La higuera estéril
En el Evangelio de Lucas 13, 6-9,
se habla de la higuera que año tras año no daba fruto a pesar de los cuidados
que le prodigaba su dueño.
La higuera representa a aquel que
permanece improductivo (Jeremías 8, 13) de cara a Dios. El Señor nos ha
colocado en el mejor lugar, donde podemos dar frutos según las propias
condiciones y gracias recibidas, y hemos sido objeto de los mayores cuidados
del más experto viñador desde el mismo momento de nuestra concepción: Nos dio
un Ángel Custodio para que nos protegiera, la gracia inmensa del Bautismo, se
nos dio Él mismo como alimento en la Sagrada Comunión, incontables gracias y
favores del Espíritu Santo. Sin embargo es posible que el Señor encuentre en
nuestra vida pocos frutos, y a pesar de todo, vuelve una y otra vez con nuevos
cuidados: Es la paciencia de Dios (2 Pedro 3, 9). El Señor no da nunca a nadie
por perdido, confía en nosotros, aunque no siempre hayamos respondido a sus
esperanzas.
Cada persona tiene una vocación
particular, y toda vida que no responde a ese designio divino se pierde. El
Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas,
aunque nunca podrá haber paridad entre lo que damos y lo que recibimos. Sin
embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de
amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho. Examinemos en nuestra
oración: si tuviéramos que presentarnos ahora delante de Dios, ¿nos
encontraríamos alegres, con las manos llenas de frutos para ofrecer a nuestro
Padre? Aprovechemos hoy para hacer propósitos firmes. "Dios nos concede quizá
un año más para servirle. No pienses en cinco, ni en dos. Fíjate sólo en éste:
en uno, en el que hemos comenzado..." (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de
Dios), en el que está por terminar.
Dios quiere de nosotros no apariencias de frutos, sino realidades que
permanecerán más allá de este mundo: personas que hemos acercado a la
Confesión, horas de trabajo terminadas con hondura profesional y rectitud de
intención, pequeñas mortificaciones, vencimientos en el estado de ánimo,
orden, alegría, pequeños servicios a los demás. También invoquemos la
paciencia divina que el Señor ha tenido con nosotros, para otras personas que
quizá, con una constancia de años, pretendemos que se acerquen a Jesús.
Nuestra Madre nos alcanzará la gracia abundante que necesita nuestra alma para
dar más frutos y la que precisan nuestros familiares y amigos para que
aceleren el paso hacia su Hijo, que los espera.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre