CAPÍTULO 8


IV. SACERDOTE Y MEDIADOR DE UNA NUEVA ALIANZA (8,1-10,18).

1. SACERDOTE EN EL SANTUARI0 CELESTIAL (8/01-05).

1 El punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos un sumo sacerdote tal, que se sentó a la derecha del trono de la Majestad en los cielos. 2 El es ministro del santuario y del tabernáculo verdadero que construyó el Señor y no un hombre. 3 Porque todo sumo sacerdote es instituido para ofrecer dones y sacrificios, y por lo mismo, también Jesús debe tener algo que ofrecer. 4 Seguramente que, si él estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya otros que ofrecen dones según la ley, 5 y que ofician en un culto que es imagen y sombra de lo celestial, conforme se lo ordenó Dios a Moisés, cuando éste iba a construir el tabernáculo: «Mira -le dijo-: lo harás todo según el modelo que se te ha mostrado en el monte» (Éx 25,40).

La alocución de la carta se acerca a su punto culminante, a lo «principal». Por fin vamos a enterarnos de dónde y cómo desempeña su ministerio Jesús, sacerdote según el orden de Melquisedec. Quedamos sorprendidos al oír que Jesús no ejerce su función de sumo sacerdote en la tierra, sino en el cielo. Es servidor de un santuario fabricado inmediatamente por Dios, único santuario al que competen las cualidades de lo verdadero, de lo propio y de lo real. En la tierra no hubiera podido Jesús ni siquiera ser sacerdote, porque aquí son prescritos por la ley los dones y el sacrificio. Por 7,27 sabemos ya que el sumo sacerdote celestial se ofreció de una vez para siempre, pero antes de situar la carta en el centro de este hecho decisivo, construye en cierto modo el escenario que permite que el hecho sangriento del Calvario aparezca a la vista con todo su significado cósmico y escatológico.

La idea de un santuario en el cielo era familiar al autor y muy probablemente también a los lectores gracias al Antiguo Testamento y a la literatura apocalíptica. En todo caso no es muy seguro que el pasaje de Ex 25,40 aquí citado quisiera significar originariamente más que esto, a saber, que Moisés había construido el tabernáculo conforme a un modelo o plano celestial 33. En cambio, posteriormente el libro de la Sabiduría designa inconfundiblemente el templo de Jerusalén como una copia «del santo tabernáculo que al principio habías preparado» (Sab 9,8). Más de un apocalíptico se gloriaba de haber visto el santuario oculto en el cielo: «Y el ángel me abrió las puertas del cielo. Y yo vi el templo santo y en el trono la gloria del Altísimo» (Testamento de Leví 5; cf. Ap 4,1-11). Los rabinos opinaban incluso que el santuario superior en el cielo se hallaba frente al santuario inferior y que entre el culto de los ángeles arriba y el de los sacerdotes abajo había perfecta correspondencia hasta en los más menudos detalles. Es posible que el autor de la carta a los Hebreos partiera de estas o parecidas representaciones, pero en todo caso su interpretación del santuario celestial y del sacrificio expiatorio que en él se lleva a cabo procede por caminos muy particulares.

De nuestros versículos sólo se desprende, en primer lugar, que Jesús es sumo sacerdote del tabernáculo real, verdadero y propio, mientras que los sacerdotes de la tierra sólo sirven a un santuario que no es sino sombra y figura. El verdadero tabernáculo lo construyó Dios mismo, el tabernáculo de la tierra es obra de hombres. Estas distinciones revelan claramente un pensar platonizante 34, que estima las realidades de la tierra conforme a su realidad arquetípica celestial. Ahora bien, la carta a los Hebreos no quiere proclamar una mera filosofía, sino con la ayuda de la ciencia alejandrina descubrir el sentido de la muerte de Cristo que transforma el cielo y la tierra
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33. Cf. 1Cro 28,19: En el lecho de muerte refiere David que Dios le había mostrado un plano del templo salomónico.
34. El pensamiento de Platón (428-348 a.C.) ejerció gran influjo en el judaísmo ilustrado de Alejandría.
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2. MEDIADOR DE UNA ALIANZA MEJOR (8/06-13).

6 Pero ahora él ha obtenido un ministerio tanto más excelente, cuanto que es también mediador de una alianza mejor, la cual ha sido legalmente constituida en virtud de mejores promesas. 7 Porque, si aquella primera alianza fuera perfecta, no se buscaría lugar para una segunda. 8 Por eso, reprendiéndoles, dice Dios: «Mirad que llegarán días -dice el Señor- en que llevaré a cabo una nueva alianza con la casa de Israel, y la casa de Judá. 9 No será como aquella alianza que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto. Porque ellos no permanecieron en mi alianza también yo me desinteresé de ellos -dice el Señor- 10 Esta será la alianza que yo concertaré con la casa de Israel, después de aquellos días -dice el Señor-: Mis leyes pondré en su conciencia y las grabaré en su corazón; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. 11 Nadie tendrá que instruir a su conciudadano ni nadie tendrá que enseñar a su hermano, diciéndole : Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor. 12 Porque seré indulgente con sus maldades, y de sus pecados no me acordaré jamás» (Jer 31,3 1-34) 13 Al decir alianza nueva, declara caducada la primera. Ahora bien, lo caducado y envejecido está a punto de desaparecer.

Si Jesús es sacerdote en un santuario celestial, arquetípico, su ministerio debe ser mucho más excelente y eficaz que el culto veterotestamentario con su empeño terreno por aplacar a Dios mediante sacrificios y dones. Esta superioridad aparece con especial claridad si comparamos las promesas de la antigua alianza con las de la Nueva, cuyo mediador ha sido constituido Jesús. En un principio podría parecer que la carta se desvía de su tema, como si la conclusión de una nueva alianza no tuviera que ver directamente nada con el ministerio sacerdotal. Basta, sin embargo, con recordar la tradición de la última cena, que seguramente no ignoraba el autor de la carta, tradición en la que se efectúa la conexión entre la muerte sangrienta de Cristo en la cruz y la conclusión de la nueva alianza 35. Aun cuando pueda no quedar muy claro el papel de los sacerdotes del Antiguo Testamento en las diferentes conclusiones de alianza referidas por la Biblia, sin embargo, si se tiende a Cristo, el ministerio sacerdotal es conclusión, constante renovación y definitiva realización de la alianza de Dios. El sumo sacerdote celestial tiene la misión de suministrar su objeto a las promesas en que se cifra la nueva alianza, haciéndolas pasar del estadio de mero anuncio al de realidad. El ministerio sacerdotal es, por tanto, un ministerio con vistas al cumplimiento de las promesas de Dios, idea que, por lo demás, se halla también en Pablo, aunque en otro contexto (Rom 15,8). La extensa cita de Jeremías menciona cuatro bienes contenidos en la promesa, el cuarto de los cuales, el perdón de los pecados, ocupa el puesto principal en la argumentación de nuestra carta (cf. 9,14.15.22.28; 10,3.4.12.17.18). Aunque no deberíamos tampoco pasar por alto las otras promesas de la nueva alianza: la ley escrita sobre el corazón, o en el corazón, la comunión con Dios del pueblo de la alianza, el conocimiento espontáneo y general de Dios. En pactos de alianza del antiguo Oriente, el texto del pacto, la ley de la alianza se escribían en tablas de piedra, que luego se conservaban en el santuario (cf. 9,4). Así se hizo también a la sazón de la alianza en el Sinaí. Ahora nos escribe Dios la ley de la nueva alianza en el corazón, a fin de que por nosotros mismos sepamos lo que tenemos que hacer. Así, la constitución interna de la nueva alianza, escrita en el corazón y en la mente, muestra ser el aspecto positivo del perdón de los pecados (cf. 10,16-18).

También el segundo bien, objeto de las promesas, la comunión de alianza escatológica del pueblo con su Dios, sólo aparentemente pasa a segundo término frente al asunto del perdón de los pecados. Es verdad que no vuelven a citarse ya las palabras proféticas: «Yo seré para ellos su Dios, y ellos serán para mí, mi pueblo» 36, pero, con todo, el motivo de una comunidad escatológica que rinda culto a Dios puede considerarse, sin exagerar, la concepción fundamental de la carta a los Hebreos. En cambio, la promesa de un conocimiento espontáneo y general de Dios, apenas si reaparece en la argumentación de la carta. El autor sabe de experiencias pneumáticas (6,4.S), el bautismo significa para él «haber recibido el conocimiento de la verdad» (10,26), y los lectores mismos deberían, por razón del tiempo ya pasado, ser capaces de instruirse y de instruir a otros (5,12), pero en todo caso no comparte el optimismo de la primera carta de san Juan, según la cual los cristianos «no necesitan que nadie los instruya», sino que el Espíritu los instruye sobre todas las cosas (1Jn 2,20.27).
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35. No se puede establecer con seguridad si, en sus consideraciones, el autor de nuestra carta tenía presente la eucaristía y hasta qué punto. 36. Cf. 2Co 6,16.