LA MUJER DEL APOCALIPSIS Y EL ANTICRISTO
Dos motivos nos ofrecen la ocasión para seguir la reflexión sobre el
Apocalipsis comenzada en el último número: el 19 centenario de la
composición del último libro de la Biblia, que se celebró en la isla de
Patmos bajo el patrocinio del Patriarcado ecuménico de
Constantinopla; pero sobre todo el hecho de que del Apocalipsis se
ocuparon dos grandes exégetas, hoy marginados por el establishment
académico y que 30Dias justamente ha vuelto a ofrecer a sus lectores
en los últimos números: Erik Peterson (1890-1960) y Heinrich Schlier
(1900-1978).
Para los dos teólogos alemanes ambos convertidos del
protestantismo, las visiones narradas en el Apocalipsis representan la
batalla terrible y al mismo tiempo real que se da en la historia entre el
Redentor y su enemigo escatológico. Los dos exégetas consideran al
Anticristo como un actor del Apocalipsis, representado en los símbolos
del dragón y de las dos bestias. Peterson, en su estudio de 1938 sobre
el Apocalipsis, hablando de la fiera que viene de la tierra la identifica
con «el falso profeta que también puede llamarse el teólogo del
Anticristo». Schlier más de veinte años después escribe un artículo
sobre el Anticristo concentrándose únicamente en el capítulo Xlll del
Apocalipsis, en el que descubre toda la simbología del culto imperial.
En su lectura, el Anticristo se identifica con el Imperio romano y, en
general, con las potencias mundanas que persiguen a la Iglesia.
A lo largo de los siglos muchos han recurrido, dentro y fuera de la
Iglesia, a una lectura exclusivamente política de los signos del
Apocalipsis. Todos los tiranos y protagonistas trágicos y negativos de
la historia, hasta Hitler y Stalin, han sido identificados alguna vez como
personificaciones del Anticristo. Lutero llegó incluso a atribuir las
características del Anticristo al papa de Roma.
ANTICRISTO/QUIEN-ES: Semejante inflación de anticristos puede
provocar equívocos. Por esto parece oportuno volver a descubrir qué
es el Anticristo para Juan, el discípulo que habló de él.
En primer lugar, hay que señalar que, si bien muchos comentarios
ponen en relación Anticristo y Apocalipsis, la expresión Anticristo no
aparece nunca explícitamente en el libro que Juan escribió en Patmos.
Están, es verdad, las figuras terribles de las dos fieras y del dragón.
Pero también aquí, si por una parte la fiera que viene del mar se
identifica con Roma y los reinos mundanos, la otra fiera, la que viene
de la tierra, representa el poder religioso encarnado en la casta
sacerdotal judía, como bien señaló Eugenio Corsini en su ensayo
Apocalipsis antes y después (1980). La fiera religiosa es peligrosa
por ser instrumento del Maligno al igual que lo son los dos grandes
poderes mundanos.
Si queremos saber qué es para Juan el Anticristo, más que en el
Apocalipsis debemos buscar en sus dos primeras cartas. Es en ellas
donde el término anti-cristo, inventado por Juan, aparece por primera
vez; el vocablo significa: "el que está contra Cristo", es decir «el que
niega que Jesús es Cristo» (lJn 2, 22). El fragmento fundamental está
algo antes: «Hijitos, ésta es la hora postrera, y como habéis oído que
está para llegar el anticristo, os digo ahora que muchos se han hecho
anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora postrera. De
nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros
fueran, hubieran permanecido con nosotros, pero así se ha hecho
manifiesto que no todos son de los nuestros» (/1Jn/02/18-19). Esta es,
pues, la primera característica de la venida del Anticristo: se trata de
un evento eclesial antes que político. El Anticristo como figura
misteriosa, aún no precisada cuya venida describe también Pablo
(2Tes 2,7-8) como una de las señales de la hora postrera, asume en
las cartas de Juan rasgos históricos concretos. Coincide con la
manifestación de la primera dolorosa fractura en el seno de la
comunidad cristiana. Los anticristos son los primeros herejes, como los
gnósticos, es decir, los que han roto la unidad de la comunidad en
torno a Cristo. Su delito es el más grave, el que Juan llama "pecado de
iniquidad": estar contra Jesucristo. No reconocer a Jesús venido en la
carne, y por tanto, como explica en la segunda carta, querer ir más
allá: «Todo el que se extravía y no permanece en la doctrina de Cristo,
no tiene a Dios» (2Jn 9).
En la primera carta, se menciona la figura del Anticristo con otros
dos antagonistas de los cristianos: el Maligno («Os escribo, jóvenes,
porque habéis vencido al Maligno», 1Jn 2,13), y el mundo («No améis
al mundo ni lo que hay en el mundo», 1Jn 2,15). Entre estos tres
sujetos hay un nexo estrecho: cada una de las personas, definidas
anticristos, que renegando de Jesucristo han provocado la división de
la comunidad, representan un poder colectivo, el mundo, que se ha
cerrado al amor del Padre, pero que está inspirado por el poder del
Maligno. En este sentido el Anticristo, al estar inspirado por el Maligno,
es decir, Satanás, revela su dimensión esencial, escatológica, que nos
lleva al Apocalipsis. El hecho eclesial del cisma por herejía es revelado
en su dramaticidad de hecho escatológico: detrás del delito de los
anticristos está la acción del Maligno en su lucha contra el reino
mesiánico. Una oposición abocada a la derrota, porque el Maligno
sabe que el Señor ya ha vencido. Pero justamente el acercamiento de
la revelación definitiva de la victoria, hace al diablo más rabioso en la
persecución de los discípulos de Jesús a lo largo de la historia:
«Regocijaos, cielos, y todos los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y
de la mar!, porque descendió el diablo a vosotras animado de gran
furor, por cuanto sabe que le queda poco tiempo» (/Ap/12/12).
Toda la segunda parte del Apocalipsis (capítulos 12-22) está
consagrada al destino de persecución de la Iglesia en el curso del
tiempo hasta la victoria final de la nueva Jerusalén que baja del cielo.
Al principio de esta sección, se describe a la Iglesia perseguida en el
símbolo de la lucha entre la Mujer y el dragón. Precisamente por la
figura de la Mujer, además de por la interpretación que ya en los
comentarios de los Padres veían en ella una imagen de la Iglesia, fue
propuesta a partir de la Edad Media una clave de lectura mariana, que
ha influido durante mucho tiempo en la tradición iconográfica y
litúrgica. Efectivamente, los primeros cristianos y en particular la
comunidad cercana a san Juan, considerada la relación filial de Juan
con María comenzada en el Calvario, no podían por menos que referir
la imagen de la Mujer del Apocalipsis a la mujer concreta de la que
habla el Evangelio, la madre de Jesús que él mismo llama «mujer»
primero en la boda de Caná (Jn 2, 4) y luego cuando estaba a los pies
de la cruz con Juan («Mujer, he ahí a tu hijo... He ahí a tu madre» Jn
19, 25-27). Pueden hacerse varias consideraciones que confirman la
legitimidad de la doble lectura. La Mujer está vestida de sol, con la luna
debajo de sus pies. Grita por los dolores de parto y aparece un dragón
que la amenaza a ella y al hijo varón que está dando a luz. Todos son
símbolos e imágenes que se pueden atribuir tanto a María como a la
Iglesia. Por ejemplo, el parto doloroso, que no puede ser una
referencia al nacimiento de Jesús de María (allí el parto fue virginal y
sin dolor: la encíclica de Pío Xll Mediator Dei, resumiendo toda la
tradición lo define «feliz parto»), simboliza, en cambio, el
acontecimiento pascual, con el nacimiento de la Iglesia. Acontecimiento
que sucede precisamente a los pies de la cruz: María y Juan a los pies
del Redentor crucificado son la Iglesia naciente. Y es allí donde la
madre de Jesús se convierte en la madre de todos los discípulos. Esos
discípulos sobre los que, como dice el Apocalipsis, caerá la cólera del
dragón: «Se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a hacer la
guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los
preceptos de Dios y tienen el testimonio de Jesús» (Ap 12, 17).
M/HEREJIAS HEREJÍAS/M: Si es correcta, pues, la lectura mariana
de la Mujer del Apocalipsis, nos interesa comprender aquí el sentido de
la lucha entre la mujer María y el dragón. Es decir, la contraposición
entre María y ese símbolo del mal escatológico que, como hemos visto,
para Juan surge históricamente de la salida de la Iglesia de los
primeros herejes. Hay una bella antífona, que se cantaba en las fiestas
marianas del pasado y que la reforma litúrgica ha eliminado tanto del
breviario como del misal: «Gaude, Maria Virgo, cunctas haereses tu
sola interemisti in universo mundo» (Regocíjate, oh Virgen María, pues
tú sola destruiste todas las herejías). No es que María hiciera algo
durante su vida contra las herejías. Pero ciertamente el reconocimiento
de María en los dogmas marianos es síntoma y baluarte de la firmeza
de la fe. También el cardenal Ratzinger en su libro-entrevista con
Vittorio Messori (lnforme sobre la fe, 1985), subraya que «María triunfa
sobre todas las herejías»: si le damos a María el lugar que le conviene
en la tradición y en el dogma, nos hallamos ya de verdad en el centro
de la cristología de la Iglesia. Los primeros dogmas, que se referían a
la virginidad perpetua y a la maternidad divina, pero también los
últimos (inmaculada concepción y asunción corporal a la gloria
celeste), son la base segura para la fe cristiana en la Encarnación del
Hijo de Dios. Pero también la fe en el Dios vivo, que puede intervenir
en el mundo y en la materia, así como la fe acerca de las realidades
últimas (resurrección de la carne, y, por tanto, transfiguración del
mismo mundo material) se confiesa implícitamente reconociendo los
dogmas marianos. Por ello se espera que se lleve a cabo el proyecto
de introducir de nuevo, quizás en la fiesta de la Asunción corpórea de
María al cielo, el 15 de agosto, la bella antífona eliminada por la
reforma litúrgica.
I.
DE LA POTTERIE
30 DIAS/1995/097.Pág. 48 s.
.................................................................
/Ap/12/18-13/18:
Lo dicho del contradictor en la segunda epístola a los
Tesalonicenses y del Anticristo en las epístolas de San Juan aparece
con su última y terrible figura en las visiones llenas de horror y
crueldad del Apocalipsis .
Del mismo modo que nosotros vemos en sueños ciertos sucesos
importantes, San Juan ve bajo la imagen de dos bestias al Anticristo y
a sus profetas, a sus teólogos. Puede decirse, sin duda, que en la
visión que se le concede aparecen las protofiguras del mal que el
hombre posee en el hondón de su propia intimidad como tipos de lo
antidivino. Gracias a la visión, son en cierto modo exteriorizadas,
traídas a la realidad exterior. Caben en las imágenes transmitidas por
el AT y la historia de su tiempo. Para la descripción de las figuras de
las bestias le prestan valiosos colores y líneas la pintura del dominador
antidivino ofrecida en el libro de Daniel (7, 1-2). En su visión
encontramos además elementos tomados de la situación del imperio
romano, aunque los animales no simbolizan ni el imperio romano ni
cualquier otro poder mundano antidivino.
Pero ni los prototipos del mal subyacentes en el vidente mismo ni los
elementos procedentes de su fe y de su conocimiento de la historia y
del tiempo bastan, sin embargo, para explicar las imágenes que nos da
del poder satánico. Lo decisivo es la revelación de Dios, que se reviste
del estilo humano del Apóstol. Todos los conocimientos y modos de
visión, todas las formas e imágenes que en él había se convirtieron en
recipiente de la revelación divina, en medio para que Dios manifestara
el sentido y transcurso de la historia. De modo semejante los sueños
son símbolos y formas de lo que en anhelo y angustia vive en el
corazón y espíritu de los hombres. ¿Qué es lo que se revela en esas
imágenes de terror?
La primera bestia que San Juan ve salir del mar, abismo de todos los
terrores, es símbolo de un dominador de los últimos tlempos que hace
la lucha contra los cristianos con poder y brutalidad. Sin precedentes,
con llamamientos militares, poder político y gran cultura, o mejor, con
cultura aparente; será fundador de un imperio que se extenderá por
todos los pueblos y en el que se suprimirán todas las manifestaciones
de culto a Dios y se obligará con todos los medios de la mentira y del
poder a adorar al dominador.
El hecho de que el Anticristo sea visto en figura de bestia simboliza a
la vez su fuerza sobrehumana y su carácter infrahumano. Por lo que
respecta al carácter infrahumano hay que decir que el hombre deja de
vivir humanamente cuando se libera de Dios. "Es la vieja verdad de
que la humanidad sin divinidad degrada hasta la bestialidad."
Lo sobrehumano aparece poco a poco ante los ojos del vidente:
despacio y terriblemente el animal va emergiendo de las olas. Lleva
símbolos de poder, de dominación, de saber. Todo en él es pavoroso y
terrible, enorme e informe. Los cuernos son símbolo de la fuerza
irresistible y del placer de atacar. La ambición y el hambre de poder se
encarnan en él elevados a la suma potencia. Es significativo que San
Juan no vea una figura de animal de las conocidas por nosotros. La
bestia es algo raro y extraño; no es ninguna de las que conocemos;
lleva en sí los elementos de horror de varios: el salvajismo y astucia del
leopardo. la peligrosa voracidad del oso, la avidez de rapiña del león,
rey de la selva, se unen en ella. La insolente rebelión contra todo lo
santo se manifiesta ya en su aspecto. Las inscripciones de su corona,
probablemente en sus diademas, son caricaturas vanidosas de las
ínfulas del Sumo Sacerdote y del Logos divino -jinete en caballo
blanco-, que "lleva muchas diademas y un nombre que nadie más que
él mismo conoce" (Apoc. 19, 12). En sus blasfemias se expresa su
ateísmo; exige propiedades y títulos que sólo a Dios competen. El
hombre que se niega a ser lo que Dios ha llamado "hombre" (Phil.
Dessauer), que se ha entendido a sí mismo como bestia rubia y animal
de presa y que ha hecho violentos intentos de cría racista de hombres
es pisoteado por la desconsideración "del astuto y tosco imperio que
todo lo devora, del poder mundano dominado por instintos bestiales y
de figura y formas bestiales" (Dessauer).
El animal se rebela contra Dios y no para exterminar del mundo la fe
religiosa; conoce bien la indestructible necesidad de Dios que tiene el
hombre y cuenta con ella. No quiere, por tanto, destruir la fe religiosa,
sino desviarla hacia él; es un usurpador; quiere revestirse a sí mismo
del nimbo de lo divino.
La bestia es feudo de Satanás. El dragón le ha entregado todos sus
poderes. Es representante de Satanás en la tierra; de él viene su
poder (cfr. Lc. 4, 6; Jud. 9).
Poco después de la visión de la bestia, San Juan había oído el grito
airado de Satanás contra el pueblo de Dios. En el capítulo 12 describe
la lucha del dragón contra la mujer del cielo. La mujer ha emergido en
un claror como si el sol fuera un manto que rodeara sus hombros. Bajo
sus pies brilla como en actitud obediente la luna. En torno a su cabeza
chispea como diadema una corona de luz de doce estrellas. Una vida
nueva va a nacer de su seno. También ella está bajo el juicio de Dios,
como lo están todas las madres desde el pecado original (Gen. 3, 16).
Los dolores de parto de la mujer que está en la claridad celeste son
tan grandes, que su grito resuena por todo el universo y San Juan lo
oye en la tierra. ¿Quién es esta mujer extraordinaria? Se ha pensado
en María. Tomado al pie de la letra no puede referirse a María, aunque
puede aplicarse a ella traslaticiamente. El texto no se ajusta a María,
porque el parto ocurre ante todo el universo y entre grandes dolores.
Es símbolo del pueblo de Dios, del que nació el Mesías, es decir,
primariamente conviene a "Israel según la carne". Su destino era
regalar el Salvador al mundo; esa vocación le proporcionó dolores y
sufrimientos como los de las madres (cfr. Gal. 4, 26). Con el pueblo de
Dios del AT está en estrecha relación la Iglesia neotestamentaria. La
mujer envuelta en claridad celestial simboliza también la Iglesia. En
cuanto madre parturienta simboliza a Israel, en cuanto mujer
perseguida y fugitiva representa el pueblo de Dios del NT.
La mujer es perseguida por el gran dragón color de fuego. En el
mundo simbólico de muchos pueblos el poder enemigo de Dios al
principio o al final de los tiempos es representado como dragón o
monstruosa serpiente de varias cabezas. El dragón es el símbolo más
frecuente del diablo. El color rojo de fuego alude a su puesto en el
fuego del infierno, pero también a la sed de sangre del asesino de
hombres (lo. 8, 44; l lo. 3, 12). Es el príncipe más infatuado de este
mundo. Pretende imitar y superar los signos mayestáticos de Dios. En
él se descubre y actúa el horrible misterio de la malicia. Agitado como
una serpiente, se detiene delante de la mujer para devorar el niño en
cuanto nazca; si lo logra, su poderío estará asegurado; pero si fracasa
está perdido para siempre. Es un momento de extrema tensión. La
victoria de Satanás parece inevitable. ¿Qué puede una desvalida
mujer contra su terrible fuerza? Cuando quiere demostrar su fuerza
irresistible en una exhibición sensacional, sacude la cola y barre un
tercio de las estrellas del firmamento y las precipita sobre la tierra (cfr.
Dan. 8, 10). Con eso consigue un fin accesorio; las estrellas le son
odiosas, porque dan luz y son testimonios del orden cósmico; Satanás
ama las tinieblas y el caos; es el corruptor del mundo. Pero ocurre lo
inesperado: no le toca la victoria a Satanás. El niño es llevado al cielo.
El vidente alude así a la ascensión del Señor. Lo que hay entre el
nacimiento y la ascensión no se mienta. Esto tiene su razón. Sólo
importan las grandes relaciones. Dios ha permitido que a Cristo le
ocurrieran muchas desgracias durante su vida terrena, pero por fin
Satanás ha sido sometido. Eso es lo importante y esencial. La victoria
de Dios contra el terrible ataque de los poderes infernales está
asegurada. A pesar de la resistencia y oposición del enemigo, Cristo
ha logrado los fines queridos por Dios.
PERSECUCION/I: I/PERSECUCION: La ira de Satán crece con su
derrota. Está convencido de que su poder llegará pronto a su fin.
Mientras le es permitido quiere luchar con el más extremado fanatismo.
Intenta destruir todo lo que pueda destruir. "Se enfureció el dragón
contra la mujer, y fuese a hacer la guerra contra el resto de su
descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y tiene el
testimonio de Jesús" (Apoc. 12, 17).
En la visión del animal se describe la lucha del dragón contra los
cristianos. Ha confiado todo su poder a la bestia del mar, al anticristo,
que empeña todo su poderío contra Cristo y los cristianos. Nada es
santo en él. Suenan terribles las injurias contra el cielo y contra todo
aquello cuyo nombre está escrito en las listas de ciudadanos del cielo,
contra todos los que no son meros creyentes en la tierra y en el
mundo. A quien no se deja apartar de Cristo por los insultos y
sarcasmos, la bestia le declara la guerra. Lo incomprensible es que
Dios conceda a la bestia esa posibilidad. Incluso ocurre algo más
incomprensible todavía: el dominador antidivino vence sobre la
comunidad de Dios. Dios se lo permite.
El aumento de poder, el éxito y los logros culturales de la bestia
obran en los hombres como un hechizo. Caen de rodillas y la adoran.
El animal exige honores divinos. Exige para sí lo que pertenece a Dios
y a Cristo. El Anticristo se presenta como Dios y salvador. Imita a Cristo
en todo. Intenta imitarle simiescamente hasta en su muerte y
resurrección. Lo mismo que el Cordero que se sienta en el Trono, tiene
todavía las llagas (Apoc. 5, 6); lo mismo que Cristo murió y, sin
embargo, vive por toda la eternidad, la bestia lleva también una herida
mortal y, sin embargo, vive. Da la sensación de que se ha sacrificado
por la salvación de los hombres hasta la muerte y de que ha vencido la
muerte. ¿Qué se le puede negar? Ahora puede el Anticristo,
encarnación de Satanás y el más opuesto a Cristo, exigir para sí todo
lo que hasta ahora ofrecieron al Señor los que creían en la muerte y
resurrección de Cristo. Los habitantes de la tierra prorrumpen en
himnos y cantos de alabanza a la bestia y a los oídos del vidente
suenan horribles las diabólicas parodias del gran cántico bíblico de
alabanza con que en otro tiempo cantó el pueblo al Señor de la
historia. ¿Quién puede compararse al animal y quién puede luchar con
él? (cfr. Ex. 15, 11; Ps. 89 [88], 7. 9; 113 [112], 3). El Anticristo es el
señor del mundo; mediante él Satanás es señor del mundo. La
adoración tributada al Anticristo es adoración a Satanás (Ps. 96 [95], 5;
l Cor. 10, 20; Apoc. 9, 20). Aunque el diablo está siempre actuando
para inclinar a los discípulos a apostasía, al final de la historia tendrán
éxitos quienes pongan todo el mundo a sus pies.
Presagio y símbolo de este poderío mundial es -según el Apocalipsis
(/Ap/11/03-13)- el asesinato de los dos "testigos". Antes del fin Dios
ofrece al orgulloso mundo una posibilidad más de que abran sus ojos y
se conviertan de las tinieblas a la luz y de Satanás a Dios, para que
por la fe en Cristo reciban el perdón de sus pecados y participación
entre los santos (Act. 26, 18). Los testigos, introducidos en el capítulo
11, reciben de Dios la misión de predicar el evangelio de Cristo y de
arriesgar su vida por él. Del mismo modo que el Bautista antes de la
primera venida de Cristo llegó a dar testimonio de la luz, para que
todos creyeran por ella (Jn. 1, 18); antes de la segunda venida de
Cristo vendrán también dos testigos que deberán preparar a los
hombres para los últimos acontecimientos. Desde Malaquías son
esperados esos testigos precursores de la venida del Mesías. Al
principio no se distinguían en esa espera la primera y segunda venida
de Cristo (Dt. 18, 15; 3, 1-3, 23; Ecle. 48, 10 cfr. Mc. 6, 15; 8, 28; 9, 11;
Mt. 11, 10.14). Los dos testigos son, sin duda, las personas enviadas
por Dios y no la personificación de dos funciones de la Iglesia. Son
ungidos de Dios y luces celestes de la verdad. En sus manos está el
ramo de olivo de la paz y en sus bocas la palabra de Dios. Están
protegidos por el Señor del cielo. Por eso la resistencia de los hombres
no puede impedirles que cumplan su misión. Sin embargo, cuando su
tarea está cumplida, Dios permite que Satanás, el dragón, los mate.
Mueren por su mensaje; Dios permite su muerte y permite también la
profanación de sus cadáveres. Satanás hace en ellos lo más horrible
que en opinión de los antiguos puede hacerse a un cadáver: hacer
que queden insepultos por las calles y mercados de la "gran ciudad".
Deben ser abandonados al desprecio de todos. Así se va a demostrar
la superioridad del poder anticristiano. San Juan ve que este asesinato
y profanación de los testigos enviados por Dios ocurre en Jerusalén.
Jerusalén fue la ciudad de la más poderosa presencia de Dios y a la
vez del más terrible odio a El. Para San Juan apostasía de Cristo
significa lo mismo que ocupación de la ciudad Jerusalén, consagrada a
Dios, por el enemigo de Dios. En la visión significan para él lo mismo la
muerte y profanación de los testigos y la profanación de la ciudad de
Jerusalén, lugar de especialísima presencia de Dios. Con eso no se
dice que estos sucesos vayan a ocurrir también históricamente en
Jerusalén. Los mundanos se alegran tanto de la muerte de los testigos
de Dios que prorrumpen en cantos de júbilo y se hacen regalos unos a
otros. El suceso más jubiloso que les podía haber ocurrido, porque los
testigos de Dios eran para ellos una continua intranquilidad y molestia.
Ahora están libres de los revoltosos e intranquilizadores y pueden
sentirse tan seguros como los jefes de Israel cuando Pilato acató su
voluntad y llevaron a Cristo a la cruz. Pero ocurre algo distinto. Dios
resucitó a su Hijo encarnado y también resucita a vida gloriosa a los
dos testigos. Los muertos vuelven. Son más poderosos que los vivos
que los ajusticiaron. Los terrestres se dan cuenta de que han
calculado mal. La angustia los invade. Los testigos resucitados no
siguen su interrumpida tarea, sino que son raptados de la tierra a la
gloria de Dios. Los asesinos de su intranquilizador mensaje descansan
por fin, pero sellan así su propia condenación.
El asesinato de los dos testigos es, por tanto, preludio y símbolo de
la victoria sobre los santos. El triunfo de los poderes satánicos parece
ser perfecto y definitivo después de esta victoria. La mujer del cielo, el
pueblo de Dios, ha huido al desierto (Apoc 12, 6 14) El santuario está
cercado de paganos (Apoc. 11, 2). Pero la apostasía y la destrucción
no han terminado. Queda una pequeña comunidad de los que adoran
al Padre en espíritu y en verdad (Jn. 4, 23). Es reservada para la
victoria del Cordero (Apoc. 11, 1; 3). La vida pública está dominada por
la adoración al Anticristo. La adoración del verdadero Dios ha
desaparecido de la vida pública; pero sigue haciéndose a pesar de
todo. Los cristianos oyen lo que Dios profetizó en el AT por boca de
Jeremías: "Y si te preguntan: ¿Adónde hemos de ir? Respóndeles: Así
dice Yavé: El que a la mortandad, a la mortandad; el que a la espada,
a la espada; el que al hambre, al hambre; el que al cautiverio, al
cautiverio" (Jer. 15, 2). En la lucha que los cristianos hacen por la
causa de Dios, El parece estar de parte de los enemigos. Pero cuando
llegue la hora determinada, dará la victoria a los suyos. Hasta entonces
hay que esperar y perseverar. En el silencio y confianza está la fuerza
(Is. 30 15)
A las violencias del primer animal se suman las actividades
propagandísticas del segundo. "El animal primero representa al
Anticristo en cuanto dominador escatológico, encarnación diabólica
portador de todo poder político enemigo de Dios, perseguidor el más
diabólico del reino de Dios; a él se une el animal de la tierra figura de
profeta, personalidad que es el resumen y representante diabólico de
toda cultura intelectual antidivina y anticristiana y predicadora de una
religión estatal que está al exclusivo servicio del Anticristo y desligada
totalmente del Dios personal. Cristo había hablado de la multitud de
falsos cristos y falsos profetas (Mc 13 22). En el Anticristo se reúnen
los atributos de las distintas figuras falsas de salvadores y poderes
enemigos; y en este animal de la tierra se reúnen las características de
los falsos profetas." El animal parece un cordero; tan pronto como abre
la boca se observa que no es cordero, sino dragón. Está caracterizado
por la contradicción entre sus apariencias y su ser. Su esencia más
íntima es la hipocresía. Está estrechamente emparentado con el padre
de la mentira (Jn, 8, 22). Se le ha encargado la propaganda contra
Cristo y los suyos y a favor del Anticristo y la hace dejando persistir las
palabras y símbolos cristianos, pero llenándolos de contenido nuevo y
anticristiano. Sigue hablando de Dios y de la salvación, pero en esas
palabras infiltra el nuevo sentido satánico. La gran masa no se da
cuenta del cambio, porque los recipientes siguen siendo los mismos.
Tanto mejor ocurre la seducción desde la verdad a la mentira. Cristo
instauró el reino de Dios de palabra y de obra (Lc. 24, 19; Mc. 2-4; Act.
7, 22) y también el profeta de la mentira seduce al mundo con palabras
y obras. Hace maravillas fantásticas. Las masas ansiosas de milagros y
sedientas de sensacionalismos entran en sus cálculos. No es que se
ría de la fe en los milagros como de una superstición, sino que abusa
de ella. Hasta hace llover fuego del cielo. Le sirven de ayuda su gran
conocimiento de la naturaleza y su habilidad técnica. Así legitima su
poderío y su mensaje. "¿Quién puede dudar de él todavía, si hasta el
fuego del cielo, el rayo, obedece sus palabras? La cristiandad, para la
que no cae ningún rayo del cielo, que sufre indefensa y muere
desvalida, parece haber sido refutada."
La propaganda tiene éxito. El propagandista erige incluso una
imagen de culto. Será un símbolo del poder y perpetua presencia del
dominador anticristiano del mundo. Según una idea muy difundida en
la época helenística, en la imagen del culto está presente el dios o el
dominador, a quien esté dedicada. Quien se niega a adorarla, es
eliminado. No tiene derecho a vivir en la comunidad de adoradores del
animal; es boicoteado económicamente o matado. Los paganos
pueden preguntar, sarcásticos: ¿Dónde está vuestro Dios? Y cuando
los cristianos contestan: "Está nuestro Dios en los cielos y puede hacer
cuanto quiere. Sus ídolos son plata y oro, obra de la mano de los
hombres. Tienen boca y no hablan, ojos y no ven. Orejas y no oyen;
tienen narices y no huelen. Sus manos no palpan, sus pies no andan,
no sale de su garganta un murmullo" (Ps. 115 [113], 3-7), los paganos
pueden decir que ese Dios parece estar de su parte, ya que les
concede éxito.
Los adoradores del Anticristo profesan el culto a su falso dios
mediante un signo externo; quien no lleva el signo, se descubre como
enemigo del culto público. La posibilidad de neutralidad esta excluida.
Nadie puede evadirse entre la masa. Quien no lleva el signo en la
frente o en la mano derecha se traiciona como no perteneciente a la
religión estatal totalitaria y a la comunidad totalitaria anticristiana.
Los horrores que San Juan describe en el Apocalipsis, no faltan del
todo en la historia del Cristianismo. Pero cuando esa historia se
acerque a su fin tales horrores alcanzarán una medida desconocida
hasta entonces. Los frentes se delimitan con tal claridad y precisión
que no queda nadie fuera de la lucha. No hay posibilidad de huida.
Nadie puede emigrar. Cuando se llegue a una situación en que nadie
pueda hacer vida privada al margen de la lucha, sino que sea público
el grupo a que pertenece, la vuelta del Señor no estará lejos.
Concluyendo podemos decir: el Anticristo intentará crear un nuevo
orden mundano, que estará configurado al margen de Cristo e incluso
en violenta lucha contra El. Es una figura política. Es el dictador de la
humanidad reunida en una organización totalitaria. A la vez es un
revolucionario religioso. El Anticristo y su teólogo, armados de una
extraordinaria capacidad mental y de un poderío asombroso,
pretenderán demostrar que Cristo es el mayor enemigo de la
humanidad. El Anticristo se interpretará a sí mismo e interpretará su
obra religiosamente, fundando un nuevo mito, una nueva religión
natural. Al final de los tiempos se enfrentarán, pues, una fe y otra fe. El
escándalo será casi inevitable. Aquellos a quienes Dios mismo no abra
los ojos y fortalezca el corazón, caerán en el hechizo del poder
sobrehumano de Satán. Los perseverantes recorrerán el último trozo
sangriento del camino de la historia en confiado sosiego y fidelidad y
paciencia. Cuando se cumpla el número de los mártires, volverá Cristo
(Apoc. 6, 11). El Anticristo puede retrasar la vuelta del Señor; el diablo
puede tener influencia en el ritmo y velocidad de la historia.
La mayoría entiende al Anticristo como una personalidad concreta.
Esta comprensión se mueve totalmente en el marco de la comprensión
total de la Historia Sagrada, pues pertenece a su estructura
fundamental el ser soportada por personalidades históricas
individuales y el que sus contradictores sean también personalidades
individuales. También pertenece a su transcurso el hecho de que la
lucha entre los portadores de la Historia Sagrada y los de la historia de
la desgracia se haga más amarga e implacable cuanto más se acerca
la hora de la vuelta de Cristo. Estaría en contradicción con este
carácter de la Historia Sagrada creer que el Anticristo es una figura
mitológica. Por otra parte, el Anticristo es el exponente y fomentador
terrorista del espíritu anticristiano que por su parte se apoya en
numerosos hombres particulares. Estos pueden ser llamados en
sentido amplio Anticristos.
Aunque no es fácil identificar una determinada figura política de la
historia como el Anticristo profetizado en la Escritura, la concentración
de poderes extraordinarios en una sola mano, la mayoría de las veces
en manos de un tirano, hace sospechar que en el tirano se cumple la
profecía. A medida que el mundo entero se reúna y organice en una
estructura unitaria de poder, parece más probable que el político que
lo domine cumpla la función del Anticristo. Aunque la concentración de
poder no es mala en sí, sino que puede ser puesta al servicio del bien,
ofrece una posibilidad demasiado grande de ejercer el poder en
sentido anticristiano. En las prognosis tantas veces hechas
actualmente sobre la venida del Anticristo, siempre existe la convicción
de que será el dominador del mundo. Su llegada supone sistemas
totalitarios. En cierto modo, la situación para el Anticristo es hoy mucho
más favorable que en los tiempos pasados. ·Donoso-Cortés dijo, en
evidente anticipación, a mediados del siglo pasado "La humanidad
camina a grandes pasos hacia el destino del despotismo... Tal
despotismo logrará un poder rayano en lo gigantesco... Desarrollará
una capacidad de destrucción que superará todas las anteriormente
conocidas... Hoy están allanados los caminos para un imperio de
tiranos de gigantesca grandeza, de dimensiones colosales, terribles,
capaces de transformar el mundo" (Sobre la dictadura, discurso de 4
de enero de 1849).
Aunque el Anticristo se vislumbra más claramente a medida que el
poder se concentra, no podemos llamar Anticristo con seguridad a una
determinada personalidad histórica, porque actualmente no podemos
prever si en el futuro ocurrirán concentraciones de poder mayores y
más terribles. Sólo cuando ocurra el fin, se podrá ver
retrospectivamente y decir con certeza quién fue el Anticristo. Pero se
podría afirmar que tiene sus precursores y se podría sospechar que
son las poderosas figuras de la política anticristiana. El cristiano no
será sorprendido por ninguno de ellos, porque sabe por la Sagrada
Escritura que están llegando incesantemente.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 178-187