CAPÍTULO 16


j) Los fariseos piden una señal (Mt/16/01-04) (*).

1 Luego se le acercaron los fariseos y saduceos, y, para tentarlo, le pidieron que les hiciera ver alguna señal venida del cielo. 2 El les respondió: 4 ¡Generación perversa y adúltera que reclama una señal! Pero no se le dará otra señal que la de Jonás. Y volviéndoles la espalda, se fue.
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Los versículos 2b-3 dicen así: "Al caer de la tarde, decís: Hará buen tiempo, porque el cielo está arrebolado; 3 y por la mañana: Hoy habrá tormenta, porque el cielo está de un rojizo sombrío. ¿Conque sabéis interpretar el aspecto del cielo y no podéis interpretar las señales de los tiempos?" Estos versículos faltan en importantes manuscritos antiguos, pero representan un paralelismo algo cambiado con respecto a Lc 12,54b-56. Sin la interpolación, el texto de san Mateo resulta más redondeado y vigoroso.
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Esta vez son los fariseos los que se han aliado con los saduceos y se acercan a Jesús. En realidad, son hostiles entre sí, pero están unidos en la enemistad contra Jesús. Le piden una señal venida del cielo para confirmar la misión de Jesús y su derecho. Dichas señales las da Dios por iniciativa propia para ayudar. Fueron dadas a casi todos los grandes personajes del tiempo pasado. Los hombres, de quienes aquí se habla, piden una señal para ellos personalmente, ya sea como un desafío, porque no creen que Jesús pueda obrar por sí mismo una señal ni que la pueda solicitar "del cielo" (es decir de Dios), ya sea como condición: sólo estarían dispuestos a creer, si se otorgara la señal. El mismo Dios debe manifestarse y precisamente ahora en este momento que ellos determinan y de un modo que les convenza. El hombre quiere dominar a Dios y prescribirle lo que tiene que hacer. Como dice el evangelista, ésta es realmente una "tentación" y puede compararse con las tentaciones llevadas a cabo por Satán en el desierto. O determina y reina Dios o bien el hombre. Son como sus padres una generación perversa y adúltera. La viña que Dios ha plantado, en vez de las esperadas uvas de mesa. sólo da agraces (cf. Is 5,4). En vez de la fidelidad al esposo Yahveh se vuelven infieles y corren tras los dioses extranjeros (cf. Os 2,2-13), más aún, tras sí mismos en sus "preceptos humanos" (15,9). A esta generación sólo se le dará una señal, que se hace a la hora señalada por Dios, la señal de Jonás. Para la ciudad pagana de Nínive el profeta Jonás se convirtió en la señal del castigo de Dios. Dios le envió allí para anunciar la destrucción (cf. Jon 3,1ss). Ésta será la última señal, y después de ella no puede haber ninguna más. Para la nación incrédula de Israel el Mesías se convierte en el castigo (*). En su muerte Dios pronunciará la sentencia, que estará en vigor de forma inapelable. Jesús los deja estar y prosigue. Ya no se continúa discutiendo ni se sostienen más controversias, no se hacen indicaciones a la adecuada comprensión de las señales ni se construye otro puente. Aquí ya hay claros frentes. Apartarse de Jesús ya es como una expresión de la señal del castigo anunciado por él. ¡Con qué aspereza están contiguas las dos escenas! Inmediatamente antes, la prodigiosa distribución de alimentos en su atmósfera de paz y de unidad; ahora, la radical separación. Las dos pertenecen a la vocación, al destino del Mesías de ser causa de la misericordia de Dios y del castigo de Dios. Mientras perdure el poder del malo y trabaje contra la unión de los hombres con Dios, también está presente sin cesar el castigo de Dios, pero la verdadera finalidad es el reinado del amor.
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Ya en 12,38-42 había informado san Mateo sobre la petición de una señal. Allí se explicó la "señal de Jonás" como la única señal que debe darse, de tal forma que en ella se debía reconocer la muerte y resurrección de Jesús. Aquí en 16,4 no se da ninguna explicación de la "señal de Jonás". Se puede entender este pasaje en el sentido de 12,38-42. Pero también se da la otra posibilidad, tal como se declara en el párrafo que corresponde a esta nota. Así como Jonás se convirtió para Nínive en señal de castigo, así Jesús se convertirá para "esta generación" en la señal de castigo. Cf. lo que se dice a propósito de 12, 38-42.
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k) Prevención contra la doctrina de los fariseos (Mt/16/05-12).

5 Al pasar a la otra orilla, los discípulos se olvidaron de llevar panes. 6 Jesús les dijo: Estad alerta y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos. 7 Ellos comentaban entre si: Eso es porque no hemos traído pan.

Ha terminado la travesía. A la llegada los discípulos notan que se han olvidado de tomar pan consigo. A continuación está la frase del Señor colocada de una forma que en apariencia es incoherente: "Estad alerta y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos". ¿Cómo ha de entenderse esta yuxtaposición? La explicación se infiere de lo que sigue, pero aquí ya puede decirse que se trata de la dirección con la que los discípulos deben tener solicitud, de una manera semejante como en el pasaje del sermón de la montaña sobre los afanes (6,25-34). Su preocupación no debe ser que no tengan nada para comer, sino que no sean víctimas de la levadura de los fariseos y saduceos. Triste es el verdadero afán, el afán por el reino de Dios y su justicia. De lo precedente aquí se siguen sacando dos hilos. Por una parte la experiencia que los discípulos tenían que adquirir en la doble distribución de panes, a cuya más profunda comprensión ahora son llevados. Por otra parte la petición de una señal, petición que hicieron los fariseos y saduceos, y que se ve en relación con su "doctrina" (16,12), es decir con la levadura. Es un breve pasaje didáctico, que trata de estos dos acontecimientos y los aplica a la comprensión de la fe. Sigamos esta catequesis de los discípulos.

8 Al darse cuenta de ello Jesús, dijo: ¡Hombres de poca fe! ¿Por qué estáis comentando entre vosotros que no tenéis pan? 9 ¿Todavía no entendéis ni os acordáis de los cinco panes para los cinco mil hombres y de cuántos canastos recogisteis? 10 ¿Ni de los siete panes para cuatro mil hombres y de cuántas cestas recogisteis? 11 ¿Cómo no entendéis que no os hablé de panes? Guardaos, pues, de la levadura de los fariseos y saduceos. 12 Entonces comprendieron que no les había dicho que se guardaran de la levadura de pan, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos.

Ahora se ve claramente que los discípulos están preocupados por la falta de comida. Quizás incluso unos han reprochado a otros no haber pensado en ello. En todo caso, es una preocupación que les atañe. No es preciso que Jesús sea preguntado ni que él mismo pregunte. Jesús conoce dónde se detienen sus pensamientos. Se repiten las palabras características de Jesús: Hombres de poca fe. La fe es todavía escasa, porque los discípulos no han entendido plenamente. ¿No estaban presentes cuando Jesús les partió el pan la primera y la segunda vez? ¿No han ido buscando los panes y los peces y se los han traído? ¿No lo han repartido y han recogido los restos? ¿Cómo pueden temer que hayan de pasar hambre cerca de quien puede saciar a tan grandes multitudes? Ésta es una inteligencia insuficiente y. por tanto, son hombres de poca fe. Los discípulos hubiesen entendido de veras, si hubiesen aplicado a sí mismos la experiencia que entonces tenían. Saben que no han de temer ninguna necesidad, si permanecen en la pura confianza. Así pues, el afán tiene dormido el corazón de los discípulos y ha hecho menguar la fe, como en san Pedro, que se sobresalta ante la fuerza del viento (14,30). La catequesis todavía recorre otra etapa. Se trata además de la adecuada inteligencia, que es una condición para la fe. Al oír hablar de la levadura de los fariseos y saduceos, los discípulos quizás habían pensado que Jesús también habla de cómo se podría ir a buscar pan. Pero no debían comprar a los fariseos. Es un pensamiento infantil pensar que no pueden comer el pan cocido por los fariseos y saduceos, pensar que hay que guardarse de este pan. Ellos usan una mala levadura para cocer. Jesús quiere decir que el hecho de que no le hayan entendido muestra que todavía tienen que aprender como niños. Lo que es realmente peligroso y es motivo para tener precaución y cuidado, es la doctrina de los fariseos y saduceos. Esta doctrina echa a perder la harina, inhabilita al pueblo para Dios. El que es ciego, no puede conducir a otro ciego (15,14). La buena levadura son las fuerzas del reino de Dios, es el mensaje del Evangelio, que debe hacer fermentar a la humanidad. Vuestra alma debe estar dirigida a este mensaje. Entonces se vuelve accesoria la solicitud por el pan terrenal. Porque todo lo demás se dará por añadidura a quien hace lo primero (cf. 6,33). Es una preciosa catequesis. A quienes están dispuestos a oír y aprender Jesús les abre con prontitud el camino a la inteligencia, tanto en las explicaciones de las parábolas (capítulo 13) como también en los acontecimientos de su propia actividad. Pero a quienes no oyen ni entienden, se les quita lo que tienen, sólo les queda la señal de Jonás.

2. ANUNCIOS DE LA PASIÓN (16,13-17,27).

a) Profesión de fe de Pedro (Mt/16/13-20).

13 Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? 14 Ellos respondieron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o uno de los profetas.

Ahora llega un momento importante en la vida de Jesús. Los evangelistas pueden indicar el lugar en que ocurrió la siguiente escena, es decir, Cesarea-de-Filipo. Filipo, un hijo de Herodes, hizo construir esta Cesarea en el monte Hermón, al norte de Palestina. A esta ciudad se la llamó Cesarea de Filipo para distinguirla de la más antigua Cesarea, que estaba junto al mar. Jesús pregunta a los discípulos quién opina la gente que es él. El Hijo del hombre también se emplea en arameo como circunlocución para expresar la idea de "hombre", por tanto aquí sustituye el pronombre "yo". Naturalmente la pregunta en labios de Jesús no es una encuesta efectuada por interés. La pregunta pretende lograr que respondan los discípulos; según la intención del evangelista pretende, sobre todo, destacar de las falsas apreciaciones esta acertada comprensión de la persona de Jesús. La gente son todavía de los que están "fuera" (Mc 4,11), los discípulos deberían haber "comprendido" (16,12). Ya hemos oído de labios de Herodes que Jesús era tenido por Juan el Bautista resucitado (cf. 14,2). Elías era muy venerado en el pueblo, se esperaba su regreso como precursor del Mesías (cf. Mal 4,5s), ya que fue arrebatado de una manera prodigiosa para ir a Dios. El profeta Jeremías también gozó de gran reputación; se formó una corona de leyendas alrededor de su figura y de su vida. O uno de los profetas. Esta enumeración muestra en qué categoría se incluía a Jesús. Casi es la categoría más excelsa que se podía tener según la manera de pensar de Israel. Sólo era posible una elevación, a saber la persona y la llegada del mismo Mesías de Dios. Todas las personas nombradas son premesiánicas y submesiánicas. Incluso Juan el Bautista, que pertenece al tiempo presente, fue considerado como profeta (cf. 14,5; 21,26). Los tres primeros evangelios no dejan reconocer que se haya tenido a Juan por el Mesías. Los discípulos sólo deben decir la opinión de la gente, no lo que piensan los enemigos declarados de Jesús. Ya hemos oído lo que éstos pensaban: "Éste no arroja los demonios sino por arte de Beelzebul, príncipe de los demonios" (12,24s). En la pregunta ya no se trata de comprender una señal, una frase o parábola. En esta pregunta sobre quién es él, recae la decisión en favor o en contra del reino de Dios. Es una pregunta decisiva de extrema gravedad.

15 Díceles él: Y vosotros, ¿quién decís que soy? 16 Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.

No es una novedad que Pedro actúe como portavoz. Aquí se pregunta a todos los discípulos, pero sólo uno responde. En esta contestación no debe manifestarse el conocimiento personal y la confesión propia de Pedro (a pesar de 16,17), sino la opinión de los discípulos en total. Pedro confiesa que Jesús es el Mesías. Eso es lo propio y decisivo, y es lo único que se dice en san Marcos (cf /Mc/08/29b). El Mesías es el plenipotenciario de Dios, el último enviado después de todos los profetas. Después de él no puede venir nadie más que le supere. Su palabra es la última palabra de Dios, el Mesías según la fe de los rabinos trae la válida interpretación de la torah. La presentación del Mesías determina el tiempo de empezar el último tiempo. Es la gran y concluyente señal que Dios pone en el mundo. A la confesión se añade: el Hijo del Dios viviente. Eso también lo hemos oído antes (14,33), no nos sorprende en el Evangelio de san Mateo. Lo que allí resplandeció súbitamente durante la noche y lo que se dijo a propósito de la sujeción de los elementos, ahora es de dominio público y viene a ser como una confesión oficial de los discípulos. Por esta profundidad de las relaciones con el Padre, Jesús ya había dicho: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo" (11,27). Ahora se da la respuesta desde fuera: Tú eres el Hijo del Dios viviente.

17 Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Pero yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi lglesia, y las puertas del reino de la muerte no podrán contra ella.

Aunque Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora dirige la palabra a él personalmente. Su confesión podía aplicarse a todos, la siguiente distinción sólo puede aplicarse a él. Jesús empieza con una bienaventuranza. Ya hemos oído decir: "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (5,3); "bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo" (11,6); "dichosos vuestros ojos, porque ven" (13,16). Ahora Jesús llama bienaventurado a uno solo, al primero de los apóstoles, por las palabras que acaba de pronunciar. El conocimiento de la verdadera dignidad de Jesús y del misterio de su persona no procede de abajo, sino de lo alto. "La carne y la sangre", es decir la capacidad terrena del hombre débil no ha dado origen a este conocimiento (1). El mismo Dios se lo ha inspirado desde lo alto. A quien tiene, aún se le añade más (d. 13,12). Pedro había dado el paso desde la audición a la fe, se había atrevido a ir sobre las aguas. Aunque su fe fuera "pequeña", estaba en el camino que lleva a la plenitud de la fe. A quien se encuentra en este camino, se le añade el pleno conocimiento y la verdadera ciencia. Es realmente bienaventurado quien anda por este sendero, porque conoce el misterio más íntimo del reino de Dios (cf. 13,11). La bienaventuranza también es una glorificación de Dios, que ha dado a conocer sus misterios a la gente sencilla, y los ha ocultado a sabios y entendidos (cf. 11,25). Así es como Dios quiso hacerlo, como se prueba en esta ocasión. Jesús llama Pedro a Simón. Petros es la traducción griega de la voz aramea Cefas y significa "piedra", "roca". En otros pasajes del Nuevo Testamento también se encuentra este nombre arameo Cefas, que hace referencia al cargo que desempeñó Pedro (2). San Mateo prefiere usar el vocablo Pedro, a menudo también se encuentra la doble forma Simón Pedro, un enlace del nombre personal con la designación de su función, como el nombre "Jesucristo". D/ROCA "Tú eres Pedro" no significa en primer término que Pedro adquiera este nombre, sino que él es o debe ser piedra; esta frase significa que la función de Pedro, el encargo que se le confió es ser piedra. Al Antiguo Testamento, especialmente al libro de los salmos (3), le gusta llamar roca al mismo Dios. Dios es la roca de Israel, su castillo roquero, el apoyo seguro, el fundamento permanente, garantía de fidelidad y firmeza. Nos podemos refugiar en la roca, cuando irrumpe súbitamente la tormenta y el agua se precipita en el valle, o cuando el enemigo ha ocupado los valles y sólo queda la posibilidad de huir al castillo roquero situado en la cumbre. Roca es una expresión corriente, como "pastor y rebaño", "cosecha" y "alianza". La seguridad y consistencia de un fundamento rocoso deben ser representadas por este hombre Simón. La próxima frase dice para qué Símón debe ser una roca. Jesús quiere edificar su Iglesia sobre esta roca o sobre esta piedra. También está transmitida la metáfora de construir y edificar. En efecto, Dios promete por medio del profeta que restaurará la cabaña de David que está por tierra (Am 9,11); el salmista confiesa que los albañiles trabajarán en vano, si el Señor no edifica la casa (Sal 126,1). Ante todo había elegido Dios una roca y un edificio para residir allí y estar cerca del pueblo: el monte de Sión y sobre éste el santo templo. Así como Dios se hizo construir en este monte una santa casa, así también Jesús quiere edificar en el tiempo futuro sobre la roca de Simón la casa de su Iglesia. No será una casa de piedras y vigas, sino de hombres vivos (4). La voz Ekklesia (Iglesia) dice que se trata de hombres vivos. Ekklesia es traducción del vocablo hebreo kahal, que en primer lugar significa "asamblea", luego en particular la comunidad reunida para el culto divino y, en general, la comunidad de Dios. Jesús quiere construir esta comunidad. Las imágenes no coinciden, ya que con el verbo "edificar" hace juego otro complemento, como "casa" o "torre" o "templo". Y viceversa: con el sustantivo ekklesia (=asamblea) enlaza mejor un verbo como "juntar", "reunir" u otros semejantes. La palabra ekklesia quiere decir que se trata de una comunidad, se trata de seres humanos, quiere decir que se debe edificar la comunidad de Dios en Israel, aunque de una forma completamente nueva (5).

Este nuevo modo de edificar se expresa con el posesivo mi. No será la antigua comunidad de Yahveh, sino la nueva comunidad del Mesías. La diferencia entre la nueva y la antigua ha de consistir en que la comunidad nueva hace profesión de fe en Jesús el Mesías y mediante esta confesión está unida. En él y en su persona, en su dignidad como Hijo de Dios recaerá la decisión de quién pertenece y quién no pertenece a esta comunidad. Jesús también es y sigue siendo el Mesías de Israel y no revoca la antigua ley, sin embargo su obra mesiánica será la fundación de algo nuevo, que se diferencia claramente de la antigua comunidad. No obstante no se coloca lo nuevo al lado de lo antiguo dejando entre los dos una separación radical, sino que en la nueva fundación se perfecciona la antigua alianza de Dios. Porque en la Iglesia vive y gobierna el Dios de Israel y de todos los pueblos, que es "Dios con nosotros" (cf. 1,23). Jesús es la verdadera habitación de Dios en su pueblo, mucho más próxima y real que la que antes había tenido Dios incluso en los momentos más propicios. A esta fundación Jesús le promete una duración estable. Las puertas del reino de la muerte (6) están abiertas de par en par para los que son devorados por la muerte, están cerradas con cerrojo y definitivamente para los que ya están en el reino de la muerte y no pueden salir. Por tanto las puertas son la imagen más vigorosa del poder invencible de la muerte, del que todos son víctimas. Pero el poder de la muerte no tendrá ningún dominio sobre la institución de Jesús. Así como la "muerte ya no tiene dominio sobre él" (Rom 6,9), tampoco lo tiene sobre la comunidad.

La muerte es una consecuencia del pecado (Rom 5,12), pero Jesús vencerá el pecado, dará su sangre como rescate del género humano para perdón de los pecados (cf. 20,28; 26,28). El fundamento rocoso sobrevivirá a la muerte, las energías vitales del resucitado ya no pueden ser superadas por la muerte. Son unas palabras victoriosas de Jesús. No son las únicas palabras de Jesús en el Evangelio, pero también están en él. En esta promesa la Iglesia no tienen ningún motivo para hacer ostentación de una supremacía triunfalista, pero en cambio tiene motivo para sentir una confianza ilimitada en Dios, la roca fiel y acreditada de Israel, y en su Cristo "primicias de los que están muertos" (1Cor 15,20)...
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1. Es un modismo estereotipado, Cf. "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1Co 15,50). Después que san Pablo recibió la vocación de apóstol, no acudió en seguida a "la carne y la sangre", es decir "a los apóstoles, mis predecesores" (Gál 1,16s). Se necesita la armadura de Dios, porque no es una lucha contra "carne y sangre", es decir, contra hombres, sino contra potestades celestes (Ef 6,12).
2. Especialmente importante es aquí el testimonio del apóstol san Pablo, sobre todo en sus primeras cartas: Gál 1,18; 2,9.11.14; 1Cor 1,12; 3,22, etc.
3. Por ejemplo Sal 18,3; 31,4; 71,3.
4. Cf. Am 9,11; Sal 127,1; 68,17, etc.
5. La imagen de la construcción se extiende por todo el Nuevo Testamento; cf. un "sagrado templo" (Ef 2,21). una "casa espiritual" (1Pe 2,5); en la última perfección "la ciudad santa, Jerusalén" (Ap 21,10), el templo que Jesús quiere levantar de nuevo en tres días en lugar del antiguo (Jn 2,19).
6. Las "puertas del reino de la muerte" también es una expresión corriente en la Biblia: cf. Is 38,10; Job 38, 17; Sal 9a(9) 14.
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19 Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra, atado será en los cielos; y todo lo que desates en la tierra, desatado será en los cielos.

La segunda parte de la promesa que Jesús hizo a Pedro, habla de las "llaves del reino de los cielos" y de "atar y desatar". Con ello acude a nuestra consideración el tema principal del mensaje de Jesús, el reino de Dios. Aquí parece que se lo compare con una ciudad, que se cierra por medio de portones, o con una casa, en la que se tiene que entrar por las puertas. Se necesita una llave para abrir o para cerrar. Un portero o mayordomo es quien se encarga de la llave. Este mayordomo debe ser Pedro. Dios o el Mesías ¿pueden desprenderse de este cargo? Y si Dios o el Mesías así lo hacen, ¡qué poder se confiere a un hombre! Empezamos a estremecernos ante estas palabras. Ha de ser un profundo misterio el que hace hablar así a Jesús, un nuevo orden de la salvación que toma al hombre todavía mucho más en serio.

Las expresiones atar y desatar provienen de la terminología rabínica (*). Con ellas se entendía que alguien tiene el poder de declarar verdadera o falsa una doctrina. Un segundo significado alude al poder de excluir a alguien de la comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. La excomunión podría ser fulminada como medida disciplinar por algún tiempo o como exclusión total para siempre. Los dos significados guardan una relación interna entre sí, porque este poder está derivado de la Sagrada Escritura, que es proclamada con autoridad y se emplea con valor discriminatorio. Con tales palabras se abría o se cerraba a la comunidad de Israel el acceso al reino de Dios. Es de suponer que en las palabras de Jesús también tienen validez los dos significados en su relación interna. Pedro debe tener el poder de decidir qué ha de estar en vigor como verdadera doctrina y quién puede participar en la salvación del reino de Dios siendo recibido en la Iglesia de Cristo. Hay, pues, que concebir la facultad de atar y desatar como amplia facultad para comunicar la salvación en sus más distintas modalidades. Este veredicto de Pedro tiene ahora validez en el cielo, es decir, ante Dios. Esta sentencia es confirmada por Dios, más aún, está en vigor ante él desde el momento en que se dicta, exactamente igual como si él mismo la hubiese dictado. Se confía a Pedro una tarea realmente divina. Su veredicto tiene esta fuerza y validez divinas. Entonces ¿qué son las llaves del reino de los cielos? Tienen que ser una imagen de este santo poder judicial del apóstol, que se ejerce aquí en este mundo, pero que está en vigor ante Dios "en los cielos". Al juez del tiempo final está reservada la última y definitiva decisión de quién entra en este reino de Dios. Este juez ha de separar los cabritos de las ovejas (25,32). Pero durante el tiempo anterior al juicio final hay decisiones previas en virtud de un poder judicial ejercido en la Iglesia. Permanece oculto en los decretos de Dios quién pertenece al número de los predestinados para el reino consumado de Dios. Pero se deja en manos de Pedro quién pertenece ahora o no pertenece a la comunidad de salvación que se prepara para este reino de Dios y a él se dirige. Esta sentencia se repite más tarde casi con las mismas palabras (18,18). Allí se confiere el poder de atar y desatar a los apóstoles en conjunto. Hemos observado reiteradas veces que Pedro no está ni habla como particular, sino como miembro y portavoz de los doce. Ciertamente es el primero, pero es el primero entre los otros. Es apóstol elegido por Jesús como también todos los demás, pero por ser el "primero" (10,2) recibe la promesa. Y así la carta a los Efesios no dice que la Iglesia esté fundada sobre Pedro como fundamento, sino que los cristianos están "edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas" (Ef. 2,20).

El poder de atar y desatar es transferido a todos, así como también personalmente a Pedro, como primero de los apóstoles. Si el cargo apostólico sigue ejerciéndose en la Iglesia, también tiene que seguir ejerciéndose en ella el cargo de Pedro. De lo contrario la Iglesia no hubiese permanecido fiel al orden que Jesús dio a la Iglesia. Hasta la parusía del Señor no caducará la Iglesia, que entre tanto ejercer el oficio de los apóstoles de atar y desatar y el oficio de Pedro. Ninguno de los dos es institución humana proveniente de aquí abajo, sino fundación divina procedente de lo alto. Ambos oficios forman parte de los dones salvíficos de la nueva alianza...
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* Acerca de los dos verbos, cf. J.B. BAUER, Atar y desatar, en Diccionario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1967, col. 120-121, con bibliografía.
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20 Entonces advirtió severamente a sus discípulos que a nadie dijeran que él era el Mesías.

Los discípulos deben mantener oculto el misterio de la mesianidad de Jesús. Este misterio les fue revelado sólo como creyentes; así también tiene que suceder en todos los demás. Es el objetivo y el fin del camino de la fe, no es su principio. Primero es preciso entender las señales del tiempo, oír con prontitud la palabra, luego se da como fruto el misterio de Jesús. Eso también tiene validez hoy día...

b) Primer anuncio de la pasión (Mt/16/21-23).

21 Desde entonces comenzó Jesucristo a declarar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, que había de padecer mucho de parte de los ancianos y de los sumos sacerdotes y de los escribas, que sería llevado a la muerte, pero que al tercer día había de resucitar.

TENER-QUE Aquí están en un lugar destacado las palabras desde entonces. Ahora ha llegado el tiempo y la madurez para algo nuevo, para el misterio de la pasión. Hasta este momento no se ha hablado de ella. Jesús ha dejado entrever a los apóstoles persecuciones y ha remitido a su ejemplo. A ellos no les irá de otra manera que a él mismo (10,24s). Pero estas palabras podían permanecer obscuras, en ningún caso no tenían un contenido concreto. Ahora cambia la situación. Jesús habla con claridad y abiertamente de los acontecimientos que se aproximan. Al principio está el verbo tenía. Todo eso tiene que suceder así, porque está establecido en el orden de la salvación. El término "tenía" procede de Dios. Por así decir, no tiene Dios otro camino, ni siquiera puede dejar de exponer a su propio Hijo, sino que tiene que entregarlo. Es un "tener" divino, es una presión del amor, la cual nos infunde profundo respeto y nos impone un silencio admirativo. Se enumeran brevemente los acontecimientos más importantes. El lugar de la pasión será Jerusalén, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de Jerusalén (cf. Lc 13,33). Jerusalén es la notoria asesina de los profetas, y está madura para el castigo (cf. 23,29ss). Los ejecutores serán los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, los que forman el sanedrín, el supremo tribunal en Israel. El Mesías tendrá que sufrir mucho de parte de ellos, incluso la muerte. Pero Jesús resucitará al tercer día. Nos quedamos sorprendidos de que aquí se mencione la resurrección. El principio suena como una introducción cautelosa en el misterio de la pasión: "Comenzó Jesucristo a declarar a sus discípulos...", es decir, a hacerles advertencias e indicaciones. En esta primera introducción y sin hacer pausa alguna ¿les habló de su resurrección? Lo mismo da, porque la historia siguiente muestra que los discípulos oyeron las palabras, pero no las entendieron. Desde aquí empieza en el Evangelio una nueva sección, y al mismo tiempo una nueva tarea de la inteligencia. En estas palabras sobre la pasión se reconoce por primera vez el terror que causan y su contrasentido, si se tiene conocimiento de la mesianidad y de la filiación divina. ¿Cómo concuerdan las dos cosas? Ya era difícil la tarea realizada hasta el presente: reconocer en las señales, palabras y acciones la actuación divina y mesiánica; todavía será más difícil la tarea futura. Así lo muestra inmediatamente después la reacción de Pedro.

22 Pedro, llevándoselo aparte, se puso a reprenderlo, diciéndole: ¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa. 23 Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: Quítate de mi presencia, Satán; eres un escándalo para mí, porque no piensas a lo divino, sino a lo humano.

No contradice a lo precedente que Pedro aquí proteste tan enérgicamente y que sea reprendido todavía con más energía. Se trata de este nuevo grado de inteligencia, en el que se tiene que volver a empezar completamente por abajo y desde el principio. Eso debe expresarse por medio de la brusquedad de las expresiones. ¡Jamás, por ningún precio debe suceder algo semejante!, dice Pedro. Es el Mesías y el Hijo del Dios viviente, y ¿le ha de matar el sanedrín? Eso es inconcebible y no puede suceder. Así pensamos todos nosotros, si somos sinceros. Aquí está el escándalo, la necedad de la cruz, como dice san Pablo (1Cor 1,23). Jesús tiene que volverse contra Pedro. Es un pequeño pormenor, quizás intencionado. No es una conversación cara a cara ni frente a frente sino que ambos se dan mutuamente las espaldas. La pregunta y la contestación muestran esta distancia, los interlocutores están separados y piensan en distintos planos. Las palabras de Jesús suenan con una dureza increíble. Quítate de mi presencia, Satán; eres un tropiezo para mí. El tropiezo ocurre siempre en los límites, allí donde lo divino hace irrupción en lo humano. Si el hombre no se aparta de sí mismo y se queda en sus pensamientos, está separado de los pensamientos de Dios. Si el hombre se abre al malo, a Satán, el abismo se vuelve insuperable. Apártate de mí, ha dicho Jesús al seductor (cf. 4,10). Es la misma impugnación pero en un plano superior. Así como la tentación en el desierto está al principio de la actividad mesiánica, así esta conversación está al comienzo del camino de la pasión. No es fortuito, sino intencionado que Pedro sea el portavoz. No puede mostrarse con más vigor cómo los pensamientos de Dios están muy por encima de los pensamientos de los hombres, así como el cielo se aboveda muy por en cima de la tierra. "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos" (Is 55,8). Pedro y todos nosotros tenemos que empezar desde el principio y totalmente por abajo, para comprender fatigosamente algo de los pensamientos de Dios. Pero el Señor también es el guía para lograr esta comprensión, desde ahora en adelante somos instruidos y se nos introduce gradualmente en el misterio. Ya las próximas palabras hablan de él.

c) El seguimiento de Cristo (Mt/16/24-28).

24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.

Jesús había llamado en particular a los discípulos con la orden: "Sígueme." En esta palabras se fundó la solidaridad, la unión personal de los discípulos con él. En el sentido literal los discípulos le habían seguido a donde él iba, y habían compartido su vida. Este seguimiento exterior, la acción de ir literalmente en pos de él tiene que convertirse en seguimiento interior. El seguimiento interior requiere otras condiciones distintas del abandono de casa y hogar, familia y profesión. Es el estado del alma dispuesta para sufrir la pasión. Sólo entonces el seguimiento pasa a ser seguimiento en sentido propio, y se llega a ser verdadero discípulo.

Negarse a sí mismo significa no conocerse ya en cierto modo a sí mismo, renunciar a sí mismo. No es una renuncia con resignación, cansancio de vivir o con indiferencia, dado que en la propia vida ya no se encuentra ningún sentido, sino como libre acción dirigida hacia un objetivo, como renuncia de algo que tiene menos valor para lograr una cosa más elevada, tal como Jesús ha renunciado a sí mismo. Porque él "siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Flp 2,6-8).

La segunda condición es cargar con la cruz. Esta es una expresión para indicar que se está dispuesto a morir. El condenado tenía que llevar su cruz hasta el sitio de la ejecución. El que coge el madero y lo pone sobre sus hombros, ha aceptado su destino. Sabe que está condenado y que terminará en este madero. En esta expresión el tono principal está en la decisión, en la acción resuelta de coger el madero. El verdadero discípulo tiene que estar dispuesto a esta acción, si quiere seguir a su Maestro. Dado que es un modismo, no tiene que aludirse necesariamente a la disposición para sufrir la muerte física. La verdadera decisión que importa tomar, es la misma que en la negación de sí mismo. Las dos expresiones se complementan mutuamente y se refieren a lo mismo: la firme voluntad y resolución de renunciar a sí mismo y desasirse de sí, posiblemente -si tal fuera la voluntad de Dios- hasta la muerte real, hasta la renuncia de la vida corporal ¡Qué norma para seguir a Jesús!

25 Pues quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.

Se eligen dos nuevos vocablos opuestos entre sí, para expresar el mismo pensamiento: poner a salvo y perder. En último término se trata de las dos acciones, o de conservar, recoger y asegurar definitivamente la vida, o de perder; de la completa destrucción, de la vaciedad y falta de sentido. El hombre tiene ante sí las dos posibilidades. Uno de los caminos es el que conduce a la vida, y el otro el que conduce a la perdición (cf. 7,13s). Las palabras de Jesús suenan a modo de paradoja y difícilmente calan en nuestra vida. Aquí se habla desde un plano distinto y con una lógica distinta de la humana. Todos aspiran a poner a salvo su vida, a conservarla. Quien así procede, dice Jesús, en realidad la perderá. Consigue lo contrario de lo que quiere. Y viceversa, consigue la vida el que la había perdido, es decir el que había renunciado a ella. ¿Es un trueque misterioso? La verdad de estas palabras se muestra solamente a quien intenta vivir de ellas. Los discípulos ya las han oído antes en la gran instrucción dirigida a ellos (10,39). Aquí, en la nueva situación del camino de Jesús, se exige un nuevo grado de ejecución. Lo que allí estaba en el fragmento didáctico acerca de los discípulos, tiene que hacerse aquí en el camino hacia Jerusalén. La vida de todo discípulo conoce estos diferentes grados. A un conocimiento más profundo corresponde una exigencia superior en la vida, así como a la inversa una realización más profunda ofrece nueva comprensión.

26 Porque ¿qué provecho sacará un hombre con ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué dará un hombre a cambio de su vida?

¿Qué es lo que propiamente interesa? Tener la verdadera vida y no ser víctimas de la muerte, salvarse y no ser castigado eternamente. En relación con este objetivo de la vida humana todos los demás objetivos son de segundo orden. Más aún, si alguien pudiera llamar suyo al "mundo entero", no sacaría ningún provecho, si su vida quedara perdida. En la sentencia del juicio el hombre no puede sustituir la vida con nada como contrapeso ni pagar nada como precio de ella. No se trata del "alma" en oposición al cuerpo. El Antiguo Testamento y los contemporáneos de Jesús ven juntos el alma y el cuerpo. Hacen distinción entre el ser humano vivo o muerto. Lo que otorga valor al hombre, lo que le hace hombre, es la vida. Pero al concepto de vida contradice la realidad de la muerte. El hombre anhela tener siempre la vida, vivir eternamente. Eso ocurre por el poder y la misericordia de Dios. Dios puede asegurar la vida del hombre, incluso más allá de la muerte, otorgándosela de nuevo. Este versículo apunta a esta vida eterna, que procede de Dios y es revelación de su amor. Si el hombre se ha hecho indigno de esta vida, de ningún modo la puede conseguir. Es el bien más excelso, no se puede contrapesar con nada. Nuestro anhelo debe estar dirigido a conseguir esta verdadera vida. Jesús ha desechado todos los reinos del mundo "con su esplendor" (cf. 4,8), obedeciendo a Dios hasta la renuncia de su vida terrena.

27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno conforme a su conducta. 28 Os lo aseguro: Hay algunos de los aquí presentes que no experimentarán la muerte sin que vean al Hijo del hombre venir en su reino.

En el juicio se decide acerca de cada cual si obtiene la vida. El Hijo del hombre vendrá a juzgar en la gloria de su Padre. Sólo el creyente sabe que Jesús habla de sí mismo. ¿No podría ser otro el Hijo del hombre? ¿Cómo se debe pensar en su venida, cuando él ya está presente, y por cierto, como se dice a menudo con la misma expresión, "ha venido" (por ejemplo 9,13b)? La plenitud del tiempo ¿no sería aún la plenitud total que contiene la obra del Mesías, la definitiva manifestación de Dios en el mundo? Jesús habla con deliberación de una manera velada. Toca un ulterior misterio del orden de la salvación. Aquí es poco lo que llegamos a conocer sobre este misterio y tenemos que esperar hasta el capítulo 24. En este pasaje las palabras deben ayudar a comprender la pasión del discípulo. Recuerdan el juicio del cuaI tienen conocimiento todos los judíos creyentes. Allí se recompensa según el valor de cada uno. Se da la sentencia según como se haya vivido. Los unos alcanzan la vida, los otros incurren en la perdición. La obra o el hecho que puede llevarse a cabo con la mayor seguridad de la vida es la renuncia a la propia vida por amor de Jesús (cf. 16,25).

Es especialmente difícil de entender la segunda afirmación de Jesús. Dice que algunos de los que están aquí, es decir, de los presentes, no morirán hasta que vean venir al Hijo del hombre en su reino. La comprensión nos resultaría más fácil, si no se dijera que el Hijo del hombre viene. Entonces podríamos traducir "en su gloria real", y podríamos pensar en el tiempo posterior a la resurrección, cuando Jesús estará revestido de la gloria de Dios. Pero la venida se refiere a una única venida, la misma de la que se acaba de hablar, o sea la venida para el juicio (16,27). Estas palabras no logramos descifrarlas. Como 10,23 contienen la idea de que la conclusión de la historia está cerca y hay que esperarla pronto. Algunos contemporáneos la presenciarán, así como san Pablo al principio también pensaba que podría presenciar personalmente la segunda venida de Cristo (Cf. 1Tes 4,15; 1Cor 15,51; etc.). El Evangelio contiene misterios que no comprendemos. San Mateo respeta las palabras en su tenor, porque habían sido transmitidas. Es tan leal y fiel que no suprime nada ni da ninguna interpretación nueva. ¿O es que acaso contiene realmente el recuerdo de un tiempo en que el mismo Jesús creía que el reino consumado de Dios sobrevendría en breve, sería implantado por él en su calidad de Hijo del hombre? "En cuanto al día aquel y la hora, nadie lo sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre sólo" (24,36). Incluso estas palabras del Evangelio han de tomarse en serio. No podemos decir con seguridad si el mismo Jesús pensaba tal como indican las palabras de la llegada del Hijo del hombre (16,28). ¿Habría, pues, Dios llevado al Mesías despacio y gradualmente al conocimiento de su plan por medio del gran modelo del siervo paciente de Dios en el libro de Isaías, por medio de la creciente hostilidad de los jefes del pueblo y por medio de la exigua fe del pueblo? Jesús como verdadero hombre también tuvo que aprender de una manera humana y le tuvo que ser posible crecer en "sabiduría y estatura" (Lc 2,52). ¿Quizás para él sólo más tarde ha resplandecido la cruz como "poder de Dios y sabiduría de Dios" (lCor 1,24)?