CAPÍTULO 12


bb) Visiones y revelaciones (12/01-09a).

1 Hay que gloriarse. Pues, aunque no es conveniente, vendré, sin embargo, a visiones y revelaciones del Señor.

La perícopa 12,19a constituye la segunda parte del discurso en que Pablo se vanagloria. Hay que notar, en primer término, que ofrece un contraste con la primera parte. En la sección anterior se hablaba de privilegios terrenos (11,22), pero, sobre todo, de trabajos, sufrimientos y flaquezas del apóstol (11,23-33). Aquí, en cambio, Pablo descubre las extraordinarias revelaciones divinas con que Dios le ha honrado. Con todo, también esta gracia es una gloria de la debilidad, pues Pablo afirma que la gracia se concede a los que sufren y que, también aquí, el poder de Dios actúa en la debilidad. De este modo hay un punto de contacto entre las dos partes del discurso.

Pablo insiste una vez más en que él se gloría sólo porque se ha visto obligado. Sabe muy bien que no es conveniente. No es provechoso para el cristiano, para obrar «según el Señor» (11,17). Sin embargo, él va a gloriarse de sus visiones y revelaciones. Sólo porque se ha visto obligado habla aquí Pablo públicamente de ellas. Aparte esto, algunos otros lugares de sus cartas contienen someras alusiones al hecho de que ha recibido revelaciones. Así, en Rom 11,25 dice que le han sido descubiertas algunas cosas sobre la salvación final de Israel, su pueblo; en lCor 15,51, sobre el misterio de la resurrección de los muertos al final de los tiempos, y en lTes 4,15 sobre la nueva venida de Cristo. Habla repetidas veces de la aparición del Señor ascendido, que le fue concedida en su viaje a Damasco 89. Los Hechos de los apóstoles hablan de otras visiones misteriosas90.
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89. Cf. 1Cor 9,1; 15,8; Ga 1,15s. 90. Según los Hechos 16,9, una noche Pablo vio a un macedonio que le instaba a pasar a Europa. Según Act 18,9, se le apareció el Señor durante la noche en sueños y habló con él. El mismo Pablo menciona otra visión en Act 22,17 y 27-23. La exégesis se pregunta si Pablo enumera bajo el epígrafe de «visiones y revelaciones» de que habla en 12,1 todas estas gracias, de tal modo que las que menciona en 12,2-4 sean sólo una pequeña selección, o si, por el contrario, distingue las citadas en 12,2-4 de todas las demás y quiere hablar sólo de éstas, bien porque fueran revelaciones de una especial profundidad, bien excepcionales por cualquier otro motivo. Es difícil hallar una respuesta a esta pregunta.
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2 Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años -si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe- fue arrebatado al tercer cielo.

Con un lenguaje extremadamente peculiar, solemne y misterioso habla Pablo de la suprema experiencia de un viaje al cielo, hecho catorce años antes. Se pasan en silencio los detalles más importantes. No dice dónde aconteció, cómo hizo el viaje, qué es lo que vio, qué palabras oyó, cómo regresó a la tierra. Pablo comunica un misterio. Pero levanta el velo sólo a medias. Él mismo se siente inseguro al dar estas noticias. Algunas cosas quedaron ocultas también para él. «No lo sé», reconoce él mismo. Lo que narra, lo hace porque se ve obligado a defender su ministerio. Lo demás, lo que sintió, vio y oyó, no lo cuenta, porque son cosas sobre las que, en cuanto misterios de Dios, no le es lícito hablar y también porque el lenguaje humano es incapaz de describirlas (12,4).

En todo este asunto parece como si Pablo no hablase de sí mismo, sino de alguna otra persona conocida por él, de un hombre en Cristo. El mismo Pablo explica el motivo de esta manera de narrar: «De éste me gloriaré. En cuanto a mí, no me gloriaré» (12,5). El apóstol reconoce que no ha merecido personalmente y por sí mismo este favor y que él no vale tanto. Así pues, no dice «yo», sino que habla de «un hombre en Cristo». El que ha vivido esta experiencia no es el hombre humano y terreno, sino el salvado y santificado en Cristo.

Pablo da una fecha exacta. Vivió esta experiencia del viaje al cielo hace catorce años. Ha sido una experiencia absolutamente extraordinaria, que le ha sellado para siempre como una persona excepcional. Estas experiencias se le conceden, incluso a un Pablo, muy raras veces y en modo alguno es algo de lo que puede disponer a voluntad. Lo constantemente presente son los trabajos y las flaquezas, a las que casi sucumbe. Los éxtasis son una excepción, de ninguna manera la forma y figura de su ser en Cristo 91.

Pablo afirma que ignora las modalidades del arrobamiento y de las percepciones que recibió. Pero sí dice que el arrobamiento tuvo que ocurrir en una de las dos formas en que acontecen estos viajes celestes: o en el cuerpo, es decir, a modo de un arrobamiento del hombre total, con alma y cuerpo, o fuera del cuerpo, es decir, a modo de un viaje del alma sola, mientras que el cuerpo permanece en la tierra. Por los escritos de la antigüedad, y especialmente por los del judaísmo de aquella época, podemos saber que un viaje al cielo, en una de estas dos formas, era una eventualidad que se consideraba como posible y que incluso corrían narraciones de algunos hombres, favorecidos por la gracia, que tuvieron experiencias de arrobamientos en una u otra de estas dos maneras. Pablo utiliza, pues, las ideas generales de su tiempo, para explicar y exponer a los demás sus vivencias extraordinarias. Él sabe con absoluta certeza que ha recibido una gracia extraordinaria. «Dios lo sabe» cómo ocurrió. Dios es quien sale garante por el apóstol de que su viaje al cielo fue real y verdadero. A este Dios pone Pablo por testigo, cuando habla de este tema. También se acomoda a las ideas del judaísmo de su época cuando habla del tercer cielo y del paraíso en el cielo. Los teólogos judíos contemporáneos admitían la existencia de varios cielos, colocados el uno junto al otro. Se enumeraban tres, cinco, siete o diez cielos. Los inferiores eran el cielo atmosférico y el cielo de las estrellas; venían luego los cielos en los que habitaban los bienaventuradoss los ángeles y, finalmente, Dios. De acuerdo con esta concepción del universo, Pablo habla del tercer cielo, que para él debe significar el cielo superior y supremo. Como supo que se trataba del tercero, no lo dice Pablo. Acaso lo supo por revelación. Acaso lo supuso él así, siempre de acuerdo con las ideas, las imágenes y los cálculos de su tiempo.
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91. Se intenta fijar la fecha del viaje al cielo en la vida de Pablo siguiendo los datos proporcionados por él mismo. Si la segunda carta a los Corintios ha sido escrita el año 57 (cf. la introducción, 1), entonces el viaje al cielo tuvo lugar el año 43. La conversión de Pablo en el camino de Damasco puede ser situada alrededor del año 35. Después predicó algún tiempo en Damasco y se retiró a la Arabia. Emprendió un viaje a Jerusalén y luego vivió unos cuantos años desconocido en Tarso. Allí fue a buscarle Bernabé, el verano del 43, y se lo ganó para los trabajos misionales, primero en Antioquia (Act 11-2Ss). Según esto, el viaje al cielo debió acontecer en los comienzos de su actividad misionera. ¿Fue acaso esta experiencia la que proporcionó a Pablo aquel su poderoso impulso en la predicación del Evangelio? Pueden barajarse estos cálculos, pero no podemos establecer una respuesta segura. En todo caso, contienen cierta probabilidad.
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3 Y sé que este hombre -si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe- 4a fue arrebatado al paraíso...

Con las mismas palabras que acaba de emplear hace un momento, describe Pablo de nuevo un arrobamiento. No puede decirse con seguridad si Pablo, en estos dos relatos simétricos, se refiere a un mismo viaje al cielo o habla de viajes diferentes. Aunque la doble descripción pudiera sugerir la hipótesis de que Pablo habla de dos experimentos diferentes, lo más probable, con todo, es que relata un solo éxtasis. Ambas descripciones ocurren en la misma fecha: «hace catorce años». En la época de Pablo se creía que, después de la caída de Adán, el paraíso fue trasladado de la tierra al cielo y se encuentra ahora en el tercer cielo, como lugar de la felicidad92. Parece que Pablo se acomoda a estas ideas cuando indica que su viaje le ha llevado al tercer cielo o, lo que es igual, al paraíso. La prolijidad de la doble descripción de un mismo viaje debía servir, pues, para expresar la magnitud de la experiencia.
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92. Así lo testifica, por ejemplo, la descripción de un viaje al cielo del libro de Henoc eslavo 8,1. El origen del libro debe situarse hacia la época de Pablo: «Los dos varones (es decir, ángeles) me tomaron y me llevaron al tercer cielo, y me colocaron en medio del Paraíso, en un lugar extremadamente hermoso».
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4b, y oyó palabras inefables que a un hombre no le es lícito proferir.

Pablo no dice ni una sola palabra sobre lo que vio en el cielo. Las narraciones judías contemporáneas sobre viajes celestes daban descripciones detalladas, para saciar la curiosidad. Pablo se diferencia -y esto es sintomático- de todos aquellos escritos. No quiere alimentar la fantasía y la curiosidad. Pablo dice sólo que oyó palabras que no puede dar a conocer, porque ningún hombre las puede pronunciar. Son misterios de Dios, que no pueden descubrirse antes de tiempo. El haber podido participar en ellos es la exaltación suprema del apóstol y una elección que no comparte con ningún hombre. De hecho, éste es su más alto título de gloria. Por eso habla aquí de él.

Con esto, Pablo corta el relato. Ya no dice nada de su bajada del cielo, de su despertar y volver en sí después del viaje, cosas todas que describían minuciosamente los escritos similares de aquel tiempo. Tampoco aquí quiere Pablo dar pábulo a la curiosidad. El apóstol describe sus vivencias sirviéndose de las ideas e imágenes que aquella época ponía a su disposición, y con ayuda de las cuales se había formado él, como teólogo rabínico, su propia idea y concepción del mundo. El mismo Pablo sospecha la incertidumbre y discutibilidad de su descripción, cuando asevera repetidamente: «no lo sé», «Dios lo sabe». Los hombres piensan y hablan siempre sirviéndose de las ideas de su tiempo. También nosotros lo hacemos así. En la medida en que Pablo utiliza ideas y conceptos condicionados por su época, sus afirmaciones no son de fe y revelación. Pero, con todo, estas formas condicionadas por el tiempo describen una experiencia de sublime revelación. Nosotros no tenemos experiencia de estas cosas y no podemos, por tanto, seguir su pista. Pero no por eso tenemos ya derecho a hacer de nuestra situación de conciencia y de nuestras posibilidades de experiencia la medida de todas las cosas en el cielo y en la tierra. No tenemos tampoco, por tanto, ningún derecho a considerar las experiencias relatadas por Pablo como cosas ciertamente muy ocultas y misteriosas, pero en última instancia, de psicología natural. Él está convencido y sabe que ha experimentado una suprema gracia divina. Acerca del modo, confiesa Pablo que sólo Dios lo sabe.

5 De esto me gloriaré. En cuanto a mí, no me gloriaré sino de mis debilidades.

Pablo ha revelado todas estas cosas empujado por la necesidad de unas especiales circunstancias. Narra algo extraordinariamente glorioso. Pero no se alaba a sí mismo. Alaba a aquel otro hombre que fue agraciado. No se glorifica a sí mismo, sino a la gracia del Señor y al Señor que actuó poderosamente en El. Aunque habla de sí mismo, queda siempre en claro que no puede gloriarse más que de su debilidad.

Tras largas vacilaciones, y sólo porque se veía obligado, descubrió Pablo sus más altas vivencias. De otra forma, nunca hubiera hablado de ello, porque son revelaciones personales, sobre las que ni está fundada ni puede edificarse la Iglesia. No son Evangelio de Cristo y, por lo mismo, tampoco son objeto de predicación en la Iglesia. ¿No debería ser esto una norma constante de la Iglesia, de tal modo que no se predicaran las experiencias extáticas y las visiones que se reciben a título de gracia personal?

6 Y si quisiera gloriarme, no seria insensato, porque diría la verdad. Pero me abstengo, para que nadie me estime en más de lo que en mí ve u oye, 7a o sea, a causa de la grandeza de las revelaciones.

Pablo no quiere gloriarse, aunque bien pudiera hacerlo, apoyado en sus especiales gracias y revelaciones. ¿Piensa, al decir esto, en el viaje al cielo que acaba de describir, o en otras revelaciones que se le han hecho y de las que no quiere seguir hablando? En todo caso, si se gloriara, diría la verdad. Pero renuncia a ello. Él sólo quiere ser juzgado por las cosas ordinarias, por los hechos y las manifestaciones que todo el mundo puede ver y percibir. No quiere que nadie ponga a su cuenta (esto es lo que dice, literalmente) las experiencias extraordinarias, algunas de las cuales acaba de mencionar. Es decir, no quiere que al enjuiciar su persona, o cuando se trate con él, se le tomen en consideración estas revelaciones. No quiere rodearse del nimbo de una naturaleza superior, de piadoso, de santo, y ni siquiera de hombre que ha estado una vez en el cielo. Todo esto es un secreto entre el apóstol y Dios, y como tal debe permanecer.

7b Por eso, para que no tengas soberbia, se me clavó un aguijón en la carne: un ángel de Satán, para que me golpee a puñetazos, a fin de que no me envanezca.

Pablo ha sido favorecido por la gracia más que ningún otro. Pero Dios le somete, y precisamente a él, a un correctivo, para preservar de toda soberbia a este favorecido de la gracia. Este correctivo de Dios, que Pablo ha de experimentar, es un sufrimiento grave, que debe llevar sobre sí. Esta cosa de que Pablo habla tan misteriosamente es -de acuerdo con la opinión más prevalente- una enfermedad que limita sus fuerzas y le humilla 93. Pablo describe esta enfermedad primero con una imagen sacada de la esfera natural. Percibe el sufrimiento corporal como una espina o aguijón, que está continuamente clavado en su cuerpo y le atormenta. ¿O acaso quiere expresar, con una imagen impresionante y atormentada, que siente su enfermedad como una estaca en su carne? En la antigüedad se practicaba el terrible castigo del empalamiento. ¿Quería decir Pablo que tenía que vivir continuamente como un hombre empalado o espetado?

Para la segunda descripción metafórica de su sufrimiento utiliza palabras y conceptos de la mitología. Pablo siente su enfermedad algo así como si un ángel de Satán le golpeara a puñetazos e intentara derribarle. Repetidamente dice Pablo que Satán pone obstáculos a la misión 94. Satán cuenta con aliados para ello, como los que enumera, por ejemplo, la carta a los Efesios: principados, potestades, dominadores de este mundo (Ef 6,12); La concepción paulina se acomoda a la mentalidad bíblica general, que considera a Satán causa de las enfermedades. En la gran epopeya veterotestamentaria de Job, Satán puede herir al justo Job con la lepra (Job 2,6s). El mismo Jesús dice de una mujer encorvada durante 18 años que Satán había tenido atada a aquella hija de Abraham (Lc 13,16). El fundamento de esta concepción es que la fe sabe y considera a Dios como creador y dador de la vida. Ahora bien, la enfermedad y la muerte son decadencia y destrucción de la vida. Pero Dios, Señor de la vida, no puede ser su destructor. Por tanto, la enfermedad y la muerte no proceden de él, sino que son obra del destructor universal, de Satán.

Dios permitió y permite a Satán que hiera a Pablo con la enfermedad. Le fue dado, dice Pablo. Dios lo dio. Satán no es un señor de poder ilimitado, sino que tiene que servir a los planes y objetivos de Dios. El trabajo del apóstol se vio seriamente obstaculizado porque le fallaban las fuerzas corporales. Pero precisamente así se preservaba a este hombre, tan altamente favorecido por la gracia, de la soberbia idea de que él podía conseguirlo todo con sus fuerzas solas.

Es muy típico de Pablo este modo de describir su enfermedad de maneras tan radicalmente diversas. Primero echa mano de una imagen de la vida diaria para describir sus experiencias, pero luego las describe con graves y profundas afirmaciones referidas a Dios y a Satán. Para él estas dos maneras tienen la misma validez. No existe ninguna diferencia esencial entre ellas, mientras que la interpretación actual más en uso las diferencia (algo así como explicación natural y explicación mitológica). Las dos maneras de hablar son para Pablo imágenes y comparaciones, y no pretende hacer hincapié en las palabras tomadas al pie de la letra. Evidentemente, no se trata de afirmaciones de fe en ninguno de los dos casos. La convicción que Pablo expresa es que también el mal entra en los planes de Dios y debe servir a la salvación, como se dice en otro pasaje: «Todas las cosas colaboran para bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28).
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93. La teología y la medicina se han esforzado por determinar más concretamente la clase de enfermedad padecida por Pablo. Con todo, atendidos los pocos datos que da el apóstol y el mucho tiempo transcurrido, resulta imposible dar un diagnóstico de cierta garantía. Acaso Pablo haya sufrido a intervalos más o menos largos ataques cuyo parecido más probable sería las manifestaciones externas de la epilepsia, lo cual no quiere decir que Pablo fuera epiléptico.
94. Cf.en 2,11 y 11,4.
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8 Clamé al Señor tres veces que apartara de mí este aguijón.

Pablo narra, con tanta sencillez como emotividad, que pidió tres veces que se le quitara aquel opresivo sufrimiento. En su relato no habla para nada de la consciente y prolongada paciencia con que pudo haber aceptado la enfermedad. Lo que recuerda especialmente es que clamó por tres veces y luchó en la oración. En el combate de la oración presentó tres veces consecutivas la misma petición o bien pidió auxilio en tres ocasiones y épocas distintas. Pablo preguntaba por el sentido del castigo y se esforzaba por comprender aquella carga. Exigía vehementemente a Cristo que ayudara a su apóstol contra Satán. Por dos veces fue desatendida su oración. Sólo a la tercera recibió respuesta.

Pablo invocó por tres veces al Señor. ¿Quién es este Señor? Desde luego, no es simplemente Dios, tal como pudiera interpretarse la palabra, sino el Señor Cristo, En efecto, Pablo da a Cristo con frecuencia el título de Señor, lo que demuestra la dignidad divina de Jesús. Según el Evangelio, Cristo es el «más fuerte», que entra en la casa del fuerte (o Satán) y le ata (Mt 12,29)! La obra redentora de Cristo ha vencido a Satán y a sus colaboradores (Col 2,15). Por eso, ante la petición de Pablo, este Cristo debería pronunciar una palabra imperiosa contra el ángel de Satán.

Estas palabras de Pablo nos indican que él, y también la Iglesia, oran a Cristo. Para nosotros esto es hoy una práctica indiscutida. Pero no fue así desde el principio en el Nuevo Testamento. Fundamentalmente, la oración de la Iglesia se dirige al Padre eterno. Con todo, ya en el mismo Nuevo Testamento comenzó la Iglesia a orar a Cristo, con lo cual testifica que cree en él como el Señor de gloria y poder divinos. Por eso a los cristianos se les designa como los que invocan el nombre del Señor (Act 9, 14). Y el mismo Pablo describe a la Iglesia como la comunidad de los que «invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (lCor 1,2).

9a Pero él me dijo: «Te basta mi gracia; pues mi poder se manifiesta en la flaqueza.»

Pablo invocó al Señor para que le liberara de la carga de la enfermedad. La respuesta de Cristo fue una negativa a la petición. En efecto, la respuesta sonaba así: La fuerza de la gracia que tú tienes, basta. No es necesario liberarte del ángel de Satán.

La gracia divina actúa como una fuerza en favor del hombre. Y esta fuerza actúa y se manifiesta con tanta mayor transparencia cuanto más débil es la fuerza del hombre en el que ejerce su poder. Allí donde a simple vista se ve que el hombre es impotente, es evidente que no es la fuerza humana la que actúa, sino la fuerza de Dios. Por eso no puede exigirse que se haga desaparecer el estado de debilidad de Pablo. Al contrario, sólo en la debilidad -y precisamente en la debilidad- de Pablo alcanza su plenitud la gracia divina. Pablo tiene que narrar, al mismo tiempo, que está vinculado al mundo celeste en virtud de un maravilloso ensalzamiento y que está expuesto, con dolorosa impotencia, al poder satánico, causa de sus sufrimientos. Contempla los misterios divinos y recibe mensajes inefables, pero sufre sometido a los golpes del ángel de Satán. Su vida está distendida entre las supremas cumbres y los más hondos abismos. Estos son los casi insoportables contrastes de su vida y de su ministerio. Con todo, comprende que tiene que ser así para seguir siendo servidor de Cristo, preservado de toda soberbia religiosa y de toda falsa vanagloria. Los sufrimientos y los golpes del ángel de Satán no le separarán del Señor y de su gracia. A pesar de ellos sigue siendo el apóstol en Cristo. La misma debilidad es revelación y lugar de la fuerza del Señor, y prueba de que la gracia acompaña al apóstol. Esto es lo que le dijo expresamente la respuesta del Señor. Lo que experimentó el apóstol es un ejemplo de lo que acontece en la vida de todo creyente cristiano.

cc) Fuerza en la debilidad (12/09b-10).

9b Muy a gusto, pues, me gloriaré de mis flaquezas, para que en mí resida el poder de Cristo.

En respuesta a la palabra del Señor, de nuevo asegura Pablo que él quiere gloriarse de su flaqueza. La declaración que ha hecho mientras tanto, de su experiencia de la fuerza divina en la impotencia humana, da a su afirmación nuevo fundamento y profundidad. Quiere gloriarse de su flaqueza con ánimo alegre. Gloriarse significa ahora renunciar a su deseo de verse libre de su carga. El apóstol confía y sabe que la debilidad es colmada siempre por la fuerza del Señor. La fuerza y la gracia de Dios no son nunca dadas como algo definitivo y de una vez para siempre, sino que son siempre acontecimiento, verdad y salvación renovadas en favor del hombre. Esta es la certeza de la victoria que Pablo repite una y otra vez. «Vivo, pero no yo; es Cristo quien vive en mi» (Gál 2,20); o bien: «Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas» (Flp 4,13).

10 Por eso me complazco, por amor de Cristo, en flaquezas, insultos, necesidades, persecuciones y angustias; porque cuando me siento débil, entonces soy fuerte.

Nuevamente enumera Pablo un pequeño catálogo de sufrimientos, que recuerda la serie global, cuando explicita el contenido de la palabra flaquezas. La mención de los insultos recuerda lo que Pablo ha tenido que pasar a causa de los juicios injustos; las persecuciones aluden a las iniquidades de los judíos, cristianos y gentiles; con «necesidades y angustias» expresa la desbordada medida de los sufrimientos. En las palabras finales (12,10b) repite Pablo la respuesta que le dio el Señor (12,9a). Era una respuesta que expresaba un principio fundamental de validez universal. Aquí se repite la misma fórmula, pero en primera persona, como un reconocimiento personal del apóstol. Así, Pablo se somete de buena gana y sin reservas a la decisión de su Señor, y hace de la palabra y de la voluntad de Dios norma y fundamento de su vida.

g) Las señales del apóstol (12/11-13).

11 He hecho el insensato. Vosotros me obligasteis a ello. Era yo el que debía haber sido acreditado por vosotros. Porque nada desmerezco frente a esos superapóstoles, aun cuando no soy nada.

El discurso insensato toca a su fin. Pablo se quita la máscara y muestra su verdadero rostro. Todavía una vez más justifica su comportamiento y se excusa por él. Los corintios le obligaron a portarse así. Lleva, de nuevo, el discurso al punto capital de su defensa, a saber, que él no vale menos que los superapóstoles. En nada es inferior a ellos. Pero, al mismo tiempo, dice, con una fórmula radical, que él no es nada. Esta fórmula puede entenderse como la confesión definitiva y más profunda de su debilidad, y es verdadera en el sentido de que, ante el juicio de Dios, no es nada. Pero podría tratarse también de un juicio que Pablo, con amarga ironía, pone en boca de los corintios.

12 Las señales propias del apóstol se realizaron entre vosotros con constancia a toda prueba: tanto señales, como prodigios y milagros.

Pablo menciona una nueva prueba a favor de la autenticidad de su ministerio apostólico. Son las señales del apóstol, que él ha llevado a cabo en Corinto. Pablo distingue, más en concreto, entre señales, prodigios y milagros. Las tres palabras son expresiones neotestamentarias para designar hechos milagrosos. Es difícil determinar qué diferencias establece Pablo entre ellas. Las tres juntas expresan la gran abundancia de hechos que Pablo ha podido realizar. También en la carta a los Romanos -escrita desde Corinto- habla Pablo «de lo que Cristo, para obtener la obediencia de los gentiles, ha realizado, valiéndose de mi, de palabra y de hecho, por el poder de señales y prodigios, por el poder del Espíritu» (Rom 15,18-19). En la primera carta a los Corintios enumera Pablo los dones del Espíritu, de acuerdo con la diversidad de operaciones que Dios hace en la Iglesia, «distribuyéndolas a cada uno en particular, según su voluntad». Entre ellos menciona «palabra de sabiduría», «palabra de conocimiento», «fe», «diversidad de lenguas»; es decir, que de ningún modo se trata sólo de milagros en el sentido estricto que nosotros damos a la palabra (lCor 12,4-11). ¿A qué se refiere Pablo propiamente en este lugar? Acaso a la predicación llena de espíritu, a las conversiones maravillosas, a los restablecimientos de la paz, a las curaciones y cosas semejantes.

El Nuevo Testamento sabe que el incrédulo tiene avidez de milagros y que ni siquiera las más grandes maravillas podrán convertirle. Por eso no se conceden milagros a los incrédulos 95. Pero cuando se da una auténtica voluntad de fe, los milagros sirven para acreditar el Evangelio y esta buena voluntad consigue milagros (Jn 20,30). Desde esta perspectiva, los hechos milagrosos forman parte de los distintivos que acreditan al apóstol, y son una demostración y un constitutivo del ministerio apostólico. Por eso Pablo se apoya en los milagros que realizó en Corinto.

El Evangelio sabe bien que aquella plenitud de poder, con que Jesús realizó acciones poderosas y milagrosas, Cristo la comunicó, en parte, a sus discípulos, junto con el encargo de hacer obras semejantes: «Y convocando a sus discípulos, les dio poder de arrojar espíritus inmundos y de curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10,1). La palabra y el mandato del Señor, recibido en la fe, da a los discípulos poder sobre las enfermedades y sobre las potencias destructoras. No es un poder mágico; sólo actúa mediante la oración, es decir, en la unión de la fe con Dios, tal como dice la sentencia del Señor: «A esta clase de demonios por ningún medio puede hacérsele salir, como no sea por la oración» (Mc 9,29). Aun así, lo principal no son los poderes milagrosos. Lo verdaderamente importante es la comunión y amor con Dios: «No os alegréis de eso: de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres están ya inscritos en los cielos» (Lc 10,20).

La Iglesia apostólica ha aceptado, con la seguridad de la fe, la lucha contra los poderes de la destrucción del cuerpo y del alma. Ella sabe que: «La oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse» (Sant 5, 15). Los Hechos narran las curaciones milagrosas de los apóstoles. Lo mismo veremos si observamos el desarrollo de la obra misional tal como se nos presenta en el Nuevo Testamento 96. También Pablo tiene conciencia de que posee el poder de hacer señales y milagros. No en el sentido de que el Apóstol posea una especie de poder mágico. Así, cuando su fiel coadjutor Epafrodito enfermó de muerte, no se le ocurrió a Pablo acudir a una curación milagrosa, sino que se refugió en la misericordia y el consuelo divinos y dio gracias a Dios cuando el enfermo recobró la salud (Flp 2,26). El orden natural sigue en pie. Pero dentro de este orden Dios hace milagros que sólo la fe reconoce. La Iglesia no tiene a su disposición una fuerza milagrosa con la que poder convertir la tierra en un mundo de hadas maravillosamente bello. Para aguantar y soportar el tiempo y el mundo, sigue siendo necesaria la fuerza de la paciencia.
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95.Cf.Mt12,39;Jn4,48;lCor122.
96.Cf.Mc16,17s;lieb2,4.
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13 Pues ¿en qué habéis sido inferiores a las demás Iglesias, excepto en que yo mismo no os fui gravoso? Perdonadme este agravio.

Pablo actuó en Corinto con la plenitud de su poder apostó1ico. Aquella comunidad no debía quedarse atrás en nada respecto de las demás comunidades, salvo en un aspecto: que el apóstol no recibió ninguna ayuda de Corinto para su sustento. Pablo lo repite una vez más (véase 11,9) con amarga ironía. Él no ha sido carga para los corintios. No los ha explotado en su propio provecho. Si esto es un agravio, bien pueden perdonárselo.

Parte séptima

NOTICIAS Y EXHORTACIONES FlNALES 12,14-13,10

Al concluir la carta Pablo anuncia una tercera visita (12,14; 13,1), a propósito de la cual inserta algunas exhortaciones Esta última parte contiene, además, como de costumbre, noticias sobre sus proyectos ulteriores. Por otra parte, el apóstol insiste, hasta el último momento, en su propia defensa. Como siempre, los pensamientos y las frases se amontonan unos sobre otros.

a) Próxima visita de Pablo (12/14).

14 Ved que estoy a punto de ir a visitaros por tercera vez y tampoco os seré gravoso. Pues no busco vuestras cosas, sino a vosotros mismos. Porque no sois los hijos los que deben ahorrar para los padres, sino los padres para los hijos.

Pablo anuncia una tercera visita a Corinto 97. Pero inmediatamente pasa a insistir en su defensa. Una vez más, da las razones de su negativa a ser mantenido por la comunidad. Del mismo modo que antes ha venido afirmando a lo largo de la carta que no ha sido una carga para nadie y que no ha querido ejercer el ministerio en su propio provecho (11,9; 12,13); también ahora sostiene nuevamente que no ha buscado la hacienda y bienes de los corintios, sino a ellos mismos y su salvación. Pero en esta ocasión Pablo añade una nueva razón de su conducta, remitiéndose a un principio básico y universal de la vida. En todas partes. son los padres los que trabajan y ahorran para los hijos, y no a la inversa. La alusión a este orden natural es adecuada y convincente desde el momento en que Pablo ha definido su posición respecto de la comunidad como la de un padre 98. Dadas estas relaciones hubiera sido hasta antinatural que Pablo hubiera consentido que la comunidad pagara sus gastos.
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97. Pablo escribió la segunda carta a los Corintios durante su tercer viaje misional, en Macedonia (2,13; Act 20,2). Pero hasta 20,2 sólo los Hechos hablan de una estancia de Pablo en Corinto, durante la cual fundó aquella comunidad. Como Pablo ha dicho en 2Cor 12,14 y 13,1 que hará después una tercera visita a los corintios, los exegetas deducen que, en el intervalo, Pablo hizo una segunda visita, no mencionada por los Hechos. Es la llamada «visita intermedia» (véase también la introducción, 2).
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b) Sacrificio de sí mismo (12/15-18).

15 Y yo muy a gusto lo gastaré todo, y me desgastaré a mí mismo por vuestras almas. Si os amo con exceso, ¿voy a ser menos amado?

Pablo no quiere sólo cuidar de su comunidad como un padre cuida de sus hijos. Quiere mucho más. Lo sacrifica todo, quiere incluso sacrificarse a sí mismo por la Iglesia. Las palabras de Pablo no son sólo expresión de un elevado altruismo humano, dispuesto a sacrificarse por los demás; Pablo recurre a palabras y conceptos tomados de las ceremonias cúlticas. Parecidamente escribe a los filipenses: «Y si además soy derramado en libación sobre la ofrenda y el ministerio litúrgico de vuestra fe, me alegro y congratulo con todos vosotros» (Flp 2,17). Cuando la Iglesia de Filipos realiza el sacrificio y la liturgia, no puede faltar su apóstol como cosacrificante y aun como cosacrificado. Pablo debe ser cosacrificado junto con el sacrificio de la Iglesia. Así es como se convierte en intermediario de la gracia en favor de la Iglesia y como su sacrificio se hace salvación de las almas. Una vez más afirma Pablo que, como Apóstol, no es sólo un maestro. Ciertamente, es esto. Pero su servicio tiene una profundidad y una amplitud mucho mayor. Es un intermediario sacerdotal entre Dios y la Iglesia 99.

Como en 11,11, asegura Pablo a los corintios que les ama más que a nada, aunque no ha querido gravarles con los gastos de su manutención. Muda la afirmación en pregunta llena de reproche: ¿es que por eso le van a amar menos?
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98. Cf. en 6,13 y 11,2.
99. Cf. en 2Co 1,16; 4,12; 5,20.
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16 Bueno: ¡sea así! Yo no fui carga para vosotros. Pero, astuto como soy, os sorprendí con engaño.

Pablo está viendo venir una dificultad y se anticipa a responder a ella. Los corintios conceden que Pablo no les ha sido gravoso. Pero trabaja con astucia y deja al cuidado de sus enviados la tarea de llevar a cabo sus interesados proyectos. Es posible que sus adversarios de Corinto propalaran esta idea y que haya llegado a oídos de Pablo. Acaso no sea más que un pensamiento del apóstol, que cuenta con la posibilidad de una calumnia semejante. De hecho, Pablo organizó en Corinto una colecta en favor de la Iglesia de Jerusalén, pero la ha llevado adelante por medio de delegados, como informan los capítulos 8 y 9. Ya allí ha exteriorizado este temor: «Que nadie nos pueda criticar en esta abundante colecta, administrada por nosotros» (8,20).

17 ¿Acaso os exploté por alguno de mis enviados?

Pablo acentúa con energía la sinrazón y necedad de tales sospechas. Se contenta con hacer unas preguntas. Las respuestas deben ser evidentes, incluso para los corintios. No se necesitan más pruebas. Nadie podrá afirmar en serio que Pablo haya querido enriquecerse por intermedio de sus enviados.

18 Rogué a Tito que fuera y envié con él al hermano. ¿Os explotó, acaso, Tito? ¿No procedimos con el mismo espíritu? ¿No hemos seguido las mismas huellas?

Pablo había enviado ya una vez (8,6) su colaborador Tito y ahora vuelve a enviarle, con otro hermano (es decir, cristiano) a Corinto, para que active la colecta (8,16-18). Pero nadie pretenderá decir que Tito se ha enriquecido en este empeño. Y junto a Tito puede incluirse Pablo. Ambos tienen el mismo espíritu y recorren la misma senda. En ambos deben reconocer los corintios la misma probidad y honradez

c) Temores y preocupaciones (12/19-21).

19 Seguramente pensáis desde hace tiempo que nos estamos defendiendo ante vosotros. ¡Es ante Dios, en Cristo, como estamos hablando! Y todo, amados míos, para edificación vuestra.

Antes de volver a Corinto quiere exponer Pablo algunos temores y preocupaciones que le asaltan respecto de su visita. En primer lugar, quiere salir al paso de posibles equívocos. Su carta no debe ser falsamente interpretada. Desde luego, la carta es una defensa que el apóstol hace de sí mismo. Pero Pablo no intenta justificarse ante el tribunal de los corintios. Él está ante la presencia de Dios, y ante Dios responde. También esta carta de Pablo, lo mismo que todas las cosas, está encerrada en el ser en Cristo. Es un testimonio en favor de su veracidad y de su voluntad de servir en el amor. Cuando el apóstol defiende su servicio y su ministerio no discute un asunto personal. Su intención y su finalidad es siempre la edificación de la Iglesia.

20 Porque temo que quizás, al llegar, no os encuentre tales como yo quisiera y que vosotros me encontréis a mí tal como no querríais; que tal vez haya discordia, envidias, enconos, rivalidades, calumnias, murmuraciones, arrogancias, desórdenes.

La comunidad de Corinto tiene urgente necesidad de orden y edificación. Pablo teme que, cuando haga su visita, no ha de encontrar a la comunidad en la situación que él desea. Teme, pues, que se verá obligado a reprender y castigar a los corintios, de modo que tampoco ellos encuentren a Pablo tal como desean. Pablo enumera una lista de graves faltas y pecados que recela encontrar. No es éste el único ejemplo de catálogo de faltas que se encuentra en el Nuevo Testamento 100. Ciertamente estas listas están, con frecuencia, estereotipadas, como puede comprobarse por el hecho de que listas semejantes se encuentran también fuera del Nuevo Testamento, tanto en los escritos judíos como en los paganos. De ellas no puede deducirse, por tanto, sin más, que los pecados enumerados se cometan con especial frecuencia en la comunidad con la que se habla. Sin embargo, en este pasaje todos los pecados mencionados se refieren a luchas y discusiones inamistosas. Y tanto por la primera como por la segunda carta a los Corintios sabemos que había en la comunidad partidos, divisiones y luchas de unos contra otros. Por tanto, Pablo se refiere aquí, conscientemente, palabra por palabra, a circunstancias muy reales de la comunidad, y exhorta a venir a mejor acuerdo y enmienda.
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100. Cf. Rm 1,29-31; Ga 15,19 21; Col 3,5-9.
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21 Y [temo] que al llegar yo de nuevo, me humille mi Dios ante vosotros, y tenga que llorar por muchos de los que antes pecaron y no se convirtieron de la impureza, fornicación y libertinaje que habían cometido.

Pablo teme, finalmente, que cuando haga su visita a Corinto, tenga que comprobar que muchos de los pecadores anteriores siguen sin hacer penitencia y sin arrepentirse. Un nuevo catálogo de faltas, que enumera pecados relacionados con la conducta inmoral, y concretamente con la incontinencia sexual, nos hace saber de qué clase de pecados se trataba. De hecho, en la primera carta a los Corintios Pablo se vio en la precisión de corregir y castigar pecados de esta naturaleza (en lCor 5,1-11, un caso de crasa lascivia, y en ICor 6,12-20, el contacto con cortesanas). La ciudad de Corinto gozaba en la antigüedad de una pésima reputación de incontinencia 101. Se comprende así que también la comunidad cristiana tuviera que soportar el peso de deficiencias en moral sexual. Las exhortaciones de Pablo pueden presuponer casos en que los cristianos hayan llevado consigo a la Iglesia pecados y relaciones pecaminosas de la época precedente a su conversión y de los que todavía no se han enmendado. O también casos en los que, como puede comprobarse en el ámbito de la comunidad de Corinto, los pecados fueron cometidos después de ingresar en la Iglesia, sin que los pecadores hubieran encontrado fuerzas para arrepentirse. Todos estos casos provocaban grave escándalo en la Iglesia y constituían una pesada carga frente al mundo ambiente. Llevar a estos pecadores a penitencia era uno de los propósitos de la visita de Pablo.

Pero antes el pensamiento del apóstol se hunde en una gran tristeza. Es la tristeza del educador y del pastor de almas ante las faltas de los que tiene encomendados, y la afanosa preocupación por su salvación eterna. Pablo siente esta situación como una humillación personal. Una floreciente comunidad es la alegría y el orgullo del apóstol; el mismo Pablo ha dicho antes, acerca de la comunidad corintia, que es su gloria (1,14) y su carta de recomendación en todas partes (3,3). Los abusos humillan por fuerza al apóstol, ya que es el responsable de la comunidad, y sus defectos recaen sobre él, como también acaba de decir: «¿Quién desfallece, sin que yo no desfallezca? ¿Quién sufre un escándalo, sin que yo no me abrase?» (11,29).

Pablo siente esta humillación como una humillación de parte de Dios. Reconoce en estas dolorosas experiencias disposiciones del Dios que rige sus destinos, en el sentido de que este Dios quiere acrisolar a su apóstol y llevarle a través de todas las cosas, hasta él. Penetrado del sentimiento de esta unión íntima con Dios, llama Pablo a Dios, aquí y en algunas ocasiones más 102, mi Dios.
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101. Véase la introducción, 1.
102. Rm 1,8; Flp 1,3