Sofonías: la esperanza está en los pobres

José L. Caravias S.I.

Siguiendo esta serie de artículos sobre los profetas bíblicos y el reflejo de actualidad de su mensaje, dediquémosle hoy un poco de nuestra atención a un profeta casi desconocido, pero muy importante, ya que él dio un paso nuevo en el proceso de revelación: es la primera vez que se dice en la Biblia que la esperanza del futuro está en los pobres.

Más o menos cincuenta años después de las profecías de Miqueas e Isaías, a mitad del siglo VII antes de Cristo, comenzó a actuar Sofonías en Judá. Como para la Biblia lo importante es la Palabra de Dios que dice el profeta, y no tanto su vida personal, sabemos pocas cosas de este profeta.

Sofonías coincide con los profetas anteriores en una visión negativa de la sociedad de su tiempo. Constata la explotación de los poderosos (1,8s; 3, 1-4), junto con la obsesión por el comercio (1, 10s) y la confianza en la riqueza (1, 12s), que han convertido a Jerusalén en una ciudad 'rebelde, manchada y opresora' (3, 1).

A la lista habitual de responsables: autoridades (1, 8; 3,3), jueces (3,3), sacerdotes (3, 4; 1, 9), falsos profetas (3, 4), añade un grupo nuevo, el de "los hijos del rey'" (1, 8)... Poco a poco se va rompiendo el miedo a denunciar a la realeza del reino del sur, Judá; Sofonías da un paso adelante preparando la dura acusación de Jeremías contra el rey Joaquín, sucesor de Josías.

Veamos algunas de sus palabras: "Castigaré a los ministros, a los hijos del rey y a todos los que visten a la moda extranjera" (1, 8). "Ha desaparecido toda esa gentuza de comerciantes, han sido eliminados todos los que contaban la plata" (1, 11). "Si construyen casas, no las ocuparán; si plantan viñas, no probarán su vino" (1, 13).

¿A quién se refiere esta amenaza? Ciertamente no se refiere a los campesinos, endeudados, ya sin tierras, sin viñas, sin casas, sin nada. Para ellos la Palabra es otra: "Busquen a Yavé todos ustedes, los pobres del país, que cumplen sus mandatos, practiquen la justicia y sean humildes, y así tal vez encontrarán refugio el día en que Yavé venga a buscarlos" (2,3).

"De en medio de ti yo arrancaré a aquellos que se jactan de su orgullo y tú no seguirás vanagloriándote de mi montaña santa. Dejaré subsistir dentro de ti a un pueblo humilde y pobre, que buscará refugio sólo en Dios" (3,11s). "Grita de gozo, hija de Sión, y regocíjate, gente de Israel... Contigo está Yavé, rey de Israel... No tengas ningún miedo, ni te tiemblen las manos. Yavé, tu Dios, está en medio de ti como un héroe que salva... Ahora me enfrento con todos tus opresores; ese día, salvaré a la oveja coja y llevaré al corral a la perdida... Los traeré a este lugar y los reuniré..." (3,14-20).

Como ya hemos dicho, la mayor novedad de Sofonías es que pone a los pobres de la tierra como base de la nueva comunidad del futuro. Se trata de ese "pueblo humilde y pobre, que busca refugio sólo en Dios" (3, 12). Con esto deja abierto el camino hacia las bienaventuranzas de Jesús. Isaías fundamentaba la justicia futura en nuevas autoridades responsables; Sofonías la fundamenta en el "pueblo humilde y pobre". Estaban cansados y decepcionados de esperar un futuro mejor a base de depositar su confianza en nuevas autoridades responsables; Sofonías les dice que ése no es el camino: la esperanza hay que apoyarla en la gente sencilla y honrada del pueblo, en ésos que no tienen nada que perder y por ello ponen su confianza sólo en Dios.

 

 

 

¿En quién poner la esperanza?

El descubrimiento de Sofonías

José L. Caravias S. J.

En estos dos meses, en el barrio popular donde vivo, y en otros que he visitado, he palpado cómo se ha apagado el fervor político. Se ha extendido, como capa de aceite negro, un callado ambiente de desánimo y pesimismo, como de luto. Hervía el entusiasmo antes de las elecciones. En muchas personas, especialmente entre los jóvenes, brillaba en sus ojos un horizonte nuevo. Pero la noche de las elecciones una pesada loza comenzó a aplastar y a pulverizar la esperanza. En muchos ambientes, ni siquiera los colorados se atrevieron a festejar. La luz de algo nuevo quedó sofocada y volvió la obscuridad, chata y opaca, como siempre.

La angustia se atenazaban en muchas gargantas en la noche del 9 de mayo. ¿Por qué, Señor? ¿Que le pasa a nuestro pueblo? ¿Por qué tanta falta de conciencia? ¿Habrá que seguir aguantando las mismas inmoralidades y arbitrariedades de siempre? ¡Tantas esperanzas frustradas!

En varios cursillos bíblicos que he tenido en estas semanas en diversos puntos del país, enseguida ha surgido el interrogante: ¿Ante esta frustración que sentimos, podría darnos alguna luz la Palabra de Dios? Las quejas de la gente me recordaron enseguida al profeta Habacuc; y algo de respuesta a su búsqueda creí poder encontrar en Sofonías. Y así lo hemos reflexionado…

El profeta Habacuc nos ha animado a exteriorizar con sinceridad ante Dios todo lo que nos duele y no comprendemos. Este profeta sabía derramar ante Dios sus angustias, especialmente sus dudas ante la misma actuación de Dios en la Historia: "Hasta cuándo, Señor, te pediré socorro sin que tú me hagas caso, y te denunciaré que hay violencia si que tú me liberes? ¿Por qué me obligas a ver la injusticia y te quedas mirando la opresión?" (Hab 1,2-4). Y más adelante añade: "Tienes tus ojos tan puros que no soportas el mal y no puedes ver la opresión. ¿Por qué, entonces, miras a los traidores y observas en silencio cómo el malvado se traga a otro más bueno que él?" (1,13).

Con el capítulo 1 de Habacuc en las manos nos hemos sentido animados a desahogarnos comunitariamente ante Dios. Le hemos dicho que "la Ley está sin fuerza" y que "no se ve más que derecho torcido" (1,4). Con dolor hemos explayado nuestro corazón detectando los síntomas purulentos de nuestra sociedad. Y hemos sentido que Dios nos comprende; se complace en la sinceridad de nuestros lamentos… Lo sentimos muy cercano, pero, al mismo tiempo, misterioso también…

Su palabra, tan clara y tan oscura, punza lo más íntimo de nuestro ser. Parece como si nos retara cariñosamente, invitándonos a esperar más a fondo y a mirar el horizonte más a lo lejos. La respuesta de Dios a nuestros angustiantes apuros se nos clava y nos escuece: "El ambicioso fracasará, pues nunca tendrá mi favor; el justo sí vivirá, por fiarse de mí"(2,4).

Dios mira la Historia a largo plazo, y con mano firme, sin apuro, la va llevando adelante. El recoge y acepta las quejas de los humanos. Nos da la razón. Por eso, en los versículos siguientes del libro de Habacuc, su denuncia y sus amenazas son aún más bravas que las del mismo profeta. Ahora es Dios mismo el que se queja y amenaza: "¡Ay del que amontona sin parar las cosas que son de otros…! ¡Ay del que levanta su casa con ganancias injustas…! ¡Ay del que construye una ciudad en base a sangre y funda un pueblo con medios injustos!… ¡Ay del que da de beber a sus vecinos, y les añade su veneno hasta embriagarlos…" (2,6-15). Esta clase de gente es, según Habacuc, la que a la larga no triunfará, pues no tiene a Dios con ellos.

El profeta se había quejado a Dios, y Dios se queja aún más duro que el profeta. El profeta se había desconcertado ante la injusticia reinante, y Dios le asegura que todo ello ha de acabar en nada.

Pero no basta con el consuelo del futuro fracaso de los injustos. El problema que se nos presenta ahora es el desánimo de muchas personas que ha luchado honradamente porque cambie la situación de este país y al final han visto truncadas sus esperanzas: ¿Por qué no hemos triunfado ¿En qué nos hemos equivocado?

Por supuesto que se dan mutitud de respuestas de diversos tipos. El fracaso de la oposición se puede analizar desde un punto de vista político, económico, sociológico, cultural, etc.; todos ellos respetables y aun complementarios. Pero en mi caso, estoy relatando experiencias concretas de cursos bíblicos populares y el camino concreto que hemos recorrido al buscar algún rayo de luz que pudiera darnos la Palabra de Dios.

En un primer momento habíamos recurrido a Habacuc para desahogarnos. Después llamamos a la puerta de Sofonías para ver si él nos podía aclarar un poco nuestro posible desenfoque. Y nos sentimos cómodos en casa de Sofonías. Su realidad había sido parecida a la nuestra. Nos contó que en su tiempo ellos había sufrido una larga noche de 55 años de sangrienta dictadura. Manasés se llamaba aquel gobernante, "que derramó sangre inocente en tal cantidad que llenó a Jerusalén de punta a punta" (2 Reyes 21,16). A su hijo Amón, que siguió la misma línea, a los dos años de reinado lo asesinaron los mismos oficiales de su ejército. Pero enseguida hubo un contragolpe de estado y se formó un gobierno civil provisorio, formado por la gente adinerada mas "honrada" del país. Ellos quería sinceramente que desapareciera la corrupción, pero que no cambiara nada esencial en la distribución social de la riqueza. Y para asegurarse la perseverancia del sistema eligieron como rey a un niño de ocho años, Josías, nieto del tirano Manasés (2 Reyes 21,19-24). En él pusieron todas sus esperanzas. Le dieron la mejor educación posible, como para que pudiera llegar a ser un buen rey. Por nada del mundo querían volver a la época de la corrupción y la violencia. Su ilusión era llegar a tener un buen gobernante, honrado y preparado, que los defendiera a todos ellos. Pero en sus planes no entraban de veras los pobres; éstos tenían que seguir, como siempre, abajo, sufriendo, aguantando, trabajando para ellos… ¡Ni pensar que el pueblo sencillo podía aportar algo importante a sus nuevos planes de gobierno!

Y aquí entra en acción el profeta Sofonías. Había, cierto, deseos de cambio y de honradez, pero con tal de que no se cambiara nada en serio. Se quería acabar con la corrupción y la violencia, pero sin que se tocaran para nada lo que tenían unos y lo que no tenían los otros.

Sofonías se da cuenta que por aquel camino no se iba a ninguna parte. Sólo daban un rodeo para volver a llegar al mismo sitio. La esperanza siempre se cifraba en llegar a tener "buenos" gobernantes, preparados, honrados y piadosos. Desde David, ése había sido el sueño de Judá. Pero siempre había fracasado. Del pueblo, en cambio, se esperaba muy poco. Ellos no tenían nada que aportar para el futuro de la nación.

Sofonías cambia de dirección su mirada y pone su corazón esperanzado justamente en los pobres. El piensa que de nada sirve que los de arriba aspiren a tener un buen gobierno, si el pueblo no es honrado, cree en sí mismo y activa sus valores. El no niega que hay que luchar por tener un buen gobierno; pero subraya con decisión que el trabajo principal lo ha de realizar el mismo pueblo.

Aunque él desenmascara abiertamente a la "gente sin vergüenza" (Sof 2,1) que presumen de salvadores de la nación, su acción se dirige directamente a los grupos populares, marginados, pero llenos de valores culturales y religiosos. Les incita a que busquen con sinceridad a Dios, se valoren a sí mismos y construyan desde sus propios valores una nueva sociedads:

"Busquen a Yavé, todos ustedes, los pobres del país, que cumplen sus mandatos; busquen la justicia, busquen la pobreza…" (Sof 1,3). Y añade un poco más adelante: "Dejaré subsistir dentro de ti a un pueblo humilde y pobre, que buscará refugio sólo en Dios" (3,12).

La esperanza para Sofonías no está en los poderosos, sino sólo en Dios, que se manifiesta a través de los pobres. Pero no cualquier tipo de pobre. Se trata de los pobres que cumplen los mandatos de Dios, esas familias populares con una gran fe en Dios y una gran dosis de actitudes de servicio. Ellos no adoran al dinero ni al poder. Viven decentemente de su trabajo, sin lujos, pero con dignidad radical. No son muchos, pero sí suficientes. Y en ellos deposita la esperanza del país.

Sofonías sigue describiéndolos: "Aquellos que queden de Israel no se portarán injustamente, ni dirán más mentiras. ni hallarán en su boca palabras engañosas" (3,13). No, no se trata de cualquier tipo de pobres. La esperanza del país se cifra para él en los grupos de pobres que no se dejan explotar, ni ellos a su vez cometen ningún tipo de injusticias; lo que ni se dejan engañar, ni engañan ellos a nadie.

Jeremías dice que lo más horroroso que le puede pasar a un país es que a los pobres les guste que les roben y les engañen (Jer 5,30-31). Sofonías pone la esperanza en los pobres que ni roban ni engañan a nadie.

No se trata, de ninguna manera, de resignarse a vivir en la miseria. El buscar la "pobreza" va en parangón con buscar la "justicia": y así precisamente es como se busca y se encuentra a Dios. Armonizar justicia y pobreza, en una digna austeridad, a la luz de Dios, es el ideal propuesto por el profeta.

Sofonías es el iniciador de la espiritualidad de los "Pobres de Yavé". Con él comienza una corriente que crecerá hondamente en lo más sano del pueblo judío hasta llegar a Jesús y sus bienaventuranzas.

Estos pobres, aunque a veces sufrieron estados de persecución y de miseria, buscaron siempre vivir en un cierto grado de prosperidad, de acuerdo a la dignidad que sentían que Dios les había dado. La "pobreza" querida y buscada por ellos está medida por la "justicia", según el proyecto amoroso de Dios. Nada de lujos innecesarios y esclavizantes…; nada a base de explotar o engañar a alguien. Pero sí vivir dignamente. Sofonías lo describe gráficamente: "Podrán alimentarse y descansar sin que nadie los moleste" (3,13). Han de buscar cubrir decentemente sus necesidades básicas, sin tener por ello demasiados graves problemas.

Este ideal es tan querido por Dios, que Sofonías siente cómo Dios goza al ver así a grupos de su pueblo: "El saltará de gozo al verte… Por ti lanzará gritos de alegría como en días de fiesta" (3,17-18).

Reflexionando estos textos con grupos de nuestro pueblo paraguayo nos hemos aclarado un poco y nos hemos animado mutuamente. Quizás nuestra esperanza la depositamos demasiado ingenuamente en los poderosos. Quizás nuestro sueño haya sido llegar a ser y vivir como ellos. Quizás nos hemos valorado poco a nosotros mismos… Puede ser que necesitemos penetrar más en nuestro propio corazón, apreciar más nuestras propias riquezas y ponerlas más al servicio del pueblo. Parece que debemos atizar más a fondo el rescoldo de nuestra fe en Dios para que se convierta en fuego, que dé calor, luz, ánimo…

Todavía existe un "Resto del Paraguay" que poniendo su esperanza sólo en Dios, busca en él la justicia y la pobreza, con dignidad, sin engañar ni explotar a nadie. En ellos está la esperanza de nuestra patria…