CAPÍTULO 20


II. EL SEÑOR DE LA IGLESIA NACIENTE (20,01-26).

Jesús se revela en el templo como Señor de la Iglesia naciente. Tiene de Dios la autoridad (v. 1-8); la autoridad del consejo supremo llega a su fin (v. 9-19); la autoridad de Jesús no está en contradicción con el poder del emperador romano (v. 20-26).

1. AUTORIDAD DE JESÚS (Lc/20/01-08)

1 Uno de aquellos días, mientras él estaba enseñando al pueblo en el templo y anunciándole el Evangelio, se presentaron los sumos sacerdotes y los escribas, junto con los ancianos, 2 y le preguntaron: Dinos: ¿Con qué autoridad haces tú esas cosas? o ¿quién es el que te ha dado esa autoridad?

Jesús llena con su palabra el templo, del que ha tomado posesión. Su doctrina es anuncio de la buena nueva de la salvación, que ya se ha iniciado. «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (19.9). Con el anuncio de la buena nueva se da la salvación. Jesús aventaja a los doctores en Israel, que enseñan, pero no proclaman la salvación; supera a los profetas, que prometen la salud, pero no la traen ni la dan. ¿Quién es él, que se atreve a decir que en su predicación trae el cumplimiento de las grandes promesas de Dios? Cuando la suprema autoridad de los judíos -que está constituida por el sumo sacerdote en funciones y la aristocracia sacerdotal, los doctores de la ley y los ancianos del pueblo (la nobleza secular)- plantea a Jesús la pregunta sobre la autoridad, obra legítimamente. De la misma manera interroga a Juan Bautista (Jn 1,19ss) e interrogará más tarde a los discípulos de Jesús (Act 4,5ss). Jesús se presenta como doctor y maestro; pero nunca ha frecuentado la escuela de los doctores de la ley ni ha visto confirmada su formación y su ciencia mediante la imposición de las manos. Pasa ante el pueblo por profeta, pero formula reivindicaciones más altas que las de los profetas. En el fondo del problema de la autoridad late la cuestión de su mesianidad. El consejo supremo soslaya esta cuestión hasta que llega un momento en que ya no es posible soslayarla (22,70).

3 Él les respondió: Yo también os voy a hacer una pregunta; contestadme. 4 El bautismo de Juan ¿era del cielo o era de los hombres?

La disputa, tal como la practican los doctores judíos, está constituida por preguntas y contrapreguntas. Jesús no esquiva la pregunta del consejo supremo ni le discute el derecho de plantearle la cuestión de la autoridad. Con su contrapregunta no quiere hurtar el cuerpo ni forzar a sus adversarios a defenderse. Sólo quiere hacer recapacitar. Juan llamó a la conversión en el Jordán, bautizó y anunció la proximidad del reino de Dios. Con él se inauguró algo nuevo en Israel. Jesús reasumió la actividad del Bautista, aunque no bautizó (Jn 4,2), pero sí llamó a la conversión y proclamó la buena nueva del alborear de la salud. ¿Cómo enjuicia el consejo supremo la actitud de Juan, su misión y su proclamación? La respuesta a la pregunta sobre la autoridad del Bautista proyectará luz sobre la autoridad de Jesús. Al fin y al cabo, Juan preparó los caminos para Jesús.

5 Pero ellos razonaron entre sí, diciendo: Si respondemos: Del cielo, dirá ¿Por qué no creisteis en él? 6 Pero si respondemos: De los hombres, todo el pueblo nos va a apedrear, porque está convencido de que era un profeta. 7 Y respondieron que no sabían de dónde era.

Los sanedritas no buscan la verdad de Dios, sino que se buscan a sí mismos. Por eso no toman ninguna decisión. En cualquier decisión que tomaran, estarían perdidos. Si declaran divino el origen del bautismo de Juan, entonces tienen que creer, y consiguientemente perderse, entregándose a Dios; si en cambio lo declaran humano, entonces se ve amenazada su vida por el pueblo, que cree en la misión divina del Bautista y linchará a los incrédulos sanedritas como blasfemos. Ahora bien, si los sanedritas no están ya por la verdad de Dios ni la sostienen, ¿cómo pueden guiar al pueblo en nombre de Dios? Así pues, destruyen su propia autoridad.

8 Entonces Jesús les contestó: Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esas cosas.

Jesús les contesta que tampoco él les dirá con qué autoridad obra. La réplica de Jesús había sido una invitación a la conversión y a la fe en su proclamación de que ya había alboreado el tiempo de la salud, como lo había sido el bautismo de Juan. Se presenta a la memoria el camino desde el bautismo de Juan hasta aquí (Act 10.37 39). Este camino muestra que Dios está con él (Act 10,38). Los hombres del consejo supremo se niegan a reconocer que el Bautista había sido enviado para preparar el tiempo de salvación que se inaugura con Jesús; se niegan a reconocer que Dios está con Jesús; por eso no son tampoco capaces de comprender con qué autoridad enseña Jesús, anuncia la buena nueva y se presenta en el templo con autoridad. Jesús, sin embargo, da la respuesta al rehusarla. Pero el modo como la da muestra que no es aceptada por sus adversarios. El testimonio del Bautista, enviado de Dios, sobre Jesús no pierde en la Iglesia su actualidad. En él se compendia el testimonio del Antiguo Testamento. En la autoridad de Jesús se funda la convicción que tiene la Iglesia de ser el nuevo pueblo de Dios.

2. FIN DEL PODER DEL SANEDRÍN (Lc/20/09-19)

9 Comenzó luego a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, la arrendó a unos viñadores y se fue lejos a su tierra por largo tiempo.

Se produce la separación entre el pueblo y sus dirigentes, los hombres del consejo supremo. Jesús habla al pueblo; este pueblo de buena voluntad representa al pueblo de Dios del Antiguo Testamento; en él se esboza ya también el pueblo de Dios de la nueva alianza. Jesús asume su dirección. La viña vino a ser imagen de Israel a partir del profeta Isaías (Is 5,1ss; Jr 12,20; cf. Mt 20,1ss; 21,28ss). El hombre que planta la viña es Dios. El hombre arrienda la viña a unos viñadores. La tierra de la cuenca superior del Jordán, probablemente también la de la ribera septentrional y occidental del lago de Genesaret y gran parte de Galilea estaba formada por latifundios pertenecientes a hombres extraños al país. Éstos vivían en el extranjero, lejos de sus posesiones. Sus arrendatarios eran labradores del país. El propietario se va de viaje por largo tiempo y deja que los viñadores campen por sus respetos, pues les entrega toda su confianza. Los arrendatarios representan a los dirigentes del pueblo. El relato de la parábola indica la historia de Dios con su pueblo; ésta es una serie de rebeliones de los dirigentes responsables de Israel contra las exigencias formuladas por Dios a su pueblo.

10 A su tiempo envió un criado a sus viñadores, para que le dieran el fruto de la viña que le correspondía; pero los viñadores lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. 11 Volvió luego a mandarles otro criado; pero también a éste lo apalearon, lo llenaron de ultrajes y lo despidieron con las manos vacías. 12 Todavía volvió a mandar un tercero; pero también a éste lo hirieron y lo arrojaron fuera.

Según la ley, la renta se cobra el quinto año (Lev 19,25). El fruto de la viña no es sólo vino, pues en ella se plantan también con frecuencia árboles frutales y a veces también cereales. Los arrendatarios se comportan cada vez con mayor injusticia y bajeza. Los dos primeros criados son despedidos, el tercero es arrojado. El primero es apaleado, el segundo se ve además lleno de ultrajes, al tercero lo hirieron. En Galilea reinaban entre los arrendatarios sentimientos revolucionarios. El partido de los zelotas y los partisanos atizaban la resistencia de los labradores contra los propietarios extranjeros, tanto más que entre los latifundistas se contaban también algunos de los aborrecidos romanos. El propietario procede con una longanimidad sin límites, inconcebible. ¿Por qué se limita a enviar continuamente criados? ¿Por qué no recurre a la fuerza? La parábola se aparta de la realidad de la vida para pintar en forma llamativa la longanimidad de Dios. Los hombres no son así; Dios, sí. Tan magnánimo, tan deseoso de salvar a los hombres. Los criados significan los profetas enviados por Dios a los dirigentes del pueblo, las suertes de los criados significan las suertes de los profetas.

13 El dueño de la viña dijo entonces: ¿Qué voy a hacer? Les voy a mandar a mi hijo muy querido; quizá lo respetarán. 14 Cuando los viñadores lo vieron, deliberaron entre sí, diciéndose unos a otros: Éste es el heredero; vamos a matarlo, para que la heredad sea nuestra. 15a Y arrojándolo fuera de la viña, lo mataron.

Lo que se va a hacer ahora se prepara mediante una deliberación. Hay que enviar al propio hijo. Pero es el único, el hijo querido, el heredero... Se siente preocupación y temor... Sin embargo, la esperanza de que la brutalidad tenga también sus límites vence los temores. Quizá no se atrevan... En todo caso se trata de un empeño arriesgado. Esta última tentativa pondrá notablemente al descubierto la villanía de los arrendatarios. Aquí la parábola sigue apartándose de la realidad de la vida. El propietario, que sólo tiene un hijo, ¿cómo va a exponerlo al fanatismo de los arrendatarios? Aunque hubiera alguna esperanza de que respetarían a su hijo, no asumiría tal riesgo tras las tristes experiencias anteriores. Su duda -expresada por el «quizá»- hace pensar que se trata de algo inconcebible. Dios envió a aquel que es su Hijo (3,22), su Hijo único, el elegido (9,35). Lo que Dios hace por la salud de su pueblo es algo que rebasa todo obrar humano y capacidad humana de comprensión.

También los arrendatarios deliberan entre sí sobre lo que han de hacer cuando ven al hijo. Suponen que ha muerto el propietario y que el hijo viene para tomar posesión de la herencia. Si lo matan, será la viña un bien sin poseedor. Como ellos son los primeros ocupantes, podrán posesionarse de ella. Se asocian la legalidad y la bajeza, cosa que podrá sorprender, pero que también tiene lugar en la muerte de Jesús. Jesús es entregado a la muerte por los mismos que velan por el cumplimiento de la ley.

El hijo es arrojado fuera de la viña, y allí, fuera de la viña, se le da muerte. Aquí se inserta ya la interpretación en la parábola misma. A Jesús se le dio muerte fuera de la ciudad de Jerusalén (Jn 19,17; Heb 13,12ss). Jesús sabe lo que le aguarda. Hasta ahora sólo había hablado de su muerte a los apóstoles (18,31), ahora la predice, aunque velada bajo la forma de parábola, también delante del pueblo. Los hombres del consejo supremo serán los homicidas del Mesías, porque no quieren entregar el fruto de la viña esperado por Dios, que en la historia de la salvación ha aprovisionado y guiado a su pueblo y espera de él que reconozca al Mesías que les envía, que es su Hijo. Ellos niegan a Jesús este reconocimiento porque, egoístas, quieren tener para sí la viña y no quieren someterse al señorío de Jesús (Mc 15,10).

15b ¿Qué hará, por consiguiente, con ellos el dueño de la viña? 16 Volverá, acabará con aquellos viñadores y arrendará la viña a otros. Cuando ellos oyeron esto, dijeron: ¡No lo quiera Dios!

La paciencia y la longanimidad del propietario se han agotado. Jesús mismo anuncia la sentencia de castigo. Dios acabará con los titulares de la autoridad en el pueblo judío (Mt 23,30-33). El pueblo de Dios será traspasado a otros, a los nuevos pastores del pueblo de Dios renovado. El pueblo, que oye estas palabras de Jesús, está aterrorizado. Espantado rechaza la posibilidad de tal juicio de Dios. El consejo supremo gozaba de la estima del pueblo y era tratado por él con respeto. Todavía hubo de pasar largo tiempo antes de que el pueblo que seguía a Cristo abandonara las antiguas instituciones. La historia de la primitiva Iglesia da testimonio de ello (Act 1-15). La Iglesia naciente está todavía estrechamente ligada al orden social y religioso del judaísmo. Pedro, llevado delante del tribunal, interpela al consejo supremo con estas palabras: «Jefes del pueblo y ancianos» (Act 4,9).

17 Pero él, fijando en ellos los ojos, les dijo: ¿Qué significa, pues, aquello que está escrito: La piedra que desecharon los constructores, ésa vino a ser piedra angular?

Jesús comprende el espanto del pueblo, pero la cosa es como él ha dicho. El designio de Dios se mantiene. Lo que Jesús ha dicho en la parábola se ve confirmado por la palabra de la Escritura. El Salmo 118 (117), 22, con cuyo saludo de bendición clamó el pueblo a Jesús reconociéndolo como Mesías, habla de la piedra que desecharon los constructores, pero que vino a ser la piedra angular (*) de un nuevo edificio. Los miembros del consejo supremo se consideraban a sí mismos como los constructores de Jerusalén: «El edificador de Jerusalén es el gran sanedrín.» Jesús es la piedra. El consejo supremo lo reprueba y lo desecha como piedra inservible y lo entrega a la muerte. Dios lo resucita y lo exalta. Jesús es edificador y consumador de un nuevo edificio de Dios, que es la Iglesia (Mc 14,58). Los edificadores del pueblo de Dios no son los sanedritas, sino Jesús, mediante su muerte y su resurrección (Act 4,11).
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La interpretación oscila entre «clave de bóveda» y «piedra angular». Sobre la primera interpretación, cf. Testamento de Salomón 22,7: «Ahora estaba Jerusalén edificada, el templo acabado. Todavía había allí una gran piedra de bóveda; yo quería, al terminar la construcción del templo, utilizarla como remate, como clave de bóveda. Entonces se reunieron todos los constructores y todos los demonios que habían colaborado, y querían elevar esta piedra al pináculo del templo, pero no pudieron moverla de su sitio.» (J. JEREMÍAS).
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18 Todo el que caiga sobre esta piedra se hará añicos, y aquel sobre quien ella caiga, quedará aplastado.

El profeta dice de Dios: «ÉI será piedra de escándalo y piedra de tropiezo para las dos casas de Israel, lazo y red para los habitantes de Jerusalén. Y muchos de ellos tropezarán, caerán y serán quebrantados, y se enredarán en el lazo y quedarán cogidos» (Is 8,14s). Daniel habla de un reino que hará añicos a todos los demás reinos, mientras que él permanecerá eternamente (Dan 2,44s); este reino es representado por una piedra: «Eso es lo que significa la piedra que viste desprenderse del monte sin ayuda de mano, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro» (Dan 2,45). La piedra es Cristo. Cristo es objeto de decisión y de contradicción (2,34). De él parten la ruina y la salvación. Quien corre contra él, se desmenuza en él. Cuando vuelva como juez lo «hará añicos». Jesús reivindica la soberanía sobre Israel como Mesías, como Hijo del hombre, como Hijo de Dios (cf. 22,67ss).

19 Los escribas y los sumos sacerdotes intentaron echarle mano en aquel mismo momento, porque se habían dado cuenta de que por ellos había dicho esa parábola; pero tuvieron miedo al pueblo.

Los escribas y los altos dignatarios del sacerdocio -esta vez no se habla de la nobleza secular- ven en la parábola descubiertos sus manejos inspirados por el odio. Como se han cerrado herméticamente a la palabra de Jesús, se intensifica su odio. Sólo el miedo al pueblo les impide llegar al extremo. Una fisura atraviesa el judaísmo: el pueblo y sus dirigentes están divididos. El primer tiempo de la Iglesia se hallará bajo el mismo signo (Act 5,24s). ¿Cuánto tiempo podrá todavía el pueblo impedir que estalle el odio en los sanedritas? El pueblo no se hace cargo del alcance de lo que está sucediendo. Su respuesta a la parábola lo deja entrever.

3. EL PODER DEL CÉSAR (Lc/20/20-26) IMPUESTO/CESAR

20 Luego ellos se pusieron a acecharlo y le enviaron espías que fingieran ser hombres virtuosos, para sorprenderlo en alguna palabra, con el fin de entregarlo al poder y autoridad del procurador.

Los escribas y los sumos sacerdotes (20,19) están resueltos a acabar con Jesús. Esto debía llevarse a cabo a espaldas del pueblo. Hay que implicar a Jesús en un conflicto con la autoridad romana, representada por el procurador Poncio Pilato (26-36). Los sanedritas se mantienen ocultos y actúan por medio de espías que simulan querer cumplir escrupulosamente la ley. Se prepara ya el proceso de Jesús y también las dificultades, en medio de las cuales habrá de dar prueba de sí la Iglesia naciente.

21 Hiciéronle, pues, esta pregunta: Maestro, sabemos que hablas y enseñas con rectitud, y no aceptas las apariencias de una persona, sino que enseñas realmente el camino de Dios. ¿Nos es lícito pagar el impuesto al César: sí o no?

Los espías simulan hipócritamente un problema de conciencia. Se dirigen a Jesús como a doctor de la ley: «Maestro.» Encarecen su confianza en él: «Hablas y enseñas con rectitud.» Reconocen su objetividad insobornable: «No aceptas las apariencias de una persona», no tienes los menores miramientos con las autoridades políticas, no te dejas impresionar por temores o favores. Alaban su temor de Dios: Enseñas realmente el camino de Dios, la conducta moral exigida por Dios. Jesús es un maestro, tal como se describe a sí mismo el maestro de sabiduría: «Todos mis dichos son conformes a la justicia; nada hay en ellos de tortuoso y perverso. Todos son rectos para la persona inteligente y razonables para el que tiene la sabiduría» (Prov 8,8s).

En este terreno así preparado echan los espías su pregunta capciosa. El gobernador de Siria Quirinio llevó a cabo el año 6 d.C. un censo de la tributación y reorganizó los impuestos y aduanas en Palestina. Las contribuciones y las tarifas corresponden al emperador. La reacción en el país fue violenta. El partido ultranacionalista de los zelotas hizo un llamamiento, invitando a negarse a pagar los impuestos por motivos religiosos. Hay que oponer resistencia al dominio extranjero, porque Dios sólo está dispuesto a ayudar cuando los hombres hacen todo lo que está en su mano. Es posible que muchos se preguntaran incluso si el mero ceder pacientemente a la dominación extranjera no significa ya apostatar de Dios, si no reconoce la soberanía pagana sobre el pueblo de Dios quien paga los impuestos al emperador romano. Ahora bien, los que enviaban a los espías eran políticos realistas y no veían ningún motivo para hacer resistencia, y así pagaban los impuestos sin escrúpulos de conciencia.

23 Pero él, dándose cuenta de su astucia, les dijo: 24 Enseñadme un denario. ¿De quién es la figura y la inscripción que tiene? Ellos respondieran: Del César. 25 ÉI les dijo: Pues, por consiguiente, pagad lo del César al César. y lo de Dios a Dios.

Los manejos de los espías proceden de astucia, hipocresía (Mc 12,15) y malicia (Mt 22,18). Bajo las apariencias de una crisis de conciencia ponen a Jesús una trampa de la que creen que no podrá librarse. Precisamente en los días festivos -se acerca la pascua- se encendían las pasiones políticas. Las multitudes que han aclamado a Jesús, veían en el Mesías al libertador de la presión política (24,21). Los romanos vigilan lo que sucede. Comoquiera que responda Jesús a la pregunta que se le plantea como decisiva, su respuesta tiene que ser para él fatal. Si reconoce que es lícito pagar los impuestos, entonces está amenazado por el terror de los zelotas y se expone a verse abandonado por el pueblo; si dice que no es lícito, entonces tomará medidas contra él el gobernador. En todo caso, los que envían a los espías saldrán ganando.

A la pregunta no se da ninguna respuesta docta. Los adversarios mismos han cooperado para que se halle una solución. Jesús pide que le enseñen un denario, con lo cual se descubre ya que los escrupulosos consultantes llevan consigo denarios. La moneda de plata lleva en el anverso el busto del emperador Tiberio (14-27 d.C.), adornado con una guirnalda de laurel que indica su dignidad divina, acompañado de la siguiente inscripci6n: «Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto.» En el reverso aparece el ponfifex maximus y la imagen de la madre del emperador sentada en un trono de dioses, llevando en la derecha el cetro olímpico y en la izquierda un ramo de olivo, que la hace aparecer como encarnación terrena de la paz celestial. El espía, tan celoso de la ley lleva consigo esta moneda con todos los símbolos de la divinización del poder romano.

En el mundo antiguo grecorromano, como también en el judío, tiene vigor este principio: la zona de soberanía de un rey se extiende al área de validez de sus monedas. Quien acepta y utiliza una moneda reconoce la soberanía del que la ha mandado acuñar. Si los judíos utilizan la moneda del emperador, reconocen también su soberanía, y consiguientemente su deber de pagar impuestos. Así pues, ellos mismos han resuelto ya de antemano la cuestión que plantean a Jesús. Jesús saca la conclusión: «Pues, por consiguiente», pagad al César lo que le corresponde y a lo que tiene derecho, según como entonces se entendía el derecho. Se somete a la soberanía política del emperador. Tan pronto como pronuncia Jesús estas palabras, vuelven a quedar en segundo término. El gran tema de su predicación es la soberanía de Dios, la única preocupación de sus discípulos se formula así: «Buscad su reino» (12,31). En sus palabras y en sus obras está presente el reino de Dios. Sus adversarios preguntan con aparente preocupación por el honor de Dios y por la verdadera justicia: ¿Se puede pagar tributo al César? Pero se olvidan absolutamente de que Dios mismo está presente en aquel a quien interrogan y formula una exigencia mucho más importante y apremiante que aquella que de momento les preocupa. Pagad a Dios lo que es de Dios. Dios formula ahora en medio del mundo la reivindicación de su soberanía, que restringe también los derechos del Estado y los hace descender del primer puesto.

26 Y no pudieron sorprenderlo en palabra alguna delante del puebla, sino que, admirados por su respuesta, se callaron.

La red se había tendido en vano. Los que habían planteado la cuestión enmudecen. La respuesta es objeto de admiración. Lucas tomó esta discusión de Marcos, pero elaboró notoriamente el comienzo y el fin. Para él tenía importancia la pregunta, pues la Iglesia naciente se hallaba situada ante un dilema: confesión de la soberanía de Dios en Cristo o reconocimiento del Estado romano. Los judíos incrédulos intentan hacer sospechosos políticamente a los cristianos (Act 17,5; 18,12; 24,1). Los cristianos deben estar capacitados para instruir a las autoridades romanas sobre el verdadero estado de las cosas: como Jesús, se comportan con lealtad frente al Estado; su primero y gran objetivo es religioso.

III. VERDADES FUNDAMENTALES DE LA VIDA CRISTIANA (20,27-21,4) Jesús, después de haberse manifestado como Señor de la Iglesia naciente, inicia al pueblo, que le presta su adhesión, en las principales doctrinas que profesa el nuevo pueblo de Dios: en la verdad de la resurrección de los muertos (v. 27-40), en la confesión de la realeza de Jesús (v. 41-44), en la entrega a Dios (20,45-21,4).

1. RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS (/Lc/20/27-40)

27 Acercáronse luego algunos de los saduceos -quienes niegan que haya resurrección-, y le preguntaron: 28 Maestro, Moisés nos dejó escrito que, si un hermano muere teniendo mujer, pero sin hijos, otro hermano suyo debe tomar esa mujer, para dar sucesión al hermano difunto.

Los saduceos eran, más que un partido, un grupo aristocrático, político-religioso; entre ellos se contaban las ricas familias patricias y la nobleza sacerdotal; nunca pudieron ganarse al pueblo sencillo. En teología representan la tendencia conservadora, que no participó en la evolución de la religión judaica iniciada en el siglo II d.C. Sólo reconocen la Escritura y rechazan la «tradición de los mayores». Se distinguen marcadamente de los fariseos y demás partidarios de una religiosidad como la de los doctores de la ley, pues niegan la resurrección (Cf. también Hch 4, 1s; 23,6ss).

Jesús comparte con los fariseos y con el pueblo la convicción de que hay una resurrección de los muertos. Por eso quieren ponerlo en ridículo algunos de los saduceos. Quieren demostrar con la Escritura que es absurda la creencia en la resurrección. La ley del levirato reza así: «Cuando dos hermanos habitan uno junto al otro y uno de los dos muere sin dejar hijos, la mujer del muerto no se casará fuera con un extraño; su cuñado irá a ella y la tomará por mujer, y el primogénito que de ella tenga llevará el nombre del hermano muerto, para que su nombre no desaparezca de Israel» (Dt 25,5s). ¿Qué se deduce de esta ley respecto a la resurrección de los muertos?

29 Pues bien, eran siete hermanos: el primero tomó mujer y murió sin hijos. 30 Y el segundo 31 y el tercero la tomaron, y así también los siete, que no dejaron hijos y murieron. 32 Finalmente, murió también la mujer. 33 Ahora bien, esta mujer, en la resurrección, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.

La ley no cuenta con la resurrección de Ios muertos, pues al fin y al cabo no puede dar lugar a ese caso grotesco de que hablan los saduceos. Según la ley, en la que habla Dios, no puede haber resurrección. Pero también se puede entender mal la ley y abusar de ella. Su clave es Jesús: él y su palabra.

34 Y Jesús les contestó: Las hijos de este mundo se casan ellos, y ellas son dadas en matrimonio. 35 Pero los que logren ser dignos de aquel mundo y de la resurrección de los muertos, ni ellos se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio; 36 porque no pueden ya morir, pues serán semejantes a los ángeles, y son hijos de Dios, pues son hijos de la resurrección.

La creencia de los judíos en la resurrección suponía que los resucitados continuaban la vida de la tierra, aunque provista de todo en abundancia, de todo lo que uno puede desear. Un renombrado doctor de la ley decía: «Entonces (después de la resurrección) dará a luz la mujer todos los días»; el gozo de tener un niño será colmado con creces. Contra esta idea de la resurrección se dirige la argumentación de los saduceos. Jesús no comparte con los judíos esta creencia acerca de la resurrección. Quien resucite de entre los muertos no se casará ni (la mujer) será tomada por esposa. La vida de los resucitados no continúa la vida de la tierra.

Los resucitados no pertenecen ya a este mundo terreno, sino al nuevo y venidero. En la concepción de la historia de los autores apocalípticos se habla de dos eones, mundos o eras del mundo: de este mundo y del otro. A este mundo de la injusticia, de las tribulaciones, de la caducidad y de la corrupción del pecado sigue el futuro, sin fin, un mundo nuevo, del que estará desterrada la corrupción, expulsado el desenfreno, borrada la incredulidad, mientras que la justicia será practicada y en él tendrá su asiento la verdad. También el Nuevo Testamento utiliza esta concepción de la historia. Los hijos de este mundo están sujetos al pecado y a la caducidad; en cambio, los hombres que por elección de Dios y por su gracia pertenecen al otro mundo, reciben vida eterna y la resurrección de los muertos (*).

El matrimonio pertenece al mundo presente. En el mundo venidero no será ya necesario, puesto que en él tienen los hombres la facultad de no morir ya nunca. La procreación de los hombres es la que da sentido al matrimonio (Gén 1,28). Ahora bien, cuando los hombres sean inmortales, no habrá ya necesidad del matrimonio. La argumentación de los saduceos no da en el blanco. El matrimonio se acaba con el mundo presente.

Los hombres del mundo venidero son inmortales, porque son semejantes a los ángeles. Tienen el modo de ser de los ángeles. Éstos lo tienen porque son hijos de Dios. Los ángeles son designados en la Escritura como «hijos de Dios» (por ejemplo: Job 1,6; 2,1). Tienen participación en la gloria de Dios, en su poder y en su esplendor (Act 12,7). Los resucitados reciben la filiación divina (IJn 3,2; Rom 8,21), la gloria (Rom 8,18), un «cuerpo espiritual» (lCor 15,44). «Así también será la resurrección de los muertos: se siembra en corrupción, se resucita en incorrupción; se siembra en vileza, se resucita en gloria; se siembra en debilidad, se resucita en fortaleza; se siembra cuerpo puramente humano, se resucita cuerpo espiritual» (ICor 15,42ss).

Los resucitados tienen el poder de no volver a morir. Lo que los piadosos entre los griegos paganos de entonces anhelaban y esperaban alcanzar mediante los cultos mistéricos o mediante el conocimiento (gnosis), era una vida bienaventurada en un estado de deificación. que no estaba amenazado por la muerte. Pero no veían lo que era deseable en la resurrección de los cuerpos; en efecto, el cuerpo era sentido como una carga, como una cárcel y un sepulcro del alma. La resurrección no es sólo inmortalidad; los muertos resucitarán en un estado de incorruptibilidad, y nosotros «seremos transformados» (ICor 15,52): no sólo vivirá el alma, sino el hombre entero en cuerpo y alma.

El que resucita ha llegado a ser digno del mundo venidero. La resurrección es un don divino de gracia, inmerecido, como lo es el reino de Dios (2Tes 1.5). Pero no sólo resucitarán los elegidos y hechos dignos por Dios, sino todos, pecadores y justos. Pablo conoce esta esperanza de que habrá una resurrección de los justos y de los injustos (Act 24,15). Sólo para los justos redundará la resurrección en gloria (14,14). En la resurrección de éstos se piensa cuando se dice que son dignos del mundo venidero.
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Cf. Mt 12,32; Lc 16,8; 20,34: «este inundo»; Lc 20,35: «aquel mundo»; Mc 10,30; Lc 18,30: «mundo venidero»; Mt 12,32: «mundo futuro». No parece haber utilizado estos conceptos Jesús mismo.
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37 Y que los muertos resucitan, ya Moisés lo dio a entender en aquello de la zarza, cuando llama Señor al Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob; 38 él no es Dios de muertos, sino de vivos. porque para él todos viven.

También Jesús recurre, como los saduceos, a un texto de la Escritura en la discusión sobre el problema de la resurrección. En el relato de la zarza ardiente descubre Moisés a Dios como el que dice: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3,6). Dios se da a conocer a Moisés en primer lugar como al que habían venerado los patriarcas. Jesús comprende estas palabras de la Escritura en sentido más profundo. Al designarse Dios como el Dios de los patriarcas, quiere con ello decir que los patriarcas siguen venerándolo todavía como Dios. Viven, por tanto. pues de lo contrario no podrían venerarlo.

Dios es Dios de los vivos, porque para él todos viven, son hijos de la resurrección. También el que ha muerto, vive; el Dios de los vivos no se rodea de muertos. El hombre vive para Dios; su ser se cifra en estar destinado a servir y glorificar a Dios. Dado que Dios lo ha llamado así a la vida, por eso quiere también que viva. Con estas palabras no se da luz acerca de cómo vive el hombre tras la muerte y a pesar de la muerte, de cómo vive cn el período intermedio entre la muerte y la resurrección, de qué naturaleza será su inmortalidad: pervivencia, revivificación del cuerpo... Sólo se dice una cosa fundamental: para él todos viven; viven porque para él existen. Vive quien vive para Dios...

39 Entonces, algunos escribas le respondieron: Maestro, has hablado bien. 40 Por lo mismo, ya no se atrevían a preguntarle nada más.

Jesús es un Maestro que habla bien; los doctores de la ley le dan este testimonio. Los saduceos no osan ya hacer más preguntas; los doctores de la ley (fariseos) reconocen la sabiduría de su enseñanza. Jesús es un maestro ante el que se inclinan los maestros más consumados. Se presenta como el gran maestro ante el pueblo, ante la Iglesia. De él tiene la Iglesia la doctrina sobre la resurrección de los muertos. Esta doctrina distingue a cristianos y fariseos, a cristianos y saduceos, a cristianos y gentiles. La predicación cristiana anuncia el mensaje de «Jesús y la resurrección» (Act 17,18).

2. EL MESÍAS, HIJO DE DAVID (Lc/20/41-44)

41 Pero Jesús les preguntó: ¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David? 42 Porque David mismo dice en el libro de los Salmos: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra, 43 hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. 44 David, pues, lo llama Señor, y entonces ¿cómo puede ser hijo suyo?

Esta vez Jesús mismo pasa al ataque. El salmo 110, que se atribuye a David y se entiende del Mesías venidero, entraña un enigma. Las palabras de Dios referidas en el salmo («dijo el Señor») llama Señor de David al hijo de David (al Mesías). Es cosa que da qué pensar. El Mesías es hijo de David. Así lo predice y lo promete el Antiguo Testamento: «Brotará una vara del tronco de Jesé... Sobre él reposará el espíritu de Yahveh» (Is ll,ls). Por él ruega Israel: «Haz... que vuelva a surgir su rey, el hijo de David» (Salmos de Salomón 17,23). Como Hijo de David lo aclama el ciego de Jericó y lo confiesa por Mesías (18,38). ¿Está encerrado en este título todo lo que es el Mesías?

Las palabras enigmáticas del salmo lo llaman Señor de David. El Mesías aventaja a David. Es Señor de los señores (Ap 17,14). Dios mismo lo hace sentar a su diestra y le da participación en su dominio del mundo. Hace de sus enemigos el escabel en que se apoyan sus pies, le da la victoria y desbarata la contradicción que se le hace.

Pero utiliza esta imagen del Mesías en su predicación y, al mismo tiempo, la interpreta: «Séame permitido deciros resueltamente acerca del patriarca David que... siendo como era profeta, y sabiendo que Dios le había asegurado con juramento que un descendiente suyo se sentaría sobre su trono, previendo el futuro habló de la resurrección de Cristo... A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos de ello. Elevado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado lo que vosotros estáis viendo y oyendo. Porque David no ascendió a los cielos, y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Act 2,29-36; cf. 4,25ss). Al comienzo de la carta a los Romanos, Pablo confiesa, según un antiguo himno, que él es apóstol del Evangelio «que previamente había prometido Dios por medio de sus profetas, en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo -nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el espíritu santificador, a partir de su resurrección de entre los muertos-, Jesucristo nuestro Señor» (Rom 1,1-4). La Iglesia se basa en esta confesión de fe: «Jesucristo (Hijo de David) es Señor» (Flp 2,11).

3. LA VIUDA POBRE (Lc/20/45-21/04)

Palabras contra los fariseos y un breve relato acerca de una viuda pobre: ambas cosas forman marcado contraste. Se quiere mostrar en forma negativa y positiva la fundamental actitud religiosa y moral de la Iglesia naciente.

45 Dijo luego a los discípulos oyéndolo todo el pueblo: 46 Tened cuidado con los escribas, que se complacen en pasearse con amplias vestiduras, y les gusta acaparar los saludos en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; 47 que devoran las casas de las viudas mientras fingen entregarse a largos rezos. Éstos tendrán condenación más severa.

Los discípulos son interpelados ante el pueblo, el pueblo de Dios. Ellos han de ocupar el puesto de los doctores de la ley. Se ponen los fundamentos del nuevo pueblo de Dios. Los escribas son ambiciosos y codiciosos. Todo lo que debe basarse en espíritu religioso y en temor de Dios -indumentaria de oficio, servicio sinagogal- se utiliza para satisfacer las ansias ambiciosas de reconocimiento humano. Todo lo que debía practicarse en comunión de amor -el saludo y la mesa- sirve a la aspiración a ser los primeros. La codicia emponzoña lo que se hace como servicio y acto religioso. Los escribas, que están versados en el derecho, ofrecen su asesoramiento jurídico ante el tribunal a viudas, que sin marido están desamparadas jurídicamente (Ex 22,21); pero para ello aceptan presentes y de esta manera devoran las casas de esas pobres mujeres. El egoísmo sin freno de los doctores los extravía, induciéndolos a rechazar a Jesús, cuya existencia es la que da vida a los otros (Mc 10,45).

Los escribas serán objeto de condenación más severa que los otros hombres. Por su conocimiento de la ley conocen mejor la voluntad de Dios, y como maestros de justicia que son, son responsables de los otros. Dios los reprueba. Otros maestros ocuparán su puesto cuando se edifique el nuevo pueblo de Dios.