Un campesino denuncia a los acaparadores de tierras: Miqueas

José L. Caravias S.I.

Hoy vamos a hablar de otro profeta campesino, surgido a finales del siglo VIII a.C., llamado Miqueas. Su pueblo de origen, Morasti, le pone en contaco directo con los problemas de los pequeños agricultores, víctimas del latifundio, de los impuestos y las levas para trabajos forzados.

Morasti era una aldea situada a 35 Km. al suroeste de Jerusalén en medio de una cadena montañosa llamada Sefelá, llena de valles fértiles y riachos temporeros. Esta región era como una puerta de paso entre Judá y el desierto. Por allá se iba desde Egipto hacia Mesopotamia. Por eso era un lugar que actualmente se diría de "seguridad nacional".

Enseguida del comienzo de su actividad profética anuncia Miqueas que el Señor va a juzgar a las capitales de los dos reinos (Samaría y Jerusalén) por sus crímenes y pecados de idolatría. Se queja de los males que sufre el país. Y dice la causa: Los que tienen el poder en sus manos se están volviendo cada vez más dueños de la región (2,1-7). El acusa con claridad: "Ustedes son los enemigos de mi pueblo, pues le quitan su cobija al hombre bueno y tratan como si estuviera en guerra al que vive tranquilo" (2,8).

Los dueños del poder se sustentan con la carne y la sangre del pueblo. La belleza de la capital es construída con sangre de campesinos: "Escuchen, jefes de Jacob, señores de las tribus de Israel. ¿No deberían conocer lo que es justo? ¿Por qué, pues, odian el bien y aman el mal? Ustedes descueran vivos a los de mi pueblo y les arrancan la carne de sus huesos. Se comen la carne de mi pueblo, y parten sus huesos y los echan a la olla... Sión se ha edificado sobre sangre, y Jerusalén, en base a crímenes..." (3,1-3.10).

Vale la pena detenerse un poco en su acusación contra los acaparadores de tierras y casas (2,1-5).

En primer lugar denuncia el pecado: " ¡Ay de los que planean maldades e iniquidades en su camas! Al amanecer las ejecutan, porque pueden hacerlo. Codician campos y los roban, casas y las ocupan. Oprimen al varón con su familia, al hombre con su heredad" (2,1s). El profeta no se limita a decir lo que hacen; también da valor a lo que piensan y sienten.

Con ello hace notar que la codicia es el motor de toda la injusticia. También subraya la facilidad y rapidez con que pasan del pensamiento y deseo a la acción. La causa que facilita esta rapidez es "porque pueden hacerlo", ya que tienen el poder en sus manos. El profeta no se limita a denunciar el robo de los campos y casas; él ve tras los objetos a las personas, "el hombre con su familia", oprimidas por esos robos.

En segundo lugar, anuncio el castigo: "Por eso así dice el Señor: Miren, yo planeo una desgracia contra esta gente, de la que no podrán apartar el cuello, ni podrán caminar erguidos, porque será una hora funesta" (2,3). Aquí se expresa la relación entre pecado y castigo: la condena es respuesta de Dios, que reprime la injusticia y replica a quienes "traman el mal" , tramando también El su desgracia. Hay una relación entre los versículos 1 y 3, pero con una diferencia: los ricos en seguida ejecutan lo que traman, pero en el caso de Dios su acción no es inmediata.

En tercer lugar presenta el castigo visto por los latifundistas: "Aquel día entonarán contra ustedes una sátira, les cantarán una elegía: Estamos totalmente perdidos; cambia la propiedad de mi familia. ¿Cómo se atreve a arrebatármela? Distribuye nuestros campos al infiel" (v.4).

Y el castigo interpretado por Dios: "Ciertamente no tendrás quien te atribuya por sorteo un pedazo de tierra en la asamblea del Señor" (v.5).

La mayor novedad de Miqueas es presentar sucesivamente el punto de vista de los latifundistas y de Dios. Además las palabras de los opresores son cantadas irónicamente por los oprimidos. En él la afirmación principal, la última, que se refiere a la pérdida de los campos, es correspondencia exacta con el pecado cometido. Los latifundistas interpretan las pérdidas de las tierras como algo que:

a) Los destruye totalmente al quitarles su base económica; b) es una desgracia para todo el país; c) es una injusticia; d) beneficia a los infieles y apóstatas. Consideran su desgracia como una catástrofe nacional. Este modo de ver las cosas coincide con le modo de ver de otros latifundistas de nuestra época.

El versículo 5 habla de un reparto por sorteo dentro de "la asamblea del Señor". Según lo manda la ley, los campos vuelven a sus antiguos propietarios, a quienes los hacendados desprecian como "infieles". Dios ve las cosas de forma distinta. Lo que les ha sucedido no es una injusticia. Simplemente se trata de un reparto en beneficio de la comunidad. Al hablar de sorteo, el profeta anuncia un futuro mejor para los que han sido robados. Miqueas abre una puerta a la esperanza de los pobres hablando de un nuevo reparto del país. Detrás de él está la experiencia del sufrimiento y de la esperanza del pueblo...

Como todo profeta, Miqueas acaba llamando a la conversión: "Ya se te ha dicho, hombre, lo que es bueno y lo que el Señor te exige: Tan sólo que practiques la justicia , que sepas amar y te portes humildemente con tu Dios..." (6,8).