CAPÍTULO 16


2. POR ASIA MENOR (Hch/16/01-08).

1 Llegó hasta Derbe y Listra. Y había allí un discípulo, de nombre Timoteo, hijo de mujer judía, creyente, y de padre griego, 2 del cual se hacían lenguas los hermanos de Listra e Iconio. 3 Quiso Pablo llevárselo consigo y, tomándolo, lo circuncidó, en atención a los judíos que había en aquellos lugares, pues todos sabían que su padre era griego. 4 Según iban recorriendo las ciudades, les mandaban observar los decretos aprobados por los apóstoles y los presbíteros de Jerusalén. 5 Así pues, las Iglesias se afirmaban en la fe y aumentaban en numero cada día. 6 Habiendo atravesado Frigia y la región de Galacia, impedidos por el Espíritu Santo de predicar la palabra en Asia, 7 Y llegados a los confines de Misia, intentaban pasar a Bitinia: pero no se lo permitía el Espíritu de Jesús. 8 Y dejando atrás Misia, bajaron a Tróade.

Una vez más uno de esos relatos de viaje que con pocas palabras cubren largo trecho de camino. Es propio del estilo de los Hechos de los apóstoles reunir en un denso panorama hechos particulares enumerados en detalle. Pablo está apremiado por la solicitud pastoral de no dejar abandonadas a sí mismas las comunidades por él fundadas, sino seguir cuidando de ellas, ya con visitas personales, ya por medio del contacto epistolar13.

Del relato se destaca un hecho memorable: la vocación de Timoteo como auxiliar de Pablo en la misión. El joven se había bautizado probablemente con su madre con ocasión de la primera estancia del Apóstol en Listras (14,6-20).

Según 2Tim 1,5, la madre se llamaba Eunice. Allí se menciona también el nombre de la abuela, Loide. No tenemos el menor motivo que nos obligue a poner en duda la historicidad de estos datos, aunque haya serias razones para dudar de la procedencia paulina de las cartas pastorales. En la ley judía se consideraba judío al hijo de madre judía. Hasta el momento en que nos hallamos, Timoteo no había sido todavía circuncidado. Los problemas de matrimonios mixtos estaban entonces a la orden del día. Pablo desea llevar como compañero a aquel hombre, objeto de elogio por todos. Ignoramos cuáles fueran los motivos concretos de estos elogios. En todo caso, los Hechos de los apóstoles y las cartas de Pablo nos muestran que el Apóstol no se había equivocado en la elección. Timoteo viene a ser el colaborador fiel y seguro de la misión paulina. ¡Cuántas veces, en la vocación al servicio de la Iglesia importa que la mirada certera de alguien experimentado en el servicio de la Iglesia caiga sobre un joven y este se vea puesto así en el camino de su vocación!

Constantemente ha llamado la atención que Pablo hiciera practicar la circuncisión a Timoteo. Si se tiene presente que en el capítulo precedente se muestra con qué energía se enfrentó Pablo en el concilio de los apóstoles con aquellos que exigían la circuncisión como condición indispensable para la salvación (15,1), y si se leen incluso las frases todavía mucho más tajantes y absoluta de Gál 2, 1-10 y 5,2, con razón habrá que preguntarse por qué el Apóstol se decidió por aquel acto judío. Y también se pensará en Tito, contra cuya circuncisión se opuso enérgicamente y con éxito el Apóstol, según Gál 2,3. ¿Cómo se explica el comportamiento del Apóstol? Después de todo se trata de un motivo pastoral, misionero. En el concilio de los apóstoles se trataba de un claro principio teológico, y ello con vistas a la forma de llevar la misión a los gentiles. Tito era cristiano procedente de la gentilidad (Gál 2,3), Timoteo era tenido legalmente por judío. La comunidad judía en Listra rechazaba radicalmente a Pablo y su misión. Lo hemos visto en 14,19s. Pablo no habría olvidado que en Listra había quedado medio muerto bajo las piedras de sus enemigos. Así hace una concesión, que sin embargo no contradice a su principio tocante a la misión entre gentiles. Esto se podrá llamar táctica pastoral; sin embargo, hay que entender justamente el motivo del Apóstol. Pablo pensaba en los judíos tan excitables de la región, pero también en su misión ulterior que, como todavía veremos, puso una y otra vez al Apóstol en contacto y conflicto con judíos.

En este segundo viaje visita Pablo nuevas tierras para su misión. Como lo confiesa en Rom 15,20, mira «como un punto de honor el anunciar el Evangelio, pero no allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado». En ello se remite al dicho del profeta: «Quienes no habían tenido noticia de él, lo verán, y los que no habían oído hablar de él, comprenderán» (Is 52,15) 14.

Lo que especialmente nos afecta en este segundo relato es el hecho atestiguado dos veces de que el Espíritu Santo se mostró operante de forma tan concreta en la elección del campo de trabajo. El Espíritu Santo les impidió «predicar la palabra en Asia». ¿Pensaba ya entonces el Apóstol en la metrópoli, Éfeso? El «Espíritu de Jesús» no le permitió tampoco ir a Bitinia. Sólo en este pasaje del Nuevo Testamento hallamos esta expresión. En Rom 8,9 se habla del «Espíritu de Cristo». En ambos casos se toca el misterio del Espíritu Santo. La Iglesia se halla -como lo hemos visto ya repetidas veces- en cada situación bajo la dirección de este poder misterioso, humanamente incomprensible, pero una y otra vez experimentable en su acción.
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13. Las cartas que se nos han conservado son sólo parte de lo escrito por Pablo. Muchas de sus cartas se perdieron al poco tiempo y no pudieron hallar acogida en el canon del Nuevo Testamento. Pasajes como ICor 5,9; Col 4,16; 2Cor 2,3s, etc., son testimonios casuales de la profusión con que Pablo hacia uso de la carta como medio de acción pastoral.
14. En este viaje llegó Pablo seguramente por primera vez a aquella región, a cuyos habitantes designa como «gálatas» (Gál 3,1) en la carta a las «Iglesias de Galacia» (Gál 1,2). Esto lo deducimos también de nuestro texto (16,6), según el cual Pablo atravesó «Frigia y la región de Galacia». Por segunda vez llegó a la misma región en su tercer viaje misionero (18,23). A diferencia de aquellos que opinan que la carta a los Gálatas fue dirigida a la zona de misión del primer viaje misionero (Pisidia, Licaonia, 13,13-14,25; teoría de la Galacia del sur), nosotros consideramos como destinatarios de la carta a los Gálatas a los gálatas propiamente dichos, o sea, las comunidades fundadas, o visitadas, en el segundo y tercer viaje de misión.
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3. EN FILIPOS (16,9-40).

a) La llamada de Europa (Hch/16/09-10).

9 Durante la noche tuvo Pablo una visión: un macedonio estaba de pie y le rogaba diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. 10 Y en cuanto vio la visión, tratamos de salir para Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado a evangelizarlos.

Un nuevo y gran campo de trabajo se ofrece a Pablo. Se le presenta de manera impresionante. No tenemos ninguna razón convincente para no tomar en serio esta llamada del cielo y para ver en el texto un mero recurso literario para anunciar de forma lo más interesante posible la época de misión en suelo europeo que ahora va a iniciarse. En la descripción de esta singular llamada misionera por un macedonio aparecido en sueños se nos insinúa algo que se ha de entender por analogía con otras cosas extraordinarias que se narran en los Hechos de los apóstoles. No tenemos razones para preguntar más en concreto por los detalles.

Hacemos notar al lector de los Hechos de los apóstoles que aquí, en 16,10-17, nos hallamos con la primera sección «nosotros», de la que se puede suponer que está tomada de un diario de viaje de Lucas. Esta fuente de las secciones «nosotros» se rastrea de nuevo en 20,5. En 16,17, termina con la llegada a Filipos, y en 20,5 reanuda el relato en Filipos de modo que no deja de sorprender 15 y desde allí puede seguirse hasta el final del libro. Tales circunstancias no carecen de significado para el mensaje del libro.
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15. La circunstancia apuntada sorprende. Si Filipos es el punto crucial del relato «nosotros» y Lucas es postulado como supuesto autor de este relato, parece legítimo suponer que el apóstol tenía una relación particular con esta ciudad. Si, por otra parte, recordamos que, como atestigua la carta a los Filipenses, Pablo sostenía una relación de especial amistad con esta comunidad, no parece aventurado suponer que Lucas gozaba de una especial influencia como mediador entre Pablo y Filipos.
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b) Primera actividad en Filipos (Hch/16/11-18).

11 Embarcados en Tróade, navegamos derechos a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis, 12 y de allí a Filipos, destacamento militar, que es la primera ciudad de esta parte de Macedonia. Llevábamos ya varios días en esta ciudad, 13 cuando el sábado salimos extramuros, junto a un río, donde sospechábamos que estaría el lugar destinado a la oración, y, sentados, empezamos a hablar a las mujeres que se habían reunido. 14 Escuchaba una de ellas, por nombre Lidia, traficante en púrpuras, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, y a la cual el Señor abrió el corazón para atender a lo que Pablo decía. 15 Una vez que se hubo bautizado ella y los de su familia, nos rogó diciendo: «Si me habéis juzgado fiel al Señor, entrad y quedaos en mi casa.» Y nos forzó a ello.

Pablo pisa suelo europeo. Sería hacia el año 50. El «Espíritu de Jesús» lo llamaba. Europa aguarda el Evangelio. Seguramente -como nos lo da a conocer 28,14s- había ya hacía algún tiempo cristianos en Italia y en Roma, probablemente incluso comunidades en regla. Parecen haber sido de origen judío. No sin razón se habla de «romanos» en la lista de pueblos del relato de pentecostés (2,10). Si antes de la llegada de Pablo a Macedonia se debe suponer ya una permanencia de Pedro en Roma, es cosa que no consta, pero que no nos parece imposible. Llama la atención que Pablo, en la carta a los Romanos (15,23s), en la que se dirige a una prestigiosa comunidad de cristianos, no muestre la intención de detenerse en Roma algún tiempo.

En el camino que una vez más describe Lucas con diligencia, la primera etapa es Filipos. En el nombre de esta ciudad se perpetuaba el recuerdo del padre de Alejandro Magno. Los asesinos de César habían sufrido allí una mortal derrota. Desde entonces era colonia de Roma con administración autónoma. ¿Fue esta circunstancia la que movió a Pablo, ciudadano romano, a comenzar su obra por esta ciudad?

Una vez más trata Pablo de entrar primero en contacto con los judíos. Parece que éstos formaban una pequeña comunidad en la ciudad poblada en su gran mayoría por colonos romanos. Pero Pablo aprovecha cualquier oportunidad. Sólo una mujer se convierte, juntamente con su familia: todos reciben el bautismo. Según todas las apariencias, no era judía. En Ap 2,18-29 se nos habla de su ciudad natal: Tiatira en Lidia. La mujer se llamaba también Lidia. Lidia es una de esas figuras femeninas de los Hechos de los apóstoles y de las cartas de Pablo, que a la interna prontitud de la fe asociaban una decidida voluntad de ayuda y colaboración personal. En Rom 16 se hallarán los nombres de las mujeres que Pablo menciona lleno de veneración y gratitud.

16 Aconteció que, yendo nosotros al lugar de oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación y que proporcionaba a sus amos pingües ganancias adivinando. 17 Esta, pues, siguiéndonos a Pablo y a nosotros, gritaba diciendo: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian el camino de salvación.» 18 Venía haciendo esto muchos días. Molesto al fin Pablo, dijo volviéndose al espíritu: «Te mando en nombre de Jesucristo que salgas de ella.» Y salió en aquella misma hora.

Tenemos aquí uno de esos relatos neotestamentarios en que asoma el mundo de la hechicería y de la magia con sus poderes oscuros y misteriosos. Recuerda al hechicero Barjesús de Chipre (13,6ss) y al mago Simón de Samaria (8,9ss), pero también los contactos de Jesús con posesos, que, como la esclava de Filipos, manifiestan un conocimiento diabólico de su misterio (cf. Mc 5,7). Difícilmente se da su debido valor a tales testimonios si, se los considera en general como «narraciones» que se han de entender únicamente en el sentido de la historia de las formas y que, por consiguiente, no han de tomarse en serio. La creencia de la Biblia en los demonios no se puedo captar únicamente con una interpretación de historia de las religiones o con el recurso a los métodos de investigación de la psicología, patología y ciencias afines modernas. Naturalmente, no hay inconveniente en emplear los medios de la ciencia humana cuando se trata de explicar un modo de hablar fuertemente condicionado por el tiempo. Sin embargo, no habría que tratar de explicar por principio en forma naturalista y racionalista todo lo inexplicable con que nos encontramos en la Biblia.

c) Arresto y liberación (Hch/16/19-26).

19 Y al ver sus amos que se les había escapado la esperanza de sus ganancias, echaron mano a Pablo y a Silas, los arrastraron al foro ante los magistrados, 20 y, presentándolos a los pretores, dijeron: Estos hombres están perturbando nuestra ciudad, como judíos que son, 21 y anuncian costumbres que no nos es permitido anunciar ni practicar, siendo como somos romanos. 22 La multitud se amotinó contra ellos, y los pretores los despojaron de sus vestiduras, los mandaron azotar con varas 23 y, después de darles muchos golpes, los metieron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los custodiara cuidadosamente; 24 el cual, recibida esta orden, los metió en la cárcel interior y sujetó sus pies al cepo. 25 Alrededor de la medianoche Pablo y Silas, puestos en oración, cantaban himnos a Dios, y los presos los estaban escuchando. 26 De repente sobrevino un gran terremoto que hizo temblar los cimientos de la cárcel. Al instante se abrieron todas las puertas y se soltaron los grillos de todos.

La liberación de la esclava poseída por el diablo no fue considerada como un favor. El pensar utilitario no dejaba lugar para pensamientos más elevados. Con despecho por la pérdida material, se hallaron razones para echar mano a Pablo y a su compañero. Se elevó la acusación al plano de lo religioso y de lo político. Los acusadores se enfrentaron en su calidad de «romanos» contra los «judíos», como ellos designaban a Pablo y a Silas. Trataron de presentar el mensaje de salvación como una empresa peligrosa para el Estado.

Los mensajeros de la salvación yacen, como peligrosos delincuentes, en lo más recóndito de la cárcel, sujetos a un cepo, con los pies inmovilizados, y sin poder conciliar el sueño a causa de los dolores que experimentan. Con la evocación de esta imagen, el autor imprime un acento dramático a su narración: la impotencia del hombre, que yace en el suelo, sin esperanza, pone precisamente de manifiesto la omnipotencia del Señor presente en su Iglesia y constantemente en acción. «Nos acreditamos en toda ocasión como servidores de Dios, con mucha constancia, en tribulaciones, en necesidades, en aprietos, en palizas, en cárceles, en tumultos, en fatigas, en desvelos, en ayunos... como si fuéramos moribundos, aunque seguimos viviendo, como castigados, aunque todavía no muertos, como entristecidos, pero siempre gozosos, como pobres, pero enriqueciendo a muchos, como quienes nada tienen, pero todo lo poseen.» Estas palabras de 2Cor 6,4ss nos vienen a la memoria cuando pensamos en Pablo amarrado al cepo en la cárcel de Filipos.

Aquí hubo de experimentar Pablo lo que más tarde escribiría, desde la cautividad, a los cristianos de Filipos: «... según mi ávida expectación y mi esperanza de que en nada seré defraudado, sino que, con toda valentía, ahora como siempre, Cristo será públicamente magnificado en mi cuerpo, ya sea mediante la vida, ya sea mediante la muerte» (Flp 1,20). Las pesadas cadenas, la dolorosa posición, las escocedoras llagas en el cuerpo no impiden a los dos prisioneros orar con cánticos y, de esta manera, dar testimonio de su fe delante de los otros prisioneros. Y Dios se muestra próximo. Es más poderoso que todas las maquinaciones humanas.

En este relato de la liberación de Pablo, que deliberadamente se pone en paralelo con la liberación de Pedro (12,3ss; cf. también 5,17ss), se podrán descubrir resonancias de tal o cual historia de la literatura de la antigüedad e incluirla en el género literario de los relatos de liberación. Sin embargo, esto no permite considerar la entera exposición como mera imagen con la que se trata de mostrar hasta qué punto el camino del Apóstol está bajo la constante protección de Dios. Dios se demuestra efectivamente activo de manera muy concreta, y su respuesta a la oración confiada es la liberación de sus mensajeros, no explicable por medios naturales.

d) Conversión del carcelero (Hch/16/27-34).

27 Despertando el carcelero y viendo las puertas de la cárcel abiertas, desenvainó la espada y se quería matar, pensando que habrían huido los presos. 28 Pero Pablo exclamó a grandes voces diciendo: «No te hagas ningún mal, que todos estamos aquí.» 29 Pidió él una luz, saltó dentro, se arrojó a los pies de Pablo y Silas, 3o los sacó fuera, y les dijo: «Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?» 31 Ellos le respondieron: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo tú y los de tu casa.» 32 Y anunciaron la palabra del Señor a él y a todos los de su casa. 33 En aquella hora de la noche, él los tomó consigo, les lavó las heridas y se bautizó al instante él y todos los suyos. 34 Los hizo subir a su casa, les preparó mesa y se alegró con toda su familia de haber creído en Dios.

En el fondo de la cárcel se desarrolla la escena de la liberación. El relato está lleno de profundos motivos. El Apóstol, liberado por intervención de Dios, libera a un hombre prisionero de pensamientos terrestres y lo libera, proporcionándole la verdadera libertad. El carcelero, esclavo primeramente de sus superiores y luego de su miedo y de su ciego pundonor, quiere atentar contra su vida, pero en el mismo momento oye la palabra salvadora de aquel al que poco antes había él mismo relegado a las tinieblas y estrecheces de la cárcel. Siente el poder misterioso de algo superior. Los apóstoles son para él mensajeros de este poder. La luz que se le ofrece y con la que él se dirige en la oscuridad a los prisioneros, viene a ser símbolo de otra luz que comienza a iluminar su camino. Espontáneamente se piensa en Cornelio que va hacia Pedro y se echa a sus pies en espera de la salvación (10,25). Constantemente se asemejan los cuadros en torno a Pedro y a Pablo.

«¿Qué debo hacer para salvarme?» La pregunta recorre en diverso tenor los Hechos de los apóstoles. «¿Qué tendríamos que hacer?», preguntan a Pedro los testigos del hecho de pentecostés (2,37). «¿Qué debo hacer?, Señor», pregunta Saulo, que yace en el suelo, al Señor, que le sale al encuentro en el camino (22,10). «¿Qué pasa?, Señor», pregunta el centurión de Cesarea, Cornelio, al ángel de Dios que se le aparece (10,4).

El carcelero interpela como «señores» a los dos mensajeros de la fe. Pablo indica en su respuesta al verdadero y propio Señor: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo tú y los de tu casa.» Se trata del Kyrios glorificado. En la fe en él está la salvación. La «fe» abarca la entera disposición del hombre en sentido de la salvación, para acoger la oferta de salvación de Dios, que halló su expresión de historia de la salvación en la muerte y resurrección de Jesús.

El carcelero se deja conducir a esta fe. Él y su familia escuchan el mensaje de salvación, la «palabra del Señor», como aquí se designa el Evangelio. El que poco antes había sujetado al cepo a los dos misioneros, ahora, en señal de su fe, les presta toda clase de atenciones y cuidados y les lava las llagas que llevan en su cuerpo como huellas de la flagelación. Se bautiza juntamente con los suyos. La fe y el bautismo van siempre juntos. Se reclaman mutuamente. Y cuando se dice que les preparó la mesa, no parece desacertado pensar que con aquella refección estuviese asociada también la fracción eucarística del pan. Y una vez más hablan los Hechos de los apóstoles de la alegría que proviene del encuentro con el mensaje de salvación.

e) Perplejidad de las autoridades (Hch/16/35-40).

35 Al hacerse de día, enviaron los pretores a los lictores para que le dijeran: «Suelta a esos hombres.» 36 Comunicó el carcelero este recado a Pablo: «Los pretores han enviado a decir que seáis puestos en libertad; salid, pues, y marchaos en paz.» 37 Pero Pablo les dijo: «Nos metieron en la cárcel después de azotarnos públicamente, sin previo juicio, siendo como somos ciudadanos romanos, ¿y ahora nos sacan ocultamente? Pues no: que vengan ellos a sacarnos.» 38 Los lictores comunicaron a los pretores estas palabras. Temblaron éstos al oír que eran romanos, 39 y vinieron a presentarles sus excusas, y después de sacarlos, les pedían que se fueran de la ciudad. 40 Saliendo, pues, de la cárcel, entraron en casa de Lidia, vieron a los hermanos, los exhortaron y partieron.

Es sorprendente el comportamiento de las autoridades de la ciudad. ¿Qué les movió a ofrecer inesperadamente la libertad a los dos encarcelados? ¿Habían tenido noticia de lo sucedido durante la noche? Más bien parece poderse conjeturar que tenían conciencia de haber procedido injustamente el día antes en el modo de tratar a los acusados bajo la presencia de las masas. En efecto, no sin motivo se hace notar en 16,22 que durante el proceso también «la multitud» se había amotinado contra los misioneros. Así también una interesante ampliación del texto, que se ha transmitido en diferentes testigos, dice acerca de 16,39 que las autoridades de la ciudad habían rogado a los mensajeros do la fe que abandonaran la ciudad «a fin de que las gentes no vuelvan a amotinarse y levanten delante de nosotros un griterío contra vosotros».

Lo que nosotros observamos con especial atención es el comportamiento del Apóstol. No se contenta con una liberación informal. Invoca su derecho de ciudadanía romana. Pide una señal de reparación de su honor. No le preocupa su persona, sino su condición de apóstol, su encargo como mensajero del Señor, la causa de la Iglesia. Es verdad que el mismo Pablo escribe en lCor 6,7 que «sería mejor sufrir la injusticia» y hasta «que os dejarais despojar», y en lCor 13,7 dice que el amor «todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». Constantemente habla en sus cartas de este amor que perdona y vence el mal. Pero cuando se trata de proteger su ministerio y de salvar su encargo al servicio del Evangelio, es capaz de enfrentarse resueltamente contra toda injusticia. Sigue el ejemplo de Jesús, que decía que no hay que pleitear con el agresor, sino ofrecerle también la otra mejilla para que la golpease16, pero se defendió contra toda agresión dirigida contra su misión y su mensaje17.

Pablo se despide de Lidia y de los cristianos que estaban con ella. Una pequeña comunidad es el primer fruto de su misión en Europa. La carta a los Filipenses es para nosotros un espléndido ejemplo de cuán fiel se mantuvo a Pablo esta su primera fundación y de cuán metidos llevaba él en su corazón a los cristianos de Filipos, cuando escribía: «Pues Dios me es testigo de cuántos deseos tengo, en las entrañas de Cristo Jesús, de estar con todos vosotros» (Flp 1,8), y cuando se alegra de su «contribución a la causa del Evangelio, desde el primer día hasta ahora» y a continuación confiesa tener «esta confianza: que el que empezó en vosotros la obra buena, la llevará a su término hasta el día de Cristo Jesús» (Flp 1.5s).
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16. Cf. Mt 5,39. 17. Recordemos los ataques tan violentos de Jesús contra los dirigentes judíos, como también su actitud en el interrogatorio ante Anas (Jn 18,23)