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El futuro ya ha comenzado. Nuestros pies ya han cruzado el umbral del
tercer milenio. Habíamos suspirado largo tiempo por este momento. Se
respiraba en el ambiente un cierto milenarismo, como si al dejar atrás
el segundo milenio cristiano, por fin, a la tercera, de repente se nos
ofreciera el Eldorado con su instante feliz. ¿Qué ha ocurrido?
Podemos preguntar como Isaías: «Vigilante, ¿cómo va la noche?»
Con el eco en las montañas se puede escuchar el consejo del vigía:
«Alto, detente, hombre, vas de mal en peor, estás en peligro de
extinción, reconoce tu dignidad, recuerda la voz originaria: ¡Hagamos
al hombre!»
Al tratar de dar el segundo paso del siglo XXI, es preciso abrir bien
los ojos a la totalidad del horizonte, mirar hacia la estrella en lo
alto, conocer el extravío, no olvidar que un pequeño error en el
principio es como bola de nieve rodando montaña abajo. La respuesta
que tiene valor es la que nos afecta a todos los que ahora vamos en la
misma nave y cruzamos juntos el océano del tiempo. Todos confesamos
estar disgustados y gritamos: ¡Dios mío, ven a salvarnos! El peligro
es real y tenemos miedo. Lo que no había acontecido nunca, ha
ocurrido en un fatídico 11 de septiembre del año 2001. Es como si
hubiese resonado un Big Bang destructor, cuya explosión cabalga sobre
las ondas y toca todas las torres que el hombre ha levantado: las
altas torres de las religiones, de las culturas, de las ideologías.
Todo aparece envuelto en un humo irrespirable. El mundo entero tiene
miedo y se da a la fuga alocada sin saber dónde encontrar un refugio.
Caín ha levantado la mano contra su hermano Abel. Así no hay futuro
para esta Humanidad que crece y pasa ya de los seis mil millones de
personas. Somos muchos y somos una sola Humanidad. Omnes homines, unus
homo. El nuevo paso requiere una roca firme, un suelo bien asentado,
un aire respirable. La fuga no es camino humano. Este ser humano
extraviado, semivivo, tiene que ponerse de nuevo en camino.
El camino de la verdad
- En vez de la fuga, la audacia. En medio de las
dificultades y con la experiencia del dolor y del mal, el hombre se
torna reflexivo, pensador, capaz de entrar dentro de sí y de
superarse, cuando llega a descubrir que él es un árbol con las raíces
hacia arriba, que, a diferencia de los demás seres que nacen con su
vestido puesto, y sus zapatos en los pies, a él se le han dado la
mente y la mano, y por ello es capaz de apropiarse el mundo, y de
edificar una mansión a su medida. El hombre de la postmodernidad
engreída, cuando se siente impotente ante el mal que lo devora, en
vez de protestar debería interrogarse como Agustín en la muerte del
amigo: por su naturaleza, por su persona, por su Dios, enlazando los
tres niveles de la trascendencia: el del ser, el del hombre y el de
Dios. Un solo nivel no da la respuesta adecuada. El filósofo Kant se
limita a la pregunta por el hombre: Was ist der Mensch? Aristóteles
se eleva al ente, lo que antes, ahora y siempre se ha buscado y no se
ha resuelto. Para Tomás no hay que esperar a la dificultad del mal y
de la muerte, a la situación de agonía, para elaborar la respuesta;
hay que partir del ente, llegar al ser, y desde el ser absoluto que es
Dios, dar respuesta al problema del hombre, como imago Dei, fruto del
amor creador, destinado a la vida plena en comunión con Dios, creado
libre y por ello capaz del bien y del mal. El hombre es un enigma para
sí mismo. Recibe como regalo la existencia, pero se le ha dejado en
sus manos el modo de realizarla desde la libertad. El hombre es un ser
en camino, una frágil libertad, de cuyo ejercicio es responsable. La
libertad es su gloria y es su peso.
- La clave del futuro del hombre la ha plasmado Tomás, maestro de
humanidad, en las breves palabras del prólogo a la Parte II de la
Suma: el hombre es imagen de Dios: vamos a tratar de su imagen, es
decir, del hombre en cuanto es principio de sus actos, por estar
dotado de libre albedrío y tener dominio de los mismos. El futuro del
hombre tiene su clave en el acto humano, es el hombre mismo. Y ese
futuro no consiste tanto en el saber, o en el hacer, sino en el obrar.
Tomás tuvo esta intuición cuando comentaba por vez primera la
distinción 33 del libro III de la Sentencias: el itinerario del
hombre es el de la virtud, el de los hábitos operativos, que no sólo
hacen bien los actos, sino que hacen bueno al hombre. Así las
virtudes cristianas forjan al hombre nuevo en Cristo.
Esa intuición es como el alma de la gran obra de Tomás, la Summa
Theologiae. El centro de ella es la parte 11, la que despliega todo el
itinerario del humanismo cristiano, que va de Dios principio creador,
a Dios fin último, por la vía de Jesucristo; un itinerario que va de
virtud en virtud, que distingue con precisión las virtudes
intelectuales, las artísticas, de las morales. Las dos primeras se
orientan a hacer buena la obra, las morales en cambio hacen bueno al
hombre, son en verdad el camino del hombre bueno. Tomás trabajó toda
su vida de teólogo en este proyecto: al servicio de la promoción del
hombre cristiano en plenitud. Su contribución al humanismo cristiano
en esta obra no tiene par en la Historia.
¿Dónde encontrar forjadores de la nueva Humanidad? No hay hombre sin
padres y sin maestros. La vida viene del viviente. Frente al aislado
homo sapiens, o al dominador homo faber, el secreto del humanismo está
en la forja del homo prudens, que hace al hombre bueno. Muy preciados
son los hombres sabios, muy útiles son los técnicos, pero más
necesarios son los hombres buenos. El humanismo de Tomás se condensa
en el itinerario de las virtudes, y tiene dos columnas sobre las
cuales se edifica: la prudencia y la caridad. Él ha entendido muy
bien que el camino de las virtudes morales no es sólo de los
comportamientos más o menos correctos, es el camino del ser y de la
verdad del hombre.
Entre los muchos y muy notables estudiosos de Tomás, es justo evocar
tres que han tenido la audacia de desvelar esta doctrina de Tomás un
tanto contra corriente: Santiago Ramírez, coloso comentador de la
moral tomista, Joseph Pieper, el humanista de las virtudes
fundamentales, y Alasdair McIntyre, que ha sacudido la cultura
superficial con su obra After Virtue! El humanismo cristiano lo
encarnan los hombres buenos, de modo especial los santos. El
itinerarium hominis tomista es el del futuro del hombre virtuoso, con
su dignidad y esplendor de la imago Dei.
Fray Abelardo