«El relativismo de las sectas me confundía; el mundo de la fragmentación entre los cristianos estaba mal»

Fernando Casanova, ex ministro evangélico que renunció a su secta para entrar a la Iglesia

Por Juliana Valencia / Especial para El Observador

 

¿Cuál es tu testimonio de conversión?

Yo nunca había sido católico. Fui criado en una secta evangélica conservadora pentecostal. Ésa era la religión de mis padres. Después de una adolescencia turbulenta decidí que tenía que volver a ese único cristianismo que conocía.

 

Después de eso me sentí llamado para trabajar en la obra del Señor. Estudié y fui ordenado como ministro licenciado de una denominación pentecostal en mi país [Puerto Rico]. Mi primera asignación pastoral fue como capellán de un  hospital; allí comencé a tener ciertos cuestionamientos de la gente que yo quería convertir. Me di cuenta de que era la palabra de ellos contra la mía, la palabra de las sectas contra la mía, la palabra de otras denominaciones protestantes contra la mía; me di cuenta de que todo el mundo se agarraba de la Escritura  para seleccionar textos y formar una doctrina, una idea o concepción. Yo sabía por la misma Biblia que eso estaba mal, que Jesucristo había instituido una sola Iglesia (Mateo 16,18) y que había dicho que las puertas del infierno no iban a prevalecer en contra de ella; por lo tanto, siempre ha habido una Iglesia y esa Iglesia había tenido que perseverar durante los últimos dos mil años siendo la misma y de manera visible; pero el relativismo de las sectas y las denominaciones evangélicas me confundían. El mundo de la fragmentación entre los cristianos estaba mal.

 

Todas las sectas arguyen estar inspiradas por el Espíritu Santo y todas dicen basarse en una misma Biblia; sin embargo, todas creen cosas diferentes, inclusive en doctrinas importantes como el Bautismo, la Cena del Señor, el Matrimonio, etc. Pero el Señor establece en el capitulo 19 de san Juan que era necesario que su Iglesia permaneciera unida para que mundo pudiera creer viendo esa unidad. Entonces para mí era importante que hubiera una sola Iglesia y que fuera visible.

 

¿Qué creen los pentecostales?

Creen que la Iglesia es invisible. No creen que haya un cuerpo de creyentes que puedan señalarse con el dedo y decir «ahí esta la Iglesia de Jesucristo». Creen que la verdadera Iglesia es conducida por el Espíritu Santo sin necesidad de jerarquía o dogmas. Pero la realidad da al traste con esa teoría, porque ellos tienen sus doctrinas y jerarquía en sus pastores, porque de otro modo no podrían conformar los grupos que tienen.

 

¿Cuál es para ellos el sentido de unidad?

Aunque parezca contradictorio, unidad fragmentaria. Es decir, ellos pertenecen a un grupo de denominaciones. Se ponen de acuerdo para celebrar algunos cultos, pero por lo general no trabajan juntos y se dividen por cuestión doctrinal o por gobierno. Por ejemplo, si a un pastor no le gustó el cambio de ministros que se llevó a cabo en cierta comunidad, se divorcia de esa comunidad y funda otra denominación.

 

¿Cuales actividades desempeñó usted como ministro pentecostal?

En el hospital secular trabajaba como ministro. También como pastor interino de una «Iglesia Evangélica Unida»; pero mi trabajo fuerte se concentraba en la enseñanza de la teología en el seminario de mi denominación en Puerto Rico.

 

Pero lo que me movió a la Iglesia católica no fue una reacción «en contra de», porque yo realmente no me quería hacer católico bajo ninguna circunstancia. Y, de hecho, yo resistí la influencia del Espíritu. Encontraba a la Iglesia católica en la Escritura: la Iglesia es una, es necesaria, es visible, y la Eucaristía es la presencia real de Nuestro Señor en los elementos del pan y del vino, la Confesión que fue instituida por Cristo, y el Bautismo. Todas estas doctrinas de la Iglesia tan importantes yo las fui descubriendo, pero no lo quería reconocer.

 

¿Entonces cómo fue esa reconciliación o diálogo con estos asuntos?

Fue bien difícil porque en un momento dado, el más triste de mi vida, me encontré viviendo como un verdadero hipócrita porque yo quería ejercer mi ministerio como pastor, predicando cosas que realmente yo no creía. Fue muy doloroso porque comencé a actuar torpemente en el ministerio y entonces, en un momento determinado, comencé a predicar sobre la Virgen María llamándole la atención a mis hermanos porque no estaba bien que nosotros no respetáramos a la Madre de Dios, a la Reina de la Iglesia, porque en la tradición judía la reina no es la esposa del rey sino su madre, y si Cristo es el Rey, Ella es la Reina. Ese tipo de cosas me fueron creando dificultades. Yo no veía estas cosas como catolicismo, sino como verdad bíblica.  En un momento dado traté de practicar, por ejemplo, la Eucaristía en mi secta, pensando que yo tenía el poder para convertir aquello en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Luego me di cuenta de que no.

 

¿Cómo descubrió esa realidad?

Fue traumático porque en una comunidad de mi denominación el que hacía de párroco iba a celebrar la cena del Señor y me invitó para presidir, y cuando yo estaba subiendo a la plataforma él empezó a describir que lo que realizaríamos a continuación no era lo que creía la Iglesia católica, sino un mero símbolo. En cuestión de segundos me di cuenta de que yo me encontraba en el lugar equivocado porque yo quería estar en la Iglesia donde no fuera un símbolo, sino una realidad. En ese momento di media vuelta y nunca más volví.

 

¿Implicó tu conversión traer otras almas a conocer las verdades de la Iglesia?

Sí. Hay personas interesadas que se han convertido. Lo que me duele es que hay otras, compañeros y pastores, que me han dado su respaldo diciendo que saben que estoy siguiendo la verdad, pues lo que he encontrado es cierto, y que ellos también lo han descubierto; pero cuando les pregunto si van a dar el paso me dicen que no pueden porque viven de ser pastores protestantes para sostener económicamente a sus familias.

 

¿Y cuáles son los obstáculos para la conversión de los laicos?

Muchos de ellos están recibiendo el llamada a la Iglesia, pero no se hacen católicos por tener una actitud discriminatoria para con la institución católica: «No voy a ella porque me cae mal y la he perseguido tanto...», y otros porque, simplemente, tienen temor del rompimiento con sus parejas.

 

¿Cómo fue el impacto de conversión en tu familia?

Fue duro porque toda mi familia era evangélica pentecostal. Mi país es pequeño y todo se sabe, y eso salió en televisión y fue escándalo para muchos. Por ejemplo, un día mi mamá fue a su secta y el predicador invitado habló  del ex pastor que se había convertido al paganismo porque se había vuelto católico.

 

El caso de mi esposa fue muy difícil porque ella era mucho mas anticatólica que yo. Ella me dejó. Estuvimos dos  meses separados.  Yo lloraba todos los días. Tenemos tres hijos y ella no me quería ver y no quería que le hablara a los niños. Un día en una capilla vi un Rosario; pensé: «Estos católicos dicen que el Rosario es una oración poderosísima y que Nuestra Madre del Cielo es una gran intercesora». Se me ocurrió tomarlo, pero con miedo, porque pensaba: «¿Y si ofendo al Señor?», pero luego de excusarme con Él me dirigí a la Madre por primera vez en la vida e hice ese Rosario sin saber siquiera cómo se reza. Yo hacía las Avemarías y me salían Padrenuestros, y viceversa. Le pedí a la Virgen dos cosas: la primera, que mi esposa y yo nos reconciliáramos; y la segunda, que mi esposa, mis hijos y yo entremos a la comunión plena de la Iglesia. Y dije ese rosario sin fe, con miedo de estar pecando, pero, ¿sabes algo?, esa misma tarde cuando llegué a mi casa me encontré a mi esposa esperándome. Me dijo: «Fernando, esto no puede seguir así, yo te amo», y nos reconciliamos.

Hace ya dos años entré por las puertas principales de la Catedral para ser admitido en la comunión plena de la Santa Iglesia Católica, con mis tres niños vestidos de blanco para ser bautizados, mi niña mayor para hacer su Primera Comunión, y mi esposa para hacer su Primera Comunión, para ser confirmada y para casarse conmigo. O sea que aquel día la Virgen María me concedió aquella segunda intención del Rosario mal dicho y con poca fe. Me di cuenta en aquel momento de que me había olvidado de mi Madre, pero ella nunca se olvidó de mí.