plantear 
una nueva crisis, que separará a los hermanos. Sara, molesta con 
Agar, la expulsa junto con Ismael; si ambos se salvan es por una 
protección especial de Dios (21,9-21). Pero Abrahán ya no volverá a 
gozar de su presencia hasta el momento de la muerte (25,9). Pero la 
crisis más grave no procede de envidias humanas, sino del mismo 
Dios: “Toma a tu hijo, a tu único hijo, Isaac, y ofrécemelo en 
holocausto... “ (22,2). ¿Qué ocurrirá ahora con la promesa? Lo 
importante es que Abrahán sigue manifestando una fe inconmovible 
en Dios. Y éste le responde como en los primeros tiempos: “Juro por 
mí mismo, palabra de Yavé. Porque hiciste eso, porque no me 
negaste a tu único hijo, lo bendeciré y multiplicaré sus descendientes 
como las estrellas del cielo y la arena de la playa” (22,16).
La verdad de estas palabras es lo que pretende demostrar el c. 25, 
cuando indica los descendientes que Abrahán tiene de la concubina 
Quetur. Una lista aburrida, sin fundamento histórico, pero de gran 
valor teológico. A través de los seis hijos que le nacen ahora, Abrahán 
se convierte en padre de asuritas, letusíes, leumíes, madianitas y 
otros pueblos (25,1-1), sin olvidar a los hijos de otras concubinas 
(25,6) y a los ismaelitas con sus doce jefes (25,12-16).
Abrahán, esperando contra toda esperanza, se ha convertido en 
padre de pueblos numerosos.Todos los datos anteriores podemos 
resumirlos en el siguiente esquema:
Promesa inicial (12,2) 
— Crisis 1: Sara en Egipto (12,10-20) Promesa (13,16) 
— Crisis 2: soy estéril (15,2) Promesa (15,4-5) 
— Crisis 3: Sara estéril (16,1) 
- 1ª solución: Agar engendra a Ismael (16,2-3.15). Con crisis. 
Promesa (17,4-6) 
- 2ª solución: Sara (17,15-21; 18,10-15). Con desconfianza de 
Abrahán y Sara (17,17; 18,2) 
— Crisis 4: Sara y Abimelec (20,1- 14) Cumplimiento inicial: Isaac 
(21,1-8) 
— Crisis 5: Pérdida de Ismael (21,9-14) 
— Crisis 6: Sacrificio de Isaac (22) Promesa (22,16- 17)

Cumplimiento final: descendencia numerosa (c. 25)
Tras leer este breve comentario, habrá advertido probablemente 
dos cosas: 1) que le ha ayudado a captar cosas que le habían pasado 
desapercibidas; 2) que, a pesar de todo, es mucho más ameno y útil 
leer la Biblia que leer este libro.
La afición a la lectura directa de la Sagrada Escritura es lo más 
importante que pretendemos.

2. La primera teología de la liberación
TEOLOGIA-LIBERACION: Antes de que Gustavo Gutiérrez 
escribiese su libro sobre el tema, mucho antes de que sacerdotes y 
teólogos fuesen perseguidos y asesinados por liberar a los pueblos 
de América Latina, surgió la teología de la liberación en el pueblo de 
Israel. No fue fruto de una ideología marxista, como a veces se dice, 
sino de una experiencia viva del Dios libertador. Los antiguos teólogos 
la propusieron en forma narrativa, accesible al pueblo más sencillo, 
pero llena de riqueza. Vale la pena adentrarse en esa experiencia 
humana y religiosa.
Como trabajo previo, lea capítulos 1-15 del libro del Exodo (puede 
saltarse 12 y 13 si le resultan aburridos), fijándose en los principales 
protagonistas. Una vez terminada la lectura, siga con el comentario 
que ofrezco.
No haré una exposición del contenido, ni trataré cuestiones 
habituales en la exégesis. Me interesa sobre todo un análisis de los 
protagonistas. En el drama de la opresión y liberación de Israel, 
encontramos cuatro grandes protagonistas: el pueblo, el faraón, 
Moisés y Dios. Y aparecen en este orden tan curioso, que muchos se 
sentirían inclinados a cambiar. (Aarón, que ocupa gran relieve en las 
tradiciones de origen sacerdotal, podemos dejarlo al margen). A 
través de ellos, los autores bíblicos no sólo pretenden contar el 
pasado, sino enseñarnos a analizar nuestra situación actual.

a) El pueblo
Parafraseando el comienzo del evangelio de san Juan, podríamos 
decir: “Al principio era el pueblo”. No por ganas de concederle un 
puesto que no le corresponde, sino porque con él comienza el libro 
del Exodo: “Nombres de los hijos de Israel que fueron a Egipto con 
Jacob...” (1,1). Antes de que Dios actúe, antes de que Moisés luche 
por libertarlo, tenemos la realidad humana de un grupo de personas 
que se multiplica y termina convirtiéndose en una amenaza para los 
egipcios.
Decir que el pueblo es lo primero no significa decir que es 
maravilloso. Una de las enseñanzas más profundas de estos libros 
consiste en indicar continuamente los desánimos y crisis por los que el 
pueblo atraviesa, con la tentación de permanecer en Egipto, volver allí 
o quejarse de Moisés. El relato bíblico lo presenta pasando por las 
siguientes etapas:
Al principio, cuando se establece el régimen opresor, no 
encontramos ninguna reacción de los israelitas. Parece como si todo 
siguiese igual, e incluso “se convirtieron en una pesadilla para los 
egipcios” (1,12). Las parteras engañan fácilmente al faraón, y la 
hermana de Moisés consigue que el niño sea encomendado a su 
verdadera madre.
Este ambiente casi despreocupado parece durar años (1,11), y es 
Moisés el primero que reacciona colérico al ver a sus hermanos 
sometidos y a un egipcio maltratando a un hebreo (1,11-12).
La situación cambia profundamente “mucho tiempo después”, 
cuando muere el faraón. Entonces sí se dice que “los israelitas 
gemían bajo el peso de la esclavitud y gritaron” (1,23). Por eso, 
cuando Moisés se presenta ante ellos con un mensaje de libertad, no 
extraña que lo acepten, muestren su alegría y adoren a Yavé (4,31).
Pero pronto surgirá la primera crisis. Cuando el faraón reacciona 
aumentando los trabajos (5,6-14), los capataces israelitas se 
enfrentan con Moisés y Aarón:“Que Yavé les examine y juzgue, 
porque ustedes nos han vuelto odiosos al faraón y a su corte, y han 
puesto en su mano una espada para que nos maten” (5,21).Y el 
mismo pueblo deja de confiar en las palabras del libertador, por muy 
bonitas que sonasen a sus oídos. Tras el esperanzador discurso de 
6,2-8, “los israelitas no hicieron caso, porque estaban agobiados por 
una dura esclavitud” (6,9).
A partir de este momento, el pueblo desaparece del relato. Su 
libertad será siempre el tema debatido entre Moisés y el faraón, pero 
los autores no indican cómo reaccionan los israelitas. Hasta que, 
después de todos los milagros, cuando se acerca el momento 
culminante de la salida de Egipto, el pueblo vuelve a adorar a Dios y a 
obedecerle (12,27-28).
Sin embargo, no parece que el Señor esté demasiado convencido 
de su firmeza. En 13,17 se indica:“Cuando el faraón dejó salir al 
pueblo Dios no lo guió por el camino de Palestina, que es el más 
corto, porque a Dios le pareció que, ante los ataques, el pueblo se 
arrepentiría y volvería a Egipto”.Y esta sospecha encuentra su 
confirmación en el miedo que experimentan los israelitas antes de 
pasar el Mar de las Cañas, y que les impulsa a renunciar a la libertad, 
haciendo una profunda crítica a Moisés: “¿Es que no había sepulturas 
en Egipto? ¡Nos trajiste al desierto para que muriésemos! ¿Por qué 
nos trataste así, sacándonos de Egipto? ¿No es lo que te decíamos 
en Egipto: Déjanos en paz, para que sirvamos a los egipcios? ¿qué es 
mejor para nosotros: Servir a los egipcios o morir en el desierto?” 
(14,10- 12).
Pero esta primera parte termina con tono positivo. Después del gran 
milagro del Mar, “Israel vio el gran poder con que Yavé actuó contra 
Egipto; entonces, el pueblo temió a Dios y creyó en él y en su siervo 
Moisés” (14,31).
Estos cambios continuos de actitud, pasando de la queja a la 
alegría, de la esperanza al desánimo, de la fe a la crítica profunda, 
reflejan una profunda experiencia humana.
Los autores, que aman a su pueblo y cuentan la epopeya de su 
liberación, no se dejan arrastrar por un optimismo ingenuo. La libertad 
tiene un precio muy alto, y en ocasiones parece preferible la 
esclavitud. Todos los líderes históricos que se embarcaron en esta 
empresa podrían constatar la verdad de lo que aquí se cuenta. Al 
mismo tiempo, el relato bíblico quiere dejar algo claro: es ese pueblo 
real con sus dudas y temores, con sus rebeldías y protestas, el que 
merece ser liberado. Este mensaje, que atraviesa las páginas de toda 
la Biblia, adquiere su cumplimiento pleno en la figura de Jesús, que no 
muere por gente perfecta, sino por los que todavía “éramos 
pecadores“ (Rom 5,8).

b) El faraón
Narrativamente, el segundo gran protagonista es el rey de Egipto, 
que aparece ya mencionado en 1,8. Más tarde será sustituido por otro 
distinto (1,23), aparentemente más cruel. Los historiadores se 
esfuerzan por identificarlos. Seti I y Ramsés II parecen los faraones 
más apropiados, famosos por sus construcciones. Pero a los autores 
bíblicos no les interesan los nombres. Quizá no los sabían. En todo 
caso, el poderoso queda innominado, como las bestias de la 
apocalíptica. Lo importante no es su nombre, sino su capacidad de 
oprimir. A través de estas páginas quedará genialmente dibujada la 
psicología y la ideología del opresor.
Dos rasgos bastan al autor para caracterizar al primero de ellos: 
desconoce a José y siente miedo (1,8-10). El lector del Génesis intuye 
lo que significa el primer dato. En momentos difíciles para el faraón y 
para Egipto, José fue el salvador. Gracias a él no fueron víctimas del 
hambre provocada por la inmensa sequía.
Ahora, todo eso se ha olvidado. Los egipcios sólo ven en los 
israelitas un peligro futuro y una mano de obra barata. Aquí está el 
comienzo del fenómeno de la opresión: en olvidar los lazos de amistad 
y de fraternidad que unen a las personas y a los pueblos. A partir de 
ese momento, sólo son posibles enemigos o posibles esclavos. “Los 
egipcios les impusieron duros trabajos y les amargaron la vida con 
dura esclavitud” (1,13-1).
A la crueldad, el segundo de los faraones une la obstinación. Ya se 
lo advierte Dios a Moisés desde el principio: “Sé que el rey de Egipto 
no les dejará marchar si no es obligado con mano fuerte” (3, 19). 
Efectivamente, su primer encuentro con Moisés revela la actitud del 
egipcio: “¿Quién es Yavé, para que tenga que obedecerle y dejar salir 
a los israelitas? Ni conozco a Yavé ni dejaré partir a Israel” (5,2). El 
opresor nunca reconoce a Dios ni lo tiene en cuenta. Si Moisés, en 
vez de nombrar a Yavé, hubiese invocado la protección de Ra o de 
Amón, dioses egipcios, tampoco habría encontrado buena acogida. 
No es cuestión de nombres ni de formación religiosa. Es cuestión de 
intereses, y la verdadera religión siempre parece subversiva en sus 
exigencias de justicia: “Moisés y Aarón, ¿por qué subvierten al pueblo 
que trabaja? Vuelvan al trabajo” (5,4).
A continuación, adopta unas medidas más crueles con el pueblo, y 
pronuncia unas palabras que, sin conocerlas, han obedecido los 
opresores de todos los tiempos: “Carguen a estos hombres con más 
trabajo, para que estén ocupados y no presten atención a palabras 
mentirosas” (5,9). Que el pueblo no tenga tiempo de escuchar ni de 
pensar, para que no advierta que la dura situación en que se 
encuentra puede tener remedio. Ocupar el cuerpo y vaciar el espíritu 
es la táctica habitual del explotador. Quienes no la aceptan son 
acusados de “muy perezosos” (5,17).
Hasta ahora, Dios ha intentado resolver el problema de buena 
manera, mediante el diálogo del rey con Moisés. En vista del fracaso, 
se decide a actuar “haciendo solemne justicia” (7,4). Y comienza el 
gran enfrentamiento, expresado a través de las plagas. Si Moisés 
cuenta con la ayuda de Dios (el bastón prodigioso), el faraón cuenta 
con la ayuda de sus magos.
La primera plaga (agua convertida en sangre) termina en empate, y 
el rey se obstina (7,13.22). Lógicamente, “el faraón volvió a su palacio 
sin preocuparse por lo sucedido”. Un milagro más o menos no tiene 
por qué cambiar la política económica del país. Es el pueblo egipcio 
quien paga las consecuencias, debiendo buscar agua por todas 
partes.
La segunda plaga, de ranas, comienza a preocupar al rey 
(7,25-8,11). Incluso pide a Moisés que interceda para alejarlas y 
promete dejar salir al pueblo (8,1-10). Ya comienza a saber quién es 
Yavé, y reconoce que sólo él puede salvarlo. Pero, pasado el peligro, 
“el faraón vio que había tregua, se endureció y no los escuchó” 
(8,11).
Esta actitud resulta aún más llamativa durante la plaga de 
mosquitos (8, 12-15). Los magos no pueden nada contra ella, y dicen 
al faraón: “Ese es el dedo de Dios”. A partir de este momento, ya no 
volverán a intervenir (sólo se hablará de ellos en 9,11 para decir que 
quedaron afectados por las úlceras). Pero el rey se ha vuelto un muro 
impenetrable. No sólo no escucha a Moisés, sino que tampoco 
escucha a sus magos (8,1 5).
La plaga de las moscas (8,16-28) da paso a una segunda 
negociación: “Ofrezcan sacrificios en mi territorio”. Pero luego se 
endurece de nuevo. Lo mismo ocurre cuando la peste del ganado 
(9,1-7) y las úlceras (9,8-12).
Con la séptima plaga, la de granizo (9,13-35), entran en escena los 
ministros del rey. Estos no realizan prodigios, aconsejan. Y aparecen 
divididos; unos creen en la palabra de Yavé, otros se cierran a ella. Y 
la actitud del rey cambia profundamente. Por tercera vez se presta a 
negociar, y comienza reconociendo su pecado. Pero es una confesión 
interesada. Cuando pasa el peligro, de nuevo se endurece.
Cuando vienen los saltamontes (10,1-20), la amenaza es tan grave 
que los ministros aconsejan hacer caso a Moisés. “Egipto está 
arruinado” (10,7). De hecho, el relato contiene dos negociaciones en 
esta plaga. En la primera, antes de que ocurra, el rey pone como 
condición que sólo los hombres vayan a ofrecer sacrificios. Moisés no 
lo acepta, y sucede el castigo. En el diálogo posterior, el faraón 
reconoce una vez mas su pecado y pide oraciones. Pero termina 
endureciéndose.
Poco a poco, sin embargo, va perdiendo terreno. En la novena 
plaga, la oscuridad (10,21-28), la condición que pone es que los 
israelitas vayan “sin los animales”. Al no aceptarse su propuesta, se 
endurece e incluso amenaza de muerte a Moisés.
En realidad, quienes mueran serán los primogénitos de Egipto 
(11,1-9; 12,29-32), y finalmente se produce la victoria: “Salgan de en 
medio de mi pueblo, tú y los israelitas. Vayan a servir a Yavé, como 
pedían ustedes. Lleven también sus rebaños y ganados, como 
dijeron. Váyanse y bendíganme”. 
“Como pedían”, “como dijeron”. Mucha sangre y sufrimiento podían 
haberse evitado si el faraón hubiese escuchado desde el comienzo la 
propuesta de Moisés. En el magnífico poema de Is 14 sobre la muerte 
del tirano, se lo acusa al final de que, con su política imperialista, no 
sólo arrasó países extranjeros, sino que también “destruiste a tu país, 
asesinaste a tu propio pueblo” (14,20). Es lo que de forma popular y 
folklórica describe el libro del Exodo. Aunque en el faraón destaca su 
crueldad, lo que más impresiona es su obstinación en mantener una 
política que está arruinando a los egipcios.
Cuando lo reconozca, la situación no tendrá remedio.

c) Moisés
En orden narrativo, el tercero de los protagonistas es Moisés. El 
primer episodio, que sirve para justificar su nombre, parece de poco 
interés, basado en motivos que ya se aplicaron al rey Sargón. Pero es 
interesante en relación con lo que sigue. Moisés, educado en la corte, 
en un ambiente cómodo y agradable, no olvida sus orígenes y “salió 
para ver a sus hermanos”. Si el comienzo de la crueldad del faraón 
radica en que “no conocía a José”, el cambio de Moisés comenzará a 
producirse cuando entre en contacto con su gente y advierta que 
“estaban sometidos a trabajos forzados” (2,11). La política opresora 
empieza por desconocer al prójimo; la liberación empieza por el 
conocimiento del dolor humano.
Ese conocimiento puede llevar a la rabia y la violencia. El primer 
acto de Moisés recogido en la Biblia es el asesinato de un egipcio 
(2,11-12). Esto provocará su huida posterior a Madián, donde el 
protagonista demuestra de nuevo su deseo de ayudar a los más 
débiles. Cuando los pastores quieren expulsar del pozo a las hijas del 
sacerdote, Moisés las defiende (2,16-20). Estas primeras escenas, 
que han servido para introducir al personaje, terminan presentándolo 
casado y con hijo. También con la nostalgia de la patria: “Soy 
emigrante en tierra extranjera” (2,22). Lo que ignora en ese momento 
es que siempre será un emigrante, enemigo en Egipto, deambulando 
por el desierto, muriendo en tierra extraña. Moisés, que lucha por 
conseguir una tierra para su pueblo, ni siquiera tendrá un sepulcro en 
la Tierra Prometida.
Sin embargo, no pensemos que Moisés, tan preocupado por los 
débiles, acepta fácilmente la misión que Dios va a encomendarle. El 
relato de la vocación, contenido en los capítulos 3-4, indica sus 
numerosas resistencias. Para comprenderlo bien hace falta tener 
presente su complicada estructura. Después de la visión introductoria 
de la zarza (3,1-3), encontramos un diálogo entre Dios y Moisés, que 
contiene los siguientes elementos: Llamada y respuesta (3,4) 
Autopresentación de Dios (3,6) Discurso introductorio y misión 
(3,7-10) Primera objeción de Moisés: ¿quién soy yo? (3,11) Promesa 
y señal (3,12) Segunda objeción de Moisés: ¿quien eres tú? (3,13) 
“Yo soy el que soy”, el dios de los padres, el libertador. Renovación 
del envío (3,14-22). Tercera objeción de Moisés: “si no me hacen 
caso” (4,1) Prodigios (4,2-9) Cuarta objeción de Moisés: “no sé 
hablar” (4,10) “Yo estaré en tu boca” (4,11-12) Quinta objeción de 
Moisés: “envía a otro” (4,13) Aarón será tu boca (4,14-17)
El número cinco es más importante en la Biblia de lo que a veces se 
piensa. Y cinco son las objeciones de Moisés, en su intento de eludir 
la misión que Dios le encomienda. Usa argumentos muy distintos: lo 
descomunal de la tarea (1), su ignorancia teológica (2), el temor de 
que no le hagan caso (3), su falta de cualidades (4), para terminar 
presentando su dimisión (5). Es el relato más elaborado en toda la 
Biblia sobre la resistencia del hombre a aceptar una misión divina.
Pero Dios, como en el caso de Jeremías, no desiste de su empeño. 
Con esto comenzará una nueva etapa en la vida de Moisés. Al 
despedirse de su suegro, pronuncia unas curiosas palabras que 
provocan la sonrisa del lector: “Voy a volver a Egipto, a ver si mis 
hermanos viven todavía” (4,18). Como si, inconscientemente, desease 
su muerte para no tener que realizar su misión.
Vuelto a Egipto, el éxito inicial ante el pueblo (4,30-31) se verá 
ensombrecido por el primer fracaso ante el faraón (5,1ss) y los 
reproches de los mismos capataces israelitas (5,20-21). Siguen 
momentos parecidos, en los que llega a quejarse a Dios, hasta que 
empieza la gran confrontación con el rey. Dos detalles subrayan los 
textos bíblicos: la paciencia de Moisés, que siempre da una 
oportunidad nueva e intercede por el faraón (8,5-10; 8,25-27; 9,29; 
10,18), junto con la firmeza de su postura, que no hace las menores 
concesiones en lo esencial: es todo el pueblo, hombres, mujeres y 
niños, junto con el ganado, los que tienen que salir de Egipto 
(8,21-25; 10,9; 10,25-26).
Por último, conviene destacar su reacción ante las durísimas 
palabras del pueblo cuando éste se ve entre el mar y el ejército del 
faraón (14,10-12). Igual que en las ocasiones anteriores, no formula el 
menor reproche ni se da por ofendido. Sólo pronuncia palabras de 
aliento y confianza (14,13). Esta actitud cambiará en momentos 
posteriores.
Igual que los quince primeros capítulos del Exodo nos trazan la 
figura del déspota, también presentan la imagen del libertador 
humano. Su preocupación inicial por los que padecen injusticias, su 
temor a llevar a cabo tarea tan difícil, sus negociaciones pacientes y 
firmes en busca de solución. Aquí sí tenemos lo que se conoce como 
“espejo de príncipes”.

d) Dios
El protagonista más importante es el último en ocupar la escena. En 
el cap. l aparece de forma muy secundaria, favoreciendo a las 
parteras por su buena conducta (1,20). Pero no parece enterado de 
la opresión inicial del pueblo. Es en el c.2, cuando los hijos de Israel 
claman desde su dura esclavitud, cuando se dice que “Dios escuchó 
sus quejas y se acordó de la alianza que había hecho con Abrahán, 
Isaac y Jacob. Dios vio la situación de los hijos de Israel y la tuvo en 
cuenta” (2,24-25).Con esto aborda el relato uno de los mayores 
problemas teológicos de la historia de la humanidad y de la Biblia. 
¿Por qué no escucha Dios desde el primer momento el grito de los 
oprimidos? Es imposible responder a este misterio. Pero hay un 
detalle importante. Desde que comenzó la opresión, esta es la vez 
primera en la que el pueblo “clama”.
Este verbo está cargado de sentido teológico en la Biblia. No es la 
simple protesta del angustiado, ni un puro grito de rabia; es un grito 
que se dirige a Dios, pidiéndole que intervenga. Por consiguiente, en 
la mentalidad del relato, Dios escucha en cuanto el pueblo le presenta 
su problema. Nosotros nos sentimos tentados a descalificar esta 
teoría. Estamos convencidos de que, a lo largo de la historia, son 
muchos los clamores dirigidos a Dios sin encontrar respuesta. Pero 
esto no nos permite descalificar la opinión de este libro bíblico. Antes 
de hacerlo, deberíamos recordar un pasaje evangélico en el que 
Jesús dice que Dios escucha la plegaria de los oprimidos cuando 
claman a él noche y día. Pero termina con unas palabras muy serias: 
“Cuando llegue el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe sobre la 
tierra?”. Esa fe que se mantiene firme, esperando contra toda 
esperanza el momento de la liberación.
En el caso que estudiamos, no cabe duda del interés de Dios por su 
pueblo oprimido: “He visto muy bien la miseria de mi pueblo que está 
en Egipto. He oído su clamor contra sus opresores y conozco sus 
sufrimientos. El clamor de los hijos de Israel llegó hasta mí, y estoy 
viendo la opresión con que los egipcios los atormentan” (3,7.9). “Oí 
los gemidos de los hijos de Israel, esclavizados por los egipcios, y me 
acordé de mi alianza” (6,5).Y Dios, a través de su instrumento 
humano, pondrá en marcha el proceso de liberación.
Pero, en el libro del Exodo, Dios se manifiesta de forma nueva. En 
los relatos patriarcales aparecía como el Dios cercano, que dialoga 
bondadoso con los hombres e incluso pierde su combate con Jacob. 
Sólo en el episodio de Sodoma queda insinuado su tremendo poder. 
Ahora no es así. Se acomoda a la nueva situación de esclavitud y 
actúa también de forma tremenda, “con mano poderosa y haciendo 
solemne justicia” (6,6). El faraón tendrá que aceptar que “no hay 
nadie como Yavé, nuestro Dios” (8,6), “que la tierra pertenece a Yavé” 
(9,29). La manifestación de su poder tendrá lugar en las plagas y en 
el paso del Mar.

3. Un viaje nada turístico
Como dijimos al comienzo del capítulo anterior, el contenido del 
gran bloque que va desde Ex 15,22 hasta el final del libro del 
Deuteronomio podemos resumirlo basándonos en las indicaciones 
geográficas:
— Del Mar de las Cañas al Sinaí (Ex 15,22-18,27).
— En el Sinaí (Ex 19 — Núm 10,10).
— Del Sinaí a la estepa de Moab (Núm 10,11-21,35).
— En la estepa de Moab (Núm 22 — Dt 34).

Se trata de secciones muy desiguales en extensión, contenido y 
estilo. Sobresalen la segunda y cuarta, amplísimas a causa de las 
partes legales. Una vez más se unen aquí tradiciones diversas. En 
ciertos momentos, las secciones narrativas producen la impresión de 
un “diario del viaje”, gracias a la intervención del autor sacerdotal que 
indica, o inventa, fechas y localidades exactas.
Una visión global del Pentateuco no puede olvidar estos relatos, a 
menudo dramáticos, donde observamos cómo se va formando y 
depurando el pueblo de Dios. Dada la imposibilidad de tratar todos 
estos capítulos nos centraremos en el relato de los tres primeros 
meses de viaje. Siguiendo nuestro método activo, comience leyendo 
los capítulos de Ex 15,22-18,277.
Mediante indicaciones temporales y locales muy precisas, el texto 
nos hace revivir las primeras etapas que llevan al pueblo desde el Mar 
hasta el Sinaí pasando por el desierto de Sur, La Amarga (Mará), 
Elim, desierto del Espino (Sin) y Rafidín. En total, son tres meses de 
camino, según indica 19,1. Pero lo importante no son las etapas, sino 
lo que ocurre en cada una de ellas.

a) Los temas
El relato bíblico ofrece en estos pocos capítulos un paradigma de 
los diversos problemas que afectarán al pueblo en su marcha hacia la 
tierra prometida. Son fáciles de imaginar. Caminar por el desierto 
significa enfrentarse a la sed, al hambre, a los enemigos, cosas que 
pueden provocar reacciones negativas y dudas de fe. Supone 
también la posibilidad de encontrar amigos. Y es lógico que se plantee 
la necesidad de distribuir las tareas y responsabilidades. Este 
esquema lógico es el que encontramos en la sucesión de los 
episodios.
— La sed (15,22-27). No tiene nada de extraño que sea el primer 
tema, porque es la gran amenaza del desierto. El narrador afirma 
escuetamente: “Marcharon durante tres días por el desierto sin 
encontrar agua” (v.22). Por fin, se acercan a Mará, pero cuando 
llegan “no pudieron beber el agua porque estaba amarga” (v.23). 
Supone una gran alegría encontrar en Elim “doce fuentes de agua y 
setenta palmeras. Y acamparon junto al agua” (v.27). Pero sigue la 
marcha, y en el desierto de Sin “el pueblo no encontró agua para 
beber” (17,1).
— El hambre (c. 16). Otro problema normal, que hace recordar al 
pueblo los momentos de Egipto, cuando “nos sentábamos junto a la 
olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos” (16,3).
— La crisis de fe. Las pruebas anteriores suponen un serio 
problema para la confianza del pueblo en Dios. Pero va a ser la falta 
de agua la que provoque una crisis más fuerte, dudando de que Dios 
esté en medio del pueblo (17,1-7).
— El enemigo. En este momento está representado por los 
amalecitas (17,8-16). Es otro de los peligros habituales en el desierto, 
que amenaza la existencia del pueblo y la posibilidad de conseguir 
llegar a la tierra.
— El amigo. En este caso, Jetró, sacerdote de Madián y suegro de 
Moisés. Su amistad la demuestra alegrándose por los beneficios que 
Yavé había hecho a Israel y demostrando una fe en Dios que ha 
faltado hasta ahora al pueblo (18,1-12).
— El poder. En la visión de los narradores, comienzan a plantearse 
ahora los problemas que serán frecuentes siglos más tarde. 
Concretamente, la necesidad de repartir el poder y las tareas que 
supone para que una sola persona no cargue con todo el trabajo. 
Surge así, por consejo de Jetró, una institución nueva, la de los jueces 
(18,13-27).
Los restantes capítulos narrativos sobre el viaje podemos leerlos 
con esta misma perspectiva, ya que aparecen los mismos temas:
— El hambre y la sed volvemos a encontrarlos en Núm 11,4-35; 
20,1-13; 21,5, provocando quejas cada vez más fuertes entre el 
pueblo.
— La crisis de fe se refleja en todos los pasajes anteriores y 
alcanza su expresión más fuerte en Núm 14,2-4.11, cuando se piensa 
incluso en elegir un jefe para volver a Egipto; esta actitud supone 
“despreciar a Yavé y no creer en él, a pesar de todos los prodigios 
que ha realizado en favor de Israel” (14,11).
— El enemigo adquiere aspectos muy distintos. Unas veces se trata 
de los habitantes de Canaán, tan fuertes que parecen invencibles 
(Núm 13,28-33). Otras, son reyes que impiden el paso hacia la tierra 
prometida: Edoín (20,14-21), Sijón y Og (21,21-35), Balac (22-24), 
Moab (25).
— El amigo. El caso de Jetró no se repite en las tradiciones 
posteriores, pero aparece un personaje que podemos catalogar en 
este apartado: Balaán, contratado para maldecir a Israel, terminará 
bendiciéndolo en nombre de Dios (Núm 22-24). Fuera del Pentateuco, 
en el libro de Josué la prostituta Rajab cumple una función de ayuda 
en la conquista de Jericó.
— El poder, con la carga que supone y los conflictos que provoca, 
es el tema en las controversias entre aaronitas y levitas, o las 
pretensiones de los profetas (Núm 11,11-12.14-17.24b-30; 12,1-16; 
17). El debate más duro lo tenemos en Núm 16, cuando la rebelión de 
Coré, Datán y Abirán. Aunque muchos de estos textos sólo pretenden 
justificar privilegios posteriores, es interesante leerlos con la 
perspectiva de un grupo humano que va sintiendo la necesidad de 
organizar y distribuir el poder.

b) Los personajes
La actitud del pueblo se caracteriza por la queja (15,24; 16,2-3; 
17,2-3), la desconfianza (17,7), la desobediencia (16,28) y el miedo a 
la libertad (manifestado en el deseo de volver a Egipto: 16,3). 
Adviértase el fuerte contraste con la actitud de Jetró (18,9-11).
La postura del pueblo no cambiará en los capítulos siguientes: la 
desconfianza ante el futuro adquiere especial fuerza en Núm 13-14, 
donde se plantea de forma tajante la posibilidad de volver a Egipto 
(14,1-10). A todos estos pecados, se añadirá uno nuevo, el de 
idolatría (Ex 32; Núm 25). Estas tradiciones nos presentan a Israel tal 
como lo veían los profetas: un pueblo de “dura cerviz”, obstinado, que 
no acepta los planes de Dios ni le hace caso.
Actitud de Moisés: clama a Dios (16,25), da al pueblo leyes y 
mandatos (16,25), se queja del pueblo (17,4), intercede en la batalla 
(17,8-15), resuelve los asuntos del pueblo (18,13). Junto a todo esto, 
aparece como el gran intermediario entre Dios y el pueblo.
Las tradiciones posteriores desarrollarán especialmente los temas 
del intercesor (Ex 32,7- 14; Núm 11,2; 12,13; 16,22; 17,9-11; 
14,11-19) y del legislador (Sinaí, Deuteronomio). Al final del 
Pentateuco aparece también como el intérprete de la historia (Dt 32).
Actitud de Dios. Soluciona pacientemente los problemas: cura, 
alimenta, da agua, protege. Prueba a Israel, pero con paciencia.
La relación con él desde el punto de vista legal se subraya en 15,26 
(obediencia), 16,28s (sábado), 18,13-26 (administración de la 
justicia).
Los capítulos posteriores añaden los aspectos del Dios que purifica 
y salva o bendice. Sin embargo, el tema de la paciencia se irá 
matizando, y las reiteradas transgresiones del pueblo provocarán su 
castigo. El mayor aspecto del castigo consiste en que el pueblo 
salvado de Egipto no conseguirá entrar en la tierra prometida: todos 
(a excepción de Caleb y Josué) morirán en el desierto. Serán los hijos 
quienes reciban la promesa. Pero esto demuestra, al mismo tiempo, 
que Dios permanece fiel y que la bendición supera el castigo que el 
pueblo se ha provocado con sus pecados.
Con lo anterior no queda agotada la riqueza teológica religiosa del 
Pentateuco. Sobre todo, quedan sin analizar los complejos capítulos 
sobre los orígenes de la humanidad y el avance del pecado (Gén 
1-11). Pero espero que la visión de estos libros se haya vuelto más 
profunda.