CARTA DE SAN JUDAS


ALOIS STÖGER


Introducción

LEGÍTIMA DEFENSA DE UNA COMUNIDAD AMENAZADA

1. El autor de la breve carta de Judas no era por naturaleza un polemista. Quería aplicar toda su atención a escribir sobre la salvación común (v. 3). Le interesaba la meditación, la condensación de los conocimientos religiosos en pequeñas unidades estimulantes. No es casual que, en su carta, todo esté ordenado en tríadas. Los bienes de la salvación son: misericordia, paz y caridad (v. 2); los grandes valores religiosos del cristiano: la oración en el Espíritu Santo, la perseverancia en el amor de Dios, la misericordia de nuestro señor Jesucristo (v. 20s); se concibe la eternidad como pasado, presente y futuro infinitos (v. 25); el Dios uno es trino (v. 20); en la generación del desierto, la caída de los ángeles y la destrucción de Sodoma y Gomorra se dan juicios amonestadores de condenación (v. 5-7); Caín, Balaam y Coré son figuras bíblicas de falsos maestros (v. 11). Este hombre, con su amor y su alegría por el «sagrado» patrimonio de la fe, se encontró frente a los maestros del error, los gnósticos. Los últimos estudios sobre la gnosis muestran su fuerza fascinadora y su acción disolvente cuando puede desplegarse en el seno de la comunidad cristiana. La carta de Judas resume el peligro en tres frases notables: «Manchan la carne, desprecian la dignidad del Señor, insultan las glorias» (v. 8). Lo santo ya no es considerado como tal. Las palabras de la profesión de fe recibida se desvirtúan, separando sutilmente las palabras (v. 19). Se usan mal algunas expresiones difíciles de la teología paulina (psíquicos) (v. 19; cf. 2Pe 3,16). Se pone en ridículo a los creyentes sencillos («escarnecedores»; v. 18).

2. En los contrarios había, junto con la falsedad de su doctrina, un extravío de las costumbres. Decían: todo está permitido; el pecado que se produce en la carne no toca al espíritu, antes bien, ofrece ocasión de hacer aparecer la grandeza y el esplendor de la gracia de Dios (cf. Rom 6,1). Se separan rigurosamente Dios y el mundo, el espíritu y la materia, el alma y el cuerpo. Así se explica el tono violento con que Judas condena la conducta moral de los falsos maestros. Se les reprocha, sobre todo, su codicia y su lujuria. En su «abandonarse a la libertad» no se preocupan por la ley moral. Llevan una vida desenfrenada e invierten el sentido de la «vida nueva» en Cristo. Esta postura se expone a la luz y se amenaza con el castigo de Dios, para causar un santo temor en los creyentes y servir a la verdad.

La carta de Judas es uno de los primeros documentos de una serie de escritos polémicos que luchan contra la gnosis no tanto con una confrontación y refutación cuanto repudiándola severamente. Probablemente con este método servía mejor a sus lectores. Esto sólo se entiende plenamente si se tienen en cuenta los grandes males que amenazaban la existencia de las comunidades. Se trataba de todo. Sin embargo, el autor de la carta no era un hombre que buscase la polémica. Su preocupación es la pastoral. Nuestra carta no fue escrita para grandes teólogos, sino para cristianos sencillos que debían enfrentarse a los gnósticos. Amor pastoral se desprende de la instrucción que se da a los fieles sobre la forma de tratar a los que están en el error. No se abandona ni siquiera a los inaccesibles; también para ellos se pide amor pastoral (v. 22s).

3. La gnosis destruye la profesión de fe de la Iglesia. Quien quiera seguir siendo cristiano debe retener la verdad de fe recibida como patrimonio «sagrado» e intocable, dado de una vez para siempre, al que no se puede quitar ni añadir nada. La carta de Judas reconoce el gran valor del patrimonio de fe confiado a la Iglesia, que no es una filosofía ni una mitología, sino la tradición que el Cristo histórico ha confiado a sus apóstoles para que la conserven y la expliquen fielmente (cf. lTim 6,20; 2Tim 1,12.14). Así se condena todo cambio humano de la revelación dada por Dios a los hombres. El hombre debe aceptar en obediencia lo que Dios ha dicho y hecho y la forma en que lo ha dicho y hecho. Sólo quien ha renunciado a sí mismo puede tomar esta decisión.

Judas acusa a los maestros del error de ser ateos. Lo son, no porque no acepten ningún ser divino, sino porque no se inclinan ante Dios que se revela en la verdad de la fe. Aceptar con fe la manifestación de Dios no es un mero asentir intelectual a un conjunto de ideas, sino una entrega al Dios viviente que se manifiesta a los hombres mediante su actuación histórica. Sólo en esta obediencia a la fe sale el cristiano de su egocentrismo y llega a la verdadera entrega a Dios que es el fin de lo religioso. Si se reprocha a los maestros del error repetidas veces su lujuria y su codicia, esto quiere decir que no se han elevado por encima de su yo y por tanto no han sido capaces de llevar a cabo una verdadera entrega a Dios. Sólo reconocer humildemente la fe, tal como nos ha llegado, puede dirigir, proteger y robustecer la vida cristiana.

ENCABEZAMIENTO (1-2)

En dos sentencias bimembres, siguiendo la fórmula tradicional de encabezamiento del Nuevo Testamento, se menciona el remitente y el destinatario (v. 1); sigue una bendición con tres deseos (v. 2).

1. REMITENTE (v. 1a).

1a Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago...

El autor se presenta como Judas, siervo de Jesucristo. Es apóstol de Cristo; por eso ya no se pertenece; pertenece a Jesucristo; se ha puesto a su servicio y a su disposición. Así se expresa la grandeza y la pequeñez del apóstol. Se presenta con autoridad suma, pero habla sólo en servicio de Jesús y con la autoridad de éste. Escuchando al apóstol se escucha a Jesucristo, que le ha enviado. «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha, y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia» (Lc 10,16). Judas es hermano de Santiago. Con esto quiere presentarse como hermano del «hermano del Señor» 1, muy estimado en la Iglesia, que dirigía la Iglesia de Jerusalén 2, En los catálogos apostólicos del evangelista Lucas aparece un «Judas de Santiago» (Lc 6,16; Act 1,13). En Marcos y Mateo no aparece; se menciona a Tadeo (Mt 10,3; Mc 3,18). Desde los primeros tiempos se identifica a «Judas de Santiago» con Tadeo; sería, pues, uno del círculo de los doce. El autor habla con doble autoridad: como apóstol y como pariente de Jesús. Esta es la intención del encabezamiento.

Santiago, el hermano del Señor, sufrió martirio el año 62 después de Cristo. Judas quiere continuar en esta carta la labor apostólica de su hermano. Con la triple denominación: Judas, hermano de Santiago, apóstol de Cristo, debe quedar claro que hay que recibir la carta con respeto. Detrás del autor está la Iglesia primitiva de Jerusalén, los doce apóstoles y el mismo Jesucristo. La carta de Judas quiere ser testimonio de la tradición que, a través de la Iglesia y de los testigos mediatos e inmediatos, se remonta a Jesucristo.
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1. Cf. Mc 6,3; 15,40; Lc 24,10; 1Cor 15,7.
2. Cf. Hch 12,17; 15,13; 21,18; Ga 1,19; 2,9.
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2. DESTINATARIOS (v. 1b).

1b a los llamados, amados en Dios Padre y guardados por Jesucristo.

La carta está escrita a los llamados; vale para todos los cristianos; es una «carta cató1ica». Va dirigida a todos nosotros. Nosotros somos los llamados y escogidos por Dios de entre los hombres 4. Dios ha tenido la iniciativa al escogernos y llamarnos a ser cristianos. Él es quien ha puesto los cimientos de la obra de nuestra salvación.

Lo que movió a Dios a llamarnos fue su amor. «Dios nos libertó y llamó con su santa vocación, no por nuestras obras, sino por su beneplácito y por la gracia que nos ha sido otorgada en Jesucristo antes de todos los siglos» (2Tim 1,9). Los cristianos son los amados de Dios. Desde la eternidad ha dirigido hacia ellos su amor y éste les protege continuamente. Como cristianos, estamos rodeados y protegidos por el amor paterno de Dios. Es la atmósfera en que vivimos y debemos vivir.

El fin de la vocación es guardarnos para Jesucristo. En orden a Cristo nos ha dado Dios su amor y nos ha llamado. Nos ha escogido para que obedezcamos a Jesucristo y nos ha predestinado para hacernos conformes a la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos 5. Él ha empezado en nosotros la obra salvadora: guardar incólumes y sin mancha nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo para la venida de nuestro señor Jesucristo (lTes 5,23), para trasladarnos al reino de su Hijo amado.

Lo decisivo de la obra salvadora ya lo ha hecho Dios. Ha dirigido hacia nosotros su amor y sigue amándonos; ha empezado a guardarnos para la plenitud y continúa guardándonos. Lo que Dios ha hecho ya en nosotros por Jesucristo nos da seguridad plena de que llevará a término lo que ha empezado. Nuestra vida está en tensión entre la donación del amor, hecha por Dios Padre desde la eternidad y el guardarnos para Jesucristo en el acontecer escatológico, entre el comienzo creador del Padre y la plenitud, obra de Cristo. Estamos, pues, doblemente cobijados.

La salvación se atribuye unas veces a Dios Padre y otras, a Jesucristo. Es obra del Padre y, por tanto, obra del Hijo. Porque Dios actúa en Jesucristo y por Jesucristo. En él se funda nuestra confianza en Dios. En él tenemos todas las riquezas, porque plugo al Padre hacer habitar en él toda la plenitud de Dios. Ya en una frase tan sucinta podemos entrever algo de esta riqueza.
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4. Cf. Rom 1,6; 8,28; ICor 1,24; IP 1,1; 2Pe 1,10; Ap 17,14.
5. Cf. 1P 1,2; Rm 8,29; Col 1,18; Flp 3,21.

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3. BENDICIóN (v. 2).

2 Que abunden en vosotros misericordia, paz y amor.

Misericordia, paz y caridad son bienes que Dios da a los fieles. Judas reúne estos tres dones en forma original; designan la gran realidad de que habla la carta, realidad que es fundamental para el cristiano. La donación gratuita del Padre se manifiesta, ante todo, como misericordia. Nos ha elegido y llamado sin ningún mérito nuestro. Ha borrado los pecados y cancelado la culpa. Seguimos necesitando continuamente su misericordia, porque seguimos faltando siempre. La pedimos en cada padrenuestro; la esperamos, con confianza, en el juicio...

El don divino es también paz. La paz, que cada uno recibe y experimenta en sí mismo, es una participación en la «gran» paz que Dios ha firmado con el mundo mediante la obra reconciliadora de su Hijo. Cuando la culpa ha sido perdonada, estamos en paz. Todos han de llegar a ser partícipes de esta paz; por eso se nos desea con abundancia, con riqueza desbordante.

Pero el don mayor es el amor, pues es Dios mismo, se desborda de su corazón sobre el nuestro. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Es la prenda poderosa de nuestra esperanza, el don de la plenitud ya «mientras peregrinamos», porque el amor permanece, mientras todo lo demás pasa.

La salvación nos ha sido ya dada, pero debe crecer continuamente. Es vida que pide desplegarse y fructificar. El crecimiento de la misericordia, de la paz y de la caridad proviene de Dios. El objetivo primero y más profundo de nuestro deseo y de nuestra oración es el aumento de estos bienes. ¡Que se nos dé abundancia de misericordia, paz y amor!

TEXTO DE LA CARTA (v. 3-23)

La intención de Judas era escribir sobre nuestra salvación común; habiéndose introducido en la Iglesia falsos maestros, se ve obligado a hacérselo notar a los fieles (v. 3-16); después les instruye sobre la forma de comportarse ante esa amenaza para la Iglesia (v. 17-23).

I. INTROMISIÓN DE LOS FALSOS MAESTROS (v. 03-16).

En la Iglesia se han introducido falsos maestros (v. 3-4). Pertenecían a la Iglesia, pero ahora van hacia la perdición (v. 5-7). Se saca a la luz su actuación (v. 8-13) y se los amenaza con la perdición en el juicio futuro (v. 14-16).

1. PELIGRO LATENTE (V. 34).

a) El cristiano, en situación de combate (v. 3).

3 Amados, cuando quería aplicar toda mi atención a escribiros sobre nuestra salvación común, me veo en la necesidad de hacerlo alentándoos a que luchéis por la fe transmitida a los santos una vez para siempre.

La exhortación del apóstol procede del amor. Exhorta a los cristianos porque los ama. Los ama porque los cristianos son «amados» de Dios, que los ha elegido, de los demás cristianos, sus hermanos. El amor es el clima de la existencia y de la vida cristianas. A Judas y a la Iglesia los apremia anunciar la salvación que Dios nos ha preparado. La salvación es la liberación de todo lo que oprime al hombre: liberación de la enfermedad, de la miseria, de la culpa y de la muerte. Dios «enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no existirá ya, ni llanto, ni lamentos ni trabajos existirán ya; porque lo anterior ya pasó» (Ap 21,4). Salvación es todo lo que hace feliz al hombre. Da «misericordia, paz y amor» y permite participar en todo lo que Dios dio a su Hijo cuando le ensalzó y le glorificó: resurrección, transfiguración del cuerpo, vida eterna y señorío eterno. «Acerca de esta salvación indagaron y escudriñaron los profetas, que predicaron la gracia a vosotros destinada. Ellos investigaban a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que estaba en ellos y que testificaba de antemano los padecimientos reservados a Cristo y la gloria que a ellos seguiría» (1P 1,10s). El hombre religioso anhela sumergirse en esa salvación y contemplarla; es el gran anhelo de su espíritu.

La salvación nos es común. Dios, en su gracia, quiere salvar a todos los hombres, dar la salvación al «mundo» y renovar toda la creación 6. Su plenitud empezará cuando llegue «la nueva tierra y el nuevo cielo». La predicación cristiana es el mensaje de la salvación del mundo, que, inicialmente, se hizo real en Cristo y llegará a su plenitud al final de los tiempos. Nuestra concepción del cristianismo sería inexacta si no quisiéramos ver en el más que una proclamación de obligaciones morales, una sabiduría o una concepción filosófica del mundo. El cristianismo ofrece la salvación que ha sido dada en Jesucristo y que puede salvar a todo el hombre, en el presente y en el futuro.

Judas quiso escribir una meditación sobre la salvación, pero tuvo que redactar una carta contra los falsos maestros. Valdría la pena aplicar toda la diligencia en ahondar en el camino salvador de Dios. Pero contra la proclamación de la verdad se alza la propagación del error. La Iglesia de este mundo no puede ser sólo Iglesia contemplativa; debe ser Iglesia combatiente. La entrada en el reino de Dios, el servicio apostólico, la vida cristiana exigen, sobre todo, lucha, no buscada, pero que se impone 7.

El campo en que hay que sostener la batalla es, ante todo, el de la fe, dada una vez para siempre, el de la verdad de fe recibida, el del tesoro precioso de la revelación de Dios. Este alto patrimonio ha sido entregado a los santos. Los santos son los cristianos. Dios los ha separado de los demás hombres, los ha librado del pecado, ha hecho de ellos hombres nuevos, los ha puesto a su servicio. Por la fe y por el bautismo forman el «nuevo Israel», al que Dios ha dado los privilegios que había prometido al antiguo Israel. Entre éstos se encuentra el de que su pueblo sea un pueblo santo 8. No sólo el bautismo convirtió y convierte a los cristianos en santos; también lo hace la fe en la verdad recibida, porque la santidad procede de la obediencia a la verdad 9.

TRADICION/FE La Iglesia recibe el patrimonio de la fe por tradición. La Iglesia recibe como verdadero lo que desde el principio transmitieron los testigos inmediatos y servidores de la palabra (Lc 1,2). Pablo transmite además lo que él ha recibido 10. Lo que un testigo de la tradición ha recibido de otro debe confiarlo a hombres fieles «los cuales, a su vez, estarán capacitados para enseñarlo a otros» (2Tim 2,2). No podemos buscarnos nuestros maestros; sólo en la cadena ininterrumpida de la tradición tenemos la seguridad de oír realmente lo que Dios ha dicho.

El depósito recibido de la fe lleva este sello: «una vez para siempre». Dios ha hablado una vez. La tradición creada por los hombres no tiene validez (Col 2,8) La Iglesia no puede añadir ni quitar nada a la verdad recibida. Toda la revelación está contenida en lo que ha sido transmitido, porque con Jesucristo la revelación llegó a su plenitud. «En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas en tiempos pasados. Ahora, en estos días postreros, nos ha hablado por medio del Hijo» (/Hb/01/01s). El que en la Iglesia enseña algo nuevo peca contra la verdad; no reconoce que la revelación divina está cerrada, ni que la garantía de la verdad radica en la transmisión fiel e ininterrumpida. En medio de la confusión de ideas, que se llaman todas «cristianas», en medio de los numerosos intentos de entender el cristianismo en forma nueva y moderna, la fe, entregada una vez para siempre, constituye el fundamento seguro sobre el que se puede construir; con ella hay que medir todo lo nuevo.
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6. Cf. 1Tm 2,4; Jn 3,17; 12,47; Rm 8,19-22.
7. Cf. Lc 13,24; Col 1,29; 2Tm 4,1ss; 1Co 9,25; Ef 6,10-17.
8. Cf. Ex 19,6.
9. Cf. 1P 1,22; Hch 15,9; Jn 13,10.
10. Cf. ICor 15,3;11,23.
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b) Nuevos apóstoles (v. 4).

4 Se han filtrado algunos hombres, ya desde antiguo señalados para este juicio, impíos que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan al único dueño y señor nuestro Jesucristo.

La verdad de la fe está amenazada. Los nuevos apóstoles y maestros no fueron «llamados». Su trabajo es anónimo («algunos hombres»), se han infiltrado, vienen como ladrones. No están autorizados públicamente en la comunidad. Quien quiere enseñar en la Iglesia, debe justificar su misión.

Pero Dios protege su revelación. Quien no habla por encargo suyo, sino que se infiltra como ladrón entre los maestros de la Iglesia, incurre en el juicio divino. Dios ha emitido de antemano en la Sagrada Escritura su veredicto sobre los falsos maestros. Están señalados para el juicio a que se alude en los versículos siguientes (v. 5-7). Como impíos, les alcanza el veredicto de Dios sobre los impíos. Su condenación está determinada de antemano. No está determinado que sean impíos, sino que, porque son impíos, están destinados al juicio de condenación.

El núcleo de la frase lo constituye la palabra impíos. Quien anuncia como revelación de Dios lo que se opone a la verdad transmitida de la fe es un impío, porque no respeta la revelación que Dios ha hecho de sí mismo. No es Dios quien está en el centro de su vida, sino él mismo. No habla en nombre y por encargo de Dios, sino en nombre propio. Su vida es una negación práctica de Dios. Puesto que su vida fue sin Dios, su fin será también ser rechazado de la faz de Dios. La fe es obediencia y respeto a Dios, que se revela, y al depósito de la fe, que contiene esta revelación.

Los falsos maestros, cuya intromisión desenmascara Judas, convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje. ¡Qué desviación! Toman el perdón benévolo de Dios como ocasión de desenfreno sexual. Seguramente pensaban: «Hemos de permanecer en el pecado, para que la gracia sea copiosa» (Rom 6,1). «Tenemos el favor de Dios; lo que hagamos desde el punto de vista sexual no puede arrebatarnos ese favor.» «Somos perfectos y tenemos el Espíritu; la carne no puede dañar al Espíritu, porque éste es más fuerte que la carne.» Su pasión ha trastocado e invertido la verdad.

La gracia que Dios nos da no nos autoriza al desenfreno, sino que nos obliga a una nueva vida, que esté de acuerdo con la gracia. El bautismo ha eliminado la culpa y nos ha procurado el favor y la gloria de Dios; por eso exige una vida que esté de acuerdo con la pureza radiante de ese nuevo comienzo. «Considerad que estáis realmente muertos al pecado y que vivís ya para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6,11).

Con el libertinaje, se niega prácticamente a Jesucristo como «único dueño y Señor». El que obra movido por la lujuria niega con sus acciones que Jesucristo sea el único Señor, aunque de palabra lo profese. Jesús ha adquirido derecho de propiedad sobre nosotros 11. El lujurioso abusa de lo que es propiedad de Cristo. El respeto al único Señor y dueño, Jesucristo, debe poner freno a nuestra pasión. Como Señor divino, Jesús debe guiar todas nuestras fuerzas y capacidades. Como Señor fuerte, da fuerza para que tomemos por las riendas nuestros apetitos desordenados.
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11. Cf. 2P 2,1; 1P 1,18.
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2. INCURREN EN EL JUICIO DE CONDENACIÓN (v. 5-7).

Los falsos maestros vivían convencidos de que estaban salvos, de que su salvación estaba asegurada por el bautismo y de que la vida moral no tenía importancia. Contra esto, Judas, con tres ejemplos del Antiguo Testamento (cf. Eclo 16,5-10), muestra que la salvación que el cristiano ha recibido en el bautismo solamente está asegurada para siempre, incluso en el día del juicio, cuando el cristiano permanece fiel en su profesión de fe y lleva una vida moral de acuerdo con tal profesión, reconociendo el señorío de Cristo.

a) La muerte en el desierto (v. 5).

5a Quiero recordaros a vosotros, que lo habéis aprendido todo de una vez para siempre...

El que profesa la verdad de fe transmitida a la Iglesia conoce, de una vez para siempre, todo lo relativo a la revelación y a la salvación. No necesita recibir nuevas verdades de fe de los falsos maestros. El que quiera anunciar algo nuevo peca contra el principio fundamental de que la fe ha sido dada una vez para siempre. Este principio es, al mismo tiempo, una pregunta que se nos dirige a nosotros: ¿Sé yo, de una vez para siempre, todo lo relativo a la verdad de fe recibida? Las palabras afirmativas de la carta: que sus lectores lo saben todo, pueden ser una fórmula de cortesía exigida por el estilo de la carta. Pero se puede decir, sin exagerar, que la Iglesia nos entrega, a los fieles, todo lo que necesitamos.

Para la vida cristiana es decisivo que las verdades de fe tengan actualidad y determinen la acción en cada momento. Por eso el principio fundamental de toda enseñanza religiosa suena así: «Quiero recordaros.» En la Sagrada Escritura se nos recuerdan las grandes obras de Dios para la salvación del hombre 12. Igualmente, la predicación de la Iglesia quiere recordar a los fieles el acontecimiento divino 13. La celebración de la eucaristía es «memorial» de toda la obra salvadora de Jesús: «Haced esto en memoria mía» (lCor 11,24). La acción de Dios en la historia debe seguir siendo siempre actual en la Iglesia, pues igual que ha obrado en el pasado obra ahora y continuará obrando en el futuro 14.
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12. Cf. Rom 15,4; 1Co 10,11.
13. Cf. 2P 1,12; 2Tm 2,8.14; Tt 3,1.
14. Cf. 2P 1,12.13; 3,1s; Dt 15,15; Lc 24,S; Jnl2,16; 14,26; Ron 15,15.
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5b... que el Señor, después de salvar de Egipto al pueblo, hizo perecer luego a los que no creyeron.

La acción salvadora del Antiguo Testamento es la liberación de Israel de Egipto. ¿Quedó el pueblo de Israel, de una vez para siempre, definitivamente, en posesión de la salvación después de su salida de Egipto? ¡En modo alguno! Dios (el Señor) exigió a su pueblo, en el desierto, una prueba de fe, antes de entrar en el país prometido. El que no dio prueba de su fe, sino que, incrédulo, murmuró contra Dios, hubo de perecer en el desierto 15. Una vez salvó Dios al pueblo: cuando le sacó de Egipto y éste le seguía; la segunda vez le dejó perecer, porque fue desobediente y no creyó. La primera liberación no garantizaba la segunda. El bautismo no está unido necesariamente con la salvación en el juicio. En la vida cristiana hay dos acontecimientos decisivos: la primera salvación en el bautismo y la segunda en el juicio. Entre ambas está la perseverancia fiel en el caminar hacia la vida eterna. Sólo quien conserve su fe y cumpla la voluntad de Dios se salvará definitivamente.
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15.Cf. Nm 11,33; 14,26-35; cf. 1Co 10,5.
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b) La caída de los ángeles (v. 6). 

6 Y a los ángeles que no conservaron su primacía, sino que abandonaron su propia morada, los tiene guardados para el juicio del gran día con cadenas eternas bajo tinieblas.

Dios dio a los ángeles gran dignidad; tienen poder y son príncipes celestiales. Pero una parte de ellos abandonaron sus moradas en las regiones del cielo. ¿Por qué? Judas presupone que la culpa de los ángeles es conocida (v. 7). Sus indicaciones permiten adivinar que al imaginarse la caída de los ángeles utiliza un libro, profundo, sí, pero que no pertenece a la Sagrada Escritura: el libro de Henoc (cap. 6s). El autor de nuestra carta lee y usa algunos pasajes oscuros del Antiguo Testamento en un sentido que intenta superar su oscuridad. La Escritura contiene numerosos pasajes que son difíciles de entender y suscitan problemas que Dios no ha querido resolver y que también la Iglesia deja sin respuesta.

BI/INTERPRETACION: El libro de la creación (Gén 6,2) narra: «Vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas y las tomaron por mujeres, a su gusto.» El libro de Henoc 16 y otros escritos contemporáneos identifican a «los hijos de Dios» con los ángeles; dejaron el cielo, se unieron a mujeres terrestres y engendraron con ellas a los gigantes. Como castigo de este pecado, según esta interpretación, los ángeles caídos fueron sepultados en el seno tenebroso de la tierra, entre rocas agudas, y tenidos en custodia hasta el día del juicio final. En él recibirán su castigo definitivo, que se cumplirá en un inmenso abismo de fuego. Incluso después de la carta de Judas, el castigo de los ángeles caídos es sólo pasajero; sólo será definitivo en el juicio final del último día. La interpretación de Gén 6,2-4 que aquí se presupone es un intento de exégesis condicionado por la época. No era, ni mucho menos, la intención de Judas dar una solución definitiva al problema que se esconde en este pasaje. Hay interpretaciones de la Sagrada Escritura que están condicionadas por la época y no pueden ser emitidas como solución definitiva de los misterios.

Es importante, ante todo, la exhortación que brota de este ejemplo. Dios dio a los ángeles bienes señoriales; ¿estaba definitivamente asegurado ese don? También ellos debían perseverar. Los ángeles abandonaron sus moradas, el cielo, renegaron de Dios e incurrieron, por eso, en la perdición. Nadie puede alardear de los bienes que no ha hecho más que recibir. El que se desvía, camina hacia la perdición. El abuso de la libertad encontrará su castigo. «El que se sienta seguro, tenga cuidado de no caer» (lCor 10,12).
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16. Cf. 6s; 9,4s; 12,4,
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c) El exterminio de Sodoma y Gomorra (v. 7).

7 Como Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas, que lo mismo que ellos se prostituyeron y marcharon tras carne ajena, quedan como ejemplo suFriendo el castigo de un fuego eterno.

El exterminio de Sodoma y Gomorra y de las ciudades circunvecinas, Adma y Seboím 17, es un juicio de condenación de Dios al que se alude a menudo en la Escritura 18. No se puede olvidar lo que allí sucedió. Se nos han de recordar continuamente las acciones de Dios y sus juicios.

El pecado de estas ciudades fue de lujuria 19 contra la naturaleza. Se prostituyeron y marcharon tras carne ajena, como los ángeles. Nuestra carta interpreta la narración veterotestamentaria en el sentido de que el peor delito de estas ciudades lujuriosas consistió en que los habitantes de ellas quisieron poner sus manos sobre los dos ángeles que habían ido como huéspedes a casa de Lot. Los ángeles se habían prostituido con mujeres terrestres, los hombres querían prostituirse con ángeles. Las ciudades pecadoras son hasta la actualidad un ejemplo estremecedor del castigo divino 20. Donde una vez, en un paisaje esplendoroso, estaban estas ciudades que brillaban por su riqueza, se extiende hoy el mar Muerto. «En testimonio de su perversidad, una tierra desolada está todavía humeando; los arbustos dan fruto que no madura» (Sab 10,7). La gloria dada por Dios no asegura aún la salvación duradera, sino que exige la perseverancia.

La redención eleva a los hombres a una altura insospechada. El pueblo del Señor es liberado mediante una redención maravillosa. Los ángeles poseen primacía, Sodoma y Gomorra se glorían de su riqueza y de su esplendor. Somos un pueblo salvado, propiedad del Señor, participamos en el señorío de Cristo y la gracia de Dios sobreabunda en nosotros. ¿Podemos pensar que estamos ciertos de poseer la salvación para siempre y que ya no tenemos que esforzarnos más? Si utilizamos mal la gracia de Dios, si hacemos de ella un pretexto para la maldad, si no seguimos la conciencia iluminada por el Espíritu Santo, la condenación nos alcanzará, aunque hayamos poseído la gracia.

La condenación que amenaza y que se inflige en el juicio es perdición, destrucción, segunda muerte 21, destierro eterno en las tinieblas, fuego eterno. Estas imágenes, que describen los castigos divinos con palabras y formas de concebir humanas e insuficientes, permiten sospechar la grandeza de la desgracia. Todas las expresiones ponen en primer plano lo irrevocable de la decisión: aniquilación, infinitud, eternidad. También el hombre redimido se encuentra entre la salvación y el juicio. En su revelación Dios se nos aparece como Dios de amor, que nos salva, pero también como Dios de justicia, que puede castigar.
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17. Cf. Gn 14,2; Dt 29,22; Os 11,8.
18. Cf. Jr 23,14; Ez 16.48-50; Mt 10,15; 11,24; Rm 9,29.
19. Cf. Ia descripción del acontecimiento en Gn 19,4-25.
20. Cf. Rm 1,26ss.
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3. DUROS REPROCHES (v. 8-13).

La narración bíblica del triple castigo debiera asustar a los falsos maestros, pero siguen pecando, a pesar de ello, por lujuria y envanecimiento. Son blasfemos irrespetuosos (v. 8-10), hacen lo que hicieron las figuras más infames de la Biblia (v. 11), son hipócritas egoístas (v. 1213). Cada acusación que se les hace termina con una amenaza de juicio (v. 10.11.13).

a) Blasfemos irrespetuosos (v. 8-10).

8 Semejantemente, también éstos, en su delirio, manchan la carne, desprecian la soberanía (del Señor) e injurian a los seres gloriosos.

Los falsos maestros deliran. Falsos profetas, adivinos y visionarios llama ya el profeta Jeremías a esta gente (Jer 34,9). Lo que anuncian no es una verdad que procede de Dios, sino un delirio que brota del hombre. La revelación de Dios es verdad y corresponde a la realidad; el delirio es un testimonio de la fantasía humana, al que no corresponde nada. La conducta de estos soñadores no es inofensiva. «Manchan la carne.» Con su conducta lujuriosa y su desenfreno sexual atentan contra la santa dignidad del cuerpo cristiano. No se mancha sólo la carne, lo externo del hombre, sino todo el hombre, su razón y su conciencia (cf. Tit 1,15). Quien no domina sus pasiones echa a perder la imagen de Dios que hay en él y arrebata su cuerpo a la soberanía de Cristo. «Habéis costado caro. Honrad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (lCor 6,20).

Los falsos maestros «desprecian la soberanía (del Señor)». Su conducta inmoral se funda en el desprecio de Jesucristo, cuyo señorío no reconocen. Si le honraran como Señor no obrarían así. Han olvidado que sólo le pertenecen a Él y que han llegado a ser «un solo espíritu» con el Señor. Pablo pregunta a los corintios: «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy entonces a arrancar unos miembros de Cristo para hacer de ellos miembros de una prostituta? ¡De ningún modo!» (ICor 6,15). «¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es como un templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y que habéis recibido de Dios? Ya no os pertenecéis a vosotros» (lCor 6,19).

«Injurian a los seres gloriosos.» Las potencias angélicas que rodean a Dios participan de la gloria de Dios 22. Incluso los espíritus malos, en los cuales, a pesar de la caída, existe poder, pueden ser llamados seres gloriosos. «Osados, arrogantes, no temen injuriar a los seres gloriosos» (2Pe 2,10b). Los falsos maestros injurian a los malos espíritus, pues los consideran más débiles que ellos mismos; con su conducta desafían al demonio y quieren poner a prueba «las profundidades de Satán» (cf. Ap 2,24).

Manchar la carne, despreciar la soberanía de Cristo, e injuriar al mundo angélico: he aquí tres actitudes que brotan de una raíz común: la falta de respeto a Dios. Como no tienen ningún respeto se apartan de la revelación de Dios y se entregan a sus propios deseos y sueños. No es a Dios, sino a sí mismos, a quien ponen en el centro del mundo, como norma de su juicio y directriz de su vida. En lugar de inclinarse ante la verdad de fe dada una vez para siempre, afirman su propia independencia.
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22.Cf. Hb 9,15; Ap 18,1.
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9 El arcángel Miguel, cuando oponiéndose al diablo discutía sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir un juicio injurioso, sino que dijo: «Que el Señor te reprenda.»

Los hombres se atreven a insultar las glorias. Pero Miguel, cuyo nombre significa: «Quién como Dios», y que es príncipe de los ángeles 23 no se atrevió a proferir un juicio injurioso contra el diablo, porque tenía en cuenta la grandeza de la naturaleza angélica, que conservaba incluso el ángel caído. Los ángeles superan a los hombres en grandeza y gloria, pero están llenos de respeto por las criaturas de Dios.

La narración a que Judas alude es extraña. Es una leyenda judía que procede probablemente del escrito denominado Asunción de Moisés y representa una interpretación de las palabras del Antiguo Testamento: «Yahveh enterró a Moisés» (Dt 34,6). El entierro de este gran hombre se atribuye no a Dios, sino a los ángeles. La leyenda adorna este relato: Miguel y el diablo luchan por el cadáver de Moisés. La sentencia condenatoria está tomada del profeta Zacarías (Zac 3,2). Judas utiliza la interpretación bíblica que estaba extendida entre aquellos a quienes escribía. No se remonta a las fuentes divinas de la revelación, sino que utiliza una literatura en la que el pueblo creía y que era fácilmente comprensible para éste. Los materiales con que los autores sagrados construyen su obra proceden de diversos sitios; utilizan muchas cosas que hoy nos son extrañas. Lo mismo sucede con muchas imágenes y expresiones que Jesús usa. Lo importante es conocer el sentido y la finalidad de las leyendas populares: ni siquiera el príncipe de los ángeles se atrevió a proferir palabras injuriosas contra Satán, caído. El juicio es de Dios. ¡Los juicios son suyos! ¡Cuánto más tienen que tener esto en cuenta los hombres!
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23. Cf. Dn 10,13.21; 12,1; Ap 12,7.
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10 Pero éstos insultan lo que ignoran. Y en lo que conocen por instinto, como los animales irracionales, se echan a perder.

Los falsos maestros se apoyan, para su conducta blasfema, en su sabiduría (gnosis); se creen «sabios», «conocedores», gnósticos. Sus blasfemias delatan a estos sabios como ignorantes. ¿Cómo podrían proferir injurias si su sabiduría fuera verdadera? No es una sabiduría más alta la que los dirige, sino su naturaleza desenfrenada, con sus instintos y tendencias. Para poder entender las cosas celestiales y espirituales no basta la naturaleza sola, es necesario el Espíritu, los dones sobrenaturales del Espíritu Santo. «Esto es lo que Dios nos ha descubierto por el Espíritu. Porque el Espíritu lo explora todo, aun las profundidades de Dios... el hombre dotado del Espíritu posee un criterio universal, que no ha recibido de ningún otro» (lCor 2,10.14s).

b) Figuras bíblicas monitorias (v. 11).

11 ¡Ay de ellos, porque se han ido por el camino de Caín; por una recompensa se han sumergido en el extravío de Balaam, y han perecido en la rebelión de Coré!

El «ay» va dirigido a los que están destinados a la perdición eterna, como el «bienaventurado» corresponde a los que participarán en el reino de Dios y en su gloria (Mt 5, 3-10). Sólo al final se producirá la distinción auténtica y definitiva entre el «ay» y el «bienaventurado».

Caín, según la interpretación de los contemporáneos, es el conductor y maestro de los hombres que se entregan a la orgía, a la rapiña y a toda maldad y que están destinados a la perdición eterna. Los falsos maestros viven como Caín y, por eso, también ellos recorrerán el camino de la perdición.

A Balaam se le considera prototipo del codicioso, del blasfemo y del seductor. Igual que éste condujo a Israel a la idolatría (Núm 31,16), los falsos maestros conducen al pueblo de Dios del Nuevo Testamento a la apostasía y al libertinaje. Como a Balaam, es la búsqueda de riquezas lo que les guía 25.

El delito de Coré es la rebelión contra Moisés y el sacerdocio de Aarón (Núm 16,1-35). Él y los suyos fueron aniquilados por el castigo de Dios. Igual que Coré, los falsos maestros se oponen a los representantes de la Iglesia y se rebelan contra los decretos divinos y contra la verdad divina. También ellos están destinados a la perdición, ya ahora, porque se han separado por su cuenta y riesgo de la doctrina transmitida, y en el juicio, cuando su destino será sellado definitivamente.

Hay que pensar que se trata de falsos maestros dentro de la Iglesia, de la falsificación de la doctrina cristiana. Lo que Dios nos dice no está en nuestras manos, no tenemos derecho a interpretarlo según nuestra voluntad ni a darle valor según nuestro arbitrio. Dios exige, para conducirnos a la libertad, que nos inclinemos ante sus palabras. El orgullo de la voluntad propia sólo puede morir si ésta se doblega ante la voluntad de Dios. Toda desobediencia, aún disimulada, aleja de él y conduce a la perdición.
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25. Cf Dt 23,5; Ne 13,2.
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c) Seducción sin fruto (v. 12-13).

12a Estos son los escollos en vuestros ágapes; que banquetean sin vergüenza, que se apacientan a sí mismos.

La celebración de la eucaristía estaba unida en la Iglesia primitiva a un banquete 26, al que aquí se llama ágape. Esta expresión muestra, con sencillez maravillosa, el núcleo de la celebración. En la eucaristía se repite el misterio de la muerte del Señor, de su amor hasta el fin. Sólo en virtud de este amor puede ser celebrada con fruto, porque el amor crea el clima en el que la eucaristía puede ser entendida y puede actuar salvadoramente para todos.

Los falsos maestros participan en este banquete sagrado, pero mancillan la asamblea santa, porque les falta el amor. Banquetean con la comunidad, sin recato. El ágape representa para ellos sólo ocasión de comer. No es el respeto por el banquete sagrado el que les guía, sino la gula. Profanan lo santo con su gula y celebran indignamente el banquete santo, porque no están impregnados de temor ante el misterio de la muerte del Señor..

Se apacientan a sí mismos. El verdadero pastor no se apacienta a sí mismo, sino al rebaño. Los falsos maestros quieren ser pastores, pero su actuación está dirigida por el egoísmo. Celebran la eucaristía, en la que Cristo, con el mayor abandono de sí mismo, es pastor de la comunidad, pero, al celebrarla, ellos piensan sólo en su provecho. Transforman en su contrario el mandamiento vital de Cristo, el mandamiento de amor servicial. Lo que más se opone a la celebración del banquete eucarístico es cualquier forma de egoísmo y satisfacción propia.
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26. Cf. Act 2,46; 1Co 11,17-34.
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12b (Son) nubes sin agua llevadas por los vientos; árboles de final de otoño, sin fruto, dos veces muertos, arrancados de raíz.

De los falsos maestros no hay que esperar ningún fruto para la vida cristiana. Las nubes sin agua no producen lluvia fructífera; la tierra permanece árida. Los árboles de final de otoño, cuyos frutos ya han sido cogidos, no pueden producir nada que sirva de refrigerio. Los falsos maestros despiertan esperanzas, pero no tienen más remedio que defraudar. Sus doctrinas pueden parecer nuevas, interesantes, sensacionales, espirituales; su vida puede causar impresión por su estilo de miras amplias, liberal, meditado. En realidad, todo es sin valor y exagerado, no produce fruto nutritivo. Sólo la verdad sobria no engaña nunca.

Los falsos maestros son dos veces muertos y arrancados de raíz. Están muertos porque se han separado de la verdad vivificadora y muertos además porque están destinados ya a la segunda muerte, la condenación 27. Están arrancados de raíz, porque han abandonado el terreno nutritivo de la verdad. Sólo quien vive de toda la verdad recibe vida, produce fruto y puede transmitir la vida.
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27. Cf. Ap 2,11; 20,6.14; 21,8.
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13 (Son) olas furiosas del mar que arrojan la espuma de sus vergüenzas; astros errantes para los que está reservada para siempre la lobreguez de la tiniebla.

¿Quién puede medir y entender el ritmo de las olas del mar, furiosas y azotadas por la tempestad? También el camino de los «planetas», meteoros y cometas (estrellas errantes) es, según parece, incalculable, caprichoso y sin ley. Las olas del mar y los planetas tienen vida, pero la desarrollan -según la concepción de la época- sin orden ni ley. La doctrina falsa produce a menudo al surgir la impresión de que tiene mayor vitalidad que la fe verdadera, pero su vitalidad no es vida, sino «espuma», porque la vida es orden; vitalidad sin orden es movimiento vacío.

Las olas furiosas producen espuma. Las estrellas errantes son luces por las cuales nadie puede orientarse, porque hoy lucen aquí y mañana allí. Lo que produce la vitalidad de los falsos maestros es un desenfreno vergonzoso de los instintos, un extravío deslumbrante, producido por falsas luces, que lleva a las tinieblas 28. «Guardaos de los falsos profetas... por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,15s).
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28. Probablemente Judas 13b está también en relación con Henoc. Según este libro, los ángeles que se habían prostituido con las hijas de los hombres fueron transformados en estrellas que abandonan su órbita y son precipitadas en un abismo tenebroso. Henoc 18-21; 88; 90,21-24.
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4. AMENAZADOS POR EL JUICIO (v. 14-16).

En los falsos maestros se cumple una profecía de juicio del libro apócrifo de Henoc (v. 14-15); sus palabras muestran cuál será el fin de su actividad (v. 16).

a) La profecía del juicio (v. 14-15).

14 También sobre ellos profetizó Henoc, el séptimo después de Adán, diciendo: «Mirad, ha venido el Señor con sus santas miríadas 15 a hacer juicio contra todos y a confundir a todos los impíos por las obras de impiedad que cometieron y por todas las insolencias que pecadores impíos profirieron contra él.»

Judas cita un pasaje del libro de Henoc. De hecho las palabras son muy parecidas a las del pasaje en que dice: «Y, mira, él (Dios) viene con miríadas de santos para juzgar a todos, y aniquilará a los impíos y reprenderá a toda carne por todas las obras impías que los pecadores impíos hicieron, y por las palabras coléricas que dijeron, y por todo lo malo que han dicho de él» 29. Se denomina a Henoc el séptimo después de Adán, porque en la serie de los patriarcas ocupa el séptimo lugar (Gén 5,18). Sólo algunas alusiones misteriosas indican que Henoc llevó una vida santa y entregada a Dios: «Caminaba con Dios.» Es el único de los patriarcas que fue arrebatado por Dios. «Y de repente ya no estaba allí, porque Dios se lo había llevado» (cf. Gén 5,22-24). Se vio en él un hombre de confianza de Dios, que conoció secretos escondidos, sobre todo respecto a las «últimas cosas». El libro que figuraba bajo su nombre gozaba de gran prestigio. Judas no teme citar un pasaje de él, porque lo que allí se dice sobre el juicio de Dios coincide con todo lo que la Sagrada Escritura dice sobre el tema. Un ejemplo de la amplitud de miras que se podía tener ya en tiempos de los apóstoles con tal de que se proclamase por todos los medios la verdad 30.

Vendrá el Señor. Para Judas, el Señor es Cristo. En el lenguaje profético se dice: «Ha venido el Señor.» Es tan cierta su venida que se la considera como un acontecimiento del pasado. Los profetas, a causa de la seguridad que tienen, hablan de las cosas futuras como si ya hubieran sucedido. La palabra del Señor no engaña. Tiene delante de sí, en intemporalidad, la historia. Las miríadas santas son las milicias angélicas que le acompañan 31. Entonces se manifestará con todo esplendor la gloria de Cristo y su dominio del mundo.

Aquí hay, ante todo, revelación del juicio. Todas las acciones y palabras serán llevadas ante el tribunal. ¿Pueden esperar los falsos maestros que se les perdone? ¿Puede un bautizado estar seguro, por su bautismo, de que el juicio no caerá sobre él? Tres veces se repite la palabra impíos. Los falsos maestros fueron presentados como blasfemos irrespetuosos. Están ya amenazados por el juicio. Cuando la gloria de Dios se manifieste en el juicio, cuando las miríadas de ángeles anuncien la majestad del Señor, ¿qué podrán decir los blasfemos irrespetuosos? Sólo mirando al juicio podemos ver las cosas con toda claridad. El juicio debe despertar en nosotros un temor santo y saludable.
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29. Cf. Henoc etiópico 1,9 citado en BILLEBBECK III, p.788.
30. El libro de Henoc gozaba de gran estima en el judaísmo y en la Iglesia. La carta de Bernabé (hacia el año 130) lo cita como escritura sagrada (16,5). Pero la Iglesia no lo ha incluido en la serie de los escritos inspirados por Dios y por eso se le considera «apócrifo». En él encontró Judas formulado en los rasgos esenciales lo que él quería decir: que los impíos van al encuentro del juicio severo de Dios. Su autor no es Henoc, de quien habla Gn 5,21, sino un personaje desconocido del siglo II antes de Cristo. Judas lo cita según era costumbre entonces.
31. Cf. Mt 25,31; Hb 12,22.
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b) Pecadores impíos (v. 16).

16a Son murmuradores, se quejan y caminan según sus concupiscencias.

La murmuración procede de la rebelión, sin fe, contra Dios. Los israelitas murmuran en el desierto 32; los contemporáneos de Jesús, cuando él les habla del pan de la vida 33, los jornaleros, cuando el Señor les paga lo justo, es cierto, pero no lo que ellos esperaban 34. Los falsos maestros están descontentos de la verdad recibida y se quejan de Dios. Creen saber más, se sienten limitados y encadenados.

Caminan según sus concupiscencias, practicando la lujuria y entregándose a la codicia. Con palabras altisonantes pregonan que están totalmente redimidos y por tanto libres, que la satisfacción del placer no puede empañar su conciencia de estar redimidos. ¿No se revolvió su conciencia cuando hacían lo que la pasión les sugería? ¿No procede su murmurar contra Dios de que llevaban y sentían la contradicción en sí mismos? No cuidaron de ellos mismos porque creían que poseían ya la plenitud, mientras que ésta se ha prometido sólo para el futuro. «Nada nos puede suceder.» También dentro del cristianismo puede uno caer en la ilusión, si no acepta toda la verdad, es decir, la cruz sobre todo. La muerte de Jesús nos revela cuán pesados son delante de Dios los pecados y que no pueden ser tomados a la ligera. Nos muestra que no debemos ver nuestro camino hacia el reino de los cielos como un caminar «con banderas desplegadas», con sobreabundancia de sentimiento religioso, sino como un caminar obedeciendo humildemente a Dios y siguiendo al Señor que sufre. Esto equivale a superarse cada día.
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32. Cf. Ex 16,7-12; Nm 14,27ss.
33. Cf. Jn 6,41.
34. Cf. Mt 20,11.
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16b Su boca habla insolencias, y adulan por interés.

Los falsos maestros hablan con arrogancia y blasfemando, y quieren prescribir a Dios lo que ha de hacer. Su murmurar y sus palabras desmedidas están estrechamente unidos. Se ponen a sí mismos como medida de Dios, porque no se inclinan ante la doctrina garantizada por la tradición. Usan la acepción de personas, favorecen a los grandes y a los poderosos, con miras a su interés. Su ponerse a disposición de los hombres no procede de respeto y amor, sino de deseo de lucro y de egoísmo.

La codicia lo altera todo: adula al hombre y se rebela contra Dios, destrona a Dios y convierte a los hombres en esclavos. ¿Cómo puede el hombre que sólo se busca a sí mismo tener respeto fiel por la palabra revelada de Dios?

La lujuria y la codicia realizan su temible juego con estos hombres que, con palabras altisonantes, se llaman a sí mismos perfectos, espirituales y libres. Ni el murmurar contra nuestro destino ni las palabras enfáticas (¡Como si no necesitásemos de Dios en todo momento!) nos salvan; nos salva sólo la confianza en la gracia de Dios y el esfuerzo por adecuarnos a su voluntad.

II. LOS DEBERES DE LOS FlELES (v. 17-23).

La carta va dirigida a los fieles, y éstos luchan con el siguiente problema: ¿Por qué deja Dios que surjan falsos maestros que amenazan a la Iglesia? Los creyentes no pueden maravillarse ni escandalizarse de que surjan falsos maestros, porque el Apóstol lo ha predicho (v. 17). La doctrina apostólica habla expresamente de ellos (v. 18); los falsos maestros actuales responden a la caracterización apostólica (v. 19). En este tiempo de peligro, los auténticos creyentes deben llevar una intensa vida religiosa (v. 20-21) y, preocupados por los que se extravían, encontrar la forma de comportarse frente a ellos (v. 22-23).

1. ¿POR QUÉ HAY FALSOS MAESTROS? (V. 17-19).

17 Pero vosotros, queridos, acordaos de las cosas predichas por los apóstoles de nuestro señor Jesucristo.

Los fieles viven en el amor. Dios, que vela por ellos con amor, ha tomado también precauciones para que los fieles no se extravíen al surgir los falsos maestros. Peligro conocido no es tanto peligro.

Los apóstoles han hablado de antemano sobre el surgir de los falsos maestros. Pablo, en el conmovedor sermón de despedida que tuvo en Mileto ante los ancianos de la Iglesia de Éfeso, dice que irrumpirán en la comunidad lobos feroces y arrastrarán a los discípulos 35. En las cartas pastorales recuerda que el Espíritu dice que por la actividad de los falsos maestros muchos apostatarán de la fe en los últimos tiempos 36, Tras las palabras del Apóstol está la profecía de nuestro señor Jesucristo de que al final de los tiempos surgirán falsos mesías y falsos profetas 37. Son pruebas a que Dios somete a su Iglesia y que ésta debe resistir con valentía.
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35. Cf. Act 20,29.
36. Cf. 1Tm 4,1-3; 2Tm 3,1-5.
37. Cf. Mc 13.22.
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18 Os decían: En los últimos tiempos habrá escarnecedores que caminan según sus impías concupiscencias.

A los falsos maestros se les llama escarnecedores. No lo son porque se burlen de determinadas opiniones y doctrinas de la Iglesia 38, sino porque no cumplen con las exigencias de la revelación de Dios. Los que temen a Dios fueron siempre asediados por tales escarnecedores 39. Cristo mismo estuvo expuesto a ellos en su pasión 40. La burla procede de la presunción, de la sobreestima del propio juicio. A algunos esto puede herirles profundamente, sobre todo cuando uno intenta alcanzar el reino de Dios sencillamente, como un niño, con una entrega y una disponibilidad pura. Muchos, incluso dentro de la Iglesia, se burlan de esto, considerándolo una simplicidad ingenua.

El surgir y la intromisión de los falsos maestros muestra a la antigua Iglesia que el final de los tiempos ya alborea 41. Mientras dure el período doctrinal habrá falsos maestros. Es un aspecto de la lucha de Satán contra el imperio de Cristo. Primero se extravía el pensamiento, pronto lo harán las acciones: «Caminan según sus impías concupiscencias.» La historia de la Iglesia lo muestra reiteradamente.
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38. Cf. 2P 3,3, que expone de modo diverso.
39. Cf. Is 3,4; 2M 7,27.29.
40. Cf. Mc 10,34; 15,20.31.
41. Cf. 1Jn 2,18; 2P 3,3.
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19 Éstos son los que desunen, hombres de vida animal, que no tienen espíritu.

Los falsos maestros querían sacar sus opiniones de la doctrina recibida. Para esto se servían de un arte racional muy refinado. Delimitan un concepto frente a otro, distinguen dos significados, luchan con palabras vacías e introducen de contrabando sus opiniones en el depósito de la fe. 42. Sólo en la corriente de la tradición apostólica, que es confirmada por el testimonio unánime de toda época, pueden conservar los conceptos el sentido que Dios ha querido. ¡Cuántos significados puede tener el título «hijo de Dios»! Unos opinan que significa sólo una persona acepta a Dios; otros, una criatura de Dios; otros ven en él sólo una expresión de la fe en la «significación salvadora» de Jesús. Sólo en la tradición viva podemos conservar la verdad divina que enunciamos en la profesión de fe: «Nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien fueron hechas todas las cosas.» Puesto que los falsos maestros se guían sólo por su pensamiento y sus facultades naturales (psykhe) y no por el Espíritu Santo, se les llama hombres de vida animal, hombres con mentalidad terrena (psykhikoi en el texto griego). Cuando hablan de la verdad, juzgan sólo según su conocimiento natural, no con la luz que el Espíritu Santo da a los creyentes 43. Los falsos maestros que anuncian algo distinto de la doctrina recibida, muestran, al obrar así, que no hablan dirigidos por el Espíritu Santo. «El hombre de vida animal no capta las cosas del Espíritu de Dios» (lCor 2,14). No es la herejía, sino la Iglesia, quien tiene el Espíritu de Dios. Aquélla no juzga según «la sabiduría que viene de arriba», sino según la sabiduría «terrena y animal» (Sant 3,15).

Los contradictores se consideran hombres espirituales (pneumatikoi), que poseen el Espíritu y la libertad y tienen poder sobre los demonios y las pasiones, y consideran a los otros como hombres animales (psykhikoi), que sólo tienen a su disposición fuerzas humanas. Invierten la realidad: ¡sucede exactamente lo contrario! ¿Cómo se puede descubrir quién tiene razón? ¿No es precisamente ésta la gran dificultad: orientarse en medio de la maraña de opiniones que se llaman todas cristianas (¡sectas modernas!)? ¿Dónde se debe buscar la prueba de la verdad, sino en la doctrina apostólica y en la interpretación transmitida por la tradición?
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42. Cf: 1Tm 6,4; 2Tm 2,14; Tt 3,9; 2P 1,16.
43. Cf. 1Co 2,13-15; cf.15,44-46.
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2. EDIFICACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA (v. 20-21).

20 Pero vosotros, carísimos, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, 21 conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro señor Jesucristo para la vida eterna.

Los fieles deben preocuparse por hacer de sí mismos un edificio compacto, que es la Iglesia 44. Un miembro soporta al otro, le confirma y le ayuda, para que todo el edificio permanezca compacto y seguro, capaz de dar a los fieles la fuerza nueva que de él esperan. El fundamento de este edificio espiritual de la comunidad cristiana lo constituye la verdad de fe, llamada aquí solemnemente nuestra «santísima fe». Si no se la admite en su plenitud, caen por tierra la unidad y la solidez. El hecho de que cada individuo permanezca fiel a la verdad recibida robustece la fe de los demás. Lo que Dios ha dado debe ser para nosotros intocable y digno de respeto. A la fe viva es superior la oración. La oración cristiana se hace en el Espíritu Santo. «Habéis recibido el espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual clamamos: Abba!, ¡Padre!» (Rom 8,15). «Y el Espíritu ayuda a nuestra flaqueza; pues, no sabiendo qué hemos de pedir en nuestras oraciones, ni cómo conviene, el mismo Espíritu hace nuestras peticiones con gemidos que son inexplicables. Pero aquél que penetra a fondo los corazones, conoce lo que desea el Espíritu, por cuanto pide por los santos según Dios» (Rom 8,26). El Espíritu Santo transforma la oración en oración cristiana, porque la convierte en oración de los hijos de Dios, la apoya con su intercesión y la llena de contenido agradable a Dios. La verdad de fe que no se pide, no se vive... El Espíritu Santo transforma nuestra fe en oración.

Conservaos en el amor de Dios. Dios nos ha dado sobreabundantemente su amor. Debemos conservarlo, acrisolándolo siempre. Si la fe se expresa en la oración, saldrá airosa en la vida y en el amor. La oración en el Espíritu Santo enseña al cristiano que tiene a Dios por padre, que vive en el amor del Padre, Dios, y que, por tanto, debe ajustar, con amor, su obrar a la ley. La ley del Espíritu es el amor a Dios y a los hijos de Dios. El cristiano vive en la espera de la parusía del Señor en el juicio. Nuestra postura no es sólo de temor ante el juicio, aunque la carta no descuida el despertar este temor, sino de espera confiada en que nuestro señor Jesucristo usará de misericordia. Ni siquiera el justo puede resistir el juicio si el juez usa sólo de justicia y no de misericordia. Sólo la misericordia de Jesucristo puede abrirnos la entrada a la vida eterna...

Nuestro actuar debe ser única y exclusivamente amor. Conservad el amor es la única expresión de actividad del versículo; todo lo demás a que se nos exhorta participa del amor: la fidelidad en la fe, la oración en el Espíritu, la esperanza en la misericordia final. Tras nuestra vida cristiana está el Dios trino. El Padre nos da el amor; del señor Jesucristo aguardamos misericordia; el Espíritu Santo ora en nosotros y con nosotros. El Padre tiene la iniciativa, dándonos su amor; el Espíritu Santo es la fuerza vivificadora de nuestro caminar; el señor Jesucristo nos da la plenitud final de la salvación, la vida eterna. ¡Toda la riqueza de Dios se nos ofrece, para que lleguemos a la meta!
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44. Cf. 1P 2,5; Ef 2,20; Col 2,7; 1Co 6,16.
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3. CONDUCTA CON LOS QUE YERRAN (v. 22-23) 45.

22 Compadeceos de unos, de los que dudan; 23 salvad a los otros arrancándolos del fuego; de los demás compadeceos con temor, aborreciendo hasta la túnica contaminada por su carne.

La actividad de los falsos maestros hace dudar a muchos. No se han apartado aún totalmente de la verdad apostólica ni se han decidido por entero por la herejía. A éstos hay que corregirlos y convencerlos de la verdad. La exhortación va dirigida a todos los fieles. A todos se les impone, por amor -lo que se recuerda con la expresión: «carísimos» (v. 20)-, la obligación de preocuparse por los que están en peligro.

El segundo grupo ha sucumbido ya al error y, por ello, están ya bajo la amenaza del fuego castigador. Si no se convierten, ciertamente serán condenados. También de ellos deben ocuparse los fieles. ¡Salvadlos! ¡Arrancadlos del fuego! Su miseria es grande, pero hay que esperar que sean aún accesibles a la conversión.

El último grupo se ha entregado de tal forma al error que son inaccesibles a la conversión. También de ellos hay que compadecerse. Esto puede quizá manifestarse en oraciones de intercesión o , en todo caso, en una mentalidad de amor y de celo por su salvación. «No odiarás a nadie; a unos los corregirás, por otros orarás, a otros los amarás más que a tu alma» 46.

La compasión debe ir acompañada de temor a mancharse y contagiarse. ¿Qué se debe hacer? Gráficamente y con gran fuerza se dice que los fieles deben odiar incluso la túnica que llevan los falsos maestros. Su sola proximidad es contagiosa y corruptora; se debe, pues, evitar todo trato externo y toda proximidad. Son, por entero, «carne»; están entregados al pecado y cerrados al Espíritu Santo. Hay que tratarles con misericordia en cuanto hombres, pero hay que ser inflexibles cuando se trata de la verdad. El amor debe proceder con prudencia y precaución, para que no lleve a perderse cuando intenta salvar a otros.
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45. Según la lección más llana y más inteligible de estos versículos, que no supone, desde luego, ser por estas cualidades de claridad la mas genuina, se distinguen tres grupos de gentes en el error y consecuentemente se aconseja un triple comportamiento; cf. también Mt 18.15-17; St 5.19s.
46. Doctrina de los doce apóstoles 2,7.
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CONCLUSIÓN DE LA CARTA (v. 24-25)

La carta concluye, sin noticias ni saludos personales, con una doxología solemne 47. A las blasfemias de los impíos, mencionadas a menudo, se opone un himno de adoración y glorificaci6n de Dios. Es la respuesta de la fe al Dios de la verdad.

24 A aquel que os puede guardar sin pecado y presentaros ante su gloria irreprensibles, con júbilo, 25 al único Dios, nuestro salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, gloria, magnificencia, fuerza y poder antes de todo siglo, y ahora, y por todos los siglos. Así sea.

Comienza alabando el poder de Dios. En el poder divino se funda el cumplimiento de lo que pedimos en nuestra oración. Dios es poderoso, ante todo, para darnos la salvación anhelada. Sólo la alcanzaremos si Dios mismo nos protege de la caída y nos coloca, sin mancha moral, ante su faz. Sólo Dios puede hacernos tales que podamos subsistir ante su santidad.

Dios nos pone ante «su gloria». ¡Qué maravillosa imagen! Dios descubrirá su ser y podremos contemplarle como es. Los justos exultaban ya en el templo al experimentar la proximidad de la gloria de Dios 48; los que puedan participar en el gozo del tiempo final exultarán mucho más. Será un acto de culto que el oído y la vista no nos permiten sospechar ni aun de lejos 49. La celebración de la liturgia en la tierra puede ser ya un débil anticipo del júbilo imperecedero del cielo.

La alabanza va dirigida al Dios único, el Salvador. Dios es el absolutamente único al que ningún ser puede equipararse. Es el Salvador, porque de él procede toda salvación. Pero su salvación la obra por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Él es el mediador de todas las obras de Dios, de la creación del mundo, de la revelaci6n y de la reconciliación, del juicio y de la consumación. Sólo a través de él podemos caminar hacia el Padre; él es la puerta... Sólo podemos pregonar la alabanza de Dios si proclamamos, balbucientes, lo que hemos experimentado y lo que hemos conocido en esta experiencia. Cuatro notas se proclaman aquí. Dios posee gloria: el poder y el esplendor con que Dios se manifiesta en su revelación y en sus obras. Tiene magnificencia, grandeza que todo lo supera. Dios tiene fuerza y supera en ella a todo ser; nada puede resistírsele; suya es la victoria. Dios tiene poder, es el independiente, el que dispone, con libertad, de su acción y de todos los seres. Tres de estas notas pertenecen a la lengua usual de estas doxologías, pero el «poder» (texto original exousia) se encuentra sólo en la carta de Judas. Los falsos maestros hablaban mucho de su poder y de su libertad, que usaban como pretexto para su vida inmoral. Sólo uno tiene poder y obra con libertad soberana: Dios, el Santo.

Todo esto lo posee Dios «antes de todo siglos». Lo irrepresentable de la eternidad se expresa con el rodeo de un tiempo sin principio y sin fin. En el pasado, en el presente y en el futuro Dios posee todo lo que se dice de él en la doxología. Existe siempre en la plenitud de su ser.

Amén, «así sea», es la respuesta del pueblo a las palabras del que dirige la oración. Así asiente a la alabanza y la hace propia 50. Cuando la Iglesia pregona la alabanza de la gloria de Dios, debe encontrar eco en el amén de los creyentes.

El error hace de las suyas y no sin consecuencias, pero los fieles no deben desanimarse. La Iglesia vive de la actuación poderosa de Dios. Él es su salvador y redentor, por medio de Cristo, su señor. La victoria es de Dios. Su gloria, magnificencia, fuerza y poder nos protegen para la vida eterna contra todos los poderes seductores. La carta, que usa a veces un tono y un vocabulario llenos de irritación y de dureza, termina con los sones solemnes y santos de la adoración, con la seguridad de que Dios, a pesar de todos los ataques y de todas las debilidades, nos llevará a la visión jubilosa de su gloria. A este camino de la Iglesia, que conduce, a través de la lucha, a la gloria de Dios y que es nuestro camino por la vida, asentimos con nuestro «amén» de adoración y alabanza.
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47. Estas doxologías son alabanzas esquematizadas, en forma de himno, de Dios (de Cristo); cf., por ejemplo, Rm 16,25-27; Ef 3,20s; 1Tm 1,17; 6,l5s; 1P 5,11.
48. Cf. Sal 51(50),8-14.
49. Cf. Sal 126(125),2.5s; 1P 4,13; Ap 19,7.
50. Cf. ICro 16,36; Ne 8,6; Sal 41,14; 72,19; 89,53; 106,48.