Jn 12, 12-19
El día de hoy para acompañar a Cristo en su pasión, su
muerte y su resurrección, vamos a centrar nuestra
reflexión en la entrada de Cristo a Jerusalén
La entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén, tal como la
presenta San Juan, se encuentra centrada en un contexto
muy particular. No hay que olvidar que los evangelios
son una carga espiritual, teológica, de presencia de
Cristo. Por así decirlo, son un retrato descrito.
San Juan ubica la entrada de Cristo en Jerusalén, por
una parte, en el contexto de la unción de Betania, en la
que se ha vuelto a hablar de la resurrección. Junto con
este aspecto de la resurrección aparece, como sombra
constante, la determinación de los sumos sacerdotes para
deshacerse de Cristo. Y como un segundo trasfondo de la
entrada de Cristo en Jerusalén está el contexto del
discurso de Jesús sobre el grano de trigo que tiene que
caer y morir para dar fruto.
Dice el Evangelio: ?Ha llegado la hora de que sea
glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad os
digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda él solo; pero si muere, da mucho fruto?. En el
texto del grano de trigo se vuelve a repetir el mismo
dinamismo que se encierra en la voz de ?lo he
glorificado?, junto con la conciencia clara de la
presencia inminente de la pasión.
A nosotros nos llama mucho la atención que todo el
misterio de la entrada de Jesús en Jerusalén quiera
estar enmarcado en este contraluz de muerte y
resurrección (el grano de trigo que muere para poder dar
fruto), pero, independientemente de que pueda ser un
poco literario, este contexto nos permite ver lo que es
exactamente la entrada de Cristo en Jerusalén.
Por una parte vemos que el pueblo realiza lo que estaba
escrito que tenía que realizar: ?Esto no lo
comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando
Jesús fue glorificado, se dieron cuenta de que esto
estaba escrito sobre él, y que era lo que le habían
hecho?.
Por otra parte, la voz del pueblo es un signo que indica
lo que Cristo es verdaderamente: ?Bendito el que viene
en el nombre del Señor, el Rey de Israel?. Sin embargo,
como tantas veces sucede con Cristo, los hombres actúan
sin saber que están actuando de una forma profética. El
pueblo no sabe lo que hace, pero aclama el triunfo y el
éxito maravilloso de un taumaturgo que resucitará.
Además, las palabras de la gente tienen un total
carácter de proclamación mesiánica, por la que Cristo se
presenta como liberador de Israel. Y así, Cristo cumple
un gesto mesiánico que Zacarías había profetizado: ?No
temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un
pollino de asna?. Cristo se sienta en el asno, aceptando
con ello el que se le proclame Rey, realizando así la
profecía de Zacarías.
Sin embargo, esto no obscurece su conciencia de que su
mesianismo no es de tipo mundano, sino que esta unción
como Mesías, esta proclamación, es el camino que lo va a
llevar a la cruz. No hay que olvidar que el Mesías es el
que resume, en sí mismo, todos los símbolos de Israel:
el profeta, el sacerdote, el rey. Y como dijo el mismo
Cristo, es el profeta que va a morir en Jerusalén, y es
el sacerdote que llega hasta donde está el templo para
ofrecer el sacrificio.
Pero, junto con esta visión externa que nos puede ayudar
a preguntarnos: ¿qué tanto soy capaz de seguir a este
Cristo, que como rey, profeta y sacerdote va a ser
sacrificado por mí?, yo les invitaría a contemplar el
alma de Cristo, el interior de Cristo en su entrada a
Jerusalén.
El alma de Cristo tiene ante sí, con una gran claridad,
el plan de Dios sobre Él. Cristo sabe que Dios ha
querido unir su glorificación con el misterio de la
pasión. Es una gloria que pasa a través de la infamia y
del rechazo de los hombres, una gloria que pasa por la
paradoja de los planes de Dios, una gloria que quiere
pasar por la total donación del Hijo de Dios para la
salvación de los hombres.
Cristo tiene claro en su alma este plan de Dios, y con
toda libertad y con toda decisión, lo acepta. Él sabe
que al ser proclamado Rey, y al entrar en Jerusalén como
Mesías, está firmando la sentencia que le lleva al
sacrificio, y sin embargo, lo hace. ?Entonces los
fariseos comentaban entre sí: ?¿Veis cómo no adelantáis
nada?, todo el mundo se ha ido tras él?. Él sabe que la
exaltación real que a Él se le dará cuando sea
levantado, es la de la cruz, la del cuerpo para el
sacrificio.
La cruz será su gloria de dominio, será su palabra
profética de discernimiento y también será la unción con
la que su cuerpo será marcado como sacerdote de la Nueva
y Eterna Alianza. La cruz será su trono de dominio desde
el que Él va a atraer a todos los hombres hacia sí
mismo: ?Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré
a todos hacia mí?. En su alma aparece el deseo de
donarse, porque ha llegado la hora para la que había
venido al mundo, la hora del designio de amor sobre la
humanidad, la hora por la que Dios entre, de modo
definitivo, en la vida de los hombres por la gracia de
la redención.
Sin embargo, todos los sentimientos se van mezclando en
Cristo. Así como es consciente de que ha llegado la hora
de que sea glorificado el Hijo del Hombre, es también
consciente de que el grano de trigo tiene que caer en
tierra para poder dar fruto: ?Pero mi alma se turba, ¿y
cómo voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero es
para esta hora que yo he venido al mundo?.
Podríamos terminar con una reflexión sobre nosotros
mismos, sin olvidar que nuestra vocación cristiana
también es una perspectiva de la luz que pasa a través
de la cruz: Mi vocación es luminosa solamente cuando
pasa a través de la cruz. Tiene que pasar por el mismo
camino de Cristo: la aceptación generosa de la cruz, la
aceptación generosa de los signos que nos llevan a la
cruz.
Para Cristo, el signo de la entrada de Jerusalén, es el
signo que le lleva a la cruz; para nosotros cristianos,
nuestro Bautismo es un signo que nos indica,
necesariamente, la presencia de la cruz de Cristo. Se
trata de ser seguidor de Cristo, marcado con el signo
indeleble de la cruz en el corazón y en la vida. El
cristiano ha de ser capaz, como Cristo, de recoger los
frutos de vida eterna del árbol fecundo de la cruz, para
uno mismo y para sus hermanos.
Para quien juzga según Dios, la abnegación es Sabiduría
Divina envuelta en el misterio de Cristo crucificado. No
existe otro camino para ser seguidor de Aquél que no ha
venido para ser servido sino para servir y dar su vida
en rescate por muchos.
Toda la vida de Cristo, y particularmente su pasión,
tiene un profundo significado de servicio para la gloria
del Padre y para la salvación de los hombres. El
Primogénito de toda criatura ?al cual corresponde el
primado sobre todas las cosas que son en el cielo y en
la tierra?, el que viene en el nombre del Señor, el rey
de Israel, se ha hecho siervo de todos los hombres y
dado a muerte en rescate de sus pecados.
Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos habla del grano de
trigo, nos habla de ser exaltados en la cruz, y nos hace
una pregunta que tenemos que responder: ?¿Puedes beber
del cáliz que yo beberé?