B I B L I A


Biblia, también llamada Santa Biblia, libro sagrado o Escrituras de 
judíos y cristianos. Sin embargo, las Biblias del judaísmo y del 
cristianismo difieren en varios aspectos importantes. La Biblia judía 
son las escrituras hebreas, 39 libros escritos en su versión original 
en hebreo, a excepción de unas pocas partes que fueron 
redactadas en arameo. 
La Biblia cristiana consta de dos partes: el Antiguo Testamento y 
los 27 libros del Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del 
cristianismo estructuran el Antiguo Testamento de modo algo 
diferente. La exégesis del Antiguo Testamento leída por los 
católicos es la Biblia del judaísmo más otros siete libros y adiciones. 
Algunos de los libros adicionales fueron escritos en su versión 
primitiva en griego, al igual que el Nuevo Testamento. Por su parte, 
la traducción protestante del Antiguo Testamento se limita a los 39 
libros de la Biblia judía. Los demás libros y adiciones son 
denominados apócrifos por los protestantes, y libros 
deuterocanónicos por los católicos.
El término Biblia llegó al latín del griego biblia o 'libros', forma 
diminutiva de byblos, el término para 'papiro' o 'papel' que se 
exportaba desde el antiguo puerto fenicio de Biblos. En la edad 
media, los libros de la Biblia eran considerados como una entidad 
unificada.

Orden de los libros 
El orden y el número de los libros es distinto entre las versiones 
judía, protestante y católica de la Biblia. La Biblia del judaísmo se 
divide en tres partes bien diferenciadas: la Torá, o Ley, también 
llamada libros de Moisés; Profetas, o Neviím, dividida en Profetas 
Antiguos y Profetas Posteriores; y Hagiográficos o Ketuvim, que 
incluye Salmos, los libros sapienciales y literatura diversa. 
El Antiguo Testamento cristiano organiza los libros según su 
contenido: el Pentateuco, que se corresponde con la Torá; los 
libros históricos; los libros poéticos o sapienciales, y los libros 
proféticos. Hay quienes han percibido en esta organización una 
cierta sensibilidad en cuanto a la perspectiva histórica de los libros: 
primero, los relativos al pasado; a continuación, los que hablan del 
presente; por último, los orientados hacia el futuro. Las versiones 
protestante y católica del Antiguo Testamento ordenan los libros en 
la misma secuencia, aunque los protestantes incluyen sólo los libros 
que aparecen en la Biblia judía.
El Nuevo Testamento incluye los cuatro Evangelios; los Hechos 
de los Apóstoles, que es la historia de los primeros tiempos del 
cristianismo; las Epístolas, o cartas, de Pablo y otros autores; y el 
Apocalipsis o Libro de la Revelación. Algunos libros identificados 
como epístolas -en particular la Epístola a los Hebreos- son en 
realidad tratados teológicos.

Uso 
La Biblia es un libro religioso, no sólo en virtud de su contenido, 
sino también del uso que le dan cristianos y judíos. Se lee en la 
práctica totalidad de los servicios de culto público, sus palabras 
conforman la base de la predicación y la instrucción, y se emplea 
en el culto y estudio privados. El lenguaje de la Biblia ha moldeado 
y dado forma a las oraciones, liturgia e himnos del judaísmo y del 
cristianismo. Sin la Biblia, estas dos religiones habrían sido mudas.
Tanto la importancia reconocida como la real de la Biblia difieren 
de una forma considerable entre las diversas subdivisiones del 
judaísmo y del cristianismo, aunque todos sus fieles le atribuyen un 
mayor o menor grado de autoridad. Muchos reconocen que la Biblia 
es la guía íntegra y suficiente para todos los asuntos de la fe y de 
su práctica; por su parte, otros respetan la autoridad de la Biblia a 
la luz de la tradición o de la continuidad de la fe y de la práctica de 
la Iglesia desde los tiempos de los apóstoles.

Inspiración bíblica 
Los primeros cristianos heredaron del judaísmo una concepción 
de las Escrituras que daba por sentado que constituían una fuente 
autorizada. En un principio no se propuso ninguna doctrina formal 
acerca de la inspiración de las Escrituras, como es el caso del 
Islam, que sostiene que el Corán fue dictado desde los cielos. Sin 
embargo, por lo general los cristianos creían que la Biblia contenía 
la palabra de Dios tal y como fue transmitida por su Espíritu: 
primero a través de los patriarcas y profetas y más tarde por boca 
de los apóstoles. De hecho, los autores de los libros del Nuevo 
Testamento aludieron a la autoridad de las Escrituras hebreas en 
apoyo de sus alegaciones con respecto a Jesucristo.
La doctrina de la inspiración de la Biblia por el Espíritu Santo y de 
la infalibilidad de su contenido surgió en realidad durante el siglo 
XIX como respuesta al desarrollo de la crítica bíblica, estudios 
científicos que parecían poner en entredicho el origen divino de la 
Biblia. Esta doctrina sostiene que Dios es autor de la Biblia; por eso 
la Biblia es Su palabra. Los científicos bíblicos y los teólogos han 
propuesto numerosas teorías para explicar esta doctrina, que van 
desde un dictado verbal directo de las Escrituras por Dios, hasta 
una iluminación que ayudó al autor inspirado a comprender la 
verdad que expresaba, tanto si ésta era revelada como aprendida 
por la experiencia.

Importancia e influencia 
La importancia e influencia de la Biblia entre cristianos y judíos 
puede explicarse, en general, en términos externos e internos. La 
explicación externa es el poder de la tradición, de las costumbres y 
del credo: grupos religiosos que manifiestan estar guiados por la 
Biblia. En cierto sentido, el verdadero autor de las Escrituras es la 
comunidad religiosa, que las desarrolló, las reverenció, las utilizó y 
las canonizó (es decir, las incluyó en listas de libros bíblicos 
reconocidos de una forma oficial). Por otra parte, la explicación 
interna es lo que numerosos cristianos y judíos continúan sintiendo 
como poder del propio contenido de los libros bíblicos. El antiguo 
Israel y la primitiva Iglesia conocían muchos más textos religiosos 
que los que constituyen la Biblia actual. Sin embargo, los escritos 
bíblicos fueron venerados y utilizados por lo que decían y por cómo 
lo decían. Fueron canonizados con rango oficial porque la gran 
mayoría de los creyentes los utilizaba y creía en ellos. La Biblia es 
el auténtico documento fundamental del judaísmo y del 
cristianismo.
Es de público conocimiento que la Biblia, en sus centenares de 
diferentes traducciones, es el libro de mayor difusión en la historia 
de la humanidad. Es más: en todas sus formas, la Biblia ha sido 
influyente hasta llegar a extremos insólitos, y no sólo entre las 
comunidades religiosas que la consideran sagrada y la reverencian. 
En especial, la literatura, el arte y la música del mundo occidental 
tienen una enorme deuda con los temas, motivos e imágenes de la 
Biblia. Algunas traducciones al inglés, como la así llamada "Biblia 
Autorizada" (o versión del rey Jacobo, 1611) o la traducción de la 
Biblia al alemán por Martín Lutero (terminada en 1534), no sólo 
influyeron en la literatura sino que también promovieron el 
desarrollo de ambos idiomas. Estos efectos siguen vigentes en las 
naciones en proceso de formación, donde las traducciones de la 
Biblia a la lengua vernácula contribuyen a moldear las tradiciones 
lingüísticas futuras.

El Antiguo Testamento 
Es notable que el cristianismo incluya dentro de su propia Biblia 
las escrituras íntegras de otra religión, el judaísmo. El término 
Antiguo Testamento (de la palabra latina para 'alianza') se aplicó a 
estas Escrituras sobre la base de las obras de Pablo y de otros 
primitivos cristianos, que diferenciaron entre la 'Antigua Alianza' que 
Dios estableció con Israel y la 'Nueva Alianza' sellada a través de 
Jesucristo (véase, por ejemplo, Heb. 8,7). Como la primitiva Iglesia 
creía en la continuidad de la historia y de la actividad divinas, 
incluyó en la Biblia cristiana los registros escritos de la antigua y de 
la nueva alianza.

Literatura del Antiguo Testamento 
El Antiguo Testamento puede considerarse desde numerosas y 
diversas perspectivas. Desde el punto de vista literario el Antiguo 
Testamento (de hecho, la Biblia entera) constituye una antología, 
una colección de muchos libros diferentes. No es en absoluto un 
libro unificado por lo que respecta a sus autores, su fecha de 
composición o su estilo literario. Por el contrario, representa una 
auténtica biblioteca.
En general los libros del Antiguo Testamento y las partes que los 
componen pueden clasificarse como narraciones, obras poéticas, 
escritos proféticos, códices legales o apocalipsis. En su mayoría, se 
trata de categorías amplias que incluyen diversos tipos o géneros 
diferentes de literatura y tradiciones orales. Ninguna de estas 
categorías se limita al Antiguo Testamento, ya que puede hallarse 
en otras literaturas antiguas, en especial la del Oriente Próximo. Sin 
embargo, es necesario subrayar que algunos estilos no quedaron 
al fin incluidos en el Antiguo Testamento. Las cartas o epístolas, tan 
importantes en el Nuevo Testamento, no se encuentran en el 
Antiguo en forma de libros separados (a excepción de la Carta de 
Jeremías en algunas tradiciones manuscritas). No es posible hallar 
tampoco autobiografías, dramas ni sátiras. Sorprende de una forma 
especial el hecho de que la mayor parte de los libros del Antiguo 
Testamento contiene varios géneros literarios. Por ejemplo, el 
Éxodo incluye narraciones, leyes y poesía; la mayoría de los libros 
proféticos incorporan narraciones y poesía, además de los géneros 
proféticos como tales.

Narraciones 
Tanto en su contexto como en su contenido, la gran mayoría de 
los libros del Antiguo Testamento son narraciones, es decir, 
recogen y refieren los acontecimientos del pasado. Si tienen, como 
casi todos, una trama (o al menos el desarrollo de una tensión y su 
resolución), una caracterización de los personajes y una 
descripción del escenario en el que se producen los 
acontecimientos, son relatos. Por otra parte, muchas obras 
narrativas del Antiguo Testamento son historias, aunque no se 
ajusten a la definición científica del término. Una historia es una 
narración escrita del pasado guiada por los hechos, en la medida 
en que el autor pueda determinarlos e interpretarlos, y no por 
consideraciones estéticas, religiosas o de otra índole. Las 
narraciones históricas del Antiguo Testamento son obras más 
populares que críticas, ya que los autores recurrieron a menudo a 
tradiciones orales, algunas de ellas poco fiables, para escribir sus 
relatos. Además, todas las narraciones se compusieron con un 
propósito religioso. Pueden, en consecuencia, llamarse historias de 
salvación, ya que su propósito es demostrar cómo participó Dios en 
los acontecimientos humanos. Ejemplos de dichas obras son la 
Historia deuteronomística (desde el Deuteronomio hasta el 1 y 2 
Reyes), el Tetrateuco (desde el Génesis hasta el libro de los 
Números) y la Historia del Cronista (1 y 2 Crónicas, Esdras y 
Nehemías). La así llamada Historia de la sucesión del trono de 
David (2 Sam. 9-20, 1 Re. 1-2) es la narración bíblica que más se 
acerca al concepto moderno de la historia. El autor presta atención 
a los detalles de los eventos y personajes históricos e interpreta el 
curso de los acontecimientos a la luz de las motivaciones humanas. 
No obstante, puede intuirse la intervención divina en el trasfondo de 
los textos.
Otros libros narrativos son: Rut, un breve episodio; Jonás, un 
relato didáctico; y Ester, una novela histórica o una leyenda festiva. 
Es probable que estos libros tengan su origen en cuentos 
populares o leyendas. En los libros deuterocanónicos pueden 
encontrarse algunos relatos didácticos: Tobías, Judit, Susana y Bel 
y el dragón.
En los libros del Antiguo Testamento pueden hallarse muchos de 
estos y otros géneros narrativos. El Génesis, como la mayoría de 
las demás obras narrativas, está compuesto de diversos relatos 
individuales, muchos de los cuales circulaban de forma oral e 
independiente. Las historias patriarcales del Génesis (11-50) han 
sido denominadas leyendas, sagas y, con mayor precisión, sagas 
familiares. Muchas de ellas son etiológicas, es decir, que explican 
un lugar, una práctica o un nombre en términos de su origen.

Obras poéticas 
Entre los libros poéticos del Antiguo Testamento se incluyen 
Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares 
(canónicos), Eclesiástico (deuterocanónico) y Plegaria de Manasés 
(apócrifo). Sabiduría tiene mucho en común con los libros poéticos 
sapienciales, aunque no es poesía. La mayoría de los libros 
proféticos están escritos de acuerdo con las reglas líricas hebreas, 
aunque son lo bastante distintos como para que puedan ser 
diferenciados.

Características generales 
La poesía hebrea tiene dos características principales, una fácil 
de reconocer incluso en una traducción, y una segunda más difícil 
de discernir. La característica más obvia es el uso del parallelismus 
membrorum o paralelismo de versos u otras partes. Por ejemplo, el 
significado de un versículo puede reformularse o repetirse en un 
segundo versículo, como en Sal. 6,1: "Yahvé, no me corrijas en tu 
cólera, en tu furor no me castigues". Se trata, como resulta obvio, 
de sinónimos. Por otra parte, la segunda línea de la unidad puede 
exponer el aspecto negativo de la aseveración de la primera, como 
en Prov. 15,1: "Una respuesta suave calma el furor, una palabra 
hiriente aumenta la ira". En otros casos, la segunda línea puede 
ampliar o explicar la primera y en otras circunstancias el paralelismo 
es pura formalidad. Una importante ventaja de la mayoría de las 
traducciones modernas de la Biblia es que mantienen la forma 
poética del hebreo, permitiendo al lector disfrutar y comprender la 
estructura del original.
La otra característica importante de la poesía hebrea es el ritmo, 
que parece haberse basado en el número de acentos en cada 
línea. Una de las métricas más fáciles de reconocer es la de la kiná 
(endecha o lamentación), en la que la primera línea tiene tres 
sílabas acentuadas y la segunda dos.
Los libros poéticos abarcan una gran diversidad de géneros. Los 
más difundidos son los diversos cantares de adoración (Salmos) y 
la poesía sapiencial. Además, la Biblia incluye un libro de poesía 
amorosa, el Cantar de los Cantares.

Poesía lírica 
La literatura cultual (del culto religioso) de Israel era poesía lírica; 
es decir, poesía pensada para ser cantada. La mayoría de estos 
libros, aunque no todos, están recopilados en Salmos. Muchos son 
himnos: canciones de alabanza a Dios, a sus obras a favor de Israel 
o a su creación. Otros son lamentaciones de la comunidad o 
cantares de queja que, de hecho, son oraciones de petición, 
cantadas por el pueblo cuando se veía enfrentado a una situación 
difícil. Casi una tercera parte de los Salmos son lamentaciones 
individuales, cánticos utilizados por o en nombre de individuos al 
borde de la muerte o del desastre. Una vez que la nación o el 
individuo han sido salvados de sus infortunios, se cantan poesías 
de acción de gracias. Unos pocos salmos, como 2, 45 y 110 
celebran la coronación de un rey en Israel como egregio siervo de 
Dios.

Poesía sapiencial 
La poesía sapiencial incluye colecciones de refranes de sabiduría 
y poemas breves, como en Proverbios, y largas composiciones, 
como en Job, Eclesiastés y Eclesiástico. Los materiales sapienciales 
más concisos son proverbios, refranes y admoniciones, por lo 
general de uno o dos versos de longitud. Algunos eran sin duda 
refranes tradicionales o populares mientras que otros llevan el sello 
de la reflexión y la composición creativa. Proverbios 1-9 contiene un 
conjunto de poemas sobre la naturaleza de la propia sabiduría, 
mientras que Job es una composición poética larga en forma de 
diálogo enmarcado en un cuento popular. Eclesiastés es una obra 
un tanto inconexa y Eclesiástico es un libro escrito por un maestro 
judío que más tarde tradujo su nieto.
La temática central de los refranes sapienciales abarca desde los 
consejos prácticos para una vida provechosa y próspera hasta 
reflexiones acerca de la relación entre transitar por el camino de la 
sabiduría y obedecer a la ley revelada por la divinidad. A Job, al 
menos en cierto sentido, le atormenta el sufrimiento de los justos, 
en tanto que el Eclesiastés es una triste reflexión acerca del 
significado de la vida por parte de alguien que se halla a las 
puertas de la muerte.

Materiales proféticos 
Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo 
Oriente Próximo, pero ninguna otra cultura desarrolló un cuerpo de 
literatura profética comparable al de Israel. Por ejemplo, los 
antiguos autores egipcios escribieron obras literarias llamadas 
'profecías', pero por su forma y contenido eran diferentes de los 
libros proféticos de la Biblia.
La mayoría de los libros proféticos hebreos contienen tres tipos 
de literatura: narraciones, oraciones y discursos proféticos. Por lo 
general, las narraciones son relatos o reseñas de la actividad 
profética, atribuidos al propio profeta o contados por una tercera 
persona. Incluyen descripciones de visiones, reseñas de acciones 
simbólicas, relaciones de actividades proféticas (como, por ejemplo, 
los conflictos entre los profetas y sus opositores) y narraciones o 
notas históricas. Uno de los libros de la colección profética, Jonás, 
es en realidad un relato acerca de un profeta, y contiene un solo 
versículo de mensaje profético (Jon. 3,4). Las oraciones incluyen 
himnos y peticiones, como las lamentaciones de Jer. (por ejemplo, 
Jer. 15,10-21). En la literatura profética predominan los discursos, 
ya que la actividad inherente del profeta consistía en difundir la 
palabra de Dios relativa al futuro inmediato. Los mensajes más 
comunes son profecías de castigo o de salvación. Tanto unas como 
otras están contextualizadas, como la mayoría de los discursos 
proféticos, por fórmulas que identifican las palabras reveladas por 
Dios; por ejemplo, "oráculo de Yahvé". Por lo general, la profecía 
de castigo explica las razones de éste en términos de injusticia 
social, arrogancia religiosa o apostasía y asimismo detalla la 
naturaleza del desastre, militar o de otra índole, que recaerá sobre 
la nación, grupo o individuo a la que va dirigida. Las profecías de 
salvación anuncian la inminente intervención de Dios para rescatar 
a Israel. Otros discursos incluyen las profecías contra las naciones 
extranjeras, discursos de aflicción que enumeran los pecados del 
pueblo, admoniciones o advertencias.

Leyes 
La materia legal es tan destacada en las Escrituras hebreas que 
el judaísmo aplicó el término Torá ('Ley') a los primeros cinco libros 
y los primitivos cristianos a la totalidad del Antiguo Testamento. Los 
textos legales son dominantes en Éxodo, Levítico y Números. El 
quinto libro de la Biblia fue denominado Deuteronomio ('segunda 
ley') por sus traductores griegos, aunque el libro es en síntesis un 
informe de las últimas palabras y hechos de Moisés. Contiene, no 
obstante, numerosas leyes, por lo general en el contexto de la 
interpretación y la predicación o el sermón.
Según la tradición bíblica, la voluntad de Dios fue revelada a 
Israel a través de Moisés al establecer la alianza en el monte Sinaí. 
En consecuencia, todas las leyes -a excepción de las contenidas en 
Deuteronomio- pueden encontrarse desde Éxodo 20 hasta 
Números 10, donde se relatan los acontecimientos que tuvieron 
lugar en Sinaí.
Los especialistas han detectado en las leyes hebreas dos 
modalidades principales, las apodícticas y las casuísticas. La ley 
apodíctica está representada por los Diez Mandamientos (Éx. 
20,1-21; 34,14-26); (Dt. 5,6-21), aunque no se limita a ellos. Estas 
leyes, que por lo general se encuentran en compilaciones de cinco 
o más, son sucintas manifestaciones, inequívocas y sin 
ambigüedades de la conducta humana que Dios exige. En caso de 
ser positivas, se denominan mandamientos; si son negativas, se 
trata de prohibiciones. Por otra parte, cada una de las leyes 
casuísticas consta de dos secciones. La primera establece una 
condición ("Si un hombre roba un buey o una oveja, y los mata o 
vende…") y la segunda las consecuencias legales ("…pagará cinco 
bueyes por el buey, y cuatro ovejas por la oveja", Éx. 21,37). Por lo 
general, estas leyes se refieren a los problemas que pueden surgir 
en la vida rural y urbana. Las leyes casuísticas son similares en su 
forma, y a menudo en su contenido, a las normas recogidas en el 
Código de Hammurabi y otros códigos legales del antiguo Oriente 
Próximo.

Escritos apocalípticos 
El apocalipsis, como género diferenciado, surgió en Israel en el 
periodo posterior al exilio, es decir, tras el cautiverio de los judíos 
en Babilonia entre el 586 y el 538 a.C. Un apocalipsis o revelación 
expone una serie de acontecimientos futuros mediante una larga y 
detallada reseña de un sueño o de una visión. Utiliza imágenes de 
fuerte contenido simbólico y con frecuencia extravagantes, que a su 
vez son explicadas e interpretadas. Los escritos apocalípticos 
suelen reflejar la perspectiva histórica que tiene el autor de su 
propia era, en un momento en que las fuerzas del mal se 
aprestaban para librar su batalla final contra Dios, tras lo cual 
nacería una nueva edad.
Daniel es el único libro apocalíptico, como tal, de las Escrituras 
hebreas, y su primera mitad (capítulos 1 al 6) es en realidad una 
serie de historias legendarias. Sin embargo, partes de otros libros 
son en muchos aspectos similares a la literatura apocalíptica (Is. 
24-27; Zac. 9-14; y algunas partes de Ezequiel). Entre los apócrifos 
Esdras es un apocalipsis. El judaísmo de los dos últimos siglos a.C. 
y del primer siglo d.C. produjo muchas otras obras apocalípticas 
que nunca fueron consideradas canónicas. Entre ellas se incluyen 
Enoc, Guerra de los Hijos de la Luz y los Hijos de la Oscuridad, y el 
Apocalipsis de Moisés.
Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los especialistas sostenía 
que el desarrollo de la literatura y el pensamiento apocalípticos 
estuvo muy influido por la religión persa. Este punto de vista está 
siendo objetado por la identificación de las raíces de la literatura 
apocalíptica en el propio pensamiento israelita, en especial en la 
concepción del futuro por parte de los profetas, así como en las 
más antiguas tradiciones del Oriente Próximo. 

La evolución del Antiguo Testamento 
No cabe ninguna duda de que todos los libros del Antiguo 
Testamento no tuvieron su origen en la misma época y en el mismo 
lugar. Por el contrario, son el producto de la evolución de la fe y la 
cultura israelitas durante al menos un milenio. En consecuencia, 
otra perspectiva literaria analiza los libros y sus elementos 
constituyentes en términos de sus autores y de su historia literaria y 
preliteraria.
En la práctica todos los libros atravesaron un largo periodo de 
transmisión y evolución antes de llegar a ser recopilados y 
canonizados. Es más: es necesario distinguir entre los puntos de 
vista tradicionales judíos y cristianos en cuanto a la autoría y 
datación de los libros, por una parte, y su historia literaria real como 
ha sido reconstruida por los especialistas a partir de las pruebas 
contenidas en los libros bíblicos y en otros lugares, por la otra. El 
presente artículo no tiene por objeto presentar una reseña 
detallada de la historia literaria del Antiguo Testamento. Muchos de 
los hechos reales se desconocen, la historia es larga y por lo 
general complicada, y las conclusiones más antiguas deben 
revisarse cada cierto tiempo a la luz de nuevos hallazgos y métodos 
de investigación. Sin embargo, es posible resumir el perfil general 
de dicha historia.
Casi todos los libros del Antiguo Testamento recorrieron un largo 
camino desde el momento en que se pronunciaron o escribieron las 
primeras palabras hasta que adquirieron su forma definitiva. En 
este proceso participaron muchas personas, como narradores, 
autores, editores, oyentes y lectores. Y en este devenir les cupo un 
papel importante, no sólo a los individuos, sino a las diferentes 
comunidades de fe.
Detrás de muchas de las actuales obras literarias pueden 
discernirse tradiciones orales. Por ejemplo, la mayoría de los 
relatos del Génesis circularon de forma oral antes de ser 
transcritos. Los discursos proféticos, hoy en forma escrita, se 
transmitieron primero de modo oral. De hecho, todos los Salmos, 
tanto si fueron escritos como si no, se compusieron para ser 
cantados o recitados en voz alta durante las ceremonias religiosas. 
Sin embargo, no sería prudente deducir que la difusión oral fuera 
tan sólo precursora de la literatura escrita, y que cesó una vez que 
se escribieron los libros porque está probado que las tradiciones 
orales coexistieron con el material escrito durante muchos siglos.

El Pentateuco 
Según la tradición judeo-cristiana Moisés fue el autor del 
Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia. Sin embargo, tal 
aseveración no aparece en ninguno de estos libros. La tradición 
tiene su origen en la forma en que son denominados por los 
hebreos, libros de Moisés, aunque con ello quisiesen significar 
relativos a Moisés. Ya en la edad media, los eruditos judíos 
reconocieron que existía un problema con la tradición: 
Deuteronomio (el último libro del Pentateuco) relata la muerte de 
Moisés. En realidad, los libros son obras compuestas por autores 
anónimos. Sobre la base de numerosas copias y repeticiones, 
incluyendo dos designaciones diferentes para la deidad, dos relatos 
separados de la creación, dos historias entrelazadas del Diluvio, 
dos versiones de las Plagas de Egipto y muchas otras pruebas, los 
especialistas modernos han llegado a la conclusión de que los 
escritores del Pentateuco utilizaron varias fuentes distintas, cada 
una de un escritor y de un periodo diferentes.
Las fuentes difieren en su vocabulario, estilo literario y 
perspectiva teológica. La más antigua es la Jehovística o Yahvista 
(J, porque utiliza el nombre divino Jahvé, transcrito también como 
Jehová, o Yahvé), que por lo general suele datarse entre los siglos 
X o IX a.C. La segunda es la Elohísta (E, porque utiliza el nombre 
general de Elohím para designar a Dios), y suele situarse en el 
siglo VIII a.C. A continuación está la Deuteronómica (D, limitada al 
Deuteronomio y a unos pocos pasajes de otros libros), de finales 
del siglo VII a.C. La última es la Sacerdotal (P, de 'priest', sacerdote 
en inglés, por su énfasis en la ley cúltica y en los asuntos 
sacerdotales), situada en los siglos VI o V a.C. J incluye una reseña 
narrativa completa desde la creación hasta la conquista de Canaán 
por Israel. E ya no es una narración completa, si es que alguna vez 
lo fue; su material más antiguo se remonta a Abraham. P se 
concentra en la alianza y en la revelación de la ley en el monte 
Sinaí, aunque sitúa ambos elementos dentro de una narración que 
se inicia en la creación.
Ninguno de los autores de estos documentos, si es que fueron 
individuos y no grupos, fue un autor creativo en el sentido moderno 
del término. Más bien trabajaron como editores que recopilaron, 
organizaron e interpretaron tradiciones más antiguas, tanto orales 
como escritas. En consecuencia, la mayor parte del contenido de 
las fuentes es mucho más antiguo que las propias fuentes. Algunos 
de los materiales escritos más antiguos son pasajes extraídos de 
obras poéticas como Paso del Mar (Éx. 15), y parte del material 
legal tiene su origen en antiguos códigos. Una opinión reciente 
sugiere que los relatos individuales del Pentateuco fueron 
compilados bajo un epígrafe que aludía a diversas temáticas 
trascendentales (la promesa a los patriarcas, el éxodo, la travesía 
del desierto, Sinaí y la conquista de la Tierra Prometida), 
adquiriendo su forma básica en torno al 1100 a.C. En cualquier 
caso, el relato de las raíces de Israel se conformó en y bajo la 
influencia de la comunidad de la fe.

Historia deuteronomística 
En los últimos años Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 
1 y 2 Reyes han sido reconocidos como un relato unificado de la 
historia de Israel desde los tiempos de Moisés (siglo XIII a.C.) hasta 
el exilio en Babilonia (el periodo que arranca desde la caída de 
Jerusalén en el 586 a.C. hasta culminar en la reconstrucción en 
Palestina de un nuevo Estado judío tras el 538 a.C.). Por cuanto el 
estilo literario y la perspectiva teológica son similares a las del 
Deuteronomio, esta reseña se ha dado en denominar Historia 
deuteronomística. Sobre la base de los últimos acontecimientos que 
reseña, entre otras evidencias, se ha llegado a la conclusión de 
que puede haber sido escrita en torno al 560 a.C., durante el exilio. 
Sin embargo, es posible que al menos una edición fuera anterior.
El escritor (o escritores) de la obra tenía como objetivo registrar 
la historia de Israel, así como dar cuenta de la catástrofe que 
recayó sobre la nación a manos de los babilonios. Por un lado, 
trabajó como lo haría cualquier otro historiador, recogiendo y 
organizando fuentes más antiguas, tanto escritas como orales. 
Empleó materiales muy heterogéneos, incluyendo relatos de los 
profetas, relaciones de diversa índole, crónicas más antiguas e 
incluso registros de la corte. De hecho, suele derivar al lector a sus 
fuentes (por ejemplo, Jos. 10,13; 2 Sam. 1,18; 2 Re. 15,6). No 
obstante aplicó también la visión del teólogo, quizá de alguien que 
ya tenía firmes convicciones acerca del curso y significado de los 
acontecimientos que iba registrando. Estas convicciones hallaron 
su expresión en la forma en que organizó el material y añadió los 
discursos, que él mismo había escrito, en boca de los principales 
protagonistas (por ejemplo, Jos. 1). Creía que Israel había sido 
sojuzgada por Babilonia debido a la desobediencia a la ley de 
Moisés (como en Deuteronomio), en especial por adorar dioses 
falsos en altares paganos; creía asimismo que los profetas habían 
advertido del exilio mucho tiempo antes de que se produjera.

Los libros poéticos 
Resulta muy difícil datar o atribuir a un determinado autor o 
autores tanto la poesía cultual como la sapiencial del Antiguo 
Testamento, sobre todo por contener tan pocas alusiones 
históricas. Se considera que David es el autor de Salmos porque, 
según la tradición, cantaba y componía. De hecho, sólo 70 de los 
150 salmos se identifican de modo inequívoco con David, y 
muchísimos menos datan de la época de este rey hebreo. Las 
atribuciones a David y a otros se hallan en los encabezados, 
añadidos mucho después que los Salmos fueran escritos. La 
identificación de Proverbios y de otros libros sapienciales con 
Salomón tiene su origen en la tradición de la gran sabiduría de este 
monarca, y es fiable por cuanto promovió instituciones que 
desarrollaron este tipo de literatura. La poesía sapiencial contiene 
algunos de los materiales más antiguos de las Escrituras hebreas 
(en los refranes y proverbios), y las composiciones como 
Eclesiastés y Eclesiástico algunos de los más recientes.
Salmos se convirtió en el libro de himnos y oraciones del 
Segundo Templo de Israel, pero muchos de los cánticos son 
anteriores a la construcción del santuario. Contienen motivos, 
temas y expresiones que Israel heredó de sus predecesores 
cananeos. Muchas voces hablan en y a través de los Salmos, pero 
sobre todas se oye la expresión de una comunidad que se entrega 
a la oración.

Los libros proféticos 
Muy pocos libros proféticos, si acaso, fueron escritos en su 
integridad por la persona con cuyo nombre han sido designados. 
Es más: en la mayoría de los casos, incluso las palabras del profeta 
original fueron registradas por otros. La historia de Baruc, escriba 
de Jeremías (Jer. 36 y también Is. 8,16) ilustra uno de los métodos 
con los que las palabras pronunciadas por los profetas se 
convirtieron en libros. Las diversas manifestaciones de los profetas 
deben de haber sido recordadas y recopiladas por sus seguidores 
y, según lo indicaran las circunstancias, transcritas. Más tarde, la 
mayoría de los libros fueron editados y ampliados. Por ejemplo, 
cuando Amós (c. 755 a.C.) se utilizó en tiempos del exilio, se le dio 
un final nuevo y esperanzador (Am. 9,8-15). Isaías refleja siglos de 
la historia israelita y la obra de varios profetas y otras 
personalidades; Is. 1-39 se basa sobre todo en el profeta original 
(742-700 a.C.); los capítulos 40 al 55 son obra de un profeta 
desconocido del exilio, denominado Segundo Isaías (539 a.C.); y 
los capítulos 56 al 66, identificados con el Tercer Isaías, provienen 
de diversos escritores del periodo posterior al exilio.

El canon 
La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo 
Testamento fueron canonizadas en distintos momentos y lugares, 
aunque el desarrollo de los cánones cristianos debe entenderse en 
los términos de las Escrituras judías.

El canon hebreo 
En Israel la idea de un libro sagrado data, como mínimo, del 621 
a.C. Durante la reforma de Josías, rey de Judá, cuando se estaba 
rehabilitando el Templo, el sumo sacerdote Jilquías descubrió "el 
libro de la Ley" (2 Re. 22). El rollo era probablemente la parte 
central del actual Deuteronomio, pero lo importante es la autoridad 
a la que se atribuyó. Más respeto se concedió al texto leído por 
Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la comunidad a finales 
del siglo V a.C. (Neh. 8).
La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas Escrituras en 
tres etapas diferenciadas. La secuencia se corresponde con las 
tres partes del canon hebreo: la Torá, los Profetas y los 
Hagiográficos. Sobre la base de las pruebas externas, parece 
evidente que la Torá o Ley fue aceptada como texto sagrado entre 
las postrimerías del exilio de Babilonia (538 a.C.) y el cisma 
samaritano del judaísmo, hacia el 300 a.C. Los samaritanos 
reconocen como Biblia sólo a la Torá.
La segunda fase fue la canonización de Neviím (Profetas). Tal y 
como lo indican los encabezamientos de los libros proféticos, las 
palabras de los profetas que habían quedado registradas 
comenzaron a considerarse palabra de Dios. A todos los efectos, la 
segunda parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo III 
a.C., no mucho antes del 200 a.C.
Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban otros libros en el 
culto y el estudio. Hacia la época en que se escribió Eclesiástico (c. 
180 a.C.), se había desarrollado la idea de una Biblia tripartita. El 
contenido de la tercera parte, Ketuvim (Hagiográficos), se mantuvo 
bastante fluido en el judaísmo hasta después de la caída de 
Jerusalén en poder de los romanos, en el 70 d.C. Hacia finales del 
siglo I d.C., los rabinos de Palestina ya habían determinado y 
cerrado la lista definitiva.
En el proceso de canonización obraron tanto fuerzas positivas 
como negativas. Por una parte, la mayoría de las decisiones ya 
habían sido adoptadas de facto: Torá, Profetas y la mayor parte de 
Hagiográficos venían sirviendo como Escrituras desde hacía varios 
siglos. La controversia giró sólo en torno a unos pocos libros de los 
Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Por la 
otra, se escribían y difundían otros muchos libros religiosos, que 
aducían ser también la palabra de Dios. Entre éstos se incluían los 
actuales apócrifos de los protestantes (algunos de ellos 
deuterocanónicos para los católicos y ortodoxos, y otros apócrifos 
también para éstos), algunos de los libros del Nuevo Testamento, y 
muchos más. En consecuencia, la decisión oficial de establecer una 
Biblia debe considerarse como la respuesta a un planteamiento 
teológico: ¿según qué libros definirá el judaísmo su propia doctrina 
y su relación con Dios? 

El canon cristiano 
El segundo canon, el que hoy es la versión católica del Antiguo 
Testamento, surgió primero como una traducción de los primeros 
libros hebreos al griego. El proceso se inició en el siglo III d.C. fuera 
de Palestina a causa de que las comunidades judías de Egipto y de 
otros lugares necesitaban las Escrituras en el idioma de su propia 
cultura. La mayoría de los libros adicionales de esta Biblia, 
incluyendo suplementos de libros más antiguos, tuvo su origen 
entre las comunidades judías no palestinas. Hacia finales del siglo I 
d.C., cuando se recopilaban y difundían los primeros escritos 
cristianos, existían ya dos versiones de las Escrituras del judaísmo: 
la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento en griego (conocido como 
Septuaginta). Sin embargo, la Biblia hebrea marcaba la norma 
oficial de la teología y la práctica. Ninguna prueba indica que en el 
judaísmo haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en 
griego. Los libros adicionales de la Septuaginta fueron reconocidos 
de forma oficial sólo por el cristianismo. Los escritos de los primeros 
Padres de la Iglesia contienen numerosas y diversas listas, pero es 
evidente que prevaleció el Antiguo Testamento en griego, más 
extenso.
El último paso importante en la historia del canon cristiano tuvo 
lugar durante la Reforma protestante. Cuando Martín Lutero tradujo 
la Biblia al alemán, redescubrió lo que otros (destacando de modo 
muy notable san Jerónimo, el erudito bíblico del siglo IV) ya sabían: 
que el Antiguo Testamento original estaba escrito en hebreo. 
Eliminó de su Antiguo Testamento todos los libros no incluidos en la 
Biblia judía y los tildó de apócrifos. Esta medida tuvo por objeto 
volver al texto y al canon acaso más antiguos y por consiguiente 
mejores, y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de 
aquella versión más antigua de la Biblia. 

Los textos y las versiones antiguas 
Todos los traductores contemporáneos de la Biblia intentan 
recuperar y utilizar el texto más antiguo, quizá el más fiel al original. 
No existen copias originales ni autográficas, sino centenares de 
manuscritos diferentes con numerosas versiones distintas. En 
consecuencia, todo intento de determinar cuál es el mejor texto de 
un libro o versículo concretos debe basarse en el trabajo 
meticuloso y en el juicio de los científicos.

Textos masoréticos 
Con respecto al Antiguo Testamento, la principal diferenciación 
es la existente entre los textos en hebreo y las versiones o 
traducciones en otros idiomas antiguos. Los testimonios más 
importantes y por lo general más fiables en hebreo, son los textos 
masoréticos, obra de los eruditos judíos (denominados masoretas) 
que se encargaron de la tarea de copiar y transmitir con fidelidad la 
Biblia. Estos sabios, que trabajaron desde los primeros siglos de la 
era cristiana hasta la edad media, también insertaron en el texto la 
puntuación, las vocales (el texto hebreo original contiene sólo 
consonantes) y diversas notas. La Biblia hebrea estándar que se 
utiliza en nuestros días es la reproducción de un texto masorético 
escrito en 1088. El manuscrito, en forma de códice o libro, se 
encuentra en la colección de la Biblioteca Pública de San 
Petersburgo. Otro texto masorético, el Códice de Alepo (primera 
mitad del siglo X d.C.) es el sustrato básico de una nueva edición 
del texto que está preparando la Universidad Hebrea de Jerusalén. 
El Códice de Alepo es el manuscrito más antiguo de la Biblia hebrea 
íntegra, aunque data de más de un milenio después de que se 
escribieran los últimos libros bíblicos, y quizá más de 2.000 años 
después de los primeros.
No obstante, se conservan manuscritos hebreos más antiguos 
-masoréticos y de otra índole- de libros individuales. Muchos de 
ellos, que datan del siglo VI, fueron descubiertos a finales del siglo 
XIX en la guenizá (depósito en el que se guardan los escritos 
inutilizados o desechados para evitar que se profane el nombre de 
Dios escrito en ellos) de la sinagoga de El Cairo. Numerosos 
manuscritos y fragmentos, muchos de ellos de la era precristiana, 
fueron recuperados en la región del Mar Muerto a partir de 1947. 
Aunque muchos de los manuscritos más importantes son bastante 
tardíos, en particular los textos masoréticos conservan una tradición 
textual que se remonta cuando menos a un siglo antes de la era 
cristiana.

La Septuaginta y otras versiones en griego 
Las versiones más valiosas de la Biblia hebrea son las 
traducciones al griego. En algunos casos las versiones griegas 
presentan un material superior al de la hebrea, ya que se basan en 
textos hebreos más antiguos que los que nos han llegado hasta 
hoy. Muchos de los manuscritos griegos son mucho más antiguos 
que los manuscritos de la Biblia hebrea íntegra, y fueron incluidos 
en copias de la Biblia cristiana completa que datan de los siglos IV y 
V d.C. Los manuscritos más importantes son el Códice Vaticano (en 
la Biblioteca del Vaticano), el Códice Sinaítico y el Códice 
Alejandrino (ambos se encuentran en el Museo Británico).
La versión griega más importante se denomina Septuaginta (en 
griego, 'setenta'), porque la leyenda afirma que la Torá fue 
traducida en el siglo III d.C. por 70 (ó 72) traductores. Tal vez, la 
leyenda sea cierta en algunos aspectos: la primera traducción al 
griego incluía sólo a la Torá y fue realizada en Alejandría 
(al-Iskandariya) en el siglo III a.C. Más tarde se tradujeron las 
demás Escrituras hebreas, aunque parece lógico que esta tarea 
fuese realizada por otros eruditos cuya pericia y concepciones eran 
distintas.
Se emprendieron muchas otras traducciones al griego, que en su 
mayoría se conservan sólo gracias a fragmentos o citas de los 
primeros Padres de la Iglesia y otros. Entre ellas se incluyen las 
versiones de Aquila, Símaco, Teodosio y Luciano. El teólogo 
cristiano Orígenes (siglo III) estudió los problemas que presentaban 
estas versiones diferentes y preparó una Héxapla, una crítica 
textual en la que organizó en seis columnas paralelas el texto 
hebreo, el texto hebreo transliterado al griego, y las versiones de 
Aquila, Símaco, Teodosio y Luciano.

Pešitta, Antigua latina, Vulgata y los Targum 
Entre otras versiones merecen mencionarse la Pešitta, o siríaca, 
iniciada con toda probabilidad en el siglo I d.C.; la Antigua latina, 
que no fue traducida del hebreo sino que procede de la 
Septuaginta en el siglo II; y la Vulgata, traducida del hebreo al latín 
por san Jerónimo a finales del siglo IV d.C.
Otras versiones que deben considerarse son los Targum 
arameos. En el judaísmo, cuando el arameo sustituyó al hebreo 
como idioma cotidiano, se hicieron necesarias traducciones, 
primero para acompañar la lectura oral de las Escrituras en la 
sinagoga, y más tarde transcritas al papel. Los Targum no eran 
traducciones literales, sino más bien paráfrasis o interpretaciones 
del original. Los dos Targum más importantes son el que tuvo su 
origen en Palestina y los revisados en Babilonia. En el último 
decenio se descubrió un manuscrito íntegro del Targum palestino, 
el Neofiti I, guardado en la Biblioteca del Vaticano. De los Targum 
babilonios, los más conocidos son el de Onquelos (Pentateuco) y el 
de Jonatán (Profetas).
Las versiones suelen ser testimonios cualificados, en ocasiones 
los mejores, del texto original. Además, incluyen importantes 
pruebas de la historia del pensamiento entre las comunidades para 
las que la Biblia constituía un texto fundamental.

El Antiguo Testamento y la historia 
En casi todas sus páginas el Antiguo Testamento reclama 
atención hacia la realidad y respeto hacia la importancia de la 
historia. El Pentateuco y los libros históricos contienen historias de 
salvación; los profetas hacen constantes referencias a hechos del 
pasado, del presente y del futuro. Como la historia de Israel se 
recoge en el Antiguo Testamento, llegó a organizarse en una serie 
de acontecimientos o periodos fundamentales: el éxodo (incluyendo 
los relatos desde los patriarcas hasta la conquista de Canaán), la 
monarquía, el exilio de Babilonia y el retorno a Palestina con la 
restauración de las instituciones religiosas.

Separación entre la interpretación y la historia 
Es importante diferenciar entre la interpretación que hace el 
Antiguo Testamento sobre lo ocurrido, y la historia crítica. Para 
escribir una reseña creíble, el historiador necesita fuentes más o 
menos fiables, contemporáneas de los propios acontecimientos. La 
principal fuente de información acerca de la historia de Israel es el 
Antiguo Testamento y, por lo general, a sus autores les preocupaba 
en esencia el significado teológico del pasado. Es más: la mayoría 
de los documentos son posteriores (en algunos casos datan de 
varios siglos después) a los sucesos que describen. No existe un 
cuerpo significativo de pruebas escritas que se remonte al periodo 
anterior a los tiempos de la monarquía, instaurada con la unción de 
Saúl como primer rey de Israel en el siglo XI a.C. Otras pruebas, 
obtenidas a partir de escritos o de artefactos, se han recuperado 
gracias a la arqueología, aunque todas las evidencias, tanto 
bíblicas como arqueológicas, deben evaluarse de manera crítica. 
Sin duda, todos los textos bíblicos que ha sido posible fechar 
contienen importante información histórica. Revelan hechos 
relativos al periodo en que fueron escritos, aunque ello no significa 
que hayan de incluir reseñas exactas y literales sobre los 
acontecimientos que relatan.

El núcleo histórico 
La existencia de Israel fue parte de la historia del antiguo Oriente 
Próximo. Al igual que las demás naciones pequeñas del 
Mediterráneo Oriental, Israel estuvo a merced de las grandes 
potencias de entonces -Egipto, Asiria y Babilonia- y pudo prosperar 
de forma independiente sólo cuando éstas decaían o se 
enfrentaban entre sí.

La historia antigua y el desarrollo de Israel 
Existe un considerable cuerpo de información relativo a la historia 
del antiguo Oriente Próximo a partir del tercer milenio a.C., aunque 
una historia detallada de Israel sólo puede comenzar en torno a los 
tiempos de David (1000-961 a.C.). Ello no significa que no haya 
nada que decir acerca de las épocas precedentes o que toda la 
información de los sucesos anteriores a David sea inexacta. Implica 
que es muy difícil separar las pruebas históricas de las 
interpretaciones posteriores y que se conocen con certeza pocos 
detalles. Los relatos de Génesis sobre los patriarcas, por ejemplo, 
no fueron concebidos como historia. La historia se refiere a 
acontecimientos públicos; las narraciones de los patriarcas son 
episodios familiares, en su mayor parte centrados en asuntos 
privados. Sin embargo, las pruebas arqueológicas han demostrado 
que el entorno o escenario de estos relatos puede proporcionar un 
cuadro bastante fidedigno de cómo era la vida durante el Bronce 
tardío. Los relatos sugieren que los antepasados de Israel eran 
seminómadas y aportan indicios acerca de sus creencias y 
prácticas religiosas.
Un cuidadoso análisis de los registros bíblicos y un uso prudente 
de las pruebas arqueológicas permiten situar al éxodo desde Egipto 
en la segunda mitad del siglo XIII a.C. No obstante, se desconoce 
incluso la ruta del éxodo. Sobre este particular el Antiguo 
Testamento conserva al menos dos tradiciones relevantes. Es 
posible que no participaran todas las tribus de Israel, y lo más 
probable es que lo hicieran sólo las tribus de José.
En Josué 1-12 y Jueces 1-2 se encuentran dos versiones 
diferentes de la entrada de Israel a la tierra de Canaán. Las 
sucintas manifestaciones que aparecen en Josué dan cuenta de 
que los israelitas, bajo el mando de Josué, conquistaron el territorio 
de manera repentina, mientras que Jueces 1-2 y otras tradiciones 
apoyan la conclusión de que cada tribu fue ocupando su territorio 
de manera gradual, y transcurrieron varias décadas, si no siglos, 
antes de que Israel adquiriese su territorio. Así, el periodo de las 
conquista y el de Jueces se superponen. Por lo general, durante los 
dos siglos posteriores al 1200 a.C., las tribus llevaron a veces 
existencias separadas y otras veces juntas, para convertirse en una 
nación (Israel); sólo tras un proceso gradual.

La monarquía 
La monarquía surgió en torno al siglo XI a.C., en un clima de 
enfrentamientos internos y amenazas externas. Las luchas 
intestinas giraron en torno a la forma de gobierno adecuada para la 
nación. Mientras que algunos favorecían el estilo más tradicional de 
liderazgo carismático en épocas de crisis, otros deseaban una 
monarquía estable. Triunfó la monarquía debido a la amenaza 
exterior de los filisteos, superiores en el orden militar, que ocuparon 
cinco ciudades de la llanura costera. Saúl unió a las tribus e 
instauró la monarquía, pero murió junto a su hijo Jonatán en una 
batalla contra los filisteos. David se convirtió en rey, primero del sur 
y más tarde de toda la nación. Tras encargarse de eliminar de una 
vez por todas la amenaza filistea, instauró un imperio que abarcó 
desde Siria hasta la frontera con Egipto. Su reinado fue largo y 
próspero, aunque no carente de luchas intestinas por la posesión 
de su trono. Le sucedió su hijo Salomón, quien estableció una corte 
al estilo de otros monarcas orientales. Salomón construyó un 
palacio y el gran Templo de Jerusalén, exprimiendo al máximo los 
recursos del país para realizar sus grandiosos proyectos.

Los reinos de Israel y Judá 
Tras la muerte de Salomón, las tribus del norte se rebelaron bajo 
el mando de su hijo Roboam. Las dos naciones, Israel en el norte y 
Judá en el sur, nunca volvieron a reunirse, y con frecuencia 
lucharon entre sí. En Judá la dinastía de David continuó hasta la 
ocupación del país por los babilonios (597-586 a.C.), aunque en 
Israel abundaron los reyes y las dinastías. El periodo de la 
monarquía dividida estuvo señalado por amenazas de parte de los 
asirios, los arameos y los babilonios. Israel, con capital en Samaria, 
cayó en manos del ejército asirio en el 722-721 a.C., siendo sus 
gentes deportadas e instalándose extranjeros en su lugar. Judá 
sufrió dos humillaciones a manos de los babilonios: la rendición de 
Jerusalén en el 597, y su destrucción en el 586 a.C. En ambas 
ocasiones se deportaron cautivos a Babilonia, pero como no se 
asentaron extranjeros en Judá y los cautivos gozaron de cierta 
libertad, al menos la de asociarse entre sí, la vida del pueblo 
continuó tanto en Babilonia como en su país natal. El exilio fue un 
desastre que desde hace mucho tiempo los profetas habían 
anunciado como castigo divino, aunque la experiencia llevó a los 
israelitas a reconsiderar su propio significado como pueblo y a 
transcribir e interpretar sus antiguas tradiciones.

El periodo posterior al exilio 
En el año 538 a.C. el pueblo fue liberado de Babilonia cuando el 
rey Ciro instauró el imperio persa. Los profetas Esdras y Nehemías 
fueron los líderes de la época posterior al exilio, cuando se 
restablecieron las instituciones y se reconstruyó el Templo. Judá 
pasó a ser una provincia del imperio persa, y los habitantes 
gozaron de una relativa autonomía, en especial en cuanto a la 
religión.
En algún momento durante este periodo la historia de Israel 
devino en la historia del judaísmo, aunque su fecha exacta es 
objeto de polémica. A principios de la era cristiana, el pueblo había 
sobrevivido al surgimiento del Imperio heleno (333 a.C.), a la 
revolución y al régimen macabeo (168-165 a.C.) y al 
establecimiento del control romano sobre Palestina (63 a.C.). Tras 
ser sofocada una rebelión en el año 70 d.C., que provocó la 
destrucción de Jerusalén, su vida cambió por completo.

Temas doctrinales del Antiguo Testamento 
Los temas doctrinales del Antiguo Testamento son ricos, 
profundos y diversos. En estos escritos no puede hallarse una 
teología única, ya que surgieron de numerosos individuos y 
comunidades durante varios siglos. Reflejan no sólo una evolución 
del pensamiento, sino también diferencias e incluso conflictos de 
opinión. Por ejemplo, coexisten diferentes interpretaciones de la 
Creación y en más de una ocasión los profetas desafiaron los 
juicios de los sacerdotes. Los temas del Antiguo Testamento son 
coherentes por sí y entre sí, aunque no se trata de una teología 
sistematizada. La canonización de la Biblia, aunque determinó una 
lista oficial, también reconoció una diversidad sustancial.

El Dios de Israel 
El tema teológico más obvio del Antiguo Testamento es a la vez el 
más recurrente e importante: Yahvé (el nombre de Dios en el 
Antiguo Testamento) es el Dios de Israel, del mundo entero y de la 
historia. Esta temática se reitera a partir de Éx. 20,3 ("No habrá 
para ti otros dioses delante de mí") hasta las demás Escrituras 
hebreas, y constituye el pilar del resto de las reflexiones teológicas. 
Sin embargo, sería engañoso identificar este tema con el 
monoteísmo. Se trata de un término demasiado abstracto para los 
textos en cuestión y en todos, si se exceptúan algunos de los 
materiales menos antiguos, se da por supuesta la existencia de 
otros dioses. Por lo general, los otros dioses se consideran 
subordinados a Yahvé y en cualquier caso Israel debe mantenerse 
fiel al único Dios. Se afirma que ese Dios es el creador del mundo, 
el rey activo de la historia que salva y juzga, todopoderoso pero 
preocupado por su pueblo. Se revela a sí mismo de varias formas: 
a través de la ley, de los acontecimientos y de los profetas y 
sacerdotes.
El lenguaje característico del Antiguo Testamento acerca de Dios 
vincula el nombre de Yahvé con los acontecimientos: "Yo, Yahvé, 
soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de 
servidumbre" (Éx. 20,2). Israel reconoce quién es Dios más en 
términos de lo que ha hecho o hará que en términos de su 
naturaleza intrínseca. Así, la historia adquiere una especial 
importancia como esfera de la acción divina y de la interacción con 
su grey. La única salvedad significativa a esta acepción del 
lenguaje histórico se encuentra en la literatura sapiencial.

La Alianza y la Ley 
Otros dos temas fundamentales del Antiguo Testamento, la 
Alianza y la Ley, están relacionados de forma estrecha. Alianza 
posee numerosos significados, incluyendo un acuerdo entre 
naciones o individuos, pero sobre todo se refiere al pacto entre 
Yahvé e Israel sellado en el monte Sinaí. El lenguaje relativo a la 
alianza tiene mucho en común con el de los tratados del antiguo 
Oriente Próximo, ya que tanto aquélla como éstos se confirman 
mediante juramentos. Yahvé aparece tomando la iniciativa en el 
establecimiento de la alianza al elegir a un pueblo. Quizá la 
formulación más sencilla de la alianza es la frase: "Yo os haré mi 
pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6,7). Se concebía que la ley se 
había otorgado como parte de la alianza, compromiso por el cual 
Israel se convirtió en el pueblo de Dios. La ley contiene normativas 
de conducta en relación con los demás seres humanos y reglas 
sobre las prácticas religiosas, aunque no transmite un código de 
instrucciones para afrontar todos los aspectos de la vida. Más bien 
parece señalar los límites que el pueblo no podrá transgredir sin 
romper la alianza.

El ser humano 
El Antiguo Testamento hace hincapié en el concepto de los seres 
humanos en comunidad, algo importante para un pueblo que ha 
establecido este tipo de alianza. El ser humano individual era 
concebido como un cuerpo animado, como sugiere Gén. 2,7: 
"Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló 
en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente". 
Ese 'aliento' no debe considerarse como un 'alma', sino como 'vida'. 
En el Antiguo Testamento, el ser humano era concebido como una 
unidad de materia física y vida, una integridad que era un regalo de 
Dios. En consecuencia, la muerte era una realidad vívida. Las 
visiones de una vida después de la muerte o de la resurrección 
aparecen como raras excepciones, y con mucha posterioridad, en 
el pensamiento israelita.

Otro tema que aparece en los profetas y que resulta básico en 
otras partes es que Yahvé es un Dios justo que espera de su 
pueblo justicia y rectitud. Ello incluye la equidad en todos los 
asuntos humanos, la protección del débil y el establecimiento de 
instituciones justas.
Al tratar éstas y otras materias, no es de sorprender que las 
Escrituras judías proporcionasen los cimientos de dos religiones 
universales, el judaísmo y el cristianismo.

El Nuevo Testamento 
El Nuevo Testamento consta de 27 documentos escritos entre el 
50 y el 150 d.C., dedicados a cuestiones de creencias y prácticas 
religiosas en las comunidades cristianas del mundo mediterráneo. 
Aunque hay quienes han señalado que en estos documentos 
subyacen originales en arameo (en especial el Evangelio de Mateo 
y la Epístola a los Hebreos), todos ellos llegaron hasta nosotros en 
griego, quizá el idioma original en que fueron redactados.

Texto, canon y primeras versiones Durante un tiempo algunos 
eruditos cristianos consideraron al griego del Nuevo Testamento 
como un género especial de idioma religioso, concebido por la 
providencia como el vehículo óptimo para la fe cristiana. Hoy ha 
quedado en evidencia, a partir de escritos extrabíblicos del periodo, 
que el idioma del Nuevo Testamento es el koiné o griego común, 
que se utilizaba en los hogares y mercados.

Manuscritos y crítica textual 
Los manuscritos griegos del Nuevo Testamento que han llegado 
hasta nuestros días, completos, parciales o en fragmentos, suman 
unos 5.000. Sin embargo, ninguno es autógrafo, original de su 
autor. Es probable que el más antiguo sea un fragmento del 
Evangelio de Juan, datado en torno al 120-140 d.C. Las similitudes 
entre estos manuscritos son más notables si se consideran las 
diferencias cronológicas y los referidos a su lugar de origen, así 
como los métodos y materiales de escritura. Sin embargo, entre las 
divergencias se incluyen omisiones, adiciones, terminología y orden 
de las palabras. Comparar, evaluar y fechar los manuscritos; 
organizarlos en grupos afines y desarrollar criterios para evaluar 
cuál es el texto que tiene más probabilidades de corresponderse 
con el que en verdad escribieron sus autores, son tareas propias 
de los críticos. Para sus evaluaciones se sirven de miles de citas de 
las escrituras que aparecen en las obras de los primeros Padres de 
la Iglesia y en una serie de antiguas traducciones de la Biblia a 
otros idiomas. El fruto del trabajo de los críticos textuales es una 
edición del Nuevo Testamento en griego que ofrece no sólo el que 
se considera el mejor, sino que también incluye notas que indican 
versiones divergentes en los principales manuscritos. Estas 
variantes suelen aparecer en las traducciones como notas al pie en 
las que se indica qué opinaban sobre el particular otras autoridades 
antiguas (véanse, por ejemplo, Mc. 16,9-20; Jn. 7,53-8,11; He. 
8,37). Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego han 
venido apareciendo con cierta regularidad periódica a partir de la 
obra del erudito holandés Desiderio Erasmo de Rotterdam (siglo 
XVI).

Escritos precanónicos 
Los 27 libros del Nuevo Testamento no son más que una fracción 
de la producción literaria de las comunidades cristianas en sus 
primeros tres siglos. Los principales tipos de documentos del Nuevo 
Testamento (evangelios, epístolas y apocalipsis) fueron muy 
imitados, atribuyéndose los nombres de los apóstoles u otras 
figuras señeras a escritos concebidos para llenar el vacío del 
Nuevo Testamento (por ejemplo, sobre la infancia y juventud de 
Jesús) y satisfacer el apetito de más milagros, así como para alegar 
revelaciones más novedosas y completas. Durante esta época 
circularon hasta 50 evangelios. Muchos de estos escritos cristianos 
no canónicos han sido recopilados y publicados como Apócrifos del 
Nuevo Testamento.
El conocimiento de la literatura de este periodo se amplió en gran 
medida gracias al descubrimiento en 1945, de la biblioteca de un 
grupo cristiano herético, los gnósticos en Nag Hammadi, Egipto. 
Esta colección, escrita en copto, ha sido traducida y publicada. Los 
especialistas han prestado especial atención al Evangelio de 
Tomás; uno de los 12 apóstoles que pretende recoger los 
proverbios, 114 en total, que Jesús le transmitió en persona.

El canon 
No existen registros claros para documentar cuáles fueron los 
elementos determinantes para que la Iglesia adoptase un canon 
oficial de los textos cristianos, ni tampoco de su proceso de 
formación. Para Jesús y sus seguidores, la Torá, Profetas y los 
Hagiográficos del judaísmo eran las 'Santas Escrituras'. Sin 
embargo, la interpretación de estos escritos estaba regida por las 
obras, las palabras y la persona de Jesús tal y como las 
comprendieron sus fieles. A los apóstoles que conservaron las 
palabras y hechos de Jesús y que continuaron su misión se les 
atribuyó una autoridad especial. Que Pablo, por ejemplo, 
pretendiera que sus epístolas fuesen leídas en voz alta en las 
iglesias e incluso intercambiadas entre éstas (Col. 4,16; 1 Tes. 5,26 
y ss.) indica que en las comunidades cristianas se estaban 
desarrollando nuevas normas sobre las creencias y la práctica 
religiosa. Esta norma constaba de dos partes: el Señor (conservado 
en los "Evangelios") y los Apóstoles (sobre todo en las 
"Epístolas").
Seguir el rastro de la historia de la evolución del canon del Nuevo 
Testamento tomando como guía los libros mencionados o citados 
por los primeros Padres de la Iglesia constituye un proceso incierto, 
ya que es más lo que silencia que lo que declara. Al parecer, el 
primer intento de establecer un canon tuvo lugar en torno al 150 
d.C., por obra de un cristiano herético de nombre Marción, cuya 
aceptable relación incluía el Evangelio de Lucas y 10 epístolas 
paulinas, editados con una fuerte orientación antijudía. Quizá la 
oposición a Marción fue la que dio impulso a los esfuerzos 
tendentes a elaborar un canon aceptado de forma general.
Tal vez hacia el 200 d.C., 20 de los 27 libros del Nuevo 
Testamento se consideraban autorizados. Aquí y allá prevalecían 
preferencias locales, existiendo algunas diferencias entre las 
Iglesias occidental y oriental. En general, los libros que durante un 
tiempo fueron objeto de polémica, aunque más tarde se incluyeron 
en el canon, eran Santiago, Hebreos, 2 Juan, 3 Juan, 2 Pedro y 
Apocalipsis. Otros libros que gozaron de amplia aceptación popular 
aunque al final resultaran rechazados, fueron Bernabé, 1 Clemente, 
Hermas y el Didajé; los autores de estos libros suelen ser 
denominados Padres Apostólicos.
La carta pastoral 39 que san Atanasio, obispo de Alejandría, 
envió a las iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el año 
367, acabó con toda duda acerca de los límites del canon del 
Nuevo Testamento. En dicha pastoral, que se conserva en una 
colección de los mensajes anuales de la Cuaresma dictados por 
Atanasio, relaciona como canónicos los 27 libros que siguen siendo 
los constitutivos del Nuevo Testamento, aunque los organizó de 
forma diferente. Estos libros del Nuevo Testamento, en su orden 
actual, son los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), 
Hechos de los Apóstoles, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, 
Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 
Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, 
Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y 
Apocalipsis.

Primeras versiones 
Por cuanto el Nuevo Testamento se escribió en griego, la historia 
de la transmisión del texto y de la determinación del canon suele 
pasar por alto las primeras versiones, muchas de las cuales son 
anteriores al texto griego más antiguo que ha llegado a nuestros 
días. La rápida expansión del cristianismo más allá de las regiones 
en las que prevalecía el griego requirió traducciones al siríaco, al 
latín antiguo, al copto, al gótico, al armenio, al georgiano, al etíope 
y al árabe. Las versiones en siríaco y latín aparecieron ya en el 
siglo II y las traducciones al copto comenzaron a aparecer en el 
siglo III. Estas primeras versiones no eran, en modo alguno, 
traducciones oficiales, aunque se hicieron para suplir las 
necesidades regionales de culto, predicación y enseñanza. En 
consecuencia las traducciones quedaron ancladas en dialectos 
locales y a menudo incluían sólo partes seleccionadas del Nuevo 
Testamento. Durante los siglos IV y V se hicieron esfuerzos por 
reemplazar estas versiones regionales por traducciones más 
homogéneas que tuvieran una mayor aceptación. En el 382, el 
papa Dámaso I encargó a san Jerónimo la preparación de una 
Biblia en latín. Conocida con el nombre de Vulgata, reemplazó a 
varios textos en latín antiguo. En el siglo V la Pešitta siríaca 
sustituyó a las versiones existentes en este idioma, que a la sazón 
eran las más populares. Como suele ser el caso, con gran lentitud 
las antiguas versiones cedieron su lugar a las nuevas.

La literatura del Nuevo Testamento 
Desde un punto de vista literario los documentos del Nuevo 
Testamento pueden clasificarse en cuatro tipos o géneros 
principales: evangelios, historia, epístolas y apocalipsis. De los 
cuatro sólo los evangelios responden en apariencia a un estilo 
literario que tuvo su origen en la comunidad cristiana.

Evangelios 
Un evangelio no es una biografía aunque guarde algunas 
semejanzas con las biografías de héroes, humanos o divinos, del 
mundo grecorromano. Un evangelio es una serie de reseñas 
individuales de hechos o dichos, cada una de las cuales mantiene 
una cierta unidad, aunque estén organizados con el objeto de crear 
un efecto acumulativo. Al parecer, los autores de los evangelios 
tuvieron cierto interés en resaltar el orden cronológico, aunque no 
fue una de sus prioridades. Lo que influyó en mayor medida sobre 
la organización del material fueron los temas teológicos y las 
necesidades de los lectores. Por ello podría esperarse que, aunque 
los cuatro evangelios del Nuevo Testamento se centran en la vida 
de Jesús de Nazaret y los cuatro son evangelios desde el punto de 
vista literario, existiesen diferencias entre ellos. Y así es. A 
excepción de los relatos del arresto, juicio, muerte y resurrección de 
Jesús (episodios similares en los cuatro libros), los evangelios 
difieren en importantes detalles, perspectivas y énfasis de 
interpretación.
Sobre estos particulares es el Evangelio de San Juan el que más 
se distingue de los demás. En este Evangelio Jesús aparece 
descrito de forma más obvia como divinidad omnisapiente, 
omnipotente y superior. Los otros tres se denominan Evangelios 
Sinópticos (vistos juntos) porque a pesar de sus diferencias, si se 
organiza en columnas paralelas el texto de Mateo, Marcos y Lucas, 
sus coincidencias son tales que pueden apreciarse de un modo 
visual, hasta tal punto que han generado numerosas hipótesis 
acerca de sus relaciones. La opinión especializada más difundida 
sostiene que Marcos fue el primer Evangelio que se escribió y sirvió 
como fuente inspiradora para Mateo y Lucas. Lo más probable es 
que estos dos últimos recurrieran a otros textos además de a esta 
fuente común, una hipótesis basada en la gran cantidad de material 
común que no se encuentra en Marcos. Esta fuente, que existe sólo 
en la teoría ya que no ha podido ser identificada, ha sido 
denominada Q, o Quelle (en alemán, 'fuente'). En su prólogo el 
autor del Evangelio de Lucas dice haber investigado numerosas 
narraciones sobre Jesús (Lc. 1,1-4).

Historia 
La mejor representación de la narración histórica en el Nuevo 
Testamento se halla en Hechos de los Apóstoles, el segundo de 
dos volúmenes (en ocasiones denominados Lucas-Hechos) 
atribuidos a san Lucas. Estos dos libros relatan la historia de Jesús 
y de la Iglesia que surgió en su nombre como una narración 
continua, centrada en la historia de Israel y del Imperio romano. La 
historia se presenta desde el punto de vista teológico, es decir, que 
interpreta el proceder de Dios en un acontecimiento concreto o con 
una determinada persona. Hechos se destaca en el Nuevo 
Testamento por recurrir a la narración histórica como vehículo para 
la proclamación de la fe cristiana.

Epístolas 
En el mundo grecorromano la epístola o carta constituía un estilo 
literario bastante generalizado y constaba de la firma, dirección, 
saludo, alabanza o acción de gracias, el mensaje y la despedida. 
San Pablo encontró que este estilo congeniaba con respecto al que 
mantenía para dirigirse a las iglesias que había fundado, y 
resultaba de lo más cómodo y didáctico para un apóstol itinerante. 
Este estilo adquirió gran popularidad en la comunidad cristiana y 
fue empleado por numerosos jerarcas y escritores de la Iglesia. Las 
epístolas que escribieron, algunas de las cuales aparecen en el 
Nuevo Testamento, son en realidad sermones, exhortaciones o 
tratados apenas encubiertos por los rasgos del género epistolar.

Escritos apocalípticos 
Los escritos apocalípticos aparecen en todo el Nuevo 
Testamento, pero su uso es predominante en el libro llamado 
Apocalipsis (o Revelación). Por lo general, los apocalipsis se 
escribieron en épocas de graves crisis de una comunidad, tiempos 
en los que la gente mira más allá del presente y de lo humano en 
busca de ayuda y esperanza. Esta literatura es muy visionaria, 
simbólica y pesimista en cuanto a la situación global del mundo y 
esperanzadora sólo en términos de lo invisible que está más allá de 
lo material y de la victoria que está más allá de la historia. Las 
visiones del fin del mundo se caracterizan por la retribución y la 
recompensa a los justos. Al parecer, Apocalipsis fue escrito durante 
la persecución desencadenada contra los cristianos bajo el 
emperador romano Domiciano (81-96 d.C.).

Formas literarias 
Dentro de estos cuatro estilos literarios principales, aparecen 
diversas formas: poemas, himnos, fórmulas confesionales, 
proverbios, historias milagrosas, bienaventuranzas, diatribas, listas 
de obligaciones, parábolas, etcétera. Los estudios recientes han 
prestado gran atención a la forma literaria no sólo como elemento 
imprescindible para la comprensión del contenido, sino también 
como vehículo mediante el cual el lector puede compartir la 
experiencia creada en determinado pasaje. Las formas tienen el 
poder de crear mundos y definir relaciones, y no son meros 
accesorios del contenido.
En las obras de los especialistas bíblicos de antaño se prestaba 
gran atención a la parábola, que durante siglos fue considerada 
como una alegoría. A finales del siglo XIX el científico bíblico alemán 
Adolf Jülicher adoptó una nueva orientación para realizar la 
interpretación de las parábolas. Insistió en que las parábolas del 
Nuevo Testamento deben ser entendidas como símiles reales más 
que como alegorías. Así, sostuvo que los relatos de Jesús deben 
entenderse como ejemplos cuyo significado podía volverse a 
enunciar formulando temas o propuestas sencillas.
Las parábolas han llegado a ser aceptadas como obras del arte 
literario con una fuerza y función similar a la de la poesía, por lo 
cual no deben destruirse parafraseándolas, resumiéndolas ni 
compendiándolas. Como arte literario, una parábola no se limita a 
presentar su argumento, sino que además actúa sobre el lector, 
creando, modificando o incluso rechazando una determinada 
concepción de la vida y de la realidad. También se están 
efectuando estudios académicos de otras formas literarias del 
Nuevo Testamento.

La historia en el Nuevo Testamento 
El Nuevo Testamento no es una colección de máximas, 
reflexiones y meditaciones desvinculadas de la realidad histórica. 
Por el contrario, sus documentos se centran en una figura histórica, 
Jesús de Nazaret, y aluden a los problemas que debieron enfrentar 
sus seguidores en una gran diversidad de contextos específicos 
dentro del Imperio romano. No obstante, esta preocupación por los 
acontecimientos, los personajes y las situaciones históricas no 
significa que el Nuevo Testamento se someta a intereses históricos 
o cronológicos en exclusiva.

Determinación del contexto cronológico amplio 
La reconstrucción histórica del periodo basada en las fuentes del 
Nuevo Testamento presenta una serie de dificultades. En primer 
lugar, los documentos están organizados según un criterio 
teológico, y no desde una perspectiva cronológica. Los evangelios 
están situados en primer lugar porque relatan la historia de Jesús, 
aunque fueron escritos entre el 70 y el 90 d.C., hasta unos 60 años 
después de su muerte. Hechos de los Apóstoles data también de 
esta época. Sin embargo, las epístolas de Pablo son anteriores y 
han sido situadas en la década entre el 50 y el 60 d.C., ya que 
fueron compuestas en el transcurso de la obra misionera de Pablo. 
Los demás libros, que pueden datarse entre el 90 y el 150 d.C., 
reflejan la situación de la Iglesia en el periodo postapostólico. En 
segundo lugar, los documentos no demuestran demasiado interés 
en la historia como proceso cronológico, en parte porque sus 
autores creían en la inminencia del final de los tiempos. En tercer 
lugar, el Nuevo Testamento no es un solo libro, sino un compendio 
eclesiástico, conservado con el propósito específico de emplearse 
para el culto, la predicación, la enseñanza y la polémica. Cuarto, 
todos los documentos fueron escritos por defensores de la fe 
cristiana con el objeto de proclamar e instruir en la fe; en 
consecuencia, aunque contienen referencias históricas, no 
constituyen informes históricos. Añádanse a estas dificultades la 
falta de muchas referencias acerca de Jesús y de sus seguidores 
en otras fuentes contemporáneas y se comprenderá por qué son 
escasas las posibilidades de completar una historia detallada.
No obstante, los especialistas coinciden en cuanto al contexto 
cronológico general. Los principales puntos de apoyo se 
encuentran en Lucas y Hechos, que sitúan la narración de la vida 
de Jesús y los comienzos de la Iglesia dentro del contexto de la 
historia judía y romana. El Evangelio de Lucas afirma que Jesús 
comenzó su ministerio en el 15º año de reinado de Tiberio (Lc. 3,1), 
que sería el 28-29 d.C. Los cuatro Evangelios coinciden en que 
Jesús fue crucificado cuando Poncio Pilatos era gobernador de 
Judea (26-36 d.C.). El ministerio de Jesús tuvo lugar entre el 29 y el 
30 d.C. si se acepta la versión de que duró un año, o entre el 29 y 
el 33 d.C. según la teoría de que se prolongó entre tres y cuatro 
años.

Las narraciones de la infancia 
Antes de su vida pública, poco se sabe de Jesús. Era originario 
de Nazaret de Galilea, aunque tanto Lucas como Mateo sitúan su 
lugar de nacimiento en Belén de Judea, cuna ancestral del rey 
David. Sólo los libros de Lucas y Mateo contienen relatos de su 
nacimiento e infancia, que divergen en numerosos detalles. Lucas 
(1,5-2,52) narra estos relatos entretejiendo en ellos poemas y 
canciones prestados del Antiguo Testamento que expresan la 
preocupación de Dios por los pobres y desheredados. Mateo 
(1,18-2,23) moldea su relato sobre el modelo de la narración que 
sobre Moisés recoge el Antiguo Testamento. Así como Moisés pasó 
su infancia entre los ricos y sabios de Egipto, también Jesús fue 
visitado y reverenciado por magos ricos y sabios. Así como Moisés 
huyó y vivió oculto de un malvado rey que pretendía exterminar a 
los varones hebreos recién nacidos, también Jesús fue salvado de 
la masacre de Herodes (Herodes el Grande murió en el 4 a.C., por 
lo que es probable que Jesús naciera entre el 6 y el 4 a.C.).
El resto del Nuevo Testamento guarda silencio acerca del 
nacimiento de Jesús. En el transcurso de la historia de la Iglesia, 
algunos cristianos han insistido en que las narraciones de la 
infancia deben tomarse de forma literal, mientras que otros las han 
considerado como uno de los muchos modos de expresar la 
creencia en la relación de Jesús hacia Dios como su Hijo. La 
tendencia del Nuevo Testamento a proclamar el significado de los 
acontecimientos sin presentar la versión del narrador sobre los 
propios hechos siempre ha dado lugar a la disensión entre quienes 
se dedican a la investigación histórica.

Los apóstoles y la iglesia primitiva 
Tras el ministerio de Jesús, descrito en los cuatro evangelios, el 
movimiento religioso que había alentado quedó bajo la dirección de 
los 12 hombres que había elegido para ser sus apóstoles. La 
mayoría desapareció en la oscuridad y la leyenda de los tiempos, 
aunque tres de ellos se mencionan como líderes continuadores: 
Santiago, asesinado por Herodes Agripa en el año 44 d.C. (fecha 
de la muerte del propio rey); Juan, su hermano, que al parecer vivió 
hasta una edad provecta (Jn. 21,20-24); y Pedro, uno de los 
primeros dirigentes de la Iglesia de Jerusalén, que también realizó 
varios viajes misioneros y, según la tradición, sufrió martirio en 
Roma a mediados de la década del 60. Además de los tres, 
Santiago, llamado hermano de Jesús, se destacó en la Iglesia de 
Jerusalén hasta que fue asesinado durante un motín popular en el 
61. Antes del estallido en Jerusalén de la rebelión judía contra 
Roma en el 66, los cristianos abandonaron la ciudad y no 
estuvieron implicados en la violencia que destruyó Jerusalén en el 
70.
La mayor parte de la atención del registro que aparece en 
Hechos de los Apóstoles se centra en la figura de Pablo, un judío 
de Tarso que se convirtió al cristianismo en las cercanías de 
Damasco entre el 33 y el 35 d.C. Tras 14 años de silencio Pablo 
comenzó a escribir sus epístolas, realizando una obra misionera 
que le llevó por Siria, Galacia, Asia Menor, Macedonia, Grecia y 
Roma. Al parecer, sus días acabaron en Roma en los primeros 
años de la década del 60. Las epístolas de Pablo y Hechos ofrecen 
al lector algunos datos acerca de la vida de estas primitivas 
comunidades cristianas y sobre su relación con las culturas 
hegemónicas.
Los demás libros del Nuevo Testamento aportan escasa 
información histórica y casi ninguna base para permitir una datación 
exacta. En general, parecen haber sido escritos por una comunidad 
de segunda o de tercera generación. En estos documentos, los 
seguidores inmediatos de Jesús ya han muerto, se han disipado el 
entusiasmo inicial y las expectativas del regreso definitivo de Jesús 
para terminar la historia y es evidente la necesidad de 
preservación, consolidación e institucionalización. Se identifica a los 
herejes y apóstatas, se los ataca y se insta a los miembros a 
adoptar una tenacidad que les permita enfrentar a las 
persecuciones por venir. La Segunda Epístola de Pedro, acaso el 
último de los libros del Nuevo Testamento que se escribió, muestra 
un vigoroso esfuerzo por restablecer las antiguas expectativas 
sobre el inminente final de la historia. Este intento de recuperar el 
celo y la convicción de tiempos pasados es, en sí mismo, el indicio 
del final de una época.

Principales temas del Nuevo Testamento 
Al igual que los temas teológicos del Antiguo Testamento, los del 
Nuevo tienen un contenido rico y variado.

Dios 
En ningún otro tema se refleja de manera más clara o coherente 
la continuidad entre el Nuevo Testamento y el Antiguo que en las 
enseñanzas acerca de Dios. Toda opinión sobre que el Dios de 
Jesús o de la primitiva Iglesia era diferente del Dios del judaísmo 
fue rechazada como herejía. El Dios del Nuevo Testamento es el 
creador de toda la vida y sustentador del universo. Este único Dios, 
origen y final de todas las cosas, toma la iniciativa de atraer con 
amor a toda la humanidad, celebrando alianzas con quienes 
respondan a su mensaje y comportándose con ellos de manera 
justa y misericordiosa, con tino e indulgencia. Dios nunca ha 
abandonado el mundo vacío de sus testigos, habiéndose revelado 
en muchas ocasiones, formas y lugares. Pero el Nuevo Testamento 
sostiene que Jesús de Nazaret es una revelación singular de Dios. 
La persona, palabras y actividad de Jesús fueron comprendidos 
como la comparecencia de sus seguidores ante la presencia de 
Dios. En los días de sus inicios dentro del judaísmo, la Iglesia pudo 
asumir la fe y centrarse en el mensaje de Jesús como revelador de 
Dios. Sin embargo, más allá de los límites del judaísmo, la fe en el 
único Dios verdadero se convirtió en el elemento básico para la 
proclamación del cristianismo.

Jesús 
El Nuevo Testamento presenta su concepción de Jesús en los 
títulos, retratos y descripciones de su persona y reseñas de su obra 
y su palabra. En el contexto del judaísmo, el Antiguo Testamento 
proporcionó títulos y parábolas que los escritores del Nuevo 
Testamento utilizaron para transmitir el significado de Jesús a sus 
discípulos. Fue descrito, por ejemplo, como un profeta igual que 
Moisés, como rey davídico, como el Mesías prometido, como 
segundo Adán, como sacerdote igual que Melquisedec, como figura 
apocalíptica igual que el Hijo del Hombre, como el Siervo Sufriente 
de Isaías y como Hijo de Dios. 
La cultura helenista aportó otras imágenes: una divinidad 
preexistente que bajó a la tierra, realizó su obra y retornó a la 
gloria; el Señor por encima de todos los emperadores; el mediador 
eterno de la creación y la redención; la figura cósmica que reúne en 
sí misma la suma de la creación en un todo armonioso.
Los evangelios presentan el ministerio de Jesús como la 
presencia de Dios sobre la tierra. Sus palabras revelaron a Dios y 
al modo de obrar de Dios con su pueblo; sus acciones demostraron 
el poder curativo de Dios al integrar el cuerpo, la mente y el 
espíritu; su martirio y muerte son testimonio del inquebrantable 
amor de Dios; y su Resurrección fue la señal de que Dios aprobaba 
la vida, la muerte y el mensaje de Jesús. San Pablo y otros 
discípulos desarrollaron conceptos acerca de la muerte de Jesús 
como el sacrificio y la expiación por los pecados y presentaron la 
Resurrección de Jesús como garantía de la resurrección de sus 
discípulos. Los documentos escritos durante la persecución (1 Pe., 
Ap.) interpretaron el sufrimiento de Jesús como modelo para los 
cristianos en la hora del martirio.

Espíritu Santo 
Algunos de los profetas de Israel habían caracterizado como 
'últimos días' aquellos en los que Dios derramaría su Espíritu sobre 
la humanidad entera. El Nuevo Testamento sostiene que esta 
promesa se cumplió en tiempos de Jesús. Por ello, en todo el Nuevo 
Testamento se menciona el Espíritu de Dios, una expresión que 
representa la presencia activa de la divinidad. Esta entidad es 
denominada de diversos modos, como Espíritu, Espíritu Santo, 
Espíritu Vivificante, Espíritu de Cristo o Espíritu de la Verdad. El 
Espíritu otorgó la fuerza a Jesús y permitió que la Iglesia continuase 
lo que Jesús había comenzado a hacer y a predicar. Dentro de 
cada uno de los discípulos, el Espíritu generó las cualidades 
adecuadas para esa vida y equipó a la persona para trabajar en 
aras del bien de la comunidad. Es comprensible que la categoría 
'Espíritu' estuviese sujeta a una amplia variedad de 
interpretaciones, creando problemas en numerosas confesiones. El 
Nuevo Testamento refleja la lucha en pos de la búsqueda de 
criterios claros para determinar si una congregación o persona 
estaba en realidad bajo la influencia del Espíritu Santo.

Reino de Dios 
Según el Nuevo Testamento, el mensaje central de Jesús fue el 
Reino de Dios. Llama al arrepentimiento en preparación para el 
reino 'inminente'. El Reino de Dios se refería al reino o dominio de 
Dios y, según las enseñanzas de Jesús, se anuncia que dicho reino 
está presente. Sin embargo, esta presencia no fue total ni 
completa, por lo cual en ocasiones se hace referencia a ella como 
acontecimiento futuro. Los estudiosos del Nuevo Testamento han 
discutido sobre si Jesús y sus seguidores esperaban o no que el 
Reino de Dios llegase a estar presente por completo en su 
generación. La irresolución de este debate queda reflejado en dos 
expresiones que suelen utilizarse para caracterizar a las 
enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto al reino: 'ya' y 
'todavía no'.

Salvación 
El Reino de Dios no parece haber sobrevivido como temática 
central del mensaje de la Iglesia. Según el Nuevo Testamento, la 
Iglesia no se identifica a sí misma como reino y en sus 
predicaciones comenzó a hablar cada vez más de la salvación. Este 
término solía aludir a la reconciliación de las relaciones de una 
persona como Dios y a la participación en una comunidad que fuera 
a la vez reconciliada y reconciliante. En este sentido, la salvación 
era una realidad actual, aunque no en su integridad. La salvación 
se consumaría en una vida plena, más allá de la lucha, futilidad y 
mortalidad que caracterizan este mundo.
Pablo creía que en el cumplimiento último del propósito de Dios, 
la salvación, alcanzaría dimensiones cósmicas. El reino de la 
redención coexistiría con el reino de la creación. Ello implicaba que 
al final, incluso las fuerzas del mal que, según el Nuevo 
Testamento, habitan los cielos, la tierra y las regiones 
subterráneas, se armonizarían con el benevolente plan de Dios. 
Esta visión final es diferente a la de Apocalipsis, donde el final se 
caracteriza por la reivindicación y recompensa a los santos, y la 
condena eterna de los perversos.

Ética 
Hasta que ese tiempo llegue los seguidores de Cristo deben 
manifestar, a través de su conducta y sus relaciones, que están 
reconciliados con Dios. Tal es el mandato del Nuevo Testamento 
íntegro, heredado del Antiguo: la vinculación inseparable entre la 
creencia religiosa y una conducta ética y moral. La Torá, Profetas y 
Hagiográficos habían insistido sobre esto, y el Nuevo Testamento 
mantiene su énfasis en ello. La vida terrenal es denominada de 
diversas formas como recta, santificada, bondadosa, fiel. Los libros 
del Nuevo Testamento están repletos de instrucciones acerca de 
esta vida, no sólo en un sentido íntimo, sino también en relación 
con los vecinos, los enemigos, los familiares, los amos y esclavos, 
los funcionarios del gobierno y con el propio Dios. Estas 
instrucciones se inspiran en el Antiguo Testamento, en las palabras 
y el ejemplo de Jesús, en los mandatos apostólicos, en las leyes de 
la naturaleza, en las listas de obligaciones familiares y en los 
ideales de los moralistas griegos. Se entendía que todos estos 
factores tenían su origen común en Dios, que espera que su propia 
lealtad sea correspondida con la lealtad de quienes se han 
reconciliado como familia de Dios.


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