CAPÍTULO 3


b) Los corintios están aún muy alejados de esta sabiduría (1Co/03/1-4).

1 Yo, por mi parte, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a puramente humanos, como a niños en Cristo. 2 Os di a beber leche; no os di comida sólida; porque todavía no estabais capacitados, como tampoco ahora, 3 ya que aún sois puramente humanos. Porque, mientras entre vosotros haya contienda y discordia, ¿no continuais siendo puramente humanos, y no es vuestra conducta puramente humana? 4 Porque cuando uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo de Apolo, ¿no significa esto que sois simplemente humanos?

En el fondo, todo cuanto Pablo ha venido diciendo (en 2,6-16) es un lenguaje sapiencial espiritual, al menos en razón de sus insinuaciones. También lo que sigue es un ejemplo de la superioridad de juicio del hombre espiritual frente al hombre natural. En su primera evangelización no podía recurrir a este lenguaje. Entonces se trataba de exponer los rudimentos del cristianismo. No podía dar, por así decirlo, más que leche, pues no otra cosa hubieran podido soportar. Esta imagen responde a la idea de comparar la aceptación del cristianismo con una nueva generación o nacimiento. Pablo lleva adelante la comparación y se sirve de ella con frecuencia para expresar sus sentimientos paternales o maternales hacia una comunidad. Pero aquí se incluye un reproche, pues no sólo califica a los corintios de recién nacidos, sino que además son carnales, dominados por impulsos primitivos. Y esto no responde a la línea de una evolución y maduración normal, sino que contradice a lo espiritual, acentuando lo que se dijo del hombre natural y psíquico (en 2,14) 9.

Así, pues, Pablo devuelve el reproche. Si en su predicación no ofreció aún la cumbre de la sabiduría cristiana, la culpa fue de ellos. Y lo sigue siendo también ahora si, en vez de moverse en esta cima espiritual, se ve obligado a rodearla ante hechos tan vergonzosos. Sus rivalidades, la importancia que atribuyen a las cualidades humanas -hasta llegar a poner en riesgo los bienes esenciales de la realidad salvífica en Cristo- ¿no son prueba de cuán profundamente sumergidos están aún en lo excesivamente humano? Se podría aclarar más aún la imagen empleada por el Apóstol: han recibido el Espíritu y está en ellos, del mismo modo que está en un infante el alma y la mente; pero ha de pasar mucho tiempo hasta que el alma llegue a dominar totalmente el cuerpo; durante una larga etapa, la conducta del niño está condicionada y determinada en gran medida por su sensibilidad y sus necesidades meramente corporeo-animales. Se da, además, el hecho de que, dentro siempre de este ámbito natural, muchos hombres aun habiendo alcanzado la plenitud, utilizan sus facultades mentales para servicio exclusivo de sus necesidades animales. Una gran parte de la doctrina paulina se endereza, en todas sus cartas, a la tarea de ayudar a los cristianos, que viven fundamentalmente en el espíritu, a establecer una clara diferenciación entre una vida conforme al espíritu y otra conforme a la carne. Se trata de una tarea nunca acabada, de una guerra sin tregua ni paz. Nunca serán plenamente iluminados los abismos de la conciencia humana y menos aún los del subconsciente. Una y otra vez nos enfrentamos con la tarea de abrir espacio al Espíritu y ordenar y sanar la psykhe y el cuerpo por medio del Espíritu.

«¿No significa esto que sois simplemente humanos?» Aquí está el mal, pero esto no es disculpa para una comunidad de Dios en Jesucristo. Si han sido santificados por el Espíritu, esto quiere decir que han sido elevados por encima de lo meramente humano y que están capacitados para contemplar los valores humanos de sus pastores a la manera de Dios. De hecho, ésta es su obligación. Se hacen culpables cuando, desde una humanidad dada por Dios, reaccionan según los modos de una humanidad corrompida por la carne. De aquí se deriva un mal que no hará sino potenciarse y adquirir mayor virulencia entre ellos.
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9. Igualmente cargada de reproche se halla esta comparación en Heb 5,12.
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4. REMEDIOS (3,5-23).

Esta sección intermedia sobre la suprema sabiduría que se da en Cristo mediante el Espíritu Santo, y que los corintios echaban de menos, sin razón, en el Apóstol, ha despejado el camino para conseguir la curación de los partidismos en la comunidad. Ahora el Apóstol pasa a examinar directamente el fondo del asunto. Lo personal queda muy lejos. Es digna de admiración la habilidad que se emplea para restar importancia a los aspectos personales, haciendo que se contemple todo desde arriba, desde la perspectiva del Espíritu. Se establecen aquí unas normas válidas para todos los tiempos, según las cuales deben juzgar las comunidades a sus directores y éstos a sí mismos, para no destruir allí donde se debía edificar. En rápida sucesión, y a través de una contra posición de comparaciones (plantar, regar) y de un lenguaje directo (servidor, colaborador) se explica la importancia relativa de los hombres, que son algo, pero casi nada, en la obra salvífica de Dios.

a) La postura exacta frente a los jefes de la Iglesia (1Co/03/05-09).

5 «Pues ¿qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Unos servidores, por medio de los cuales abrazasteis la fe, y cada uno es según la gracia que le dio el Señor. 6 Yo planté, Apolo regó; pero el crecimiento lo produJo Dios. 7 Y así lo que cuenta no es el que planta ni el que riega, sino el que produce el crecimiento, Dios. 8 El que planta y el que riega son una misma cosa; eso sí, cada uno recibirá el salario a la medida de su trabajo. 9 Porque somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.

De los cuatro nombres citados al principio, Pablo toma ahora sólo dos. Parece indudable que ya desde el comienzo, la punta más acerada de la polémica apuntaba especialmente contra el partido de Apolo (1,18ss; 2,1ss). Era, sin duda, el más peligroso, porque explotaba el punto débil de la mayoría de los corintios. Es preciso, por tanto, volver a insistir ahora expresa y nominalmente sobre este grupo para aplicar el remedio allí donde conviene. ¿Cómo se podría hablar sobre este tema con entera calma? Para los unos Pablo lo era todo. Estaban adheridos de todo corazón a aquel que les había traído la buena nueva y la gracia, y, muy a la ligera, acusaban de ingratitud e infidelidad a cuantos no se mantenían en esta actitud. Pero había otros a quienes el resplandor de la luz cristiana les había llegado a través de la actuación de Apolo, hombre inteligente e instruido. Cuando los primeros repetían acaso incesantemente el nombre de Pablo, estos últimos se apresurarían a añadir: «Esto no es absolutamente nada comparado con lo de Apolo», como niños que se pelean y zahieren entre sí. Sobre esta situación de fondo se pronuncia ahora la palabra clarificadora: ambos son servidores de vuestra salvación, cada uno según la gracia que le ha dado el Señor. Los servidores no son personas a las que pertenecemos, sino cuyo servicio aceptamos con agradecimiento. Los servidores son muchos, pero sólo se puede pertenecer al único Señor. Si a mí me agrada o me aprovecha una manera más que otra, también esto es algo que se debe al Señor, que concedió estas maneras a sus servidores. Ninguno de éstos puede elegir su propio modo. Es lícito pensar que el mismo Pablo se habrá consolado más de una vez con esta idea, cuando experimentaba que no en todas partes hallaba buena acogida su manera personal.

Este cuadro general de los servidores se hace, en las líneas siguientes, más concreto, más colorista y más diferenciado. En cada versículo recibe la relación que tienen entre sí ambas clases de servidores una nueva luz, ya positiva: plantar, regar; ya negativa: ninguno de ellos puede nada sin la bendición divina; ya los dos a la vez: ambos son iguales cuanto al no ser frente a Dios; ya por separado: cada uno de ellos recibe su especial recompensa. Sólo Dios puede juzgar sus diferencias auténticas. ¡Cuán insensato, pues, contraponerlos entre sí, como hacen los corintios! Si al uno se le han concedido muchos éxitos con poco esfuerzo, y el otro planta para obtener escasa cosecha, porque son otros los que la recogen más tarde, todo esto sólo Dios puede juzgarlo y recompensarlo con justicia. Para concluir, una definición a la vez humilde y orgullosa de todo auténtico pastor de almas: colaborador de Dios. La palabra colaborador se emplea mucho actualmente dentro del ámbito eclesial y fuera de él, pero aquí, una vez más, colaborador de Dios significa otra cosa. Su sentido se completa con lo que dice de la comunidad: es labranza preciosa de Dios, edificio de Dios. Esta segunda imagen lleva ya a la sección siguiente. Las dos comparaciones de cultivar y edificar van con frecuencia juntas en el Apóstol. Dado que de lo que se trata es de valorar exactamente la posición de los pastores que trabajan en la comunidad, ésta aparece en actitud pasiva en esta imagen; pero en otros numerosos pasajes se afirma la idea de que en la comunidad no puede haber ningún miembro enteramente pasivo, pues todos deben contribuir a edificarla.

b) El juicio de Dios amenaza a los responsables (1Co/03/10-17).

10 Conforme a la gracia que Dios me ha dado, yo, como sabio arquitecto, puse los cimientos; y otro va edificando encima. Pero cada uno mire cómo edifica. 11 Por lo que se refiere al fundamento, nadie puede poner otro, sino el que ya está puesto: Jesucristo. 12 Y si sobre este cimiento edifica uno con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, 13 la obra de cada uno quedará en evidencia; pues el día del juicio la manifestará, porque éste se revela en fuego, y el fuego verificará la calidad de la obra de cada uno: 14 si subsiste la obra de alguno, éste recibirá el salario; 15 si se quema la obra de alguno, éste sufrirá daño; él, desde luego, se salvará, pero como quien pasa por fuego.

Pablo es un hombre de ciudad, a quien se le acomodan mejor, en el fondo, la s imágenes de la construcción que las de la agricultura o la jardinería. En todo caso, sabe sacar de la imagen de la arquitectura algunos elementos que por un lado son más personales y más acomodados a su intención y por otro tienen mucho mayor alcance, porque llegan hasta la explicación del juicio definitivo. Pablo es consciente de que al fundar, como apóstol, la comunidad, actuó totalmente en el sentido de Dios y con su gracia, hasta tal punto que sabe que sus cimientos no vacilarán. Por eso mismo, los predicadores y pastores a quienes se encomiende la comunidad después de Pablo, deberán poner sumo cuidado para ver cómo llevan adelante el edificio. Dentro del estilo de parábolas de Jesús, Pablo expone dos posibilidades extremas, partiendo de las dos ternas posibles de materiales de construcción. En realidad, estos materiales se reducían a la madera, el heno y la paja. Con ellos alzaban los pobres sus cabañas, entonces como ayer, en el cinturón de las ciudades de millones de habitantes. Los ricos adornaban sus viviendas con oro, plata y piedras preciosas. Aquel que pretende reflexionar sobre la realidad intentada por Pablo a través de la imagen experimenta una sorpresa. Pablo quiere decir que así como puede construirse rápidamente una casa de madera, heno y paja, y luego, con una buena capa de pintura, puede hacerse olvidar el bajo material con que ha sido construida, así también algunos pastores pueden tener éxito aparente en sus comunidades. Todo marcha bien... mientras no haya un incendio. Pero, tan cierto como llegará aquel día en el que todo se ha de revelar, llegará el momento en que se prenda fuego en el edificio y ¡ay entonces de aquellos constructores! Podrán ponerse a salvo, pero como aquel que, de un incendio, sólo salva su vida. No se explicita la segunda mitad de la imagen: cuando la construcción se hace con oro, plata y piedras preciosas. Pablo debe abrir los ojos de aquellos corintios que se han dejado influir por las maneras cultas y subyugantes de Apolo, pero apreciándolas desde un punto de vista unilateral. Pablo no afirma que Apolo no haya edificado. Al menos no es necesario interpretarle en este sentido. Con la madera, el heno y la paja podrían darse por implícitamente aludidos algunos corintios. Pero la comunidad debe edificarse de «piedras vivas» (lPe 2,4-6).

¿Qué quiere decir aquí exactamente la palabra fuego? En primer término, sin duda, el juicio. En él se revelará el valor auténtico de cada cosa. Pero dentro de este juicio entra también -en la mentalidad de la predicación veterotestamentaria de los profetas- lo que precede al último acto: tribulación, persecución. Aquel que ha seguido sólo a este predicador o aquél, no tendrá arrestos para soportar la persecución, no tendrá fuerzas para mantenerse en pie resistiendo las presiones 10.

¿Podría entenderse también aquí el fuego del purgatorio? En un sentido amplio cabría pensar en ello. En la perspectiva del Apóstol esta idea era tan desacostumbrada como en la tradición profética de esta imagen. Es cierto que aquí Pablo no amenaza con el infierno, lo que casi causa extrañeza. Pero, por otra parte, que un hombre sólo salve la vida, que todo cuanto de alguna manera constituía su existencia quede totalmente aniquilado , no es pequeño castigo.

La expresión «la obra de cada uno», dos veces repetida en el v. 13, y la expresión «la obra de alguno» (v. 1415) son mucho más genéricas que el concepto «edificación». Con aquéllas no se indica tan sólo la construcción y lo construido, sino todas las acciones de la vida, a través de las cuales se transparenta lo que cada cual es en su fondo íntimo. Si a los ojos de la eterna verdad todo ello se convierte en cenizas, porque en el fondo no era otra cosa, el hombre debe sentirse aniquilado, y sobrevivir a ello le parecerá pura maravilla. Llegará así a su fin una vida que estaba orientada al éxito, a la que siempre le fue posible eludir la verdad, que nunca siguió a Jesús, que sólo tuvo y ofreció a los demás las apariencias de fe, esperanza y caridad.
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10. «Éste sufrirá daño» puede traducirse también por «éste será castigado», con lo que se establecería una contraposición más adecuada con la otra expresión «recibirá salario». Pero dentro de la imagen del incendio de una casa parece más adecuado traducir de acuerdo con la versión adoptada por nosotros, tanto más cuanto que la imagen continúa: este tal «se salvará como quien pasa por fuego».
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16 ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? 17 Al que destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; pues el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros.

De la imagen de la casa se pasa a la del templo. Apenas se reflexiona con qué clase de casa puede compararse la comunidad, surge la idea de «casa de Dios» y, más exactamente, de «templo». Y hablando de templo, sólo puede tratarse de aquel único templo que según los israelitas creyentes, había en el mundo: el templo de Jerusalén. Todo el Nuevo Testamento está penetrado de la convicción de que el lugar de este templo lo ocupa ahora la Iglesia, y que en vez de una casa de piedras hay otra casa construida de hombres vivos, congregados por el Espíritu Santo en una unidad viviente. Este mismo Espíritu lo es tanto de la totalidad como de cada hombre en particular. En todo caso, la morada de Dios adquiere mediante este Espíritu una proximidad y una sublimidad que deja muy atrás todas las anteriores moradas de Dios entre los hombres. Y siendo esto así, los corintios deben tener siempre ante los ojos aquella estricta ley de santidad vigente para el templo. Nosotros, los hombres de hoy, apenas si podemos hacernos una idea de la seriedad con que todo el mundo antiguo, también el pagano, respetaba la santidad de un templo y castigaba las irreverencias. No en vano amenaza Pablo aquí a los corintios con la destrucción. En este punto queda por ver si es posible que se dé, junto con la destrucción de la carne, la salvación para la eternidad (cf. 5,5).

Observemos la marcha ascendente: al principio se habló de una diferente recompensa; después, de los trabajadores que pueden sentirse satisfechos de serlo, a pesar de las adversidades, y se menciona finalmente la suprema amenaza, dirigida a aquellos que destruyen la santidad de la Iglesia.

c) Riesgo de transformar la sabiduría en necedad (1Co/03/18-23).

18 Que nadie se engañe. Si alguno entre vosotros se tiene por sabio según este mundo, que se haga necio para hacerse sabio; 19 pues la sabiduría de este mundo es necedad para Dios. Pues esta escrito: «El atrapa a los sabios en la astucia de ellos» (Job 5,13). 20 Y también: «Conoce el Señor que son vanos los razonamientos de los sabios» (Sal 94,11). 21 Así que nadie se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: 22 Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro: todo es vuestro. 23 Y vosotros, de Cristo; y Cristo, de Dios.

En esta corta sección se tratan dos cuestiones: una postura equivocada frente a un bien valioso en sí, es decir, la sabiduría, y una postura equivocada respecto de personas que en sí (y al menos en parte) son muy estimables. Ambas cuestiones están íntimamente entrelazadas en nuestro caso y llevan al mismo peligroso resultado, tanto más peligroso cuanto menos lo advierten los interesados. Transformación de la sabiduría en necedad, de la libertad en esclavitud. Como las gentes que subyugan a los corintios están relacionadas con la sabiduría, ponen todo el acento en esta última (ciencia y formación). Pero lo mismo que acontece con frecuencia en el ámbito humano, que hay gente que causa pena o risa cuando quiere deslumbrar con un par de cosas medio aprendidas, pero que dejan entrever la verdadera altura de su nivel cultural mezclando nombres o empleando equivocadamente los conceptos, esto mismo acontece, y con mayor certeza, delante de Dios. Hay quienes piensan que lo que saben, o lo que son, es algo maravilloso, pero esa misma necia opinión les hace ridículos y pobres.

Algo de esta fatal confusión a la que estos «sabios» necios están expuestos encuentra afirmada Pablo en dos lugares de la Escritura: «Él atrapa a los sabios en la astucia de ellos.» La línea del pensamiento humano es a veces tan lógica y consecuente que lo ensambla todo dentro de un claro esquema. El hombre tiene una notable tendencia a la sistematización. Acaso, en el fondo, no sea cosa notable, sino algo tan evidente como opinar sobre el mundo que está en su horizonte. Pero aquella inclinación es más peligrosa. El pensador tiene una o dos buenas ideas sobre el tema, o el hombre más sencillo un par de experiencias, de las que extrae también un par de ideas. Pueden ser en sí muy buenas y útiles. Pero cuando se amplían y se quiere estructurar con ellas una filosofía o una concepción del mundo y hasta una concepción de la divinidad, entonces se corre el peligro de que el edificio conceptual resulte armónico, pero no tenga nada que ver con la realidad. Cuanto mayor fue el empuje mental con el que el hombre alzó el edificio, más trágica resulta la ausencia de verdad. Su sabiduría se convierte en necedad. De esto debería precaverle la revelación de Dios, que no se deja encerrar en ningún sistema. Todo teólogo debería llegar a estas conclusiones por personal experiencia. Aquel que se somete a la palabra de Dios y sacrifica en su obsequio la lógica de sus propios pensamientos, queda libre de la red que tiende a extenderse por propio impulso.

Si mediante la fe humilde se alcanza la libertad frente a la realidad misma, mucho más frente a todo culto personal. Se recibe en todo tiempo con gratitud todo cuanto de bello y grande quiere participarnos alguien; se le honra por ello, pero no se gira en torno a un nombre famoso. Se gira en torno a las cosas auténticas y buenas que nos tiene que comunicar. ¿Hemos observado cómo Pablo reduce a su justo límite lo que los corintios habían colocado a la cabeza? ¡Qué necias parecen ahora, en este contexto, sus palabras: yo soy de Pablo, yo soy de Cefas...! Pablo retrueca la frase: Pablo, Apolo, Cefas, ¡todos os pertenecen a vosotros! Todos y todo. Lo cual se da la mano con lo que dice en otra parte: «Sabemos que todas las cosas colaboran para bien de quienes aman a Dios» (8,28). Sólo que aquí enumera con mayor detalle el inventario de lo que poseen: el mundo, la vida, y la muerte; el presente y el futuro y, al mismo tiempo, con una frase más concisa: todo es vuestro.

Pero ¿hasta qué punto es «todo» de ellos, de los corintios, de los cristianos? Todo les pertenece en Cristo, por voluntad de Cristo, según la mente de Cristo. No es algo evidente en sí mismo que les pertenezcan todas las cosas, que todas les sirvan y les sean útiles. No siempre y en todas las circunstancias se ha mantenido en su justo puesto este dominio que, en realidad, depende total y exclusivamente de que ellos sean, a su vez, propiedad de Cristo y estén a disposición de Cristo. Cristo les ha librado del pecado y de la esclavitud al aceptarlos en sí mismo y en su libertad. Sólo en la realización de la figura y de la vida y esencia de Cristo puede mantenerse en pie su independencia frente al mundo, su libertad sobre todo lo mundano. La obediencia es la condición de la libertad.

Por eso podemos comprender, en definitiva, algo que inicialmente pudiera causarnos extrañeza: oír decir a Pablo, siguiendo la línea de su propio pensamiento, que también Cristo es de Dios. Todo pertenece a Cristo sólo porque él, a su vez, pertenece entera y totalmente a Dios. Cristo es de Dios. El Apóstol quiere llevar la enumeración, que contiene las relaciones exactas de las cosas, expuestas de dos en dos, y une a todos los miembros en la unidad hasta su vértice supremo, porque sólo desde aquí se sitúa cada cosa en su sitio justo. Y por eso no ha querido pararse en Cristo al enumerar la serie de eslabones. Pues ¿qué es Cristo? Es el Kyrios, el Señor; pero su dominio, que tiene su máxima expresión en el titulo de Kyrios, es algo que le ha sido dado por el mismo Dios, como recompensa a su obediencia (Flp 2,9-11). Y así, él pertenece (como Dios) a Dios, de modo parecido a como los cristianos pertenecen a Cristo.

En esta linea ascendente aparece también, en su dimensión exacta, lo que Pablo quiere indicar con la palabra «gloriarse». No es una jactancia exterior ante los demás por algo o por alguien, sino que es el fundamento íntimo y la postura del yo ante la divinidad. Al gloriarse, debe mirarse hacia lo alto. Aquel que se gloría por algo inferior a él es un insensato. Y dado que la línea ascendente de este gloriarse responde a la linea ascendente de la gracia, un gloriarse equivocado pervierte también este orden. Quien destruye el orden, interrumpe la corriente que, a partir de Dios, quiere comunicar riquezas. Es un insensato, que se hunde tanto más en su nada cuanto más altas palabras emplea en su propia glorificación; él, que podría haber tenido la sabiduría de Dios y verse así confirmado en su gloria correspondiente.