AL PRINCIPIO EXISTÍA LA PALABRA

Comentario al Prólogo del Evangelio de Juan

         (Jn 1,1-18)

1 1Al principio ya existía la Palabra

y la Palabra se dirigía a Dios

y la Palabra era Dios.

2Ella al principio se dirigía a Dios.

3Mediante ella existió todo,

sin ella no existió cosa alguna

de lo que existe.

4Ella contenía vida

y la vida era la luz de los hombres:

5esa luz brilla en la tiniebla

y la tiniebla no la ha extinguido.

6Apareció un hombre enviado de parte de Dios,

su nombre era Juan;

éste vino para un testimonio,

7para dar testimonio de la luz,

de modo que, por él, todos llegasen a creer.

8No era él la luz,

vino sólo para dar testimonio de la luz.

9Era ella la luz verdadera.

la que ilumina a todo hombre

llegando al mundo.

10En el mundo estaba

y, aunque el mundo existió mediante ella,

el mundo no la reconoció.

11Vino a su casa,

pero los suyos no la acogieron.

12En cambio, a cuantos la han aceptado.

los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios:

a esos que mantienen la adhesión a su persona;

131os que no han nacido de mera sangre derramada

ni por designio de un mero mortal

ni por designio de un mero varón,

sino que han nacido de Dios.

14Así que la Palabra se hizo hombre,

acampó entre nosotros

y hemos contemplado su gloria

-la gloria que un hijo único recibe de su padre-

plenitud de amor y lealtad.

15Juan da testimonio de él

y sigue gritando:

- Este es de quien yo dije:

«El que llega detrás de mí

estaba ya presente antes que yo,

porque existía primero que yo».

16La prueba es que de su plenitud

todos nosotros hemos recibido:

un amor que responde a su amor.

17Porque la Ley se dio

por medio de Moisés;

el amor y la lealtad han existido

por medio de Jesús Mesías.

18A la divinidad nadie la ha visto nunca;

un Hijo único, Dios,

el que está de cara al Padre,

él ha sido la explicación.

* * * * *

El prólogo del evangelio puede llamarse también síntesis introductoria o profesión de fe de la comunidad de Juan, que, en 1,14-16 (nosotros), habla de su experiencia cristiana, fruto de la actividad de Jesús. El prólogo resume en pocos trazos la realización del proyecto creador de Dios, que abre una época nueva en la historia humana. Por una parte, da claves de interpretación para el resto del evangelio; por otra, sólo se puede penetrar su profundidad conociendo la obra de Jesús narrada después.

 

Introducción (1,1-2)

1-2 Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era Dios. Ella al principio se dirigía a Dios.

El término "Palabra" (griego, logos) sintetiza dos conceptos del AT: el de palabra-potencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría creadora, que equivale al plan de Dios en su creación (Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9,1.9; Sal 104,24). De este modo, el logos, por una parte, en cuanto sabiduría, formula el plan o proyecto de Dios, que existe antes de la creación y la guía, y que, por otra parte, en cuanto palabra-potencia, lo realiza.

Teniendo, pues, en cuenta el doble sentido de la palabra griega logos, el v. 1a puede traducirse: Al principio ya existía el Proyecto. Es decir, ya antes de que Dios creara el mundo con su Palabra, existía el Proyecto divino que había de guiar la obra creadora.

De los tres casos en que aparece en estos vv. el término "Dios", la primera y la tercera lleva artículo determinado (el Dios); la segunda, no lo lleva (un Dios, un ser divino).

El contenido del Proyecto divino está expresado en 1c, que, ateniéndonos al significado del logos en este pasaje y a la forma sin artículo de "Dios", puede traducirse: un ser divino era el Proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina.

La traducción del v. 1 puede, por tanto, hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y el proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto.

El Proyecto formulado es la Palabra divina absoluta y relativiza todas las demás palabras, en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (los diez mandamientos, el decálogo) se opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en la antigua alianza quedan superados al conocerse el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre, el Hombre-Dios, realizado en Jesús.

Como se hacía en el AT con la sabiduría divina (Prov 8,22-31), el evangelista personifica el Proyecto, concebido en la mente divina,  y lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa con esta especie de soliloquio divino una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo. Y el evangelista repite esa idea en el vers. siguiente: Él (el logos-Proyecto) al principio se dirigía / interpelaba a Dios.

La antigua humanidad

El rechazo del proyecto de Dios (1,3-10)

3-5 Mediante ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe. Ella contenía vida, y la vida era la luz de los hombres: esa luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la ha extinguido.

El proyecto-palabra tiene una actividad creadora que da existencia a todo ser sin excepción. No hay nada, por tanto, que nazca de un principio malo; por su creación, todo es bueno.

Pero la actividad creadora se traduce especialmente en la voluntad de comunicar a los hombres la vida que contiene. Esta vida (= la plenitud de vida), se opone a la existencia mediocre y sometida que impera en el género humano y que no merece el nombre de vida. Pero, además, la vida plena es para los hombres la luz, la verdad.

De esta última afirmación se deduce una importante consecuencia: no existe una verdad anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor (la luz) de la vida misma; es la aspiración a la vida plena la que orienta y guía al hombre, y la experiencia de ella le va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer, experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no puede haber verdad.

Pero la luz-vida tiene un enemigo, la tiniebla: a la luz-vida se opone la tiniebla-muerte. Aparece el mal: la tiniebla es una entidad activa y maléfica que pretende extinguir la luz. No existe antes que la luz, como se decía en el relato de la creación (Gn 1), sino que aparece después de la luz, está causada por hombres.  En el ser humano, lo primario es la aspiración a la vida, que es componente de su ser, pues es la vida plena el contenido del proyecto creador del que el hombre es resultado.

La tiniebla, por su parte, no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz-verdad, a la vida en cuanto puede ser conocida. Es, por tanto, una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira) que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole ver la luz, es decir, impidiéndole conocer el proyecto creador, expresión del amor de Dios por el hombre, y sofocando su aspiración a la plenitud. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.

Así, toda ideología que se oponga a la plenitud humana o la impida, es tiniebla: la que inculca la sumisión en vez de la libertad, la que priva al hombre de la capacidad de pensar o de la capacidad de decidir y actuar en su vida. La peor, sin embargo, es la que persuade al hombre a venerar y amar lo que lo oprime e impide su crecimiento.

A pesar del esfuerzo de la tiniebla por extinguirla, la vida-luz, la aspiración a la vida plena, sigue brillando y sirve de orientación y de meta a la humanidad: los hombres pueden aún comprender qué significa una vida plenamente humana y aspirar a ella, aun cuando por culpa de otros no lleguen a conocerla y tengan que vivir sometidos a una condición infrahumana.

6-8 Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer. No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.

En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz-tiniebla se presenta Juan Bautista, mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz-vida; él aviva la percepción de la existencia de la luz y el deseo de alcanzar la vida; de rechazo, denuncia la tiniebla y su actividad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla, es decir, con la ideología dominante, que tiene sometido al pueblo.

9-10 Era ella la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre llegando al mundo. En el mundo estaba y, aunque el mundo existió mediante ella, el mundo no la reconoció.

La luz verdadera se opone a las luces parciales o falsas, cuyo prototipo había sido para los judíos la Ley de Moisés (Sal 119,105: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero"; Sab 18,4: "La luz incorruptible de tu Ley"; cf.  Eclo 45,17 LXX).

Pero la luz de la vida no sólo brilla (v. 5), sino que ilumina; llega al mundo, se hace visible a todo hombre y busca comunicarse a él. Es decir, a pesar de las tinieblas y de las falsas luces, la plenitud contenida en el proyecto creador interpelaba a los hombres, presentándose como ideal y meta, y el anhelo humano de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre luces verdaderas y falsas.

Sin embargo, aunque la luz le llegaba, la humanidad no reconoció el proyecto de Dios ni hizo caso de la interpelación (el mundo no la reconoció); aunque la luz le era connatural, la rechazó, y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la tiniebla-muerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su situación hasta la llegada histórica de la Palabra-Proyecto: la ideología-tiniebla represora de la vida quitaba a los hombres hasta el deseo de la propia plenitud.

                         Centro del prólogo (1,11-13)

El proyecto creador, realizado en la historia

11-13 Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. En cambio, a cuantos la han aceptado, los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios: a esos que mantienen la adhesión a su persona; 1os que no han nacido de mera sangre derramada ni por designio de un mero mortal  ni por designio de un mero varón, sino que han nacido de Dios.

En paralelo con la llegada de Juan Bautista, está la de Jesús. Éste es el Hombre-Dios (v. 3), el Proyecto realizado, la vida (11,25; 14,6) y la luz (8,12; 9,5). Su presencia histórica se verificó en su propio pueblo (su casa), pero aquel pueblo no lo aceptó.

Se afirma aquí el fracaso de la antigua alianza, que debía haber preparado a Israel para este momento. Se ha interpuesto la tiniebla; en este caso, la ideología mantenida por la institución judía, que conllevaba la absolutización de la Ley mosaica y los principios nacionalistas (12,34.40). En su nombre se condenará a Jesús (19,7).

Hay, sin embargo, quienes, liberándose del dominio de la tiniebla, aceptan la palabra-luz, sobre todo fuera del pueblo judío, y para ésos se abre una nueva posibilidad.

En el mundo semítico, es "hijo"  el que se parece a su padre, demostrándolo con su modo de obrar (8,39; cf. 5,19-20). La capacidad de ser hijos de Dios se confiere con el "nacer de Dios"; "hacerse hijo" indica el crecimiento, el ir asemejándose a Dios, efecto de una actividad semejante a la de Dios mismo. Dios no anula al hombre, sino que lo potencia. La actividad del cristiano no es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre.

Aceptar a Jesús consiste en darle la adhesión personal en su calidad de Proyecto realizado, de Hombre-Dios, y en aceptar la vida que, por su medio, Dios comunica. No pide el evangelista la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada, sino a la persona de Jesús, modelo y dador de vida que Dios ofrece a la humanidad.

Como se ha dicho antes, la capacidad de hacerse hijos de Dios supone un nuevo nacimiento. Pero éste no es obra meramente humana; de hecho, no procede de una muerte cualquiera ("sangre derramada"); tampoco del propósito de un ser mortal cualquiera, ni del propósito generador de un varón cualquiera, sino de los de Jesús, cuya muerte y propósitos no son meros hechos humanos, sino que en ellos se expresa y despliega su actividad un ser divino ("Dios", cf. v.1), la Palabra-Proyecto realizado.

 

La nueva humanidad  (1,14-17)

14 Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre-,  plenitud de amor y lealtad.

La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios (vv. 12-13).

El Proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hombre sujeto a la muerte (hombre-carne). Por vez primera aparece en el mundo la meta de la creación: el Hombre-Dios.

La comunidad interpreta su presencia en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda esclavitud: acampar (plantar la tienda) hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto (Éx 33,7-10). En este nuevo éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús.

La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía en particular sobre el santuario (Éx 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en Jesús, su presencia es inmediata para todos.

El hijo único es el heredero universal del Padre, y todo lo que éste tiene le pertenece; el Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Y su gloria consiste en su plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don de sí, en entrega, y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la gloria es el resplandor del amor fiel. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es amar, y amar es comunicar vida. La gloria de Dios no es, por tanto, su poder o su soberanía, sino su amor, el amor que no cambia, que siempre se mantiene.

15 Juan da testimonio de él y sigue gritando: «Este es de quien yo dije: "El que llega detrás de mí estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo"».

La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confirmado por su propia experiencia. La Palabra-Proyecto, ahora realizada en Jesús, estaba presente en el mundo desde el principio de la humanidad (1,4: la luz de los hombres) y es la misma que existía ya "al principio" (1,1).

Juan resume aquí, en sentido inverso, las tres etapas de la Palabra-Proyecto: su existencia antes de la creación (existía primero que yo), su presencia en la humanidad (estaba ya presente antes que yo), su realización histórica en Jesús (el que llega detrás de mí).

16-17 La prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que responde a su amor; porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías.

Lo especifico cristiano (todos nosotros) es la participación del amor-vida que está plenamente en Jesús. El Hijo, heredero universal (v. 14), hace a los suyos partícipes de su misma herencia (hemos recibido).

Así, la prueba palpable de la realidad y de la acción de Jesús es el amor que existe en la comunidad (un amor que responde a su amor, un amor como el suyo); y este amor se muestra en una actividad como la de Jesús, que busca realizar el designio divino trabajando por la plenitud humana.

El evangelista distingue dos épocas: La primera, referida al pueblo judío, se caracterizaba por el imperio de la Ley promulgada por Moisés. La segunda afecta a toda la humanidad y se caracteriza por el amor fiel, realizado en Jesús y comunicado por él, que, como Mesías, cumple las promesas hechas al antiguo pueblo.

Por tanto, la antigua relación o alianza, mediada por la Ley mosaica, ha caducado. Ahora, gracias a la obra de Jesús, puede existir en los hombres el amor fiel propio de Dios mismo (v. 14); con ello culmina la obra creadora de Dios y se establece la nueva relación o alianza con él. La Ley era exterior, el amor es interior y transforma al hombre, haciéndose constitutivo de su ser (Jr 31,31-34; Ez 36,25-28). El código externo pierde su validez y su razón de existir.

Al nuevo éxodo y a la nueva alianza se invita a todos los hombres (cf. v. 9). No desembocan, por tanto, en la formación de un nuevo pueblo, sino en la de una nueva humanidad. La comunidad tiene conciencia de pertenecer a ella.

 

Colofón (1,18)

18 A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, Dios, el que está de cara al Padre, él ha sido la explicación.

Moisés y todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido sólo un conocimiento mediato de Dios (Éx 33,20-23). Por eso la Ley no consiguió reflejar la realidad divina. Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas; el AT era sólo anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías.

La teología del hombre-imagen de Dios queda superada; el proyecto de Dios sobre el ser humano es mucho más alto: es el Hombre-Hijo, a quien el Padre comunica su propia vida-amor, y ha quedado realizado en Jesús.

Únicamente un ser divino podía comprender a Dios; sólo Jesús, el Hijo único / amado, que tiene la condición divina (Dios) y goza de total intimidad con Dios (de cara), puede expresar lo que éste es: el Padre que está total e incondicionalmente en favor del hombre, el que, por amor, le comunica su propia vida.

Jesús lo explica con su persona y actividad. Él es el punto de partida, el único dato de experiencia al alcance del hombre para conocer al verdadero Dios. Toda idea de Dios que no corresponda a lo que es Jesús es un invento humano sin valor. Jesús es, de modo inseparable, la verdad del hombre y la verdad de Dios: manifiesta lo que es el hombre por ser la realización plena del proyecto creador, el modelo de Hombre; manifiesta lo que es Dios haciendo presente y visible el amor incondicional del Padre, al entregar su vida para dar vida a los hombres.

            Síntesis: El prólogo hace ver la inmensa dignidad del ser humano, objeto del amor de Dios hasta el punto de que el proyecto creador es que alcance la condición divina. No hay rivalidad entre Dios y el hombre: Dios ayuda al hombre a ser como él. No hay motivo de menosprecio para la condición humana: a todo ser humano, por indigno que parezca, Dios le ofrece esa posibilidad. No hay condición servil del hombre respecto de Dios: Dios mismo le da la condición de hijo. Toda concepción religiosa anterior queda superada.

         El proyecto de Dios se ofrece a toda la humanidad, pero no todos lo aceptan. Existen intereses humanos contrarios a él, que procuran ocultarlo, convenciendo al hombre de su incapacidad e indignidad y, en consecuencia, de la necesidad de someterse, haciéndolo temer como un peligro a su propia libertad.

         Sin embargo, ya existe un modelo de la condición divina del ser humano: Jesús. Él, con su obra y su palabra, hace ver qué significa el proyecto divino

sobre el hombre y, con él, revela la inmensidad del amor de Dios.

 

DE JUAN A JESÚS

(Jn 1,19-51)

 

Esta sección describe cómo se crea en torno a Jesús el grupo que va a convivir con él. El relato abarca un período de cuatro días. En los dos primeros se narran testimonios de Juan; en el tercero, el efecto de dicho testimonio en dos de sus discípulos, que se adhieren a Jesús; en el cuarto, cómo Jesús mismo toma la iniciativa de llamar a su seguimiento.

         El motivo central de la sección es la "visión" del Espíritu-amor que habita en Jesús: Juan Bautista es el vidente y el testigo (1,34), y los discípulos son invitados a "ver" (1,39.46). El encuentro con Jesús es una experiencia, y el que llega a ver siente la necesidad de dar testimonio.

           

 

Jn 1,19-28: El testimonio de Juan Bautista

(Mt 3,1-12; Mc 1,7-8; Lc 3,15-17)

19Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle:

- Tú, ¿quién eres?

20É1 lo reconoció, no se negó a responder; y reconoció esto:

- Yo no soy el Mesías.

21Le preguntaron:

- Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?

Contestó él:

- No lo soy.

- ¿Eres tú el Profeta?

  Respondió:

- No.

22Entonces le dijeron:

- ¿Quién eres? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Cómo te defines tú?

23Declaró:                                           

- Yo, una voz que grita desde el desierto: "Enderezad el camino del Señor" (como dijo el profeta Isaías).

24Habia también enviados del grupo fariseo, 25y le preguntaron:

- Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elías ni el Profeta?

26Juan les respondió.

- Yo bautizo con agua; entre vosotros se ha hecho presente, aunque vosotros no sabéis quién es, 27e1 que llega detrás de mí; y a ése yo no soy quién para desatarle la correa de las sandalias.

28Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

* * * * *

Este episodio explica el testimonio de Juan Bautista anticipado en 1,6-8. La primera parte, donde figura la triple negación (vv. 19-23), desarrolla la frase "no era él la luz" (1,8); la segunda, sobre el que había de llegar (vv. 24-28), describe su testimonio en favor de la luz (1,7-8). Lo que se exponía en el prólogo en lenguaje figurado se expresa ahora en lenguaje realista. La luz-vida se concreta en la persona del Mesías.

19-23 Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle: «Tú, ¿quién eres?» É1 lo reconoció, no se negó a responder; y reconoció esto: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?» Contestó él: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Cómo te defines tú?» Declaró: «Yo, una voz que grita desde el desierto: "Enderezad el camino del Señor"» (como dijo el profeta Isaías).

La actividad de Juan, que despierta en el pueblo el deseo de vida y plenitud (1,6), alarma a las supremas autoridades religioso-políticas (Jerusalén). Los emisarios lo acosan a preguntas: quieren saber, primero, si es el Mesías, el salvador esperado; ante la negativa, si es Elías, el precursor que había de preparar la llegada del Mesías; de nuevo lo niega Juan; entonces le preguntan si es el Profeta, el segundo Moisés. Las tres figuras encarnaban aspectos de la salvación como poseedores y transmisores del Espíritu (Is 11,2; 2 Re 2,9-15; Dt l8,15.18; cf. Nm 11,16s). Para el evangelista, sin embargo, es Jesús el único que posee y comunica el Espíritu (1,32), y en él se integran las tres figuras mencionadas.

Ante la insistencia de los emisarios, Juan Bautista afirma ser sólo una voz; su mensaje, inspirado en un texto en el que el profeta Isaías anunciaba la liberación y vuelta del exilio como un segundo éxodo (Is 40,3), va dirigido a las autoridades judías, acusándolas de haber torcido el camino del Señor. Esta acusación indica la postura de Juan y el sentido que imprime a su actividad.

24-25 Había también enviados del grupo fariseo, y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elías ni el Profeta?»

El bautismo de Juan representa el paso a través del agua, como antaño a través del Mar Rojo y del Jordán, condición para poseer una nueva tierra.

Pretende inaugurar un tiempo nuevo, como en la época fundacional del antiguo éxodo. Pasar simbólicamente a través del agua es una invitación a abandonar las estructuras existentes. Suscitando en el pueblo el deseo de cambio, Juan quiere emanciparlo de la sumisión a las instituciones que cierran el camino a Dios. Promueve así un movimiento popular que muestra su desacuerdo con el sistema religioso.

Por eso es Juan, voz en el desierto (como en Isaías), quien bautiza, quien lidera la travesía. El grupo fariseo entiende bien el significado del rito, por eso preguntan a Juan si es el Mesías, o Elías o el Profeta (réplica de Moisés), figuras que podrían liderar una renovación. Según los fariseos, si Juan no representa a ninguna de las tres figuras  esperadas, no tiene derecho a bautizar, es un usurpador.

26-27 Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; entre vosotros se ha hecho presente, aunque vosotros no sabéis quién es, el que llega detrás de mí; y a ése yo no soy quién para desatarle la correa de las sandalias».

Juan sabe y afirma que su bautismo no es el definitivo; reconoce que no basta el paso por el agua; su rito es sólo la expresión de un deseo; el paso a la tierra de la libertad lo realizará el que llega detrás de él.

Ese salvador está ya presente y él no puede tomar su puesto (desatarle la correa de las sandalias). La imagen alude a una costumbre matrimonial judía: Jesús tiene derecho preferente a ser el Esposo (cf. Dt 25,5-10; Rut 4,6-7). En la antigua alianza, Dios se llamaba el Esposo del pueblo (Is 54; 62; Jr 2; Ez 16; Os 2,4ss). Se establece, por tanto, una alianza nueva, una nueva relación entre Dios y el género humano; en ella, la figura que requiere la adhesión y la fidelidad de los hombres (el Esposo) es Jesús, el Hombre-Dios (cf. 2,1-11).

28 Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Betania, al otro lado del Jordán, es decir, fuera del territorio de Israel, será el lugar de la comunidad de Jesús (10,40-42).

         Síntesis: En el ambiente tenso de la Palestina del siglo I, en medio de la expectación de un liberador agudizada por la dominación extranjera y la miseria reinante, aparece la figura de Juan Bautista, que anuncia la llegada inminente del Mesías y pide la adhesión a él. El anuncio suscita un movimiento popular que alarma a las autoridades judías, y éstas envían una comisión investigadora para interrogar a Juan. Él no aprovecha la ocasión para resaltar su propia figura, sino que se mantiene en su papel de precursor. Tampoco se acobarda ante los representantes de las autoridades supremas, quienes, en vez de alimentar la esperanza del pueblo, intentan extinguirla, para conservar el status quo en el que gozan de una situación de privilegio. El sistema religioso es opresor, y Juan denuncia la infidelidad a Dios de los dirigentes.

 

Jn 1,29-34: Identidad y misión del Mesías

29A1 día siguiente, vio a Jesús, que llegaba hacia él, y dijo:

- Mirad el Cordero de Dios, el que va a quitar el pecado del mundo. 30Éste es de quien yo dije: "Detrás de mí llega un varón que estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo". 31Yo no sabía quién era; a pesar de eso, si yo he venido a bautizar con agua es para que se manifieste a Israel.

32Y Juan dio este testimonio:

- He contemplado al Espíritu bajar como paloma desde el cielo y quedarse sobre él. 33Yo no sabía quién era; fue el que me mandó a bautizar con agua quien me dijo: "Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y se queda, ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo". 34Pues yo en persona lo he visto y dejo testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

* * * * *

Juan Bautista presenta y define al que llega: es el Ungido por Dios con el Espíritu. Su obra será liberadora: quitar el pecado del mundo, es decir, desterrar la aceptación de ideologías y valores contrarios al bien del hombre,  que llevan a cometer la injusticia. Jesús no eliminará ese pecado oponiendo otra ideología, sino comunicando la experiencia del amor de Dios al hombre. Ésta lo hará libre, le hará comprender su propio valor y el de los demás y orientará su vida hacia el bien de todos.

29-31 A1 día siguiente, vio a Jesús que llegaba hacia él, y dijo: «Mirad el Cordero de Dios, el que va a quitar el pecado del mundo. Este es de quien yo dije: "Detrás de mí llega un varón que estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo". Yo no sabía quién era; a pesar de eso, si yo he venido a bautizar con agua es para que se manifieste a Israel».

Segundo día. El testimonio de Juan acerca de Jesús no tiene oyentes determinados, sirve para toda época y tiene eco permanente en la comunidad cristiana (1,15). Al ver a Jesús, quiere Juan dar a conocer la calidad de su persona.

A la luz de 1,14, que interpretaba la presencia del proyecto de Dios hecho hombre en clave de éxodo (acampó, la gloria), el Cordero de Dios alude al cordero pascual, cuya sangre liberó al pueblo israelita de la muerte y cuya carne fue su alimento. Implícitamente, anuncia, pues, Juan la muerte de Jesús y la nueva Pascua (fiesta) y liberación (éxodo). La época que comienza es festiva, por tener la alegría de la libertad e inaugurar la alianza definitiva de Dios con la humanidad.

La obra del Cordero de Dios va a ser quitar el pecado del mundo, el pecado de la humanidad,  la opción del hombre que frustra el proyecto creador, la que suprime o reprime la vida o la aspiración a ella, impidiendo la búsqueda de la plenitud en uno mismo y en los demás. Este pecado se comete al dar la adhesión a una ideología de muerte (la tiniebla), la que promueve la sumisión y suprime la libertad. La privación de vida tiene tantas facetas como el desarrollo humano: desde mantener en el hambre, en la ignorancia o en la falta de libertad, hasta centrar la vida en lo secundario, olvidando lo principal.

Las siguientes palabras de Juan repiten las que se le atribuían en el prólogo:  "El que llega detrás de mí estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo" (1,15). Añade, sin embargo la palabra un varón, que designa al hombre adulto, en relación con la alusión al Esposo de 1,27 (no soy quién para desatarle la correa de las sandalias).

Yo no sabía quién era (vv. 31.33), como Samuel no conocía a David (1Sm 16,11). Es una clara alusión mesiánica. Poco a poco, con repetidas alusiones al AT, el evangelista va describiendo los rasgos de la figura de Jesús.

32-34 Y Juan dio este testimonio: «He contemplado al Espíritu bajar como paloma desde el cielo y quedarse sobre él. Yo no sabía quién era; fue el que me mandó a bautizar con agua quien me dijo: "Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y se queda, ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo". Pues yo en persona lo he visto y dejo testimonio de que éste es el Hijo de Dios».

El centro del testimonio de Juan afirma la bajada y permanencia del Espíritu sobre Jesús; éste es así el portador del Espíritu, es decir, tiene en su persona la plenitud de vida y amor del Padre.

La expresión como paloma recuerda Gn 1,2: "el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas", donde se trata del Espíritu creador. Pero la comparación del Espíritu con la paloma en su descenso sobre Jesús alude al mismo tiempo a una creencia proverbial que ponderaba la querencia de la paloma por su nido. El evangelista da a entender así que en Jesús culmina la creación y que él es el lugar propio y connatural del Espíritu de Dios, que se identifica con la gloria que el Padre comunica al Hijo, la plenitud de amor y lealtad (1,14).

Con esto termina de realizarse el proyecto creador: la comunicación plena del Espíritu a Jesús hace realidad al Hombre-Dios (1,1: un ser divino era el proyecto). Es al mismo tiempo la consagración mesiánica (10,36; cf. Is 1 11ss; 42,1; 61,lss) de Jesús, a cuyo mesianismo alude de nuevo Juan repitiendo la frase yo no sabía quién era (cf. v. 31),  que indica, en paralelo con David, el origen divino de su designación.

 La misión de Mesías consistirá en comunicar a los hombres el Espíritu (bautizar con Espíritu Santo), la gloria de Dios. Es así como Jesús va a quitar el pecado del mundo, como va a liberar al hombre de la sumisión a las ideologías de esclavitud. A la ideología destructora de la tiniebla no opone Jesús una ideología contraria, sino la experiencia del Espíritu-vida, que él comunica.

Juan deja un testimonio solemne, que tendrá su paralelo en el del discípulo al pie de la cruz (19,35).

 

            Síntesis: La liberación que se propone realizar Jesús, portador de la fuerza de vida de Dios mismo, está ofrecida a los hombres de toda época, que, de un modo u otro, están embaucados por ideologías perniciosas o sometidos a regímenes injustos. No es, sin embargo, una liberación política de masas, sino personal, de cada individuo. Tocará a los así liberados ir construyendo una sociedad justa.

         La extensión indicada por la expresión "el pecado del mundo" indica que hay pocos seres humanos que usen de espíritu crítico frente a las ideologías, religiosas o no, que los privan de libertad e impiden su desarrollo personal. Hay en la humanidad una cesión ante lo establecido, que la hace aceptar, en mayor o menor grado, la injusticia con cada uno y con todos. Jesús quiere despertar a los hombres de esa situación.

 

Jn 1,35-42: Discípulos de Juan siguen a Jesús

35Al día siguiente, de nuevo estaba presente Juan con dos de sus discípulos 36y, fijando la vista en Jesús que caminaba, dijo:

- Mirad el Cordero de Dios.

37Al escuchar sus palabras, los dos discípulos siguieron a Jesús.

38Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó:

- ¿Qué buscáis?

Le contestaron:

- Rabbí (que equivale a "Maestro"), ¿dónde vives?

39Les dijo:

- Venid y lo veréis.

Llegaron, vieron dónde vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él; era alrededor de la hora décima.

40Uno de los dos que escucharon a Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro; 41fue a buscar primero a su hermano carnal Simón y le dijo:

- Hemos encontrado al Mesías (que significa "Ungido").

42Lo condujo a Jesús. Jesús, fijando la vista en él, le dijo:

- Tú eres Simón, el hijo de Juan; a ti te llamarán Cefas (que significa "Piedra").

* * * * *

Dos discípulos de Juan Bautista, que han escuchado su declaración anterior, siguen a Jesús; han comprendido que Juan era sólo precursor y han hecho suyas sus palabras sobre Jesús. Uno de ellos, Andrés, informa a su hermano Simón Pedro de haber encontrado al Mesías. La entrevista de Simón con Jesús es desconcertante: Jesús no lo invita a seguirlo ni Simón reacciona de manera alguna a la presencia de Jesús.

35-39 A1 día siguiente, de nuevo estaba presente Juan con dos de sus discípulos y, fijando la vista en Jesús que caminaba, dijo: «Mirad el Cordero de Dios». A1 escuchar sus palabras, los dos discípulos siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscáis?» Le contestaron: «Rabbí (que equivale a "Maestro"), ¿dónde vives?» Les dijo: «Venid y lo veréis». Llegaron, vieron dónde vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él; era alrededor de la hora décima.

Tercer día. Jesús camina, ha empezado su labor. Los dos discípulos de Juan oyen la declaración de éste (Mirad del Cordero de Dios), que resume la pronunciada antes (1,29-34). Ahora comprenden la calidad del Mesías y su identificación con Jesús: éste es el Mesías liberador (1,29: el que va a quitar el pecado del mundo) y el portador y comunicador del Espíritu (1,32). Al descubrir esto, lo siguen.

Jesús responde inmediatamente a la expectativa de los dos discípulos de Juan, y les pregunta (¿Qué buscáis?). Ellos le dan el título honorífico de Rabbí ("mi señor"), que el evangelista interpreta como "Maestro". El deseo de los dos es estar con Jesús, y le preguntan dónde vive.

Jesús no les da una dirección; él vive en la esfera del Espíritu, que es la de Dios y que no puede conocerse más que por experiencia (v. 39: venid y lo veréis). Los dos discípulos no posponen su decisión, aquél mismo día se quedan a vivir con él. Anticipa el evangelista el estado ideal de la comunidad cristiana, íntimamente unida a Jesús.

La hora décima (las cuatro de la tarde) está cerca del final del día (la hora duodécima): Israel está para terminar su historia.

40-42 Uno de los dos que escucharon a Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro; fue a buscar primero a su hermano carnal Simón y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (que significa "Ungido"). Lo condujo a Jesús. Jesús, fijando la vista en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; a ti te llamarán Cefas» (que significa "Piedra").

Uno de los dos discípulos de Juan, Andrés (que significa "el varonil"; cf. 1,30: un varón), el hombre llegado a su madurez, ha escuchado la declaración de Juan (vv. 37.40). Tras su contacto con Jesús, su entusiasmo es incontenible y va a buscar a su hermano Simón Pedro. El evangelista lo llama Pedro por ser figura conocida, aunque todavía no llevara ese apelativo. Al contrario que Andrés, Simón no ha escuchado la declaración de Juan y no conoce la calidad del Mesías ni su identificación con Jesús.

Andrés le habla de Jesús como Mesías, indicando con ello cuál era la expectación de su hermano Simón. Éste, sin embargo, no expresa el deseo de conocer a Jesús, sólo se deja conducir pasivamente hasta él.

Jesús lo llama Simón, hijo de Juan. En el ambiente semítico, la palabra "hijo" puede tener distintos valores, uno de ellos, el de "discípulo". Tal es el significado en este contexto: Simón Pedro es ferviente discípulo de Juan Bautista, pero no ha escuchado su declaración sobre Jesús; ha roto con las instituciones, como propugnaba Juan, pero no conoce la calidad ni la misión de Jesús como Mesías; se ha quedado en la actitud de ruptura.

Jesús le anuncia que será llamado Piedra. El significado de este sobrenombre irá apareciendo a lo largo del evangelio: describirá la testarudez del discípulo.  

Jesús no invita a Pedro a seguirlo ni Pedro se ofrece. Al contrario que Andrés, no manifiesta entusiasmo ni reacción alguna después de su contacto con Jesús. Aunque Andrés, su hermano, refiriéndose a Jesús, le había dicho haber encontrado al Mesías, no es sin duda Jesús la figura de Mesías que Pedro espera. No hace comentario alguno sobre su encuentro ni muestra interés por la persona de Jesús; no pronuncia palabra ni le pregunta nada. Es la primera prueba de su testarudez: Pedro tiene sus convicciones y no las pone en cuestión ni siquiera cuando encuentra a Jesús. Es refractario a todo influjo. 

  Síntesis: Aparecen en esta perícopa dos tipos de hombres que han sido discípulos de Juan Bautista y que, por tanto, han recibido su bautismo, símbolo de la ruptura con las instituciones y de adhesión al Mesías esperado. El evangelista subraya la diferencia entre ambos.

            En la figura de Andrés aparece la actitud de los que no han detenido su evolución personal y están abiertos a la novedad. En la figura de Pedro se manifiesta la cerrazón de los que, incapaces de cuestionar sus propias ideas, no están dispuestos a aprender; encastillados en sus convicciones, pueden encontrarse con Jesús y no entenderlo ni hacerle caso.

           

 

Jn 1,43-51: Llama a Felipe y a Natanael

43A1 día siguiente decidió Jesús salir para Galilea; fue a buscar a Felipe y le dijo:

- Sígueme.

44FeIipe era de Betsaida, del pueblo de Andrés y Pedro.

45Felipe fue a buscar a Natanael y le dijo:

- Al descrito por Moisés en la Ley, y por los Profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, el de Nazaret.

46Natanael le replicó:

- ¿De Nazaret puede salir algo de calidad?

Felipe le contestó:

- Ven a verlo.

47Jesús vio a Natanael, que se le acercaba, y comentó:

- Mirad un israelita de veras, en quien no hay falsedad.

48Natanael le preguntó:

- ¿De qué me conoces?

Jesús le contestó:

- Antes que te llamara Felipe, estando tú bajo la higuera, me fijé en ti.

49Natanael le respondió:

- Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel.

50Jesús le contestó:

- ¿Es porque te he dicho que me fijé en ti debajo de la higuera por lo que crees? Pues cosas más grandes verás.

51Y le dijo:

- Sí, os lo aseguro: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hijo del hombre.

* * * * *

Los  dos personajes que aparecen en esta perícopa no pertenecían al círculo de Juan Bautista. Representan al Israel que se ha mantenido fiel a la tradición profética; esperan un Mesías al que no conocen y al que conciben conforme a las categorías del AT.

43-44 A1 día siguiente decidió Jesús salir para Galilea; fue a buscar a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, del pueblo de Andrés y Pedro.

Cuarto día. Jesús decide viajar a Galilea, la región del norte, no sujeta a la administración romana y lejana del poder central judío, afincado en Jerusalén. Allí podía gozar de mayor libertad para proponer su programa de acción.

Completa su manifestación a Israel, objetivo de la actividad de Juan Bautista (1,31). Mientras los discípulos de éste siguieron a Jesús espontáneamente (1,37), a Felipe, que no pertenece al círculo de Juan ni conoce su testimonio sobre el Mesías, Jesús va a buscarlo y lo invita a seguirlo.

Betsaida estaba situada en la parte norte del lago de Galilea, en la orilla oriental de la desembocadura del Jordán. Políticamente no pertenecía a Galilea, sino a la Gaulanítide, fuera del territorio propiamente judío. El nombre Betsaida significa "Pesquería" o lugar de pesca; según los evangelios sinópticos, Andrés y Pedro eran pescadores (cf. Mc 1,16ss); es posible que también Felipe lo fuera.

45-46 Felipe fue a buscar a Natanael y le dijo: «Al descrito por Moisés en la Ley, y por los Profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, el de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo de calidad?» Felipe le contestó: «Ven a verlo».

Reacción entusiasta de Felipe; no se conforma con haber conocido a Jesús, tiene que comunicarlo. Va a buscar a Natanael y le describe a Jesús como la realización de lo predicho en todo el AT, tanto por Moisés, como por los profetas. Felipe vive dentro del mundo del AT, y, como no ha escuchado el testimonio de Juan Bautista,  no se da cuenta de la novedad que representa Jesús; su idea de Mesías y su perspectiva de salvación se atienen a lo expresado en la antigua Escritura (Al descrito por Moisés en la Ley, y por los profetas, lo hemos encontrado).

Natanael recibe el anuncio con escepticismo: la historia reciente le hace desconfiar de los mesianismos procedentes de Galilea.  Felipe no intenta convencerlo; simplemente lo invita a tener contacto personal con Jesús (cf. 1,35).

47-49 Jesús vio a Natanael, que se le acercaba, y comentó: «Mirad un israelita de veras, en quien no hay falsedad». Natanael le preguntó: «¿De qué me conoces?» Jesús le contestó: «Antes que te llamara Felipe, estando tú bajo la higuera, me fijé en ti». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel».

Jesús describe a Natanael como modelo de israelita. La mención de la higuera alude a Os 9,10 (LXX):  "Como racimo en el desierto encontré a Israel, como en breva en la higuera me fijé en sus padres".  El profeta describía la elección del pueblo; Natanael representa precisamente al Israel elegido que ha conservado la fidelidad a Dios. Así como en otro tiempo escogió Dios a Israel, ahora Jesús escoge a Natanael, es decir, a los israelitas fieles, para formar parte de la comunidad del Mesías.

También la reacción de Natanael es entusiasta. Llama a Jesús Rabbí, es decir, maestro fiel a la tradición (cf. v. 45: al descrito por Moisés en la Ley); lo reconoce como Hijo de Dios, es decir, como el Mesías (v. 45: y por los profetas), título que él mismo  interpreta como rey de Israel, el prometido sucesor de David (Sal 2,2.6s; 2Sm 7,14; Sal 89,4s.27) que restauraría la grandeza del pueblo. No coincide su idea con la expuesta por Juan Bautista (1,33-34: el Hijo de Dios = el portador del Espíritu).

50-51 Jesús le contestó: «¿Es porque te he dicho que me fijé en ti debajo de la higuera por lo que crees? Pues cosas más grandes verás». Y le dijo: «Sí, os lo aseguro: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hijo del hombre».

Pero la obra del Mesías no se limita a renovar la elección de Israel (bajo la higuera). Jesús anuncia a Natanael una experiencia muy superior a la que acaba de tener (cosas más grandes verás), pero no centrada en el Mesías-rey de Israel, sino en el Mesías-Hijo del hombre.

Sin nombrarse a sí mismo, Jesús hace la primera declaración sobre su persona. Afirma que los suyos tendrán experiencia (veréis) de la plena y permanente posibilidad de comunicación del mundo humano con el divino (el cielo quedar abierto). Alude al sueño de Jacob en Betel, en el que vio una escala o rampa apoyada en la tierra y que llegaba al cielo (Gn 28,11-27). Ahora, la comunicación permanente entre los hombres y Dios va a verificarse a través del Hijo del hombre, del Hombre-Dios (el portador del Espíritu).

Nunca había existido antes una comunicación plena entre Dios y los hombres, porque nunca había existido el Hombre en su plenitud (1,14). Pero ahora el Hombre-Dios une tierra y cielo. De hecho, la presencia y actividad de Dios en el mundo está condicionada por el desarrollo del hombre. El Dios dinámico, fuente inagotable de vida que desea comunicarse, puede hacerlo del todo cuando existe la plenitud humana. Tanto más puede Dios actuar como Dios cuanto más pleno sea el hombre.

Encuentra así solución el ancestral problema de la relación de los hombres con Dios y de Dios con los hombres. La dificultad para esta relación no se debía al querer de Dios, siempre dispuesto a ella, sino a la calidad del hombre. El problema queda resuelto porque existe "el Hijo del hombre", el Hombre-Dios.

Aunque aún no se menciona la cruz, es en ella donde se realizará el anuncio de Jesús, pues entonces culminará la condición divina del Hijo del hombre (19,30).

Según esto, el proyecto salvador de Dios no se basa, como pensaba Natanael (v. 49), en la realeza davídica, sino en la plenitud humana, que es la verdadera realeza. El grupo representado por Natanael tendrá que superar la concepción del Mesías-rey de Israel, para ver en Jesús el Mesías-Hijo del hombre, modelo para toda la humanidad: universalidad frente a particularismo. Jesús deja de lado las categorías judías para subrayar lo que afecta a todo ser humano, porque el Mesías inaugura un nuevo modo de ser hombre, una humanidad nueva.

Este cambio de perspectiva hace ver que la salvación de Israel no es exclusiva ni prioritaria, sino que se integra en la de la humanidad. Lo que Dios quiere ante todo es que exista una humanidad en plena unión con él, donde él pueda desplegar su acción sin barreras, con la que él pueda colaborar para que cada uno y el género humano lleguen a su plenitud.

Síntesis: Se describe en esta perícopa otro grupo de los que integran la comunidad de Jesús. Se distingue de los dos anteriores, representados por Andrés y Simón Pedro, en que éstos no han roto con las instituciones de Israel; son fieles a la tradición, están anclados en el AT. Jesús va a buscar a los que, según sus luces, han sido fieles a Dios.

Queda así constituida la comunidad de Jesús, formada por grupos de mentalidad muy distinta: gente abierta a la novedad (Andrés), gente cerrada en sus ideas (Pedro), gente de ideas anticuadas (Felipe y Natanael). Termina con esto la sección introductoria y se abre el campo a la actividad del Mesías. 

 

primera parte

EL DÍA SEXTO. LA OBRA DEL MESÍAS

(2,1-19,42)

En la primera parte del evangelio se narran episodios de la vida terrena de Jesús, desde su primera actuación pública en Caná (2,1-11) hasta su muerte y sepultura (19,28-42). Comienza al tercer día (2,1), es decir, según el modo de calcular de aquella época, dos días después de lo antes relatado. Añadidos estos dos días a la serie de cuatro días en que se ha distribuido la sección anterior, se entra en "el sexto día", que fue, conforme al relato de los orígenes, el de la creación del hombre (Gn 1,26). Con este simbolismo, el evangelista señala que tanto la actividad como la muerte de Jesús son la continuación y culminación de la obra creadora de Dios, que es Jesús quien da remate a la creación del hombre.  El proyecto creador quedará terminado en la persona de Jesús, quien, en la cruz, alcanzará la plenitud de su condición divina (19,30: Queda terminado); pero, al mismo tiempo, mediante el don del Espíritu, se abrirá para los seres humanos la posibilidad de caminar hacia esa plenitud.

"El día sexto" comprende dos períodos: "el día del Mesías", que abarca el tiempo de la actividad de Jesús (2,1-11,54) y "la hora final", que encierra los acontecimientos que preceden la última Pascua, la de Jesús, en la que él, el día sexto (cf. 12,1), dará su vida para culminar el proyecto creador (11,55-19,42).

        

A. EL DIA DEL MESÍAS

(2,1-11,54)

Este período describe la actividad de Jesús. De hecho, Jesús lo llama "este día mío" (8,56), "día" que  abarca el tiempo de la aparición y presencia del Mesías (en el lenguaje rabínico: "los días del Mesías"), el de su manifestación a Israel (1,31).

En la actividad que desarrolla Jesús en su día se distinguen dos fases sucesivas. En la primera, centra su atención en las instituciones de Israel, a las que declara insuficientes o a las que denuncia por corruptas (2,1-4,46a), y visita Samaría, donde encuentra una entusiasta acogida. En la segunda, dejando de lado las instituciones, que le son hostiles, su actividad se ejerce en la rehabilitación del hombre (4,46b-11.54).

CICLO DE LAS INSTITUCIONES

(2,1-4,46a)

 

            Esta primera parte de la actividad de Jesús se caracteriza por su propuesta de cambio institucional. Su punto de partida es Caná de Galilea, adonde retorna después de haber pasado por Jerusalén,  la región de Judea y Samaría.

En territorio de Israel, ofrece: a) una alianza nueva, es decir una nueva relación con Dios (2,1-11); b) un nuevo santuario, que sustituye al templo corrompido (2,13-22); c) una superación de la Ley, sustituida por el Hijo del hombre levantado en alto, signo del amor del Padre (3,12-21); d) un nuevo y único mediador, Jesús, el Hijo Esposo (3,22-4,3). Todo es incomprendido o rechazado. En Samaría, que lo acepta, confiere una nueva sabiduría, el Espíritu, en lugar de la tradición (4,4-15), y anuncia un nuevo culto. Termina el ciclo con la vuelta a Caná (4,45-46a).

Jn 2,1-11: Caná: Sustitución de la alianza

2 1A1 tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús; 2y fue invitado Jesús, como también sus discípulos, a la boda.

3Faltó el vino, y la madre de Jesús se dirigió a él:

- No tienen vino.

4Jesús le contestó:

- ¿Qué nos concierne a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.

5Su madre dijo a los sirvientes:

- Cualquier cosa que os diga, hacedla.

6Estaban allí colocadas seis tinajas de piedra destinadas a la purificación de los Judíos; cabían unos cien litros en cada una.

7Jesús les dijo:

- Llenad las tinajas de agua.

Y las llenaron hasta arriba.

8Entonces les mandó:

- Sacad ahora y llevadle al maestresala.

Ellos se la llevaron. 9A1 probar el maestresala el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), llamó al novio 10y le dijo:

- Todo el mundo sirve primero el vino de calidad, y cuando la gente está bebida, el peor; tú, el vino de calidad lo has tenido guardado hasta ahora.

11Esto hizo Jesús en Caná de Galilea, como principio de las señales; manifestó su gloria, y sus discípulos le  dieron su adhesión.

* * * * *

La señal realizada por Jesús en Caná anuncia la sustitución de la antigua alianza, fundada en la Ley mosaica, por la nueva, fundada en el amor fiel (1,17), cuyo símbolo es el vino que da Jesús.

1-2 A1 tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús; y fue invitado Jesús, como también sus discípulos, a la boda.

Se completa la sucesión de días (1,29.35.43). Al tercer día, es decir, dos días después (se cuenta como primero el día en que se está). Sumando estos dos días a los cuatro antes mencionados, resulta que Jesús, después de reunir un grupo de seguidores, va a desarrollar su actividad el día sexto, el de la creación del hombre (Gn 1,26-31); este simbolismo temporal indica que la obra de Jesús va a dar remate a esa creación.

La expresión al tercer día alude también a Éx 19,10.11.15.16, donde anuncia la teofanía del Sinaí (Éx 20,1-21; cf. Jn 2,11), en la que se dio la Ley de la alianza,  y a Os 6,2: al tercer día nos resucitará y viviremos en su presencia. Así, el día sexto será al mismo tiempo el de la creación terminada, el de la alianza nueva en que el Espíritu sustituirá a la Ley (1,17) y el de la vida definitiva.

El simbolismo nupcial había sido utilizado por los profetas para describir la relación entre Dios y el pueblo, formulada antes como alianza (Is 1,21-23; 49,14-26; 62,5: Jr 2; 3,1; Ez 16; Os 2,4.16-18). Este es el significado que tiene la boda en Caná: representa la antigua alianza. La madre de Jesús pertenece a ella (estaba allí).

En paralelo con la figura masculina de Natanael (1,48), la madre de Jesús, que no lleva nombre propio, es la figura femenina que representa a los verdaderos israelitas, al Israel que se ha mantenido fiel a Dios, en cuanto en él tiene su origen Jesús (madre).

Jesús y sus discípulos no están allí, asisten a la boda como invitados: ellos no pertenecen a la antigua alianza.

3-5 Faltó el vino, y la madre de Jesús se dirigió a él: «No tienen vino». Jesús le contestó: «¿Qué nos concierne a mí y a ti, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dijo a los sirvientes: «Cualquier cosa que os diga, hacedla».

El vino era símbolo del amor entre esposo y esposa (cf. Cant 1,2; 7,10; 8,2) y en esta boda falta el vino. Describe así el evangelista la situación del pueblo judío: en la alianza entre este pueblo y Dios no se percibe el amor de Dios al pueblo ni el pueblo responde  a Dios con amor. 

La madre de Jesús lo reconoce como Mesías y espera en él; expone a Jesús la situación (No tienen vino), aunque sin llamarlo "hijo". Cree que el Mesías va a dar nueva vida a la antigua alianza. Jesús, en cambio, que tampoco la llama "madre", le indica la necesidad de dejar atrás el pasado (¿Qué nos concierne a mí y a ti, mujer?); su obra no va a apoyarse en las antiguas instituciones, él trae una novedad radical.

Nunca entre los judíos un hijo llamaba mujer a su madre. Este apelativo significa mujer casada o esposa (Mt 1,20.24; 5,32; Mc 10,2). Según el simbolismo nupcial de la alianza señalado antes, Jesús caracteriza como esposa de Dios (cf. 19,26; 4,21; 20,15) al pueblo fiel de la antigua alianza (la madre) que espera el cumplimiento de las promesas.

Todavía no ha llegado mi hora, le dice Jesús. La antigua alianza va a ser sustituida por una nueva. Jesús, el nuevo Esposo (1,15.30) o centro de la nueva comunidad humana, anuncia el cambio, que tendrá lugar cuando llegue su hora, la de su muerte.

La madre no replica; acepta el anuncio de Jesús y, a los que están dispuestos a colaborar con él (los sirvientes), los exhorta a seguir sus instrucciones (cf. Éx 19, 8; 24,37).

6-8 Estaban allí colocadas seis tinajas de piedra destinadas a la purificación de los Judíos; cabían unos cien litros en cada una.

Las tinajas de piedra, en el centro de la narración, representan la Ley (Éx 31,18; 32,15; Dt 4,3, etc.:  tablas de piedra), en particular las prescripciones sobre lo puro y lo impuro (Lv 11-16). Éstas presentan a un Dios susceptible que rompe por cualquier motivo su relación con el hombre. Ocultando el amor de Dios, los preceptos sobre la pureza obsesionan al hombre con su indignidad y le crean el sentimiento de culpa. La Ley promete restablecer cada vez la relación con Dios mediante ritos (purificación), pero las tinajas están vacías (las llenarán por orden de Jesús), lo que muestra que la promesa de purificación es falsa. Los ritos prescritos por la Ley son incapaces de restaurar la relación del hombre con Dios, pues es la Ley misma la que la impide.

Por contraste con el número "siete", que simboliza lo completo y acabado, seis es el número de lo incompleto y provisional, de lo que nunca llega a su término.

7-10 Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevadle al maestresala». Ellos se la llevaron. A1 probar el maestresala el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), llamó al novio y le dijo: «Todo el mundo sirve primero el vino de calidad, y cuando la gente está bebida, el peor; tú, el vino de calidad lo has tenido guardado hasta ahora».

Al hacer llenar las tinajas de agua, indica Jesús que es él quien va a dar la verdadera purificación, y que esa purificación va a ser completa (las llenaron hasta arriba). Entonces da la orden a los sirvientes de ofrecer al maestresala una muestra del agua que han echado en las tinajas. El maestresala era el jefe del banquete, el que debía cuidarse de que todo estuviera a punto; aquí es figura de los dirigentes de Israel.

Al ofrecer al maestresala la muestra de  agua sacada de las tinajas, ésta se convierte en vino, que, como se ha visto, es símbolo del amor; con esto indica el evangelista que es el amor el que purifica y restablece el acceso a Dios. La purificación no se hace con ritos exteriores (agua), sino cambiando el interior del hombre, mediante la experiencia del amor incondicional de Dios. Sentirse amado así hará desaparecer el sentimiento de indignidad y de culpa.

En otras palabras, Jesús va a inaugurar una nueva relación del hombre con Dios, una nueva alianza, que no estará mediatizada por la Ley ineficaz, sino creada por la infusión del Espíritu de Dios, impulso de vida-amor (1,17: el amor y la lealtad), que hace al hombre hijo y semejante a Dios, su Padre. Esta experiencia es personal e inmediata; no necesita mediadores.

El maestresala, figura representativa de los jefes religiosos judíos, prueba el vino que le ofrecen y constata su calidad, pero reacciona protestando del orden en que se dan los vinos: el primero debe ser el mejor. Se muestra con esto que, a pesar de las promesas hechas por los profetas (cf. Jr 31,31-34; Ez 36,25-27; 37,26), esos dirigentes no tienen ninguna expectativa de un futuro mesiánico para Israel ni quieren abrirse a él cuando se presenta; no aceptan la novedad, aunque sea mejor. Están convencidos de que la antigua alianza, en la que, aunque el pueblo esté mal, ellos ocupan posiciones de privilegio, tiene que ser definitiva.

11 Esto hizo Jesús en Caná de Galilea, como principio de las señales manifestó su gloria, y sus discípulos le  dieron su adhesión.

El evangelista anuncia una serie de señales que realizará Jesús. La de Caná es principio, prototipo y clave de interpretación de las que seguirán; todas ellas estarán centradas en el don a los seres humanos del Espíritu divino. Este episodio es, por tanto, programático. 

Jesús ha manifestado su gloria, es decir, su amor leal (1,14) y anuncia su intención de comunicarlo a los hombres. La experiencia de ese amor funda la fe-adhesión a él.

Síntesis: Se contraponen en este episodio dos maneras de concebir la relación de Dios con el hombre. La primera, propia de la religión judía, afirma una relación mediada por instituciones, en particular por la Ley mosaica, que, con sus prescripciones sobre lo puro y lo impuro, mantiene al hombre distanciado de Dios. Presenta, de hecho, la imagen de un Dios que no ama a su creación, sino que siente repugnancia de muchas cosas que él mismo ha creado e impone al hombre una serie de reglas que tiene que observar o respetar, so pena de perder su favor. Esto inculca al hombre un sentido de culpabilidad e indignidad. Viviendo en el temor y ocupado en la observancia de innumerables preceptos, carece de desarrollo personal.

La segunda manera es la que anuncia Jesús: Dios, amor incondicional, se acerca al hombre con objeto de comunicarle su propia vida. No hay intermediarios, ya sean códigos o personas; el contacto con Dios es inmediato. La experiencia del amor de Dios por él devuelve al hombre su dignidad y autoestima.

La primera manera es infantil, porque quita al hombre la libertad, sometiéndolo a severa tutela; es, además, falsa, porque deforma la imagen de Dios. La segunda manera corresponde al estado adulto de la humanidad, constituye al hombre libre; así, consciente del amor de Dios, puede emprender el camino de su desarrollo personal.

 

Jn 2,12: Transición. Campo de la actividad de Jesús

12Después de esto bajó él a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos y se quedaron allí, no por muchos días.

* * * * *

Entre la manifestación programática de Jesús en Caná y el principio de su actividad hay un breve intervalo.

12 Después de esto bajó él a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos y se quedaron allí, no por muchos días.

Después de trazado su programa en Caná, Jesús va a comenzar su actividad. Los tres grupos representan tres posturas frente a la situación, que se dan entre los que lo rodean: la madre, el Israel fiel, será finalmente incorporada a la nueva comunidad universal (19,25ss); los hermanos o parientes no apreciarán su obra y le serán hostiles (7,3-9); los discípulos le han dado su adhesión. La convivencia pacífica es efímera (no por muchos días); la oposición abierta empezará pronto.

 

 

 

LA PRIMERA PASCUA

Jn 2,13-22: Sustitución del templo

Jesús, nuevo santuario

 

13Estaba cerca la Pascua de los Judíos, y Jesús subió a Jerusalén.

14Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados 15y, haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas 16y a los que vendían palomas les dijo:

- Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios.

17Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito: "La pasión por tu casa me consumirá".

18Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole:

- ¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas?

19Les replicó Jesús:

- Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré.

20Repusieron los dirigentes:

- Cuarenta y seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en tres días?

21Pero él se refería al santuario de su cuerpo.

22Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y a las palabras que había pronunciado Jesús.

* * * * *

La nueva relación entre Dios y los hombres (2,1-11) comporta la desaparición de las instituciones que pertenecían a la antigua alianza. En primer término, la del templo; desde ahora, el lugar donde Dios se manifiesta y desde donde actúa es el hombre mismo.

13-17 Estaba cerca la Pascua de los Judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados y, haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios». Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito:"La pasión por tu casa me consumirá".

La Pascua de los Judíos (no "la Pascua del Señor", como en Éx 12,11.48; Lv 23,5; Nm 9,10 14, Dt 16,1, etc.) es la fiesta oficial que no conserva el carácter liberador de la antigua Pascua. En este evangelio, la expresión "los judíos" no designa  ordinariamente a la totalidad del pueblo, sino a los dirigentes y a sus partidarios.

El templo, centro religioso y símbolo nacional de Israel, está convertido en lugar de comercio y explotación. El azote de cuerdas era un conocido símbolo mesiánico. Jesús se presenta como Mesías cuando está próxima la fiesta de Pascua y acuden peregrinos a Jerusalén. Con la expulsión del ganado, anuncia su propósito de sacar (éxodo) al pueblo (representado por las ovejas, cf. Jn 10,lss; Ez 34) fuera de la institución religiosa,  de la que es víctima.

La acción de Jesús alude al texto del profeta Zacarías (14,21): "Y no habrá mercaderes en el templo del Señor... aquel día". Con eso, "el día del Mesías", el de la actividad de Jesús, se identifica con "el día del Señor" (Zac 14,1), el final y definitivo, cuando "el Señor va a ser rey de todo el mundo" (Zac 14,9).

Los cambistas, por su parte, representan en este episodio el sistema bancario y administrativo del templo, y el tributo (medio siclo = dos dracmas) que todos los varones, residentes lo mismo en Palestina que en el extranjero, habían de pagar anualmente a partir de los veinte años de edad. De hecho, el culto y el funcionamiento del templo se mantenían en gran parte con el dinero que los dirigentes recaudaban del pueblo, invocando para ello la voluntad divina. La acción de Jesús muestra que tampoco acepta esta forma de despojo, que hace aparecer a Dios como explotador del pueblo.

Pero los principales acusados son los vendedores de palomas. La paloma se usaba para los sacrificios expiatorios, en particular de los pobres. Como se ha visto a propósito de las tinajas de Caná (2,6), la religión oficial prometía falsamente la reconciliación con Dios; ahora se descubre que con ello explotaba económicamente a los más débiles. Los vendedores de palomas son así figura de la jerarquía del templo, que, aprovechándose del sentimiento religioso de los pobres, los despojaba con el fraude de lo sagrado. El Dios del templo ya no es el Padre, sino el dinero: es un templo idolátrico.

Al llamar a Dios "mi Padre", hace Jesús una nueva afirmación mesiánica (cf. Sal 2,7: "Hijo mío eres tú"). Pero este apelativo muestra al mismo tiempo que la relación con Dios ya no se formula en términos religiosos, sino familiares (Padre); no hay en ella temor, sino amor y confianza.

Los discípulos interpretan la acción de Jesús en clave del celo de Elías (1 Re 19,10.14.15-18; 2 Re 10.1-28; Mal 3,lss.23; Eclo 48,1-11): ven en Jesús un Mesías que va a reformar las instituciones por la violencia ("La pasión por tu casa me consumirá").

18-21 Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole: «¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas?» Les replicó Jesús: «Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré». Repusieron los dirigentes: «Cuarenta y seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en tres días?» Pero él se refería al santuario de su cuerpo.

Los dirigentes del templo, representados antes por los vendedores de palomas, no hacen caso de la exhortación de Jesús a que dejen de explotar al pueblo (v. 16: Quitad eso de ahí); al contrario, le piden sus credenciales como Mesías. Consideran que su propia autoridad es legítima por  institución divina y se arrogan la facultad de juzgar sobre la validez de la pretensión de Jesús.

La función del templo era expresar la gloria de Dios y significar su presencia activa en medio del pueblo (cf. Éx 40,34-38). Ellos han ocultado esa gloria y anulado esa presencia, haciendo del templo un mercado.

Este templo va a ser sustituido. Jesús, en quien habita la gloria-Espíritu (1,14), es el nuevo santuario que invalida todos los anteriores. Matando a Jesús (Suprimid este santuario), los dirigentes intentarán eliminar definitivamente la presencia de Dios, al que ya han desalojado del templo, pero su intento será vano (en tres días lo levantaré).

Ellos no entienden el dicho de Jesús y piensan en una reconstrucción milagrosa del templo material. Pero Jesús sabe bien lo que dice, pues ya prevé el desenlace del conflicto que ahora empieza.  La expresión el santuario de su cuerpo / persona, que el evangelista refiere a Jesús (cf. 19,31.38.40; 20,12), será extensible a todos los que posean el Espíritu (7,38; 19,34); también ellos serán santuario de Dios en el mundo.

22 Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y a las palabras que había pronunciado Jesús.

Sólo cuando Jesús resucite comprenderán los discípulos que su celo lo había llevado a dar la vida por los hombres, no a quitar la vida a otros. Mientras tanto, a todo lo largo del relato evangélico, la adhesión a Jesús (2,11) coexistirá en el grupo con la interpretación errónea de su misión.

Síntesis: El episodio describe el primer contacto de Jesús con los dirigentes de Israel, a los que denuncia por utilizar la religiosidad del pueblo para explotarlo y hacer del templo un negocio. En particular, despojan a los pobres aprovechándose del sentimiento de culpa e indignidad que les inculca la Ley de Moisés y de su deseo, nunca cumplido, de tener acceso a Dios.

En el mundo antiguo, un templo era el lugar donde se manifestaba la gloria de una divinidad, de ordinario en la opulencia del templo mismo. Jesús cambia el concepto: la gloria del verdadero Dios no son riquezas materiales, sino su amor leal (1,14), y no puede resplandecer ni ser conocida más que donde ese amor se encuentre y se manifieste. Por tanto, templo de Dios no es ya un edificio, sino sólo el ser humano en quien brille ese amor.

La idea de que la divinidad habita en un edificio o se manifiesta desde él es primitiva e infantil; corresponde a una concepción antropomórfica de Dios y pone el acento en su supuesto poder prodigioso. Para una humanidad adulta, que comprende que la realidad de Dios no puede ser circunscrita en categorías humanas y que su atributo primario no es el poder, sino el amor, la idea de templo material está superada.

Por otra parte, concebir a Dios como recluido en un espacio y sujeto a las prescripciones rituales, lo hace manipulable por los poderes humanos, que terminan usándolo como instrumento al servicio de sus intereses económicos, políticos y religiosos.

 

Jn 2,23-3,21: Reacciones a la escena del templo.

Sustitución de la Ley

23Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua, muchos prestaron adhesión a su figura al presenciar las señales que realizaba. 24Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos; 25no necesitaba que nadie lo informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba dentro.

3 1Ahora bien, había un hombre del grupo fariseo, de nombre Nicodemo, jefe entre los Judíos. 2Este fue a verlo de noche y le dijo:

- Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, pues nadie puede realizar las señales que tú estás realizando si Dios no está con él.

3Jesús le replicó:

- Sí, te lo aseguro: Si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios.

4Le objetó Nicodemo:

- ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Es que puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y nacer?

5Repuso Jesús:

- Pues sí, te lo aseguro: Si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu. 7No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que nacer de nuevo". 8E1 viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, aunque no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu.

9Replicó Nicodemo:

- ¿Cómo es posible que eso suceda?

10Repuso Jesús:

- Y tú, siendo el maestro de Israel, ¿no conoces estas cosas? 11Pues sí, te aseguro que hablamos de lo que sabemos y que damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero nuestro testimonio no lo aceptáis. 12Si os he expuesto lo de la tierra y no creéis, ¿cómo vais a creer si os expongo lo del cielo?

13Nadie sube al cielo para quedarse más que el que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre: 14Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, 15para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva.

16Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. 17Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve.

18E1 que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios.

19Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era perverso. 20Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. 21En cambio, el que practica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios.

* * * * *

El tema de este pasaje es qué clase de adhesión corresponde a la actuación de Jesús en el templo. Después de las reacciones de los discípulos (2,17) y de las autoridades (2,18), el evangelista expone otras dos, en principio favorables a la actuación de Jesús, pero que éste no acepta por basarse en una interpretación errónea de su mesianismo.

23-25 Mientras estaba en Jerusalén, durante las fiestas de Pascua, muchos prestaron adhesión a su figura al presenciar las señales que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos; no necesitaba que nadie lo informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre llevaba dentro.

La primera reacción es la de un grupo numeroso, aunque indeterminado, que, al igual que los discípulos (2,17), viendo que la actuación de Jesús ha sido una denuncia de las institución central del sistema judío y de sus dirigentes (las señales que realizaba), le da su adhesión esperando que sea un reformador (a su figura); tal es su idea del Mesías. Se trata, por tanto, de gente descontenta con el sistema judío, que ve en Jesús un líder político. Sin embargo, Jesús no establece contacto con ese grupo, pues, conociendo bien las aspiraciones populares (lo que el hombre llevaba dentro), sabe que sus expectativas sobre él son contrarias a su propósito.

3,1-3 Ahora bien, había un hombre del grupo fariseo, de nombre Nicodemo, jefe entre los Judíos. Este fue a verlo de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, pues nadie puede realizar las señales que tú estás realizando si Dios no está con él». Jesús le replicó: «Sí, te lo aseguro: Si uno no nace de nuevo, no puede vislumbrar el reino de Dios».

La segunda reacción es propia de un grupo fariseo (sabemos), representado por un miembro del Consejo o Sanedrín, Nicodemo. Como hombre de la Ley, ve en Jesús al Mesías-maestro (Rabbí), enviado por Dios para establecer su reinado por medio de la estricta observancia de la Ley mosaica.

Con esta idea del Mesías, Nicodemo aprueba la actuación de Jesús en el templo: su denuncia de los dirigentes y su controversia con ellos. De hecho, el templo estaba regido por los sumos sacerdotes, pertenecientes al partido saduceo, que no admitían la interpretación farisea de la Ley, y esto creaba antagonismo entre ambos partidos.

Pero Jesús cambia radicalmente el planteamiento de Nicodemo. La sociedad humana alternativa que Jesús propone (3,3: el reino de Dios) no se formará por la imposición de una Ley externa, que, privando al hombre de libertad e iniciativa, lo mantiene en el infantilismo, sino por la creación de un hombre nuevo, adulto, que obra movido por un principio interior. Esto supone una ruptura con el pasado y el comienzo de una vida de calidad diferente. La palabra griega que se traduce por de nuevo tiene un doble sentido: de nuevo / de arriba, y con él juega el evangelista: ese nuevo nacimiento no es como el primero; tiene que ver con la esfera de Dios.

4 Le objetó Nicodemo: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Es que puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y nacer?»

La reacción irónica de Nicodemo muestra su total incomprensión. Interpreta las palabras de Jesús como si se tratara de regresar al principio de esta misma vida  (entrar por segunda vez en el seno de su madre), para volver a empezar otra vez como antes. No concibe que el hombre pueda cambiar desde dentro y comenzar una vida distinta, como propone Jesús; para Nicodemo, el hombre ha de ser gobernado por la imposición de una norma externa. No cree en las posibilidades del ser humano.

5-8 Repuso Jesús: «Pues sí, te lo aseguro: Si uno no nace de agua y Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: "Tenéis que nacer de nuevo". E1 viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, aunque no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu»

Jesús insiste: el nuevo nacimiento consiste en nacer de agua y Espíritu, es decir, del agua que es el Espíritu  (= 1,13: nacer de Dios, = 1,16: recibir de su plenitud). El símbolo del Espíritu, en cuanto fuerza de amor, ha sido antes el vino (Caná: 2,3.9.10); ahora, en cuanto principio de vida, es el agua. Jesús afirma que sin la nueva vida que da el Espíritu y que potencia al hombre no puede establecerse el reino de Dios. Quien se mantiene en un régimen de Ley, mediatizado por normas externas y sin llegar a actuar movido por el impulso interno que Dios da, no ha comprendido lo que es el reino de Dios ni realmente vive en él.

De la carne nace carne, es decir, de lo humano y caduco nace lo débil y transitorio, en este caso el hombre incompleto, no acabado; con esto indica Jesús a Nicodemo que el régimen de la Ley, que no cambia al hombre internamente, lleva al fracaso. Del Espíritu nace espíritu, de lo divino y permanente nace lo fuerte y definitivo, el hombre con su nueva capacidad de amar, umbral de la plenitud humana; el Espíritu transforma al hombre.

El viento-Espíritu sopla donde quiere, es decir, el reinado de Dios no conoce fronteras, su campo de acción es imprevisible y no tiene por qué limitarse a Israel; no hay barreras étnicas ni pueblos elegidos. Y, paralelamente, el hombre que ha nacido del Espíritu y se mueve por el impulso interno de amor, es inclasificable, no puede ser encasillado en las categorías convencionales, porque su modo de proceder no está prefijado por códigos humanos.

9-12 Replicó Nicodemo:«¿Cómo es posible que eso suceda?» Repuso Jesús: «Y tú, siendo el maestro de Israel, ¿no conoces estas cosas? Pues sí, te aseguro que hablamos de lo que sabemos y que damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero nuestro testimonio no lo aceptáis. Si os he expuesto lo de la tierra y no creéis, ¿cómo vais a creer si os expongo lo del cielo?»

Ante la nueva explicación de Jesús, quien ha especificado que el nuevo nacimiento es obra de Dios, Nicodemo muestra su escepticismo (¿Cómo es posible...?). Antes había mostrado que no creía en las posibilidades del hombre; ahora deja ver que tampoco cree en el amor de Dios por el hombre. El diálogo es tenso. Jesús lo llama el maestro de Israel, porque el magisterio fariseo perpetuaba a Moisés como maestro, y le reprocha su ignorancia.

Los plurales: hablamos de lo que sabemos, damos testimonio, amplían el sentido de la escena. Ya no se trata sólo de la controversia de Jesús con Nicodemo, incluye a la comunidad del evangelista en su controversia con el fariseísmo de su tiempo. La comunidad tiene experiencia inmediata de la acción del Espíritu y de ella da testimonio, pero los círculos legalistas no la aceptan.

Vuelve el singular (Si os he expuesto); Jesús se dirige de nuevo a Nicodemo, representante del fariseísmo.  Lo de la tierra significa los contenidos de la antigua Escritura, que contenían ya la promesa de lo que Jesús anuncia, es decir, el cambio interior del hombre y la infusión del Espíritu de Dios (cf. Jr 31,3lss; Ez 36,2Sss); los fariseos, que escrutan la Escritura, deberían estar al tanto de esas promesas, pero, aferrados a la Ley, no las consideran. Lo del cielo es la nueva realidad del Reino, explicada a continuación. La entrevista acaba en un callejón sin salida.

13-15 Nadie sube al cielo para quedarse más que el que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre: Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva.

Frente a las dos reacciones, la de los violentos y la de los legalistas, se expone la verdadera realidad del Mesías. Éste es designado como el Hijo del hombre y se afirma que ha bajado del cielo.

Señala así el evangelista que la condición divina del Hijo del hombre no procede de su condición humana ni es resultado del mero desarrollo personal, sino que se debe a la plenitud del Espíritu que ha recibido de lo alto (cf. 1,32: el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo). El hombre no puede alcanzar la plenitud si no es en comunión con Dios, fuente de la vida.

Subir al cielo para quedarse será la victoria, el éxito de su misión. Aparecen de este modo el punto inicial (bajar del cielo) y el final (subir al cielo) de la trayectoria del Hijo del hombre, del Hombre-Dios. Como se ha expresado antes (v. 6), del Espíritu nace espíritu; de lo divino y permanente surge lo fuerte y definitivo.

Se anuncia la exaltación del Hijo del hombre (levantado en alto). El evangelista establece un paralelo con Nm 21,8, donde se cuenta que Moisés, ante una plaga de serpientes venenosas, fabricó por indicación de Dios una serpiente de bronce y la levantó en un poste. Quien era mordido, al mirar a la serpiente alzada quedaba curado o, según la expresión hebrea, "vivía", "seguía vivo".

Por este paralelo, "ser levantado en alto" indica una señal destinada a ser vista y mirada (contemplada) y, al mismo tiempo, la localización de una fuerza salvadora, de una fuente de vida. En el caso de la serpiente, se obtenía la vida física; en el del Hijo del hombre, vida definitiva.

Esta expresión: vida definitiva, no significa solamente la salvación final, la vida después de la muerte, sino al mismo tiempo una vida de calidad divina de que goza el hombre ya durante su existencia mortal. Es la vida del Espíritu, nuevo principio vital que se integra en el ser del hombre; por ser definitiva, ni su existencia ni sus frutos perecerán con la muerte. El momento inicial de esta vida ha sido formulado por Jesús como "nacer de nuevo" (v. 3), "nacer de agua y Espíritu" (v. 5).

Al omitir la mención del nombre de Jesús y usar en cambio la denominación "el Hijo del hombre", el evangelista presenta al Mesías como el prototipo de la nueva humanidad. Indica así que lo que salva a los hombres de la muerte es fijar la mirada en el modelo de Hombre, es decir, aspirar a la plenitud humana que resplandece en esa figura, que, levantada en alto, destacará sobre todos y será el polo de atracción para la humanidad.

La figura aparece como estática, porque, aunque aún no se especifique, se refiere a Jesús en la cruz, donde acabará de realizarse el Proyecto divino, el Hombre-Dios. Por el momento, el evangelista no menciona la muerte, sólo alude a ella en términos de exaltación; prepara así al lector para que no vea en la cruz un suplicio infamante, sino un hecho glorioso.

Para los fariseos, la Ley era fuente de vida y norma de conducta. Pero la única verdadera fuente de vida es el Hijo del hombre levantado en alto; es él la señal visible que libra de la muerte, de la muerte en vida y de la muerte final,  a todo el que lo hace objeto de su adhesión.

16-18 Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. E1 que le presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo único de Dios.

La razón de todo esto es el amor de Dios por la humanidad. Subraya el texto hasta dónde ha llegado ese amor: Dios no se ha reservado para sí a su Hijo único, sino que lo ha dado para que todo ser humano tenga plenitud de vida.

De hecho, la denominación "el Hijo único" alude a la historia de Abrahán, que llegó a exponer a la muerte a su hijo único o amado, Isaac (Gn 22,2). También Dios, por amor a la humanidad, expone al peligro de muerte a su Hijo único, para que todo ser humano tenga plenitud de vida.

La única condición para ello es la adhesión al Hijo, que significa  la adhesión a todo lo más noble de la condición humana. Dios no quiere que los hombres perezcan, es decir, que acaben en la muerte, porque en él no hay nada negativo. De hecho, Dios no se acerca al mundo en su Hijo para condenar al mundo; no es un Dios airado  contra el género humano: es puro amor, pretende sólo salvar mediante el Hijo, es decir, comunicar a los hombres plenitud de vida hasta superar la muerte. 

En consecuencia, no hay juicio por parte de Dios; él no juzga. Es el hombre mismo el que, por su opción, determina su suerte. Quien opta por la vida, que Dios ofrece en Jesús, tendrá vida; quien rechaza la vida, firma su propia sentencia.

Dar la adhesión a Jesús como a Hijo único o amado de Dios (cf. Gn 22.2) equivale a creer en las posibilidades del hombre, viendo el horizonte que el amor de Dios abre al género humano. Significa aspirar a la plenitud que aparece en Jesús y ha sido hecha posible por él, modelo de los hijos de Dios que nacen por su medio.

19-21 Ahora bien, ésta es la sentencia: que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque su modo de obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar. En cambio, el que practica la lealtad se acerca a la luz, y así se manifiesta su modo de obrar, realizado en unión con Dios.

La Ley era norma de conducta. Ahora lo es el Hijo del hombre levantado en alto, el que expresa el amor hasta el fin. Él es la luz que penetra en la tiniebla y distingue actitudes. Su figura descubre la opción profunda del hombre; éste puede aceptar la luz-vida o rechazarla.

El evangelista ha afirmado antes que el que rechaza dar la adhesión al Hijo pronuncia su propia sentencia. Ahora lo explica: el que opta contra la vida-amor elige la muerte. La razón de la opción mala es que su modo de obrar era perverso; es el modo de obrar de los opresores y explotadores, de los causantes de muerte, de los que prefieren la tiniebla, que les proporciona justificaciones ideológicas a su manera de proceder; odian la luz, porque no pueden soportar su denuncia (1,5; 11,53; 12,10; 19,15). No son doctrinas las que separan de Dios, sino conductas (su modo de obrar).

En el polo opuesto se encuentra el que practica la lealtad,  es decir, aquel cuya conducta está inspirada por el amor; éste se acerca a Jesús, en quien ve el modelo de su modo de obrar; no teme a la luz, porque no tiene nada de qué avergonzarse; aunque no lo supiera, su modo de obrar estaba apoyado por Dios.

Síntesis: Hay dos reacciones equivocadas a la actuación de Jesús. Una espera que sea un reformador que se imponga por la violencia. La segunda, de espíritu conservador, espera que su reforma consista en imponer la observancia estricta de la Ley religiosa. Jesús no hace caso de la primera y rebate la segunda, que el evangelista desarrolla ampliamente.

Para Jesús, quien no ha hecho la opción por el amor a los demás, no está aún libre de la irracionalidad en sus diversas manifestaciones: egoísmo, rencor, odio, venganza o deseo de dominio, que degradan la naturaleza humana y bloquean su desarrollo. Lo que él propone como nuevo nacimiento es la plena hominización, dejando atrás los instintos salvajes o irracionales impropios del hombre y orientando la vida hacia la solidaridad y el amor. Sólo a partir de ahí puede empezar el verdadero crecimiento del ser humano hacia la plenitud.

En otros términos, el ser humano no obtiene plenitud y vida por la observancia de una ley externa impuesta, sino por la capacidad de amar, que completa su ser. Sólo con hombres dispuestos a amar hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente humana. Éstos serán hombres libres que dejen atrás el pasado para empezar de nuevo, no ya encerrados en una tradición, nacionalidad o cultura. Su vida será la práctica del amor-solidaridad, la entrega de sí mismos, con la universalidad con que Dios ama a la humanidad entera. Una sociedad basada en la Ley, que no cambia al individuo, y no en el amor, será siempre opresora e injusta.

En el fondo, se trata de tener fe en las posibilidades del ser humano y en la inmensidad del amor de Dios. La figura del Hijo del hombre, del Hombre- Dios, es la garantía de ambas realidades, y debe suscitar en los seres humanos el deseo de plenitud, propia y de todos.

( Tomado de J. Mateos –J. Barreto: Juan. Texto y Comentario, Ediciones El Almendro, 2002, pp-19-28)