CAPÍTULO 03


III. PREPARACIÓN A LA ACTIVIDAD PUBLICA DE JESÚS (3,1-4,13)

Una vez más se ven contrapuestos Juan y Jesús. Juan lleva a cabo su misión (3,1-20); se muestra la preparación de Jesús para su obra (3,21-4,13); Jesús es hijo de Dios, nuevo Adán, que opta decididamente por la voluntad de Dios.

Aquí, como en la historia de la infancia, se muestra que Jesús sobrepuja a Juan, pero ahora se añade algo nuevo. Juan lleva a cabo la última preparación para el tiempo de la salud, que está en puertas, pero él no pertenece todavía a este tiempo. Jesús está equipado para realizar el tiempo de la salud. Juan concluye su obra, Jesús comienza la suya. La actividad de Juan se cierra según la exposición de Lucas antes del relato del bautismo de Jesús, con el que comienza la actividad pública de Jesús. Lucas preferirá volver una vez más sobre lo narrado, antes que ligar la actividad de Jesús y la de su precursor. Con Juan termina el tiempo del preanuncio y de la promesa, y con Jesús comienza el tiempo del cumplimiento.

1. EL BAUTlSTA (3,1-20).

a) El comienzo (Lc/03/01-06).

En una hora bien determinada de la historia del mundo, en una situación que reclama liberación, en una zona del gran imperio romano (3,1-2), comienza la preparación para el tiempo de la salud por Juan (3,3-6).

1 En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, 2a durante el sumo sacerdocio de Anás y de Caifás...

La historia de la salvación transcurre dentro del ámbito y del acontecer de este mundo, pero sin identificarse con lo que nosotros llamamos historia del mundo o historia universal. La aparición y actuación de Juan es el preludio inmediato del acontecimiento salvífico que se inicia con la venida del Mesías. Las indicaciones cronológicas se hacen en el estilo de la Biblia. Ahora comienza historia sagrada. Análogamente indica Oseas el tiempo en que recibió la palabra del Señor: «Palabra de Yahveh dirigida a Oseas, hijo de Beri, en tiempos de Ozías...» (Os 1,1).

El tiempo de la salvación comienza el año 15 del reinado del emperador romano Tiberio (14-37 d.C.), es decir, el año 28/29 de nuestra era. Entonces era Poncio Pilato procurador de Judea (26-36); Herodes Antipas, tetrarca de Galilea (4 a.C. 39 d.C.); su hermano Elipo, tetrarca de Iturea y de la Traconítide, que están situadas al norte y al este del lago de Genesaret (4 a.C. 34 d.C.). Lisanias era tetrarca de Abilene al noroeste de Damasco, en el Antilíbano (Lisanias murió entre el 28 y el 37 d.C.). Las indicaciones de Lucas se han visto confirmadas por inscripciones y por historiadores antiguos. Además de las autoridades civiles se indican también las religiosas: el sumo sacerdote en funciones José Caifás (18-36 d.C.), junto al que gozaba de gran prestigio su suegro Anás, que le había precedido en el cargo.

Si Lucas hubiese querido únicamente fijar el tiempo, un dato hubiera sido más que suficiente. El primero, que es el más claro y más determinado. ¿Por qué, pues, añade los otros? Con ellos se trata de presentar las condiciones políticas y religiosas, el ambiente espiritual en que se cumplen las promesas de Dios. Palestina está bajo dominio extranjero. El soberano del país es el emperador Tiberio, del que los historiadores romanos trazaron -con razón o sin ella- el retrato de un soberano desconfiado, cruel, amigo del placer (Cf. TÁCITO, Anales Vl, 51). La parte meridional del país, Judea y Samaria, es desde el año 6 a.C. provincia romana. El gobierno del procurador Poncio Pilato era, según el parecer de los judíos, inflexible y sin consideraciones; se le achaca venalidad, violencia, rapiña, malos tratos, vejaciones, continuadas ejecuciones sin sentencia judicial y una crueldad sin limites e intolerable (FLAVIO JOSEFO, Bellum Iudaicum II, 169-177; FILON, Leg. ad Gaium 299-305). Los soberanos de la casa de Herodes eran idumeos, soberanos por la gracia de Roma. Los dos sumos sacerdotes se dieron maña para conservar largos años su posición mediante ardides diplomáticos. Se comprende que se suspire por el rey de la casa de David. También Zacarías aguardaba la liberación de las manos de todos los que nos odian (1,71).

El ámbito geográfico que delimita Lucas con sus indicaciones es el campo de acción de Jesús. En éste se desarrolla la historia sagrada: en Galilea y en Judea, al norte del lago de Genesaret. El imperio romano se había anexionado más o menos rigurosamente estas regiones. Por su parte, Jesús no traspasará sino muy raras veces los límites de Palestina, pero su mensaje conquistará toda la gran extensión sujeta a la soberanía del emperador romano Tiberio. Los Hechos de los apóstoles describen la carrera victoriosa de la palabra de Dios que había comenzado en Palestina.

2b...la palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. 3 Y él fue por toda la región del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.

La palabra de Dios fue dirigida a Juan, como sucedía a los profetas del Antiguo Testamento. El Bautista reanuda la acción de los grandes enviados de Dios del tiempo anterior y enlaza con la tradición profética, no con la literatura apocalíptica soñadora y fantástica, con la sabiduría humanística, con los rigorismos legalistas farisaicos, con tradiciones teológicas rabínicas ni con esperanzas de reinados propias de ambientes zelotas. La palabra de Dios lo llama, le confiere su ministerio y es la fuerza que domina su vida. «Llegóme la palabra de Yahveh, que decía: Antes que te formara en las entrañas maternas te conocía... irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande... Mira que pongo en tu boca mis palabras. Hoy te doy sobre pueblos y reinos poder de destruir, arrancar, arruinar y asolar; de levantar, edificar y plantar» (Jer 1,4-10).

El campo de acción del Bautista es toda la zona del Jordán, la región de la depresión meridional del Jordán. En esta región es predicador itinerante. Su campo de acción es reducido; Jesús, en cambio, actuará en toda la región de Palestina. Los apóstoles llevarán más allá de este espacio, al mundo entero, la palabra de Dios. El ámbito de la palabra crece; ésta tiende a llenarlo todo...

Juan es pregonero; va por delante de su Señor y anuncia lo que va a suceder. El mensaje que él anuncia es el bautismo de conversión y perdón de los pecados. La conversión es el prerrequisito; con ella se vuelve el hombre hacia Dios, reconoce su realidad y su voluntad, se aparta de sus pecados y los reprueba; en esto consiste esencialmente la conversión y el arrepentimiento.

El bautismo, la inmersión en el Jordán, acompañada de una confesión de los pecados (Mc 1,5), sellará esta voluntad de conversión y al mismo tiempo otorgará el perdón de los pecados por Dios. Al que se convierte le da la certeza de que su conversión es valedera y es reconocida por Dios y consiguientemente tiene capacidad para salvar del juicio venidero. El que ha recibido el bautismo se halla pertrechado y preparado para formar parte del nuevo pueblo de Dios de los últimos tiempos. Desde luego, una cosa se requiere: que la conversión sea sincera y vaya acompañada de un cambio de vida. Lo que así anuncia Juan es algo nuevo y grande. Va a iniciarse lo que tanto se había esperado: Dios cumple sus promesas.

4 Como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas. 5 Todo barranco será rellenado, y todo montículo y colina serán rebajados; los caminos tortuosos se enderezarán y los escabrosos se nivelarán. 6 Porque toda carne ha de ver la salvación de Dios.

El profeta Isaías ve en una visión una espléndida procesión a través del desierto. Dios, el Señor, va en cabeza de su pueblo, que retorna en caravana de Babilonia a la patria. Una voz se levanta en el desierto por el que avanza la comitiva e invita a preparar un camino real. Esta palabra dirigida a los que regresan a la patria se entiende ahora en forma nueva. La voz del que clama en el desierto es Juan. El Señor -el Mesías- viene, y con él su pueblo. La preparación del camino se entiende en sentido religioso-moral; se llama a penitencia, conversión y retorno a Dios, bautismo de penitencia para el perdón de los pecados. Obra verdaderamente gigantesca: trazar un camino por el desierto; transformar los corazones. Toda carne ha de ver la salvación de Dios. El tiempo de la salvación está alboreando. Dios lo prepara para «toda carne», para todos los hombres. Va a cumplirse el anuncio profético de Simeón: Una «luz para iluminar las naciones» (2,32). El predicador de penitencia y conversión, el precursor Juan tiene una misión para todos los tiempos. Hay que preparar con penitencia un camino a la salvación del Señor.

b) Predicación del Bautista (Lc/03/07-17)

Juan predica. Como predicador de penitencia exhorta a la conversión (3,7-9): como predicador moral invita apremiantemente a la renovación de la vida (3,10-14), y como profeta anuncia al que va a venir (3,15-17). Su mensaje echa mano de los temas de los profetas: la conversión, la amenaza con la cólera de Dios, la urgencia de hacer obras y de llevar frutos de penitencia, la exhortación al comportamiento social, la destrucción de la seguridad de la salvación de Israel como pueblo y como nación, el anuncio del Mesías.

Predicación de penitencia (3,7-9).

7 Decía, pues, a las muchedumbres que acudían para que las bautizara: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir del inminente castigo? 8a A ver si dais frutos propios de conversión.

Al hombre se le hace difícil cambiar verdaderamente de vida. Para poder evitarlo recurre a ritos y ceremonias sagradas, se pone bajo la protección de una comunidad que pasa por santa, difiriendo la conversión para más tarde. A todas estas posibilidades cierra Juan la puerta. ¿Qué quedará, pues?

El recurso a ritos sagrados. Las gentes se dirigen en masa al desierto, quieren bautizarse, se dejan sumergir en las aguas, pero la cosa no pasa de ahí. Nada de pensar en cambiar de vida. Juan los increpa: ¡Raza de víboras, engendro del demonio! Su vida pone al descubierto que hacen las obras del demonio, el pecado; como le imitan, son sus hijos, su engendro.

Cosa buena es el bautismo, pero debe inducir a reformar la vida. Juan formula normas conocidas, fáciles de entender, pero difíciles de reducir a la práctica: «No puede pasar por justo el que encubre la obstinación de su vida y, siendo hijo de las tinieblas, (sólo) mira hacia el camino de la luz», como se dice en Qumrán (1QS III, 3). «La conversión y las buenas obras son como un escudo que protege de los castigos», dicen los rabinos (Aboth IV, 11).

Nadie puede escapar a la sentencia de condenación. «Es como quien huyendo del león diera con el oso; como quien al refugiarse en casa y poner su mano sobre la pared fuera mordido por la serpiente» (Am 5,19). Lo único que salva es la reforma de la vida, la nueva vida con nuevas obras.

8b No comencéis a decir en vuestro interior: Tenemos por pudre a Abraham. Os aseguro que poderoso es Dios para sacar de estas piedras hijos de Abraham.

Refugiarse en la seguridad nacional de la salvación, «en la santa comunidad de los elegidos»... El judío rehuye la reforma personal de la vida, fiándose de su descendencia de Abraham. Dice: «Un circunciso no va al infierno.» Aunque sea pecador, incrédulo y rebelde contra los mandamientos de Dios, se le dará el reino eterno, porque tiene por padre a Abraham. Al fin y al cabo, Dios no puede dejar de cumplir sus promesas a Abraham y a su descendencia... Cierto que Dios es fiel a sus promesas, pero ahora surge una nueva filiación de Abraham, que no depende de la comunidad de sangre, sino que es suscitada y creada por Dios. Dios puede sacar de las piedras del desierto hijos de Abraham. Estos tendrán los sentimientos que se esperan de los hijos de Abraham, éstos harán las obras que quiere Dios.

9 Ya está aplicada el hacha a la raíz de los árboles. Y todo árbol que no da fruto bueno será cortado y arrojado al fuego.

¡La conversión para más tarde! El tiempo apremia. La conversión no sufre dilación. El hacha ya está aplicada a la raíz del árbol, que va a ser cortado. De un momento a otro se levanta en el aire, se deja caer de golpe y... el árbol se derrumba. Juan anuncia que ya son inminentes la venida del Señor y el juicio.

El juicio es tiempo de recolección. En la recolección se recogen los frutos. El tiempo de recolección es tiempo de decisión. El árbol que no da frutos buenos se corta y se echa al fuego. El próximo juicio de Dios recogerá los frutos de la vida. El que no pueda aportar nada, incurrirá en sentencia de condenación, caerá en el fuego del infierno.

Predicación a las diferentes clases sociales (3,10-14).

10 Entonces la gente le preguntaba: Pues ¿qué tenemos que hacer? 11 Él les respondía: El que tenga dos túnicas dé una al que no la tiene; y el que tenga alimentos, haga otro tanto.

La verdadera conversión mueve siempre a hacer esta pregunta: Pues ¿qué tenemos que hacer? La predicación de san Pedro tocó los corazones de los oyentes, que decían: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» (Act 2,37). La pregunta por las obras es la que pone el sello al valor de la conversión.

Las obras en que se manifiesta la reforma de vida y la verdad de la conversión son las obras de sincero amor al prójimo, la partición con los demás de lo que se tiene. «El que tiene dos túnicas dé una al que no la tiene...» Juan no exige que se dé la única que se tiene. No exige a las multitudes que realicen sublimes actos de heroísmo, sino misericordia y amor al prójimo con obras, sentimientos sociales.

12 Llegaron también unos publicanos para bautizarse y le preguntaron: Maestro, ¿qué tenemos que hacer? 13 Él les contestó: No exijáis más de lo que tenéis señalado.

Los publicanos (*) encarnan codicia y avidez de poseer, falta de honradez, traición al propio pueblo, estando como estaban con frecuencia al servicio de un régimen extranjero. Tampoco ellos están excluidos del camino de la salvación, no están borrados. Toman en serio la invitación a la penitencia y están dispuestos a cambiar de vida. Con esto se ha logrado lo principal.

Juan no les exige que renuncien a la profesión de publicanos. Deben renunciar a enriquecerse fraudulentamente. El derecho les permite exigir un determinado suplemento sobre el tipo de impuestos prescrito por el Estado. Por eso les dice Juan: «No exijáis más de lo que tenéis señalado.» Jesús procederá más tarde de manera análoga con el publicano Zaqueo. A pesar de las murmuraciones de los judíos entró en casa de éste rico jefe de publicanos. Zaqueo mismo quiere restituir lo que ha adquirido con fraude y quiere repartir sus bienes con los pobres. Jesús le dice: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa; pues también éste es hijo de Abraham» (19,1-10).
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Los publicanos o cobradores de tributos, pero no eran funcionarios del Estado, sino simples particulares a quienes se cedía en arrendamiento este servicio o empleados de éstos. Nota del traductor.
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14 También unos soldados le preguntaron: Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer? Y les respondió: No hagáis extorsión a nadie ni lo denunciéis falsamente; sino contentaos con vuestra paga.

Los soldados son probablemente mercenarios del ejército de Herodes Antipas. A los judíos les estaba prohibido el servicio militar. Por eso estos mercenarios serían gentiles. La eficacia de la predicación del Precursor va más allá de los límites del judaísmo... La pregunta de los soldados presupone extrañeza. Y nosotros ¿qué...? Pero toda estrechez se ha superado. «Toda carne ha de ver la salvación de Dios.»

Los pecados propios de la profesión de los soldados son robo con violencia, extorsión con falsas denuncias, abuso de la fuerza. La raíz de tal proceder está en la codicia. Hay que dar de mano a los excesos. En lugar del ansia de enriquecerse hay que contentarse con la paga.

A pesar de la inminencia del severo juicio, no se exige nada extraordinario. No hay que cambiar la profesión: ni siquiera la profesión de soldado o de publicano. También Pablo proclama a pesar de la proximidad del tiempo final: «Por lo demás, que cada uno viva según la condición que el Señor le asignó, cada cual como era cuando Dios le llamó. Esto es lo que prescribo en todas las Iglesias» (1Cor 7,17). Tampoco se exigen especiales prácticas ascéticas: no se exige entrar en la secta de Qumrán, ni formar parte de la comunidad de los fariseos, ni adoptar la rigurosa ascética del Bautista (Mc 1,6). Juan sigue la predicación profética: «¿Con qué me presentaré yo ante Yahveh y me postraré ante el Dios de lo alto? ¿Vendré a él con holocaustos, con becerros primales? ¿Se agradará Yahveh de los miles de carneros y de las miríadas de arroyos de aceite? ¿Daré mis primogénitos por mis prevaricaciones, y el fruto de mis entrañas por los pecados de mi alma? ¡Oh hombre! Bien te ha sido declarado lo que es bueno y lo que de ti pide Yahveh: hacer justicia, amar el bien, humillarte en la presencia de tu Dios» (Miq 6,6-8).

Proclamación mesiánica (3,15-17).

15 Como el pueblo estaba en expectación, porque todos pensaban en su corazón acerca de Juan si no sería el Mesías...

La predicación del Bautista hace crecer en el pueblo la expectación de la próxima venida del Mesías. Se va extendiendo la idea de si Juan será el Mesías. En ciertos ambientes se presentaba al Bautista como el salvador enviado por Dios (Cf. Jn 1,6-8.15.19ss). La historia de la infancia ha puesto ya deliberadamente a Juan y a Jesús en la debida relación querida por Dios. Juan es grande, pero Jesús es el mayor, Juan es profeta y preparador del camino, pero Jesús es el Hijo de Dios y el que reina en el trono de David para siempre.

16 Juan declaró ante todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de las sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Jesús es el más fuerte. Juan se reconoce indigno de prestar a Jesús el más humilde servicio de esclavos. Los esclavos debían soltar al amo las correas de las sandalias; una persona libre tenía esto por indigno de su condición. ¿Quién es Juan al lado de Jesús? El gran Bautista reconoce la grandeza de Jesús.

La fuerza de Jesús se manifiesta en su obra. Juan bautiza sólo con agua; Jesús, en cambio, con Espíritu Santo y fuego. El Mesías da el Espíritu Santo prometido para los últimos tiempos, y lo da con la mayor profusión a los que están prontos a convertirse; en cambio, a los que no quieren convertirse les aporta el fuego, el fuego del juicio. Jesús ejecuta la sentencia de salvación o de condenación.

Juan bautiza solamente con agua. Su obra es preparación para los acontecimientos escatológicos; ella misma no es acontecimiento escatológico.

17 Tiene el bieldo en la mano para limpiar su era y para recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará en fuego que no se apaga.

Jesús es el juez del fin de los tiempos. El labrador de Palestina lanza con una pala contra el viento el trigo que después de trillado está mezclado con la paja en la era. El grano, que pesa más, cae al suelo, mientras que la paja es llevada por el viento. Así limpia la era, separando el trigo de la paja para recogerlo después en el granero. La paja se quema. El Mesías viene a juzgar, separa a los buenos y a los malos, lleva los buenos al reino de Dios y entrega los malos al fuego inextinguible de la condenación. Tiene ya el bieldo en la mano. Este «ahora» del tiempo final hace que el anuncio de Juan descuelle por encima de todos los anuncios de los profetas.

c) Fin del Bautista (Lc/03/18-20)

18 Con estas y otras exhortaciones anunciaba el Evangelio al pueblo.

El relato de la actividad de Juan contiene sólo una parte de ésta. Las exhortaciones de Juan son buena nueva, Evangelio. Juan es mensajero de gozo, que anuncia la suspirada salvación de los últimos tiempos. Por esto es su mensaje de gozo. Lo que Jesús anuncia y trae no es perdición, sino salvación. También la predicación de penitencia de Juan está al servicio de la salvación, y por esto es Evangelio, buena nueva. La historia de Juan es comienzo del Evangelio (Cf. Mc 1,1; Hch 10,36s).

19 Pero Herodes, el tetrarca, a quien Juan reprendía por lo de Herodías, la mujer de su hermano, y por todas las maldades que había cometido, 20 a todas ellas añadió también ésta: que encerró a Juan en la cárcel.

Juan no silenció la palabra de juicio de Dios ni siquiera ante el poderoso señor de la región. Herodes Antigas no observa las leyes del matrimonio, comete crímenes y es asesino de profetas (cf. Mc 6,17s).

El Bautista recapitula en su obra y en su suerte lo que hicieron y sufrieron los profetas, y lo sobrepasa. Está situado en la inmediata proximidad del gran día del juicio y de la salvación.

Con su cautiverio queda suspendida la acción del Bautista. La voz que clama en el desierto enmudece en la fortaleza de Maqueronte. La época de las predicciones y de las promesas llega a su fin, y comienza la época de la realización. Entre el Bautista y Jesús hay una profunda fisura en la historia de la salvación: «La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia el Evangelio del reino de Dios» (16,16). «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo» (Act 1,5; 11,16). En la Iglesia no debe enmudecer la voz de Juan, puesto que prepara la venida de Jesús, que todavía ha de manifestarse al fin de los tiempos.

2. PREPARACIÓN DE JESÚS PARA SU MISIÓN (3,21-4,13).

a) Bautismo de Jesús (Lc/03/21-22)

21 Mientras se bautizaba todo el pueblo y Jesús, ya bautizado, estaba en oración, se abrió el cielo, 22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado (*).
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En Lc es doble la tradición del texto de la voz del cielo; 1) como en Mc y Mt: «Tú eres mi Hijo amado; en ti me he complacido»; o bien: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido» (Mt 3,17; cf. Is 42,1); 2) v. supra, conforme a Sal 2,7. Parece ser que se ha acomodado el texto de Lc a Mt-Mc.
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El bautismo de Jesús sólo se menciona de paso; se halla en segundo término. La proclamación divina que glorifica a Jesús ocupa el primer plano del relato. Dios se manifiesta después del bautismo, pero este hecho va precedido de una triple humillación. Jesús es uno del pueblo, uno de tantos que acude a bautizarse; se ha convertido en uno cualquiera. Jesús recibe el bautismo de conversión y penitencia para el perdón de los pecados como uno de tantos pecadores. Ora como oran los hombres que tienen necesidad de ayuda. El bautismo de penitencia y la plegaria preparan para la recepción del Espíritu. Pedro dice: «Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Act 2,38). El padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan (Lc 11,13). El Espíritu Santo es enviado y opera mientras se ora.

La triple humillación va seguida de una triple exaltación. El cielo se abre sobre Jesús. Se espera que en el tiempo final se abra el cielo que hasta ahora estaba cerrado: «¡Oh si rasgaras los cielos y bajaras, haciendo estremecer las montañas!» (Is 64,1). Jesús es, el Mesías. En él viene Dios. Él mismo es el lugar de la manifestación de Dios en la tierra, el Betel neotestamentario (cf. Jn l,51), donde se abrió la puerta del cielo y Dios se hizo presente a Jacob (Gén 28,17).

El Espíritu Santo descendió sobre Jesús. Vino en forma corporal, en forma de paloma. Según Lucas, el acontecimiento del Jordán es un hecho que se puede observar. La paloma desempeña gran papel en el pensamiento religioso. El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas cuando comenzó la obra de la creación. La imagen de esta representación la ofrecía la paloma que se posa sobre sus crías. La voz de Dios se comparaba con el arrullo de la paloma. Si se buscaba un símbolo del alma, elemento vivificante del hombre, se recurría a la imagen de la paloma, considerada también como símbolo de la sabiduría. De ahora en adelante, el Espíritu de Dios hace en Jesús la obra mesiánica, que causa nueva creación, revelación, vida y sabiduría.

Jesús, como engendrado por el Espíritu, posee el Espíritu (1,35). Lo recibirá del Padre cuando sea elevado a la diestra de Dios (Act 2,33), y ahora lo recibe también. El Espíritu no se da a Jesús gradualmente, pero las diferentes etapas de su vida desarrollan cada vez más la posesión del Espíritu. Dios es quien determina este desarrollo.

La voz de Dios declara a Jesús, Hijo de Dios. Como es engendrado por Dios, por eso es ya su Hijo (1,32.35). Después de su resurrección se le proclama solemnemente como tal: «Dios ha resucitado a Jesús, como ya estaba escrito en el salmo segundo: Hijo mío eres tú; hoy te he engendrado» (Act 13,33). La voz del cielo clama aplicando a Jesús este mismo salmo que canta al Mesías como rey y sacerdote. En el «hoy» de la hora de la salvación lo da Dios a la humanidad como rey y sacerdote mesiánico. A esta hora miraban los tiempos pasados, a ella volvemos nosotros los ojos.

b) El nuevo Adán (Lc/03/23-28)

23 Tenía Jesús, al comenzar, como unos treinta años y era, según se creía, hijo de José...

Jesús estaba equipado mesiánicamente desde lo alto, pero también desde abajo estaba pertrechado con todo lo que humanamente lo capacitaba para su misión. Al comienzo de su actividad pública tenía unos treinta años. A los treinta años estaba el sacerdote capacitado para el ministerio (Núm 4,3); a esa edad fue elegido José en Egipto para su alta misión (Gén 41,46); David fue elevado al trono (2Sam 5,4), Ezequiel recibió la vocación profética (Ez 1,1). Cuando comenzó Jesús su ministerio, que abarca la realeza, el sacerdocio y el profetismo, había alcanzado la plenitud de la edad requerida. Había pasado ya el tiempo del crecimiento y del fortalecimiento.

Para el alto ministerio que asume Jesús se requiere un origen legítimo y un auténtico árbol genealógico. Esto lo recibe de José, su padre legal. José no es el padre natural, sino que como tal era tenido por la opinión pública. El misterio de la concepción virginal permanecía oculto. Dios da a Jesús todo lo que necesita para que los hombres no puedan hallar en él motivo justificado de escándalo.

24 ...hijo de Elí, hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melquí, hijo de Janay, hijo de José, 25 hijo de Matatías, hijo de Amós, hijo de Naúm, hijo de Eslí, hijo de Nagay, 26 hijo de Maat, hijo de Matatías, hijo de Seméin, hijo de Josec, hijo de Yodá. 27 hijo de Joanán, hijo de Resá, hijo de Zorobabel, hijo de Salatiel, hijo de Nerí, 28 hijo de Melquí, hijo de Adí, hijo de Cosam, hijo de Elmadam, hijo de Er, hijo de Jesús, hijo de Eliezer, hijo de Jorim, hijo de Matat, hijo de Leví, 30 hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de Jonam, hijo de Eliaquím, 31 hijo de Meltá, hijo de Mená, hijo de Matatá, hijo de Natam, hijo de David, 32 hijo de Jesé, hijo de Jobed, hijo de Booz, hijo de Sala, hijo de Naasón, 33 hijo de Aminabad, hijo de Admín, hijo de Arní, hijo de Esrom, hijo de Farés, hijo de Judá, 34 hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, hijo de Taré, hijo de Nacor, 35 hijo de Seruc, hijo de Ragáu, hijo de Falek, hijo de Éber, hijo de Sala, 36 hijo de Cainam, hijo de Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec, 37 hijo de Matusalém, hijo de Henoc, hijo de Jéret, hijo de Maleleel, hijo de Cainam, 38 hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios.

Lucas no dio la clave para la mejor inteligencia de la tabla genealógica, como lo había hecho Mateo con su observación de las tres series de catorce generaciones cada una (1,16), pero él también la utiliza para formular aserciones soteriológicas sobre Cristo. El árbol genealógico de Lucas no se remonta sólo hasta Abraham, como en Mateo, sino que continúa hasta Adán y su creaci6n por Dios. Jesús es el Mesías de los judíos, pero también el Salvador del mundo. Está en relación, no sólo con David y Abraham, sino también con Adán. Por él se cumplen las promesas hechas a Abraham y a David; en él son bendecidos todos los pueblos. Él es el rey Mesías, cuyo reino no tiene fin, pero también el padre y patriarca de la nueva humanidad (Cf. Rm 5,14-21; 1Cor 15,22.45-49).

El árbol genealógico de Lucas es incompleto, como lo es también el de Mateo. Ahora bien, ¿por qué se hizo precisamente esta selección que se registra en el árbol genealógico? La tabla genealógica de Lucas contiene once veces siete miembros: tres veces siete van de Jesús a Zorobabel; tres veces siete, de Salatiel a David; dos veces siete, de David a Isaac, y tres veces siete, de Abraham hasta Adán. Los períodos están separados por etapas importantes de la historia de la salvación: la cautividad de Babilonia, la monarquía, la elección, la creación. Jesús es cumplimiento y meta de la historia de nuestra salud.

Los jefes de los once grupos son: Dios, Henoc, Sala, Abraham, Admin, David, José, Jesús, Salatiel, Matatías, José. Según el esquema del apocalipsis de las «doce semanas» (*), el tiempo final comienza con la duodécima semana del mundo. Jesús comienza el tiempo final. Aunque estas explicaciones puedan parecernos a nosotros un juego ocioso, los antiguos veían expresadas en ellas verdades profundas. A nosotros nos importa el enunciado de la verdad no el camino por el que se llegó a él.
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Desde el siglo II a.C. se comenzó en algunos ambientes a calcular el «fin», es decir, la fecha del comienzo de la época mesiánica. A este objeto algunos dividieron en períodos el curso de la historia. 4Esd (que fue escrito después de la destrucción de Jerusalén el año 70): «EI mundo ha perdido ciertamente su juventud; los tiempos se aproximan a la vejez. La historia del mundo esta ciertamente dividida en doce partes; ha llegado hasta la décima y hasta la mitad de esta décima. Quedan todavía dos después de la mitad de esta décima parte».