Jn 6, 1-15

La primera preocupación, el primer pensamiento que parece tener Jesús frente a la necesidad de la muchedumbre, es la fe de sus discípulos. Sin embargo, los apóstoles calculan, hacen el inventario de sus fuerzas y de sus medios y la respuesta que dan a Jesús es una constatación escéptica de imposibilidad. En suma, los apóstoles no han superado la prueba de la fe. No han comprendido que Jesús no quería poner a prueba sus alforjas, sino la fe que decían tener en él. ¿Cuál es, entonces, la actitud de fe adecuada?

El niño de los cinco panes y de los dos peces lo da todo, ofrece todo lo que tiene. Lo que ofrece es nada en comparación con la necesidad, pero esta nada es todo para el muchachito. Entonces Dios puede concluir la ofrenda. La santidad es el cumplimiento dado por Dios a la ofrenda total, aunque la ofrenda total de nosotros mismos sea la ofrenda de muy poca cosa. La gracia germina en la fe de la ofrenda total del pequeño, es decir, de aquel que no se siente nunca dueño del cumplimiento. Y así es como Cristo nos pide que nos enfrentemos a las inmensas necesidades del mundo y de la Iglesia. A Jesús no le gustan los planes, las evaluaciones, los programas pastorales detallados por anticipado. Cristo prefiere que sus discípulos pongan a disposición de los otros lo poco o nada que son o que tienen: esto les basta para multiplicarlo.

Cuántos panecillos y cuántos peces enmohecen y se pudren en nuestros bolsillos porque los consideramos insuficientes para las necesidades, siendo que bastaría con ofrecerlos a Cristo para que los multiplicara a voluntad. Bastaría con una pequeñez confiada que reconociera que todo es ya milagro, hasta los cinco panes y los dos peces que dio el niño (M. G. Lepori, L'amato presente, Génova-Milán 2002, 89-100, passim).