LAS PARÁBOLAS DE JESÚS
UN PROCESO DE TRANSFORMACIÓN DE LA PERSONA
 


Luis F. GARCÍA-VIANA
Sacerdote diocesano
Profesor de Teología del
Seminario de San Sebastián


Introducción
La comprensión moderna de las parábolas está muy marcada 
por los estudios sobre la metáfora. Tres elementos fundamentales 
encontramos en ellas: la narratividad, su brevedad y su carácter 
metafórico. La parábola es un breve relato con un doble significado. 
A nivel superficial, la parábola habla de siembra o de ganados, por 
ejemplo; pero en un nivel más profundo apunta a algo diferente y 
exige, por tanto, una interpretación. ¿A qué realidad, diferente de la 
superficial, se refieren las parábolas de Jesús? En algunos casos es 
perfectamente claro por el contexto. Aunque a veces éste haya sido 
creado por el evangelista, y por eso varía de un evangelio a otro. 
Lucas, por ejemplo, inserta la parábola de la oveja perdida después 
de una polémica entre Jesús y los fariseos sobre la cercanía de 
Jesús a las personas de mala reputación (Lc 15,1-3). Mateo, por el 
contrario, la introduce en un discurso eclesial, transformándola así 
en una exhortación a los creyentes para que se preocupen de 
aquellos que, habiendo formado parte de la comunidad cristiana, 
están ahora fuera de ella (Mt 18,12-14). Los contextos lucanos y 
mateanos son, pues, diferentes, y la interpretación cambia 
necesariamente. 
Pero podríamos ir más allá e intentar descubrir la referencia 
original de las parábolas en la predicación de Jesús. En este caso, 
la respuesta es bastante más difícil. Una hipótesis de trabajo 
plausible es la de conectar las parábolas con el tema dominante de 
esta predicación, el reino de Dios: su venida como gratuidad, su 
presencia, que exige una decisión, y sus implicaciones 
existenciales1. Esta conjunción de reino y parábolas es destacada, 
por ejemplo, en la parábola de la semilla de mostaza (Mc 4,30-32 
par)2. Al aceptar el reino como el probable referente original de las 
parábolas de Jesús, todavía podríamos preguntarnos si el reino, tal 
como es anunciado en las parábolas, es para Jesús un 
acontecimiento futuro y apocalíptico o una realidad presente y 
misteriosa. La respuesta debería tener en cuenta la serena 
normalidad cotidiana de las imágenes parabólicas de Jesús frente a 
la parafernalia extraordinaria de los discursos apocalípticos. La 
verdad es que «en ninguna parte dice Jesús lo que es el reino. Se 
limita a decir a qué se parece. Incluso eso es muy instructivo. Jesús 
no habla como un teólogo, no enseña por medio de conceptos 
(ideas generales concebidas por la inteligencia), sino por medio de 
imágenes. Todo lo que quiere decir es significado indirectamente, 
por comparación. Así se hace comprender de todos, ignorantes y 
sabios. El símbolo hace pensar, podemos decir que obliga a 
reflexionar. La parábola sorprende, extraña, choca, provoca: 
revelando tal o tal prejuicio (opinión o creencia impuesta por el 
medio, la educación o la época), obliga a reconsiderar las cosas, a 
tomar una nueva decisión»3. 
Las parábolas pueden también ser interpretadas no sólo por su 
contexto, sino por comentarios específicos del mismo Jesús. Así, Mc 
4,13-20, Mt 13,18-23 y Lc 8,11-15 interpretan la parábola del 
sembrador, pero no el Evangelio de Tomás Mt 13,37-43 interpreta 
la parábola del trigo y la cizaña, y de nuevo el Evangelio de Tomás, 
que también tiene esta parábola, no la interpreta. Por último, este 
evangelio apócrifo (cf. Evangelio de Tomás 64b) sí interpreta la 
parábola del gran banquete, cosa que no hacen Mt y Lc. Estas 
interpretaciones son, muy probablemente, obra de la creatividad de 
la Iglesia primitiva, aunque ésta las ponga después en boca de 
Jesús. Su frecuencia y, sobre todo, su diversidad son una 
advertencia importante para nosotros. Las parábolas exigen la 
interpretación, y su destino a lo largo de los siglos es el comentario 
múltiple, diverso y sucesivo. El riesgo de la falsa interpretación es 
siempre posible; pero incluso una interpretación fiel a la dinámica 
del reino, lo que parece impedir una interpretación errónea, será 
siempre plural y no unívoca. La variedad interpretativa encuentra su 
fundamento en los diferentes horizontes de la precomprensión del 
lector4. 

Desencadenar un proceso de transformación
PARA/FINALIDAD: En cualquier caso, debemos tener en cuenta 
que la parábola busca siempre la participación del lector en el reino. 
Y la parábola es un relato muy apropiado para desencadenar tal 
proceso. Por eso podemos decir que «Jesús ha contado parábolas 
no tanto para enseñar algo a sus oyentes cuanto para cambiar algo 
en sus vidas. Su arte consiste en arrastrar a sus interlocutores al 
juego del relato, en llevarlos a reaccionar pesonalmente y ponerlos 
así en un movimiento que inicia ya el comportamiento que quiere 
inculcarles. Las parábolas no son sólo un medio de información: 
Jesús hace de ellas un medio de acción»5. Esta llamada a la 
decisión aparece frecuentemente en la forma interrogativa que 
encontramos al principio de muchas de las parábolas evangélicas 
(Mc 4,30; Lc 10,39; 13,18.20; 15,4.8). La parábola se presenta así 
como una pregunta a la que se invita a responder, sin imponerse 
autoritativamente. Esperando que la respuesta positiva culmine la 
dinámica iniciada por el relato de Jesús. «La respuesta del lector 
completa el significado de la parábola. La parábola es una forma de 
discurso religioso que llama no sólo a la imaginación o a la alegre 
percepción de la paradoja o a la sorpresa, sino también a la 
cualidad más básicamente humana, la libertad». 
Es verdad que la fórmula interrogativa, muy apropiada a la 
predicación, tiende a desaparecer en los niveles redaccionales 
evangélicos o a ser sustituida por fórmulas declarativas más 
apropiadas al tono catequético que adquieren las parábolas de 
Jesús en los evangelios. Pero no debemos olvidar, cuando las 
escuchamos hoy en la proclamación o en la lectura personal, que 
en el contexto de la predicación de Jesús las parábolas buscaban 
hacer reaccionar a los oyentes a los que se destinaban. 
La parábola busca, pues, desencadenar un proceso de 
transformación de la persona debido a la irrupción del reino de Dios 
en la historia humana. Este proceso transformativo se va a 
manifestar en las tres dimensiones temporales en las que vive la 
persona en este mundo: 
1) Se trata de romper con un pasado que no se ajusta al reino 
que viene. Tendremos muchas veces que abandonar el «país 
familiar», como Abrahán, perder nuestras antiguas certezas, que 
son puestas en cuestión por Dios que se acerca a nuestras vidas. 
Lo que hasta entonces tenía un valor absoluto se va a convertir en 
relativo y secundario. 
2) Se nos va a pedir una decisión en el momento presente. Nos 
sometemos a la soberanía de Dios (que, paradójicamente, es el 
reino de la libertad), nos transformamos en «criaturas nuevas», algo 
que no está al alcance de nuestras posibilidades, sino que es obra 
del Espíritu. Él será el nuevo indicativo que impulse nuestra acción, 
nuestro imperativo7. 
3) Por último, se abre ante nosotros un mundo nuevo, un futuro 
insospechado, aunque quizá presentido en el deseo, una nueva 
posibilidad de existencia que se anunciaba en la predicación del 
reino de Jesús y pretende llevar a la persona a su plenitud. Es lo 
que expresa, de una manera más formal pero no por ello menos 
real, la afirmación de que el hombre «recibe de la gracia su plenitud 
como persona»8. 
Una buena ilustración de este carácter transformador de la 
existencia lo tenemos en las dos breves parábolas de /Mt/13/44-46. 
Las dos tienen una serie de elementos comunes: un descubrimiento 
extraordinario, una venta de todo lo que se tiene y, por último, la 
adquisición de algo de gran valor. El interés narrativo está puesto 
en el comportamiento del protagonista frente al descubrimiento, es 
decir, su decisión de vender todo para acceder al tesoro o a la 
perla. Poco importa que haya precedido una búsqueda (13,45) o no 
(13,44). Lo importante es la revelación de lo que estaba oculto, que 
tiene un valor incomparable. Ambas parábolas deben ser 
entendidas desde la expresión «lleno de alegría» (13,44). «Cuando 
una gran alegría que supera toda medida embarga a un hombre, lo 
arrastra, abarca lo más íntimo, subyuga el sentido. Todo palidece 
ante el brillo de lo encontrado. Ningún precio parece demasiado 
elevado. La insensible entrega de lo más precioso se convierte en 
algo puramente obvio. Lo decisivo no es la entrega de los dos 
hombres de la parábola, sino el motivo de la decisión: el ser 
subyugados por la grandeza de su hallazgo. Así ocurre con el reino 
de Dios. La Buena Nueva de su llegada proporciona una gran 
alegría, dirige toda la vida a la plenitud de la comunidad con Dios, 
efectúa la entrega más apasionada»9. 

Porque Dios se acerca en Jesús
Las parábolas evangélicas se han leído y predicado muchas 
separadas de su fuerza incontenible, con una lectura moral o 
parenética. Sin embargo, es la proximidad y la presencia del reino 
en la predicación de Jesús el contexto que nos permite entender el 
«acontecimiento lingüístico» de las parábolas, que buscan así una 
decisión transformadora, debido a la nueva comprensión de la 
realidad que se despliega por el hecho de la presencia de Dios. 
Pero eso nos obliga a tomar conciencia del Dios de la misericordia 
que llega con Jesús. Éste es el gran adviento que anuncian las 
parábolas y la clave de su interpretación. Esa revelación del Dios de 
la misericordia y del perdón (emblemáticamente reflejado en la 
parábola del hijo pródigo: Lc 15,11-32) supone desechar otra 
imagen de Dios. Se trata de una imagen en la que predominaba 
(también podríamos decir «predomina», porque está todavía muy 
presente en el imaginario religioso de nuestro tiempo) la «lógica de 
la justicia». Esta imagen está muy ligada a una comprensión 
masculina y patriarcal de Dios, lo que contribuye además a la 
rivalidad y la división de los seres humanos y a la explotación del 
medio ambiente infrahumano10. 
A pesar de que Jesús se dirige a Dios con el nombre de «Padre» 
(Abba), su relación con él y la revelación que de él nos hace en las 
parábolas, y no sólo en ellas, se desmarca de los esquemas de 
comportamiento de la sociedad patriarcal en la que él mismo se 
encuentra. No pudiendo, por razones culturales, dirigirse a Dios 
directamente como Padre y Madre, Jesús elige dirigirse a él 
únicamente como Padre. Pero, tal y como aparece en la parábola 
del hijo pródigo, Dios no trata a los seres humanos usando una 
exacta y precisa «lógica de justicia», lo que habría obligado al 
Padre a acoger de otra manera al hijo arruinado, sino más bien 
ejerciendo un comportamiento que pertenecía, en los esquemas de 
comportamiento de la época, al cuidado y los sentimientos de la 
madre de familia. No olvidemos que una de las dimensiones de la 
nueva oferta de existencia que nos proponen las parábolas es 
precisamente una nueva imagen de Dios que nos permita un 
comportamiento distinto, regido por la libertad del seguimiento y no 
por el temor al castigo. 

Realismo y desconcierto
Los relatos parabólicos ponen en juego, para transmitir la 
realidad de Dios y del reino, dos procedimientos literarios 
complementarios. Por una parte, las parábolas hunden sus raíces 
en la vida cotidiana de las sociedades palestinas. «Jesús estaba 
familiarizado con un medio rural galileo: escenas exteriores de 
cultivo y pastoreo y escenas domésticas de una casa con una 
habitación (Lc 11,5-8). Las casas de los ricos se ven sólo a través 
de la cocina, la perspectiva de los siervos o esclavos. Los cultivos 
son los propios del país de colinas, dividido en pequeñas parcelas a 
base de cercas de piedra y zarzas (Mc 4,4-7), no los de las amplias 
llanuras. Hay burros, ovejas, zorros y pájaros; semillas, trigo y 
cosechas; lirios del campo y árboles frutales; odres parcheados y 
lámparas del hogar; niños peleándose en la plaza del mercado y 
mercaderes sospechosos. La gente se siente amenazada por la 
sequía y las trombas de agua (...). Jesús ve la vida a través de los 
anawim, los pobres y humildes de la tierra»11. RD/V-DE-CADA-DIA: 
Lo cual justifica, en un primer momento, que hablemos del realismo 
e incluso del carácter secular de las parábolas. Pero estas raíces 
en la vida cotidiana de Galilea no tienen sólo motivos pedagógicos, 
para que las parábolas fueran mejor comprendidas por el pueblo. 
Lo que está detrás de este realismo de lo cotidiano es «la 
convicción de que no hay una mera analogía, sino una afinidad 
interna entre el orden natural y el espiritual; o, dicho en términos de 
las mismas parábolas: el reino de Dios es intrínsecamente 
semejante a los procesos de la naturaleza, de la vida diaria de los 
hombres»12. El reino de Dios se va a hacer presente en la vida 
humana personal y social, no a través de acontecimientos 
«sobrenaturales», sino íntimamente encarnado en el tejido de los 
acontecimientos humanos. Esto es lo que nos recuerdan las 
parábolas con su realismo «galileo». 
Pero, junto a ese realismo de lo cotidiano, nos encontramos con 
otro procedimiento literario que las parábolas ponen en juego. Y es 
que en el desarrollo de la intriga narrativa la visión de la realidad se 
transforma. Un relato que parecía desplegar una lógica de lo 
cotidiano adquiere, de una manera imprevisible, un rasgo 
sorprendente, incluso extravagante. Esta irrupción de lo 
extraordinario responde a necesidades más profundas de lo 
meramente dramático. Se trata de desconcertar al lector, de hacer 
tambalear su imagen del mundo y llevarle así a descubrir nuevas 
posibilidades existenciales. Vemos, pues, que la parábola como 
metáfora busca desencadenar un proceso dinámico. Y lo 
inesperado en la dinámica narrativa pretende hacernos conscientes 
de la nueva posibilidad existencial que llega al mundo con la 
predicación de Jesús e invitarnos a dar un paso adelante aceptando 
esa nueva posibilidad como el nuevo horizonte que puede 
configurar nuestra vida a partir de ese momento. Con lo que nos 
damos cuenta de que la metáfora parabólica no es algo estático; es 
algo más que un adorno o una simple figura de estilo. 
Este elemento extravagante y creador de sorpresa aparece en 
muchas de las parábolas de Jesús. ¿Qué pastor abandonaría 
noventa y nueve ovejas para buscar la perdida, con el riesgo de 
perder algunas de las que dejó atrás (Mt 18,10-14)? ¿Qué padre 
recibiría con tanta alegría a un hijo que le abandonó llevándose la 
parte de su herencia y que vuelve derrotado por la vida (Lc 15,1 
1-32)? ¿Quién expulsaría de un banquete a alguien por el mero 
hecho de no estar convenientemente vestido (Mt 22,11)? ¿Qué 
grano de trigo produciría cien veces más (Mt 13,8-23)? «Llegamos 
así a la paradoja de la parábola: empieza de manera ordinaria, para 
cambiar hacia lo fantástico. Pero a un fantástico de lo cotidiano, sin 
sobrenatural, como en los cuentos de hadas y en los mitos. Lo 
extraordinario en lo ordinario es lo que nos desconcierta y nos 
obliga a interrogarnos: ¿por qué se cuenta esta historia? ¡No es 
para enseñarnos jardinería, cría de ganado o economía doméstica! 
Pero si no es por el placer del relato, es que éste, bajo su aire de 
banalidad, habla de otra cosa. Ese «patinazo» de la historia es el 
secreto del género «parábola». La parábola se refiere al reino, 
precisamente por ese rasgo de extravagancia que le hace salir 
fuera de su marco»13. 
Si nos atenemos a ese elemento de extravagancia, debemos 
reconocer que lo encontramos en la predicación de Jesús en otros 
géneros distintos de la parábola, pero siempre con la misma 
intención. Lo podemos ver en los proverbios que a veces están 
unidos a las parábolas como su contexto significativo: «El que se 
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lc 
14,11). Se encuentra también el mismo elemento en los 
mandamientos de Jesús: «Si alguien te abofetea en la mejilla 
derecha, preséntale también la izquierda» (/Mt/05/39). La lógica 
habitual del comportamiento, sea la del triunfador (Lc) o la de la 
venganza (Mt), queda anulada por la presencia de este rasgo 
extravagante que está al servicio de una nueva reorientación de la 
existencia. Al aparecer lo extraordinario, se pone en crisis la imagen 
del mundo de los destinatarios, ya sean los oyentes de Jesús o 
nosotros mismos. 

El proceso de un cambio existencial
Analicemos más de cerca la parábola como posibilidad para el 
cambio existencial14. El efecto pragmático de la metáfora parabólica 
se inicia al descubrir el oyente o el lector un nuevo universo de 
sentido que transforma nuestra concepción de la existencia. Frente 
a un lenguaje que busca sólo explicar la realidad, el lenguaje de 
cambio intenta modificar la concepción que tenemos de la realidad e 
invita, a la vez, a cambiar de vida. Y esto lo puede hacer de una 
doble manera: 
1) Según un método no radical, el lenguaje de cambio sólo 
espera modificar ciertos factores al interior de un sistema que 
permanece, sin embargo, inmutable. Lo podemos ver en la polémica 
del Jesús mateano con los fariseos sobre la ley. Éstos acusan a los 
discípulos de Jesús de transgredir la ley del sábado. Jesús 
interviene entonces para mostrar que la conducta de los discípulos 
está de acuerdo con las exigencias de la Torah (Mt 12,1-5). Lo cual 
puede significar que algún elemento puntual del sistema cambie (el 
sábado, por ejemplo, es ocasionalmente transgredido), pero no que 
se ponga en cuestión el propio sistema. 
2) En otros casos, es el mismo sistema el que cambia al 
modificarse las premisas que lo mantienen en pie. El ejemplo ideal 
es la concepción paulina de la ley, muy distinta de la de Mateo. 
Pablo reinterpretó su pasado de hombre irreprochable en cuanto a 
la ley (Flp 3,6) a la luz de la cruz y la resurrección de Cristo. Por eso 
reconoce que Dios sólo salva por Cristo, y la ley deja de tener el 
valor salvífico que en un tiempo tuvo para él. Para Pablo, la ley ha 
dejado de ser el camino de salvación, lo cual no impide que algunos 
de sus preceptos concretos sigan siendo válidos. Pero la 
aceptación de esos preceptos no impide la descalificación del 
sistema. Para Pablo, el comportamiento ético tiene su fundamento 
en el Espíritu, y «la libertad es su clave, en especial la libertad de la 
ley»15. 
Es a este último tipo de cambio al que invitan las parábolas. Hay 
que romper la imagen que el destinatario tiene de la realidad, para 
descubrir las posibilidades o nuevas alternativas que se hacen 
presentes en el relato parabólico. Y será el rasgo extravagante lo 
que pondrá la realidad cotidiana en crisis. Cuando, por ejemplo, en 
la parábola del hijo pródigo, el padre no actúe según la «lógica de 
la justicia», restaurando así la posibilidad de la esperanza, algo 
radicalmente nuevo ha surgido en el horizonte de la vida del hijo 
pródigo y en el de sus lectores veinte siglos después. 
¿Qué es lo que en el fondo provoca la crisis y las alternativas 
insospechadas? En la predicación de Jesús, ya lo hemos visto, es la 
proximidad del reino, es decir, la revelación del Dios Padre de 
Jesús. Eso es lo que genera esa posibilidad de cambio que las 
parábolas nos expresan en forma narrativa. Así podemos entender 
la frase de Crossan sobre la parábola: «La parábola es la casa de 
Dios»16. La objeción nos sale inmediatamente al paso: ¿cómo es 
posible que la revelación efectiva del amor de Dios y su perdón 
(estos dos rasgos resumen bien la imagen del Dios de Jesús) pueda 
transformar positivamente nuestra existencia personal? 
Frecuentemente se nos ha acusado a los cristianos de sacrificar 
nuestra humanidad a un Dios infinitamente posesivo que nos 
impediría dar lo mejor de nosotros mismos y poder construir una 
existencia plena y auténtica17. 

Ser más nosotros mismos
J/MODELO-DE-HMD FE/CRECIMIENTO-HM: Vamos a intentar 
responder a esta objeción desde dos perspectivas diferentes. La 
primera es cristológica. El ideal humano que corresponde a nuestra 
fe en Dios se encarna en Jesús, un hombre libre, fraterno, 
generoso, pero que además tenía una profunda relación con Dios, 
al que llamaba «Padre». Por eso debemos desconfiar de toda 
«jesulogía» que elimine el horizonte teológico de la vida de Jesús. 
«En oposición a tales tendencias, se debe afirmar que el último 
propósito de la cristología es iluminar nuestra experiencia y 
comprensión del misterio de Dios (...). Por tanto, la tarea final de la 
cristología es acercarnos a ese misterio absoluto e inexpresable al 
que llamamos Dios, sin pretender agotar ese misterio 
fundamental»18. Y esa cercanía de Dios a Jesús fue precisamente 
la fuente creativa de su modelo de humanidad, al que nos 
referíamos cuando hablábamos del seguimiento. Un concepto que 
«tiene la virtualidad de resumir la totalidad de la vida cristiana»19. Y 
aunque nuestro seguimiento de Jesús no sea perfecto, su 
propuesta de vida sigue en pie para los hombres y mujeres de 
todos los tiempos. Y sólo sería anulada si pudiéramos probar que 
esa propuesta engendrara necesariamente caricaturas humanas y 
siempre hombres y mujeres alienados. 
La otra realidad de la existencia cristiana que nos prueba que la 
revelación de Dios en las parábolas nos ayuda a ser más nosotros 
mismos y nos permite abrirnos a nuevos horizontes de existencia es, 
paradójicamente, el ascetismo. Es verdad que éste opera mediante 
actos negativos: renuncia, despojamiento, abandono voluntario de 
las cosas... Pero esos actos quieren en última instancia crear una 
concentración en nuestras facultados en lo que es esencial para 
nuestra vida, dejando de lado lo accesorio. «El ascetismo es, pues, 
una actividad orientada hacia un fin. La determinación de poner 
todos los ámbitos de la vida en conformidad con la prosecución de 
un fin primario. Se refleja, por ejemplo, en la prontitud de Abrahán 
para dejar hogar y familia y obedecer así la orden de Dios (Gn 
12,1-4). Para alcanzar la tierra prometida, los israelitas tienen que 
abandonar los placeres de Egipto y sufrir la aspereza del viaje por 
el desierto (Nm 11,5-6)»20. Estos dos ejemplos de la historia bíblica 
destacan que la renuncia y la disciplina no son un fin en sí mismas, 
sino que están orientadas hacia un fin positivo y más importante, 
que llena la vida de Abrahán o del pueblo de Israel. Están, pues, al 
servicio de la construcción de la persona o del pueblo. Quien se 
autolimita a lo esencial no se mutila, como tampoco cae en un 
estadio infantil el que ha descubierto al que es más grande que él; 
ni es tampoco un enfermo psicológico el que se da a los demás 
«abriendo su corazón de par en par» (2 Cor 6,11-13). El secreto de 
esta posibilidad real de hacer coincidir la experiencia de Dios, tal 
como se revela en las parábolas, con el desarrollo de la persona, 
reside en la realización práctica del principio Agape21: somos más 
auténticos, nos abrimos a posibilidades insospechadas de nuestra 
existencia, incluso nos amamos más a nosotros mismos, acogiendo 
el amor de Dios y amando al prójimo, sin que haya ningún principio 
destructor entre estos tres amores, sino un mutuo enriquecimiento. 

SAL TERRAE 1997/04. Págs. 295-305

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1. Una buena síntesis sobre Jesús como profeta del reino de Dios se 
encuentra en C. PERROT, Jesús y la historia, Cristiandad, Madrid 1982, 
pp. 181-192. 
2. Se destaca en esta parábola el contraste entre el modesto origen 
del reino (Jesús y su pequeño grupo de seguidores) y la grandeza final de 
la comunidad escatológica tal como la describen Ex 17,22-24 y Dn 4,7-9 
(ó 10-12 en algunas biblias). 
3. P. RICOEUR, «Le Royaume daos les paraboles de Jésus»: Études 
Théologiques et Religieuses 51 (1976) p. 16.
4. Cf. L.F. GARcíA-VIANA, «¿Desde dónde leemos la Biblia? Un 
análisis de la precomprensión»: Teología y Catequesis (1987) pp. 483-493. 
5. J. DUPONT, Études sur les évangiles synoptiques, tomo I, 
University Press, Leuven 1985, p. 207. 
6. J.R. DONAHUE, «The Parables of Jesus», en The New Jerome 
Biblical Commentary, G. Chapman, London 1990, p. 1.367.
7. La ética bíblica juega siempre con el indicativo (el don de Dios) y el 
imperativo (la respuesta agradecida del creyente). Sólo allí donde se logre 
realizar un buen equilibrio entre esas dos dimensiones surgirá una 
auténtica ética cristiana que rechace tanto el legalismo como la pasividad. 
8. J. ALFARO, «Naturaleza y gracia», en Sacramentum Mundi, tomo 
4, col. 891, Herder, Barcelona 1973. 
9. J. JEREMIAS, La interpretación de las parábolas, Verbo Divino, 
Estella 1971, p. 179.
10. Cf. S. MCFAGUE, Modelos de Dios. Teología para una era 
ecológica y nuclear, Sal Terrae, Santander 1994, pp. 9s. 
11. J.R. DONAHUE, art. cit., p. 1366. 
12. C.H. DODD, Las parábolas del reino, Cristiandad, Madrid 1974, p. 
30.
13. P. RICOEUR, art. cit., p. 17. 
14. Sigo aquí a J. ZUMSTEiN, «Jésus et les paraboles», en Miettes 
exégétiques, Labor et Fides, Genve 1991, pp. 328-333.
15. J.L. HOULDEN, Ethics and the New Testament, Penguin Books, 
Harrnondsworth 1973, P. 30.
16. J.D. CROSSAN, In Parables. The Challenge of the Historical Jesus, 
Harper and Row, New York, 1973, p. 333. 
17. Tomo aquí algunas sugerencias de A. GANOCZY, Dieu, grce pour le 
monde, Desclée, Paris 1986, pp. 197-199. 
18. D.A. LANE, The Reality of Jesus, Paulist Press, Mahwah 1975, p. 
142. 
19. J. SOBRINO, «Seguimiento de Jesús», en Conceptos 
fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, p. 1.290. 
20. K.C. RUSSEL, «Ascetism», en (M. Downey [ed.]) The New 
Dictionary of Catholic Spirituality, The Liturgical Press, Collegeville 1993, 
p. 63. 
21. Al hablar aquí del amor, debemos tener en cuenta tres rasgos 
importantes que lo configuran: que es algo dinámico y relacional, que 
busca expresar la totalidad de la persona y, por último, que implica 
dimensiones sociopolíticas. Sin tener en cuenta estos rasgos, el amor 
puede estar cargado de ambigüedad.