CAPÍTULO 5


2. ¡AY DE LOS RICOS DE CORAZÓN ENDURECIDO! (5,1-6).

a) Se va acercando el castigo (5,1-3).

1 Y ahora vosotros, los ricos, llorad a gritos por las calamidades que os van a sobrevenir. 2 Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos, consumidos por la polilla. 8 Vuestro oro y vuestra plata, enmohecidos, y su moho servirá de testimonio contra vosotros, y como fuego consumirá vuestras carnes. Habéis atesorado para los días últimos.

Con visión profética continúa Santiago los ayes de Jesús por las desgracias que han de sobrevenir sobre los ricos, los que están repletos, los que ríen, y los que se complacen en los aplausos (Lc 6,24-26). Con la resurrección y la ascensión de Cristo ha comenzado el final de los tiempos, se ha dictado ya sentencia sobre este mundo. Cristo reina ya victorioso, sentado a la derecha del Padre como Señor de la gloria. Ya está en vigor la gran inversión de los valores. Todos los bienes de este mundo transitorio y todos los que tienen el corazón apegado a ellos y confían en ellos, están ya sometidos a este proceso radical de desvalorización y revalorización. Ya se ha pronunciado la sentencia contra ellos y contra todos los que no tienen más riqueza que estos bienes perecederos. Santiago juzga a los «ricos» con esta nueva escala de valores y les echa en cara su impotencia, su inseguridad y su pobreza. Su invitación a llorar anticipa los lamentos por el castigo que, sin duda, se aproxima.

Una miseria trágica caerá sobre los que son ricos tan sólo en bienes terrenales. Aquello en que confiaban, lo que les ganaba aprecio, les daba prestigio, influencia y placer, lo que debía servirles para su seguridad, aparece ahora como engañoso, porque los poderes de la corrupción triunfan sobre ello. El orín y la polilla serán testigos contra estos ricos y revelarán sin piedad su dureza de corazón, porque prefirieron que sus bienes se echasen a perder antes que prestar ayuda a los necesitados. Esta dureza de corazón es la causa de su ruina.

Además de su culpa, Santiago les echa en cara su estupidez. Por las obras y el destino de Cristo podían y debían haberse dado cuenta de que el fin de los tiempos había llegado. Sin embargo, siguieron obrando como si las actuales condiciones del mundo hubieran de durar siempre, como si Dios fuese a manifestarse en breve como juez y reestructurador del mundo. Pertenece al número de estos pobres ricos, de estas personas necias, de quienes uno sólo puede compadecerse, quien después de la venida de Cristo, de su muerte y resurrección, no se prepara para el fin del mundo; quien con miras egoístas y corazón insensible aspira sólo a los bienes de este mundo; quien con arrogancia y temeridad se siente seguro de sí mismo,

Así era entonces y así es hoy dentro o fuera de la Iglesia. El juicio de Dios ha caído ya sobre ellos.

b) Todas las injusticias claman venganza al cielo (5,66).

4 Mirad: el jornal de los obreros que segaron vuestros campos, y que les habéis escamoteado, está clamando, y los clamores de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. 5 Habéis disfrutado en la tierra, os habéis entregado al placer; habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza. 6 Habéis condenado, habéis matado al justo. Nada se os resiste.

Santiago se refiere especialmente a los grandes terratenientes. Probablemente no pertenecían a las comunidades cristianas. Explotaban brutalmente a sus jornaleros, entre los que sin duda se contaban algunos cristianos, e incluso les escatimaban el salario mínimo establecido por la ley de Moisés, que debía ser pagado al atardecer 54, y sin el cual el jornalero y su familia estaban condenados a pasar hambre. Abusaban además brutalmente de su poder en los pleitos contra los pobres. Los engañaban, los defraudaban de sus derechos, e incluso los hacían condenar y matar sin razón ni justicia. Seguramente influía la fe de los jornaleros cristianos, que resultaba odiosa a aquellos ricos, como ya se indicó antes (2,6s). La venalidad y parcialidad de los jueces, frecuente entonces, facilitaba este estado de cosas. Pero hay que pensar ante todo en la ruina social y económica de los pobres y débiles; en el libro del Eclesiástico se colocan en un mismo nivel la explotación del trabajo y el asesinato (Eclo 34,24).

Los ricos a que alude Santiago son egoístas sin escrúpulos, que no se preocupan por el derecho y la justicia, atentos sólo a incrementar su hacienda y a gozar desenfrenadamente de la vida. Les tenían sin cuidado la indigencia de los pobres y la suerte de sus trabajadores. Eran instrumentos para incrementar su hacienda a cualquier precio, y para conseguir este fin no reparaban en explotarlos, en defraudarles sus jornales, en oprimirles, o abusar de la ley, hasta llegar al asesinato. Lo importante era poder seguir holgando y riendo. No es, pues, de extrañar que su corazón estuviese totalmente endurecido, embotado, imbuido del espíritu del mundo, «convertido en grasa». Su Dios es en realidad el vientre (cf. Flp 3,19). No habían percibido la gravedad del momento en que vivían: y desde la ascensión de Jesús hemos entrado en el tiempo final, el tiempo del juicio, «el día de la matanza» 55. La sentencia de Dios ya ha sido pronunciada y no falta más que la promulgación pública. Por eso Santiago puede hablar así: la actividad de estos «ricos» ya ha pasado, y ha sido juzgada. Es indudable que Dios toma a su cuidado a los oprimidos, sobre todo si ponen su causa en manos de Dios, si viven como «justos».

Santiago no habla sólo para los cristianos que estaban en aquella situación. Siempre es importante saber que Dios se preocupa especialmente de los pobres, los oprimidos, los explotados, los que son perseguidos injustamente, si confían en él y se quejan a él de su desgracia. Aunque puede parecer que los poderosos y los ricos sin escrúpulos pueden hacer impunemente cuanto les place, el juicio de Dios los define como necios y, desde la encarnación de Cristo, el juicio de Dios, fundamentalmente, ya ha sido pronunciado. No hay que cruzarse de brazos ante las necesidades sociales, sino trabajar activamente para resolverlas, pero nuestra verdadera esperanza es Dios.
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54. Cf. Lv 19,13; Dt 24,15; Ml 3,5.
55. Aunque la expresión «día de la matanza» también se puede entender en un sentido inofensivo, como festín con motivo de la matanza de animales, en este contexto se tiene que interpretar como referida al fin de los tiempos, o sea, como «día del juicio» de Dios o juicio final.
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VIII

EXHORTACIÓN A LA CONSTANCIA 5,7-11

En esta perícopa resume Santiago los puntos esenciales de su carta y alude a la proximidad del fin. En medio de las tribulaciones causadas por el ambiente pagano o por los cristianos tibios, hay que tener los ojos fijos en ese fin. El Señor, que ha de venir, juzgará y castigará con justicia, pero también recompensará abundante y generosamente si la fe se ha traducido en obras, y ha probado su eficacia en una fidelidad perfecta. Es menester no desanimarse, sino aguardar al Señor, que está ya a las puertas, y confiar en su bondad. Él dará a sus elegidos el premio: la entrada en el reino perfecto de Dios.

1. AGUARDAD CON PACIENCIA EL ADVENIMIENTO DEL SEÑOR (5,7-9)

a) Fortaleced vuestros corazones, porque el Señor está cerca (5,7-8).

7 Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta el advenimiento del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando pacientemente, hasta recibir lluvias tempranas y tardías. 8 Tened paciencia vosotros también, fortaleced vuestro corazón, porque está cerca el advenimiento del Señor.

La carta de Santiago rebosa de solicitud por preparar a todos los «hermanos» para la venida del Señor, para que consigan el precioso fruto de su fe. Ser cristiano significa prepararse para el advenimiento del Señor. Nadie sabe cuándo vendrá el Señor, pero es cierto que vendrá, aún más, ya está viniendo. Por eso es decisivo el estado en que el Señor encuentre a los suyos, cuando llegue repentina e inesperadamente. Sólo el que está preparado puede recibir como recompensa la vida en el reino de Dios. Igual que los labradores, hemos de aguardar el fruto que quiere brotar en nosotros de la semilla de la palabra de Dios (cf. 1,17.21). El Señor dará a conocer las obras de la vida de cada uno de los creyentes. La semilla de Dios dará su fruto. Lo único que ahora hay que hacer es tener paciencia, vivir de la fuerza vital de esa semilla, vivir aguardando la venida del Señor. Los campesinos de Palestina aguardaban con confianza, año tras año, las lluvias tempranas después de la siembra otoñal, y las lluvias tardías de primavera, para que la semilla no permaneciese estéril en la tierra árida 51. También nosotros, en medio de las tribulaciones que este mundo ocasiona al creyente, debemos creer firmemente que Dios otorgará a la fe la victoria, el fruto precioso de la participación en la victoria total del Señor en el reino de Dios.

Por eso es preciso hacer frente enérgicamente a la indolencia y a la indiferencia, a la falta de fe y al desaliento, a cualquier tentación de entregarse a las concupiscencias de este mundo. Hay que encauzar toda la vida hacia la venida del Señor, con la conciencia regocijada por la certeza de que el creyente conseguirá la victoria, la victoria que se avecina, porque el advenimiento del Señor está cerca. Santiago se inspira aquí en unas palabras de la predicación de Jesús: «Se ha cumplido el tiempo: el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1,15). El Evangelio empezó a difundirse, y desde entonces la semilla de Jesús tiende inconteniblemente hacia la consumación. El Señor ya está dispuesto para someterlo todo al dominio de Dios y para otorgar la participación en la victoria a los que han sido probados en su fe 57. Desde la ascensión de Jesús los días caminan al encuentro de la gloria plena de Dios. Nada puede impedir esta victoria, nada puede torcer el curso de la historia. La decisión ha sido ya tomada en la cruz de Jesús. Aunque a muchos cristianos, como a muchos agricultores, el tiempo de espera les parezca demasiado largo; aunque, en vista de las muchas amenazas que provienen del exterior, la esperanza se vaya desvaneciendo; aunque vacile la fe en la consumación de los tiempos, el advenimiento del Señor está cerca. Hay que mantener viva la esperanza y fortificar el corazón en la fe. Sólo cosechará el que haya perseverado sin desfallecer.

Si a menudo nuestra fe es tan estéril y nuestras fuerzas tan escasas, es porque no creemos con suficiente firmeza en la proximidad del advenimiento del Señor. Santiago nos dice: «Mirad el fin, aguardad con paciencia, robusteced vuestros corazones con esta fe en el fin de los tiempos.» Si nuestra fe ha de ser fructuosa, tiene que saber adónde va y dirigirse con resolución hacia el fin, hacia el Señor que ha de volver.
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56. No se ha escogido esta comparación con demasiado acierto, ya que por un lado se espera más bien que se hable de la maduración del fruto y no de la lluvia, como condición previa para la maduración (cf. Mc 4,26-29); por otra parte, el campesino de Palestina distingue entre la lluvia temprana, la lluvia invernal, y la lluvia tardía. La lluvia temprana sólo reblandece y prepara la tierra endurecida con el calor estival, para recibir la semilla. Por tanto Santiago aquí se refiere a esta división tradicional de las lluvias, pero la presenta incompleta. Sobre las lluvias temprana y tardía cf. Dt 11,44; Os 6,3; Jl 2,23; Zac 10,1; Jer 5,24 (siempre según la traducción de los Setenta).
57. Cf. 1Co 1;,1-29; Ap 1,3; 3,11; 22,6s.20.

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b) No os quejéis unos de otros, el juez está a las puertas (5.9)

9 No os quejéis unos de otros, hermanos, para que no seáis juzgados. Mirad que el juez está a las puertas.

Con frecuencia el principal obstáculo para nuestra fe no es tener que vivir en un mundo alejado de Dios, sino la convivencia con los cristianos de nuestras comunidades. ¡Cuántas tensiones y escándalos de índole social, ética y teológica implica esta convivencia! Todos están llamados al amor perfecto, pero el espíritu del mundo los retiene con mayor o menor fuerza. Santiago no tiene reparos en llamar a estas tensiones por su nombre 68, También él conoció lo que hoy se nos reprocha tan a menudo: que los cristianos representan el principal escándalo contra el mensaje de Cristo, por las terribles contradicciones que existen entre su fe y su vida. ¿Y quién de nosotros no sabe que todas estas tensiones tienen su origen, en último término, en la imperfección del amor fraterno, del amor del prójimo? El verdadero amor, no censura ni murmura, es desinteresado, se preocupa por el hermano menos digno de amor, e incluso por el que es francamente molesto, y le ayuda pacientemente a llevar su carga. ¿Hace algo especial quien sólo ama a los que le tratan con amabilidad y no le crean problemas (cf. Mt 5,46-48)? El que, en cambio, juzga sin amor a los demás cristianos, murmura contra ellos y se queja de tener que vivir en comunidad con ellos, se descubre a sí mismo. No responde a las exigencias de Cristo ni sigue su ejemplo; él mismo construye la medida con la que el Señor le juzgará en su advenimiento.

Pero eso no significa que hay tiempo de sobra para corregirse y mejorarse. La obligación del amor no tolera dilaciones. También aquí es preciso tener en cuenta que el Juez está ya a las puertas. Y ¿cómo nos encontrará, si nos sorprende en el momento menos pensado? ¿Qué estamos dispuestos a hacer nosotros, actuando con el amor fraterno que supera todos los obstáculos, para conseguir que nuestros hermanos vivan con alegría en espera del advenimiento del Señor?
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58. Cf. 1,99; 1,19.26; 2,1ss; 4,1ss.
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2. EL FINAL DEPENDE DE DIOS (5,10-11).

a) Tornad por modelo a los profetas (5,10).

10 Tomad, hermanos, por modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.

El cristiano que ha de poner a prueba su fe en medio de un mundo incrédulo, no está solo. Son numerosos los ejemplos a los que puede dirigir su vista para convencerse de que la perseverancia en medio de los sufrimientos y las contradicciones es un elemento esencial de la vida del creyente. Las grandes figuras de la historia sagrada del pueblo de Dios son modelos que nos indican el camino que hemos de seguir. Nos muestran la posibilidad de perseverar animosamente, y con su renombre y su fama en el pueblo de Dios nos manifiestan cuál fue su recompensa. Nos invitan a seguir su ejemplo, a entrar en comunión con ellos.

Santiago elige las figuras de la antigua alianza para hacernos ver que somos sus verdaderos herederos y sucesores; igual que ellos, hemos de dar testimonio de Dios y de su Mesías. Los profetas habían anunciado el mensaje de Dios a una generación incrédula, que no lo oía con gusto. Santiago prosigue intencionadamente la predicación de Jesús. Sus compatriotas son los herederos de aquellos que no habían acogido con amor a los mensajeros de Dios e incluso los habían perseguido y los habían obligado a callar, porque les resultaba incómodo escuchar su mensaje 59. Santiago incluye en la categoría de profetas a todos los que dieron testimonio de la palabra de Dios con su obediencia, empezando por Abraham y terminando con los mártires del tiempo de los Macabeos 60. Esta «nube de testigos» (Heb 12,1) ha prefigurado y ha dado testimonio de antemano del testigo fundamental de la fe, el Señor Jesucristo crucificado y enaltecido (cf. Heb 12,1ss). No es necesario mencionar explícitamente a Jesús. Cada mártir da testimonio del Señor que sufre y triunfa sobre el mal.

Este testimonio se exige a todos los que pertenecen a Cristo y quieren probar la eficacia de su fe. Sólo esta prueba convierte al creyente en miembro perfecto del verdadero pueblo de Dios. Ser cristiano, pues, significa entrar en las filas de los que han demostrado su fe con fidelidad y constancia, sin arredrarse ante los sacrificios; significa dar testimonio de Cristo en este mundo, con la propia vida.
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59. Cf. Mt 5,12; 23,29ss; Mc 12,1ss.
60. Cf. Hch 7,52; Hb 11,32ss; Si 44-50; 2M 5,24-7,42.
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b) Bienaventurados los que perseveran (5,11).

11 Mirad cómo proclamamos bienaventurados a los que fueron constantes. Habéis oído hablar de la paciencia de Job y habéis visto el final que le dio el Señor, porque es compasivo el Señor y de mucha misericordia.

Aunque no podamos dar este testimonio por nuestras propias fuerzas, no tenemos ningún motivo para desanimarnos. Alcemos nuestra vista a la omnipotencia de Dios, que suscitó en hombres débiles una valentía y una fidelidad heroicas, y entreguémonos en las manos bondadosas de la providencia divina, especialmente cuando Dios nos llama a la prueba. Dios prepara siempre un feliz desenlace, porque su llamada nace de su amor y su mano conduce a los tesoros de su misericordia. Su amor quiere que participemos en su reino, en la eterna bienaventuranza. Quien confía en Dios y se apoya por entero en él, experimenta ya en medio de la tribulación que Dios va guiando su caminar, prepara su destino y le concede, ya desde ahora, la victoria.

El destino de Job, probado en su fe, es un hermoso ejemplo 61. Se puso en contacto inmediato con Dios y recibió en recompensa, ya en este mundo, el doble de lo que había perdido62. A los que han sido probados Dios los premia en la vida futura, pero también en ésta. Su benevolencia es inmensa. Ya en la antigua alianza era proverbial esta sentencia: «Compasivo y propicio es el Señor» (salmo 102[103],8; 111[112],4). Santiago aumenta la dosis: Es compasivo el Señor y de mucha misericordia.» Y lo es sobre todo cuando somete a pruebas a un cristiano, porque sólo la prueba hace que se manifieste la paciencia, y la paciencia perfecciona la fe. La paciencia produce en el hombre el fruto de la fe perfecta, a la cual está prometido el premio de la bienaventuranza en comunión con Dios. Debemos alegrarnos, pues, si el amor de Dios nos envía una prueba 63. Bienaventurados los que perseveran.
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61. La frase «habéis visto el final que le dio el Señor», de no tener en cuenta el contexto, dice literalmente: «habéis.., visto el fin del Señor», o bien «tenéis a la vista el fin del Señor». Esta frase hizo pensar a muchos intérpretes cristianos de la antigüedad y de la edad media, y también a muchos modernos, que Santiago se refería aquí a la pasión y muerte de Jesús. Sin embargo, Santiago argumenta aquí con modelos tradicionales, de que nos habla el Antiguo Testamento, lo cual también se confirma por el hecho de que las dos veces que en este versículo se nombra al Kyrios, Señor, se quiere significar a Dios. Además por el contexto se deduce que la voz telos (final) tiene aquí el sentido de «desenlace» (de la historia, o sea, del tiempo de sufrimiento).
62. Cf. Job 1,21s; 42,11ss.
63. Cf. 1,2; 4,12-16; 3,20-26; 4,18; S,7.11.

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CONCLUSIÓN DE LA CARTA 5,12-20

En esta sección final compendia Santiago algunas advertencias importantes para vivir en el mundo como buen cristiano, sin que aparezca una estrecha conexión entre ellas. Trata del juramento (5,12) 64, de la oración (5,13-18), de la solicitud por los cristianos que se extravían o se pierden (5,19). Aparece una vez más el cristianismo activo de Santiago en su primitiva fuerza y realismo. El cristianismo activo toma impulso en la fuerza de la oración, se manifiesta en una vida pura, rebosante de confianza filial y satisfecha de poseer el tesoro de la fe, y tiene por su tarea más noble la solicitud amorosa por el hermano y por su salvación. No hay que atribuir a una torpeza literaria el hecho de que la carta se interrumpa bruscamente con la exhortación a cuidarse del hermano extraviado; Santiago vuelve al punto de partida de su carta, al capítulo primero: la solicitud por la perseverancia de los cristianos en medio de la lucha. Vuelve a mostrar los rasgos esenciales del cristianismo, tal como lo concebía y reflejaba en su vida. Este cristianismo, que brota de una fe vivida que se traduce en las obras, no es un cristianismo de segunda categoría, sino el cristianismo primitivo de los tiempos apostólicos. Detrás de las palabras de Santiago puede oírse la voz de su maestro y Señor, de quien Santiago es fiel testigo y siervo en todas las frases de su carta. Quien escucha a Santiago, pues, escucha al Señor Jesucristo.
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64. Este versículo 12 del capítulo 5 se incluye en general en la sección precedente a causa de la palabra «juicio», que parece corresponder a la expresión «seáis juzgados» y a la palabra «juez» del versículo 9 de dicho capítulo. Este versículo de transición o este puente que une las dos secciones ha de incluirse más bien en la sección siguiente 5,12-20 por causa del nuevo vocativo «hermanos míos» (cf. 1,2; 1,19; 2,1.5; 2,14; 3,1; 5,7), así como por las palabras «sobre todo», que introducen una advertencia insistente para que tomen actitudes resueltas, y también por causa de su contenido.
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1. PROHIBICIÓN DEL JURAMENTO (5,12).

12 Ante todo, hermanos míos, no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Que vuestro «sí» sea «si», y que vuestro «no» sea «no», para que no caigáis en juicio.

En el ambiente judío y judeocristiano estaba muy difundida la mala costumbre de invocar a Dios coma testigo de la verdad sin razón suficiente, incluso para las bagatelas y trivialidades que salen al paso de cada día. Es verdad que se guardaban las apariencias y no se quebrantaba descaradamente el segundo mandamiento de la ley de Dios, porque se evitaba nombrar a Dios, y en su lugar se usaban circunlocuciones, como cielo, tierra, templo (cf. Mt 5,33-37). Pero en el fondo a quien se quería invocar era a Dios y se le faltaba al respeto, reduciéndolo al nivel de las habladurías cotidianas. Los escribas habían clasificado meticulosamente estas circunlocuciones según el grado de su legitimidad. Los que conocían estas sutilezas podían engañar a sus compañeros con fórmulas de juramento válidas en apariencia. Muchas veces se engañaba con este procedimiento (cf. Mt 23, 16-22). Jesús se pronunció claramente contra este falseamiento de la verdad y este abuso escandaloso de la santidad de Dios. Prohibió a sus discípulos el juramento (Mt 5,33-37). No deben jurar nunca. Como hijos del Padre que está en los cielos, su modo de hablar ha de ser claro, sencillo y sincero. Que vuestro «sí» sea «sí», y que vuestro «no» sea «no». El texto de Santiago resulta más claro y parece reproducir mejor las palabras pronunciadas por Jesús que el texto de San Mateo 65, como puede verse con una comparación de ambos textos: Sant 5,12: Mt 5,3637: Prohibición de toda clase de Prohibición de toda clase de juramentos juramentos Ejemplos: Ejemplos: cielo cielo tierra tierra cualquier otro juramento Jerusalén, vuestra cabeza

Motivo de la prohibición: todas las fórmulas sustitutivas son verdaderos juramentos

Mandato (según texto griego): Manera como se debe hablar: vuestro «sí» sea «sí» al «sí», «sí» vuestro «no» sea «no» al «no», «no» Amenaza de castigo Se reprueban todas las otras fórmulas usadas para afirmar o negar

Un discípulo de Cristo no puede recurrir a sutilezas, verdades a medias, medios astutos de prevalecer, adulaciones o hipocresías. Dios le ha impuesto la obligación de decir la verdad siempre y en todas las circunstancias. El discípulo de Cristo vive siempre ante la presencia de Dios, el defensor de la verdad y el juez de toda falta de veracidad. Es discípulo, además, de aquel maestro y Señor que vivió y padeció dando testimonio de la verdad, y «proclamó su hermosa confesión ante Pilato» (1 Tim 6,13).

Santiago no quiere promulgar públicamente una ley general obligatoria, como tampoco lo quería Jesucristo. No pretende obligar al cristiano a abstenerse de jurar cuando el juramento está justificado por la necesidad de llegar a conocer la verdad. Lo que quiere es advertir que el cristiano tiene la obligación de decir la verdad siempre y en todas partes, de renunciar a cualquier clase de artificio o de recurso, de no usar la santa autoridad de Dios para conseguir sus propios fines. Quien se ha liberado del dominio del príncipe de este mundo, del padre de la mentira, tiene que reflejar la verdad en sus palabras y en su conducta. Sólo así se salva el mundo y se santifica la Iglesia. El cristiano debe vivir la verdad en el amor (cf. 4,15). Sólo así puede penetrar la verdad en el mundo, que está dominado por la mentira y la hipocresía, el desorden y la desconfianza, la astucia y el fraude. De nosotros depende que el espíritu de Dios, que nos trae la salvación y es espíritu de verdad, penetre en nuestro ambiente, en nuestras comunidades, en la opinión pública y en el mundo y los salve. Quien no cumpla en la vida estas exigencias, no deberá extrañarse cuando en el tribunal de Dios se le pidan cuentas. Dios, abogado de la verdad, vela sobre nuestras palabras y nuestra conducta.
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65. Testigos de Ia Iglesia antigua, como san JUSTINO, Apología 1, 16,5, y CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata Vll, 50,5; v, 99,1, en este punto van de acuerdo con Santiago frente a Mateo.
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2. ORAD EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS DE LA VIDA (5,13-18).

a) En la alegría y en la tristeza (5,13).

13 ¿Sufre alguno de entre vosotros? Que ore. ¿Está de buen animo? Que cante salmos.

La posibilidad de sacar provecho de las tribulaciones radica en la oración, en la comunicación confiada con Dios. Esta comunicación debe ayudarnos a aceptar y soportar todo lo que la voluntad de Dios permite o nos envía a sus hijos. No estamos solos ni somos mudos a la hora de la prueba. Dios ha abierto nuestra boca y ha infundido el amor en nuestros corazones. Escucha a sus hijos cuando le invocan y los ayuda a superar victoriosamente las tribulaciones y sufrimientos. Pero el hombre tiene que llamar; ésta es su facultad y su poder. Sólo es auténtica la fe que está arraigada en la oración. Una fe que no vaya más allá de las ideas y las palabras no basta para superar las tribulaciones.

Pero la oración no es tan sólo un medio para conseguir ayuda en las situaciones apuradas; es también una manifestación vital de la fe. En la oración palpita y actúa la fe, se reviste de carne y adquiere forma. En la oración se revela la fuerza vital de la fe, Creer significa, pues, orar, vivir de Dios, en El y con él, en un intercambio amoroso.

La oración abarca todas las circunstancias de la vida. Esto es lo que quiere dar a entender Santiago contraponiendo la tristeza y la alegría. La oración incluye tanto la alabanza, cuanto la petición y la acción de gracias. Y para alabar a Dios se utilizan con preferencia los himnos y oraciones de la Sagrada Escritura, principalmente los salmos. El cristiano está ante el divino acatamiento como miembro del pueblo y, por tanto, alaba y da gracias a Dios con los himnos del pueblo escogido del Antiguo Testamento. Antes como después de Cristo, toda oración personal es asumida en el coro del pueblo de Dios, que está todavía en camino hacia el reino de Dios, meta de la larga historia de la salvación. Así sucede con la oración de todos los cristianos.

b) En la enfermedad y en el pecado (5,14-18).

14 ¿Está alguno enfermo? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre é! ungiéndole con óleo en el nombre del Señor. 15 La oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le hará levantarse, y si hubiere cometido pecados, habrá perdón para él.

Santiago conoce una oración de la Iglesia particularmente eficaz para la enfermedad corporal: el sacramento de la unción de los enfermos. Evidentemente, se trata de una costumbre de la Iglesia ya vigente entonces. Los pastores de almas de una comunidad -se los llama presbíteros (ancianos), aunque entre ellos también se contaban personas jóvenes, como Timoteo 66-, tienen un especial poder sacramental. Su oración sobre los enfermos, acompañada de la unción del cuerpo enfermo con aceite de oliva, y de ]a invocación del nombre de Jesús, tiene un especial poder curativo. Vence a la enfermedad, y ayuda al enfermo a dejar su cama y levantarse. Muchas enfermedades son una consecuencia de culpas personales, que Jesús perdona cuando los presbíteros recitan sobre el hermano enfermo esta oración, de eficacia sacramental. Así pues, es el mismo Señor quien, por medio de sus ministros, los presbíteros, actúa en este sacramento; da la salud, perdona, alivia y salva. La Iglesia administra este sacramento a los enfermos en nombre de Jesús, es decir, con su poder.

También aquí es menester, sin duda, como en cualquier clase de oración, que el creyente presente sus ruegos al Señor y por su mediación a Dios Padre: «Hágase tu voluntad.» Este sacramento no tiene un poder mágico, como si fuera un mecanismo de eficacia indiscutible. Su resultado es personal, adaptado por Dios al enfermo, cuya dolencia se debe muchas veces a sus pecados. Eso no nos autoriza a menospreciar este don salvífico ni a considerarlo como una última tentativa que hay que utilizar tan sólo en la proximidad de la muerte. En todas las enfermedades graves debemos ponernos en contacto con Jesús, que nos da la vida y nos trae la salvación. ¡Qué regalo es para nosotros que el Señor se cuide de nuestro cuerpo y de nuestra vida, que se interese con amor por nuestras enfermedades, que dé a sus sacerdotes facultades especiales para los hermanos enfermos!

Esto no excluye el uso de los medios curativos que están a disposición del hombre, porque Dios le ha facilitado esas posibilidades y esos medios para que los utilice. Pero sólo desde un punto de vista cristiano se puede entender el sentido de la enfermedad y la forma de curar su raíz oculta, el pecado. Si estamos unidos con Cristo, podemos experimentar que el objetivo de la enfermedad es purificarnos y que también la salud de nuestro cuerpo se restablece, si es voluntad del Señor, como consecuencia de la confianza que en él hemos depositado. Estos son dones que sólo pueden provenir de nuestro salvador Jesucristo. La enfermedad, además de hacer más profunda nuestra comunión con el Señor, puede introducirnos en la comunidad de ta Iglesia. Los ministros de Cristo son mediadores de esta gracia. Toda enfermedad es un elemento que hace Iglesia.

¡Cómo nos enriquecemos gracias a la enfermedad, si la sufrimos fielmente coma miembros de la Iglesia! ¡Y cómo se enriquece la Iglesia, si sus miembros acuden a ella con fidelidad en sus enfermedades y en sus pecados, y llaman al Señor para que intervenga...!
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66. Cf. ITim 4,12.14; 2Tim 1,6; 2,1s. El oficio de los presbíteros obispos, en aquella etapa de la evolución jerárquica, todavía era ejercido en corporación, cf. Hch 11, 30; 14,23; 15, 2.4.6.22s; 16,4; 21,18; 20,17, 1Tm 3,1s; 4,14; 5,17-22; 2Tm 1,6s; Tt 1,5ss; 1P 5,1-5.
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16 Confesaos, pues, los pecados unos a otros; orad unos por otros, para ser curados. Mucho puede la oración eficaz del justo. 17 Elías, de la misma condición humana que nosotros, oró inversamente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses. 18 Y oró de nuevo, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo fruto.

Santiago expone una nueva idea sobre las relaciones con los demás cristianos . Muestra un nuevo aspecto de la oración de la Iglesia: la oración de intercesión de unos por otros, especialmente en favor del hermano que se halla en necesidad. Se dirige a todos los cristianos y los exhorta a rogar unos por otros, sobre todo por los enfermos, para que Dios restablezca pronto su salud. Dios no sólo introduce al enfermo más profundamente en la Iglesia, la comunidad a la que el enfermo pertenece, sino que, al mismo tiempo, recuerda a los fieles la solicitud que han de tener por los enfermos. La oración del cristiano es muy poderosa si se hace con buena intención y con sinceridad. ¡Cuántas bendiciones descienden sobre el mundo por medio de una oración fraterna de intercesión por los hermanos! ¡Cuántos males se evitan, cuántas calamidades se convierten en bienes, cuántos bienes se perfeccionan! El destino del mundo depende en gran parte de la oración de las personas piadosas, de la oración de intercesión.

El Antiguo Testamento contiene ejemplos impresionantes a este propósito. Santiago recuerda la oración del profeta Elías, que fue poderosa incluso para detener el curso normal de las estaciones del año67. Y a pesar de todo Elías era un hombre como nosotros.

Pero esta oración tiene que manar de un amor fraternal, puro y sincero. La confesión de los pecados al principio del culto divino debe purificarnos sobre todo de los pecados cometidos contra el amor fraterno. La verdadera oración sólo puede proceder de un corazón puro. Jesús exige sin ambages que nos reconciliemos con el hermano antes de orar y que perdonemos a nuestros deudores (cf. Mt 5,23-26; 18,23-35). Por eso en la Iglesia primitiva se empezaba el culto divino con una oración en común para obtener el perdón de los pecados 68. A esta confesión corresponde actualmente la que rezamos al principio de la santa misa, que tiene su origen en aquella oración de la Iglesia primitiva. Su objetivo es excluir todas las discordias, justificar a los que oran y hacerlos agradables a los ojos de Dios. Sólo así puede ser escuchada su oración.

Además la oración tiene que ser fervorosa. Esto se requiere para que sea «eficaz» 69. Tiene que brotar del vigor íntegro de la fe, interceder con perseverancia por el hermano y por su salvación, proceder del amor desinteresado.

Esa oración puede conseguir grandes cosas, por pobre y débil que sea la persona que ora. Puede prevenir el mal, dar la salud y la salvación al hermano, encaminar el mundo hacia Dios y hacia la salvación, como hizo la oración de Elías. Una vez más Santiago es fiel testigo de su Señor, que ha exigido una fe capaz de trasladar montañas (Mt 17,20). ¡Qué importancia adquiere la oración intercesora de la Iglesia para salvar a sus miembros y para salvar al mundo! Hemos de aprender a apreciar la gracia que representa estar protegidos por esa oración intercesora de la Iglesia. Esta conciencia debe movernos a unirnos a esta cadena de intercesión y a contribuir con nuestro óbolo a la salvación y a la redención de todos los bautizados y de todos los hombres; tiene que impulsarnos a examinar nuestra conciencia y a preguntarnos: ¿Tenemos interés por nuestro hermano, por nuestro prójimo, por la salvación del mundo? ¿O nuestra falta de amor y nuestro egoísmo son la causa de que nuestra fe sea tan débil y nuestra oración tan infructuosa?
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67. Cf 1R 17s; Si 48,1ss.
68. Cf. 1Jn 1,9; Hch 19,18; Doctrina de los doce apóstoles 14,1; también 1Tm 2,8; Mt 3,6; Mc 1,5.
69. En el texto griego se dice: energoumene.
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3. VELAD POR EL HERMANO EXTRAVIADO (5,19-20).

19 Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad, y otro lo convierte, 20 sabed que quien convierte un pecador de su errado camino, se salvará de la muerte y «cubrirá muchedumbre de pecados» (Prov 10,12).

El cristiano es responsable de su hermano en la fe, lo es doblemente si su hermano se ha desviado del camino de la fe y corre el peligro de perderse para siempre. No puede sernos indiferente lo que suceda a la «oveja perdida» de la Iglesia. Un verdadero cristiano, no puede alegrarse de su propia salvación y contentarse con asegurarla.

El amor del Señor hacia los que se han extraviado tiene que instarnos a ir tras del hermano perdido, para conseguir su conversión. Estos dos versículos ponen fin a la perícopa dedicada a la oración fraterna de intercesión. La oración es el principal medio que hemos de utilizar para encontrar al hermano perdido, y es un medio muy eficaz. Santiago sabe que no es fácil mover hacia la conversión a un hermano que se ha extraviado y corre peligro de condenarse. Por eso hay que emplear con perseverancia y fidelidad este poderoso medio salvador, la oración intercesora, hasta que el Señor conceda encontrar al que se ha perdido. ¡Qué alegría, devolver la vida a quien estaba destinado a la muerte, encontrar al hermano perdido! El Señor ha descrito en forma conmovedora esta alegría jubilosa en sus parábolas de la oveja perdida, de la dracma perdida y del hijo pródigo (Lc 15). No sólo se regocijan en la tierra los hermanos del que estaba perdido y ha sido hallado; la alegría llega hasta el cielo. También se celebró fiesta en el cielo y se alegró la Iglesia, cuando Dios me encontró a mí por medio de Jesucristo.

El más precioso regalo para el que se afana en buscar al hermano perdido, será la dicha de encontrarle, su salvación, la comunión eterna de vida en el reino de Dios. Pero además Dios le recompensará copiosamente su acto de amor, porque, como dice aquí Santiago, este amor «cubrirá muchedumbre de pecados» 70. El que salva a su hermano se salva a sí mismo. Este amor borra las propias culpas...

Así vuelve la carta de Santiago al punto de partida, a la solicitud por la salvación de los cristianos atribulados. Santiago quiere salvar a todos los llamados a la salvación. ¿Cómo? Invitándoles a tomar en serio su fe y a probar con las obras su eficacia. El tiempo apremia, porque el Señor está cerca. Sólo una fe traducida en obras puede salvar al creyente, a sus compañeros y a todos los hombres, Santiago nos enseña la justificación por las obras; este siervo y hermano del Señor sabe que sólo pertenece a Cristo quien cumple la voluntad de Dios. Sólo a éste ha sido prometida la salvación plena. La carta de Santiago es para nosotros una llamada, que no podemos pasar por alto, a tomar en serio nuestra fe, a vivirla en obras y en verdad.
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70. Cf. 1P 4,8; primera carta de san CLEMENTE ROMANO 49,5; y !a que se llama segunda carta de san CLEMENTE ROMANO 16,4.