CAPÍTULO 4


5. SERVICIO A LA VERDAD SIN DESMAYAR (4/01-08).

a) Primera exhortación a anunciar la palabra de Dios (4,14).

1 Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, y por su aparición y por su reino: 2 Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, increpa, exhorta, con toda comprensión y sin cejar en la enseñanza.

Cuanto más se va acercando la carta a su fin, tanto más apremiantes se hacen las exhortaciones del Apóstol. Se van sucediendo unas a otras en frase muy breves (4,2.5), lo que es señal de cómo le asedia la preocupación. Timoteo debe mostrarse hombre animoso, penetrado del deseo de cumplir fielmente su deber, a la altura de las tareas de la comunidad. San Pablo le conjura con los términos más solemnes, poniéndole ante los ojos todo el alcance de su responsabilidad (cf. ITim 5,21). Se sitúa juntamente con Timoteo ante el supremo juez de los últimos tiempos, que ha de decidir sobre toda acción humana, ante Dios y Jesucristo, el Señor exaltado a la gloria. El Señor aparecerá para celebrar el juicio final y así inaugurar su eterno señorío regio. El Apóstol recuerda a Timoteo el juicio imparcial, insobornable de Jesucristo, que ha de juzgar «a vivos y a muertos», a los hombres que todavía estén en vida en el momento de su segunda manifestación, como también a los que hayan dejado ya de existir y hayan de ser resucitados a una nueva vida 32. También sobre Timoteo y su comunidad pronunciará Jesucristo su sentencia definitiva. En presencia de los dos jueces supremos se exhorta ahora a Timoteo a proclamar la «palabra», la revelación divina, con ardor e intrepidez varonil. Ninguna consideración humana deberá nunca poner trabas a su proclamación, sin tener en cuenta si este anuncio de la buena nueva del Evangelio cae bien a los hombres o no, si son o no apropiadas el tiempo, la manera y las circunstancias de la predicación del Evangelio, si los hombres están o no dispuestos a abrirse a este mensaje y a inclinársele, o si, por el contrario, lo rechazan. Pablo mismo dice de sí: «Anunciar el Evangelio... es necesidad que pesa sobre mí. ¡Y ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (/1Co/09/16). Según las circunstancias debe Timoteo enderezar y corregir a los hombres que yerran y faltan, y, para ello, recurrir a censuras, serios reproches y estimulantes exhortaciones. Pero al mismo tiempo debe mostrar paciencia y comprensión y esforzarse por lograr su fin con palabras bondadosas, no con impaciencias ni brusquedades. Para esto se requiere ese amor del que Pablo dice que es «paciente... benigno; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es indecoroso ni busca su interés; no se irrita ni lleva cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, sino que se goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (lCor 13,4-7).
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32. Cf. ITes 4,16s; ICor 15,21s. El autor emplea aquí una fórmula que tenía ya forma fija, tomada de algún símbolo de la fe de la Iglesia primitiva, que luego fue incluida en el símbolo de los apóstoles.
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3 Porque vendrá tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados del propio capricho, se rodearán de maestros para que les halaguen el oído, 4 y dejarán de escuchar la verdad, volviéndose de nuevo a los mitos.

Ahora es más necesaria que nunca tal fidelidad inquebrantable en la predicación de la palabra de Dios, porque se acercan tiempos difíciles (cf. 3,1). En realidad se están iniciando ya con la aparición de falsos maestros33, pues la «enseñanza sana» se ve rechazada por los hombres, que se descargan de ella como de un yugo insoportable, se hace intolerable la predicación seria sobre el pecado y el juicio, sobre la redención y la santificación, porque no responde o no se adapta al gusto natural de los hombres. Estos, guiados por el egoísmo y el capricho, buscarán la propia satisfacción intelectual, sólo querrán oír cosas ingeniosas, interesantes y sensacionales, e irán pasando de un maestro a otro, de una doctrina a otra. Se hallarán en gran número maestros que de esta manera cosquilleen y halaguen el oído.

¿Cuál será el resultado de tal comportamiento? Dejarán de escuchar la verdad, cambiarán la verdad de Dios por mitos y fábulas humanas sin fundamento y por vanas charlatanerías 34. En rudo contraste contrapone el Apóstol la verdad de la palabra revelada y las ideas humanas de los falsos maestros. ¡Qué peligro representa esto para la comunidad, con qué fidelidad en el cumplimiento del deber y con qué servicio incansable debe Timoteo anunciar la palabra de Dios! De ahí la apremiante preocupación del Apóstol.
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33.Cf. 3,1, lTim 1,4, 4,7.
34.Cf.ITim 1,4; 4,7
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b) Plena dedicación al servicio de la verdad (4,5-8).

5 Pero tú conserva en todo la serenidad, soporta las contrariedades, cumple la tarea de evangelista, lleva a cabo tu servicio.

En vista de todas las fantasías y caprichos de los falsos maestros debe Timoteo conservar la serenidad y proceder con clara reflexión en la predicación del Evangelio. Cierto que el anuncio de la palabra de Dios va acompañado de sufrimientos y oprobios. Él mismo lo sabe por la vida y las persecuciones del Apóstol (cf. 3,119. Como «verdadero hijo» (lTim 1,2; cf. 2Tim 1,2) debe soportar con valor toda animosidad.

Como «evangelista», como pregonero del Evangelio, cuya influencia no está restringida a una determinada Iglesia local, sino que se extiende a la Iglesia universal, debe poner en juego todas sus energías para desempeñar este servicio plena y totalmente. Así debe mostrar su fidelidad como «administrador de los misterios de Dios» (lCor 4,1); en efecto, en los administradores se busca «que cada cual sea fiel» (lCor 4,2).

6 Porque yo estoy ya a punto de ser ofrecido en libación, y es inminente la hora de mi partida.

La peligrosa situación de la comunidad es para el Apóstol un motivo apremiante para exigir a Timoteo plena fidelidad y dedicación en el cumplimiento del quehacer que le impone su vocación. Pero también su situación personal le mueve a lo mismo. Por esto le escribe mirando fijamente a la muerte, porque sabe que ha llegado al término de su vida, que se halla seguramente en vísperas de morir. Con dos imágenes35 se habla del desenlace de su vida. Como en las libaciones paganas el devoto griego o romano derramaba parte del vino, como ofrenda sacrificial a la divinidad, sobre la mesa, sobre el hogar, sobre el altar o sobre el fuego del sacrificio, como en las libaciones judías se vertía el vino en el fuego del altar 36 así ahora que la sentencia de muerte puede pronunciarse cualquier día, su sangre es derramada en el martirio como oblación a Dios. Con estas palabras quiere expresar el Apóstol que su martirio tiene el valor de un sacrificio ofrecido a Dios (cf. Ap 6,9), que sus sufrimientos y su muerte aprovechan a los pecadores, que él, efectivamente, «todo lo sufre por amor a los elegidos» (2,10).

En la segunda imagen compara su muerte, que de todos modos es inminente, con su regreso a la casa del Señor, a la casa paterna (cf. Flp 1,23). A esto se refiere cuando habla de su «partida». Ambas imágenes expresan la pronta y gozosa disposición a morir del Apóstol. Es que sabe que con la muerte se pone en marcha «para estar con el Señor» (Flp 1,23) y sabe que «muere en el Señor» (Rom 14,8).
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35. Análogas imágenes en Flp 1,23; 2,17.
36.Cf. Ex 29,40s; Nm 15,5.7; 28,7.
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7 He combatido el buen combate, he realizado plenamente la carrera, he guardado la fe. 8 Y ahora está ya preparada para mí la corona de justicia, con la que me retribuirá en aquel día el Señor, el juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan mirado con amor su aparición.

Tocando ya al término de su existencia, dirige una mirada retrospectiva a la pista que ha recorrido en su vida. Ha alcanzado la meta. Puede con tranquila conciencia mirar a su vida pasada, que ha sido un combate magnífico al servicio de la fe (cf. lTim 6,12). En todos sus trabajos, fatigas y sufrimientos ha guardado y conservado fielmente el último apoyo y sostén de su vida entera, su fe en Cristo, el Señor. En su vida fue realmente «servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios» (lCor 4,1). Ha realizado de hecho «lo que se busca en los administradores», a saber, «que cada cual sea fiel» (ICor 4,2). Así puede ahora, como un atleta que ha llegado victorioso a la meta, esperar con seguridad la corona de la victoria. Cristo, el Señor exaltado y el justo juez, «en aquel día», en el día de su manifestación gloriosa, otorgará a Pablo la corona de la victoria por una vida que tiene consistencia a los ojos de Dios. Es el remate de la salvación que como última gracia aguarda Pablo del «justo juez» (Gál 5,5). Pero Pablo sabe que no recibirá él solo esta corona de la victoria. Por eso añade, por lo menos para animar y consolar a su discípulo, que con él recibirán también este premio de la victoria todos los que con su vida se hayan preparado para la «aparición» del juez celestial y hayan suspirado por ella con amor. Pablo, penetrado de fuerte fe, se encamina impertérrito y lleno de confianza a la muerte. Para él, como para todo cristiano, ha perdido la muerte su horror, pues sólo es un tránsito, un retorno a la casa del Señor. Todo cristiano que al final de su vida pueda mirar atrás a una vida pasada en el servicio del Señor, podrá esperar con la misma seguridad la corona de victoria de manos del justo juez.

CONCLUSIÓN 4,9-22

El texto propiamente dicho de la carta ha terminado. Lo que todavía sigue son noticias sobre colaboradores del Apóstol (4,9-12), un encargo a Timoteo (4,13) y un aviso sobre Alejandro, el herrero (4,14-15). Una vez más se hace presente toda la gravedad de la situación del Apóstol (4,16-18), y se acaba con los últimos saludos (4,19-21). La carta del Apóstol termina con unas breves palabras de bendición (4,22), que no sin razón se designan como el testamento de san Pablo.

1. NOTICIAS SOBRE LOS COLABORADORES (4/09-12).

9 Haz lo posible por venir a verme cuanto antes; 10 pues Demas me abandonó por amor de este mundo, y se fue a Tesalónica; Crescente, a Galacia; Tito, a Dalmacia. 11 Lucas es el único que está conmigo. Recoge de paso a Marcos y tráelo contigo, porque me es muy útil para el ministerio. 12 A Tíquico lo mandé a Éfeso.

Pablo vive en la cárcel en Roma en gran aislamiento. Por eso llama a su querido discípulo, al que va frecuentemente su pensamiento, su nostalgia y su oración (1,3-4). Debe venir lo antes posible, antes de que sea ya tarde. De todos modos teme el Apóstol que si se retrasa, es posible que no lo halle ya entre los vivos. Quizá es también tanto más apremiante esta llamada por cuanto Pablo ha experimentado en su prisión amargos desengaños por parte de los hombres. Antes había escrito ya: «Han desertado de mi lado todos los de Asia, entre ellos Figelo y Hermógenes» (1,15). Ahora explicará: «En la primera vista de mi causa nadie se presentó a favor mío, sino que todos me abandonaron» (4,16).

Demas, colaborador del Apóstol, que había estado con él en la primera prisión 37, se ha dejado arrastrar completamente por los negocios de este mundo, por lo cual se ha retraído del Apóstol prisionero y se ha marchado al rico emporio comercial de Tesalónica. Quizá le abandonó también por cobardía y por miedo al sacrificio, puesto que conocía los peligros que le amenazaban por sus relaciones con el Apóstol y así se puso a tiempo en seguridad. Crescente, del que no tenemos otras noticias, fue probablemente a dedicarse a la predicación a «Galacia», que debe querer decir «las Galias», no la provincia de Asia Menor. El Apóstol de las gentes había, en efecto, con gran probabilidad anunciado el Evangelio en España. Así se comprende que ahora enviara todavía al Oeste a uno de sus colaboradores.

Tito, que dejando su quehacer en Creta, había entre tanto regresado a Roma cerca de Pablo (Tit 3,12), marchó a Dalmacia con un nuevo encargo del Apóstol (cf. Rom 15,19). Sólo Lucas, «el médico querido» (Col 4,14) y fiel compañero de Pablo en sus viajes apostólicos y durante su primera prisión romana38, se quedó con él y está ahora también a su lado.

Todavía cita Pablo a otro colaborador. Este es Marcos, que aunque en años anteriores había decepcionado al Apóstol 39, después había borrado completamente esta mala impresión y durante la primera prisión había perseverado fielmente juntamente con Lucas al lado de Pablo 40. Le es ahora necesario para el ministerio, sin duda para que se dedique a tareas apostólicas en Roma. Había sido enviado a Asia Menor (Col 4,10). Ahora debe llevarlo consigo Timoteo, caso que él mismo vaya a Roma.

De Tíquico, también colaborador del Apóstol, se informa que ahora ha sido enviado a Éfeso, su patria (Act 20,4), seguramente para reemplazar a Timoteo durante su ausencia. Tíquico era, en efecto, un hombre de su especial confianza. Había acompañado a Pablo en su viaje de Grecia a Jerusalén (Act 20,4), se mantuvo fiel junto al Apóstol durante su primera prisión y por encargo suyo llevó a Efeso y a Colosos sus respectivas cartas (Ef 6,21s; Col 4,7s). Ahora lo echa de menos en su soledad.

Aquí se nos muestra con especial fuerza la gran personalidad humana del Apóstol de las gentes. Aun ahora, en vísperas de su muerte, se siente íntimamente unido en amor y fidelidad con sus colaboradores. Sufre por su ausencia, siente hondamente su infidelidad (4,10) y los envía a predicar la buena nueva; porque a pesar de su prisión se va propagando la buena nueva del Evangelio, ya que «la palabra de Dios no está encadenada» (2,9).

El gran amor que Pablo siente por Cristo no ha dejado enfriarse el amor a sus colaboradores, sino que lo ha ennoblecido y profundizado todavía más, elevándolo a un plano superior. Así el Apóstol, al final de su vida, nos aparece como un hombre grande y noble, como una personalidad fuerte y acabada, que hasta la muerte permanece estrechamente unido en amor y fidelidad con sus colaboradores.
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37.Col 4,14; Flm 24.
38.Cf. Act 16,10; 20,5-7; 27,1; Flm 24.
39.Cf. Act 13,13, 15,37-39.
40.Cf. Col 4,10; Flm 24.
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2. ENCARGO A TIMOTEO (4/13).

13 Cuando vengas, trae la capa que me dejé en Tróade en casa de Carpo, y los libros, sobre todo los pergaminos.

Pablo llama a Timoteo. Con esta ocasión puede también llevarle algunos objetos que en su último viaje a Tróade se había dejado Pablo en casa de un cristiano, llamado Carpo, que nos es desconocido. En efecto, en su viaje a Roma tiene Timoteo que pasar por Tróade para seguir desde allí por la vía Egnatia. Así puede satisfacer fácilmente el deseo del prisionero y puede llevarle la capa que se había dejado allí: un grueso manto de viaje que envolvía todo el cuerpo y que en aquel tiempo sólo lo llevaban las gentes pobres, pero que en el frío de la cárcel puede prestar buenos servicios a Pablo durante el próximo invierno (4,21). Debe llevarle también los «libros», es decir, rollos de papiro, y los «pergaminos», o rollos de pergamino, que probablemente contenían escritos del Antiguo Testamento. Aparte la compañía de fieles amigos y colaboradores, en la soledad de la cárcel busca el apóstol consuelo y alivio en sus «libros», en la palabra de Dios de la Sagrada Escritura.

3. ALEJANDRO, EL HERRERO (4/14-15).

14 Alejandro, el herrero, me ha perjudicado mucho: el Señor le dará lo merecido por sus obras 41. 15 Tú también ten cuidado con él, porque se opone fuertemente a nuestra predicación.

En la memoria del Apóstol emergen dos tristes experiencias del pasado, que ahora comunica a Timoteo. Un herrero llamado Alejandro había causado sinsabores al Apóstol -cuándo y dónde es cosa que no podemos ya averiguar- con una encarnizada hostilidad y una oposición apasionada a la predicación del Evangelio. No resulta claro si se trata del mismo Alejandro al que había tenido que entregar a Satán (lTim 1,20). Quizá habría participado también en forma decisiva en los sucesos que dieron lugar al encarcelamiento del Apóstol y quizá compareciera en Roma como acusador contra Pablo. De todos modos el daño que infligió a san Pablo debió de ser considerable, puesto que el Apóstol, usando una fórmula del Antiguo Testamento, lo entrega al juicio de Dios. El Apóstol no se deja llevar a excitación e irritación personal, y mucho menos de resentimiento y hostilidad: él mismo no pronuncia sentencia alguna. Sabe que Dios es justo juez en este asunto, él «le dará lo merecido por sus obras». Él tiene la última palabra en el juicio final. Al mismo tiempo pone también a Timoteo muy en guardia contra él. Quizá él mismo lo conoce por su actividad en Éfeso.
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41.Sal 28(27),4; 62(61),13.
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4. NOTICIAS DEL PROCESO (4/16-18).

16 En la primera vista de mi causa nadie se presentó a favor mío, sino que todos me abandonaron. ¡Que no se les tome en cuenta! 17 Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas, de tal manera que, por medio de mí, la proclamación quedó plenamente realizada y llegó a oídos de todos los gentiles; y yo mismo fui rescatado de las fauces del león42. 18 El Señor me rescatará de todo mal y me salvará para su reino celestial. A él, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Un segundo recuerdo triste surge en la mente del Apóstol. Es la primera vista de la causa que ha tenido ya lugar en el tribunal romano. En ella sufrió Pablo un grande y amargo desengaño: Todos me abandonaron. Todos: los miembros de la comunidad cristiana de Roma, que hubieran podido favorecerle como testigos, sus colaboradores, que por temor de los peligros que a ellos mismos les amenazaban, «por amor de este mundo» (4,10), le habían abandonado. En aquella hora decisiva del peligro apareció tremendamente claro que ningún amigo valeroso estaba a su lado. Pero también este amargo desengaño presenta al Apóstol como auténtico discípulo de su Señor Jesucristo, que en presencia de la muerte perdona a sus enemigos (Lc 23,34). Tampoco él sabe hacer otra cosa que rogar por sus amigos infieles: «¡Que no se les tome en cuenta!»

Si los hombres fallaron en aquella hora decisiva para Pablo, no así el Señor, que cumplió la predicción de Jesús: «Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de antemano de lo que habéis de decir, sino que aquello que se os dé en aquel momento, eso diréis. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo» (Mc 13,11; cf. Mt 10,19-20). Dios, el Señor mismo, se constituyó en abogado defensor del Apóstol. Su defensa fue un triunfo. Y aun ahora en la prisión está tan penetrado y animado de su ministerio apostólico, que reduce su propia defensa de vida o muerte a un solo argumento: transmite el mensaje de Cristo. Así también él procede ahora conforme a lo que habla escrito una vez a la comunidad de Corinto: Porque «es necesidad que pesa sobre mí. Y ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!» (lCor 9,16). Esta defensa fue el remate de su actividad apostólica. Aquí tuvo ocasión de anunciar el Evangelio ante el tribunal pagano y ante numerosos testigos de todos los pueblos, y así pudo desempeñar su encargo divino literalmente hasta el fin de su vida. En efecto, una vez, cuando tuvo lugar la conversión de Pablo, había dicho el Señor por boca de Ananías: «Porque éste es mi instrumento escogido, para ser portador de mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuántas cosas deberá padecer por mi nombre» (Act 9,15s). Con la asistencia divina fue liberado una vez más de las «fauces del león», de la situación más apurada con peligro de la vida. Pero el Apóstol sabe demasiado bien que esta liberación de la sentencia de muerte no es sino una dilación. Aguarda todavía una segunda vista y no tiene la menor duda sobre el resultado del proceso. Ya no cuenta con una sentencia absolutoria. Pero al mismo tiempo está convencido de que es inminente una mayor liberación, más espléndida que la preservación de la pena de muerte. Dios lo liberará y rescatará «de todo mal» y, librándolo de la miseria de la tierra, lo trasladará al reino del cielo. Así su martirio le abrirá las puertas del reino de Dios y así verá satisfecho su gran anhelo, que una vez había expresado escribiendo a la comunidad de Filipos: «Aspiro a irme y estar con Cristo, lo que, sin duda, sería lo mejor» (Flp 1,23). La mención del poder y de la gracia de Dios remata en el Apóstol, como en los piadosos israelitas, en un canto de alabanza a Dios 43. Los lectores deben asociarse a esta oración con el «amén». Al igual que en 3,6-8, nos aparece el Apóstol con los ojos fijos en la muerte que le aguarda de un momento a otro.

Penetrado como está de profunda fe y de la convicción de su íntima unión con su Señor Jesucristo exaltado, la muerte no es para él sino un tránsito a los gozos eternos, la entrada en la gloria junto al Padre.
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42.Sal 22,22;Dan 6,21.28.
43.Cf. Rm 9,5; 11,35-36; Ga 1,5; Flp 4,20; Ef 3,21; 1Tm 1,17.
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5. SALUDOS FINALES (4/19-21).

19 Saludos a Prisca y a Aquila, y a la casa de Onesíforo. 20 Erasto se quedó en Corinto; a Trófimo lo dejé enfermo en Mileto. 21 Haz lo posible por venir antes del invierno. Te saludan Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos.

Como en casi todas las cartas de Pablo 44, siguen ahora los saludos: primeramente a Prisca y Aquila, fieles colaboradores del Apóstol en su actividad misionera 45, que una vez salvaron a Pablo con peligro de la propia vida (Rom 16,13s). Como antes (1,16-18), se menciona la «casa», la familia del fiel Onesíforo, pues éste no cuenta ya seguramente entre los vivos. No parece claro si a la sazón en que Pablo escribía esta carta se hallaban todavía en Éfeso Timoteo y las demás personas mencionadas (cf. 4,12).

Completando una noticia que antes ha dado (4,912), añade todavía Pablo noticias sobre dos de sus colaboradores. Erasto -probablemente el tesorero de Corinto mencionado en Rom 16,23- se quedó en su ciudad natal, Corinto. Una vez había sido enviado por Pablo a Macedonia juntamente con Timoteo (Act 19,22). Otro colaborador del Apóstol, Trófimo, originario de Éfeso (Act 21,29), había acompañado al Apóstol en su viaje de Grecia a Jerusalén (Act 20,4). En este su último viaje antes de su arresto, en el que se había dirigido a Mileto pasando por Tróade (4,13), había dejado enfermo en aquella ciudad a su fiel camarada.

Por segunda vez ruega a Timoteo que vaya cuanto antes a Roma (cf. 4,9). Corre prisa, porque en el invierno que se aproxima queda suspendida la navegación, y además la sentencia de muerte puede pronunciarse el día menos pensado. De ahí la insistencia en que emprenda el viaje lo antes posible para que el discípulo pueda todavía hallar en vida a su maestro.

Siguen saludos de la comunidad de Roma, que es donde Pablo está prisionero. De los cuatro cristianos mencionados nominalmente, que sin duda son conocidos de Timoteo, Lino es probablemente el mismo que más tarde fue obispo de Roma, primer sucesor del apóstol Pedro. De los demás no sabemos nada cierto.
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44.Cf. Rm 16,1-16; ICo 16,19-21; 2Co 13,12; Ef 6,23; Flp 4,21s, Col 4,10-15; ITes 5,26, Tit 3,15; Flm 23s.
45.Cf. Act 18,2s.18.26; ICo 6,19.
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6. BENDICIÓN (4/22).

22 El Señor esté con tu espíritu. La gracia esté con vosotros.

La carta se cierra con esta bendición dirigida a su querido discípulo Timoteo46, como también a la entera comunidad47 en que éste despliega su actividad y en la que Pablo piensa incesantemente. El Apóstol les desea lo mejor que pueden desearse los cristianos, «la gracia», la benignidad de Dios, por la que somos salvados (Ef 2,5.8). Ahora está todavía oculta, pero en los «siglos venideros» (Ef 2,7) se manifestará en toda su riqueza y amplitud.
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46. Una bendición semejante en Gál 6,18; Flp 4,26; Flm 25.
47. Cf. la misma bendición en 1Tim 6,21.