CAPÍTULO 12


Parte cuarta

LA CONDUCTA CRISTIANA 12,1-15,13

La última parte de la carta a los romanos, conocida como parte parenética, expone con indicaciones concretas las exigencias que la justicia revelada de Dios plantea a los creyentes. Tampoco aquí se olvida el tema central de la carta. No se puede vivir como un justificado por Dios, si no se practica la caridad. La práctica cristiana del amor, que define todos los campos individuales y sociales de la vida, es por lo mismo algo irrenunciable de parte de la fe que justifica. Dentro de las exigencias siempre cambiantes de la vida humana, ese amor llega incluso a convertirse en una demostración externa y palpable del poder de Dios. Los problemas éticos concretos, que Pablo trata en estos capítulos, están integrados en conjunto en este amplio contexto de una práctica del amor ordenada por la escatología. Especialmente en los capítulos 14 y 15 las cuestiones concretas de la vida comunitaria de los distintos miembros ocupan el primer plano en la única Iglesia de Cristo.

I. LA VIDA CRISTIANA COMO SERVICIO (12,1-13,14)

1. EL VERDADERO SERVICIO DE DIOS (Rm/12/01-02)

1 Por lo tanto, hermanos, os exhorto por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros propios cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; sea éste vuestro culto espiritual. 2 No os amoldéis a las normas del mundo presente, sino procurad transformaros por la renovación de la mente, a fin de que logréis discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto.

Estos dos versículos son como una especie de epígrafe a la parte que sigue (c. 12-15). Dan la orientación en la que hay que entender y valorar las exhortaciones concretas que siguen. En ellas se expresan los dos elementos fundamentales para la realización de la existencia cristiana:

1º. la existencia cristiana tiene que cumplirse en el ofrecimiento de los «cuerpos» como «sacrificio viviente» y como «culto espiritual» de Dios;

2º. la existencia cristiana tiene que contar con el «mundo presente»; lo que quiere decir que el cristiano debe guardarse de cualquier acomodación al «esquema» de este mundo que pasa.

Por otra parte, esto significa que debe transformarse en un proceso continuo de la renovación del espíritu, con lo que será capaz de conocer la voluntad de Dios. Si bien se mira, el doble contenido parcial de esta primera exhortación introductoria, está relacionado con el mundo. La exhortación del Apóstol es algo muy distinto del encarecimiento moral y apremiante en unas determinadas normas y reglas de conducta. Como Apóstol, exhorta «por las misericordias de Dios». Por lo que en sus palabras es Dios mismo quien habla con su misericordia. De ahí que la amonestación del Apóstol tenga un carácter de Evangelio; es consuelo, edificación y aliento para los cristianos, al tiempo que una exigencia obligatoria para los mismos.

Pablo clama por un culto-corporal. El cuerpo no es aquí sólo la parte física del hombre, como contrapuesta al alma, sino el campo material en un sentido amplio dentro del cual presta el hombre su servicio. La existencia cristiana se realiza así en una existencia para Dios y en una existencia para los otros, aspecto este último que está esencialmente inserto en el primero. La realización de sí mismo por parte del cristiano acontece paradójicamente en la enajenación en el servicio, entendido este servicio en un sentido profundo y radical. Tal es la perspectiva en la que puede hablarse de un «sacrificio» de los cristianos. Aquí no se trata en realidad de un nuevo culto que ocupe el puesto del viejo culto anticuado. Pablo se sirve de las expresiones e imágenes de la tradición cúltica del Antiguo Testamento para exponer con ellas algo realmente nuevo como es el tema del Evangelio.

Este culto corpóreo de la vida cristiana se caracteriza por ser, al mismo tiempo un «culto espiritual». Lo que esta expresión entraña debe entenderse a partir de la crítica, que, en su tiempo, ejercían los judíos helenistas cultos sobre la práctica litúrgica externa y proyectada al exterior, que contemplaban por igual en el judaísmo y en la gentilidad. Pero, en este pasaje, Pablo no introduce, en la expresión que emplea, el mismo tipo de interiorización y espiritualización que correspondería a un culto divino descubierto antes. Para él el auténtico «culto espiritual» consiste precisamente en la ofrenda de los cuerpos, lo cual suponer en resumen, que el cristiano, en una forma adecuada y «agradable a Dios», se sirve del mundo en que como «cuerpo» se halla.

Si en el v. 1 el objeto de la exhortación lo constituye la entrega total del hombre a Dios, y las relaciones cristianas del hombre con el mundo, anejas a dicha entrega, en el v. 2 cobra mayor relieve el tono de la exhortación. Los cristianos no deben amoldarse «a las normas del presente». En cuanto justificado, el cristiano ha sido arrancado de raíz al «mundo presente», es decir, al viejo mundo sometido a la soberanía del pecado. Pese a lo cual, debe precaverse contra el mundo. Esta es una idea que resuena ya en los capítulos 6-8. Pero sería peligroso definir la conducta mundana del cristiano sólo desde el punto de vista de esta amonestación. El propio Pablo deja entrever en estos versículos un enfoque distinto. La vida cristiana no se realiza con abstenerse «del mundo presente», con una tendencia puramente negativa, sino con la transformación positiva de uno mismo, con la «renovación de la mente».

La renovación de la mente no sólo se cumple en el conocimiento cristiano de sí mismo, realizado aquí y allá, una y otra vez, sino en la escucha y atención tensa y constante a la novedad que Cristo ha puesto en marcha como una nueva creación 44; en una escucha que me capacita ahora para aprobar y juzgar lo que es la voluntad de Dios en el desarrollo concreto de la vida, en el que siempre tiene que cumplirse lo que es «bueno» y «perfecto». Pero el bien que debe hacerse no se deja conocer y valorar por una norma establecida, sino que mi acción y mi conducta se demuestra justamente como buena cuando con la «renovación» de mi espíritu comprendo aquí y ahora la voluntad de Dios y respondo a ella con la obediencia.

Aquí se echa de ver con singular claridad que esa obediencia de vida en la que nos acomodamos a la voluntad de Dios y no a los deseos «del mundo presente» no se realiza al margen del mundo, sino justamente en este mundo y a través del mundo. Eso, a su vez, pone de relieve que el cristiano todavía no ha alcanzado plenamente el mundo de Dios de modo que deba postergar las condiciones concretas de vida que encuentra en este mundo, sino que debe aceptar este mundo concreto -lo que forma parte de su obediencia de vida-, y que se halla en un tránsito constante, que en medio de este mundo y junto con este mundo le conduce a la nueva creación, la cual ya le ha sido otorgada como gracia en Cristo. El Apóstol no clama por una salida del mundo, sino por un tránsito escatológico a través de este mundo hasta el mundo de Dios, en el que siempre hay lugar para la creación llamada a la salvación, que hemos de llevar con nosotros y que personalmente hemos de representar en medio de dicho tránsito.
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44. Ga 6.15; 2Co 5,17.
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2. DIVERSIDAD DE DONES Y DIVERSIDAD DE SERVICIOS (Rm/12/03-08)

3 En virtud de la gracia que me ha sido otorgada, digo, pues, a cada uno de vosotros que nadie tenga de sí mismo estimación superior a la que debe tener, sino que se estime con moderación, según la medida de fe que Dios concedió a cada uno.

Las exhortaciones que el Apóstol ha de hacer en los versículos siguientes, las hace en virtud de la gracia que le ha sido otorgada. El exhortar a las comunidades es algo que pertenece a su ministerio apostólico. De ahí que cuanto dice a la comunidad con vistas a su conducta práctica tenga carácter oficial; su obligatoriedad deriva de la gracia de Dios que llama y por la que Pablo se ha dejado captar para el servicio. Es la gracia con la que Dios se vuelve misericordiosamente hacia los hombres (cf. v. 1) y que ahora, mediante la exhortación del Apóstol a la comunidad, alcanza su efecto.

Se amonesta a la comunidad a no tener de sí mismo estimación superior a la que se debe, lo que -en una formulación positiva- equivale a estimarse con moderación, a pensar de un modo sensato. Mas ¿hacia dónde apunta en definitiva esa moderación a que se exhorta? Hay que reconocer evidentemente que Pablo repite y utiliza aquí una palabra clave con un estilo retórico. Por lo que hace al contenido, esta amonestación introductoria logrará todo su alcance en los versículos siguientes. Como quiera que sea, en el v. 3, menciona la «medida» de la fe que Dios «concedió» a cada uno. Pero ¿hasta qué punto se mide y se concede la fe? O ¿hay que hablar aquí más bien de una medida aplicada a los dones de la gracia, cuya aplicación está condicionada por la fe? En favor de esta última interpretación hablan los versículos siguientes. Pero lo que Pablo quiere poner especialmente de relieve es la moderación de la fe frente a todos los peligros de los entusiasmos espiritualistas y de la sobrestima de los cristianos.

4 Porque, así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, pero ninguno de éstos tiene idéntica función, 5 así nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero, por lo que a cada uno respecta, los unos somos miembros de los otros.

Al exhortar a la moderación se trata de las relaciones de los «miembros» entre sí. La imagen de un solo cuerpo con muchos miembros la ha utilizado ya Pablo en un contexto parecido, en el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios. Era una imagen a la que recurría espontáneamente cuanto quería hablar de la comunidad y de la vinculación de sus miembros entre sí. Por lo demás, dentro de la misma imagen puede cargar el acento en distintos puntos de vista. Mientras que en la comunidad de Corinto le interesaba sobre todo subrayar la unidad de la Iglesia en medio de la multiplicidad de los carismas, aquí quiere evidentemente poner de relieve la moderación de los miembros de la comunidad. Ahí apunta ya la exhortación del v. 3 a la modestia. Aun reconociendo los dones de gracia que cada uno tiene dentro de la comunidad y en favor de la misma, lo que cuenta es que tales carismas no se utilicen en forma desmedida. Lo que importa, pues, es salir al encuentro del peligro que supone la espiritual y espiritualista complacencia en sí mismos de los miembros de la comunidad. Y es que tal conducta no estaría realmente influida por la fe en Jesucristo.

6 Y teniendo como tenemos dones que difieren según la gracia que nos ha sido otorgada, si uno tiene el don de profecía, ejercítelo de acuerdo con la fe; 7 si el de servir, que sirva; si el de enseñar, que enseñe; 8 si el de exhortar, que exhorte; el que da, que dé con sencillez; el que preside, que lo haga con solicitud; el que practica la misericordia, que la practique con alegría.

Los dones de gracia o carismas, que Pablo enumera aquí a modo de ejemplo, permiten conocer de modo particular su carácter de servicio. La profecía (cf. lCor 12,1o) no es aquí solamente la palabra de vaticinio, sino cualquier palabra de los cristianos inspirada por Dios, por medio de la cual se descubre la verdad de las cosas. Esto acontece en la instrucción cristiana, en la exhortación y en la corrección. El lenguaje profético implica siempre una postura crítica frente al presente estado de cosas, y desde luego no en razón del propio punto de vista y menos aún por principio -la crítica por la crítica-, sino en virtud de la revelación divina y del conocimiento consiguiente de la voluntad de Dios. De ahí que el lenguaje cristiano (= la profecía) deba ejercitarse «de acuerdo con la fe», fe en que el cristiano se deja dirigir constantemente por Jesucristo.

Los otros carismas mencionados -«servir» o diaconía, «enseñar», «exhortar», caridad, presidir, obras de misericordia- no permiten reconocer en su enumeración un ordenamiento determinado. Ni siquiera se evitan las repeticiones e interferencias de las distintas funciones. Lo que a Pablo le interesa aquí no es un sistema perfectamente organizado de servicios y competencias dentro de la misma comunidad, sino que todo se desarrolle a su debido tiempo y lugar, aunque siempre con desinterés y sencillez para edificación de la comunidad. Porque, sólo así, consigue Dios con sus dones hacerse valer y alcanzar su objetivo que no es otro que la salvación de sus criaturas.

3. INSTRUCCIONES PARA TODOS (Rm/12/09-21)

9 Sea el amor sin fingimiento. Aborreced lo malo. Estad firmemente adheridos a lo bueno. 10 Con el cálido afecto de hermanos amaos cordialmente los unos a los otros. En cuanto a la estimación, tened por más dignos a los demás. 11 En vuestro celo no seáis negligentes. En el espíritu, manteneos fervientes. Servid (al precepto) del tiempo. 12 Vivid gozosos en la esperanza, firmes en la tribulación, constantes en la oración. 13 Socorred las necesidades de los hermanos en la fe. Practicad la hospitalidad. 14 Bendecid a los que os persiguen; bendecidlos, y no los maldigáis. 15 Alegraos con los que se alegran. Llorad con los que lloran. 16 Tened unos con otros el mismo sentir no abrigando sentimientos de grandeza, sino dejándoos llevar al trato con los humildes. «No os tengáis por sabios ante vosotros mismos» (Prov 3,7). 17 A nadie devolváis mal por mal. «Procurad hacer el bien aun delante de todos los hombres» (Prov. 3,4). 18 Si es posible, y en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. 19 No os venguéis personalmente, queridos míos, sino dad lugar a la ira (de Dios). Porque escrito está «A mí me corresponde la venganza; yo daré el pago merecido, dice el Señor» (Dt 32,35). 20 Antes bien: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Porque, haciendo esto, ascuas ardientes acumularás sobre su cabeza» (Prov 25,21s). 21 No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien.

El Apóstol da una serie de instrucciones para una conducta ordenada. En este catálogo de exhortaciones no resulta posible descubrir un tema constante o un determinado ordenamiento de cada una de las amonestaciones. De todos modos, aparece en primer término y por encima de las demás la exhortación al amor. Un amor que debe ser «sin fingimiento». Y se insiste especialmente en el amor a los hermanos (v. 10). El amor es el fundamento último de la conducta cristiana; así lo demuestran con singular relieve una vez más las instrucciones de 13,8-10. En esta sección de 12,9-21 la posición incomparable del amor queda un poco velada por venir dentro de una lista de numerosas exhortaciones, bien que ocupe el primer lugar; concretamente el amor a los hermanos aparece como una exhortación más entre otras varias.

Si se pregunta cuál es el distintivo cristiano entre las actitudes que aquí se mencionan, no sería fácil responder de forma satisfactoria cuál de todas estas virtudes es la primera y más específica de cuantas han de practicar los cristianos. Cabría referirse ante todo tanto al fervor de espíritu que se nos ha dado (v. 11), como a la esperanza que nos alegra (v. 12). Las afirmaciones que aquí se hacen sobre el espíritu y la esperanza, como fuerzas condicionantes de la conducta cristiana, sin duda que Pablo no las entiende en un sentido diverso del que les otorga en otros pasajes (véase especialmente el capitulo 8). Pero en conjunto Pablo no presenta aquí unas posturas específicamente cristianas, sino más bien unas actitudes que también puede adoptar el no cristiano por otros motivos racionales. Que se haya de aborrecer el mal y tender al bien (v. 9) es un principio ético de validez universal, que aún vuelve a repetirse un par de veces dentro de esta misma sección (v. 17 y 21). Pablo se apropia aquí en parte puntos de vista y preceptos morales de la ética helenística y judía de su tiempo. Tampoco hay que pasar por alto el empleo de citas sapienciales del Antiguo Testamento y del judaísmo y sus exhortaciones: v. 16.17 y 20. Pero lo específicamente cristiano de las amonestaciones paulinas no hemos de buscarlo en cada uno de los contenidos concretos, sino más bien en el hecho de que a través de todo eso se realiza la ofrenda del propio cuerpo de los cristianos (cf. 12,1).

En su conducta moral los cristianos pueden hacer las mismas cosas que quienes no lo son y obran de acuerdo con su recta conciencia; sin embargo, no se trata de la misma realidad. Pues el cristiano puede llevar a efecto múltiples obras buenas, en las que pone su esfuerzo, como exigidas por Dios, y desde luego como preceptos que es preciso observar en la hora presente, sin que por lo mismo realice todavía un acto sagrado propiamente dicho. Esto es lo que pondría especialmente de relieve el v. 11 que manda «servir al precepto del tiempo»45. Según el v. 2 pertenece al cristiano el juzgar rectamente «cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto». Ahora bien, esto acontece precisamente cuando me esfuerzo por comprender cuál es la voluntad de Dios ahora, en este nuestro tiempo, en este nuestro momento. Reconozco la voluntad de Dios cuando tomo en serio este mi tiempo y en él descubro la presencia divina. El cristiano procura responder a esa voluntad.
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45. En el v. 11b la mayor parte de }os manuscritos antiguos lee, en lugar del texto que nosotros hemos preferido. «Servid al Señor», pues las dos palabras griegas kairo ( = tiempo) y Kyrio ( = Señor) eran muy parecidas, especialmente en las abreviaturas. Se echa de ver fácilmente que en la trasmisión del texto resultaba más fácil corregir kairo por kyrio que no al revés.