|
Siempre
he sostenido, siguiendo a Mannheim, que solamente la vivencia de
experiencias compartidas puede dar lugar a situaciones generacionales.
En el tema del alcoholismo juvenil habría que tener en cuenta, al
menos, estas vivencias compartidas: l Una adolescentización y aceptación
del modo de ser adolescente por la sociedad adulta, pese al discurso,
formalmente tematizado, en sentido contrario. l La sociedad española ha
aceptado la fractura social del tiempo que, si bien no es de nuestros días,
en los últimos 20 años –desde la movida madrileña hasta la
institucionalización del botellón pasando por la ruta del bakalao–
ha adquirido caracteres diferenciales y prácticamente únicos en
Europa. Hay un tiempo normativo, el de los días laborables o de
estudio, y un tiempo de fiesta, pretendidamente no normativo, cuando en
realidad es un traslado de la normativa vertical de padres a hijos, o de
profesores a alumnos, a otra horizontal entre pares que puede ser aún más
férrea. l Un análisis de las revistas que
leen los jóvenes, programas de televisión que ven, conciertos a los
que asisten, etc. nos dice bien a las claras que sus referentes
musicales son, en gran medida, grandes consumidores de alcohol. En los
programas de televisión de gran audiencia, la asociación jóvenes,
fiesta, gran consumo de alcohol –Me puse morado, etc.–, y a veces no
sólo de alcohol, se da por supuesto, cuando no se magnifica, hasta tal
punto que el no consumidor queda como un raro o un aburrido. l Muchas
familias están desbordadas e incapaces de entender lo que sucede. La
mayoría reacciona, sea crispándose, impidiendo de hecho toda
comunicación en la familia; sea tirando la toalla, de tal suerte que de
familia no queda más que el nombre. (Me extiendo en este punto en mi
trabajo: El silencio de los adolescentes. Lo que no cuentan a sus
padres. Ed. Temas de Hoy). l Aunque en un orden de importancia
aparentemente menor, creo necesario señalar la exclusión social que
sufren los jóvenes varones en su acceso a un seguro para conducir un
coche hasta cumplir los 25 años. Resulta difícil trasladarles
principios de cumplimiento de las normas sociales, de mantener
comportamientos cívicos y responsables cuando, socialmente, se les
margina en algo que es tan vital para ellos en esas edades.
Fenomenología de la fiesta
Hay una rutinización y ritualización del beber adolescente
y joven. Es rutina, pues cada joven y cada joven en su grupo, con
modalidades diferentes en su etapa juvenil, lo acepta como banal, como
evidente. Se hace lo que se hace porque se hace así entre los suyos.
Es ritual y ritual iniciático, o de paso de una situación a otra, de
un momento de su vida a otro. Incluso el consumo de determinados
productos puede adoptar signo y significado de autonomía. Así como en
nuestra generación subir al monte o encerrarse en el baño a fumar los
primeros cigarrillos fue indicador del paso de la infancia a la
juventud, hoy esta situación se ha trasladado a la primera borrachera o
al primer canuto... Además hoy, mientras el cigarrillo está
socialmente mal visto, del consumo de cannabis se hace una lectura
incluso beneficiosa por más de una persona o colectivos, socialmente
influyentes. Y la correlación entre consumo de marihuana y abuso de
alcohol está bien demostrada.
En fin, la autonomía buscada en realidad solamente es tal autonomía,
si lo es, en el interior del grupo de pares. En realidad estamos ante
una forma de identificación e inserción en un grupo. Se bebe, en no
pocos casos, incluso aunque no apetezca beber, pues se trata de no ser o
parecer raro, para no quedar descolgado de la marcha del grupo, como
necesidad para integrarse en el grupo. El alcohol forma parte de su
vida, y de la de sus padres y de la sociedad en la que vive, y es
considerado indispensable en toda fiesta. ¿No se cierran, precisamente
durante las fiestas, los bares y demás locales expendedores de alcohol
todavía algunas horas más tarde, precisamente porque son fiestas? ¿Con
qué lógica se le va a pedir al joven que no lo consuma, cuando todo
está dispuesto para consumir más y más? Es la confluencia de la
sociedad en la que vive, la aceptación más o menos resignada de sus
padres, y la presión horizontal de su grupo de amigos la que está detrás
de unos hábitos y de unos modos nefastos de diversión. Se habla mucho
últimamente de la importancia de los valores, de la educación en
valores, de la necesidad de transmitir (buenos) valores a las nuevas
generaciones. No diré aquí lo contrario cuando tanto he escrito sobre
ese tema y en la dirección señalada. Pero quisiera trasladar aquí dos
contradicciones, dos dobles morales, tanto en el conjunto de la sociedad
como en los sistemas de valores juveniles.
El mundo adulto vive, en su sistema de valores, una disociación entre
los valores socialmente propugnados (defensa de los derechos humanos,
tolerancia, solidaridad etc.) y los real y personalmente perseguidos (búsqueda
de bienestar, éxito social, seguridad, diversión, mantenerse y ser, o
parecer, joven). Así ante los consumos abusivos de alcohol y drogas en
los jóvenes se mueven entre el alarmismo de las consecuencias que
conlleva (accidentes de tráfico, embarazos no deseados, molestias a los
vecinos etc.), al par que miran con cierta envidia el modo de diversión
de los adolescentes que imaginan (erróneamente, y se puede probar) el
colmo de la felicidad, que además es cosa de jóvenes, y ya se sabe cómo
es la juventud, ésa que nosotros no tuvimos, desgraciadamente...
Esta doble moral también se da entre los jóvenes. Un rasgo central de
los jóvenes es el de su implicación distanciada respecto de los
problemas y de las causas que dicen defender. Incluso en temas frente a
los cuales son adalides, como el ecologismo y el respeto por la
naturaleza, por señalar un caso paradigmático. En este orden de cosas,
en la utilización del tiempo libre durante los fines de semana, el
problema mayor no está (aunque también) en la ingesta abusiva y
compulsiva de alcohol y otras drogas, con las consecuencias sabidas,
sino en una especie de autismo social, aderezado de fusión orgiástica
de pares, que los deja tirados al día siguiente e incapacitados para
hacer algo de lo que dicen que es fundamental en la vida y que solamente
puede llevarse a cabo en condiciones físicas aceptables y durante las
horas diurnas. Por eso he insistido, repetidas veces, que en los
actuales jóvenes hay un hiato, una falla, entre los valores finalistas
y los valores instrumentales: los actuales jóvenes invierten afectiva y
racionalmente en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia, ecología,
exigencia de lealtad etc.) a la par que presentan, sin embargo, grandes
fallas en los valores instrumentales, sin los cuales todo lo anterior
corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Me refiero a los
déficit que presentan en valores tales como el esfuerzo, la
autorresponsabilidad, el compromiso, la participación, la abnegación
–que ni saben lo que es–, la aceptación del límite como baliza de
comportamiento, el trabajo bien hecho, etc.
Concluí mi ponencia en el reciente Congreso Jóvenes, noche y alcohol,
organizado por la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre
Drogas, avanzando, entre otras, estas dos ideas. La necesidad de una política
finalista, cuyo objetivo sea la integración social de la juventud, lo
que exige que, en un plazo razonable de tiempo, los jóvenes disfruten
de su tiempo libre en horas no tan avanzadas de la noche, asemejándose
en ello al resto de la juventud europea –también latina–, dejando
al baúl de los malos recuerdos la excepción española en este punto.
Ciertamente hay que educar en valores, sí. Pero no basta con insistir
en la educación en valores finalistas o ideales, sino también en los
valores instrumentales y operativos, sin los cuales los primeros no
pasan de ser un brindis al sol. Eso sí, brindis tan políticamente
correcto cuan socialmente inoperante e individualmente narcotizante.
Javier
Elzo
Catedrático de Sociología
Universidad de Deusto
|
Es
sábado por la noche y el hospital permanece tranquilo, aunque
por poco tiempo. Los amigos de Rubén lo traen a urgencias
porque se ha excedido bebiendo. Ha llegado un poco lejos. Todo
empezó a las 10 de la noche. Sus amigos habían observado cómo
se iban vaciando los vasos sucesivos de la mezcla de vino con
coca-cola, que habían preparado. Le advirtieron: «Te estás
pasando», a lo que contestaba: «Dejadme, todavía controlo».
Reía, miraba sin saber dónde y se tambaleaba, hasta que por
fin se desplomó. El golpe fuerte lo recibió en la cabeza.
Tenía una gran herida en la parte posterior de la misma, de
la que manaba abundante sangre. Sus amigos le llamaron varias
veces zarandeándolo y no respondía. En una ocasión había
abierto los ojos para vomitar el calimocho. Y después cayó
en el silencio de la inconsciencia. Lo condujeron rápidamente
a urgencias. Los médicos que lo atendimos comprobamos el
estado de embriaguez del muchacho. Observamos cómo era
incapaz de mover el lado derecho y,tras realizarle una
radiografía de la cabeza (scanner), diagnosticamos un gran coágulo
en el cerebro que había que operar inmediatamente.
|
|
Son
las seis de la mañana. El equipo de urgencias que está esa
noche trabajando tiene que atender a dos pacientes de un
accidente de tráfico, producido en una carretera comarcal. Iban
a excesiva velocidad. El coche se ha salido de la carretera y se
ha estrellado contra un árbol. Iván era el que conducía. Tenía
un fractura de la pierna. Olía a alcohol. Estaba ligeramente
contento, desinhibido. No era consciente de la tragedia que se
había producido. ¿Qué pasará cuando despierte del sueño
dulce y compruebe que sus dos mejores amigos han muerto en el
accidente?
El alcohol es la droga más consumida en nuestro entorno
sociocultural, de la que más se abusa, objeto de una gran
tolerancia social. Según el Observatorio español sobre drogas,
estamos asistiendo a una mayor penetración social del uso de
alcohol con una reducción de los consumos habituales. Los
adultos consumen de forma más regular durante la semana (vino y
cerveza) y, aunque su conducta no genere alarma social, son los
que capitalizan la mayor parte de los problemas derivados del
abuso del alcohol. Por lo que respecta al sector juvenil, los
adolescentes han pasado de la cultura de la litrona de los años
80 al patrón nórdico de los 90 (consumo en atracones de fin de
semana). Los adolescentes son, sobre todo, consumidores de fines
de semana y días festivos. El lugar de consumo de alcohol es la
calle, en sitios de diversión, en compañía de compañeros de
grupo, fuera del ámbito del hogar, y en algunos casos conlleva
la iniciación al consumo de otras sustancias perjudiciales como
el tabaco, hachís, marihuana, cocaína, heroína o drogas sintéticas.
La edad media del primer consumo de alcohol está en los 13 años.
Para el comienzo del consumo semanal es de 14 años. Los jóvenes
de 20 a 24 años son los que con mayor frecuencia se
emborrachan. Entre quienes han bebido alcohol durante el último
año, la mitad de los chicos de esa edad y un tercio de las
chicas se han emborrachado al menos.
El alcohol es la droga que más problemas sociales y sanitarios
causa: accidentes de tráfico y laborales, malos tratos,
problemas de salud, etc. La asociación de alcohol y traumatismo
ha sido una constante a lo largo de la Historia. Numerosos
estudios citan cifras variadas, pero siempre significativas,
observando la asociación y el impacto de la intoxicación alcohólica
sobre las lesiones traumáticas y la mortalidad. Varios autores
coinciden en que del 40% al 50% de los accidentes mortales de tráfico
están asociados con intoxicación alcohólica. La intoxicación
alcohólica aguda comparte muchas características clínicas con
otros agentes sedativos-hipnóticos, ya que sus efectos
primarios están en el sistema nervioso central. Con
concentraciones bajas en sangre se puede observar euforia y
desinhibición. Puede haber habla mal articulada, percepción
alterada del medio ambiente, alteración del juicio, marcha
tambaleante, incoordinación. Con concentraciones mayores puede
ocurrir un comportamiento combativo y destructivo. A niveles aún
mayores esto puede ir seguido de somnolencia y de depresión
respiratoria. En general los problemas asociados al consumo de
alcohol en la adolescencia están en relación con la intoxicación
aguda, que suele ser más grave que en los adultos, los
accidentes de tráfico, que en general se concentran los fines
de semana, en las dificultades escolares por amnesias y
disminución del rendimiento escolar, trastornos de conducta y
comportamiento antisocial, fácil irritabilidad, rebeldías,
conductas impulsivas, implicaciones en delitos violentos, y
mayor número de tentativas de suicidio. El alcohol, al ser tóxico,
es nocivo para todos los órganos del cuerpo, aunque los
adolescentes pueden estar libres de los efectos crónicos que se
derivan del consumo.
No podemos olvidar la industria del alcohol con campañas que
promueven su consumo como parte de la vida social. Las campañas
están diseñadas con objeto de asociar el uso del alcohol con
experiencias deseables. Impulsar la prevención en edades
tempranas debe ser objetivo urgente y prioritario en la escuela,
en la familia y en la sociedad, promoviendo actitudes críticas
en los adolescentes frente a modelos socialmente aceptados, así
como potenciar valores de ocio no relacionados con el alcohol.
Ana Isabel Gallardo Martín
Especialista en Medicina familiar y comunitaria |
|