CAPÍTULO 10


Parte sexta

RESPUESTA DE PABLO A SUS ADVERSARIOS 10,1-12,13

Los capítulos 10-13 se consideran, en general, como una parte especial de la segunda carta a los Corintios. Por razón del estilo y del contenido forma una unidad cerrada, una especie de escrito de defensa y acusación, enteramente personal, con el que Pablo hace morder el polvo a sus enemigos y a cuantos han criticado su persona y su obra. A través de estos capítulos se perfila la fuerte personalidad del Apóstol, que se aíra, juzga y castiga, pero que siempre se afana y se preocupa, con amor profundo y fuerte, de padre y pastor, por la Iglesia, a la que quiere servir 69.
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69. En 6,11-7,16, Pablo ha dado testimonio de su amor a la comunidad de la misma manera más cordial. La reconciliación se ha consumado, la paz se ha restablecido. Esto hace posible llevar ya a cabo la colecta (cap. 8-9). Pero ahora, en los cap. 10-13, Pablo ataca y se defiende acerada y vehementemente contra sus enemigos. No pocos exegetas opinan que los capítulos 10-13 fueron originalmente una carta polémica de Pablo, escrita antes de 6,11-7,16 y sólo más tarde unida, por un redactor, junto con otra carta del apóstol, a nuestra segunda a los Corintios. Otra opinión más avanzada sostiene que 10-13 constituiría la carta «en medio de muchas lágrimas» (cf. el comentario a 2,4), pero tal suposición es indemostrable y poco probable, pues, de hecho, estos dos capítulos no presentan una carta lacrimosa, sino una carta acerada y combativa. Otros admiten, a pesar de todas las objeciones, que la actual segunda carta a los Corintios forma una unidad desde su origen. La nueva ruptura de hostilidades, después de la solemne afirmación de reconciliación, se explica suponiendo, por ejemplo, que ciertamente se ha restablecido la paz entre Pablo y la gran mayoría de la comunidad de Corinto, pero que sigue existiendo una minoría hostil al apóstol, a la que éste quiere abatir en estos capítulos 10-13. En este sentido, 10,2.7.11s; 11,4s.12.18; 12,11; 13,2 pueden entenderse como indicaciones de que estos capítulos se dirigen sólo contra una parte de la comunidad. En todo caso, nadie duda que los capítulos 10-13 sean una carta auténtica de Pablo.
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1. PABLO HABLA DE SI MISMO (10/01-11).

En la primera parte (10,1-11) de esta gran apología, Pablo se defiende examinando y rechazando algunas acusaciones concretas de sus adversarios. Percibimos una de estas acusaciones en 10,1a. Se dice en ella que, cuando estaba presente, aparecía como tímido ante los corintios, y que sólo parece atrevido y enérgico cuando está ausente. Una segunda acusación afirma (según 10,2b) que el apóstol es inconsciente y que camina según la carne. Una tercera (según 10,10), que las cartas de Pablo son duras y fuertes, pero que su presencia es poca cosa y que su modo de hablar no causa ninguna impresión. Pablo rechaza estas afirmaciones mal intencionadas. Debe conceder, por supuesto, que camina en la carne, es decir, que vive en una naturaleza humana. Pero no combate de acuerdo con los sentimientos de la carne. La verdad es que el apóstol es el caudillo de un poderoso ejército, que quiere ganar para Cristo al mundo entero (10,3-6).

a) La conducta de Pablo (10,1-2).

1 Yo mismo, Pablo, os hago un ruego por la humildad y condescendencia de Cristo; yo, tímido en presencia vuestra, pero atrevido contra vosotros cuando estoy ausente.

Al poner por delante y destacar el nombre de Pablo se indica que comienza una nueva sección. En las líneas que siguen Pablo va a volcar toda su persona. Las palabras del apóstol tienen un peso especial debido al hecho de que pone ante los ojos el ejemplo de Cristo. Exhorta en nombre de la humildad y condescendencia de Cristo. El mismo Cristo ha dicho de su mansedumbre: «Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Es posible que Pablo haya querido recordar esta sentencia de Jesús. Pero lo más probable es que quiera exhortar a reflexionar sobre la vida humilde de Jesús en la tierra, que iba haciendo bien por todas partes y curando enfermos, que soportó en su pasión, sin ofrecer resistencia, afrentas y atropellos, y que dio, en fin, su vida por los demás. Cristo es el servidor humilde de todos, según sus propias palabras: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). De este mismo modo considera la IgIesia la vida y la pasión de Jesús: al padecer, no se defendió ni amenazó, sino que entregó su vida al justo juicio de Dios (cf. IPe 2,21-23).

Pablo recuerda la humildad y mansedumbre de Cristo, porque se le echa en cara que, cuando está presente, es tímido y humilde, pero cuando está ausente se muestra enérgico. Carece, pues, de aquellas cualidades y virtudes que exige la vida ejemplar de Cristo. Pablo afirma que sabe muy bien cuál es el ejemplo que le obliga. Pero, al mismo tiempo, se permite insinuar a los corintios que se preocupen también ellos por conseguir estas virtudes. Podía, muy bien, recordarles que, con su desobediencia y sus querellas, perturbaron e incluso amenazaron destruir las relaciones con el apóstol. También los corintios deben seguir la humildad y mansedumbre de Cristo.

Esta afirmación encierra un testimonio importante sobre la personalidad del apóstol Pablo 70. Se le reprocha que en su trato personal es un hombre amable, tal vez incluso tímido y sin ánimo. Pero cuando está lejos es atrevido y prepotente, del mismo modo que sus cartas, escritas cuando está ausente, en las que utiliza palabras enérgicas. Pablo menciona repetidas veces esta acusación, lo que indica que no dejó de hacerle mella. ¿Se trataba de una acusación completamente infundida o se refiere a algo concreto? El mismo Pablo dice de su primera visita a Corinto: «Me presenté ante vosotros débil, y con mucho temor y temblor» (lCor 2,3). Por algunas insinuaciones de la segunda carta a los Corintios se deduce que Pablo les había hecho una visita antes de escribir esta carta y que, en el transcurso de la misma, no pudo imponerse a sus enemigos (2Cor 2,5; 13,2). Dice también que no quiere volver a experimentar tribulaciones en Corinto (2,1). De su actividad en Tesalónica escribe: «Aunque, en nuestra condición de apóstoles de Cristo, podríamos habernos impuesto como tales; por el contrario, adoptamos entre vosotros una actitud suave, coma una madre que cría a sus hijos» (lTes 2,7). Por tanto, ¿daba, tal vez, Pablo ocasión a que, de hecho, se le acusara de que personalmente era débil y apocado? Sus enemigos de Corinto no advierten que la causa de su mesurada conducta es la preocupación y el amor, lo interpretan todo con rencor y hostilidad, y sus murmuraciones han sido creídas por algunos.
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70. Junto con una expresión como 10,10 y con indicaciones como 11,7; 12,21; 13,2s.
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2 Os suplico, pues, que una vez que yo esté entre vosotros, no tenga que emplear aquella osadía con que opino que debo proceder contra algunos que piensan que nosotros caminamos según la carne.

Pablo se abstiene de explicar y defender su conducta pasada. Pero asegura que se mostrará decidido contra aquellos que le acusan de caminar según la carne. La carne no se toma aquí en su sentido peyorativo de pecado, sino en el sentido de un comportamiento que viene condicionado por ventajas personales y miras terrenas 71. Pablo no se ha guiado por estos motivos. Tales serían el respeto humano, la timidez, la ambición de gloria, la codicia, la altivez, el orgullo. Todas estas cosas se van a discutir en las líneas siguientes.
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71. Véase también 1,17.
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b) Las armas y la lucha de Pablo (10,3-6).

3 Porque, aunque vivimos en la carne, no según la carne combatimos.

Ante la acusación de sus enemigos concede Pablo que vive en la carne, pero niega vivir según la carne. Desde luego, Pablo está en la carne, en el sentido de que todavía tiene una vida terrena y corporal. Pero niega que se comporte y combata según los modos de la carne, es decir, buscando apetencias personales. Ya antes ha descrito el servicio del misionero como el de un soldado de Cristo (6,7). Ahora se desarrolla esta imagen con mayor detalle.

4 Pues las armas de nuestra milicia no son carnales, sino divinamente poderosas pura derribar fortalezas: derribamos sofismas...

Los apóstoles son comparables a los jefes de un ejército magníficamente equipado, cuya meta es conquistar todo el mundo para Cristo. Pablo describe las armas de esta guerra. No son armas carnales, lo que significaría que, en último término, serían ineficaces, sino que son armas llenas de poder. Pablo utiliza palabras e imágenes del Antiguo Testamento. En la descripción de las guerras de Israel se dice con frecuencia que sus armas no son humanas y débiles, como las de sus enemigos, sino llenas de fuerza divina 72. En esta cruzada del Evangelio habrá que conquistar y abatir poderosas fortalezas, es decir, los castillos de la ciencia aparente y de los sofismas de los hombres. Pablo piensa, acaso, en sentencias tales como: «El sabio escala la ciudad de los fuertes y derriba la fortaleza en que confiaban» (Prov 21,22).
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72. Así 1S 17,45-47; 1M 3,19.
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5 ...y cualquier altivez que se alza contra el conocimiento de Dios, y apresamos cualquier pensamiento para someterlo a Cristo...

En esta guerra espiritual hay que derribar altos castillos. Son los castillos de la altivez y del orgullo que se rebelan contra la verdadera sabiduría de Dios, la cual avanza sin pausa a la conquista de la tierra. Una vez conquistada la fortaleza, se toma prisionera la guarnición. Es decir, el pensamiento, que ofrece una inútil resistencia contra el conocimiento de Dios, contra Cristo y contra el Evangelio, es hecho prisionero y sometido a la obediencia a Cristo. El pensamiento y la razón no deben, pues, ser aniquilados, sino cultivados, pero desde ahora en aquella obediencia que Pablo llama la «obediencia a la fe» (Rom 1,5). Por eso, en esta guerra queda excluido todo empleo de la fuerza. A nadie se le debe obligar a creer mediante presión externa. El incrédulo es ganado a la fe por la palabra y el esfuerzo del apóstol y, en el fondo, por la llamada y el amor de elección de Dios. Prisionero de la fe, el pensamiento tiende a la sabiduría de los perfectos (ICor 2,6s).

6...y estamos dispuestos a castigar cualquier rebeldía, cuando se haya logrado vuestra sumisión.

Tampoco los castigos a la rebeldía se imponen con los medios del poder terreno. ¿Cómo podría Pablo disponer de ellos? Todo castigo se realiza en virtud de un poder espiritual, con el que el apóstol confunde la incredulidad, la cubre de vergüenza y la expulsa del mundo. Pablo quiere vencer toda la incredulidad de la tierra entera. Pero antes es preciso que la Iglesia de Corinto se una y se haga perfecta en la obediencia de la fe. Sólo entonces podrá dedicarse el apóstol a nuevas misiones.

Estas frases están escritas como olvidando que la Iglesia no era todavía ante el mundo y en el mundo más que una pequeña secta religiosa más, entre los muchos movimientos religiosos y espirituales de aquella época. Pablo sabe bien que los apóstoles son totalmente desconocidos ante los hombres (6,9). Pero ¡qué profunda conciencia del apóstol y qué fe de la Iglesia se expresa en esta visión de la misión en el mundo! El campo del Evangelio es el mundo entero y este mundo entero debe unirse algún día en la fe.

c) La autoridad de Pablo (10,7-8).

7 Mirad lo que tenéis ante la vista. Si alguno se cree ser de Cristo, piense también para sí que, como él es de Cristo, también lo somos nosotros.

Pablo apela a las simples apariencias externas y a la sana razón humana cuando exhorta a los corintios a que presten atención a lo que tienen ante la vista. Acaso Pablo aluda aquí, una vez más, a alguna frase hecha. Algunos pretendían ser de Cristo, y negaban que el Apóstol lo fuera. ¿En qué sentido era esto posible? En Corinto había cuatro partidos, que se apellidaban de Pablo, de Apolo, de Cefas y de Cristo, y que afirmaban pertenecer especialmente a uno de estos cuatro personajes (lCor 1,12). A lo que parece, en la pretensión de ser de Cristo se trata, en este lugar, de los mismos partidos y las mismas discusiones que el pasaje de la primera carta. Tal vez estos enemigos sean aquellos mismos que se decían pertenecer sólo a Cristo, que pretendían incluso apoyarse en revelaciones especiales de Cristo y que, por lo mismo, rehusaban la obediencia a Pablo y hasta acaso a la Iglesia. Frente a la Iglesia hacen gala de una supuesta relación especial con, Cristo. Pablo demuestra la imposibilidad de semejantes pretensiones. En todo caso, también él pertenece a Cristo. Así pues, toda discriminatoria pretensión interna de comunión con Cristo que excluya a los demás, es radicalmente imposible. ¿Han tenido siempre los cristianos conciencia de este hecho a lo largo de sus diferencias y disensiones?

8 Y aunque me haya jactado, algo más de lo debido, de la autoridad que el Señor nos dio para edificación vuestra y no para vuestra destrucción, no me avergonzaré.

Pablo se ha expresado en una forma casi demasiado modesta. Podría haberse jactado más aún, sin temor a quedar en vergüenza. No es sólo cristiano. Es apóstol, llamado directamente por Cristo. Y así él puede tener, de hecho, aquello que en sus enemigos es pura jactancia: la pertenencia a Cristo. Tiene la autoridad y la misión apostólica de edificar la Iglesia. Acaba de decir que tiene la misión de derribar (10,4), y ahora añade la de edificar. Estas afirmaciones antitéticas se pueden compaginar fácilmente y ambas son exactas. El ministerio tiene la doble misión de derribar lo falso y de edificar en la fe lo verdadero y permanente. También el profeta tiene este mismo doble y contrapuesto servicio, conforme a la sentencia divina: «Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar» (Jer 1,10).

Cuando Pablo dice que tendría derecho a jactarse, pronuncia una palabra y menciona una realidad de la que se ocupará con frecuencia en las líneas siguientes. Los enemigos de Pablo, los falsos apóstoles, se jactan de su ministerio y de sus trabajos. Pablo les sale al paso, pero se resiste a responder a esta jactanciosa postura con su propia jactancia. Y de jactarse, no será de sus obras personales, sino de las revelaciones que se le han hecho, de sus padecimientos y, en último término, de su debilidad (12,1-10).

Yendo más allá de este caso concreto, existe para Pablo la cuestión, decisiva para la concepción cristiana del mundo y de sí mismo, de si el hombre puede gloriarse. El hombre quiere gloriarse ante Dios de sus virtudes y sus obras. No quiere conceder que es pecador y necesita del don de Dios. Glorificarse a sí mismo es, pues, expresión del egoísmo, rebeldía e incredulidad del hombre (cf. el comentario a 1,12).

d) Las cartas de Pablo (10,9-11).

9 Pero no pretendo amedrentaros mediante las cartas. 10 Porque alguien dice: «Las cartas son duras y fuertes; pero su presencia corporal es poca cosa y su palabra despreciable.»

Pablo ha rechazado las acusaciones contra su persona y su ministerio. Ahora pasa a las acusaciones contra sus cartas. Ya antes (10,1) ha aludido a ello y ahora responde con mayor detalle. No hay que tenerle miedo, se podría murmurar de él, porque asusta con palabras escritas que no resisten un careo posterior.

Sus enemigos dicen que sus cartas son duras y fuertes. Podían afirmar semejante cosa refiriéndose a la profunda conciencia que Pablo tiene de sí y de su ministerio y que se refleja en sus cartas, en las que exhorta, castiga y exige obediencia, pero también podían referirse a lo pesado de sus exigencias. Con todo, dicen estos tales, la apariencia personal de Pablo, lo mismo que sus palabras, son insignificantes. Acaso al compararle con otros misioneros echan de menos en él la forma artística y la elocución vigorosa con que contaba, por poner un ejemplo, Apolo, «hombre elocuente y versado en las Escrituras» (Act 18,24). Apolo trabajó en Corinto con Pablo y hubo algunos que se aficionaron a Apolo y se separaron del apóstol (lCor 1,12; 3,5). El mismo Pablo dice de su predicación: «Mi paIabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos de sabiduría, sino en demostración de Espíritu y de poder» (lCor 2,4). Llega incluso a calificarse a sí mismo de poco perito en la palabra (2Cor 11,6). A lo que parece, algunos, acaso no pocos -y en todo caso los enemigos del apóstol- se mostraron muy sensibles a estas limitaciones de Pablo, por lo que no percibieron ni comprobaron su espíritu y su poder. Esta característica es muy propia de una comunidad de cultura griega, como era la de Corinto. Los griegos apreciaban, sobre todas las cosas, una forma de hablar artística e ingeniosa.

11 Tenga ese tal en cuenta esto: que tal como somos de palabra por medio de cartas estando ausentes, tales seremos también de obra cuando estemos presentes.

Pablo sólo puede contestar afirmando con claridad y energía que está absolutamente dispuesto a demostrar, cuando esté presente, que es el mismo hombre que reflejan sus cartas de ausente. Así lo hará en su próxima visita, si se ve obligado a ello, y lo mismo anuncia amenazadoramente al final de la carta (13,1).

2. PABLO Y SUS ADVERSARIOS (10/12-18).

Una vez rechazadas las objeciones de sus enemigos, Pablo lanza ahora contra ellos sus propias y graves acusaciones. Les acusa de entrometerse en su propio campo misional, de querer alzarse con comunidades que el propio Pablo ha fundado, expulsándole a él de ellas. No conocen la modestia, el orden y la medida y destruyen la Iglesia. Pablo opone a estas aspiraciones su conciencia de haber sido colocado en este servicio por Dios mismo y de cumplir un encargo que el mismo Dios le ha confiado y que él no puede abandonar. De esta obligación emana su derecho, y su derecho es su obligación. Defiende ambas cosas apasionadamente (10,13-15). El estilo de Pablo es aquí (sobre todo en el texto griego) duro y desigual, las frases dan a veces la impresión de estar inacabadas, todo lo cual nos permite conocer su grado de excitación.

a) La vanagloria de los enemigos de Pablo (10,12).

12 No nos atrevemos ciertamente a equipararnos o a compararnos con algunos que tanto se recomiendan a sí mismos. Sin embargo, cuando a sí mismos toman entre sí como medida y se comparan consigo mismos, no obran sabiamente.

Pablo habla con evidente ironía. No se atreve a compararse con sus enemigos. Son indudablemente grandes personajes, pues se recomiendan a sí mismos y son lo suficientemente mentecatos como para tomarse a sí mismos como norma. En su soberbia no ven ya la realidad auténtica.

b) Comedimiento del apóstol (10,13-16).

13 Nosotros, por el contrario, no nos gloriamos hasta traspasar la medida, sino que procederemos según la medida exacta que nos asignó Dios como medida, a saber: llegar incluso hasta vosotros.

Frente a la necedad de sus enemigos, Pablo tiene la conciencia de gloriarse de acuerdo con el encargo y la gracia que Dios le ha medido. Pablo llegó a Corinto y fundó allí la Iglesia. En realidad, ningún hombre es capaz de hacer esto, porque la Iglesia es siempre fundación y obra de Dios. Así pues, la existencia misma de la comunidad de Corinto demuestra que Dios ha obrado a través de Pablo. Su pretensión de ser el verdadero apóstoI de los corintios es confirmada por Dios mismo. El apóstol era, pues, la medida asignada a los corintios y ellos la del apóstol. Y en esa medida tiene Pablo derecho a gloriarse de la Iglesia de Corinto.

14 Pues no traspasamos la medida como si no hubiéramos llegado hasta vosotros, porque incluso fuimos los primeros en llegar hasta vosotros en el Evangelio de Cristo.

Puesto que Pablo llegó a Corinto como misionero, en manera alguna ha traspasado los límites que Dios le ha marcado. Él ha sido el primer mensajero deI Evangelio en Corinto, y precede, por tanto, a todos. Los demás llegaron más tarde y son calificados, por lo mismo, como intrusos.

15 En nuestra jactancia no traspasamos la medida, a costa de trabajos ajenos; por el contrario, tenemos esperanza de que creceremos hasta el desbordamiento de nuestra medida...

Pablo no se jacta de trabajos hechos por otros y en campo ajeno. Al contrario, puede perfectamente acusar a sus adversarios de haberse introducido en su propio campo de trabajo. Se jactan de un trabajo ajeno cuando quieren hacerse pasar por apóstoles de Corinto. Se vanaglorian con una gloria falsa. El apóstol ha hablado de las regiones misionales que le han ocupado hasta el momento presente. Ahora hace algunas alusiones a sus nuevos planes de trabajos y nuevos viajes misioneros. Ante todo, la Iglesia de Corinto sigue necesitando sus servicios. Lo primero, pues, es fundamentarla sólidamente en la fe. De acuerdo con la misión que se le ha confiado y la medida marcada por Dios quiere Pablo alcanzar aquí, en el cumplimiento de esta obra, las más altas cumbres.

16...hasta llevar el Evangelio a regiones que están más allá de vosotros, sin entrar en campo ajeno ni gloriarnos de lo ya preparado por otros.

Una vez asegurada esta tarea previa, Pablo espera poder llevar el Evangelio a regiones situadas más allá de Corinto. No entrará en una región que haya sido asignada a otro, ni quiere apropiarse y gloriarse del trabajo ajeno.

En la carta a los Romanos, escrita desde Corinto, expone con mayor claridad su pensamiento. También en ella comienza por afirmar: «...mirando como un punto de honor el anunciar el Evangelio, pero no allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado, para no edificar sobre cimiento ajeno» (Rom 15,20). Pero ahora, continúa Pablo en este lugar, ha predicado ya el Evangelio en una gran extensión, desde Jerusalén hasta la Iliria. Ya no tiene apenas espacio en estas regiones, así que tiene el proyecto de hacer una corta visita a Roma y partir de allí hacia España 73.
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73. Según Rom 15,19-29. España estaba ocupada por colonias romanas y atravesada por carreteras que partían desde las costas orientales hacia el interior del país. También se habían introducido en ella la lengua y la cultura griegas, de modo que podían entender la predicación de Pablo. Podía, pues, intentarse la misión de estas tierras. Según una tradición que se remonta hasta el siglo I, Pablo llegó de hecho como misionero hasta España.
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c) La auténtica gloria (10,17-18).

17 «El que se gloría, que se gloríe en el Señor» (Jr 9,22s).

Pablo echa mano de una sentencia del profeta Jeremías dándole un sentido que confirma lo que él mismo ha expuesto con sus reflexiones y palabras personales. Cuando el pro£eta dice: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor», esto significa, referido a lo que se acaba de exponer, que todo sucede de acuerdo con la medida y el orden establecidos por Dios, el Señor. Este mismo Dios ha llamado a los misioneros y ha asignado un espacio a cada uno de ellos. Pablo tiene la conciencia tranquila, pues se ha atenido a esta norma.

18 Pues no es aceptado el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien el Señor recomienda.

Los enemigos de Pablo no respetaron el orden establecido por Dios. No está ya probado el que se recomienda y se glorifica a sí mismo. La alabanza vale sólo cuando es otro el que la pronuncia. Es un principio que todo el mundo conoce. Pero Pablo no se contenta con esto. Ni siquiera la alabanza de un tercero tiene validez absoluta, ya que ninguna alabanza humana es de tanto valor. Sólo es juzgado y acreditado como válido aquel a quien Dios, el Señor, ha probado y recomendado. ¿Cuándo o cómo ocurre esto? Por medio del ministerio, al que el Señor llama a su servidor; por medio de los dones que le concede, por medio de las bendiciones con que confirma sus trabajos. A este principio fundamental se ha sometido el mismo Cristo: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Es otro el que da testimonio de mí» (Jn 5,31s).

Frente a todas las acusaciones, hostilidades y enemistades, afirma Pablo su conciencia de haber sido llamado al ministerio por el Señor y haber sido probado y recomendado por este mismo Señor. Con esto se cierra el primer asalto de la disputa.

3. LA GLORIA DE PABLO (11,1-12,13).

Frente a la necia vanagloria de sus enemigos, Pablo ha establecido un firme principio: lo único adecuado y sensato es gloriarse en el señor (10,18). Cualquier otra gloria es necedad. A esta última clase pertenece la vanagloria de sus enemigos. Y, con todo, en el capítulo 11 parece que Pablo imita a sus adversarios y hace suyo aquel modo de glorificarse, es decir, que hace aquello mismo que acaba de condenar tan duramente, cuando dice que está bien persuadido de la necedad de esta conducta (11,17). Una y otra vez comienza su propia alabanza para luego interrumpirse (10,7s.13; 11,5.16.19.21.23.30; 12,1.11), porque la necedad es demasiado grande. En efecto, esta glorificación no está de acuerdo con el Señor, sino de acuerdo con la carne. Es una deshonra (11,21a). Pero, tras muchas vacilaciones, enumera, como dolorosamente desgarrado, todos los privilegios, tanto humanos y terrestres como divinos y celestes, que puede mencionar (11,21b-12,10). Pablo adopta el mismo aire que sus enemigos. Se comporta como un fanfarrón, que pretende vencer a los rivales ya alabándose a sí mismo, ya mofándose de los otros. Con todo, bajo la máscara de su propia glorificación proclama una gran verdad; precisamente por eso es tan convincente para los hombres de buena voluntad y tan demoledor para sus adversarios.