2ª CARTA DEL APÓSTOL SAN JUAN


WILHELM THUSING

 

El hilo de las ideas en 2Jn: la verdadera finalidad está expresada en los v. 8ss (y vivísimamente en los v. 10s). Probablemente, era de temer que los herejes que se han descrito antes, se infiltraran en la comunidad, y por cierto antes mismo de la llegada del «anciano». Y el «anciano» quiere evitarlo por medio de esta carta. En ella pide a los cristianos una repulsa radical de los herejes.

Los versículos que preceden, conducen muy atinadamente hacia esta exhortación o advertencia. En primer lugar, el autor encarece el mandamiento del amor: tal vez porque la unidad sólida de la comunidad es condición absolutamente necesaria para rechazar a los herejes. Después habla de la herejía cristológica. Esta manera de conducir el pensamiento la conocemos ya por la carta primera. Y también aquí hallamos una relación íntima entre el mandamiento del amor y la cristología (o el rechazo de una herejía cristológica).

Estructura de la carta:

Después del saludo inicial (v. 1-3), vemos que en el cuerpo de la carta se tratan dos temas principales:

1. El mandamiento del amor (v. 4-6).

2. La recta confesión de Cristo, por contraste con la doctrina de los «seductores»:

a) Advertencia contra las tesis de los herejes (v. 7-9).

b) Prohibición de dar hospitalidad a los herejes (v. 10-11).

Al final de la carta (v. 12-13), el autor manifiesta su intención de visitar a la comunidad. Saludos finales.

ENCABEZAMIENTO (v. 1-3)

1 El anciano a la señora Electa y a sus hijos, a quienes amo en la verdad, y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, 2 por causa de esta verdad que permanece en nosotros y estará con nosotros para siempre. 3 La gracia, la misericordia y la paz de parte de Dios Padre y de Jesucristo, Hijo del Padre, estarán con nosotros, en la verdad y en el amor.

Versículo 1: en las fórmulas antiguas del estilo epistolar, el nombre del autor -como es bien sabido- aparecía en primer lugar. Sin embargo, el escritor de nuestras cartas segunda y tercera de Juan no menciona su propio nombre, sino que se designa a sí mismo como el presbyteros. Difícilmente se tratará de una denominación que se estaba ya formando en tiempos del Nuevo Testamento, y que se aplicaba al oficio de dirigente («anciano»). En cuanto sabemos nosotros, los presbíteros de los albores del cristianismo eran miembros de un colegio de «ancianos». Mientras que nuestro autor representa, evidentemente, una personalidad destacada, que tiene conciencia de estar en posesión de autoridad extraordinaria. La única razón que explica la omisión del nombre es el hecho de que el término de presbyteros bastaba para que la comunidad a la que iba dirigida la carta y las comunidades -en general- que estaban bajo la esfera de influencia de este hombre, supieran que se trataba de esta figura de singular significación.

Este «anciano» escribe a la señora Electa. Con esto no se designa a una personalidad concreta sino a la Iglesia en general a la que va dirigida la carta. Así se deduce por la cláusula final del v. 13 («te saludan los hijos de tu hermana Electa»). Porque con estas palabras el autor no manda saludos de parte de los hijos físicos de alguna dama cristiana notable, sino de parte de los cristianos de la comunidad en la que él se encuentra a la sazón. Cuando el «anciano» llama «señora» a la comunidad a la que dirige su carta, entonces está reconociendo la dignidad que esa comunidad ha recibido de Dios por su elección. Y tiene conciencia de ser una persona que está al servicio de esa comunidad (que es «señora»).

A los cristianos de esta comunidad destinataria, les escribe el autor diciéndoles que los ama «en la verdad». No se trata de una efusión de sentimientos, sino que, como la denominación de «señora», es expresión de que su relación con estos cristianos lleva la impronta de la conciencia de su fe. La palabra aletheia, que se traduce casi siempre por «verdad», aparece en estos tres versículos, nada menos que cuatro veces. Aquí se trata, precisamente, del concepto rector. No cabe duda de que, en los v. 1b y 2 (y quizás también en el v. 3), encontramos la ya conocida significación joánica de verdad como realidad divina que se revela. Así que este «...a quienes amo en aletheia» no significa sólo: «A quienes amo real y sinceramente», sino que está sonando ya la plena significación joánica: «A quienes amo real y sinceramente, dentro del ámbito de la realidad de Dios que se manifiesta.» El autor se adhiere íntimamente, en la comunión de este amor (agape), a todos los creyentes: «...y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la aletheia». Aunque de hecho el autor piense únicamente en los cristianos que viven en su horizonte, esta expresión del v. 1b presupone la convicción de que la fe en Cristo hace brotar el amor en cualquier comunidad de creyentes, con la que el cristiano tendrá siempre mucho que ver.

El V. 2 responde, en cierto modo, a la pregunta de por qué la agape se dirige en cierto modo a esos cristianos: por causa de la "verdad» (aletheia) como realidad que es de Dios, y que se abre al mundo y «permanece en nosotros». Porque la «verdad», para el cristiano, no es sólo algo externo, no es sólo un objeto del conocimiento, sino que «está» en él y "permanece» en él Sabemos ya, por 1Jn, que la realidad de Dios se revela como amor. Quien, con la fe, entra en la comunión de este amor, «tiene» al Padre y al Hijo (2Jn 9; véase 1Jn 2,23); su amor se dirige hacia todos los hombres hacia quienes se vuelve el amor de Dios. La «verdad» «estará por los siglos con nosotros» (= «por toda la eternidad»): he ahí una expresión de seguridad. Si queremos, se trata de una expresión de la seguridad de salvación, de una expresión referida a la comunidad universal, a la Iglesia.

Versículo 3: en esta bendición se incluye a sí mismo el autor («La gracia, la misericordia y la paz de parte de Dios... estarán con nosotros...»). Aquí tenemos la bendición tradicional de los albores del cristianismo, la cual -por la terminación «en la verdad y en el amor» (en aletheia y agape)- adquiere un matiz joánico: la gracia, la misericordia y la paz se conceden a los cristianos dentro del ámbito de la realidad divina que se revela (según Jn 14,6, en Cristo) y dentro del amor que es Dios mismo.

CUERPO DE LA CARTA

Versículos 4-11

1. EXHORTACIÓN AL AMOR FRATERNO (v. 4-6).

4 Me he alegrado mucho, porque he encontrado de entre tus hijos a quienes andan en la verdad, según el mandamiento que hemos recibido del Padre. 5 Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un mandamiento nuevo, sino el que teníamos desde el principio: que nos amemos unos a otros. 6 Y éste es el amor: que andemos conforme a sus mandamientos. Éste es el mandamiento, como lo oísteis desde el principio: que andéis en ese amor.

El autor no comienza inmediatamente exhortando al amor, sino que, en el v. 4, expresa primeramente su alegría de que en la comunidad se dé ya el «andar en la aletheia». Y ésta, como ya sabemos por la carta primera de Juan 129, es objetivamente la agape. Es como si el autor quisiera decir: Entre vosotros existe ya la solidaridad alimentada por la fe en Cristo. Pero hay que estaros dirigiendo ahora y sin cesar, con toda intensidad, la exhortación a este amor fraterno. La exhortación, tan encarecida, al amor ha llegado a hacerse necesaria, evidentemente. Y ha llegado a serlo, sobre todo, por el peligro en que la comunidad se halla, y del que el escritor nos habla en los v. 7ss (véase más adelante, a propósito de ellos); el haberse entrevistado con algunos miembros de la comunidad destinataria (v. 4) le da ocasión y le facilita la labor de manifestar la súplica de los v. 5s. Seguramente que no se trata tan sólo de un artificio pedagógico muy hábil, para llevar el hilo del pensamiento; sino que debemos suponer que el autor, con sincera participación en el gozo, ve lo que se ha ido formando ya en la comunidad. Y a pesar de ello, o precisamente por ello, se siente impulsado vivamente a consolidar aquella decisión en favor de una agape que no debe jamás decaer. El mandamiento o los «mandamientos» se conciben aquí exactamente igual que en 1Jn 2,7s aunque en la 2Jn se habla de un mandamiento antiguo, y no se denomina «nuevo» como en la primera carta. Los cristianos, desde el principio de su estado de cristianos, tienen ya el mandamiento del amor. Es decir, lo tienen por el primordialísimo amor esencial de Dios y Jesús.
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129. Véase IJn 1,6s, y 2.10s: véase también 2,6.
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2. LA RECTA CONFESIÓN DE CRISTO (v. 7-11).

a) Advertencia contra la tesis de los herejes (v. 7-9).

7 Porque al mundo salieron muchos seductores que no confiesan a Jesucristo que viene en carne. El que eso dice es el seductor y el anticristo. 8 Mirad por vosotros, para no perder lo que habéis adquirido [o aquello por lo cual nosotros nos hemos esforzado], sino para recibir salario completo. 9 Quien se propasa y no permanece en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios. El que permanece en la doctrina, éste tiene tanto al Padre como al Hijo.

Versículo 7: «Al mundo salieron muchos seductores. . .» Se trata de la misma afirmación que en 1Jn 2,18 («muchos anticristos»; la palabra "anticristo» aparece también al final de nuestro versículo 2Jn 7) y, más literalmente aún, en 1Jn 4,1 («muchos falsos profetas»). Pero en nuestro texto actual de 2Jn 7 hay, además, dos cosas dignas de tener en cuenta, más aún, que llegan incluso a asombrarnos. En primer lugar, el «porque» con el que la afirmación acerca de los numerosos herejes enlaza con la precedente exhortación al amor. Y, en segundo lugar, que el contenido de la fe está formulado en tiempo presente («... Jesucristo que viene en carne»).

«Porque... muchos seductores...»: ¿cómo puede esta cláusula ser la razón de la súplica precedente? Este «porque» se remonta al «Y ahora», del v. 5, según al cual la exhortación a la ágape es tan urgente precisamente en estos instantes. Y lo es, ni más menos, porque existen estos seductores que añaden la mentira ética a la mentira cristológica. O, dicho más exactamente: en ellos puede observarse tanto la negación de Jesucristo encarnado como la falta de ágape. Y nuestro autor, con su penetrante mirada teológica, ve la conexión íntima entre estas dos realidades. Ve que la negación del amor de Dios -amor que se mostró en la muerte real de Jesús- priva de su base a la ágape radical, tal como Dios la quiere, y tal como nuestros semejantes la necesitan 130.

Con respecto a la formulación en presente del contenido de la confesión («Jesucristo que viene en carne»), nosotros esperaríamos escuchar, como en 1Jn 4,2, la forma de pretérito («Jesucristo venido en la carne»). El hecho de que aquí, en vez de eso, figure el presente, no se debe seguramente a la casualidad, sino que está señalando que la encarnación de la «Palabra de la vida» (IJn 1,1) tiene significación permanente. Ahora bien, ¿cómo entiende esto el autor? Aquí podrán servirnos de ayuda los discursos de despedida que leemos en el Evangelio de Juan. Según Jn 14,18, dice Jesús: «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.» Se piensa en la venida de Jesús por medio del Espíritu Santo, venida que es realidad presente en el tiempo de la Iglesia. Sobre este trasfondo, el texto de 2Jn 7 es, seguramente, una indicación de que la venida del Jesús que vive ahora, su venida desde el Padre tiene estructura encarnatoria. También Jesús glorificado, según lo entiende san Juan, sigue estando "en carne». Él es todavía la persona individual que está «exaltada» en la cruz y que conserva las llagas de la muerte (véase Jn 20, 25ss).

Jesús no sólo vino antes «en carne». Sino que su encarnación sigue actuando a través de la acción y de la vida de la comunidad de sus discípulos. No sólo entonces vino Jesús «en carne» a las gentes de Palestina. Sino que también viene a nosotros, no sólo con alguna mística pneumática, sino «en carne»: en la Iglesia, en la cual lo humano está indisolublemente unido con lo divino: hombres que se hallan «en carne» son los instrumentos del Kyrios Jesús (véase: Lc 10,16; Rom 15,18s). Si algo hay irrenunciable en el concepto católico de Iglesia, es el «sí» pleno al principio encarnatorio, incluso en lo que se refiere al tiempo actual.

Además, la frase que nos habla de que Jesús viene actualmente, podría ser una alusión a la eucaristía. En efecto, en este sacramento se concreta la venida de Jesús por medio del Espíritu, la venida a la que se refiere Jn 14,18 132,

Versículo 8: el texto se ha transmitido en dos variantes, las cuales están -ambas- bien atestiguadas y tienen buen sentido: «... para no perder lo que habéis adquirido...», o «... para no perder aquello por lo que nosotros nos hemos esforzado» 133. Esta advertencia pretende dar énfasis a lo que se dice en el siguiente versículo 9. El que no se atiene a la regla allí señalada, está poniendo en peligro el fruto de su propio compromiso de fe o el fruto del esfuerzo misionero que le ha llevado a la fe.

Versículo 9: esta proposición tiene un claro paralelismo con 1Jn 2,23 (véase el comentario de este lugar). El que «permanece en la doctrina» (2Jn 9) o «confiesa al Hijo» (1Jn 2,23), ése atiende» al Padre y al Hijo. El que no permanece en la doctrina y rechaza al Hijo, ése «no tiene» a Dios, no tiene comunión con Dios. Una novedad con respecto a este sentido de 1Jn 2,23, la tenemos en el comienzo de la proposición: El que «no permanece en la doctrina» es alguien que "va más allá», que se excede, que «se propasa».

Evidentemente, aquí se pone en guardia contra la tendencia de los gnósticos a no hacer caso de la doctrina de la Iglesia y a «no permanecer en ella», y a lanzarse a especulaciones «pneumáticas» completamente nuevas.
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130. Véase GAUGLER, 286: "Evidentemente, los adversarios trataron también de socavar el mandamiento del amor. El espiritualismo de la gnosis no conoce tampoco una verdadera encarnación del amor. El mensaje de la encarnación no es sólo una idea, sino la expresión central de la manera como se redimió al mundo.»
132. Esta hipótesis podría encontrar apoyo en una comparación con 1Jn 5, 6-8, donde se habla de la venida de Jesús con su don de salvación, y donde -en 5,8- se habla de la eucaristía. Véase antes, el comentario a 1Jn 5,6-8. 133. Véase 1Jn 1,4, donde -de manera análoga- se puede hacer referencia tanto al gozo de los testigos («nuestro gozo") como también (y esto es más probable) al gozo de los cristianos a quienes se dirige la palabra ("vuestro gozo") .

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b) Prohibición de dar hospitalidad a los herejes (v. 10-11).

10 Si alguno viene a vosotros y no trae esa doctrina, no lo recibáis en casa ni lo saludéis. 11 Pues el que lo saluda, se hace solidario de sus malas obras.

Esta actitud inauditamente dura contra los herejes está condicionada, ¡qué duda cabe!, por la época: los adversarios gnósticos representaban tal peligro mortal para las comunidades cristianas, que -según la opinión del autor de nuestra carta- sólo la más estricta separación de ellos podía salvar la sustancia de la fe. El saludo que aquí se prohíbe, es más ciertamente que una ceremonia de cortesía. Significa ya el entrar en comunión: en abierta comunión eclesial. Ahora bien, esta cruda prohibición de toda relación humana ¿está únicamente condicionada por la época o tiene también alguna significación para los cristianos de hoy día? Con respecto a esta pregunta, vamos a exponer específicamente nuestro punto de vista (véase mis adelante, Para la meditación).

CONCLUSIÓN DE LA CARTA Versículos 12-13

12 Aunque tengo mucho que escribiros, no he querido hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a veros y hablaros de viva voz, para que vuestro [o nuestro] gozo sea completo. 13 Te saludan los hijos de tu hermana Electa.

Versículo 12: este versículo acentúa que no se ha dicho, ni de lejos, todo lo que el autor querría escribir a la comunidad. Pero quiere hacerlo a través de un contacto personal «para que vuestro 134 gozo sea completo». Aquí no hay ninguna oposición al uso que de esta expresión se hace en 1Jn 1,4, sino que, tanto en un pasaje como en el otro, el gozo se suscita y se hace pleno por medio de la predicación. El autor no quiere decir aquí que la nota personal de hablar de viva voz (cara a cara) sea algo que colme el gozo, sino que lo que colma el gozo es el contenido de esa conversación personal. Y el contenido de esta conversión, como lo indican los v. 4-11, es el mismo que el de 1Jn: el mensaje acerca de la ágape de Dios encarnada en Jesús.
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134. Una variante textual, que está igualmente bien atestiguada, ofrece aquí la lectura «nuestro", aunque -lo mismo que en 1Jn 1,4- debemos preferir "vuestro».
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Para la meditación de 2Jn

La intención con que el autor escribe a sus lectores de entonces, puede transmitirse al cristiano de hoy día en los siguientes puntos (entre otros). Vamos a mencionar aquí, principalmente, ideas de 2Jn que no aparecen, o no aparecen en forma tan característica en la carta primera de Juan.

Con respecto al saludo inicial (v. 1-3): semejante texto, una vez actualizado, suscitará una postura de fe ante nuestros hermanos cristianos y fomentará la intercesión. Hará que conozcamos por la fe el dominio soberano que a una comunidad cristiana le corresponde como «señora» por su sujeción a Jesús y a Dios (véase 1Cor 3,21-23), y que sepamos que la realidad de Dios (aletheia), realidad que, por medio del Espíritu, «permanece» en nosotros y se nos revela, nos impulsa a la ágape, sincera alegría compartida por todo lo que es conforme a Cristo y que podemos hallar en nuestros hermanos cristianos (v. 4). A propósito de los versículos 5 y 6, véanse nuestros comentarios sobre 1Jn 2,7s.

Pero, sobre todo, hemos de hablar aquí de los versículos que constituyen lo característico de la carta, y que nos dificultan mucho la meditación, más aún, nos la hacen -al parecer- imposible: la exhortación (con matices tan conservadores) a permanecer en la doctrina de Cristo, y la advertencia de que no nos «propasemos», y sobre todo la prohibición -apenas comprensible para nosotros- del contacto personal con los herejes. Punto de partida para esto ha de ser el v. 8: la idea de que puede perderse lo que a uno se le ha concedido gratuitamente (por el trabajo de los maestros en la fe y por la propia aplicación).

A propósito del v. 9: si aquí lo de «propasarse» hubiera que entenderlo en el sentido de progresar, de conseguir sencillamente un progreso en la fe, entonces esta proposición sería inaceptable para nosotros. Sin embargo, lo «único» que esta proposición pretende decir es que el pensamiento teológico puede equivocarse, que hay una barrera que no debemos traspasar en el campo de la especulación teológica (en este caso, en el campo de la especulación cristológica). Y estos límites, la proposición los fija allá donde a lo sumo deben estar, porque de lo contrario se violaría o se eliminaría lo que es irrenunciable. Porque el «propasarse» de los gnósticos es algo que rompe la continuidad con el Jesús real, que vino y que viene «en carne». Y precisamente aquí, en esta declaración del v. 7 sobre el contenido de la confesión, hay que ver la frontera de cuya observancia depende todo: la frontera más allá de la cual se rompe la continuidad con este Jesús real y con la doctrina que hemos recibido de él mismo (v. 9). Porque, cuando se sobrepasa esa frontera, queda destruida la comunión con Dios y con Jesús.

Así, pues, contra las apariencias, no se trata en 2Jn 9 de una postura integrista, de un rígido aferrarse a formas y formulaciones periféricas, sino del núcleo -absolutamente decisivo- del cristianismo.

Muchas cosas de la doctrina de la Iglesia, que hasta ahora habían parecido inmovibles, están hoy día en movimiento. Así lo observamos precisamente en el Nuevo Testamento: hoy día no podemos ya entender cada frase de la Sagrada Escritura como una especie de dogma formulado desde el cielo. Sabemos que bastantes palabras de Jesús reflejan la convicción de fe de la comunidad posterior, y que no cada rasgo de los relatos de los Evangelios es histórico en el sentido en que lo son los reportajes de hechos. Entonces surge la pregunta: ¿Dónde está la frontera? ¿No nos veremos inundados, si rompemos los antiguos diques de contención?

Este peligro se da únicamente cuando no tenemos en cuenta la doctrina de estos versículos de 2Jn: cuando no creemos realmente en la irrupción de Dios dentro de la esfera de la "carne». Ahora bien, si creemos en la encarnación de la vida eterna en Cristo, entonces podremos no entender literalmente esto o aquello. Nosotros sabemos que la persona de Jesús y su actuación no podemos reducirlos a la medida de la persona y actuación de un simple hombre. Sabemos que no debemos tomar como norma lo que, en otros casos, podríamos considerar como posibilidad humana. No debemos decir, en el caso de Jesús: puesto que no es seguro, en cada punto, que lo relatado deba entenderse literalmente, entonces podemos eliminar radicalmente de estos relatos todo lo que pudiera significar una irrupción de Dios en este mundo. Porque entonces seríamos como los herejes de 2Jn: seríamos personas que no confiesan que Jesucristo ha venido y viene en carne. Entonces, lo mismo que esos herejes, pondríamos nosotros en tela de juicio el que la irrupción de Dios haya tenido lugar por medio de un hombre real. La fe no debe asegurarse a partir de puntos periféricos de la doctrina (por ejemplo, por relatos aislados de los Evangelios), sino a partir de lo que constituye su mismo centro.

El escándalo que nos suscitan los v. 10 y 11 es más duro aún. Al prohibir toda comunicación con los herejes, el autor no se interesa por la cuestión de si tal o cual persona puede estar de buena voluntad, en el sentido en que nosotros la entendemos. No le interesa saber si como personas individuales son disculpables o no. Parece que aquí hallamos un pensar dogmático muy endurecido, un dibujar a los hombres con los meros colores del blanco y negro, un encasillar a las personas o en la luz o en las tinieblas. Tal como están ambas proposiciones de los v. 10s, no podemos aceptarlas para nosotros mismos. Pero tales proposiciones, ¿no nos prestan también un servicio, aunque sólo sea como señales de peligro que brillan estridentemente? ¡Es tan fácil «aguar» el Evangelio y quitarle todo su filo! ¡Y, es tan difícil y casi imposible retenerlo adecuadamente con nuestras propias fuerzas, que necesitamos estas señales de alerta! El que elimina 2Jn 10s, se ve obligado quizás a excluir también frases del Señor como «El que ama a su padre o a su madre más que a mí...» (Mt 10,37; véase la redacción, todavía más dura, en Lc 14,26). Claro está que proposiciones como las de 2Jn 10s no podemos dirigirlas hoy día contra los cristianos protestantes. Pero ¿no tendríamos que dirigirlas contra un reblandecimiento y destrucción gnóstica o racionalista de la fe en Cristo, que existe también hoy día, tal vez en el sentido de que a Jesús debe reducírsele al plano de un fundador de religión (aunque especialmente significativo para el espacio de nuestra historia del espíritu)? Ahora bien, sabemos que, aun en tales casos, hemos de distinguir entre el error y los que yerran. Y, por tanto, no podemos romper el contacto humano con las personas que, según nuestra convicción, están en el error. Hoy día conocemos además el fenómeno de los llamados "cristianos marginales», que sólo se consideran capaces de «identificarse parcialmente» con la Iglesia y con su fe, y que no por eso deben ser considerados como parias.

Tal vez nos ayude, además, la observación de que en 2Jn se dirige la palabra a toda la comunidad. Se trata, pues, de la decisión oficial de la comunidad eclesial. Y el saludo, según se ofrezca o se rechace, significa -en consecuencia- la afirmación o la negación de la comunión eclesial 135, Y aquellos a quienes esta comunión eclesial ha de negárseles son -tengámoslo bien en cuenta- misioneros gnostizantes. Por consiguiente, en lo que se refiere al comportamiento de cada cristiano individual con cada uno de los adeptos de la gnosis, no se pueden sacar conclusiones para nosotros, aunque hemos de conceder que, según lo entiende el autor, las relaciones humanas de cada cristiano individual se han de ver afectadas por este rechazo radical 136.

De estas proposiciones solamente podremos sacar algo, sólo podremos aprender algo de ellas, cuando nosotros (como el autor) afirmemos la unidad de la fe y del amor como presupuesto absoluto para nuestra vida cristiana. Cuando se pone en tela de juicio esta unidad, cuando alguno quiere arrebatárnosla, entonces se exige de nosotros la incondicional voluntad de legítima defensa: ciertamente, no en las formas condicionadas por la época y con el contraste entre blanco y negro que vemos en el autor, formas y contraste que nosotros no podemos hacer nuestros. Esta voluntad radical de no renunciar a lo absolutamente decisivo y de no ponerlo en tela de juicio, es la exhortación que se desprende para nosotros de estos versículos.
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135. Véase GAUGLER, 288: «Una Iglesia que no puede ya separar, no puede ya tampoco unir realmente con la vida."
136. El pasaje de 1Cor 5,9-13 es útil para nosotros como analogía. En él se hace distinción clara entre las relaciones humanas y el comportamiento de la comunidad eclesial.
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