COMENTARIOS A LA CARTA A LOS ROMANOS


Rm/01/18-32.

«Ira de Dios» es para nosotros una expresión fuerte; pero más desolador sería pensar que Dios no reacciona ante el pecado porque se desentiende totalmente de nuestro mundo: entonces sería imposible la salvación.

Pablo descubre en la sociedad de su tiempo los signos visibles de un pecado voluntario y premeditado ("no tienen disculpa, pues han descubierto a Dios, pero...") y ve cómo este pecado es causa constante de ulterior depravación. En esa depravación, repugnante para la misma sensibilidad humana, se muestra el castigo (literalmente la ira) de Dios. Pablo se refiere concretamente al mundo pagano y, al parecer, su descripción podría ser aceptada por cualquier fariseo. Pero Pablo no la sitúa en el contexto de la secreta alegría por la condenación definitiva de los demás sino que ve en la misma ira de Dios el anuncio de una salvación que se acerca. El Antiguo Testamento lo da ya a entender: el momento en que Dios ha descargado su ira es el momento en que más se puede esperar que Dios se compadecerá y tomará una nueva iniciativa de salvación. Precisamente, la apocalíptica de la época esperaba que, tras grandes calamidades, vendría la gran manifestación del poder de Dios.

Yendo al fondo de la cuestión, Pablo pone la ira de Dios contra los gentiles en perfecto paralelismo con la ira de Dios contra los judíos, con lo cual viene a decir que Dios los ama con el mismo amor. Por otra parte, la progresiva purificación de la imagen de Dios en la cultura griega es para Pablo signo de una presencia salvífica en medio de los paganos: «Lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista: Dios mismo se lo ha manifestado» (19-20).

Pablo se separa también de la visión farisea porque está dispuesto a aplicar a todos los hombres (sean judíos o cristianos) la misma dialéctica de ira y salvación. Nadie puede sentirse definitivamente seguro, sino que todos se han de humillar ante un Dios que nos ama hasta el punto de exigirnos una correspondencia.

J. SÁNCHEZ BOSCH
BIBLIA DIA A DIA. Pág. 484


Rm/02/17-29

Aquí Pablo habla de los judíos con todas las letras no para insistir en las imperfecciones de la ley ni para discutirles el honor de considerarse pueblo de Dios, sino para indicarles las consecuencias que deberían sacar de esos principios y para demostrarles que han hecho todo lo contrario.

El pueblo de Dios hace presente la grandeza de Dios en medio de los hombres; los judíos en cambio, han hecho que se blasfemara de su nombre entre las naciones. Y no porque no le conocieran o no enseñaran el camino recto, sino porque hacían exactamente lo contrario de lo que predicaban.

También la circuncisión se vuelve contra los judíos, y no por lo que tiene de institución caduca: habría sido un factor positivo si los judíos hubieran interiorizado su sentido positivo (un pacto eterno, sellado con sangre) y el de la ley, a la que se comprometían con la circuncisión (la voluntad revelada de Dios). El Dios que dio la circuncisión a Abrahán y la ley a Moisés es el mismo que ahora ha revelado a su Hijo, Jesucristo.

Por su misma naturaleza, este Dios es invisible: un Dios que actúa en el fondo del corazón y espera una respuesta que venga del fondo del corazón. También el incircunciso, si lo busca de todo corazón, obtendrá su aprobación y dará un testimonio más maravilloso que la ley escrita en tablas de piedra: el testimonio de un corazón plenamente transformado por el Espíritu de Dios.

En otras palabras: no basta gloriarse en Dios diciendo que él es nuestro Dios; es imprescindible que Dios mismo, con toda su manera de ser, se pueda reconocer en la persona que usa su nombre.

J. SÁNCHEZ BOSCH
BIBLIA DIA A DIA.Pág. 485 s.


Rm/03/01-20

Los judíos han respondido mal a la llamada de Dios y han convertido en mal lo que se les había dado para bien. Pero cabe preguntar si Dios, por fidelidad a sí mismo, no debería hacer que las cosas marcharan de una manera distinta.

Aun exponiéndose a malentendidos, que han sido aprovechados en descrédito de Pablo, el Apóstol mantiene que Dios permitió aquellos males porque quería sacar de ellos un gran bien: la salvación abierta a todos. Dios no hizo el mal ni quería que se hiciese (si no fuera así, ¿cómo podría juzgar al universo?); pero sabe que el mal tiene enseñanzas casi insustituibles para el hombre.

La más importante es que el hombre no puede salvarse por sí mismo: todos estamos a merced del pecado, nadie es justo por naturaleza ni por sus propias fuerzas.

Los judíos habían imaginado que, por el hecho de tener la ley y de vivir en un mundo mucho más abiertamente pecador, podían considerarse justos. Pero Pablo encuentra en el mismo Antiguo Testamento una larga serie de textos sobre el pecado del hombre y los interpreta diciendo que, «por las obras de la ley» (es decir, por la simple voluntad humana de cumplirla, sin una obra de Dios en nosotros), nadie puede pasar como justo ante Dios. De este modo, todos quedan como pecadores y nadie puede levantar la voz ante Dios. Porque Dios no puede dar una salvación, que es sangre de su propia sangre, a un hombre convencido de que la ha logrado por sus propias fuerzas. La revelación más cruda sobre el pecado del hombre fue dada precisamente en el momento en que el hombre no podía ya contar con una redención infinitamente superior a la maldad de su corazón.

J. SÁNCHEZ BOSCH
BIBLIA DIA A DIA.Pág. 486 s.


Rm/07/01-13

En este capítulo se nos dice que «hemos muerto a la ley» y, por tanto, que la ley es «carne», realidad de esta vida; pero también se nos dice que ley es «santa» y «espiritual», es decir, propia de la nueva vida que Cristo nos ha traído. Podríamos concluir que la ley de Moisés (lo mismo que, salvadas las distancias, cualquier otra estructura humana) es una especie de materia inanimada, que puede ser informada por espíritus diversos.

La pregunta que Pablo se plantea es ésta: ¿qué poder de salvación puede tener la ley si el hombre está privado del Espíritu de Dios? La respuesta viene a ser: en tal caso, la ley se convierte en instrumento de pecado.

Así como, según el derecho, la ley mantiene a la mujer unida al hombre, así en el hombre no redimido la ley es vínculo de unión entre el hombre y el pecado. Sólo la muerte podrá separar al hombre del pecado, y esa muerte se consigue mediante la unión a la muerte de Cristo, que nos permite formar un nuevo matrimonio que dará frutos para Dios.

En realidad, se podría decir que la ley contribuye al pecado del hombre; pero Pablo rechaza tal acusación: la ley es santa, justa y buena. Pero la incomparable malicia del pecado pone al servicio del mal lo que Dios creó para el bien. Así como la serpiente supo sacar mal de un paraíso en que todo era perfecto, así también el pecado sabe aprovechar para sus propios fines el conocimiento del mal que la ley nos proporciona con la recta intención de que lo evitemos.

En otras palabras: ni siquiera lo que proviene de Dios puede salvarnos si se convierte en objeto. Sólo nos salvará en la medida en que esté en cada instante penetrado por el Espíritu de Dios.

J. SÁNCHEZ BOSCH
BIBLIA DIA A DIA. Pág. 492 s.


Rm/07/14-25

Pablo acaba de afirmar que la ley no salva (7,1-13), porque el pecado es pura malicia. La ley no salva, dice ahora, porque el hombre es pura debilidad: es «carne» y no espíritu, un esclavo vendido al poder del pecado.

Pero es un esclavo capaz de tener la idea de justicia, de desear la liberación. Por eso, así como podemos decir que la ley se pone del lado de Dios en cuanto a lo que dice, también podemos afirmar que Dios tiene otro aliado en el interior del hombre: el hombre "quiere" (o «querría») el bien, admite que la ley es buena, encuentra gusto en la ley de Dios, su razón se somete a ella.

Pero eso no sirve de nada. Porque entre indicar el camino, como hace la ley, o pensar y desear, como hace la razón del hombre, y cumplir realmente la voluntad de Dios en medio de las dificultades de esta vida hay un abismo que el hombre esclavo no puede salvar. Sería preciso separar al hombre de su propio cuerpo, cuando precisamente (Pablo lo ha dicho y lo volverá a decir) la voluntad de Dios se ha de cumplir en el propio cuerpo. Por eso, la única solución es incorporarse a Cristo: que nuestro cuerpo -por la fe y el bautismo- sea asumido por el cuerpo que murió y resucitó, vivificado por el Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos.

Todos los principios de bien que hay en nosotros (sin los cuales no habría en el mal inquietud alguna) son inútiles para el que quiere construir la salvación con sus propias fuerzas, porque no lo conseguirá nunca. Pero sirven para el que acepta la salvación de manos de Dios: esta salvación no entra en él como un cuerpo extraño, sino como el cumplimiento de sus más profundas aspiraciones.

J. SÁNCHEZ BOSCH
BIBLIA DIA A DIA. Pág. 492 s.


Rm/09/01-18

Después de un canto a la fidelidad de Dios hacia los cristianos, Pablo recoge un interrogante -especialmente doloroso para él- sobre la fidelidad de Dios hacia su pueblo escogido. Es claro que la idea de elección no era un invento del patriotismo judío, sino una realidad que Dios había tomado muy en serio. Los judíos tenían una verdadera participación en la gloria de Dios, habían sido adoptados como hijos y acababan de dar al mundo a Cristo y a los apóstoles. Sin embargo, la gran masa del pueblo judío no había entrado a formar parte de la Iglesia. A pesar de todo, Pablo cree (dudar de ellos sería para él una blasfemia) que Dios se ha mantenido fiel a su palabra.

Buscando a tientas en pleno misterio, Pablo descubre que, incluso cuando elige un pueblo, Dios es siempre libre y se relaciona siempre con las personas concretas: no se somete a una ley abstracta. Dios había prometido una gran descendencia a Abrahán, y Abrahán la tendrá; pero, en el curso de la historia, muchos quedarán excluidos de esa porción escogida: primero Eliezer (a quien Abrahán había adoptado como hijo), después Ismael (el hijo de la esclava), después Esaú (pese a que era el primogénito), después muchos más, hasta llegar a los que hoy han rechazado a Cristo.

Por otra parte, eso no significa un fracaso de Dios como no lo fue la dureza del corazón del faraón: fue una ocasión para que Dios mostrase con más énfasis su poder y su amor al pueblo escogido. En el momento presente la infidelidad de los judíos ha sido ocasión de otro gran triunfo de Dios: la conversión de los paganos, de la que Pablo es el gran apóstol, y los romanos el testimonio fehaciente. Lo cual significa que la fidelidad de Dios no es un capital del que nosotros podemos disponer sino la posibilidad que él nos da de vivir confiadamente según su Espíritu.

J. SÁNCHEZ BOSCH
BIBLIA DIA A DIA. Pág. 495 s.


Rm/09/19-33

En cierto modo, las primeras respuestas de Pablo no hacen sino agravar el problema: «¿Por qué se queja Dios si, al fin y al cabo, siempre se hace lo que él quiere?». Pablo repite su apriori: «¿Quién eres tú para contestarle a Dios?»; pero continúa profundizando su intento de explicación.

En primer lugar, no se trata de si Dios salva o condena, sino de si Dios escoge o no escoge. El hecho de que en un campo haya una porción escogida no quiere decir que el resto tenga que ser sembrado de sal. Un alfarero fabrica vasijas de diversa categoría, pero todas son vasijas y todas sirven para algo. Indudablemente, entre los vasos escogidos para usos más dignos no hay sólo judíos, sino también gentiles; pero eso es propio de la soberana libertad de Dios: Dios ha prometido la salvación de un resto del pueblo, y ese resto se salvará.

En segundo lugar, Dios no ha rechazado a nadie sin más ni más: había soportado con gran paciencia a gentes que merecían un castigo, y al final los ha rechazado (mejor dicho, no los ha llevado a la plenitud de la promesa). ¿Por qué habían merecido el castigo? Aparece al final del capítulo: «Porque no se apoyaron en la fe, sino en las obras». La manera que tienen de acusar a Dios por su actuación nos descubre una actitud muy diferente de la de Abrahán ante las promesas de Dios: ¡ellos no habrían sacrificado a su único hijo! Ellos creen que sus obras realizadas con su esfuerzo, obligan a Dios a preferirlos a todos. Y eso equivale a negar la libertad de Dios a la hora de escogerse un pueblo. Por eso han tropezado con la piedra de escándalo, que es Cristo.

J. SÁNCHEZ BOSCH
BIBLIA DIA A DIA. Pág. 496