LA BIBLIA EN CASTELLANO


Luis Fernando Figari


Bueno es recordar que la Palabra de Dios nos suele llegar a 
través de una versión bíblica traducida a una lengua vernácula. 
Obviamente, todos deben saber que el castellano no es el idioma 
original de los textos sagrados. Igualmente deben saber que hay 
traducciones y traducciones, unas mejor logradas que otras. Hoy 
abundan las ediciones en castellano, ya de la Biblia completa, ya 
sólo del Nuevo Testamento. Una persona puede elegir si prefiere lo 
que se ha llamado una `equivalencia dinámica'[1], es decir que al 
ser traducido el texto se interprete lo dicho, o meramente se lo 
actualice, o si prefiere una edición que se atenga lo más posible a 
la literalidad del idioma fuente. Hay quien puede preferir un estilo 
coloquial, común, o quien prefiere un estilo más cargado al uso 
tradicional. Para todos los gustos o intereses existen hoy ediciones 
de la Santa Biblia en castellano.
En este artículo se pasará rápida revista a las principales 
traducciones de la Biblia al castellano. Es decir a aquellas que han 
marcado un hito en la memoria viva de la numerosa porción del 
Pueblo de Dios que se expresa en castellano. Se procurará dar 
también noticia de otras traducciones[2]. Ni remotamente se 
pretende en este trabajo un estudio exhaustivo del tema, sino tan 
sólo una presentación del mismo.

Antecedentes de las traducciones castellanas
Tras la hegemonía total de la Biblia en griego en el mundo 
cristiano, en la medida en que el griego popular o koiné fue 
perdiendo vigencia social, se fue sintiendo la necesidad de traducir 
la Biblia a lenguas más accesibles al Pueblo de Dios. En el mundo 
occidental, el latín fue el nuevo idioma de las traducciones 
populares de la Biblia. Y es que ésa era la lengua de las mayorías.
Los textos en griego de la Sagrada Escritura, usados por la 
Iglesia en los primeros siglos, fueron traducidos al latín. Así, el 
Antiguo Testamento de los LXX y el Nuevo Testamento, ambos 
traducidos al latín, constituyen la `antigua latina' o Vetus Latina. Se 
trata de la primera traducción completa conocida[3] hecha por la 
Iglesia. No se sabe bien si es una sola traducción con varias 
recensiones o un conjunto de diversas traducciones del texto 
griego[4], según opinan numerosos especialistas. Parece que se 
puede datar esta primera traducción latina hacia mediados o el 
tercio final del siglo II d.C. El lugar de las primeras traducciones bien 
puede haber sido África. Para mediados del siglo III d.C.[5] se 
tendría ya un texto completo de la Biblia en latín. Estas `ediciones' 
latinas se difunden ampliamente y ya para el siglo IV muestran la 
necesidad de ver su texto depurado debido a la gran variedad de 
diferencias textuales que se han ido incorporando a él, por diversas 
razones[6].
«La creciente diversidad de variantes, la defectuosa transmisión 
del texto y la imperfecta lengua de las antiguas versiones latinas 
inspiraron al papa Dámaso I[7] los deseos de una mejora 
radical»[8]. Habría que añadir que recién en su tiempo el latín se 
convierte en el idioma oficial de la Iglesia, por lo cual sería lógico 
pensar en una traducción uniforme y adecuada de la Biblia, apta 
para la oración y el uso litúrgico. La persona elegida para realizar la 
importante tarea fue San Jerónimo[9], quien había sido secretario 
del Sumo Pontífice[10] y un activo propulsor del movimiento 
ascético y monástico. Precisamente razones vinculadas a esta 
filiación lo llevan a viajar a Palestina, donde culminará su famosa 
traducción. Al parecer revisó en mayor profundidad los Evangelios y 
sólo superficialmente los restantes escritos neotestamentarios[11]. 
En Belén habría traducido[12] casi la totalidad de los textos del 
Antiguo Testamento[13]. La traducción, debidamente completada 
según el canon de la Iglesia, se denomina Vulgata Latina.
Con la Vulgata, que no logró imponerse fácilmente en el mundo 
occidental[14], pues la Vetus siguió siendo usada en muchos 
lugares por varios siglos[15], pasó lo que había ocurrido con la 
`antigua latina': pronto hubieron numerosas recensiones. Al menos 
desde el siglo VI hay una larga lista de personajes que procuraron 
depurar el texto de la Vulgata, hasta llegar al Concilio de Trento en 
que se decidió una revisión del texto bíblico latino[16]y griego[17]. 
Tras diversas vicisitudes, el Papa Clemente VIII[18], en 1592, 
publicó una revisión crítica de la edición de la Vulgata realizada en 
tiempos del Papa Sixto V[19], por lo que el texto promulgado se 
conoce como Vulgata SixtoClementina.

Las traducciones al castellano hasta el siglo XVIII
El primer testimonio histórico de la presencia de la Vulgata en 
España se encuentra en el siglo IV, en una carta de San Jerónimo a 
Lucinio de Bética, y luego otra a su viuda Teodora, en la que da 
cuenta de la copia de los libros del Antiguo Testamento, que hasta 
ese momento había traducido, así como del Nuevo Testamento 
revisado, y su transporte a España. Así pues, parte de la Vulgata 
entra por primera vez a España cerca del año 398[20]. Allí coexiste 
con algunas formas de la Vetus durante siglos[21]. Habría habido 
una edición parcial o total de la Vulgata para mediados del siglo V, 
debida a Peregrino, supuestamente un obispo del norte español. Se 
cree que en el siglo VII, San Isidoro, Obispo de Sevilla, habría 
hecho una nueva edición revisada de la Vulgata[22]. A pesar de lo 
inseguro de los datos, sí es un hecho que la Vulgata circuló 
extensamente en España, desde donde se difunde a otros 
pueblos[23].
El proceso de traducciones de los textos bíblicos a lenguas 
hispánicas se produce hacia el siglo XIII. Habría un curioso 
antecedente de algunos pasajes del Antiguo Testamento traducidos 
al castellano por Aimerich Malafaida, quien llegaría a ser el tercer 
patriarca de Antioquía[24]. También, por entonces se traduce el 
Salterio a un idioma hispánico, pero desde el hebreo y no desde el 
griego que venía siendo lo usual. Esta traducción se debería a 
Mons. Hernán Alemán[25], Obispo de Astorga.
En realidad la famosa obra de Alfonso X el Sabio[26], rey de 
Castilla y León, Grande e general Estoria que trae una traducción 
no literal del latín, desde el Génesis hasta el Nuevo Testamento, 
viene a ser la primera gran traducción del texto bíblico ampliamente 
reconocida. Se la llama Biblia Alfonsina o Española[27]. Parece que 
corresponde a la última parte del siglo XIII.
Sin embargo, cabe notar que hay quienes han encontrado claras 
evidencias de una Biblia prealfonsina, completa, aunque en los 
códices en que permanece se encuentre mutilada[28]. En realidad 
existe más de una Biblia traducida de la Vulgata, conteniendo el 
Nuevo Testamento. Se las conoce en general como prealfonsinas, 
pues reflejan haber sido traducidas a mediados del siglo XIII[29].
Para el siglo XV se tiene noticia de varios proyectos de traducción 
del Antiguo Testamento del hebreo y del latín, cuyos manuscritos se 
encuentran en El Escorial. Al menos dos o tres tienen como 
destinatarios a creyentes judíos. «La lectura de la Biblia en lengua 
vernácula era frecuente en el siglo XV, no sólo en las sinagogas y 
entre los conversos, sino también en no pocos conventos y entre 
los seglares. Fray José de Sigüenza aporta datos del biblismo entre 
los jerónimos del siglo XV. Sólo así se explica el crecido número de 
traducciones y de glosas»[30].
Para 1526 circula una versión en latín de los libros en hebreo del 
Antiguo Testamento debida a Alfonso de Zamora[31] y Pedro 
Sánchez Ciruelo[32], que eran cristianos versados en la lengua 
hebrea. Esta traducción parece haber sido interlineal por lo que 
declaran sus autores al indicar que «a cada palabra hebrea 
correspondiese la latina superpuesta»[33]. Del citado Ciruelo hay 
también una Tetrapla[34] latina en columnas según el texto hebreo, 
arameo, de los LXX y de la Vulgata. Otra traducción importante de 
ese tiempo es la llamada Biblia de Alba, por sus poseedores, los de 
la casa de Alba. Habría sido realizada, del hebreo y del latín, por un 
rabino de nombre Mosé Arragel de Guadalfajara, hacia el primer 
tercio del siglo XV[35], a pedido de Luis de Guzmán, Maestre de la 
Orden de Calatrava. Una importante traducción habría sido una 
Biblia en catalán de 1407. Otra, también catalana, es la impresa 
hacia 1478, y vinculada al prior cartujo Bonifacio Ferrer, hermano 
de San Vicente. Otra traducción veterotestamentaria es la curiosa 
traducción al castellano impresa en Ferrara, Italia, en 1553, por los 
judíos Duarte Pinel (Abraham Usque) y Gerónimo de Vargas (Yom 
Tob Atias). Al parecer una misma impresión básica habría dado 
lugar a dos ediciones diferentes, con algunas variantes según a 
quien iban dedicadas, una al Duque de Ferrara y otra a una 
matrona judía, Gracia Nacy[36].
El rey de Aragón, Alfonso V, apodado el Magnánimo[37], habría 
encargado una traducción española de todo el Antiguo Testamento 
realizada del hebreo y el latín según el orden de la Vulgata. Un 
ejemplar de éste se encontraría en la biblioteca real de San 
Lorenzo[38]. Al parecer el Cardenal Quiroga obsequia al rey Felipe 
II una versión análoga.
En 1512, el franciscano fray Ambrosio de Montesinos, traductor 
de la famosa Vita Christi de Ludolfo cartujano[39], corrige una 
traducción de las lecciones litúrgicas de los Evangelios y las 
Epístolas de un laico de Zaragoza, Micer Gonzalo de Santa 
María[40]. La revisión y corrección de la obra de 1485 la realiza 
Montesinos por encargo de los Reyes Católicos[41]. Otra traducción 
es realizada años después; está en El Escorial con el título de Nova 
traslación y interpretación española de los cuatro Evangelios. 
También se produce una traducción de los Evangelios y Epístolas 
directamente del griego al castellano, por un judío converso al 
catolicismo, Martín de Lucena. Esto ocurría en 1450. Otros 
traductores de los Evangelios en esos tiempos son el benedictino 
Dom Juan de Robles[42], monje de Montserrat, y el jerónimo José 
de Sigüenza.
La muy famosa Biblia Políglota Complutense o de Alcalá[43], fue 
concebida y realizada bajo los auspicios del Cardenal Jiménez de 
Cisneros, Arzobispo de Toledo. Desde 1502 en que se empezó 
hasta que fuera impresa en seis volúmenes para 1517, 
transcurrieron quince años. A pesar de lo extraordinario de su 
contenido[44] desplegando los textos en bloques de idiomas, en 
hebreo, arameo[45], latín y griego, según los casos, en ninguno 
traduce al castellano. El griego aparece con un interlineal en latín. 
La monumental obra para el estudio, que incluía un revolucionario 
diccionario hebreo-latino y viceversa, un léxico del Nuevo 
Testamento y otros libros, y un diccionario etimológico de nombres 
propios, se inició con la publicación de los textos griego y latino del 
Nuevo Testamento, finalizado el 10 de enero de 1514[46], siendo el 
texto griego el primero impreso en todo el mundo[47]. Más adelante, 
la Biblia Regia o de Amberes[48], realizada bajo los auspicios del 
rey español Felipe II, fue una erudita revisión crítica y una 
importante ampliación de la Políglota Complutense.
El proceso de traducción bíblica al vernáculo queda detenido en 
pleno desarrollo por las severas medidas de la Inquisición española 
ante el avance del protestantismo[49]. Son varios los textos de 
partes de la Biblia cuya impresión nunca se autorizó y cuyos 
manuscritos se encuentran, principalmente, en la famosa biblioteca 
de El Escorial. Así, dice el hispanista Marcel Bataillon: «Frente a las 
distintas soluciones posibles para defender la ortodoxia --nueva 
traducción para uso de la población fiel al catolicismo (como en 
Alemania), tolerancia sólo para las traducciones hechas por 
hombres piadosos y católicos (como en Italia, Francia y los Países 
Bajos), supresión rigurosa de la versión anglicana (como en la 
Inglaterra de María Tudor)--, España, dice Carranza, optó por la 
prohibición general de todas las traducciones vulgares de la 
Escritura»[50]. Excluidas las soluciones moderadas como política 
general, quedó sólo el camino de las glosas, los comentarios, o 
algunas breves versiones antológicas como las recogidas por fray 
Luis de Granada[51]. Al decir del mismo hispanista francés: 
«España se contentó con las traducciones parciales admitidas 
desde hacía mucho tiempo, junto con algunas otras que toleró la 
Inquisición. Se reimprimieron ininterrumpidamente las Epístolas y 
Evangelios en la revisión de Fr. Ambrosio de Montesinos»[52]. Se 
ha llamado la atención sobre la poetización de textos bíblicos que 
se da en el siglo XVI. Así, por ejemplo, los Proverbios de Salomón 
interpretados en metro español y glosados, del franciscano 
Francisco del Castillo, realizada hacia 1552, o la Suma de toda la 
Sagrada Escriptura en verso heróico castellano, obra del dominico 
Andrés Flórez, en Salamanca en 1597[53].
Entre los traductores protestantes destaca Casiodoro de 
Reina[54], quien habría traducido el texto del Antiguo Testamento 
del hebreo, griego y latín y el Nuevo del griego y latín[55]. La Biblia 
del Oso[56] como se la conoce, por llevar en su portada una 
imagen de un oso, fue impresa en Basilea[57], en 1569. Esta 
traducción fue revisada por Cipriano de Valera[58], quien la publicó 
bajo su nombre[59] en Amsterdam, en 1602, con el título de La 
Biblia. Que es los Sacros Libros del Viejo y Nuevo Testamento. 
Revista y conferida con los textos Hebreos y Griegos y con diversas 
tranflaciones. La «revisión»[60]--que en cuanto a la traducción es 
considerada de poca monta por múltiples autores-- fue más bien 
una alteración del orden de los libros y la consecuente creación de 
una sección intratestamentaria donde colocó los libros y pasajes 
que no estaban en el canon hebreo confeccionado por los rabinos 
fariseos después de la destrucción del Templo de Jerusalén, en el 
año 70 d.C. Ambos, aunque más Reina que Valera[61], constituyen, 
con todas las limitaciones y reservas que se quieran poner a sus 
trabajos bíblicos, una expresión de la tradición biblista católica de 
España, en la que se formaron antes de abandonar la Iglesia; y no 
cabe duda de que sus obras se construyeron sobre las de aquellos 
que les antecedieron en la traducción y crítica bíblica de entonces. 
También se puede nombrar a Francisco de Enzinas[62], nacido en 
Burgos, quien traduce el Nuevo Testamento en 1543, en Amberes, 
y se lo dedica al Emperador Carlos V declarando bastante 
pomposamente «que su intención es salvar el honor de la nación 
española». Su edición, por ciertas características que la hacían 
«sospechosa» a la Inquisición, fue prohibida en España y en los 
Países Bajos[63].
A pesar de la situación no poco sombría para las traducciones a 
lenguas vernáculas, corriendo el siglo XVI, la exégesis, la 
metodología y en general los estudios bíblicos, siguiendo las 
directivas del Concilio de Trento, se desarrollaron ampliamente en 
España y sus dominios del siglo XVI en adelante[64]. No ha de 
confundirse la cada vez más reducida lista de traducciones bíblicas 
al castellano[65], avanzando el siglo XVI, hasta llegar a un alto de 
unos dos siglos, con un desinterés por la Biblia y los estudios sobre 
ella. Aquellos grandes monumentos de erudición escriturística que 
son las políglotas Complutense y Regia, son una inequívoca 
manifestación del interés por el estudio de la Biblia y el desarrollo 
del mismo en tierras españolas, en ese tiempo. También en 
personas vinculadas a América se da un interés bíblico explícito. 
Por ejemplo, el famoso padre José de Acosta, tan vinculado a la 
historia de la evangelización en el Perú, publica en 1590 De vera 
Scripturas interpretandi ratione. En Lima, para 1635, Monseñor Luis 
de Vera publica su Comentarii in libros Regum, y en México, en 
1675, el franciscano Martín del Castillo publica Ars biblica. En 
realidad, cerca de 350 libros de comentarios, desde la totalidad de 
los dos Testamentos hasta libros singulares, se publican desde 
mediados del siglo XVI al siglo XVIII[66]. Algunos fueron publicados 
en castellano. El padre Johann Specker en su estudio Aprecio y 
utilización de la Sagrada Escritura en las Misiones 
Hispanoamericanas da amplia cuenta de muchas traducciones[67] a 
lenguas indígenas[68], ya de libros de la Sagrada Escritura, ya, con 
mucho mayor frecuencia, de pasajes, aparecidas en manuscritos, 
sermonarios, en el género `Vidas de Jesús' o dentro de obras de 
`Doctrina', y así en otras variadas formas[69].

Las traducciones clásicas castellanas
Al haber pasado breve revista a la historia de las traducciones en 
España se ve con toda claridad que existen importantes 
antecedentes de traducciones bíblicas antes del siglo XVIII. Sin 
embargo, se considera como las dos traducciones clásicas en 
castellano a la del padre Felipe Scío de San Miguel y la de 
Monseñor Félix Torres Amat, que se tratarán más adelante. El largo 
ayuno de traducciones bíblicas católicas —unos dos siglos— puede 
ser el responsable de esta calificación. El padre Castellani nunca 
estaría de acuerdo en llamarlas ‘clásicas’, pues las considera, al 
igual que a la Reina-Valera, sencillamente «mediocres»[70]. 
Ciertamente esa visión del autor argentino puede ser discutida o 
no, pero lo que no puede ser cuestionado, ni siquiera por 
Castellani, es que tanto la Biblia traducida por Scío como la de 
Torres Amat son hitos fundamentales, notables, en el proceso de 
divulgación de la Palabra de Dios en castellano, y precisamente en 
ese sentido son ‘clásicas’.
A partir de mediados del siglo XVIII reaparecen textos bíblicos 
traducidos a lenguas hispanas. Así, por ejemplo, para 1777[71] 
Francisco Gregorio de Salas, traduce Lamentaciones y partes del 
Oficio de Semana Santa; Ángel Sánchez tradujo Proverbios (1785), 
el Eclesiastés (1786), los Salmos, Sabiduría y Eclesiástico (1789); el 
sacerdote benedictino Anselmo Petite, quien fuera abad de San 
Millán de la Cogulla, traduce los Evangelios y los publica en Madrid, 
en 1785; en el mismo año Gabriel Quijano publica, también en 
Madrid, una traducción de las Epístolas de San Pablo; en 1798 se 
imprime el Cantar de los Cantares y, un año despúes, el libro de 
Job, traducidos en su día por fray Luis de León[72]; el Salterio 
traducido por fray Luis de Granada[73] logró ser dado a imprenta 
en 1801; en el mismo año el peruano Pedro de Olavide publica su 
versión parafrástica de los Salmos[74]; y así otras traducciones 
parciales antiguas y nuevas empiezan a ver la luz pública. La causa 
inmediata de esto fue un decreto de la Inquisición española 
autorizando las publicaciones en lengua vernácula en tierras bajo 
dominio de la corona española. Felipe Bertrán, Inquisidor General, 
señala en su decreto que las «causas han cesado ya por la 
variedad de los tiempos»[75], en referencia a la prohibición de 
publicar la Biblia en lengua vernácula. Esto ocurría en 1782.

La Biblia del padre Scío
El famoso padre Felipe Scío y Riaza nació en Balsaín, Segovia, el 
28 de setiembre de 1738. En su bautismo fue apadrinado por el rey 
Felipe V, de la casa de Borbón. Contando con 16 años de edad 
ingresó a la orden de clérigos regulares fundada por el aragonés 
San José de Calasanz, conocida como escolapios o piaristas, por lo 
de Escuelas Pías[76]. Dos años después hizo su profesión 
asumiendo, como era costumbre entonces, un nuevo nombre. Tomó 
el de Felipe de San Miguel. Perteneció a la Provincia Escolapia de 
Castilla. Fue ordenado sacerdote en 1761, viajando a Roma para 
completar sus estudios teológicos, donde permanece hasta 1768, 
en que vuelve a Españ 

La Biblia traducida al castellano
Según cuenta Scío, el rey Carlos III le encomendó en 1780 la 
traducción de la Biblia completa al castellano. Para acompañar la 
traducción y corrección de la obra a realizarse fue designado otro 
sacerdote escolapio, Benito Felíu de San Pedro[77]. Para 1788, el 
rey Carlos IV asume el proyecto de su padre y decide que se 
imprima la obra en Valencia. Para entonces Scío se encontraba en 
Portugal, así que la dirección de la impresión y la corrección de las 
pruebas se realiza en Valencia bajo la dirección del padre Felíu de 
San Pedro. El padre Scío envía en ese tiempo los libros pertinentes 
de su biblioteca a Valencia[78] y los pone a disposición del p. Felíu 
y los demás escolapios que estaban revisando las pruebas de la 
primera edición. De 1790 a 1793 se imprime la Biblia traducida por 
el padre Scío, con la colaboración cercana del p. Felíu. Y tan sólo 
un año después estaba ya agotada totalmente la primera edición.
La obra lleva multitud de argumentos justificatorios para aparecer 
en castellano. Se trata de una edición a dos columnas, con el latín y 
el castellano en paralelo. La traducción es por momentos bastante 
dura por el deseo de Scío de ajustarse a la letra de la Vulgata. 
Constituye también un monumento de erudición por las notas a pie 
de página. La alusión al texto hebreo y griego para ciertos libros del 
Antiguo Testamento y al griego para otros y para los del Nuevo 
Testamento evidencian su vasto conocimiento bíblico. Las notas del 
padre Scío también traen posibles variantes de traducción al 
castellano[79]. Además hay notas de carácter espiritual. La edición 
lleva unos bastante completos índices de nombres y lugares, así 
como una cronología, obviamente según la información de la época, 
y otros elementos auxiliares. Todo ello habla elocuentemente de la 
notable calidad científica de quienes participaron en la traducción 
del siglo XVIII.
Para 1794, como ya se dijo, la primera edición estaba agotada. 
Así, fue planeada una segunda que procurase acoger algunas 
críticas levantadas contra faltas de traducción literal. La segunda 
edición, numerosísimas veces reimpresa, fue revisada en Madrid 
por un equipo de sacerdotes: Calixto Hornero, Hipólito Leréu, Luis 
Minguez y Ubaldo Hornero. Sobre una mayor dureza y servilismo al 
latín en la versión revisada hay ciertas críticas[80].
Una interesante apología de la Biblia de Scío y una sistemática y 
pormenorizada crítica a diversos juicios emitidos en la obra Historia 
de los Heterodoxos Españoles, en la que Menéndez y Pelayo tiene 
un par de poco afortunadas expresiones al paso sobre la traducción 
de Scío, y que han sido copiadas por algunos, es la realizada por el 
escolapio Miguel Balague[81].
De la calidad exegética de Scío y su colaborador Felíu no se 
puede dudar. De la seriedad con la que fue acometida tan magna 
empresa tampoco. Tanto por el resultado, como por los 
planteamientos que hace en su Advertencia, Disertación Preliminar, 
y Disertación Segunda. En cuanto a la literalidad, Scío la justifica 
con sus razones en los textos mencionados. Pero cabe señalar, 
como otros han hecho, el espíritu de los tiempos, en particular una 
actitud de `caza de brujas' que perseguía a las traducciones de la 
Biblia a lengua vernácula. Basta revisar la argumentación que cree 
necesaria dar el Inquisidor General Felipe Bertrán cuando en 1782 
autoriza la traducción de las Sagradas Escrituras a lengua 
vernácula, y las condiciones que éstas deben llenar. Gabriel M. 
Verd, S.J., luego de formular un elenco de los principios de 
traducción de Scío[82], resume el ambiente cultural en que se dio la 
famosa traducción: «Tras muchos años de prohibición se permite 
en España editar la Biblia en lengua vulgar. Naturalmente el recelo 
y la desconfianza flotan en el ambiente. El P. Scío se inclina por una 
versión literal en la teoría, aunque sin extremismos en la práctica. 
Pero no logra evitar las suspicacias»[83]. Esas «suspicacias» son la 
fuente de las críticas que llevaron a la revisión de la primera edición 
con la intención de hacer más literal aún el texto.
Las ediciones de la Biblia traducida por el padre Scío se 
multiplicaron calculándose unas ochenta ediciones[84]. En realidad 
es difícil determinar con exactitud el número, que bien puede ser 
mayor, pues si bien se conoce un buen número de ediciones[85], 
algunas son de dos tiradas, en unos casos una en bilingüe y otra 
sólo en castellano, o en otros casos una con láminas otra sin 
láminas. A ello se suman varias ediciones en París, Nueva York y 
Londres, e incluso la publicación de la traducción Scío, aunque sin 
notas, por las Sociedades Bíblicas. En América se difundió 
profusamente al punto que aún hoy no es difícil encontrar 
ejemplares de diversas ediciones de la traducción de Scío. En 
América Latina hay al menos dos ediciones, hechas en México con 
el título de la Biblia Vulgata Latina, 1831 y 1943[86]. Hay también 
una traducción bilingüe en aimara y castellano de un Evangelio, 
publicada en Londres con varias reimpresiones desde 1829. El 
texto castellano es el de la traducción de Scío, el aimara de V. 
Pazos-Kamki. El título de la obra: El Evangelio de Jesu Christo 
según San Lucas en aymará y castellano.


La traducción del siglo XIX
El padre José Miguel Petisco 
Mons. Félix Torres Amat 
El asunto de la traducción de la Biblia 
Características 

Así se puede designar a la única traducción completa de la Biblia 
en todo el siglo XIX. Como el siglo XVIII dio a luz a la Biblia del p. 
Scío, el XIX tuvo también sólo una traducción, conocida como de 
Torres Amat, aunque no son pocos los que gustan llamarla de 
Petisco y Torres Amat. ¿Quiénes fueron estos traductores?

El padre José Miguel Petisco
Por ser menos conocido que Torres Amat, parece conveniente 
empezar por José Miguel Petisco. Nació en Ledesma, en las 
vecindades de Salamanca, el 28 de setiembre de 1724. Sintiendo el 
llamado de la vocación sacerdotal decidió ingresar a la Compañía 
de Jesús, lo que hizo a través del noviciado de Villagarcía. Fue 
ordenado sacerdote, y como es costumbre entre los jesuitas luego 
de su tercera probación hizo su cuarto voto en 1758. Viajó a Lión 
donde se especializa durante dos años en el estudio del griego y el 
hebreo. Por el decreto de expulsión de los jesuitas de España debe 
salir al destierro. En Córcega y Bolonía enseña Sagradas 
Escrituras, hasta la supresión pontificia de la Compañía de Jesús, 
en 1773.
Ante estos acontecimientos decide establecerse en Bolonía. 
Luego de la traducción al italiano de la Vulgata por Antonio Martini, 
del breve pontificio a él dirigido y de las nuevas disposiciones de la 
Inquisición española de 1782, Petisco decide empezar una 
traducción de la Vulgata al castellano. Inicia sus labores en 1786. 
Trabaja en Italia y regresa con el texto prácticamente finalizado a 
España en 1798. El Señor lo llama el 27 de enero de 1800.
Entre sus obras hay unas traducciones de Cicerón, así como una 
gramática griega publicadas en Villagarcía. Se dice que le fue 
arrebatada su traducción de Los Comentarios de Cayo César, que 
salió bajo el nombre del presbítero José Goya y Muniain, publicada 
en Madrid en 1798. Algo semejante se afirma de su traducción de la 
Biblia, como se verá más adelante.

Mons. Félix Torres Amat
Hijo de J. Torres Cereols y de Teresa de Amat y Pont, nace Félix 
en Sallent, en la comarca de Bagés, Barcelona, el 6 de agosto de 
1772. Entre sus once hermanos tuvo dos que también fueron 
sacerdotes: Ignacio y Valentín. Desde niño tuvo notable facilidad 
para los idiomas, estudiando latín en su pueblo natal, y a partir de 
los doce años griego, hebreo, francés e italiano en Alcalá de 
Henares. Para 1794 había culminado sus estudios de filosofía y 
teología. Fue ordenado sacerdote en 1796, dedicándose a la 
enseñanza de filosofía, matemáticas, retórica y teología. Para 1817 
se le encuentra en Barcelona, donde fue nombrado Vicario 
General. En 1835 es consagrado en Barcelona como Obispo de 
Astorga. Durante este tiempo desarrolla diversas actividades 
públicas. El Señor lo llama el 29 de diciembre de 1847.
La vinculación con su tío materno el arzobispo Félix Amat de 
Palou y Pont[87], vinculado al grupo jansenista y regalista, acusado 
de afrancesado por el grupo del rey Fernando VII, debido a sus 
acciones bajo el régimen de José Bonaparte, le trajo a Torres 
muchas desavenencias. De ideas semejantes a las de su tío 
escribió en su defensa un par de obras que fueron puestas en el 
Índice, y que le valieron fuertes críticas del padre Jaime 
Balmes[88].
Mons. Félix Torres Amat fue miembro de numerosas academias 
como la de las Buenas Letras de Barcelona, la Geográfica de París, 
la de Historia de Madrid. Además de la traducción de la Biblia, y de 
un Indice cronológico de las cosas más notables de la Santa Biblia, 
en diecisiete tomos, dio a imprenta en Barcelona, en 1836, un 
diccionario o Memoria para ayudar a formar un Diccionario crítico 
de escritores catalanes. Sus impugnadores lo han acusado de 
haber plagiado a su hermano Ignacio[89]. En la noticia que da José 
Vives Gatell[90], dice: «Su obra principal son las también discutidas 
Memorias. Confiesa él (Félix) en la introducción que la idea partió 
de su hermano Ignacio que, como bibliotecario y después deán de 
Gerona, reunió más de un millar de noticias de autores catalanes, 
en parte perdidas al huir de Gerona sitiada, parte aprovechadas en 
las Memorias y se sabe que Torres Amat visitó varias bibliotecas de 
España en busca de otros centenares de noticias»[91]. Por su parte 
Bohigas, al dar referencia de la obra, señala: «Parte importante de 
esta obra la constituyen las papeletas que había hecho Ignacio 
Torres Amat, hermano de Félix, en la Biblioteca Pública Episcopal 
de Barcelona, de la que fue bibliotecario. Estos materiales se 
completaron con otros de las bibliotecas de Barcelona, Madrid, El 
Escorial, Zaragoza, Valencia, etc., obtenidos bien directamente, 
bien por medio de amigos, y con datos sacados de bibliografías 
anteriores y obras eruditas»[92]. Sobre esto y el asunto de la Biblia, 
G.Ma. Verd es un tanto tendencioso en relación a Mons. Torres, 
llegando incluso a acusarlo de «plagio»[93].

El asunto de la traducción de la Biblia
En 1823 inicia Torres la publicación de su traducción sobre la 
Vulgata en nueve volúmenes, a partir del Nuevo Testamento. En 
1824 empezó a publicar el Antiguo Testamento y culminó al año 
siguiente. Al aparecer el Nuevo Testamento corrieron rumores de 
que se lo había apropiado de Petisco. Al salir de prensa el primer 
tomo del Antiguo Testamento traía unas aclaraciones sobre ese 
asunto, señalando que se había valido de un texto castellano 
anónimo, que algunos pensaban que era del padre Petisco.
Según el parecer de algunos el asunto está totalmente resuelto: 
Torres habría tomado el manuscrito de Petisco y lo publicó bajo su 
nombre. Para otros, la cosa no queda tan clara: «cuya total o 
parcial originalidad ha dado lugar a muchas y no satisfactoriamente 
resueltas cuestiones»[94]. Concediendo que Torres conoció el 
manuscrito, no deciden cuánto lo usó y cuánto se debe a sus 
propias investigaciones. Por ejemplo, el Comentario Bíblico San 
Jerónimo, dice: «Se ha afirmado que esta traducción era en 
realidad obra de José Miguel Petisco[95]; de hecho, ha sido 
publicada varias veces bajo el nombre de ese jesuita (+1800). Lo 
más probable es que se trate de una traducción distinta, si bien 
Torres Amat --como él mismo declara en el prólogo de la obra-- 
tuvo delante el manuscrito inédito de Petisco»[96].
Por un lado está la duda sembrada por las acusaciones de haber 
plagiado las introducciones de Mons. Martini, en la traducción 
italiana. Por otro está el asunto del uso de las investigaciones de su 
hermano Ignacio, fallecido en 1811, en una obra que Félix Torres 
Amat publica en 1836, concediéndole el crédito de la idea y de 
muchas notas. Finalmente está el asunto de Petisco, a quien según 
opinión de algunos autores le habrían plagiado una obra en 1798, 
cuando aún vivía y se encontraba en España o muy cerca de 
estarlo. Todo el asunto resulta extraño y por demás desagradable.

Características
En todo caso, dejando la resolución del polémico asunto a los 
expertos en esos menesteres, cabe señalar que la Biblia conocida 
como de Torres Amat presenta una traducción de mejor estilo 
literario que la del padre Scío. El costo es la multitud de añadidos o 
glosas que por momentos la hacen parecer parafrástica. Es de 
lectura fácil y agradable. Varias veces ha sido revisada e incluso se 
han recortado sistemáticamente sus glosas o paráfrasis.
La traducción ha tenido mucho éxito. Las ediciones se han 
multiplicado a lo largo de los años. Incluso, en este mismo año se la 
ha editado en lenguaje electrónico, en un CD adaptado a los 
multimedios[97].


Primicia mundial desde América Latina
El padre Jünemann 
La Biblia del padre Jünemann 
La edición de 1992 

Si bien, como ya se ha señalado, en la época del dominio español 
puede que se haya dado alguna traducción de la Biblia a un idioma 
nativo de América, no existe clara evidencia de ello, salvo por lo ya 
indicado en el estudio del padre Specker. Tampoco hay evidencia 
de una traducción completa de la Biblia en las posesiones 
españolas de América. Así, pues, con toda justicia corresponde al 
padre Guillermo Jünemann Beckschaefer el muy honroso título de 
primer traductor de la Sagrada Escritura en América[98]. Más aún, 
su traducción directamente del antiguo texto griego de la Biblia al 
castellano es una verdadera primicia mundial. Lo fue al hacer la 
traducción castellana y lo sigue siendo hoy, pues no se ha 
emprendido obra semejante[99].

El padre Jünemann
Aunque nació en la ciudad de Welwer, en Westfalia, el 28 de 
mayo de 1855, a los ocho años arribó a Chile para quedarse 
durante toda su vida en su nueva patria. Sus padres, Federico 
Jünemann y Cristina Beckschaefer, junto con sus cuatro hijos, 
emigraron de Alemania. Para 1871, Guillermo marcha a Santiago, 
donde sigue estudios en el Colegio San Ignacio. Dos años después, 
el joven alumno, que iba destacando en el aprendizaje, ingresa al 
Seminario Conciliar de Concepción. Ya entonces destacaba por su 
dominio del latín. A él suma el aprendizaje del griego. Tras los 
estudios correspondientes de filosofía y teología, recibe el orden 
sacerdotal, en 1880. Al lado de sus labores ministeriales realiza 
tareas de enseñanza. De éstas brotan varios libros como su texto 
de Literatura española, su Antología Universal de los Mayores 
Genios Literarios o aquél otro de Literatura Universal[100]. La 
editorial alemana Herder los publica. También traduce la Ilíada, 
pues era muy aficionado al estudio de los clásicos griegos y 
también a los latinos.
Para 1920, el sacerdote germano-chileno da inicio a la traducción 
del Nuevo Testamento directamente del griego. Continúa con el 
Antiguo Testamento, para lo cual recurre, lleno de devoción por el 
valor que le concedieron los autores del Nuevo Testamento y los 
Padres de la Iglesia, a la antigua versión griega, conocida como de 
los LXX[101]. Unos siete años le lleva realizar su traducción, hasta 
noviembre de 1928. Realiza su labor en unos pequeños cuadernos 
manuscritos, de los que en el mismo 1928 entrega a imprenta el 
Nuevo Testamento, que publica la Editorial Diocesana de 
Concepción. El Antiguo Testamento, versión de la Septuaginta al 
castellano, sólo será editado 64 años después, con la aprobación 
de la Conferencia Episcopal de Chile.
El padre Jünemann fue llamado por el Señor el 21 de octubre de 
1938, estando en Tomé, en su querida diócesis de Concepción.

La Biblia del padre Jünemann
El origen de su deseo de traducir la Sagrada Escritura habla 
mucho de la personalidad de este sensible sacerdote. En sus 
propias palabras relata así cómo empezó su aventura: «Un día me 
dice casi de improviso una niña: "Cuando abro el Evangelio, no sé 
lo que me pasa: me olvido de todo; me parece que no estoy aquí". 
Y yo: "Cuánto más gozaría Ud., si lo leyese exactamente traducido; 
no tan mal como lo está". Ella: Y ¿por qué no lo traduce bien Ud.; ya 
que escribe tantas otras cosas? Yo le copio. Yo: Ud. sabe que mi 
editor (B. Herder) y Alemania son actualmente, como si no 
existieran. ¿Quién me lo imprime? Ella: Yo le ayudo a costear la 
edición... Añadiré que distaba ella mucho de ser rica; y no tengo ya 
necesidad de decir que el mismo día cogí la pluma, y no la soltaré 
hasta que termine mi trabajo, si Dios antes no me la quita de la 
mano. Ésta es la génesis de mi versión de la Biblia»[102].
El Nuevo Testamento fue publicado por primera vez en 1928. Se 
trata de un texto sumamente literal que se ajusta incluso al orden de 
las palabras en griego. El padre Jünemann lleva muy metida en las 
venas la precisión tan querida por el genio alemán de sus 
antepasados, y elige realizar una traducción lo más literal posible. 
Se da pocas libertades a pesar que afirma su propósito de «verterla 
(la palabra divina) de modo que no tuviese yo que avergonzarme 
delante de Dios por irrespetuoso, ni delante del idioma español, 
ruborizándome de rigidez y pobreza»[103]. El literalismo que se 
percibe más parece responder al primer criterio.
Igual sentido literal se aprecia en el texto del Antiguo Testamento, 
que bien podría servir para una edición interlineal con el texto 
griego, de conocerse con seguridad de qué obras traduce[104] 
aquél a quien Mons. Straubinger califica como «excelente 
conocedor de la lengua griega y formado en la escuela de San 
Crisóstomo, cuyos escritos eran su lectura predilecta»[105].
La traducción del padre Jünemann constituye aún hoy un 
testimonio bíblico de valor único. Incluso su literalidad extrema 
puede servir para seguir desde el castellano el texto griego de los 
LXX o el del Nuevo Testamento. Precisamente, G.Ma. Verd, 
hablando en general, señala: «Las versiones literales transparentan 
el texto original, y pueden ser sumamente iluminadoras en la lectura 
privada de una persona de cultura»[106], aunque no son para uso 
general ni pastoral. En todo caso, la magna empresa de Jünemann 
queda como un hito muy especial en la historia de la traducción de 
la Sagrada Escritura al castellano, y merece ser mejor conocida.

La edición de 1992
Con ocasión del Quinto Centenario de la Evangelización de 
América fue impresa en Chile La Sagrada Biblia traducida por 
Guillermo Jünemann. Al texto castellano ya fijado por la edición del 
Nuevo Testamento de 1928, se sumó una especie de odisea de 
copiados que desde los manuscritos originales llegaron a la 
imprenta.
Los manuscritos originales de la traducción de los LXX, en los ya 
mencionados pequeños cuadernos, quedaron en posesión del 
padre Benedicto Guiñez, quien quedó a cargo para cuanto fuera 
menester. Éste trasmitió luego la responsabilidad al padre Ambrosio 
Villa, quien pasó a máquina buena parte de la traducción. A su vez 
éste trasladó todas las responsabilidades a otro sacerdote, que 
como los anteriores había sido discípulo del padre Jünemann. Esta 
vez, quien recibió la posta fue el padre Eleazar Rosales Rojas, 
quien prosiguió la tarea. Finalmente mediante documento notarial el 
padre Rosales, al enfermar gravemente, pasó los manuscritos y la 
potestad sobre ellos a Gustavo Leiva Carrasco, en setiembre de 
1971. Precisamente Leiva, Vicepresidente del Centro de exalumnos 
del Seminario Conciliar de Concepción, con la colaboración y apoyo 
eficaz del presidente Alfonso Naranjo Urrutia y el aliento del 
Arzobispo de Concepción, Mons. Antonio Moreno, lograron la 
publicación de una edición de la Biblia completa, cumpliendo así el 
sueño del padre Jünemann.


Una traducción en Argentina
Una primera versión 
La traducción 
Características 

Para 1927 Américo Castro, A. Millares y A.J. Batistessa imprimen 
una Biblia Medieval Romanceada, según manuscritos prealfonsinos 
de El Escorial[107]. Hacia 1938 la Obra Cardenal Ferrari produce 
una hermosa edición de los Evangelios. Este interés por la Biblia se 
expresa también años antes con las Concordancias de Luis Macchi, 
S.D.B. Posteriormente se publica la edición de los Evangelios 
realizada por el padre Réboli, en 1944, según una versión suya de 
la traducción de Torres Amat, con amplias notas y con grabados 
alusivos a pasajes evangélicos de Víctor Delhez[108].
Pero será Mons. Juan Straubinger el autor de la primera 
traducción de la Biblia hecha en Argentina. Nació en Esenhausen, 
en Alemania, el 26 de diciembre de 1883. Por la situación que 
entonces sufría su patria, en 1938 viaja a la Argentina y se 
establece en la ciudad de Jujuy. Allí publica una «humilde 
hojita»[109] bíblica. Al año siguiente decide fundar la Revista 
Bíblica. En 1940 viaja a La Plata, capital de la provincia de Buenos 
Aires, y se desempeña como profesor de Sagrada Escritura del 
Seminario Mayor. Permanece allí hasta 1951, enseñando diversas 
materias. Al parecer, luego retorna a Alemania, radicándo en la 
ciudad de Stuttgart. El Señor lo llama el 23 de marzo de 1956.

Una primera versión
Alternó sus labores docentes con una actualización crítica de la 
traducción al castellano de la Vulgata de Mons. Torres Amat. Mons. 
Juan Straubinger, entonces profesor de Sagrada Escritura en el 
Seminario Arquidiocesano San José de La Plata, publicaba, por la 
Librería e Imprenta Guadalupe, un Nuevo Testamento revisado y 
anotado. Era el año 1941. La obra tenía como especial 
particularidad que las numerosas glosas en bastardilla de la edición 
de Torres desaparecen en la edición de Straubinger, más ajustada 
a la Vulgata. El clérigo alemán siguió publicando la traducción de la 
Vulgata en una edición libre de las «viruelas», como llamaba 
graciosamente el padre Castellani[110] a las glosas en cursivas que 
llenan la edición de Torres Amat.

La traducción
En setiembre de 1944 aparecía una edición de los Evangelios, 
con 186 xilografías. La traducción, según el griego, le fue 
encargada a Straubinger con ocasión del IV Congreso Eucarístico 
Nacional Argentino. Llevaba prólogo del Cardenal Santiago L. 
Copello. Al año siguiente el autor tenía traducidos los Hechos. En 
1947 salieron a la luz las Cartas de San Pablo. Un año después, 
terminada la traducción del Nuevo Testamento, se difundió en una 
edición completa.
Straubinger optó por traducir el Antiguo Testamento del texto 
hebreo masorético y de la Vulgata, lo que tenía terminado para 
1951. La traducción de Mons. Straubinger ha sido varias veces 
reeditada en diversos lugares de América, incluso en una edición 
ecuménica de la Biblia, publicada en Chicago en 1971.

Características
La traducción del Nuevo Testamento y del Antiguo muestra una 
cierta influencia de la Vulgata, a la que el autor expresamente dice 
seguir para los libros veterotestamentarios que no se encuentran 
en hebreo. Para los demás libros del Antiguo Testamento sigue el 
texto masorético. Straubinger señala que ha tenido en cuenta las 
traducciones españolas de Nácar y Colunga, así como la de Bover y 
Cantera, publicadas en la Biblioteca de Autores Cristianos, de 
Madrid. Un juicio certero sobre la obra señala que: «El trabajo 
realizado con minuciosidad, refleja una buena crítica textual y una 
sólida exégesis. Desde el punto de vista estilístico el texto es 
correcto y claro»[111].

Otras traducciones al castellano
Como se desprende de lo dicho, para tiempos de finalizar la 
traducción de Straubinger, ya se habían publicado otras. La más 
conocida de ellas es la de Eloíno Nácar Fuster y del dominico 
Alberto Colunga, La Sagrada Biblia, traducción al castellano del 
hebreo y del griego, para el Antiguo Testamento, y del griego para 
el Nuevo. La primera edición es de 1944. Hasta hoy se han 
difundido millones de ejemplares. M. García Cordero dirige un 
equipo que revisa la traducción en 1965. Es posible que en un 
futuro no muy lejano se vuelque a lenguaje electrónico esta famosa 
traducción, que estaría en proceso de una nueva revisión.
En 1947 aparece una traducción más ajustada a lo literal, 
realizada de los textos hebreo, arameo y griego. Se debe a José 
María Bover, S.J., y Francisco Cantera Burgos. Precisamente, este 
último, junto con Angel Sáenz-Badillos, Natalio Fernández Marcos y 
el padre Manuel Iglesias, S.J., han producido en 1975 una nueva 
edición de la traducción Bover y Cantera.
Dirigida por Luis Alonso Schökel y Juan Mateos, aparece una 
Nueva Biblia Española (1975), que usa una metodología de 
traducción dinámica. El origen `remoto' de la misma son unos 
trabajos para uso litúrgico, encomendados a los autores por el 
episcopado español. El Nuevo Testamento realizado por Juan 
Mateos, es de 1974. La colección Los Libros Sagrados del Antiguo 
Testamento, de Ediciones Cristiandad, tiene en germen esta 
traducción de cariz literario. En cierto sentido, y guardando 
debidamente las distancias, se la puede poner en la línea de las 
traducciones con glosas, aunque en este caso más que con glosa 
se traduce buscando la equivalencia dinámica[112] de las 
palabras.
Otra traducción importante es la realizada por el equipo de 
traductores dirigido por Evaristo Martín Nieto, La Santa Biblia 
(1964). La edición reclama haber sido realizada «con la más 
rigurosa lealtad al sentido primigenio de la Biblia y, al propio tiempo, 
con la más adecuada adaptación al lenguaje del hombre de 
hoy»[113]. Las Ediciones Paulinas ha producido ya distintas 
ediciones y en diverso formato. La traducción aspiraba a ser 
«realmente "La Vulgata" entre todos los pueblos de habla 
española»[114]. Es la primera traducción realizada en castellano en 
equipo, y las virtudes y defectos de este tipo de traducciones se 
dejan ver. El estilo es claro, y el lenguaje es formalmente correcto, 
aunque muestra algunos anacronismos. Hay una nueva edición 
revisada (1988).
Famosa y muy influyente es la traducción de la Biblia de 
Jerusalén, que se atiene a las variantes textuales de la Bible de 
Jérusalem, publicada bajo la dirección de la Escuela Bíblica de 
Jerusalén. La versión castellana es bastante conocida y responde a 
una lectura textual que toma en cuenta el uso de los Santos Padres 
de los primeros siglos. La unidad e interdependencia de las lecturas 
es un objetivo explícitamente perseguido por los grupos de 
traductores. Es interesante señalar que en no pocos pasajes, en 
especial en el Nuevo Testamento, tiene un aire a la traducción del 
padre Jünemann, probablemente por seguir muy de cerca el texto 
griego, pero con la clara salvedad de un mejor estilo y construcción. 
Desde su aparición en 1966 ha tenido varias revisiones. Hace 
algunos años, para la traducción castellana, la Biblia de Jerusalén 
es accesible al computador electrónico a través de la herramienta 
norteamericana Findit, novedosa en su tiempo pero hoy superada 
tecnológicamente[115].
La Biblia Latinoamericana (1972) es una traducción realizada en 
Chile, al parecer en la Arquidiócesis de Concepción, y muy 
difundida[116]. Los traductores fueron los padres Ramón Ricciardi y 
Bernardo Hurault. El primero sigue en Chile, en Tomé; el segundo 
está radicado en Taipei, Taiwan. Hurault publicó en 1980 una 
interesante Sinopsis Pastoral de Mateo - Marcos - Lucas - (Juan), 
con notas exegéticas y pastorales. En ella aparece un traducción 
más enfática que en la edición de la Biblia. La obra conjunta de los 
dos, Ricciardi y Hurault, apareció con un sesgo muy influido por 
perspectivas ideológicas de moda en la década de los años 70, lo 
que aún se percibe en algunas notas. Este sesgo motivó 
numerosas críticas y una revisión. La edición actual apela al 
lenguaje coloquial, lo que la hace fácil de leer. Sin embargo, su 
traducción es en algunos casos interpretativa. Por otro lado, 
lamentablemente, en algunas notas se percibe poca precisión 
teológica y cierta oscuridad en lo expresado. Por suerte esto no 
está extendido a todas, pues hay notas bastante claras y acertadas 
teológicamente.
En 1981 se publicó una muy curiosa traducción argentina, El 
Libro del Pueblo de Dios, bajo la dirección de los padres Armando 
Levoratti y Alfredo Trusso. Esta obra presenta el Antiguo 
Testamento según el orden del canon hebreo (La Ley, Los 
Profetas, Los demás Escritos)[117]. Al mismo tiempo, se extrae del 
Antiguo Testamento los pasajes y libros que no fueron aceptados 
por quienes elaboraron el canon judio-fariseo con posterioridad a la 
caída de Jersulén, en el siglo I, y se los deporta a una sección entre 
ambos Testamentos denominada «Escritos "deuterocanónicos"». El 
texto en sí mismo tiene un estilo claro y fluido, aunque la traducción 
y las notas son desiguales. Estas últimas en general son puntuales 
y concretas. Se habla de una futura edición electrónica en 
multimedios. Es de esperar que para ella se salve la alteración del 
orden de los libros y sobre todo se mantenga su integridad textual 
.
Recientemente, en 1994, ha aparecido para América Latina una 
edición auspiciada por la Casa de la Biblia de Madrid, denominada 
Biblia de América. La edición ha sido revisada por un equipo 
latinoamericano para adaptarla al uso de estas tierras. La 
traducción es con lenguaje coloquial y se hace fácil de leer. Sin 
embargo, unas cuantas notas e introducciones tienen la falta de 
traer hipótesis y presentarlas como hechos. Ciertamente, ese vicio 
afecta no poco a las traducciones nuevas.

¿Nuevamente Scío?
En 1994 apareció la Biblia Americana San Jerónimo. En una 
cuidada edición, la editorial Edicep, de Valencia, ha publicado una 
tercera edición de la Biblia del padre Scío. Se trata en realidad de 
una versión bastante nueva. Ante todo los varios y grandes 
volúmenes de las ediciones de la primera y de la segunda versiones 
de la Biblia traducida por Scío, se han reducido en la presente a un 
solo volumen de fácil manejo. Esta nueva edición ha recortado 
abundantemente las notas de Scío, aunque trae algunas. También 
trae un buen reflejo de las introducciones del ilustre escolapio. La 
traducción es totalmente moderna. El estilo es sumamente claro y 
ágil, manifestándose el cuidado tenido en transformar y simplificar 
las construcciones sintácticas. Declara seguir los textos hebreo y 
griegos más que la Vulgata. La obra coordinada por el escolapio 
Jesús María Lecea ha procurado mantener una política de 
renovación del texto buscando introducir las variantes necesarias 
para una mejor lectura de cara al Tercer Milenio.
La Biblia Americana San Jerónimo ha sido aprobada por la 
Conferencia Episcopal de Santo Domingo, y trae un prólogo del 
Arzobispo Primado de América, Cardenal Nicolás de Jesús López 
Rodríguez, quien resume muy bien el sentido de esta nueva versión 
de la traducción de Felipe Scío de San Miguel, Sch.P. «La "Biblia 
Americana San Jerónimo" responde a un plan bien definido, de 
suerte que, siendo fiel a su primer traductor, puede ser 
comprendida sin dificultad por el lector de nuestros días. Así, un 
patrimonio escriturístico y literario del pasado puede ser compartido 
perfectamente en el presente, con las mayores garantías, no sólo 
de ortodoxia y plena fidelidad a la fe católica, sino también de 
lenguaje inteligible y ameno que invita a la lectura»[118].
Dado que esta edición, que ha aparecido primero, está orientada 
hacia América Latina, tierra donde radica no sólo el mayor número 
de católicos de habla castellana, sino la tierra del mayor número de 
católicos del mundo[119], se estaría preparando una edición 
adaptada al hablar castellano en España. Por lo demás, como van 
las cosas en el mundo de la informática, no parece que se haga 
esperar mucho una edición electrónica de la traducción revisada de 
la Biblia de Scío.

........................
[1] La teoría estaría fundada en las tesis del lexicólogo E.A. Nida. Julio 
Trebolle la resume así: «un proceso de versión en tres fases: análisis de la 
expresión en la lengua fuente para determinar su significado, transferencia 
de este significado al contexto de la lengua término, y reestructuración del 
significado en el mundo expresivo de la lengua término» (p. 138).
[2] Ver Andrés (1976), p. 319. 
[3] Por lo mismo, la traducción de textos en arameo o hebreo con ocasión 
del Nuevo Testamento no obstan.
[4] El hecho es que se han podido establecer tipos y subtipos.
[5] San Cipriano de Cartago (c. 205-258) al citar la Biblia usa una traducción 
que coincide sustancialmente con la que aparece en manuscritos 
posteriores (ver González, p. 538). Sobre el uso de una traducción latina 
ya por Tertuliano (c. 160 - c. 220) ver Gutiérrez (p. 44), citando la opinión 
favorable de Teófilo Ayuso Marazuela.
[6] Una buena idea de la situación la da Basevi cuando dice: «Pero San 
Agustín no se limitó a emplear los códices a su disposición, sino que 
entre el 394 y el 403, se dedicó, por lo menos por lo que se refiere a los 
Evangelios y casi seguramente también al `corpus' paulino, a una revisión 
personal. En esta revisión, dejando de lado el texto africano entonces en 
uso, se puso a revisar los códices `italianos' según el texto griego, y a 
traducir ex novo si fuera el caso» (pp. 121-122; ver también pp. 223-224).
[7] C. 304-384, Papa desde el 366.
[8] Ausejo, col. 2010.
[9] C. 348 - c. 420.
[10] San Jerónimo fue secretario del Papa del 382 al 384.
[11] Esto lo habría realizado a partir del año 384 d.C. También por este tiempo 
revisó el Salterio en relación a los Setenta --la versión del Antiguo 
Testamento realizada en Alejandría a partir del siglo III a.C.--.
[12] Hay especialistas que consideran que se trata en muchos libros de una 
revisión más que de una traducción (ver Lifschitz, p. 401).
[13] Su convicción de la hebraica veritas lo llevó progresivamente a acercarse a 
la escuela rabínica y a traducir según esa orientación (ver Ausejo, col. 
2011; también ver Kamesar, Jerome and his Jewish Sources, en ob. cit., 
pp. 176ss). Por ejemplo, dejó de traducir libros como 1 y 2 Macabeos, 
Eclesiástico y Sabiduría (ver Barr, pp. 26ss; Artola, pp. 88-92). Los 
procedimientos de Jerónimo son resumidos en la conclusión de la 
investigación monográfica de Kamesar (ver p. 193).
[14] En el Oriente la versión griega antigua siguió en uso.
[15] «Por otra parte, la versión antigua había sido escrita en la lengua 
vernácula del pueblo, muy alejada de la lengua literaria de la época. Estos 
factores determinaron que la VT (Vetus Latina) fuera desplazada, aunque 
nunca del todo por la Vg. de Jerónimo» (González, p. 538). Se tiene 
noticia de manuscritos hasta del s. XIII.
[16] Ver Mestre, pp. 424ss. Sobre el tema de la depuración de la Vulgata ver 
Andrés (1983), p. 642.
[17] Ver Pastor, p. 189.
[18] 1536-1605, su pontificado se inició en 1592.
[19] 1520-1590, su pontificado se inició en 1585. En 1587 publicó una edición 
de la versión griega de los Setenta, por el impresor Zannetti: Vetus 
Testamentum iuxta Septuaginta. Ex Auctoritate Sixti V Pont. Max. 
(1586-87). Y, al año siguiente una traducción al latín de la misma: Vetus 
Testamentum secundum LXX. Latine Redditum (1588) en la Imprenta 
Vaticana, que había inaugurado el mismo Papa Sixto. Sobre la 
Septuaginta Sixtina y el asunto de la Vulgata publicada por el Papa Sixto, 
ver Pastor, pp. 188ss. Sobre la Septuaginta Sixtina ver Swete, pp. 174ss. 

[20] Ver González, p. 554. También García-Moreno, pp. 117ss. Para una 
noticia más extensa ver Bover, pp. 18ss. Primera época: El texto 
prerecensional (s. V-VIII).
[21] El padre Bover da noticia de la notable supervivencia de la Vetus (ver pp. 
26ss). Además, debido a las investigaciones de Teófilo Ayuso Marzuela, 
se ha planteado la posibilidad de una Vetus Latina Hispana con 
características propias (ver Andrés (1987), p. 668; Ausejo, cols. 2008s. 
Una síntesis de los trabajos de Ayuso sobre la Vetus se puede ver en 
Gutiérrez, pp. 30-31).
[22] Los datos y el alcance de las características de esta edición no son del 
todo claros.
[23] Ver García-Moreno, p. 122.
[24] Ver J.M. Sánchez Caro, La Biblia en España, en González, pp. 557s; 
Verd (1971), pp. 320s.
[25] + 1272.
[26] 1221-1284.
[27] Ver en Vigouroux, cols. 1953s, un resumen de las características y 
contenidos de esta primera traducción de la Biblia; también Verd (1971), 
pp. 325s. Los manuscritos no parecen tener todos los libros. 
[28] Ver Tuya-Salguero, p. 584; también Pérez, p. 90.
[29] Ver González, p. 558. También Verd (1971), pp. 326ss. Pérez (p. 90) 
señala que «A. Castro, A. Millares y C. y A.J. Batistessa iniciaron la 
publicación de una ed. crítica con el Pentateuco». Esto ocurría en Buenos 
Aires en 1927, y el título de la edición fue Biblia Medieval Romanceada 
(ver Martín, XXV). Ver también Morreale, p. 70.
[30] Andrés (1976), p. 322.
[31] Alfonso de Zamora, cabeza de la escuela hebraísta de Alcalá, habría sido 
un converso a la fe de la Iglesia, muy versado en hebreo y gran conocedor 
de la exégesis judía. Se puede ver Complutense, p. 44.
[32] Sánchez Ciruelo es retratado por Andrés (1977) como «teólogo seguro» y 
crítico de la cábala (ver p. 76).
[33] Cita tomada de Andrés (1977), p. 73.
[34] Tetrapla seu quatrifida interpretatio Genesis. Existe una edición anotada 
de M. Pérez Rodríguez, impresa en Madrid, en 1941.
[35] Morreale da como fechas 1422-1433 (p. 88; ver también p. 96); igualmente 
ver Verd (1971), pp. 338ss.
[36] Ver Scío, Disertación preliminar, SS III, p. 22; también Verd (1971), pp. 
344ss. Una edición modernizada de esta traducción de Ferrara apareció 
en Argentina en 1946 (ver González, p. 599).
[37] Reinó de 1416 a 1458.
[38] Scío, Disertación preliminar, SS III, p. 23.
[39] Ver Bataillon, p. 44; también Andrés (1976), p. 373; también Seibold, p. 
73.
[40] Esta obra se titulaba Evangelios e Epistolas, siquier liciones de los 
domingos e fiestas solemnes de todo el anyo e de los santos, publicada 
en Zaragoza en 1485.
[41] Evangelios y Epístolas para todo el año (Madrid 1512, Zaragoza 1525, 
Sevilla 1526, Toledo 1532 y 1535, Sevilla 1536 y 1540, Amberes 1544, 
1550 y 1608, Madrid 1601). Al parecer hay dos ediciones de la obra a la 
que corresponden las fechas, la segunda con el título de Epístolas, 
Evangelios, Lecciones y Profecías. Ver las versiones discordantes de 
Pérez, p. 93 y Bataillon, pp. 45s.
[42] El padre Réboli llama Diego de Robles, O.S.B., al autor de Traducción 
clásica de los Evangelios (ver p. 58). La obra fue escrita en 1573, y 
editada en 1906; ver Espasa-Calpe, p. 80.
[43] Complutense, todo; Andrés (1977), pp. 63ss.
[44] A pesar del extraordinario valor de la Políglota Complutense, en su tiempo 
se tejió sobre ella un manto de silencio (ver Andrés (1977), pp. 63ss), y 
aún hoy no aparece en muchos lugares donde se trata de la historia de 
traducciones.
[45] Esta transcripción y traducción en el Pentateuco proviene del Targum 
Onquelos.
[46] Natalio Fernández Marcos, El Texto Griego, en Complutense, p. 33. 
Lamentablemente la Políglota Complutense sólo fue puesta en circulación 
pública para 1521/1522, a pesar de haber sido la primera edición crítica de 
la Biblia en ser impresa. Ver también Andrés (1983), pp. 635ss.
[47] «También el texto griego del Nuevo Testamento es edición princeps, 
terminada de imprimir el 10-1-1514, anterior a la edición de Erasmo, 
preparada desde abril de 1515 a febrero de 1516, superior a ella en calidad 
textual y en cuidado editorial. Influyó en muchas ediciones posteriores» 
(Andrés (1977), p. 69). El padre Castellani dice: «Erasmo publicó cinco 
ediciones diversas del texto griego, de las cuales la única que puede 
llamarse crítica es la cuarta, del año 1527. La primera es tan 
inescrupulosa que puede llamarse fraude...» (p. 77). Andrés (1977) trae 
noticia de un par de traducciones del griego al latín, al menos una de 
mediados del siglo XVI (p. 72, n. 8).
[48] Ver Mestre, pp. 421ss; Andrés (1983), pp. 645s.
[49] Ver Vigouroux, col. 1956. Ver desde su usual enfoque, Menéndez y 
Pelayo: «El "Índice Expurgatorio" internamente considerado» (t. V, pp. 
464ss).
[50] Bataillon, p. 555; ver Andrés (1983), p. 721, n. 89.
[51] Ver Bataillon, p. 597; también Mestre, p. 667. En realidad poco se sabe 
del alcance de traducciones como los Proverbios de Salomón, por Alfonso 
Ramón (1629) y el Apocalipsis, por Gregorio López (1678), y otras 
semejantes.
[52] Ver Bataillon, p. 556. Ver nota 41.
[53] Ver Andrés (1987), p. 150.
[54] El traductor es un personaje curioso. Se le tiene por protestante y 
ciertamente termina de pastor luterano. Pero la edición de la Biblia trae 
unos pasajes del Concilio de Trento en el contrafrontispicio, los que aduce 
para avalar su traducción al castellano, en la Amonestación del Intérprete 
de los Sacros Libros al Lector y à toda la Iglefia del Señor, en que da 
razon de fu traslacion anfi en general, como de algunas cofas efpeciales. 
Y, por si fuera poco en la misma dice: «Quáto à lo que toca àl autor de la 
Translació, fi Catholico es, el q fiel y fenzillaméte cree y profeffa lo q la 
fancta Madre Iglefia Chriftiana Catholica cree, tiene y mátiene... Catholico 
es, y injuria manifiefta le hará quien no lo tuuiere por tal...». Aunque 
Menéndez y Pelayo (1856-1912) repara en esta autoconfesión, dice que 
es «quizá para engañar a los lectores españoles». Citando una versión del 
texto arriba recogido, juzga él que Reina al declarar ser católico «lo hace 
en términos ambiguos o solapados, que no dejan lugar a duda sobre su 
verdadero pensamiento» (t. V, p. 158). Claro que el polígrafo español 
escribe en el siglo XIX (de 1880 a 1882), cuando el asunto de la filiación 
religiosa de Reina estaba por demás esclarecida.
[55] Según noticia de Gordon, la traducción de la Biblia la habría empezado 
siendo fraile jerónimo en el monasterio de San Isidro de Santipone --el 
Comentario Bíblico "San Jerónimo" (69:184) y otros varios lo llaman 
Isidoro de Sevilla--. Casiodoro de Reina no era su verdadero nombre de 
familia, sino más bien el de profeso religioso jerónimo, que al parecer 
mantuvo siempre. A pesar de los datos de interés que ofrece, Gordon, en 
una perspectiva sesgada hacia el protestantismo llega al punto de afirmar: 
«Todas las versiones españolas de las Sagradas Escrituras hechas 
durante el siglo XVI, período clásico de la traducción de la Biblia, fueron 
producidas por exiliados excluidos de su patria por intolerancia religiosa» 
(p. 2). Por la breve reseña histórica que se ha realizado aquí se ve 
claramente que ello no se ajusta a la verdad (ver arriba). Sobre otro 
asunto, el mismo Gordon señala que Reina copió «palabra por palabra» 
varios libros del Nuevo Testamento de otra traducción al castellano (p. 7). 
En el Antiguo Testamento para los pasajes en hebreo se trataría de hecho 
de una revisión y actualización de la traducción al latín realizada en 1528 
por el dominico Sancti Pagnini (la grafía de su nombre y apellido varía en 
diversas referencias) y de la impresa en Ferrara (ver arriba) como se sigue 
de lo dicho por el mismo Reina en su Amonestación del Intérprete de los 
Sacros Libros.
[56] Es digno de mencionarse que la edición de Casiodoro de Reina se ajusta 
bastante al canon católico de la Sagrada Escritura, esto es incluye en el 
lugar tradicional los libros discutidos o suprimidos por los protestantes, 
como Judit, Tobías, Sabiduría, Eclesiástico, la Epístola de Jeremías y no 
los llama «apochrypho» como hace con el III y el IV libro de Esdras. En 
algunos casos Reina se ajusta al texto hebreo, como en Ester, y suprime 
lo que trae el texto griego y latino, o como en Daniel señala: «Hafta aqui fe 
lee el texto de Daniel en Hebrayco, loque fe figue en eftos dos capitulos 
poftreros es trasladado dela verfion de Theodocion» (p. 354). 
[57] No la pudo imprimir en Ginebra como era su deseo pues los protestantes 
de ese lugar no lo veían bien (ver Gordon, p. 6). En Basilea también tuvo 
diversos problemas, incluso fue obligado a recortar sus anotaciones. 
Después de muchos avatares terminó su vida como pastor luterano de una 
comunidad de habla francesa en Alemania.
[58] Menéndez y Pelayo (t. V, p. 186), fustiga incesantemente a Valera, 
también antiguo jerónimo, destacando su labor de libelista contra el Papa. 
Dice que luego de abandonar la fe de la Iglesia se pasó al calvinismo y 
que tradujo las Instituciones de Calvino, hacia el 1597.
[59] Aunque se llama Segunda Edición, «sin embargo, (Valera) pone su 
nombre, y calla el de Casiodoro, en la portada» (Menéndez y Pelayo, p. 
194).
[60] Ya Valera se presenta como abiertamente protestante. Entre las reformas 
que introduce a la Biblia de Reina está la alteración del orden de los libros 
bíblicos, relegando los que los protestantes no aceptan a un lugar 
intratestamentario bajo el epígrafe de «Los libros Apochryphos». Para 
mayor claridad de su posición, antes del referido epígrafe y al finalizar 
Malaquías, pone «Fin del Viejo Testamento». Quizá sea esta alteración de 
la Biblia del Oso lo que hace que a partir de la segunda edición 
--precisamente la que hace Valera-- los protestantes la asuman como su 
versión en castellano.
[61] Menéndez y Pelayo, afirma que «es lo cierto que Valera ni de docto ni de 
hebraizante tenía mucho. Los veinte años que dice que empleó en 
preparar su Biblia deben ser ponderación e hipérbole andaluza, porque su 
trabajo, en realidad, se concretó a tomar la Biblia de Casiodoro de Reina y 
reimprimirla con algunas enmiendas y notas que no quitan ni ponen 
mucho» (t. V, p. 193). Lo de «ni quitan ni ponen mucho» depende de lo 
que se trate, pues si del canon se trata su posición ya es claramente 
protestante a diferencia de Reina, y en cuanto al orden mismo de los 
libros responde también a una concepción del todo diversa de la Biblia de 
Reina.
[62] Ver Menéndez y Pelayo, t. IV, pp. 306ss.
[63] Ver Bataillon, p. 551. Menéndez y Pelayo da noticia de cómo Enzinas, 
por consejo de un fraile dominico, cambia el título de su obra para no 
parecer protestante, y de cómo un Obispo presenta al autor y la obra al 
Emperador (t. IV, pp. 311ss). La historia del inicial protestantismo de 
Enzinas es oscura, aunque Menéndez no se detiene mucho en ello y lo 
da por hecho desde un primer momento. Ver en Bataillon (lug. cit.) cómo 
por ese mismo tiempo se permitía la circulación de diversas traducciones 
de partes del Nuevo Testamento en castellano, catalán y valenciano. Tan 
sólo a partir de 1551 aparecen las prohibiciones expresas en el Índice (allí 
mismo, p. 552). Debe decirse, sin embargo, que a pesar de ello la 
situación sobre las ediciones en lengua vernácula es en todo ese tiempo 
muy confusa, por decir lo menos. Ver nota 41.
[64] Ver Andrés (1977), pp. 629ss. El padre Seibold insiste en el cultivo de la 
Sagrada Escritura en España bajo el epígrafe: «No amordazamiento de la 
Palabra de Dios en el "Siglo de Oro" español», pp. 82ss. Propiamente 
para América Latina ver Specker, pp. 90-97.
[65] Tampoco el asunto de las polémicas en torno a la Vulgata y su letra, 
aunque cabrían interrogantes ante la ausencia de una versión crítica. Los 
debates llegaron a extremos, entre ellos desconfiar totalmente del texto 
de los LXX al igual que del texto hebreo usual (ver Mestre, p. 427). 
Melquíades Andrés (1983) parece señalar que al menos un grupo de los 
defensores de la Vulgata no rechaza a los LXX, aunque sí desconfía del 
texto hebreo recibido (ver pp. 642s). El alcance de estas posiciones no se 
puede medir con claridad, pero resulta interesante considerar el efecto de 
la Políglota Complutense, así como de la Regia, y por otro lado de la 
edición de los LXX realizada nada menos que en la imprenta vaticana a 
impulso del Papa Sixto V.
[66] Ver Miguel Avilés Fernández, Historia de la exégesis bíblica española 
(1546-1700), en Andrés (1987), p. 116.
[67] Muchas de estas traducciones han llegado de forma manuscrita, pues 
para las publicaciones de traducciones bíblicas a lengua vernácula existía 
en América la misma política que en España, aunque al parecer algo 
menos exigente.
[68] «El hecho de que en 1576 se elevase a la Inquisición mexicana una queja 
por causa de los mu- chos textos de la Escritura en lengua vernácula que 
circulaban entre los indios, muestra que muy pronto se pusieron manos a 
la obra para traducir a lenguas nativas textos de la Sagrada Escritura, 
particularmente las Epístolas y los Evangelios de los domingos y días de 
fiesta» (Specker, p. 112).
[69] Ver Specker, pp. 97ss. 
[70] Ver Castellani, pp. 84ss. El famoso escritor llega al extremo de decir: 
<<No se hará ya una traducción eximia de la Biblia al español>>. 
[71] Para 1757, el Papa Benedicto XIV promulgó un breve autorizando la 
lectura de las Sagradas Escrituras en lengua vulgar.
[72] 1527-1591.
[73] 1504-1588.
[74] Recientemente reimpresa en Lima.
[75] Citado en Mestre, p. 669.
[76] San José de Calasanz vio su fundación aprobada en 1617 con el largo 
nombre de: Congregatio paulina clericorum regularium pauperum Matris 
Dei scholarum piarum (ver Hostie, pp. 204s; ver igualmente López, pp. 
471ss).
[77] Nace Benito Felíu en la provincia de Teruel, en 1732. Vistió el hábito 
escolapio a los 15 años de edad, ingresando a la Provincia Escolapia de 
Aragón y Valencia. Simultáneamente con Scío, como provincial de 
Castilla, Felíu fue provincial de Aragón de 1778 a 1781. Era un notable 
filólogo. Entre sus publicaciones se encuentra una denominada 
Investigaciones Filológicas acerca de la integridad y autoridad de los 
Códices hebreo y griego del Antiguo y Nuevo Testamento, acerca de los 
principales dogmas de la Religión Cristiana y acerca de la antigüedad de 
la Iglesia Española. Fue llamado por el Señor en 1801.
[78] En un catálogo de 1888, la Biblioteca escolapia de Valencia muestra lo 
rico de su fondo bibliográfico. Tiene 309 volúmenes de Sagrada Escritura, 
332 de comentarios a la misma, 18 de árabe y hebreo, y 275 de Santos 
Padres, entre sus más de trece mil volúmenes (ver Blay, p. 16).
[79] Las notas sobre la manera de traducir ciertas palabras al castellano, 
constituyen un remoto, aunque diverso, precedente del trabajo que realizó 
José O'Callaghan sobre las formas en que distintas traducciones vierten al 
castellano las variantes importantes del texto griego del Nuevo 
Testamento.
[80] Ver p. ej., Blay, p. 14, n. 4; ver también Balague, pp. 28ss; igualmente 
para una opinión algo diversa ver Verd (1973), pp. 144ss. Él cree que en 
algunos casos los revisores mejoraron la traducción, aunque reconoce su 
tendencia al literalismo «a veces a costa de la claridad y forzando el 
hipérbaton» (p. 147).
[81] Ver las puntuales críticas y hasta ataques de Balague en relación a 
juicios de Menéndez en su artículo La Santa Biblia del P. Scío. Como una 
especie de subtema el artículo se orienta a explicitar los errores de juicio 
de Menéndez y Pelayo, para lo que incluso llama en su ayuda a Dámaso 
Alonso en un artículo, luego ampliado en Menéndez y Pelayo. Crítico 
Literario. (Las palinodias de Don Marcelino). En él, Balague, también 
analiza críticamente a otro detractor de Scío y su obra: A.M. García 
Blanco. Habría que sopesar y evaluar las diversas críticas argumentadas, 
independientemente de los ataques. Sobre el asunto de las frases de 
Menéndez ver también Verd (1973), pp. 150ss, quien luego de ponderados 
análisis concluye: «Creo que la obra del P. Scío fue muy meritoria en su 
conjunto y en sus efectos».
[82] Ver Verd (1973), pp. 142ss.
[83] Verd (1973), p. 144.
[84] Ver González, p. 569.
[85] Ver Balague, pp. 451ss.
[86] Así aparece en ob. cit., p. 453. 
[87] 1750-1824.
[88] Ver Balmes, pp. 179ss.
[89] 1768-1811.
[90] Al momento de escribir aparece como Director de la Biblioteca Balmes de 
Barcelona y Exdirector del Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de 
Investigaciones Científicas, y uno de los codirectores del Diccionario de 
Historia Eclesiástica de España.
[91] Aldea, vol. IV, pp. 2582s.
[92] Bohigas, p. 83.
[93] Aldea, Suplemento I, p. 614.
[94] Aldea, IV, p. 2582.
[95] Ver J. March, La traducción de la Biblia de Torres Amat es 
sustancialmente la del padre Petisco (Madrid, 1936).
[96] "San Jerónimo", 69:189; ver también Tuya, p. 588. 
[97] El CD-ROM preparado en Colombia ofrece la notable vistosidad y sonido 
de los multimedios, así como un tan breve como útil índice de temas que 
lleva a los textos. Pero, en eso quedan los avances. Las notas aparecen a 
pie de página, respondiendo al esquema de texto impreso. Las ayudas 
hipertextuales y el entorno Windows no han sido adecuadamente 
aprovechados en esta edición electrónica. Sin embargo le cabe ser la 
primera edición electrónica latinoamericana, al menos por lo que tenemos 
noticia. La Biblia de las Américas y la Reina Valera Actualizada que han 
sido editadas en lenguaje electrónico son versiones no-católicas, por un 
lado, y por otro han sido hechas en los Estados Unidos de Norteamérica. 

[98] Straubinger lo califica como «el primer traductor de la Biblia en la América 
católica» (p. 12). Quizá la calificación «católica» se deba a que conocía 
de la American Standard Version, de 1901, pero ésta es tan sólo una 
revisión de la inglesa Revised Version de la década de los ochenta del 
siglo XIX, o la edición conocida como Biblia de Chicago (1931), cuyo 
Nuevo Testamento fue publicado por E.J. Goodspeed en 1923; los libros 
del Antiguo Testamento según el canon protestante, fueron publicados por 
J.M. Powis Smith, T. Meek y otros, en 1927; y los demás libros para, 
recién, completar la Biblia según el canon de la Iglesia fueron añadidos en 
1939 (ver "San Jerónimo" 69: 161 y 164). Tenemos noticia de una Biblia 
protestante traducida por H.B. Pratt, aunque no la hemos podido 
confirmar.
De 1931 a 1933 en México, Galbán Rivera publica en una traducción 
del francés, en veinticinco volúmenes, la Bible de Vence (1748-1750), que 
a su vez recoge otra traducción francesa del siglo anterior: la Bible de 
Sacy (1672/1695). Ver Alonso, pp. 709 y 734; Tuya, p. 591.
[99] En nuestros días se está realizando una edición francesa con abundantes 
notas. Por ahora está en el Pentateuco. Además de las varias 
traducciones latinas, hay también al menos una en inglés.
[100] Una buena presentación de la vida y obra del padre Jünemann la ofrece 
Mons. Antonio Moreno Casamitjana, actual Arzobispo de Concepción, en 
el prólogo que hace a la edición La Sagrada Biblia del recordado clérigo de 
Concepción. Los datos han sido tomados de la obra de Jünemann, Mi 
Camino, de los que aparecen en su edición de la Biblia, y de algún dato 
tomado del prólogo de Mons. Juan Straubinger a su propia traducción.
[101] Ver Benoit, pp. 155-192; Swete, pp. 381-477; también: Rahlfs, p. LVII; 
Lifschitz, pp. 397s; Koester, pp. 252ss.
[102] Guillermo Jünemann, Mi camino, Imprenta San Francisco, Chile, 1939, 
pp. 533s.
[103] Lug. cit.
[104] Mons. Moreno Casamitjana señala: «No sabemos exactamente qué 
texto empleó el señor Jüne- mann. El "Diccionario Biográfico del Clero 
Secular Chileno", de don Raymundo Arancibia, habla de una traducción 
hecha por don Guillermo Jünemann, "según los Códigos Vaticano, 
Sinaítico y Alejandrino", lo que permitiría pensar que usó alguna de las 
ediciones de Tischendorf-Nestlé» (Jünemann (1992), p. 21).
[105] Straubinger, p. 11.
[106] Verd (1971), pp. 350s. Sobre la traducción literal se puede ver Scío, 
Disertación Preliminar, epí- grafes IV y V. 
[107] Ver nota 29.
[108] Ver Zuretti, p. 436.
[109] Lug. cit.
[110] Ver Castellani, p. 85.
[111] "San Jerónimo", 69:192. 
[112] Ver nota 1.
[113] Martín, X.
[114] Martín, XXV.
[115] La traducción original francesa se puede encontrar también en CD-Rom, 
editada por Les Temps qui Courrent. Claro que una versión en CD no 
necesariamente significa una modernización de la herramienta de 
búsquedas y otros novedosos avances que se vienen dando en el mundo 
de la informática. Ver nota 97 sobre la Biblia de Torres Amat en 
CD-ROM.
[116] Su influencia se deja ver incluso en Estados Unidos. Por ejemplo, en el 
Leccionario para misas en castellano, empleado en el país del norte, se 
toman las lecturas de esta Biblia combinadas con los salmos tomados del 
Leccionario español.
[117] Para esto se puede ver Tanakh, nombre que proviene de Torah (La Ley); 
Nevi'im (Los Profetas); Kethuvim (Los demás Escritos). 
[118] "Biblia Americana San Jerónimo", Presentación.
[119] Ver S.S. Juan Pablo II, Mensaje del Papa al I Congreso Latinoamericano 
de Vocaciones, 2/2/ 1994, 1. 
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