CAPÍTULO 14


4. EN ICONIO: ÉXITo Y FUGA (Hch/14/01-07).

1 En Iconio entraron igualmente en las sinagogas y hablaron de manera que abrazó la fe una gran muchedumbre, tanto judíos como griegos. 2 Pero los judíos recalcitrantes excitaron y enconaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. 3 Con todo, permanecieron bastante tiempo hablando con valentía sobre el Señor, que daba testimonio en favor de la palabra de la gracia concediendo que se efectuaran señales y prodigios por mano de ellos.

Iconio, situada en la transitada vía Sebaste o vía del emperador, tenía, como todas las plazas económicamente importantes, una colonia judía. Aquí se repite el cuadro de Antioquía de Pisidia. La palabra del Apóstol cae en buena tierra. Al mismo tiempo se enardecían el odio y la oposición por parte de los judíos. A éstos se los llama «recalcitrantes», porque en su tradición petrificada se hacen refractarios al mensaje de la salvación. De nuevo, como en Antioquía, con mala saña formaron un frente hostil contra los mensajeros de la nueva doctrina. ¡Cuántas veces este método de instigación y discriminación dio resultado contra la acción de Pablo, y cuántas veces en todos los tiempos ha favorecido a los adversarios del Evangelio!

Aunque es verdad -y nuestro libro tiene interés en repetirlo constantemente- que la persecución no puede nada cuando tropieza con la fe y la confianza, con la gracia y la fuerza del Espíritu. Los apóstoles predicaban «con valentía», con confianza en el Señor. Estaba el Señor presente en «la fuerza del Espíritu» (1,8), que mostraba su presencia y daba «testimonio en favor de la palabra de la gracia». «Palabra de la gracia», fórmula breve, que designa la verdadera esencia del Evangelio.

Y una vez más observamos cuánto dependía la primera misión de «señales y prodigios», que dan eficacia a la palabra de los testigos humanos y la hacen irresistible para todos los que buscan con buena voluntad. Cuando sólo la razón humana quiere adueñarse de la revelación, cuando el hombre trata de captar el misterio e interpretarlo sólo con crítica y fuerza de especulación, hay peligro de que se le escape de entre las manos y el hombre mismo se encuentre sólo con el vacío. Hoy día, en la actual crisis de la fe, ¿no tendremos más que nunca necesidad de «señales» que, como auténtico testimonio del Espíritu Santo estén al servicio de nuestro mensaje? Esto no tiene nada que ver con un milagrismo ávido de sensación.

4 Se dividió la gente de la ciudad, y unos estaban con los judíos y otros con los apóstoles. 5 Cuando, por fin, comenzó a formarse una manifestación de gentiles y judíos con sus cabecillas al frente, que pretendían maltratarlos y apedrearlos, 6 percatándose de ello, huyeron a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y a sus alrededores. 7 Y allí andaban anunciando el Evangelio.

A los apóstoles les amenaza la lapidación. Entre los judíos era éste el castigo por la blasfemia. Es de notar cómo crece la corriente de hostilidad. Las gentes de Antioquía se habían contentado con expulsar a los apóstoles. Pronto se llegará a la lapidación en toda regla (14,19). Los perseguidos logran hurtar el cuerpo. Según Lc 10,8ss, Jesús había aconsejado a sus mensajeros: «En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed de lo que os presenten, curad los enfermos que haya en ella y decidles: Está cerca de vosotros el reino de Dios. Pero en cualquier ciudad donde entréis y no quieran recibiros, salid a la plaza y decid: Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos pegó a los pies, lo sacudimos sobre vosotros. Sin embargo, sabedlo bien: ¡el reino de Dios está cerca!»

5. EN LISTRA (14,8-20).

a) Pablo apedreado (Hch/14/08-18).

8 En Listra yacía sentado un hombre, inválido de los pies, cojo desde el seno de su madre, y que nunca había podido andar. 9 Este hombre escuchaba a Pablo, quien, fijándose en él y viendo que tenía fe para ser curado, 10 dijo en alta voz: «Ponte derecho sobre tus pies.» Dio él un salto y echó a andar.

El relato de la curación del lisiado en Listra está primeramente marcado una vez más por el interés de los Hechos de los apóstoles en equilibrar y poner en paralelo las obras de Pablo con las de Pedro. Este relato nos recuerda la extensa narración de la curación del paralítico de nacimiento en 3,1-10, seguida de la instrucción sobre la proveniencia de la curación, como también la curación del paralítico en Lida (9,32-35). Esta clara tendencia a establecer un paralelismo entre los relatos de Pedro y de Pablo no significa que los relatos no estén basados en hechos históricos. Aunque esto no excluye que en el hecho de destacar tal o cual rasgo particular influyera también el motivo de la armonización, como, por ejemplo, en la caracterización de la enfermedad y del comportamiento del enfermo curado.

La curación se otorga a un hombre que «tenía fe para ser curado». En la palabra griega que significa «curar» se encierra, seguramente con intención, un doble sentido. La palabra no significa sólo la salud en sentido corporal, sino al mismo tiempo y preferentemente la salud o «salvación» en sentido religioso. La «fe» del enfermo podía estar encaminada, según el contexto, primeramente a la curación de su dolencia, pero Pablo la refirió a la salud o salvación en sentido del Evangelio. No sin razón se resalta que el enfermo «escuchaba» lo que decía Pablo. Sólo cuando el hombre está dispuesto a escuchar lo que llega a sus oídos como mensaje de salvación, se efectúa algo que es más que un mero «tener por cierto». Implica una confianza incondicional y da origen a esa actitud que, más allá del pensamiento en la miseria corporal, está sostenida por la entrega creyente al eficaz poder de salvación de Dios.

11 La multitud, cuando vio lo que había hecho Pablo, levantó la voz gritando, en licaónico: Los dioses, en forma humana, han bajado a nosotros. 12 Y llamaban a Bernabé, Zeus, y a Pablo, Hermes, porque era el portavoz. 13 Y el sacerdote del santuario de Zeus que hay a la entrada de la ciudad trajo toros con guirnaldas junto a las puertas y, de acuerdo con la multitud, se disponía a ofrecer un sacrificio.

Hoy día se pueden ver todavía exiguos restos del templo de Zeus del que se hace mención en el impresionante y conmovedor relato de nuestro texto. Tales restos son testigos de una fe religiosa a su manera, sobre la que no deberíamos sonreír con la autosuficiencia inspirada por el progreso del pensamiento. Al fin y al cabo, la idea de que los dioses pueden asumir figura humana revela la manera reverente de pensar sobre el más allá, siquiera sea en forma mítica. Además, la región de Listra era la patria de la delicada leyenda que narra que los dioses Zeus y Hermes, disfrazados de caminantes, habían sido acogidos con hospitalidad por los pobres cónyuges Filemón y Baucis, por lo cual éstos habían sido milagrosamente recompensados por los dioses. En tales historias no habría que ver únicamente lo que tienen de ingenuo e infantil, sino sentir el barrunto y anhelo oculto que en ellas se expresa.

14 Al oír esto los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus vestiduras y se lanzaron a la multitud, 15 diciendo a gritos: «¿Por qué hacéis esto? También nosotros somos hombres, sujetos a las mismas miserias que vosotros, y os traemos la buena noticia de que debéis convertiros de estas vanidades al Dios viviente que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos. 16 En las pasadas generaciones permitió que cada pueblo siguiera su propio camino. 17 Sin embargo, no se quedó sin testimonio en su favor, haciendo el bien, enviándoos desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas, colmando de sustento y de alegría vuestros corazones.» 18 Y con esto que dijeron, a duras penas lograron detener a la multitud para que no les ofreciera sacrificio.

Es éste un discurso al que se ha prestado mucha atención. Es la primera vez que en los Hechos de los apóstoles habla Pablo ante un auditorio exclusivamente de gentiles. También aquí la contrapartida paulina del discurso pronunciado por Pedro ante el círculo del centurión romano Cornelio (10,34-43). Aunque no se debe pasar por alto que en el discurso de Pedro se trata de la obra salvífica de Jesús más por extenso y más expresamente que en el de Pablo. En efecto, llama la atención el hecho de que en Listra se refiera Pablo exclusivamente a la experiencia religiosa de los gentiles, sin tocar con una sola palabra el verdadero mensaje del Evangelio. Sin embargo, no se debe olvidar que, según 14,7.9, antes de esta escena intermedia había hablado ya Pablo al pueblo de Listra y que estas palabras tienen aquí sólo por objeto retraer las gentes de su error tocante a los mensajeros de la fe.

También aquí es instructivo ver cómo la predicación apostólica -y esto parece aplicarse a la manera especial de Pablo- aprovechaba los elementos del pensamiento pagano que podían servir de punto de partida. Si la predicación ante los judíos procuraba utilizar como testimonio en favor del Evangelio sobre todos los enunciados de la Escritura veterotestamentaria, era obvio que al hablar a los paganos se tratase de interesar a sus concepciones y experiencias. En todo tiempo deberá poner empeño el mensaje cristiano en familiarizarse con la situación intelectual de los hombres y tomarla razonablemente en cuenta en los términos y en los argumentos para instruir sobre la salvación.

b) Nuevamente agredido por los judíos (/Hch/14/19-20).

19 Pero llegaron de Antioquía a Iconio unos judíos que persuadieron a la multitud y, después de apedrear a Pablo, lo arrastraron fuera de la ciudad, dándolo par muerto. 20 Rodeado de los discípulos, se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente partió con Bernabé para Derbe.

Hay que leer la impresionante confesión del Apóstol en 2Cor 11,16-33 para ver cuán digna de fe es esta noticia sobre su lapidación. Un cambio de escena casi incomprensible... Primero se le rinde homenaje como a un dios, y luego yace magullado bajo las piedras. Es el destino de los mensajeros de Cristo. «Yo le mostraré cuántas cosas deberá padecer por mi nombre», había dicho el Señor con respecto a Pablo (9,16).

Una vez más fueron las gentes de su propio pueblo las que fueron impulsadas a ir a Listra movidas por el odio. No tenemos la menor razón de ver en tales noticias meras señales de la hostilidad de Lucas contra los judíos. Las cartas del Apóstol, confirman, en efecto, claramente el odio que le profesaban los judíos. En 2Cor 11,24s, dice: «De los judíos recibí cinco veces los cuarenta azotes menos uno. Tres veces apaleado; una fui apedreado.» Y en 11,26 menciona, junto con los «peligros de bandoleros», expresamente los «peligros de parte de mis compatriotas». Se refiere a esos compatriotas, a ese pueblo del que en Rom 9,2s, «con gran tristeza y profundo dolor incesante en mi corazón», dice: «Desearía yo mismo ser anatema, ser separado de Cristo en bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne.»

Pablo, dado por muerto, se levanta de en medio de las piedras que le habían arrojado. Dice, en efecto, en 2Cor 4,16: «Por eso no desfallecemos; por el contrario, aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, nuestro hombre interior, sin embargo, se va renovando día tras día.» Y tenemos también ante los ojos la otra confesión de la misma carta (6,4ss), donde dice: «Nos acreditamos en toda ocasión como servidores de Dios, con mucha constancia, en tribulaciones, en necesidades, en aprietos, en palizas, en cárceles, en tumultos... como si fuéramos moribundos, aunque seguimos viviendo, como castigados, aunque todavía no muertos... »

6. REGRESO A ANTIOQUÍA (/Hch/14/21-28).

21 Evangelizada aquella ciudad y hechos numerosos discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, 22 confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que por muchas tribulaciones tenemos que pasar para entrar en el reino de Dios. 23 Para éstos designaron presbíteros en cada Iglesia, y acompañando la oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído.

¿Por qué los misioneros, tras un trabajo fructuoso en Derbe, emprendieron el camino de regreso y no continuaron, como era de esperar, en dirección hacia la tierra natal de Pablo? El texto no lo dice. Tenían interés en volver a visitar las cristiandades anteriormente conquistadas, que, debido a las persecuciones, no habían podido organizar plenamente, y en «confirmar los ánimos» y asegurar una organización duradera. Para ello estaba indicada, ante todo, la designación de «presbíteros». No existe motivo alguno serio para poner en duda la historicidad de esta noticia. En efecto, la naturaleza misma de la cosa sugería dar a los fieles una cohesión segura y consiguientemente una constitución en regla, de igual modo que, según el modelo de las comunidades judías, también la lglesia judeocristiana de Jerusalén tenía ya sus «presbíteros» (o ancianos) (11,30).

Si esta designación debe considerarse como transmisión del ministerio en el sentido de una ordenación sacramental, es cosa que no se puede afirmar con seguridad. Podría suponerse así, si es que la referencia a «oración con ayunos» debe entenderse como algo que forma parte de esta transmisión del ministerio, como ya en 13,2, en la circunstancia de la misión de Bernabé y de Pablo. En realidad, tal como reza el texto, parece que «oración con ayunos» se refiere a la respectiva comunidad, que de esta manera fue «encomendada al Señor». Sea cual fuere el sentido de estas palabras, en todo caso, en este acto de ordenar y asegurar las comunidades vemos el comienzo de constitución de la Iglesia, que se hace patente en la posición y función de los presbíteros.

24 Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia: 25 y después de predicar la palabra en Perge, bajaron a Atalía; 26 desde allí navegaron a Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que acababan de realizar. 27 Llegados y congregada la Iglesia, referían lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. 28 Y permanecieron bastante tiempo con los discípulos.

Aun en medio de los áridos datos estadísticos, se descubre la mirada del evangelista. Habla de la «gracia de Dios». A ésta habían sido «encomendados» los mensajeros de la salvación en Antioquía. La «obra» que habían llevado a cabo los dos hombres es algo distinto de la realización de unos comerciantes o unos investigadores. De ello eran conscientes cuando contaban a la comunidad que los había enviado, «lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». Esto suena como un eco de aquella frase con que se cierra el relato de Pedro sobre el bautismo del centurión Cornelio en 11,18: «Según esto, Dios ha dado también a los gentiles la conversión que conduce a la vida.» En tales palabras se muestra un motivo fundamental de nuestro libro acerca del camino de la Iglesia.