MATRIMONIO Y FAMILIA A LA LUZ DE LA BIBLIA (1)


José L. Caravias sj


Contenido

A modo de presentación
INTRODUCCION 
El desafío de la realidad

A - ANTIGUO TESTAMENTO 
1 - LOS PRIMEROS TESTIMONIOS 
2 - LA PAREJA HUMANA 
La pareja en los primeros relatos del Génesis 
La tragedia del pecado 
El sexto mandamiento: Mutua dignificación 
Sexualidad humana 
3 - EL MATRIMONIO COMO SIMBOLO DE LA ALIANZA: LOS 
PROFETAS
Un testimonio de fidelidad: Oseas 
La imagen del adulterio en Jeremías 
La alegoría de Ezequiel y los cantos del 2º Isaías 
Significado simbólico de la entrega conyugal 
4 - LA LITERATURA SAPIENCIAL 
Dignificación de la mujer 
Los celos 
Educación de los hijos 
Respeto y atención a los padres 
5 - EL CANTAR DE LOS CANTARES: UN EVANGELIO DEL AMOR 

6 - TOBIAS: AMOR Y FECUNDIDAD 

B - NUEVO TESTAMENTO 
1 - LA FAMILIA JUDIA EN TIEMPO DE JESUS 
2 - JESUS Y LA FAMILIA 
3. CRITICAS DE JESUS A LA FAMILIA 
El seguimiento de Jesús provoca conflictos familiares
Los parientes de Jesús 
Por qué resulta conflictivo el mensaje de Jesús 
4 - EL MANDAMIENTO DEL AMOR 
Amor y sacramento 
Ser amigos en el Amigo 
Contraer matrimonio en el Señor 
El caso del divorcio
5 - JESUS Y LA MUJER 
La mujer en tiempo de Jesús 
El trato que da Jesús a la mujer 
Jesús dignifica a la mujer 
6 - SEXUALIDAD Y EVANGELIO 
En el Evangelio la sexualidad no es tema obsesivo. 
La sexualidad de Jesús 
Jesús denuncia la hipocresía sexual 
Una sexualidad integrada 
El Espíritu y la carne 
El ídolo del sexo 
7 - PADRES E HIJOS 
Riesgo y grandeza de la paternidad 
Padres como Dios es Padre 
La verdadera autoridad 
Sincera atención a los padres 
8 - LA SAGRADA FAMILIA 
Una familia con problemas 
La personalidad de José 
La mentalidad de María 
Libertad, comprensión y respeto 
9 - FAMILIA Y REINO DE DIOS 
Familias abiertas 
Familias libres para construir el Reino del Padre 
Familias llamados a la santidad 
10 - LAS ENSEÑANZAS PAULINAS 
Actividad pastoral de la mujer en las primeras comunidades
Igualdad de la mujer 
La relación sexual según San Pablo 
Las cartas paulinas posteriores a Pablo 
11 - EL CELIBATO
Epílogo: Familia y futuro de la humanidad 

APENDICE: LA DOCTRINA MATRIMONIAL ANTES Y DESPUES 
DEL CONCILIO
Antes del Concilio 
En el Concilio 
Después del Concilio 
BIBLIOGRAFIA 

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A MODO DE PRESENTACION

Todos los que han escrito comentarios a la palabra de Dios 
demuestran recelo en el instante en el que deben conectar esa 
palabra con las más evidentes realidades humanas. De una manera 
especial los comentaristas de los primeros libros bíblicos, mientras 
nos solazan en la límpida naturalidad creadora de las primeras 
horas, tratan de esconderse, como Adán desnudo, cuando tienen 
necesidad de referirse al ser humano que ama, por haber sido 
formado a la imagen de Dios Amor.
El amor, revelación de la energía presente de Dios en toda vida, 
es de por sí y para todo viviente el punto de contacto de la realidad 
sentida y experimentada, con la sobrenaturalidad imaginada y 
deseada. "Dios es amor y todo el que ama conoce a Dios" nos dice 
Juan y lo hemos sentido, dentro de la capacidad de cada uno, todos 
los seres humanos. Algunos llegan a definir con tanta sencillez la 
presencia de Dios Amor en la vida, que descubren en ella una 
permanente relación de humanidad y divinidad. Otros, por razón 
cultural de cualquier especie, temblaron ante lo divino y se 
acercaron al amor en un intento entremezclado de magia y tragedia. 

Los tratadistas de moral cristiana soslayaron con mucha 
frecuencia la naturalidad del amor y se inclinaron con precaución a 
los bordes de lo trágico, como si la moral fuera exclusiva defensa y 
el amor agresión. Mil vicios nacieron de este error mantenido por 
siglos. Pero la actitud de la Iglesia de hoy, en su apertura sencilla a 
la presencia de Dios en las realidades, ha cambiado la orientación 
de los tratados y ha urgido en los maestros de la fe un estilo de 
naturalidad que nos acerca indiscutiblemente a las más originales 
fuentes. Dios creó al hombre a la luz del día y se le reveló como 
Amor en la claridad de lo sencillo, lo puro, lo limpio.
José Luis Caravias, S.J., enamorado de la Biblia y de la energía 
formadora que de ella brota, profundiza en los primeros testimonios 
bíblicos sobre el amor de la pareja humana, sobre la unión de esa 
pareja como símbolo de la Alianza que conmueve a los Profetas, 
sobre el más rico contenido de la literatura sapiencial que se solaza 
en la dignificación de la mujer y nos prepara al Antiguo Evangelio 
del Amor que es el CANTAR DE LOS CANTARES y a la Teología del 
amor familiar vivida y anunciada por Tobías. 
Este conocimiento de la antigüedad bíblica le permite a Caravias 
entrar seguro en el sacramento nuevo: el Amor en la doctrina de 
Cristo. El, sacramento del Padre, nace y se forma en familia; El, 
mensajero del Padre, nos da en su vida una prueba de lo 
inseparable de amor y amistad; El, hijo de una madre, nos enseña 
cuánto aprendió de ella como hombre, revelando a la mujer en 
auténtica madre y maestra del Amor. Con este presupuesto antiguo 
y nuevo de la Biblia, el estudio de la sexualidad en el Evangelio, 
anula lo mágico y lo trágico de las antiguas ascéticas y éticas y nos 
ofrece la buena noticia de un Amor que forma, evangeliza, libera y 
redime.
Así, Caravias, puede escribir con rica humanidad enamorada 
sobre la Sagrada Familia, sobre la consanguinidad bíblica de 
Familia y Reino de Dios, sobre el Amor y sus fundamentos 
teológicos, desde los cuales el Concilio Vaticano II da a la familia la 
cualidad de sacramento de auténtica consagración.

Luis Alberto Luna Tobar ocd.
Arzobispo de Cuenca

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INTRODUCCION 

Cuando encontramos a un amigo, lo correcto es preguntarle, 
primero, cómo está él; y enseguida interesarse por su familia. Sólo 
cuando escuchamos la respuesta pasamos a hablar de otros 
asuntos. Esta costumbre nos viene a decir algo que resulta 
obviamente significativo: para muchos, lo más importante es la 
familia. Porque, para cualquier persona normal, el círculo de su 
propia familia es el pequeño mundo en el que vive toda una serie de 
relaciones decisivas en la vida.
Por eso, vamos a intentar enterarnos de lo que la Biblia nos 
dicen sobre este asunto. Porque parece lógico pensar que, si la 
familia es algo tan importante en la vida de la gente, algo también 
importante dirá la Biblia sobre ella.
Ultimamente son innumerables los libros publicados sobre 
matrimonio y familia, pero llama la atención el vacío que se observa 
cuando uno trata de encontrar estudios competentes que traten de 
iluminar el hecho de la familia a la luz de los criterios bíblicos. Intento 
llenar este hueco, poniendo al alcance del pueblo creyente este 
resumen de algunos pocos estudios bíblicos que he podido 
encontrar. He intentado organizar una "minga" de especialistas. Sus 
ayudas, invalorables, las procuro poner un poco más en sencillo. Y 
como en todo buen trabajo comunitario, al final lo realizado es de 
todos y le sirve a todos.
Veamos, pues, un esbozo de las temáticas familiares que se 
presentan en la Biblia. A partir de este estudio, espero que muchos 
matrimonios se sientan llamados a seguir profundizando en estos 
temas, tan vitales para todos.
Hoy en día existen, gracias a Dios, matrimonios cristianos 
seriamente preparados en Biblia. Ellos son los encargados de 
profundizar, vivir y ayudar a vivir los ideales expresados en la 
Palabra de Dios. Sólo pretendo ayudarles a iniciar o avanzar un 
poquito más en el camino emprendido.

El desafío de la realidad

FAM/REALIDAD-ACTUAL: Será útil comenzar recordando la 
realidad que hoy encontramos en la familia. Esta realidad es un reto 
para nuestra fe. Resulta que muchas veces a la familia tradicional 
se la ha considerado como modelo de familia "cristiana". Pero, si 
nos fijamos en ella detenidamente con la verdad de la humildad, 
veremos que estamos lejos del ideal cristiano. Esta humildad inicial 
nos ayudará a atender mejor el mensaje bíblico sobre la familia.
Si la teología ha tardado en considerar las realidades socio 
económicas como lugar donde vivir y practicar el mensaje bíblico, 
más está tardando aún en ver a la familia como el espacio 
privilegiado en el que se puede y se debe vivir el mensaje de la 
Biblia. Por lo general, al hablar de los valores familiares nos 
contentamos con valores puramente naturales. Parece como si en 
este aspecto la Biblia y, sobre todo, Jesús no tuvieran nada nuevo 
que añadir. 
Es posible que la fe haya llegado poco a la familia en cuanto tal. 
Y es posible también que dentro de la familia tradicional hayamos 
considerado como valores cristianos a realidades que quizás no son 
cristianas.

Aun a riesgo de recargar un poco las tintas, resultará útil 
comenzar fijando la mirada en ciertos aspectos negativos, que 
servirán como telón de fondo para hacer resaltar más nítidamente el 
mensaje bíblico.
En la familia tradicional muchas veces el padre hace de patrón 
indiscutible. La dirección y las decisiones están sólo en sus manos. 
El poder del padre de familia a veces llega a ser prácticamente 
absoluto sobre la mujer, los hijos, la casa y los bienes. Y en la vida 
pública, la mayoría de las veces sólo él se siente llamado al 
prestigio y al poder.
Prácticamente en todos nuestros ambientes populares la esposa 
tiene a veces una condición equivalente a la de una menor de edad, 
sólo que la patria potestad sobre ella la ejerce el marido y no el 
padre. Debe subordinarse al marido, admitiendo sus órdenes y 
tolerando, si es preciso, sus arbitrariedades y abusos.
No hay apenas condiciones para el diálogo. El padre de familia 
se siente llamado a ser duro, sin acceder a blanduras "femeninas". 
Piensa que no debe manifestar sus sentimientos más íntimos; no 
debe rebajar su autoridad, dando razón a los hijos o rebajándose a 
dialogar con ellos de igual a igual; no debe perder nunca la primacía 
en todo, aunque realmente no la tenga. 
La mujer, en cambio, piensa que no debe abandonar jamás su 
natural posición de inferioridad y obediencia. Los hijos, aunque hoy 
estén más preparados y tengan planteamientos nuevos, deben 
callar y transigir; son menores perpetuos, a los que se pide 
obediencia total.
Así resulta que la familia se convierte de hecho en cimiento de 
una sociedad represiva, ya que el mundo en que vivimos está 
organizado de acuerdo a un hecho fundamental: la desigualdad. 
Desde este tipo de familia es posible la existencia de este orden 
sociopolítico y cultural que beneficia a una minoría y oprime a casi 
todos. Ello se justifica ya desde la infancia, pues ese aprendizaje de 
la desigualdad como algo irremediable lo recibe el niño a través de 
los padres. Si los padres hacen suya la ideología del orden 
establecido, ésa sociedad tiene asegurada su reproducción, pero 
una reproducción donde la desigualdad y la opresión serán signos 
característicos.
Se ha dicho, y con razón, que la familia es base y célula de la 
sociedad. ¿Pero de qué tipo de sociedad? ¿De la cristiana? Si sólo 
el padre tiene el poder y la madre se muestra inferior, junto con los 
hijos, entonces la educación será opresiva y los hijos saldrán 
amaestrados para encajar sumisos las injusticias de siempre. Están 
acostumbrados a que uno solo es el que da las órdenes y el que 
maneja la plata.
Afortunadamente también existen familias solidarias, abiertas a 
los problemas de los demás, pero en muchos casos las familias 
viven sus problemas de espaldas a la sociedad, encerradas en la 
realidad exclusiva de los miembros que la componen, sin proyección 
hacia fuera y sin responsabilidades públicas. Se piensa que la 
familia debe funcionar como algo privado, independiente, donde no 
deben llegar los conflictos de la sociedad. Se piensa con frecuencia 
que dedicarse a transformar la sociedad no es tarea de la familia. 
Los compromisos suelen ser sólo a escala personal
Otro dato importante: La familia actual cada vez está más 
atrapada por el consumismo. Una buena parte de los ingresos 
familiares se destina a gastos superfluos, aun a costa de pasar 
necesidad en los rubros básicos de alimentación, vivienda o 
educación. Se vive al ritmo de la propaganda.
Así resulta que la familia cada vez es más reaccionaria, porque 
se presenta tanto más feliz cuanto más consume, cuanto más tiene, 
y resulta que, para conseguir este fin, se doblega ciegamente al 
trabajo. Esta sumisión indica su conformidad total con la sociedad 
actual, su no disposición al cambio y, por tanto, su aprobación de la 
desigualdad y el privilegio. El ideal es tener más que los demás, 
generalmente sin importar mucho los medios.
Esta actitud resulta también real en la mayoría de las familias 
pobres. El no poder consumir al ritmo de la propaganda lo 
consideran ya como una desgracia, lo cual origina frustración y 
conflictos al no poder satisfacer las necesidades superfluas, 
siempre crecientes, de sus miembros. Desesperadamente se lucha 
por entrar en la cultura del tener y del competir.

Otro lastre que acarrea la familia, ya desde muy lejos, es una 
visión poco humana de la sexualidad. Proveniente de épocas 
pasadas, sobrevive entre nosotros una represión social de las 
manifestaciones de la sexualidad. Y al mismo tiempo, los medios de 
comunicación exponen públicamente una sexualidad superficial, muy 
comercializada. Junto a un ocultamiento de la sexualidad, que 
encierra la idea de que lo sexual es pecaminoso, hay exhibición 
pornográfica de la relación sexual.
En los sectores populares se mantiene una gran ignorancia 
acerca de la sexualidad humana. Se desconocen los mecanismos 
biológicos y sus repercusiones físicas y psicológicas... Se tiene 
miedo a conocer. La sexualidad se queda frecuentemente a nivel de 
instinto; no se quiere desvelar su misterio humano y religioso. Con 
frecuencia se dan resistencias en contra de una sana educación 
sexual y más aún a tratar el tema desde el punto de vista religioso.
Es muy frecuente, debido en gran parte a la falta de formación en 
este aspecto, que las parejas no tengan un comportamiento sexual 
satisfactorio. El hombre, mal educado desde su infancia, busca su 
placer personal; la mujer, externa e internamente reprimida, no 
experimenta satisfacción sexual, y muchas veces considera que el 
placer es sólo para el hombre, y que ella se degradaría, si lo 
buscase. Este comportamiento sexual lleva a una profunda 
insatisfacción, que trae consecuencias graves para la vida familiar.

Pero el punto básico, en la mayoría de los casos, es la falta de 
un amor maduro. El mal empieza con que en muchos ambientes 
nuestros los jóvenes no tienen chance de conocerse y tratarse con 
suficiente sinceridad y libertad. Muchos matrimonios, por ello, se 
realizan de modo forzado, sin suficiente amor, ni un estado 
razonable de madurez. Además, una vez pasados los primeros 
entusiasmos iniciales, en la mayoría de las veces, se da una falta 
total de pedagogía en la marcha gradual del crecimiento en el amor. 

El tema básico de la educación del amor apenas entra dentro del 
ámbito de la fe, ni en la educación que dan los padres a los hijos. La 
mayoría de los matrimonios llamados cristianos no tienen ni idea de 
lo que dice la Biblia sobre temas familiares. No hay un cultivo de la 
fe en este aspecto. 
Se podrían plantear otros muchos puntos de vista. Pero basta 
con insinuar éstos. Sólo pretendemos indicar la llaga con el dedo, 
sin siquiera tocarla. Nuestro fin es ayudar a curarla.
La crisis actual de la familia puede crear en nosotros una 
sensación de angustia e impotencia. Sin embargo, toda crisis puede 
ser vivida desde la fe como motivo de gracia y posibilidad de 
evangelización. Es una ocasión de renovación evangélica. Por eso 
intentamos realizar una lectura creyente de la realidad actual de la 
familia, a la luz del mensaje bíblico. 
La familia es hoy quizás más frágil y vulnerable, pero en ello se 
nos ofrece una oportunidad mayor para que la fe pueda desarrollar 
su fuerza salvadora. Necesitamos crear una alternativa creyente a la 
familia actual. 
La Biblia puede ayudar a iluminar y a solucionar, aunque sea en 
parte, tanta desorientación existente. Son muchas las personas que 
piden ayuda en esta materia. Porque, ciertamente, en muchos 
casos, hay muy buena voluntad.

Preguntas para el diálogo 
1.- ¿Cuáles son los problemas principales de nuestras familias?
2.- ¿En qué medida los padres de familia son los únicos en la 
casa que dan órdenes y manejan la plata?
3.- ¿Hasta dónde estamos en nuestra casa esclavizados al 
consumismo? Analizar en qué empleamos el dinero y en qué 
deseamos emplear aún más.
4.- ¿Nos preocupamos de seguir creciendo en el amor 
matrimonial y familiar? ¿Hacemos algo para educarnos mejor en el 
amor?
5.- ¿Tenemos claros los valores que, según el Evangelio, deben 
acompañar a una familia cristiana? ¿Nos quedamos sólo en los 
valores "naturales"? Procuremos hacer una lista de nuestra 
jerarquía de valores: ¿qué es lo que de hecho estimamos más en la 
familia y qué, lo que menos estimamos?

A - ANTIGUO TESTAMENTO 

FAM/AT: En el momento en el que comienza la revelación bíblica, 
la situación de la familia entre los hebreos no se diferenciaba gran 
cosa de la de sus vecinos. Ciertamente dejaba mucho que desear a 
la luz de nuestra mentalidad actual. Y, sin embargo, Dios conseguirá 
resultados extraordinarios mediante una pedagogía sensacional 
basada en la dialéctica exigencia-condescendencia.
Yavé demostró una paciencia infinita con su pueblo. Conociendo 
sus debilidades, contó con aquellas personas concretas para 
realizar sus planes. No le importará esperar siglos hasta conseguir 
las metas deseadas. No quemó etapas, ni pisoteó tradiciones 
culturales de aquellos pueblos.
La paciencia de Dios no se confunde con la pasividad, o el 
fatalismo. Desde el primer momento se pone al trabajo para 
transformar a su pueblo y prepararlo poco a poco a la plena 
revelación del amor. 
Jesús no hubiera podido dar su mensaje acerca de la familia en 
tiempos de Abrahán. Ni los tiempos ni los hombres estaban 
entonces maduros para ello. Pero tampoco lo hubiera podido dar, si 
Dios desde Abrahán no hubiera desencadenado ese proceso 
dialéctico de la exigencia-condescendencia. Con una gran paciencia 
que duraría siglos, Dios empezó a exigirles valientemente el ideal, 
aun a sabiendas de que sólo después de siglos podría recoger la 
cosecha de esa semilla.
En el tema de la familia, como en cualquier otro tema, es 
necesario tener siempre en cuenta que no basta la enseñanza 
aislada de una frase o un libro de la Biblia para recibir ya un 
mensaje completo. La visión acerca de la familia de los primeros 
escritos no puede ser idéntica, por ejemplo, a la que aparece en los 
libros sapienciales o en el Nuevo Testamento. Para entender 
correctamente lo que la Biblia afirma sobre la familia es necesario 
entenderla en todo su conjunto, conscientes siempre de que la 
cumbre de la revelación está en Jesús.

1 - LOS PRIMEROS TESTIMONIOS 

El pueblo judío, a quien Dios quería educar para el amor, era 
ingenuo y primitivo. Por eso la pedagogía de Dios se apoyó 
inicialmente en testimonios concretos. Entonces no era el momento 
de ideologías y doctrinas abstractas. Aquellos hombres elementales 
no estaban preparados para una reflexión de carácter teórico. En 
cambio, el ejemplo concreto y vital les iba muy bien. 
Siguiendo esta pedagogía, Dios presenta al pueblo hebreo unos 
prototipos históricos de amor conyugal: el ejemplo de Abrahán y 
Sara (Gn 17,15-22; 18,1-15; 20; 21,1-21; 23), de Isaac y Rebeca 
(Gn 24), de Jacob y Raquel (Gn 29,6-30), de Moisés y Séfora (Ex 
2,16-22), de David y Micol (1 Sam 19,11-17). Las grandes figuras 
de la historia de Israel, los padres del pueblo, han amado de un 
modo grandioso y ejemplar. Su testimonio será un estímulo para el 
resto del pueblo. 
Quizás para nuestra mentalidad actual la ejemplaridad de estos 
personajes no nos convence plenamente. Sus vidas contienen 
aventuras extrañas a nuestro modo de concebir el matrimonio y la 
familia. Pero no por eso dejan de ser testimonios maravillosos de 
amor entre un hombre y una mujer, y mucho más en aquel tiempo. 
Un dato importante de estos primeros tiempos es que Dios 
comenzó el proceso de revelación bíblica a partir de experiencias 
religiosas familiares. "El Dios de los padres" es un Dios familiar. 
Para hablar de la cercanía de Dios se usan expresiones de la vida 
familiar. Se habla de Dios en relación a las realidades familiares y 
de grupo, y no en relación a las necesidades del Estado. Dios está 
íntimamente relacionado con los elementos vitales para el grupo 
familiar: nacimientos, vida de los hijos, relaciones y tensiones entre 
esposos, mujeres, hermanos y parientes. La historia más extensa 
del Génesis habla justamente de un casamiento (Gn 24). Se da 
gran importancia a las genealogías y a las muertes de los 
familiares.
El Dios que va junto, que permanece ligado al grupo familiar, que 
está donde están los suyos, es una de las principales 
características de "la religión de los padres". Y el Dios que 
acompaña, va también al frente de ellos. El prevé el nuevo lugar de 
pastoreo y de sobrevivencia.
Los cultos están también centrados en la vida familiar: 
nacimiento, casamiento, hijos, muerte. Y las funciones sacerdotales 
son realizadas por los miembros de la familia. 
La religión de los patriarcas tiene, pues, características de una 
religión familiar. Es importante tenerlo en cuenta. Si pretendemos 
poner en marcha un nuevo proceso de evangelización, hemos de 
comenzar por la familia. Así lo hizo el mismo Dios 

2 - LA PAREJA HUMANA

La pareja en los primeros relatos del Génesis

H/CREACION: En el Génesis encontramos dos relatos de la 
creación de la pareja humana.
El segundo, el yavista (Gn 2,4b-25), es más antiguo e ingenuo, 
lleno de metáforas plásticas y concretas, quizás redactado en 
tiempos de Salomón. El otro, el primero en la redacción actual (Gn 
1,1-2,4a), es más reciente y elaborado, pero más abstracto, 
redactado seguramente por sacerdotes en tiempo del destierro de 
Babilonia. No es éste el lugar para detenernos a examinar las 
diferencias y complementaciones de las dos narraciones.
En los dos relatos se nos presenta el ideal que Dios tiene sobre 
la pareja humana. Como contrapartida de aquellos ambientes 
familiares bastante negativos, parece que Dios piensa que lo mejor 
es proponerles un gran ideal, prácticamente una utopía, que sólo al 
final de los tiempos se podrá realizar plenamente.
Esta utopía del amor del Génesis ha supuesto siempre una gran 
fuerza motriz para el pueblo judío y para toda la humanidad.
Hombre y mujer son creados a imagen y semejanza de Dios. El 
amor se ve en este contexto orientado ante todo a la procreación 
(hacen falta brazos para trabajar) como base para el dominio del 
mundo:
"Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. 
Manden a los peces del mar, a las aves del cielo y a cuanto animal 
viva en la tierra" (Gn 1,28). 
El poder, participado por Dios, de traer al mundo seres humanos 
es quizás la mayor bendición que nos ha dado Dios. Y esta 
bendición abarca todo el proceso educativo que hay que desarrollar 
en el niño y en el joven hasta que maduran en una nueva 
personalidad. 
En el marco grandioso de estas primeras páginas del Génesis, la 
reflexión sobre la creación está llena de un optimismo extraordinario. 
Cuando Dios deja posar los ojos en su obra, capta su bondad y 
pureza internas. Cada una de las realidades que han ido brotando 
de sus manos amorosas quedan consagradas como buenas y, en el 
caso de la pareja, como "muy buenas".
Estos textos revelan la presencia directa de Dios en la formación 
de la pareja humana. Los dos explican esta intervención divina de 
una manera directa: "Dijo Yavé: No es bueno que el hombre esté 
solo. Haré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude... 
Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se 
durmió. Y le sacó una de sus costillas, tapando el hueco con carne. 
De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y 
la llevó ante el hombre" (Gn 2,18.21-22). En el segundo texto se 
descubre la misma voluntad soberana: "Dijo Dios: Hagamos al 
hombre a nuestra imagen y semejanza... Y creó Dios al hombre a su 
imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó" (Gn 
1,26-27). Según ambas descripciones, la creación del hombre, en 
su doble cualidad de varón y mujer, no tiene su origen en ningún 
principio mitológico, ni su dimensión sexual ha sido causada por 
algún poder maligno, sino que todo es fruto de la palabra creadora 
de Dios.
El relato más antiguo de la creación de la pareja (Gn 2,21-24), 
lleno de imágenes poéticas, contiene datos interesantes para 
comprender el significado de la atracción entre el hombre y la mujer. 
Parece como si la soledad del hombre por primera vez produjera en 
Dios la impresión de que algo no estaba bien en su obra creadora: 
"No es bueno que el hombre esté solo. Haré, pues, un ser 
semejante a él para que lo ayude" (Gn 2,18). Dios no acepta como 
un bien que el hombre sea un ser solitario. 
La presencia de los animales no había bastado para solucionar 
la soledad humana, a pesar de su dominio y superioridad sobre 
ellos. En los animales el hombre "no encontró un ser semejante a él 
para que lo ayudara" (Gn 2,20). Justo en el momento en que les 
impone nombre como signo de su poder, siente de modo especial la 
necesidad de una ayuda, y el sentimiento de esta soledad le domina 
sobre el gozo mismo de su soberanía.
En esta situación es cuando la mujer se hace presente como 
gran regalo de Dios. El sueño profundo que sufre primero el 
hombre, anuncia, como en otras ocasiones, un gran 
acontecimiento:
"¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su 
nombre será Varona, porque del varón ha sido tomada. Por eso el 
hombre deja a sus padres para unirse a una mujer, y formar con ella 
un solo ser" (/Gn/02/21-24).
El grito de exclamación manifiesta una alegría inmensa al haber 
encontrado por fin el reflejo suyo, la compañera y ayuda que 
anhela; lo único que ha podido elegir y hacia lo que se siente 
atraído entre todos los seres que acaban de desfilar ante él. Acaba 
de brotar una comunidad más fuerte que ninguna otra, en la que los 
dos tienden a identificarse en un solo ser.
La ayuda y comunión es claro que no se refiere sólo a una 
atracción sexual. El diálogo que aquí aparece entre el hombre y la 
mujer tiene resonancias afectivas y personales mucho más íntimas. 
Cuando el Antiguo Testamento afirma que la mujer es la ayuda del 
hombre, su significado es de una gran profundidad. Esta "ayuda" se 
traduce en roca firme en la que apoyarse, luz que ilumina, escudo 
que defiende, auxilio en quien confiar, fortaleza de los débiles, 
escucha atenta y cariñosa... Por ello el Eclesiástico, haciendo una 
alusión a este texto del Génesis, da también al encuentro con la 
mujer un horizonte muy amplio de ayuda:
"La belleza de una mujer alegra el rostro y supera todos los 
deseos del hombre. Si habla siempre con bondad y mansedumbre, 
su marido es el más feliz de los hombres. El que consigue esposa 
principia su riqueza, pues tiene una ayuda semejante a él, una 
columna para apoyarse. Por falta de cierres la propiedad es 
entregada al pillaje; sin mujer, el hombre gime y va a la deriva" (Eclo 
36,24-27).
La llamada recíproca entre el hombre y la mujer queda orientada, 
desde sus comienzos, hacia esta finalidad. Por una parte, es una 
relación íntima, un encuentro en la unidad, una comunidad de amor, 
un diálogo pleno y totalizante, cuya palabra y expresión más 
significativa se encarna en la entrega corporal. Además, esa misma 
donación se abre hacia una fecundidad que brota como 
consecuencia del amor. 
Cuando Jesús en cierta ocasión se refirió a un problema 
conyugal, acudió a este proyecto primero como el modelo típico que 
había de mantenerse por encima de todas las limitaciones humanas: 
"¿No han leído aquello? Ya al principio el Creador los hizo varón y 
hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá 
a su mujer y serán dos en un solo ser. De modo que ya no son dos, 
sino un solo ser" (Mt 19,4-5).

Algunas partes del mandato del Génesis se han cumplido ya 
substancialmente, como la necesidad de poblar la tierra. Algo se 
domina ya a la creación a través de la técnica. En cambio, el 
mandato de unidad total entre hombre y mujer en muchos de los 
casos está aún muy lejos del ideal. Se diría que entre las cosas nos 
movemos a gusto, pero que entre las personas somos un desastre. 
Por ello no es nada extraño que el capítulo tercero del Génesis 
hable de pecado refiriéndose en concreto al problema de la unión. Y 
ése es el punto en el que insiste Jesús en la cita que acabamos de 
ver.

La tragedia del pecado 
P-O/TRAGEDIA: A pesar de su optimismo, la Biblia no cierra los 
ojos a la trágica realidad: frente al mundo luminoso de la creación 
se alzan las sombras de matrimonios llenos de problemas, la familia 
dividida y la misma sexualidad corrompida. 
El origen de este desorden es el pecado, que rompe la bondad y 
armonía de la creación. El egoísmo, la concupiscencia, el deseo 
descontrolado de tener son algo propio de nuestra naturaleza, débil 
y corrompida.
El relato de la caída de Adán y Eva va metido en medio de dos 
afirmaciones paralelas contradictorias. La primera cierra el anuncio 
gozoso de la comunidad nueva y grandiosa que acaba de nacer en 
el matrimonio: "Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, 
pero no sentían vergüenza" (Gn 2,25). La segunda afirmación, 
colocada inmediatamente después de la caída, indica el cambio que 
se había realizado: "Se le abrieron los ojos a los dos, y descubrieron 
que estaban desnudos" (3,7). Con el desorden nacía en ellos el 
sentimiento de culpa.
Según el ideal, la pareja estaba construida sobre una solidaridad 
perfecta. El hombre había acogido a la mujer con un grito de alegría 
(Gn 2,23); pero ahora le echa culpa a "la mujer que me diste por 
compañera" (Gn 3,22). Ya no forman los dos un solo ser. La ruptura 
realizada exige que la palabra de Dios se dirija a cada uno por 
separado para escuchar su propia condena (3,6-17). 
El sufrimiento en lo más esencial de la humanidad -maternidad y 
trabajo- sustituye al gozo anunciado de la fecundidad y del dominio 
sobre la tierra (2,28). Es que la pareja, modelo de unidad y 
compenetración, está resquebrajada en su base. El egoísmo 
instalado en lo más profundo del ser humano, hace difícil la actitud 
de apertura y entrega amorosa. No es extraño entonces que la 
sexualidad adquiera una tonalidad sombría, y se convierta en algo 
considerado como impuro y malvado. Veamos una breve explicación 
sobre los pecados sexuales según el Antiguo Testamento.

El sexto mandamiento: mutua dignificación
MDT-06: El sexto mandamiento según el Exodo dice 
textualmente: No cometerás adulterio" (Ex 20,14). Para entender 
este mandato del Señor es necesario hacer referencia al motivo del 
Exodo, con su perspectiva de liberación y alianza. Por olvidar su 
contexto histórico con frecuencia se ha dado a este mandamiento 
un sentido legalista erróneo. La intención del sexto mandamiento es 
proteger el bienestar del matrimonio y, consiguientemente, de la 
familia. 
Los israelitas habían salido de Egipto con la fe puesta en Dios 
para formar un pueblo de hermanos. Para ello había que liberarse 
de toda opresión; y una raíz profunda, reproductora de opresión, 
metida dentro de la propia familia, es el hombre que se cree 
superior a la mujer, la domina y traiciona su amor.
En el sexto mandamiento, la ley de Dios muestra de un modo 
especial su profundidad. El cambio que quiere realizar en la 
sociedad es radical. La relación entre las personas debe cambiar 
totalmente. Debe convertirse en una relación de igual a igual, 
relación de amor y fraternidad. Y esta relación debe nacer desde el 
núcleo más íntimo de la vida: la relación hombre-mujer. ¡Es en la 
igualdad fundamental entre el hombre y la mujer y en el amor fiel 
entre los dos, donde se empieza a construir el Reino de Dios!
Por ello en los profetas la infidelidad matrimonial se compara a la 
infidelidad de Israel con Yavé. Y se acentúa, por lo contrario, la 
fidelidad permanente de Dios hacia su pueblo. El amor humano y el 
amor divino son dos realidades íntimamente unidas, que se iluminan 
y se fomentan recíprocamente. Por ello es tan importante la 
fidelidad al amor. 
MA/SIGNO-A-D: Por eso se considera al matrimonio como 
sacramento, es decir, como signo del amor de Dios, no sólo para los 
cónyuges y sus hijos, sino para todo el pueblo. Y el objetivo 
primordial del sexto mandamiento es preservar la comunidad de 
amor formada por un hombre y una mujer, que ha de ser una 
imagen de la fidelidad de Dios.
Este ideal nunca fue alcanzado en el Antiguo Testamento. El 
machismo fue más fuerte, y residuos de ello quedan en algunos 
textos bíblicos. Pero Jesús retomó el ideal y lo llevó a su perfección, 
como veremos más adelante.

Por mucho tiempo el sexto mandamiento ha sido reducido a la 
práctica de la castidad, entendida como un esfuerzo por respetar el 
propio cuerpo. La Biblia, aun en el Antiguo Testamento, quiere más 
que esto. Quiere que sea respetada la imagen de Dios en el ser 
humano. Esta imagen aparece más plenamente cuando el hombre y 
la mujer llegan a un respeto mutuo y el amor entre ambos no es 
pretexto para dominar al otro, sino motivo de crecimiento igualitario 
y armonioso para los dos.

Sexualidad-humana 
Las dos fuentes de la moral católica han sido siempre la Palabra 
de Dios explicada por la Iglesia y la reflexión humana sobre las 
exigencias de la ley natural. Sin embargo, cuando queremos 
catalogar la gravedad de un pecado, no basta acudir con 
ingenuidad a cualquier cita de la Escritura, pues la cultura en que 
ella se mueve no corresponde siempre a nuestras circunstancias 
actuales. La visión que aparece en la Biblia sobre el sexo ilumina y 
fundamenta la reflexión posterior, pero a veces no se puede 
concretar la importancia de cada conducta concreta. La Escritura no 
tiene una enseñanza detallada sobre conducta sexual, pero 
ciertamente aporta respuestas importantes a los interrogantes que 
hoy nos formulamos. Por ello no puede dejarse a un lado la 
meditación sobre el significado del sexo para descubrir el valor ético 
pisoteado en ciertas conductas.
La moral tradicional ha clasificado con exactitud los pecados en 
esta materia. Cualquier comportamiento aislado solitario 
(masturbación), o con personas del mismo sexo (homosexualidad), 
sin amor (prostitución), o sin estar ya institucionalizado (relaciones 
prematrimoniales), que nieguen la procreación (anticonceptivos), o 
la infidelidad del matrimonio (adulterio), lo considera siempre 
pecado grave. 
En abstracto no podemos negar la objetividad de estas 
afirmaciones. Cualquiera de ellas señala un atentado contra alguna 
de las exigencias de la sexualidad humana. Cerrarse al amor o a su 
tendencia fecunda es la razón de fondo para cada una de esas 
condenas. La persona que no se preocupa por evitar los riesgos del 
instinto descontrolado y de integrarlo armoniosamente en su 
personalidad, está cerrada a un valor serio y trascendente y niega 
una exigencia básica del ser humano.
La sexualidad no es un medio de satisfacción privada, ni una 
especie de estupefaciente al alcance de todos, sino una invitación a 
la persona para que salga de sí misma. La realización de lo sexual 
no adquiere valor ético sólo porque se lo realice "conforme a la 
naturaleza", sino cuando ocurre conforme a la responsabilidad que 
tiene una persona frente a otra, ante la comunidad humana y ante 
el futuro. La sexualidad aparece, según la visión bíblica, como una 
posibilidad de encuentro y de apertura al otro.
Según esta visión, no se pueden dar unas normas cuadriculadas 
sobre cuándo hay ofensa a Dios y si esta ofensa es grave o leve. 
Depende mucho de la actitud que se tome. Y ello no quiere decir 
que pretendamos negar o disminuir la importancia de las faltas en 
este terreno. La sexualidad tiene una función decisiva en la 
maduración de la persona y en su apertura a la comunidad humana. 
Una negación teórica o práctica del significado profundo del sexo 
constituye un desorden grave por atentar contra una estructura 
fundamental del ser humano.
Lo que resulta difícil de aceptar es la norma tradicional de que la 
más mínima falta sexual constituye objetivamente un pecado grave. 
La malicia del acto radica en la renuncia a vivir los valores de la 
sexualidad. Si una conducta aislada no llegara a herir gravemente el 
sentido de la sexualidad humana, no parece que ello se pueda 
considerar un pecado grave, aunque de hecho sí sea una falta 
contra el orden establecido por Dios.
En concreto, en el Antiguo Testamento, que ahora vemos, hay 
una condenación muy expresa contra el adulterio. La podemos 
constatar, además del texto de los mandamientos, en Dt 22,22-27; 
Jer 7,9; Mal 3,5; Prov 6,24-29; Eclo 23,22-26.
A lo largo de todo el Antiguo Testamento se encuentran cantidad 
de prescripciones referentes a temas tocantes a la sexualidad. 
Muchas de ellas son normas culturales y aun higiénicas. Sería 
fastidioso enumerarlas. Podría verse un resumen de ellas en 
Levítico 20,10-21. Casi ninguna de ellas nos atañen a nosotros, ya 
que nuestra cultura es muy diferente.
La prostitución no es objeto de censura especial (Gn 38,15-23; 
Jue 16,1), pero la literatura sapiencial, mostrando un progreso 
evidente, pone en guardia contra sus peligros (Prov 23,27; Eclo 9,3- 
4; 19,2).
Existen testimonios que consideran a la homosexualidad como 
conducta contraria a los designios de Dios (Dt 23,18; Lev 18,22; 
20,13; Jue 19,22-30; 1 Re 14,24; Gn 19,1-29). Es atacada 
duramente la bestialidad (Ex 22,18; Lev 18,23; 20,15-16; Dt 27,21). 
Adulterio, homosexualidad y bestialidad eran consideradas 
conductas dignas de pena de muerte.
Jesús, como veremos más adelante, ahonda las prescripciones 
del Antiguo Testamento, alcanzando al pecado en su raíz, que es el 
deseo que proviene de dentro (Mt 5,28; 15,19). Pero su mayor 
avance radica en la comprensión con que trata al pecador, muestra 
visible de la misericordia del Padre Dios. 

Preguntas para el diálogo
1. Contemos también nosotros, al igual que nuestros primeros 
padres, algunos ejemplos de matrimonios que se han querido de 
veras.
2. Realicemos entre todos un comentario a los dos primeros 
capítulos del Génesis. ¿Qué mensaje nos da a nosotros como 
pareja? 
3. Reinterpretemos el mensaje del sexto mandamiento. ¿Cómo lo 
entendíamos antes y cómo lo entendemos ahora? 


3 - EL MATRIMONIO COMO SIMBOLO DE LA ALIANZA: LOS 
PROFETAS

MA/ALIANZA ALIANZA/MA: Los profetas dan nuevos pasos en 
el proceso de la revelación. Recuerdan sin cesar que el amor de 
Dios por los hombres es la razón última de su comportamiento. Pero 
lo inédito hasta ese momento es usar el matrimonio como signo e 
imagen de la Alianza entre Dios y el pueblo.
Dios es presentado como esposo y el pueblo como esposa. Dios 
es el esposo fiel que nunca falla y el pueblo es la esposa siempre 
amada, aunque casi siempre es infiel y a veces llega a ser una 
verdadera prostituta. Tan fuerte es la vinculación de la Alianza con 
el matrimonio, que se emplea la misma palabra, berith, para 
designar a ambos.
El matrimonio ganará extraordinariamente con este 
descubrimiento. No será ya algo sin importancia, sino un verdadero 
misterio religioso. La mujer, poco a poco, dejará de ser vista como 
una cosa que se compra y se tira cuando deja de interesar al 
hombre, pues es amada por Dios entrañablemente. La alianza entre 
hombre y mujer debe reflejar el amor de Dios a su pueblo.

Un testimonio de fidelidad: Oseas
Oseas es el primero que utiliza lenguaje matrimonial para explicar 
la comunidad de amor entre Yavé y su pueblo. Su matrimonio se 
convierte en símbolo de la verdad que predica. El toma por esposa 
a una prostituta. La ama de veras. Pero después de algún tiempo, 
ella le abandona para seguir su vida anterior. 
Cuando Oseas se ve traicionado por su esposa y a pesar de ello 
siente que la sigue amando, se da cuenta de que eso era 
exactamente lo que sucedía entre Dios y su pueblo: Dios seguía 
amando a aquel pueblo a pesar de sus infidelidades. "Ama a una 
mujer amante de otro y adúltera, como ama el Señor a los israelitas, 
a pesar de que siguen a dioses extranjeros" (3,1). Esto le llevó al 
profeta a mantener su fidelidad a pesar de la traición. Así, cuando la 
gente le preguntaba por qué no la denunciaba públicamente para 
poderle dar todos a pedradas el castigo que merecía, Oseas les 
respondía: Porque quiero que entiendan con mi actitud que la 
fidelidad de mi amor traicionado es un signo y una manifestación del 
amor de Dios, fiel a su pueblo a pesar de no ser correspondido. En 
los tres primeros capítulos del libro de Oseas puede verse con qué 
fuerza aparece su amor traicionado y su firme decisión de perdón y 
fidelidad.
Cuando habla de infidelidad conyugal del pueblo se refiere 
concretamente a la idolatría: ellos habían prometido, en la Alianza, 
que Yavé sería su único Dios, y, en contra de lo pactado, van tras 
dioses ajenos. "El país está prostituido y alejado del Señor" (1,2). 
Ninguna palabra mejor para expresar este hecho que el "adulterio", 
pues se trata de una auténtica infidelidad; y, para proclamar el 
cariño de Dios a su pueblo, ningún otro símbolo más expresivo e 
hiriente que la fidelidad matrimonial de Oseas.
A pesar de las leyes en contra, él busca a su esposa y vuelve 
junto a ella, la recibe y la perdona con un cariño impresionante. "La 
volveré a conquistar, llevándomela al desierto y hablándole al 
corazón" (2,16). "Me casaré contigo para siempre, me casaré 
contigo a precio de justicia y derecho, de afecto y de cariño" 
(2,21).
Un matrimonio conflictivo concreto ha servido de vehículo para el 
conocimiento de una verdad sobre Dios; a través de una 
experiencia tan dramática, el amor de Dios se ha hecho más 
comprensible. Y como contrapartida, se profundiza el misterio de la 
fidelidad y del perdón conyugal.

La imagen del adulterio en Jeremías 
El libro de Jeremías emplea también de manera constante el 
símbolo del matrimonio. El pecado de Israel, su infidelidad, su 
idolatría, los excesos sexuales ligados al culto a Baal, quedan 
estigmatizados en la alegoría de la unión conyugal.
Presenta un primer momento de nostalgia, refiriéndose a los 
intentos de reforma de Josías: "Recuerdo tu cariño de joven, tu 
amor de novia, cuando me seguías por el desierto" (2,2). Pero las 
infidelidades posteriores cambian por completo el panorama de 
esperanzas e ilusiones: "Igual que una mujer traiciona a su marido, 
así me traicionó Israel" (3,20). "Si un hombre repudia a su mujer, y 
ella se separa y se casa con otro. ¿Volverá él a ella? ¿No está esa 
mujer infamada? Pues tú has fornicado con muchos amantes, 
¿podrás volver a mí?" (3,1). 
Sin embargo, a pesar de tantas amenazas, el profeta termina 
señalando la fidelidad infinita de un amor que no se acaba ni se 
consume: "Con amor eterno te he amado; por eso prolongué mis 
favores contigo. Volveré a edificarte y serás reedificada" (31,3- 4). 
En el horizonte de Jeremías se vislumbra a lo lejos la nueva y 
definitiva Alianza que traerá Jesús: "Pondré mi ley en su interior, la 
escribiré en sus corazones; y yo seré su Dios y ellos serán mi 
pueblo" (31,33). 
De nuevo un profeta, Jeremías, presenta al matrimonio como 
prototipo del amor entre Dios y su pueblo. Esta vez está también 
presente el sentido de perdón por parte de uno de los cónyuges. Y 
algo más aún: el deseo de ayudar a regenerar a la parte infiel: 
"Volveré a edificarte..." Así la fe en el Dios de los profetas se vuelve 
sumamente exigente...

La alegoría de Ezequiel y los cantos del segundo Isaías
Estos dos profetas actúan durante el destierro. La humillación del 
pueblo infiel florece en un nuevo canto de consuelo, de esperanza y 
de amor de Dios hacia su pueblo. 
El profeta Ezequiel, en su capítulo 16 reproduce la historia de 
Israel con una ternura impresionante. El pueblo elegido aparece 
como una niña recién nacida, desnuda y abandonada en pleno 
campo, cubierta por su propia sangre, sin nadie que le ofrezca los 
cuidados y el cariño necesario. Dios pasa junto a ella, la recoge y la 
cuida hasta llegar a enamorarse: "Te comprometí con juramento, 
hice alianza contigo... y fuiste mía" (16,8). La descripción es 
ampliada con los múltiples y valiosos regalos dados por Yavé, que le 
dan el esplendor de una reina. La unión parece afirmada aún más 
por el nacimiento de hijos e hijas (16,20). 
Pero el pago vuelve a ser la prostitución, efectuada de una 
manera constante: "En las encrucijadas instalabas tus puestos y 
envilecías tu hermosura..." (16,26). "Con todas tus abominables 
fornicaciones, no te acordaste de tu niñez..." (16,22). Todo ello irrita 
profundamente a Dios (16,22). Es más, en lugar de cobrar, ella 
misma ofrece los regalos de su matrimonio para atraer a sus 
amantes: "Eras tú la que pagabas y a ti no te pagaban; obrabas al 
revés" (16,34).
Pero la esperanza queda de nuevo abierta por el arrepentimiento 
y el perdón: "Me acordaré de la alianza que hice contigo cuando 
eras joven y haré contigo una alianza eterna" (16,60).
Los cantos del segundo Isaías reproducen las mismas líneas: 
"Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; 
como a esposa de juventud, repudiada -dice tu Dios-. Por un 
instante te abandoné, pero con un gran cariño te reuniré" (54,6- 7). 
"No se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará" 
(54,10). El resultado de este matrimonio restablecido será extensible 
a toda la humanidad (54,1-3). 
De los profetas del destierro podemos sacar de nuevo la 
exigencia de perdón por parte del ofendido. Pero aquí hay también 
un llamado al reconocimiento de la culpa. Es la condición para que 
el perdón se haga efectivo.

Significado simbólico de la entrega conyugal
Para nosotros lo importante de todo este lenguaje profético 
reside en su presupuesto de base. Si los profetas se han valido del 
matrimonio para que el hombre vislumbre la realidad de sus 
relaciones con Dios, es necesario que el amor conyugal sea capaz 
de describir el misterio de la Alianza entre Dios y los hombres. El 
matrimonio debe adquirir esa densidad significativa. Como gesto y 
experiencia humana debe estar lleno de este valor trascendente: 
ser signo e imagen de la amistad y el cariño divino. La historia de un 
amor conyugal, con sus progresos y crisis, con sus gozos y 
tinieblas, es el reflejo de una intimidad profundamente misteriosa. El 
corazón de Dios se nos hace de esta manera más comprensible.
Al proclamar este mensaje de salvación, los profetas nos han 
iniciado también a una teología del matrimonio y han acentuado con 
una fuerza extraordinaria, aunque sin buscarlo de manera directa, 
cuál debe ser el significado de la entrega conyugal. Debe existir una 
semejanza creciente entre el amor de Dios y el amor entre esposos, 
fiel y misericordioso, hasta las últimas consecuencias. Amor que no 
sólo se demuestra en los buenos momentos, sino también, y de una 
manera muy especial, sabiendo perdonar y olvidar.
La lección profética sobre el amor conyugal no se refiere sólo a 
su aspecto espiritual, sino que abarca también la relación más 
íntima. Sabemos que el verbo utilizado por la Biblia para expresar la 
donación corporal es "conocer", y Dios se queja constantemente de 
que su pueblo no lo conoce. "Conocer un hombre a su mujer" nos 
evoca, por tanto, un hondo sentido de intimidad, de entrega 
profunda en todos los órdenes, de revelación progresiva y recíproca 
hasta formar una sola carne, una sola vida, un solo ser.
Que los profetas hablen de la infidelidad de la esposa, no quiere 
decir que ataquen solamente las infidelidades femeninas, y no las 
masculinas. Se trata sólo de una comparación, en la que el pueblo 
está representado por la esposa y Yavé es el esposo. 
Respecto a infidelidades concretas de los hombres, encontramos 
una cita muy elocuente en el profeta Malaquías: "Yavé es testigo de 
que tú has sido infiel con tu esposa, a la que amabas cuando eras 
joven. Ella, a pesar de todo, ha sido tu compañera, y con ella te 
obliga un compromiso. ¿No ha hecho Dios de ambos un solo ser 
que tiene carne y respira? Y este ser único, ¿qué busca sino una 
familia dada por Dios? No traiciones, pues, a la mujer de tu 
juventud" (Mal 2,14-15).

Preguntas para el diálogo
1. ¿Habíamos pensado alguna vez que el amor matrimonial debe 
ser símbolo del amor que tiene Dios a su pueblo? ¿Lo es en 
realidad? Dialogar sobre ello.
2. Repasar los textos de Oseas y conversar sobre qué es lo que 
quiere enseñar este profeta. 
3. Profundizar sobre la relación que existe entre infidelidad e 
idolatría. 
4. ¿Qué nos enseñan los profetas sobre el perdón del cónyuge 
ofendido hacia la parte infiel? Buscar citas y aterrizar en casos 
actuales.
5. ¿Qué añade en esta materia un profeta al otro?


4 - LA LITERATURA SAPIENCIAL 

Los libros sapienciales de la Biblia muestran una faceta 
profundamente humana de la familia. La mayor parte de estos libros 
nacieron de la comunidad judía de Alejandría, en contacto con la 
civilización griega, de mentalidad bastante diferente a la judía de 
Palestina.
La fecundidad no aparece como un bien absoluto, ni la 
esterilidad, por tanto, es considerada como maldición. Desaparece 
en gran parte la poligamia. Y se abre el horizonte a nuevas 
perspectivas dentro de la familia. Se acentúa, sobre todo, la 
grandeza del amor conyugal y el relieve que toma la mujer como 
ayuda y compañera. En esta nueva situación de diáspora se cultiva 
un tipo de amor más íntimo e interpersonal. Los libros sapienciales 
subrayan la importancia de la mujer fuerte, la mujer de la primera 
juventud, la mujer de su casa. Con un gran respeto a la mujer y al 
mismo tiempo con un conocimiento existencial de ella.
Se da, además, especial importancia a la atención a los padres 
ancianos y a la educación de los hijos. 
Veamos algunas citas sobre todo esto.

Dignificación de la mujer

Los autores sapienciales describen lo que significa la mujer en la 
vida del hombre. "Quien encuentra mujer, encuentra un bien, 
alcanza favor del Señor" (Prov 18,22). "Vale mucho más que las 
perlas" (Prov 31,10).
Se resalta de manera especial el papel que la esposa tiene 
dentro de la casa. De ella depende en gran parte la armonía del 
hogar. Célebres son los elogios de los Proverbios a la buena 
esposa:
"Una mujer perfecta, ¿quién la encontrará? Es de más valor que 
cualquier joya. Su marido puede confiar en ella: ¡qué beneficio no le 
traerá! Le devuelve el bien, no el mal, todos los días de su vida.
Entiende de lana y de lino y los trabaja con sus ágiles manos... 
Tiende su mano al desamparado y da al pobre. No teme a la nieve 
para los suyos, porque tienen todos doble vestido...
Su marido recibe honores; se sienta en el Consejo con los 
Ancianos del pueblo...
Aparece fuerte y digna, y mira confiada el porvenir. Habla con 
sabiduría y enseña la piedad. Está atenta a la marcha de su casa, y 
nunca ociosa.
Sus hijos se levantan y la llaman dichosa. Su marido la elogia 
diciéndole: 'Muchas mujeres han obrado maravillas, pero tú las 
superas a todas'.
Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la mujer que tiene la 
sabiduría, ésa será la alabada. Que pueda gozar el fruto de su 
trabajo y que por sus obras todos la celebren" (Prov 31, 10-31).
Merece destacarse el elogio que realiza el libro del Eclesiástico a 
los esposos unidos, resaltando el papel primordial que se da a la 
esposa:
"Feliz el marido de una buena mujer; el número de sus días se 
duplicará. Una mujer valiente es la alegría de su marido; pasará en 
paz todos los días de su vida. Una mujer buena es don excelente, 
reservada para el que teme al Señor; rico o pobre, su corazón es 
dichoso y muestra siempre alegre el rostro...
La gracia de la esposa hace la alegría de su marido, y su saber 
es reconfortante para él... Como el sol matinal sobre los cerros del 
Señor, así es el encanto de una mujer buena en una casa bien 
ordenada. Como la luz que brilla en el candelabro sagrado, así es la 
belleza de su rostro en un cuerpo bien formado..." (Eclo 
26,1-4.13.16-17).
Todas estas citas ciertamente están vistas desde la perspectiva 
del hombre. Pero, dentro de aquel ambiente machista, la Biblia se 
esfuerza en exaltar el papel destacado de la mujer dentro del hogar. 
Sin ella no puede vivir el hombre. "Por falta de cierres la propiedad 
es entregada al pillaje; sin mujer el hombre gime y va a la deriva" 
(Eclo 36,27).

En aquel ambiente machista la fidelidad a la propia esposa se 
volvía algo difícil. Por eso tienen especial mérito las exhortaciones 
en este sentido:
"Bebe el agua de tu cisterna, la que corre de tu propio pozo. 
¿Deben derramarse fuera tus fuentes? ¿Correrán por las plazas tus 
arroyos? Sean para ti solo y no para los de afuera. ¡Bendita sea tu 
fuente, y sea tu alegría la mujer de tu juventud! ¡Sea para ti como 
hermosa cierva y graciosa gacela; que sus pechos sean tu recreo 
en todo tiempo; que siempre estés apasionado por ella! ¿Cómo te 
apasionarías, hijo, por una desvergonzada, y reposarías en el 
regazo de una ajena?..." (Prov 5,15-20).
Ejemplo típico de fidelidad de una mujer a su marido más allá de 
la muerte es el de Judit (Jdt 8,4-6; 16,22).

Los celos 
CELOS/AT: Los celos son con frecuencia un problema que atenta 
contra la armonía conyugal. Estos libros tratan del tema con 
insistencia. 
Se combate tanto los celos del marido como los de la esposa: "No 
tengas celos de tu propia esposa; le causarás malos deseos contra 
ti" (Eclo 9,1). "La mujer celosa de otra, es dolor del corazón; su 
lengua es un azote que a todos alcanza" (Eclo 26,6).
Igual que alaban a la mujer sensata, los libros sapienciales 
atacan con dureza a la mujer deslenguada: "Gotera que no deja de 
caer en día de lluvia y mujer caprichosa son iguales. Atajarla es 
como atajar el viento y agarrar el aceite con la mano" (Pro 
27,15-16). "Como una cuesta arenosa para los pies de un anciano 
así es la mujer parlanchina para el hombre tranquilo" (Eclo 25,20) 
"Una mala mujer es como un yugo mal amarrado a los bueyes; 
querer dominarla es como agarrar un escorpión" (Eclo 26,7).
En el ambiente bíblico, dominado por los varones, se achacan 
estos defectos a la mujer; pero por supuesto que también existen 
hombres caprichosos y habladores. A la luz de la experiencia y de la 
revelación posterior sabemos que la armonía del hogar es obra 
tanto del hombre como de la mujer.

Educación de los hijos 

Los libros sapienciales están llenos de normas sobre la 
educación de los hijos. 
En ellos se habla con frecuencia de la alegría que los hijos traen 
a la familia. "Si un padre llega a morir, es como si no hubiera 
muerto, porque deja tras de sí a un hombre que se le parece. 
Cuando vivía, al verlo, se regocijaba; al morir no se siente apenado" 
(Eclo 30,4-5).
Sobre la educación de los hijos, se elogia el camino del rigor: 
"Corrige a tu hijo: te ahorrarás inquietudes y hará la felicidad de tu 
alma" (Prov 29,17). "El que ahorra el castigo a su hijo no lo quiere, 
el que le ama se dedica a enderezarlo" (Prov 13,24). "El palo y la 
reprensión procuran la sabiduría; y el niño dejado a sus caprichos 
es vergüenza de su madre" (Prov 29,15). "Mientras haya 
esperanza, castiga a tu hijo; no dejes que vaya a la muerte" (Prov 
19,18).
Esto no quiere decir que la Biblia apoye toda clase de corrección 
insensata. A veces los padres corrigen llevados del mal humor o del 
capricho. "Hay reprensiones inoportunas; hay un silencio propio del 
hombre sensato" (Eclo 20,1)."No reprendas antes de examinar; 
reflexiona primero, y después reprende" (Eclo 11,7). Esta 
insistencia en corregir oportunamente al hijo tiene siempre como 
telón de fondo buscar el bien futuro de él mismos. Es una muestra 
de amor "para que no vaya a la muerte".

Respeto y atención a los padres
Dentro del espíritu familiar de Israel, se ponía un especial énfasis 
en honrar a los padres, y a ello se le daba una especial fuerza 
religiosa: "Quien honra a su padre paga sus pecados; y el que da 
gloria a su madre se prepara un tesoro. El que honra a su padre 
recibirá alegría de sus hijos y, cuando ruegue, será escuchado. El 
que glorifica a su padre tendrá larga vida. El que obedece al Señor 
da descanso a su madre y, como a su Señor, sirve a quienes le 
dieron la vida" (Eclo 3,3-7).
Se insistía en la atención a los padres ancianos: "Hijo cuida a tu 
padre en su vejez, y mientras viva no le causes tristeza. Si se 
debilita su espíritu, perdónale, y no le desprecies, tú que estás en 
plena juventud. Pues la caridad para con el padre no será olvidada; 
te servirá como reparación de tus pecados" (Eclo 3,12-14). "Como 
quien injuria a Dios, es quien abandona a su padre y maldito del 
Señor quien ofende a su madre" (Eclo 3,16).
"Hay una gentuza que maldice a su padre y no bendice a su 
madre, gentuza que se cree pura, pero su pecado no ha sido 
borrado" (Prov 30,11-12). "El ojo que desafía a su padre y 
desprecia la edad avanzada de su madre, los cuervos del torrente lo 
reventarán y las águilas lo devorarán" (Prov 30,17).
Especial maldición merecen los que despojan a sus padres de 
sus bienes: "El que despojó a su padre y a su madre diciendo: no es 
ello pecado, es socio del criminal" (Prov 28,24). "El que despoja al 
padre y echa de la casa a su madre es un hijo infame y 
degenerado" (Prov 19,26).
Estas sentencias entran dentro de la línea bíblica de atención 
preferencial a los necesitados, ya que a veces no hay prójimo más 
necesitado que los propios padres ancianos. Y pienso que hoy son 
profundamente actuales. 
Preguntas para el diálogo
1. Seleccionemos las citas que dignifican a la mujer y 
detectemos qué queda todavía en ellas de machismo
2. Hagamos una lista de las alabanzas que se dedican a la 
mujer.
3. ¿Por qué será que los sapienciales eligen el camino del rigor 
en la educación de los hijos? Procuremos contestar con citas de los 
mismos sapienciales.
4. ¿Por qué estos libros son tan exigentes en cuanto al respeto y 
la atención a los padres ancianos? Comparemos en este punto lo 
que hablan de premio y castigo.


5 - EL CANTAR DE LOS CANTARES: UN EVANGELIO DEL 
AMOR

/Ct/EV-DEL-A SEXO/Ct: Cualquier reflexión seria sobre el 
matrimonio ha de tener en cuenta el librito bíblico llamado "Cantar 
de los Cantares".
En muchas ocasiones se espiritualiza totalmente su contenido, 
quizás creyendo que el amor humano no merece el carácter de 
sagrado.
A veces se ha dado al Cantar un carácter profético, al estilo de 
Oseas y Ezequiel. Pero éste no es el caso del Cantar, puesto que la 
esposa es totalmente fiel al amor del esposo, cosa que no sucedía 
con Israel ni Judá. No se trata aquí originalmente del amor entre 
Yavé y el pueblo elegido. Aunque ello no quita que se le pueda dar 
una interpretación simbólica refiriéndolo al amor de Dios y su 
pueblo.
Algunos le han dado una interpretación sapiencial, según la cual 
se piensa que el canto se refiere a los desposorios entre Salomón y 
la Sabiduría. 
Se puede ver también en él un sentido desconocido por el autor: 
el de los desposorios entre Cristo y la Iglesia.
Pero directamente el librito habla del amor humano de 
enamoramiento. Ya fray Luis de León, en 1561, decía que el Cantar 
"no quiere decir más de lo que suena".
La expresión del enamoramiento tiene su propio lenguaje. 
Renunciar a él sería reprimir una realidad humana. En la Biblia no 
estaría recopilado todo el acontecer humano si faltase la expresión 
del amor físico.
Dios reveló a través de su pueblo todas las posibilidades 
humanas. Y una de ellas es la relación amorosa. ¿Por qué se ha de 
escandalizar el hombre de fe cuando comprueba que el Cántico es 
la expresión del amor físico? Cuando el autor escribe: "¡Que me 
bese con los besos de su boca! Tus amores son un vino exquisito" 
(1,2-3), ¿por qué no entender el mensaje tal como se nos da, sin 
sentir necesidad de espiritualizarlo?
Este librito es sencillamente una colección de diálogos entre una 
pareja de enamorados, "pastor de azucenas" y "señora de los 
jardines". Son canciones con dos protagonistas por igual. El y ella, 
sin nombres propios, representan a todas las parejas de la historia 
que repiten el milagro del amor.
Está redactado seguramente durante la época de la dominación 
persa, algún tiempo después de la vuelta del destierro de Babilonia. 
Y su mensaje es de una originalidad extraordinaria, pues va contra 
corriente de toda la cultura de entonces, tan despreciadora y 
manipuladora de la mujer. No se hacía valer a la mujer por sí misma, 
sino por los hijos y por las ventajas que pudiera traer al varón. Ella 
no podía expresar nunca lo que sentía y quería. No se le valoraba 
en su singularidad. Jamás se le ponía en plano de igualdad con el 
varón. No se ha encontrado en todo el Medio Oriente antiguo un 
testimonio de amor femenino como éste, tan directo, tan fino y tan 
lleno de entusiasmo. Todas las canciones de amor están 
expresadas desde el punto de vista masculino.

En el Cantar es ella la que deja que hablen los deseos de su 
corazón. Canta lo que sueña despierta, deseando un amor tan fiel y 
tan fuerte, que ni distancia ni tiempo lo puedan apagar. No se trata 
de ninguna dama refinada. Es una campesina, "bronceada por el 
sol" , orgullosa de ser una "hermosa morena" , que sabe lo que es 
trabajar (1,5-6). Pero no es nada ingenua. Es una joven segura de 
sí misma, que sabe elegir y cuidarse. Sus hermanos no tienen por 
qué decidir por ella (1,6). La fuerza de su amor triunfa sobre el peso 
de las costumbres y sobre las presiones familiares.
Parece que no se habla de una historia realmente sucedida, 
pues en aquel tiempo las chicas israelitas vivían recluidas, sin poder 
salir a la calle y menos aún de noche. Es el sueño, la añoranza, el 
deseo de una mujer lo que aquí se nos entrega. La dura realidad de 
no estar con su amado la conmueve tanto, que su anhelo enciende 
su fantasía. Afloran los gustos de una mujer. Expresa con fuerza y 
ardor lo que le estaba prohibido: sentir y querer como mujer. Ama, 
sueña y llora como mujer, y esa sinceridad es su grandeza. Ella está 
dispuesta a hacer lo imposible con tal de unirse para siempre a él. 
Para ella la vida sin amor es sólo desasosiego y tristeza. Toda su 
vida es para su amado, toda su preocupación va hacia él, toda ella 
es para él. 
Parece como la vuelta al Paraíso, en donde la mujer no estaba 
sometida al hombre; pero ahora el grito de fascinación no sale de 
boca de Adán, sino de boca de Eva. No es ella la cantada en estos 
versos, sino que es ella la que expresa sus ansias de amor. Ella es 
la que se regocija con la belleza del cuerpo masculino, la que 
contempla el cuerpo del varón como una obra de arte. Es ella la que 
se extasía ante el recuerdo de su amado. Es ella la que sueña con 
lo que quiere que le diga él. Es ella la que canta la posesión, la 
unión, el sosiego y la transformación que opera la unión de los 
cuerpos. Se trata de la expresión de toda la sensibilidad de una 
mujer (leer 5,2 - 6,3).
En la "danza del amor" (7,1 - 8,4), se describe la belleza corporal 
de la mujer, sin ningún tipo de puritanismos, pero con fina 
elegancia. No se trata de un cuerpo que se vende: ¡se admira a una 
mujer!. No es un medio de seducción y de propaganda; es una 
mujer que goza y sabe compartir la alegría. Se canta a toda la 
belleza y a todo el encanto de la mujer, sin despreciar o devaluar 
ningún aspecto de ella. 
"¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, en tus delicias!
Tu talle se parece a la palmera; tus pechos, a los racimos.
Me dije: subiré a la palmera, a sacar frutos.
¡Sean tus pechos como racimos de uvas
y tu aliento como perfume de manzanas!
Tus palabras sean como vino generoso,
que va derecho hacia el amado
fluyendo de tus labios cuando te duermes" (7,7-10).
Lo mismo encontramos en el capítulo 4. El jardín es ella, la fuente 
es ella, los perfumes son ella, y lo que quiere es que su amado goce 
con ella. 
El canto contenido entre el 1,7 al 2,7 se podría llamar "locura de 
amor". Ella quiere ser para él perfume; quiere agradarle y 
dulcificarle la vida toda. Con su amor ella le arrulla a él, le devuelve 
la tranquilidad y la inocencia. Es una especie de éxtasis. Ella lo hace 
nadar entre aromas de flores y perfumes, lejos de las asperezas de 
la vida. En él llena ella su vida y en ella él. 
La enamorada desea que él la acepte con toda el ansia de su 
corazón, para que goce del bálsamo y la mirra, de la miel y del 
panal, de la leche y del vino, o sea, de las maravillas de la creación 
entera concentradas en ella. Toda la alegría de la naturaleza se 
encuentra concentrada en el encanto y la entrega de la mujer 
amada. Ella es su sosiego, su paz y su vida. 
En el Canto se celebra al hombre que sabe conquistar, pero que 
también sabe respetar y admirar. Es el hombre que sabe 
corresponder a los deseos de la mujer amada.
El libro canta la plenitud de la unión personal, que, desde su 
centro, ilumina y transfigura el mundo entero: primavera, flores y 
frutos, bosques y jardines, valles y montañas... El amor los nombra 
y, al nombrarlos, los coloca alrededor de él. Los prejuicios, 
inhibiciones y espiritualismos aquí no existen; sólo la expresión 
espontánea de dos seres que se aman en medio de un pueblo que 
ha sufrido por el exilio, la explotación y la masacre. Al ver la belleza 
del cuerpo amado descubren la bondad del mundo. El Cantar libera 
al amor humano de las ataduras del puritanismo y al mismo tiempo 
del libertinaje del erotismo. Se habla del amor humano con una 
maravillosa naturalidad poética, sin malicia.
¡Qué lejos estamos en este texto del amor hebreo primitivo, en 
que casi la única cosa que preocupaba era la procreación! Aquí lo 
que de verdad interesa a esta pareja es el amor interpersonal, un 
amor cargado de emoción y de cariño. "Yo soy para mi amado y su 
deseo tiende hacia mí" (7,11). "Su izquierda bajo mi cabeza y su 
derecha me abraza" (8,3). Nos da la impresión de que este libro ha 
sido escrito muchos siglos después.
Implícitamente el Cantar afirma que la sexualidad es un modo 
humano de expresar la donación mutua, fruto del amor. Se trata de 
una alabanza ferviente a la sexualidad humana. Aquí vale lo que se 
le dijo a San Pedro en otro contexto: "Lo que Dios ha purificado no 
lo llames tú profano" (Hch 10,15). El Cantar de los Cantares es la 
carta magna de la liberación de la mujer y, por lo tanto, también del 
varón. En él se libera al sexo de todas sus miopías y mezquindades. 
El sexo de los hijos de Dios no embrutece, sino que humaniza. 
Cuando es verdadero, acerca al Dios que lo creó. Es una manera 
de hablar de Dios, fidelidad y ternura...
El optimismo de la amada y del amado en el Cantar de los 
Cantares es total, aun teniendo muy presentes las dificultades del 
camino emprendido. La compenetración y la felicidad de la pareja es 
inquebrantable. Se trata de una síntesis apretada de amor y de 
gozo, de sufrimiento por la separación, de búsqueda febril de una 
presencia llena de encantos, de deseos de unión consumada, de 
amor eterno...
Quien no crea en el amor humano de los enamorados, quien 
tenga que pedir perdón del cuerpo, muy difícilmente podrá descubrir 
lo que es el amor de Dios; en cambio, afirmado el amor humano, es 
posible descubrir en él la revelación de Dios, que "es amor".
El Cántico no ofrece una teología del matrimonio. No es ésa su 
intención. ¿Dónde radica, entonces, su fuerza religiosa, para que se 
encuentre entre los libros inspirados? La respuesta parece estar en 
estos versículos:
"Hijas de Jerusalén, yo les ruego 
por las gacelas y por las ciervas del campo 
que no despierten ni molesten al amor,
hasta cuando quiera" (2,7).
Esta secuencia recorre el Cántico como indicando un camino de 
interpretación (ver 3,5 y 8,4). ¿Por qué ruega que no se despierte ni 
se desvele al amor? Porque el amor es un misterio. Un maravilloso 
misterio, que cuando surge arrolla con poderosa fuerza creadora. 
La relación amada-amado va mucho más allá de lo que ellos mismos 
pueden imaginar. Cuando un hombre y una mujer experimentan 
este misterio, salen fuera de sí mismos, buscándose y entregándose 
el uno al otro. En cuanto el amor despierta dentro del corazón 
humano, le envuelve el misterio y le obliga a salir fuera de su 
realidad para encontrar la del ser amado. Ya no son dos.
En la donación amorosa de la pareja está la raíz de lo religioso. 
No es preciso buscarlo en la alegoría. Los besos del amado y no 
otros son los que busca la amada. Y en ellos el misterio que le 
remite al otro, para, en el otro, darse cuenta de que hay Otro que 
abarca y completa lo más íntimo de su ser. Se descubre a sí mismo 
allí donde se pierde la identidad en el ser amado. El Cantar avisa de 
este "anonadamiento", de esta perdición. Por ello alerta: "No 
despierten al amor". Ante él, no somos nada. Pero, 
paradójicamente, ante su misterio nos convertimos en más 
humanos.
Cuando el amor se "despierta ", la persona queda inmersa en su 
luz. ¿Qué hacer? ¿Qué decir?: "Que estoy enferma de amor" (5,8), 
dirá el Cantar. El humano no posee al amor; es éste quien le posee 
a él. El hombre o la mujer "caen" en amor con alguien. Y en el vacío 
de esta caída experimentan que el misterio existe, pues lo sienten 
en su propio corazón.
Cuando se descubre la vida que hay en los besos del amado, la 
separación es muerte. Nada importa más que el amor, aunque 
existan cosas a primera vista más importantes. El amor es fuerte, 
exigente, exclusivo... He ahí el misterio.
"¡Se me fue el alma tras de él!
Lo busqué y no lo hallé; lo llamé y no me respondió.
Me encontraron los centinelas que andaban de ronda por la 
ciudad.
Los guardias de las murallas me golpearon y me hirieron
y me quitaron mi chal" (5,6-7).
Todo sufrimiento carece de importancia cuando el amor envuelve 
a la pareja. No importa la propia seguridad. Nada puede separar a 
los que se aman con un amor sin mentira. Pues el amor es vida; es 
el gran misterio, que una vez descubierto sólo queda decir:
"Grandes aguas no pueden apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.
Si alguien lo quisiera comprar
con todo lo que posee,
sólo conseguiría desprecio" (8,7).
Este final del Cantar resume todo lo dicho. Nada puede detener 
la fuerza del amor cuando nace en el corazón humano. Y todos los 
tesoros son nada para adquirirlo, pues es imposible comprarlo. El 
amor es un don que nos viene de forma gratuita. El hombre y la 
mujer ante el amor son nada, pues el amor es la llama de Dios.
"Es fuerte el amor como la muerte,
y la pasión, tenaz como el infierno.
Sus flechas son dardos de fuego, como llama divina" (8,6). 
Si sabemos amar con esta intensidad y esta pureza, si sabemos 
entregarnos así, por entero, una llamarada de Dios está ardiendo 
en nosotros... 
Aprendamos a leer y meditar el Cantar de los Cantares 
cultivando ideales, en son de súplica al Dios que es Amor. 
Aprendamos a mirarnos, como mujer y varón, con los ojos de Dios: 
"Vio Dios que todo era muy bueno" (Gn 1,31). Con una mirada 
limpia de hipocresías, limpia de egoísmo, de afán de dominación. 
Este librito bíblico es todo un reto a construir... 
Este canto de amor es un acto de fe en la bondad creadora de 
Dios. Sin fe, el Cantar no sería posible. Detrás de estas palabras 
está presente el Dios que es fidelidad y ternura: ¡amor 
inconcebible!

Preguntas para el diálogo
1. ¿Qué pensábamos antes sobre el Cantar de los Cantares?
2. ¿Qué impresión nos da la interpretación que hemos visto acá? 
Dialoguemos sobre ello.
3. ¿Nos parece que así pueden ser los deseos de una mujer 
enamorada? ¿Alguien se atreve a contar con dignidad lo que piensa 
y desea al enamorarse?
4. ¿Qué lecciones sacamos del Cantar para la vida matrimonial ? 
¿Por qué el Cantar de los Cantares es un libro religioso? Anotemos 
las conclusiones.


6 - TOBIAS: AMOR Y FECUNDIDAD 

Otra bella expresión de amor en el Antiguo Testamento, 
complemento del Cantar, es el libro de Tobías. Cierto que en él 
quedan todavía algunos restos de la magia popular, como por 
ejemplo, el caso del pez. Pero en este libro aparecen sintetizados de 
un modo realmente maravilloso todos los elementos que a lo largo 
de la revelación bíblica han ido apareciendo hasta ahora.
El matrimonio de Tobías y Sara se vive en un ambiente 
profundamente religioso de oración, de intimidad personal y con la 
firme voluntad de darse el uno al otro total y definitivamente.
En este librito post-exílico se profundiza espiritualmente en la 
misión de la pareja, acercándose al ideal propuesto por Dios. Dice 
el ángel a Tobías, según la versión de la Vulgata: "Escúchame y te 
mostraré quiénes son aquellos contra los que puede prevalecer el 
demonio. Son los que abrazan el matrimonio de tal modo que 
excluyen a Dios de sí y de su mente y se entregan a su pasión" 
(6,16-17 vulg.). Un amor casto, santificado por la plegaria (6,18; 
8,4-8), acerca el matrimonio de Tobías al prototipo original, 
caracterizado por la procreación (Gn 1,27-28; Tob 6,21-22 vulg.) y 
la ayuda mutua (Gn 2,18; Tob 8,6). Amor, fecundidad, ayuda mutua, 
son las notas del matrimonio prototipo original.
Como final de este recorrido por el Antiguo Testamento podemos 
gustar la oración que dirige Tobías a Dios, recordando a Eva como 
ayuda y compañera: 
"Tú creaste a Adán y le diste a Eva, su mujer, como ayuda y 
compañera, para que de los dos naciera la raza humana. Tú dijiste: 
No está bien que el hombre esté solo, démosle una compañera 
semejante a él. Ahora, Señor, tomo a mi hermana con recta 
intención y no buscando el placer. Ten piedad de nosotros y que 
podamos llegar juntos a nuestra ancianidad" (Tob 8,6-8).
Con Tobías culmina la enseñanza sobre el matrimonio en el 
Antiguo Testamento. Los resultados de la pedagogía empleada por 
Dios han sido lentos, pero han dado sus frutos. Los tiempos van 
estando ya maduros para la venida de Cristo y la predicación de su 
mensaje de amor.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Qué nos enseña el libro de Tobías?
2. ¿Cuál es nuestro ideal de pareja?