SÁBADO DE LA SEMANA 33ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 1M 6, 1-13

1-1.

Varios detalles del relato de la muerte de Antíoco Epifanes, perseguidor de los judíos, son ciertamente históricos.

Las biografías de este rey han relatado el recuerdo de los «pillajes de templos» que llevó a cabo para sacar a flote su tesoro. Su enfermedad y su muerte han sido interpretadas como un castigo divino. Nadie se ríe de Dios, impunemente.

-Al conocer las derrotas de sus ejércitos, quedó el rey consternado, presa de intensa agitación y cayó en cama, enfermo de pesadumbre.

¡Este es el perseguidor!

¡Este es el verdugo que sin escrúpulo ordenaba degollar a siete hijos en presencia de su madre! Hay una especie de sabiduría elemental popular que estima que el malo pagará su culpa. Esta actitud no es demasiado limpia, un sentimiento de venganza se mezcla en ella. Purifícanos, Señor.

Sin embargo, no podemos pedirte que no hagas justicia.

Que el misterio de tu misericordia se concilie con el de tu justicia.

-El rey sintió que iba a morir: llamó a sus amigos y les dijo: «Huye el sueño de mis ojos... He sido bueno y amado mientras fui poderoso... Pero ahora caigo en cuenta de los males que hice en Jerusalén.»

Esta es la misericordia de Dios.

El hombre malo paga su deuda, pero este pago lo purifica y hace que sea mejor.

¡Cuán emocionante es esa confesión del perseguidor!

¿Sabemos dar a todos una oportunidad de conversión, en lugar de encerrarles para siempre en su mal?

Danos, Señor, a nosotros también ser conscientes de nuestro mal. Pienso en los responsables de los juicios sumarísimos y de todos los campos de concentración.

Escucho la confesión de Antíoco.

-«Reconozco que por esta causa me han sobrevenido los males presentes y muero de profunda pesadumbre en tierra extraña.»

Es una especie de «confesión».

«Preparémonos a la celebración de la eucaristía RECONOCIENDO que somos pecadores.» Lo reconozco, Señor.

¡No nos agrada meditar sobre la «justicia» de Dios!

Somos, sin embargo, muy exigentes desde el punto de vista de la justicia, cuando se trata de nosotros, o de lo que nos atañe más directamente.

Jesús nos ha pedido no "juzgar" a los demás.

Pero en cambio nos pide que «nos» juzguemos a nosotros mismos. No se trata de condenar a cualquiera ni a fulminarle con la justicia de Dios: sería esto todo lo contrario al evangelio. Hay que desear la conversión de todos, incluso de los peores.

En cambio puede ser saludable ponernos, nosotros mismos, seriamente, frente a la justicia de Dios.

«Reconozco» que soy pecador, Señor.

Pero sé todo cuanto Tú has hecho para salvarnos. Y cuento con tu amor misericordioso.

Este es el sentido del Purgatorio.

Es inútil querer imaginar el Purgatorio como un «lugar».

Es más bien como «una maravillosa y última oportunidad dada» por Dios para una purificación total... para una toma de conciencia: reconozco que soy pecador, sáname.

Que las almas de los fieles difuntos descansen en paz.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 402 s.


1-2. /1M/06/01-17

Antíoco IV había hecho una expedición a Oriente para conseguir dinero (3,37) pero no pudo realizar su propósito. Conocedor del tesoro de un templo de Elimaida -que no era una ciudad, como dice el autor o al menos el traductor griego de nuestro libro, sino la región montañosa de Elam, al norte del golfo Pérsico-, intentó inútilmente apoderarse de él. De este hecho hablan también otros autores extrabíblicos, sin ponerse de acuerdo en el nombre del templo; 2 Mac 9, 2 lo pone en Persépolis. Durante el viaje de regreso a Babilonia le llegan noticias de los acontecimientos de Palestina; tampoco allí las cosas, ni militar ni políticamente, iban bien. El ejército había sufrido diversas derrotas y la helenización de Jerusalén había fracasado.

Nuestro autor, no sin exageración, hace de estas noticias la causa principal, si no la única, de que Antíoco IV Epífanes, al final de su vida, fuera más que antes "epimames" (loco). Siguiendo la costumbre de los historiadores de la época, antes de morir pone un discurso en boca del rey que es un examen de conciencia, reducido, sin embargo, a las ofensas hechas a los judíos, y que expresa la opinión judía que veía en la muerte del tirano un castigo divino. Esto mismo piensa Polibio, cambiando únicamente la divinidad; según él, fue la diosa a la que había intentado robar el tesoro quien le causó la muerte.

No sabemos el motivo por el cual la regencia, que había sido conferida a Lisias (3,33), pasa en el último momento a Filipo, el hermano de leche del rey, a quien da las insignias reales, símbolo de la autoridad. En el año 163 a. C., Lisias, sin embargo, probablemente para conservar la regencia, una vez enterado de la muerte de Antíoco IV en Persia, hace proclamar inmediatamente, en Antioquía, sucesor al hijo del rey, que tenía nueve años, dándole el nombre de Antíoco (V) Eupátor («de buen padre»).

Decíamos en otra ocasión que para e] autor de 1 Macabeos la historia no es un fin, sino un medio. En el texto de hoy lo comprobamos al ver cómo interpreta algunos acontecimientos y la falta de exactitud en otros. No quiere darnos una fotografía de lo que ha pasado, sino pintarnos un cuadro en el que resalta la visión religiosa de la historia. Visión que con frecuencia los hombres olvidamos.

J. ARAGONES LLEBARIA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 421 s.


2.- Ap 11, 4-12

2-1.

Quedan, en el Apocalipsis, pasajes muy oscuros de los cuales no tenemos todas las claves. Hay que contentarse, entonces, con una interpretación global.

-Mis dos testigos...

Los cristianos, en el mundo, tienen este papel: ¡ser testigos!

Testigo: es aquel que "dice lo que ha visto", lo que sabe.

El testigo ha tenido una experiencia, ha participado en un suceso y se compromete con él, se hace fiador. La cosa es a veces grave, cuando se trata de "un juicio". En tal caso se le pide que jure decir "toda la verdad y sólo la verdad".

La primera y única cualidad del "testigo" es ser fiel: no inventar nada.

Los que me miran vivir, al verme, ¿tienen ante sus ojos a un testigo fiel de Jesucristo? A través de mi modo de vivir, ¿se trasluce algo del rostro de Jesús?

-La Bestia que surja del Abismo les hará la guerra, los vencerá y los matará.

CR/TESTIGO: El término testigo es una traducción del término griego "martyr" de donde procede nuestra palabra "mártir". Es en la persecución cuando el testimonio resulta radical: un testigo es aquél que prefiere la muerte antes que hacer traición a la verdad. La época de san Juan, entre Nerón y Domiciano, era una época de persecuciones. Todo cristiano, al pedir el bautismo, sabía que podía llegar a tener que testimoniar con su sangre la elección de Cristo, que hacía al entrar en la Iglesia.

"La Bestia que surge del Abismo". Es el símbolo del Mal, personificado en Satán. El Apocalipsis abunda en escenas de este gran combate. Ya se trate de un gran Dragón, de una Serpiente, de Bestias... ¡que luchan contra Dios! Bajo la cobertura de su lenguaje simbólico, san Juan apuntaba al Imperio Romano, perseguidor, que, en su tiempo, representaba las fuerzas maléficas que trataban de oponerse a la Iglesia.

Pero, esta revelación es válida para todos los tiempos: el drama durará hasta el fin del mundo.

-Sus cadáveres yacerán en la plaza de la Gran Ciudad... Y los habitantes de la tierra se alegran y se regocijan felicitándose...

La opinión pública, en general, no era favorable a los cristianos. Se los tenía por gente aparte, gente que no quería hacer como todo el mundo, como unos ateos que rehusaban dar culto a los dioses oficiales, en particular a los emperadores.

-Pero, pasados los tres días y medio, un soplo de vida, procedente de Dios, los penetró y se pusieron de pie, y un gran espanto se apoderó de todos los que lo contemplaban.

Aquellos que han muerto, perseguidos, como Jesús... resucitan también como El.

En los días de mayor sufrimiento, en los días de "noche oscura" conviene recordar ese punto esencial de nuestra Fe. Señor, ayúdanos a creer. Que el misterio de Pascua esté constantemente presente a nuestra mente, para darnos la certeza de la victoria final de Dios.

-Y subieron al cielo en la nube.

Los cristianos, los testigos, están verdaderamente asociados a todo el destino de Jesús.

Como han "recibido la muerte", tienen también una resurrección, y una ascensión.

Señor Jesús, ayúdanos a vivir de tu vida.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 402 s.


2-2. /Ap/11/01-19

Este texto tiene dos partes bien definidas. Hasta el v 13 continúa, con el relato de los dos profetas, el largo paréntesis iniciado anteriormente. Después -vv 14-19- se canta la llegada del reino de Dios en una especie de final anticipado del Apocalipsis. Se cierra así la primera gran sección del libro, que habla de las señales del fin del mundo. Los vv 1-13 forman un fragmento difícil de interpretar, lleno de detalles (explícitos o implícitos) provenientes de lugares diversos: Antiguo Testamento, segunda sección del mismo Apocalipsis (cc 12-22) y la situación de la Iglesia en aquel tiempo.

Los dos profetas son llamados "los dos olivos" (v 4), porque han recibido una unción que los destina a la misión: "Son los dos hijos del óleo ( = ungidos) que sirven al Dueño de toda la tierra» (Zac 4,14). Es imposible determinar quiénes son estos dos testigos que anuncian el castigo de Dios. De todas formas, el poder que poseen los relaciona con Moisés (las plagas) y Elías (ascensión al cielo), personajes que están al lado de Jesús durante la transfiguración. El tiempo que ha de durar su testimonio es de tres años y medio ( = cuarenta y dos meses = mil doscientos sesenta días = media semana de años de Daniel), cifra convencional que indica un tiempo relativamente corto. NU/001260-DIAS NU/000042-MESES: Hay aquí, por lo demás, un resumen de las profecías que serán desglosadas en la segunda parte del libro. Hay que subrayar la medición del templo de Dios, símbolo de la Iglesia que goza de la protección divina, la aparición de la bestia y la velada alusión a la Jerusalén histórica, calificada con los nombres despectivos de «Sodoma» y «Egipto». Así, Juan prepara el título solemne de Jerusalén Nueva que llevará la Esposa del Cordero.

Finalmente, se dice también algo sobre la situación de las comunidades: su actividad profética (los dos testigos), la persecución dura que sufren y sufrirán..., el enfrentamiento violento en definitiva, entre la Iglesia y el Imperio, que culminará con la victoria de aquélla (imagen del aliento de Dios que hace retornar la vida). Además, al calificar la actividad profética de la Iglesia como difícil y no acogida por parte de los hombres, Juan subraya una constante histórica: siempre que la comunidad eclesial ha sido fiel al testimonio que debía dar, ha sido perseguida y menospreciada por los poderes de este mundo, porque su voz ponía en evidencia («eran el tormento»: v 10) la injusticia y la impiedad.

A pesar del anuncio que acompaña a la séptima trompeta no se describe ninguna venida del Señor a la tierra. Sólo un cántico potente de la corte celestial celebra la victoria «de nuestro Dios y de su Mesías» (v 15). La manifestación de su gloria (el templo, el arca, los fenómenos subsiguientes) y la realización de la alianza que perpetúa la presencia de Dios, clausuran grandiosamente el tiempo y la historia. «El que es y el que era» reina ya para siempre.

A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 598 s.


3.- Lc 20, 27-40

3-1.

Ver DOMINGO 32C 


3-2.

-Unos saduceos, -los que negaban la resurrección- se acercaron a Jesús.

Los saduceos formaban una especie de movimiento o asociación, de la que formaban parte las familias de la nobleza sacerdotal. Desde el punto de vista teológico eran conservadores... rechazaban toda evolución del judaísmo. Po ejemplo permanecían anclados en las viejas concepciones de los patriarcas que no creían en la resurrección... y no admitían algunos libros recientes de la Biblia, como el libro de Daniel.

-"Maestro, Moisés nos dio esta Ley: Si un hombre tiene un hermano casado que muere dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano... Resultó que eran siete hermanos... Pues bien, a la resurrección esa mujer ¿de quién será la esposa...?"

Para atacar la creencia en la resurrección, los Saduceos tratan de ridiculizarla ¡aportando una cuestión doctrinal que las Escuelas discutían! Quieren demostrar con ello que la resurrección no tiene ningún sentido.

Análogamente nosotros nos entretenemos también a veces en cuestiones insignificantes o insólitas que no tienen salida.

-Jesús responde: En esta vida los hombres y las mujeres se casan; en cambio los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección, no se casarán porque ya no pueden morir: Son como ángeles y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección.

Los judíos del tiempo de Jesús -los Fariseos en particular en oposición a los Saduceos- se representaban la vida de los resucitados como simple continuación de su vida terrestre.

Jesús, por una fórmula, de otra parte, bastante enigmática, no tiene ese mismo punto de vista: según El, en la resurrección hay un cambio radical. Opone «este mundo», y «el mundo futuro»... un mundo en el que la gente se muere y un mundo en el que no se muere más, y por lo tanto donde no es necesario engendrar nuevos seres.

-En cuanto a decir que los muertos deben resucitar, lo indicó el mismo Moisés... cuando llama al Señor: el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para El todos viven.

Para contestar a los Saduceos, Jesús se vale de uno de los libros de la Biblia más antiguos, cuya autenticidad reconocían. (Éxodo 3, 6).

Es la afirmación clara y neta de la certeza de la resurrección. Si Abraham, Isaac y Jacob estuviesen muertos definitivamente, esas fórmulas serían irrisorias.

Hay algo exultante en esa frase de Jesús: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen la vida por El».

Nuestros difuntos son unos «vivientes», viven «por Dios» .

Efectivamente, para tener esa fe, es preciso creer en Dios.

Es preciso creer que es Dios quien ha querido que existiésemos, quien nos ha dado la vida. Que es Dios quien ha inventado la maravilla de la «vida»; quien llama a la vida a todos los seres que El quiere ver vivos. Dios no desea encontrarse un día solamente ante cadáveres y cementerios.

¿De qué modo, en concreto, se realizará todo esto? Es preciso confiar. ¡Hay tantas maravillas inexplicadas en la creación!

-Intervinieron algunos escribas: «Bien dicho, Maestro». Porque no se atrevían a hacerle más preguntas.

Son unos doctores de la ley los que le rinden ese testimonio: lo que creemos los cristianos viene directamente, en prioridad, del pensamiento mismo de Jesús, el gran doctor.

Quiero creerte, Señor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 294 s.


3-3.

1. (Año I) 1 Macabeos 6,1-13

a) Acabamos la lectura de la historia de los Macabeos con el relato de la muerte de Antíoco, el impío rey que les había perseguido.

Es otro ejemplo de cómo en el AT los autores sagrados leían la historia desde la perspectiva de la fe. Aquí ponen en labios del mismo Antíoco, moribundo y abandonado de todos, unas confesiones que servirán de lección y escarmiento a todo aquél que quiera arrogarse el protagonismo, rebelándose contra la voluntad de Dios. Son palabras patéticas: "el sueño ha huido de mis ojos, me siento abrumado de pena... ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí... reconozco que por eso me han venido estas desgracias".

b) En la ruina de Antíoco seguramente intervinieron otros factores de ineptitud humana y estratégica. Pero también le pasó factura la arrogancia con que se portó con Dios y con todos los demás. Se cumple, una vez más, lo de que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". María de Nazaret lo dijo, en su Magnificat, precisamente hablando de la historia de su pueblo.

La lección no es sólo para los poderosos de la tierra que se han burlado de todos y se dedican al pillaje y la corrupción, para luego pagar las consecuencias. En nuestra vida personal, en una escala mucho más reducida, ¿no tenemos que pagar a veces nuestros propios caprichos, que, a la corta o a la larga, pasan factura?

Nos permitimos cosas fáciles y de resultados brillantes, pero que no van en la dirección justa, sino por caminos equivocados. No parece que pase nada. Pero luego vienen las consecuencias: sinsabor de boca, sensación de vaciedad, y el miedo a presentarnos delante de Dios con las manos vacías. Como decía Martín Descalzo, sería una lástima presentarnos delante de Dios con una cesta llena de nueces, pero todas vacías. Entonces ¿para qué hemos vivido?

Es una invitación a ir trabajando con perseverancia, con una fidelidad hecha de detalles pequeños pero llenos de amor. Sin buscar glorias falaces ni dejarnos llevar por nuestros caprichos. El que ha sido fiel en lo poco será premiado con mucho. Y podrá decir con serena alegría el salmo de hoy: "te doy gracias, Señor, de todo corazón, me alegro y exulto contigo... porque mis enemigos retrocedieron... reprendiste a los pueblos, destruiste al impío... los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron... y yo gozaré, Señor, de tu salvación".

1. (Año II) Apocalipsis 11,4-12

a) Los expertos no se ponen de acuerdo sobre quiénes son los "dos testigos", "los dos olivos", "las dos lámparas", a quienes se refiere el Apocalipsis en el enigmático pasaje de hoy. En la profecía de Zacarías (Za 4) se hablaba de dos olivos y dos ungidos, y parece que entonces se refería a dos personajes de la época: Josué y Zorobabel. Aquí no podemos saber a quién está aludiendo: ¿a Moisés y Elías, como en la escena de la transfiguración? ¿a Pedro y Pablo, sacrificados en Roma por Nerón pero luego glorificados en el recuerdo y el culto de la comunidad?

Lo importante es que la Bestia les declara la guerra. Las fuerzas del mal -en concreto, el emperador romano Domiciano- declaran guerra total e intentan destruir la comunidad de Cristo. El simbolismo sigue con los números, porque la muerte de los dos testigos, y por tanto el triunfo de los malvados, dura "tres días y medio", o sea, la mitad de siete, lo que equivale a decir un número imperfecto, no definitivo. Al cabo de esos días resurgen y triunfan delante de todos, animados de nuevo por la vida de Dios.

b) La lucha entre el bien y el mal sigue, aunque no sea con esas características tan espectaculares como a finales del siglo I.

A veces parece que prevalece el mal, pero es por poco tiempo. Van pasando los enemigos de Cristo y él sigue. Se suceden los imperios y las ideologías hostiles, pero la comunidad del Resucitado sigue viva, animada por su Espíritu. La Iglesia lleva dos mil años luchando contra el mal externo y el interno, sufriendo, muriendo y resucitando, como su Guía y Esposo Jesús, soportando con frecuencia -también ahora- persecuciones crueles y organizadas.

Nosotros, en nuestra vida personal, experimentamos esa misma historia dinámica, hecha de cruz y de vida, de fracasos y éxitos. A veces nos puede el mal. Pero el triunfador, Jesús, nos tiende su mano para volvernos a llenar de su fuerza vital. Esa mano tendida son su Palabra, sus Sacramentos, su Iglesia, su Gracia, su Espíritu. Para que nunca demos por perdida la guerra, sino que sigamos luchando para vencer al mal en nosotros y en torno nuestro.

La mejor fuerza y las mejores armas las tenemos en la Eucaristía que recibimos, en la que comulgamos con "el que quita el pecado del mundo". Ahí está "el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo".

2. Lucas 20,27-40

a) Se suele llamar "trampa saducea" a las preguntas que no están hechas con sincera voluntad de saber, sino para tender una "emboscada" para que el otro quede mal, responda lo que responda.

Los saduceos pertenecían a las clases altas de la sociedad. Eran liberales en algunos aspectos sociales -eran conciliadores con los romanos-, pero se mostraban muy conservadores en otros. Por ejemplo, de los libros del AT sólo aceptaban los libros del Pentateuco (la Torá), y no las tradiciones de los rabinos. No creían en la existencia de los ángeles y los demonios, y tampoco en la resurrección. Al contrario de los fariseos, que sí creían en todo esto y se oponían a la ocupación romana. Por tanto, no nos extraña que cuando Jesús confunde con su respuesta a los saduceos, unos letrados le aplauden: "bien dicho, Maestro".

El caso que los saduceos presentan a Jesús, un tanto extremado y ridículo, está basado en la "ley del levirato" (cf. Deuteronomio 25), por la que si una mujer queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casar con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano.

b) La respuesta de Jesús es un prodigio de habilidad en sortear trampas.

Lo primero que afirma es la resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos: Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de muertos, sino de vivos".

Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no tendrán fin.

Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a participar en la resurrección".

"Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, y yo gozaré, Señor, de tu salvación" (1ª lectura I)

"Un aliento de vida mandado por Dios entró en ellos, y se pusieron en pie" (1ª lectura Il)

"Los que sean juzgados dignos de la vida futura, son hijos de Dios y participan en la resurrección" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 310-313


3-4.

Ap 11, 4-12: Los símbolos de la vida en contienda con los símbolos de la muerte

Lc 20, 27-40: La repartición de las herencias

Lo que más preocupaba a los saduceos, que no creían en la resurrección, era la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades y a quién le correspondían las ventajas conyugales. Para ellos la vida humana, no existe más allá de las implicaciones económicas y legales de la historia. Con estas preocupaciones en mente, se acercan a Jesús y le piden la opinión sobre un problema hipotético. Problema que sólo revelaba una mentalidad demasiado cristalizada y sin espacio para la novedad.

Jesús, antes de responderles con una frase lapidaria, como era su costumbre, les advierte que la resurrección es un asunto abierto al futuro y no sólo atado al presente. La vida que Dios da a los justos va más allá de el aseguramiento de una propiedad o una finca. La resurrección es una vida nueva, completamente transformada por Dios.

Por esto, Jesús, con la frase "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos", les cuestiona la falsedad de su fe. Pues, los saduceos, con esta manera de pensar, evidenciaban que su confianza no estaba puesta en Dios, sino en la seguridad que ofrecen las cosas de este mundo. Una herencia, una propiedad, un pedazo de tierra era todo lo que ocupaba la mentalidad de los que se oponían a la resurrección. Pero, con esta manera de pensar, ¿para qué la resurrección?.

Este episodio afirma, una vez más, de qué manera la mentalidad de la época estaba atada al dios Manmón, al dios del dinero, del prestigio y del poder, y qué lejos estaba de las tradiciones populares que realmente servían al Dios vivo.

Jesús es muy claro en sus aseveraciones y con ellas pone en evidencia el enfrentamiento entre dos proyectos totalmente opuestos: de un lado el Dios de la Vida con su proyecto solidario; de la otra, el dios del dinero, con su proyecto mercantil. Jesús, entonces, se prepara a dar la lucha definitiva por su Padre, por el Dios que le ha dado la vida a los seres humanos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

¿Estáis preparando ya el domingo? Pues vamos a vivir intensamente el sábado. De verde, rojo o blanco. Sólo sábado, Santa María en sábado o San Clemente I o San Columbano.

La burla sobre el tema de la resurrección, que nos brindan lo saduceos en el texto de Lucas de hoy, abre la perspectiva de una nueva forma de imaginar la vida después de esta vida. Por supuesto, la novedad viene de Jesús. No se trata de una prolongación de esta vida. No se trata de conseguir una prórroga para remediar entuertos. La resurrección abre las puertas de una vida distinta. De una plenitud difícil de comprender, pero fácil de intuir. Una plenitud que nos hace creer en un Dios de vivos. Nuestro Dios destierra la ideología de la muerte, de cualquier muerte.

Estamos demasiado rodeados de muerte y, a veces, podemos engañarnos pensando que "no hay salida". No hay salida en la búsqueda de la paz. Gana la violencia. No hay salida en la instauración de la justicia. Es complicado desmantelar las estructuras de injusticia. No hay salida en el problema de la corrupción política. Todos son iguales. No hay salida en el deterioro ambiental. Y no nos interesa demasiado. No hay salida en la resolución del problema del hambre. Que siempre vemos en fotografías...

El Dios de Jesús nos impulsa a creer en la vida, a luchar por ella y a esperar en ella. Nuestro Dios es el Autor de "sí hay salida". Por eso nuestra Iglesia es un lugar de vivos. Por eso nuestra Iglesia anuncia al Dios Vivo. Y nuestra Iglesia tiene que responder al mismo test fidedigno que pasó su Señor: predicación, ignominia, muerte y resurrección. Igual que responden los dos testigos-profetas de la lectura del Apocalipsis. Decididamente tenemos que leer más al Autor de "sí hay salida" y creer, más todavía. Al final, la última palabra es del Dios de la vida. Y su palabra siempre es palabra de vida. Sí hay salida.

Que celebréis un gozoso domingo, después de un gozoso sábado. Nos encontraremos.

Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)


3-6. 2001

COMENTARIO 1

LA CASUÍSTICA TÍPICA DE UNA RELIGIÓN DE MUERTOS

Una vez que Jesús ha hecho enmudecer a los fariseos, los saduceos se envalentonan y tratan, también ellos, de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenece la mayoría de los sumos sacerdotes. Dentro del entramado social del judaísmo, son los portavoces de las grandes familias ricas, que viven y disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del pro­ducto de los sacrificios ofrecidos en el templo. El tesoro del templo, que ellos custodian y administran, venía a ser como la Banca nacional. No hay que confundirlos con la casta formada por los simples sacerdotes, muy numerosa y más bien pobre. A los saduceos no les interesa en absoluto que se hable de una retribución en la otra vida, puesto que ya se la han asegurado en la presente. Por eso Lucas precisa: «Los que niegan que haya resurrección» (20,27). Son unos materialistas dialécticos, pues contradicen la expectación farisea de una vida futura donde se realice el reino de Dios prometido a Israel. Quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús, que, en parte, coincide con la creencias de los fariseos sobre la resurrección de los justos (cf. 14,14), inventándose un caso irreal de una mujer que, conforme a la Ley del levirato, se ha casado sucesivamente con siete hermanos (Dt 25,5) por el hecho de haber muerto uno tras otro. ¿De quién sería mujer si existiese la resurrección de los muertos? Nos hallaríamos, arguyen insidiosamente, ante un caso flagrante de po­liandria.

La respuesta de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado del hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido, de los que han de construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo futuro, no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la pro­creación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel dis­tinto, propio de ángeles («serán como ángeles»), en el que dejarán de tener vigencia las limitaciones inherentes a la creación presen­te. No se trata, por tanto, de un estado parecido a seres extrate­rrestres o galácticos, sino a una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios» (20,36).

Por otro lado, apoya el hecho de la resurrección de los muer­tos en los mismos escritos de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos capciosos: «Y que resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos» (Lc 20,37-38). La pro­mesa hecha a los Patriarcas sigue vigente, de lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al Dios de los Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos («y Dios no lo es de muertos, sino de vivos»), tal y como hemos reducido frecuentemente el cristianis­mo. Los primeros cristianos eran tildados de ateos ('sin Dios') por la sociedad romana, porque no profesaban una religión ba­sada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos insensibles.


COMENTARIO 2

Muchas veces la memoria de nuestros muertos nos puede hacer olvidar nuestras tareas frente a los hombres y mujeres que viven a nuestro alrededor. A veces el llanto por nuestros difuntos nos lleva al olvido de los seres vivos.

La reafirmación de la fe en la resurrección, por el contrario, nos debe conducir a una conciencia solidaria que se expresa tanto hacia los muertos como hacia los vivientes. La fe en la resurreción se abrió paso en medio de las luchas por la independencia acontecida en tiempos de los Macabeos. Los hombres y mujeres que perdían la vida por el compromiso de Dios y de su causa no podían quedar excluídos de la participación de los bienes de Dios al final de los tiempos.

La ley del levirato debe ser entendida como expresión de esa solidaridad con los muertos y de su participación en los bienes futuros. En la respuesta de Jesús, se pone de relieve la amistad con los patriarcas del pueblo elegido. Su memoria en tiempos de Moisés de las generaciones sucesivas atestigua la presencia de la vida divina inextinguible para todos los que se colocan en el ámbito del influjo divino.

Dios como fuente de vida también para los muertos invita de este modo a un compromiso renovado con la vida desde la fe en la resurrección. La búsqueda de posesión, referida a bienes o a la propia familia, no puede asegurar la supervivencia propia. Esta sólo puede encontrarse gracias a la condición de la filiación divina y, gracias a ella, de la herencia del mundo nuevo y de su vida.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. 2002

En controversia con los saduceos acerca de la resurrección de los muertos, Jesús habla del Dios de la tradición bíblica como un Dios de vivos, "porque para él todos están vivos". Como es sabido, los saduceos y los fariseos mantenían posturas diferentes sobre la resurrección. Los saduceos -que, por cierto, aparecen aquí por vez primera en el evangelio de Lucas-, basándose en que en el AT prácticamente no se alude a ella, la negaban. Los fariseos, por el contrario, basándose en textos recientes del AT (cf Dn 12,1-3; S Mac 7,14), la afirmaban. Los saduceos quieren saber cómo aborda Jesús esta cuestión. Para ello eligen una vía indirecta: le preguntan primero sobre el levirato (es decir, sobre esa norma que preveía que un varón pudiera dar descendencia a su hermano muerto casándose con su viuda (cf Rut 4,1-12). Jesús resuelve el asunto de una manera inesperada. El relato lucano depende claramente de Marcos, aunque Lucas ha mejorado estilísticamente la redacción y ha hecho varias modificaciones. A la pregunta de los saduceos sobre de cuál de todos los sucesivos hermanos muertos será esposa la mujer, la primera respuesta de Jesús insiste en presentar el matrimonio como una institución de "esta vida", con el objetivo de propagarla. Pero en la "otra vida", cuando ésta ya no tenga fin, no será necesario el matrimonio. En apoyo de su tesis Jesús añade una argumento del AT (cf Ex 3,2) sobre la resurrección que Lucas convierte en argumento en favor de la inmortalidad.
La fe en "la otra vida" no cuenta con demasiados adeptos, incluso entre los creyentes. Las encuestas religiosas han demostrado que éste es uno de los artículos "duros" del credo. Curiosamente, en ciertos sectores se ha ido abriendo camino la idea budista de la reencarnación. Según ella, de acuerdo a como se haya vivido en el curso de la existencia precedente, se llegaría a vivir una nueva existencia más noble o más humilde. Y así repetidamente hasta lograr la purificación plena. En su carta sobre el tercer milenio, el mismo Juan Pablo II se hace eco de esta postura cada vez más difundida en Occidente. Después de reconocer que es una manifestación de que el ser humano no quiere resignarse a una muerte irrevocable, añade que "la revelación cristiana excluye la reencarnación, y habla de un cumplimiento que la peersona está llamada a realizarse en el curso de una única existencia sobre la tierra" (TMA 9).
Jesús nos ha enseñado a ver a Dios como un "Dios de vivos". Él quiere que disfrutemos del don de la vida. Ya en el siglo II, San Ireneo afirmaba que "la gloria de Dios es que el ser humano viva". Sobre cada ser humano que viene a este mundo, Dios pronuncia una palabra de amor irrevocable: "Yo quiero que tú vivas". La vida eterna es la culminación de este proyecto de Dios que ya disfrutamos en el presente. Por eso, todas las formas de muerte (la violencia, la tortura, la persecución, el hambre) son desfiguraciones de la voluntad de Dios.
La certeza de la vida eterna alimenta nuestro caminar diario con la esperanza: "La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios (TMA 46).

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. ACI DIGITAL 2003

28. Véase Deut. 25, 5.

33. Esta pregunta capciosa es la última que intentaron los enemigos de Jesús. Agotados ya todos los recursos de astucia y perfidia recurrirán a la violencia. Cf. Juan 9, 34 y nota: Ellos le respondieron diciendo: "En pecados naciste todo tú, ¿y nos vas a enseñar a nosotros?" Y lo echaron fuera. Una vez más los fariseos recurren al insulto, a falta de argumentos (cf. 8, 48) y ponen en práctica lo que tenían resuelto según el v. 22.

37. Véase Ex. 3, 6 y 15 s.


3-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Sábado 22 de noviembre de 2003
Cecilia , Felicitas

1 Mac 6, 1-13: Fin de Antíoco IV Epifanes el opresor
Salmo responsorial: 9, 2-4. 6.16.19
Lc 20, 27-40: "Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos"

Jesús está en Jerusalén y enseña al pueblo, pero las autoridades lo están continuamente acechando. Primero son los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos miembros del Sanedrín (20, 1-26) y luego los saduceos (20, 27-40) y los escribas (20, 41-47). En 20, 20 se nos da el clima que se respira en torno a Jesús: "Quedándose los sumos sacerdotes y escribas al acecho, le enviaron unos espías, que fingieran ser justos para sorprenderle en alguna palabra y poderle entregar al poder y autoridad del procurador". En todo momento quieren tomarle preso, pero no podían, por causa del pueblo que escuchaba admirado a Jesús.

Jesús se enfrenta con los saduceos. Es el único lugar donde aparece este grupo en Lc. Los saduceos constituían un partido aristocrático y conservador, siendo casi todos ellos de la casta sacerdotal, a la que dominaban. Negaban la vida en el más allá y sobre todo negaban la resurrección. Llegan donde Jesús con un caso contemplado por la ley, pero reducido ahora a lo ridículo y absurdo. Llama la atención la calma y dignidad de Jesús para contestarles. Jesús contesta más bien como un maestro sabio de la ley que como un profeta indignado y airado. Jesús cita las Escrituras como un buen rabino judío. En Mt 22, 29, a propósito de esta misma discusión, Jesús les responde con más dureza: "Están en un error por no entender las Escrituras y el Poder de Dios". Ésa era la situación exacta de los saduceos, que realmente no han entendido las Escrituras y no creen en el poder de Dios.

Jesús en la respuesta a los saduceos da testimonio de su fe en la vida futura y en la resurrección. Los que resucitan son solamente los que son dignos de la resurrección, es decir, se trata de la resurrección de los justos. Estos vivirán como ángeles y serán hijos de Dios. Aquí Jesús, al decir que serán como ángeles, no está negando la condición corporal de los resucitados. En primer lugar no sabemos cómo son los ángeles, pero aquí el acento está en que no morirán. Los santos son amigos de Dios. Dios es un Dios de vivos y no de muertos, por eso Dios nunca pierda a sus amigos, éstos están vivos para siempre.


3-10. DOMINICOS 2003

 Palabras de dolor y tristeza
Primer libro de los Macabeos 6, 1-13:
“En aquellos días, el rey Antíoco recorría las provincias del norte... Se fue a Elimaida, ciudad famosa por su riqueza en plata y oro..., que allí dejó Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia. Antíoco iba con intención de saquearla; pero no pudo hacerlo..,pues salieron a atacarlo... y tuvo que emprender viaje a Babilonia...

Entonces llegó a Persia un mensajero con la noticia de que también la expedición militar enviada contra Judea había fracasado... Y al oír estos informes el rey se asustó y tuvo una gran depresión... Así pasó muchos días, cada vez más deprimido, y pensó en que le venía la muerte...Y decía: Ya veis, muero en tristeza y en tierra extranjera”

En el libro se describe el final de la vida de Antíoco como momento de gran turbación interior, con remordimiento por su conducta para con Iarael y otros pueblos. Esto, a los ojos del autor sagrado, es justo castigo por sus inquidades.

Evangelio según san Lucas 20, 27-40 :
“Cierto día se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dijo que “si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, se case con la viuda y dé descendencia a su hermano... Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer...? Jesús les contestó: en esta vida, hombres y mujeres se casan..., pero en la vida futura no se casarán... Allí no pueden morir; son como ángeles”.

En la paz del Evangelio, en la cercanía al Señor, siempre se respira de otra forma que en las narraciones de guerras y derramamientos de sangre. Jesús habla a la profundidad del ser humano que es quien debe ‘convertirse a la verdad’. Y hoy la verdad profunda es que el ‘mañana en Dios’ no tiene nada que ver con este nuestro vivir en carne, pasiones, ambiciones materiales.


Momento de reflexión
¡Por mis males me han venido estas desgracias!
Esas palabras brotan de la conciencia del rey Antíoco, al final de sus días, según el relato del libro de los Macabeos. Cuando las pronunció su mente no descansaba y recreaba con tristeza su personal historia cargada de maldades.

La memoria le presentaba a la vez imágenes de triunfos, de derrotas, de profanaciones y burlas, y en él todo entraba en crisis.

El autor sagrado acentúa intencionadamente un detalle: “ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que allí había, y provocando con mis gentes el exterminio de los habitantes de Judea... Por eso me han venido estas desgracias”.

¿Será ése también el final de muchos enemigos de la humanidad que someten a hombres y pueblos a hambres, torturas, degradación humana, en nuestros mismos días?

El Dios de Abrahán no es Dios de muertos sino de vivos.
Jesús da muestras de enorme paciencia escuchando una y otra vez las impertinencias y burlas de los saduceos, sobre todo cuando le preguntan por la vida en el más allá, tras una resurrección en la que ellos mismos no creen.

Cuanto hemos de decir de la vida en el más allá –parece agregar Jesús- es que no se parece a la vida en el más acá que carga con el peso del cuerpo, concupiscencias e intereses. La vida en el más allá, que es una realidad fecunda para el hombre de fe, será vida de “cuerpos espirituales, incorruptibles, transparentes...”

Los matrimonios son para este mundo, y en él cumplen su misión; no son para el mundo nuevo que llegará espiritualizado. No es bueno que nos empeñemos en figurarnos cómo ha de ser nuestro futuro en Dios. Es mejor callar, hacer silencio, vivir en el Espíritu y perdernos en el misterio: seremos como ángeles.


3-11. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

La fe cristiana es una actitud humana compleja; implica varias dimensiones y desempeña diversas funciones. La fe es el fundamente de la esperanza: creemos y por eso esperamos. Y la esperanza es el horizonte de la fe. Esperamos y por eso creemos. La actitud creyente se basa en el testimonio de Dios; Dios mismo se comunica, nos habla. Antes de fijarnos en lo que Dios dice, es importantísimo caer en la cuenta de que Dios habla, de que da testimonio de si mismo, se dirige a nosotros, nos interpela. Es el Dios vivo y personal. Es el Dios de la historia. Su nombre lleva las huellas históricas: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, Dios de vivos. En él todos están vivos.

Jesús lee de una manera nueva la teofanía de la zarza. Descubre en ella una nueva revelación y sentido: la resurrección de los muertos. Así responde Jesús a la cuestión casuística de los saduceos. Ellos no admiten la resurrección de los muertos. Sus argumentos son pintorescos. La respuesta de Jesús insiste en la novedad de la resurrección. En la vida resucitada las relaciones son diferentes.

Además de este fundamento la fe cristiana tiene importantes funciones. Libera del miedo; libra de la autosuficiencia, del poder destructor de la ignorancia de Dios, del temor a la muerte. La fe en el Dios de vivos tiene fuerza en si misma para vencer el temor a la muerte; tiene luz para iluminar la oscuridad de la vida y de la muerte; tiene coraje para superar el miedo que nos paraliza; cura las heridas de las fracasos en la lucha por cambiar este mundo y convertirlo en reino de Dios. ¿Nos dan miedo los poderes de este mundo, especialmente, el poder de la muerte? Nuestra fe es fe en el Dios vivo y resucitador. No nos deja encerrarnos en lo finito e inmediato. Nos mantiene despiertos, enhiestos, con capacidad de lucha y de superación hacia el futuro. Tiene siempre una pregunta de más para nuestras respuestas.

La fe cristiana es confianza en el Dios que hace posible lo que parece imposible; que cumple sus promesas, a veces por caminos desconocidos para nosotros; que resucita a los muertos.

Vuestro hermano en la fe.

Bonifacio Fernández cmf. (boni@planalfa.es)


3-12. 2003

LECTURAS: 1MAC 6, 1-13; SAL 9; LC 20, 27-40

1Mac. 6, 1-13. La conciencia no puede dejar tranquilos a quienes hicieron el mal a los inocentes. Tal vez uno pueda dedicarse de un modo inconsciente a "disfrutar la vida" a costa de hacer sufrir a otras personas. Al final se volverán, incluso los sueños, contra uno mismo; más aún, la conciencia hará que el sueño desaparezca y que la vida se sienta oprimida por los atropellos cometidos, de tal forma que el nerviosismo, e incluso la locura, podrían afectar a esas mentes depravadas. En medio de todo, y a pesar de todo, Dios dará a esa persona una oportunidad a reconocer su propio pecado. Pero no puede quedarse ahí; si quiere que la salvación llegue a ella, debe pedir perdón, y Dios, rico en misericordia, tendrá compasión de él, pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si nos sabemos pecadores, sepamos pedir a Dios perdón a tiempo. Y pedir perdón no sólo consiste en confesar nuestros pecados, sino en iniciar un nuevo camino, con un nuevo rumbo, donde, guiados por el Espíritu Santo, dejemos de obrar el mal y pasemos haciendo el bien a todos.

Sal. 9. Dios está siempre a nuestro lado. Él es el Dios-con-nosotros. Y con Él a nuestro lado jamás temeremos aunque al abismo caigan los montes. Mientras estamos de camino por esta vida, Dios se nos manifiesta como Padre, lleno de amor, de ternura y de misericordia para con nosotros. Esperamos, al final de nuestra vida, encontrarlo así, para disfrutar de su presencia eternamente. No queramos, por nuestras malas obras y por nuestra falta de arrepentimiento, encontrarlo, al final, como juez, pues nos haría correr la misma suerte de los desleales. Vivamos como hijos suyos, sabiendo que Él jamás olvida al pobre, y que la esperanza del humilde jamás quedará defraudada.

Lc. 20, 27-40. ¿Qué caso tendría morir para revivir a una vida igual a la que hemos llevado en este mundo, y, más aún, complicada con todo lo que se hubiese convertido en un compromiso terreno? Nosotros, al final, no reviviremos; seremos resucitados, elevados como los ángeles e hijos de Dios. Entonces quedaremos libres del sufrimiento, del llanto, del dolor, de la muerte, y de todo lo que nos angustiaba aquí en la tierra. Ya no seremos dominados por nuestras pasiones; ni la sexualidad seguirá influyendo sobre nosotros. Quienes se hicieron una sola cosa, porque Dios los unió mediante el Sacramento del Matrimonio, gozarán eternamente del Señor en esa unidad que los hará vivir eternamente felices, en plenitud, ante Dios. Quienes unieron su vida al Señor y a su Iglesia, junto con esa Comunidad, por la que lucharon y se esforzaron con gran amor, vivirán eternamente felices ante su Dios y Padre. Quienes vivieron una soltería fecunda, tal vez incluso Consagrada al Señor, vivirán unidos a esa Iglesia, por la que renunciaron a todo para vivir con un corazón indiviso al Señor y un servicio amoroso a su Iglesia. Nuestra meta final es el Señor. Gozar de Él es nuestra vocación. No queramos trasladar a la eternidad las categorías terrenas, sino que, más bien, vivamos con amor y con una gran responsabilidad la misión que cada uno de nosotros tiene mientras peregrina, como hijo de Dios, por este mundo hasta llegar a gozar de los bienes definitivos que el mismo Dios quiere que sean nuestros eternamente.

El Señor nos ha llamado para fortalecer su unión con nosotros mediante la Eucaristía que estamos celebrando. El Señor es nuestro; y nosotros somos del Señor. Que su amor llegue en nosotros a su plenitud. Al recibir la Eucaristía no sólo recibimos un trozo de pan consagrado; recibimos al mismo Cristo que viene a hacerse uno con nosotros y a transformarnos de tal manera que, siendo uno con Él, Él transparente su vida llena de amor por todos a través nuestro. La Iglesia, así, se convierte en un Sacramento, signo de unión entre Dios y los hombres, y signo de unión de los hombres entre sí por el amor fraterno. Cristo ha dado su vida por nosotros, para que nosotros tengamos vida. Así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos, para que todos participemos de los dones de amor, de vida y de salvación que el Señor nos ofrece. Dios nos quiere tan santos como Él es santo. Mas no por eso nos quiere desligados del mundo; sino que más bien nos quiere en el mundo santificándolo y dándole su auténtica dimensión: no convertido en nuestro dios, sino en un espacio en el que vivimos comprometidos para convertirlo en una digna morada en la que, ya desde ahora, comienza a hacerse realidad el Reino de Dios entre nosotros.

Mientras vamos por el mundo, llevando una vida normal como la de todos los hombres, quienes creemos en Cristo no olvidamos que tenemos puesta la mirada en llegar a donde ya el Señor nos ha precedido. Por eso no podemos vivir como quienes no conocen a Dios. No podemos pasar la vida cometiendo atropellos o destruyendo a las personas. Dios nos llama no para que nos convirtamos en salteadores que roban los tesoros del amor, de la verdad y de la paz con que el mismo Señor ha enriquecido los corazones de sus hijos, que Él ha creado. Pues quien destruya el templo santo de Dios será destruido por el mismo Dios. El Señor nos ha llamado para que seamos consuelo de los tristes, socorro de los pobres y salvación para los pecadores. Cumplir con esta misión no es llevar adelante nuestros proyectos personales, sino el proyecto de amor y de salvación que Dios mismo ha confiado a su Iglesia. Por eso nunca vayamos a proclamar su Nombre sin antes habernos sentado a sus pies para escuchar su Palabra, y para pedirle la fortaleza de su Espíritu Santo para ser los primeros en vivir el Evangelio, y poder así proclamarlo desde la inspiración de Dios, y desde nuestra propia experiencia personal.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, ser testigos de su Evangelio, como discípulos fieles que saben escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica; amando a Dios y amando al prójimo; viviendo nuestra comunión con Dios y nuestra comunión con el prójimo para que el mundo crea. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-13. La resurrección de los muertos

Autor: P. Clemente González

Lucas 20, 27-40

En aquel tiempo se acercaron a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.

Jesús les dijo: Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.

Algunos de los escribas le dijeron: Maestro, has hablado bien.

Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.


Reflexión:

La resurrección era un tema controvertido entre los judíos. No había un dogma, por eso los saduceos no lo creían. Sin embargo, los fariseos estaban convencidos de esta doctrina. También San Pablo utilizará el argumento de la resurrección para poner a los fariseos de su parte cuando era juzgado por Ananías (Hechos de los apóstoles 23, 6-9).

Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos estilos de vida. Los que buscan la felicidad sólo en esta tierra y los que tienen los ojos puestos en la eternidad.

Pero vamos a detenernos en el punto que origina la discusión: ¿habrá matrimonios en el cielo? Interesante pregunta. Ello nos lleva a profundizar en el fin último del matrimonio.

Cuando un hombre y una mujer se casan movidos por un amor auténtico buscan, sobre todo, hacer feliz a la otra persona y formar una familia. Por eso no escatiman los detalles que pueden hacer la vida más agradable a la pareja: un beso, un regalo, una atención, unos momentos de diálogo íntimo... Pero, si realmente quieren darle lo mejor a la persona amada deben buscar lo que realmente le hará feliz, lo que va a colmar plenamente su corazón. No se quedarán en lo pasajero de esta vida, sino que querrán darle el Bien Máximo, es decir, a Dios. Es el mejor regalo que pueden hacerse unos esposos: procurar por todos los medios que la otra persona tenga a Dios. Porque Dios es el Bien mismo y la fuente de toda felicidad.


3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Ap 11, 4-12: Los dos testigos
Salmo responsorial: 143
Lc 20, 27-40: La resurrección de los muertos

Los saduceos se acercan a Jesús para interrogarlo sobre la resurrección de los muertos. Este grupo colaboraba frecuentemente con los romanos, estaba conformado por las familias burguesas de Jerusalén próximas al templo y eran muy conservadores en materia religiosa. Los saduceos negaban la resurrección basándose en la mayoría de los autores del Antiguo Testamento.

Los saduceos quieren aquí ridiculizar la resurrección de los muertos. Para ello aluden a la ley del levirato (Dt. 25, 5-10), por la cual el hermano de un difunto se casaba con su viuda para impedir que los bienes de la familia fuesen a parar fuera de ella y, además, dar descendencia a su hermano.

Ante la inquietud de los saduceos Jesús responde afirmando que la resurrección no es una simple continuación de la vida, sino una vida nueva y distinta, una vida de plenitud que difícilmente podemos comprender desde nuestras realidades cotidianas. El poder de Dios, que llama a los hombres de la muerte a la vida, transforma y asume la totalidad de la vida humana. El es el que asegura la continuidad entre nuestra vida terrena y la futura resurrección. Por eso nuestra capacidad de comprensión de este misterio es limitada.

Para probarle a los saduceos la resurrección, Jesús cita un texto de Ex. 3, 6 “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” ¿Qué significa eso si no que es Dios de vivos, no de muertos? Dios es un Dios de vivos, que se ha confirmado en la vida a Abraham, Isaac y Jacob; pero los Saduceos no creen en el poder de Dios para resucitar de la muerte. Y por eso, porque ni tienen ni idea de quién es el verdadero Dios, ni aceptan su Reinado, no tienen derecho ni autoridad para juzgar la práctica de Jesús; sus intereses prejuician su interpretación de la Escritura y eso los ha extraviado y les ha hecho perder el camino. Los maestros de la ley, que eran casi todos de tendencia farisaica, se alegran finalmente de que Jesús haya reducido al silencio a sus adversarios saduceos.


3-15.

Reflexión

Hoy conoceremos que la Resurrección de Jesús nos abre el paso a nuestra nueva vida resucitada. Podemos hacer vida la Palabra de Dios, a través de un compromiso de amor y alegría con los demás.

Estamos acostumbrados a ver la vida desde la perspectiva humana sin Dios. A todo le queremos dar una explicación humana, científica, técnica, y hemos dejado a un lado lo espiritual, lo sobrenatural de nuestra vida, pero hay cosas, como el sentido de muerte, que sólo se pueden explicar a nivel sobrenatural.

En todos los tiempos han existido personas que no quieren creer. Gente que no acepta la palabra de Dios con sencillez y confianza. Viene de Dios y así es, aunque yo no entienda. Se trata de personas que quieren entenderlo todo con su inteligencia. El mundo es muy complejo y nuestra cabeza sola no es capaz de alcanzar todo lo que implica. Mucho menos vamos a comprender cómo y por qué Dios ha hecho las cosas.

La fe, que nos ayuda a creer que es cierto lo que Dios nos dice, es un gran regalo que recibimos de Dios; pero nosotros tenemos la responsabilidad de cuidarlo y hacerlo dar frutos, porque también podemos rechazarlo y perderlo. La Virgen María es un gran ejemplo de sencillez, de confianza en Dios, de amor a Dios, de una gran fe entre otras cosas.

Muchas de las personas que no han sabido vivir en la fe, tratan de justificarse haciendo reflexiones rebuscadas y tratando de ponerle "trampas" a Dios. Esperan que la gente reconozca que ellos y no Dios, tienen la razón. Tal es el caso de estos saduceos que querían confundir a Jesús. Hay que tener cuidado cuando escuchemos a esas personas, porque hay muchos que nos pueden enredar con sus palabras y alejar de la fe, del camino que Dios ha elegido amorosamente para
nosotros.

Jesús no se enoja con los saduceos. Jesús los ama y les da una respuesta que les abre los ojos a la verdad y a la vida en Dios.

La Resurrección nos libra de la muerte. Los cristianos somos hijos de Dios, con un destino eterno, hijos de la Vida, hijos del Amor. Nuestra religión es de vida, es de amor. Se trata de comunicar esta vida, y así amar y prepararnos para la vida eterna.

"Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte(Cristo ) nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve la gracia de Dios a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos...así también nosotros vivamos una nueva vida. Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial, porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo." (CEC 654)

Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven. Dios es vida, no sólo es el Creador de todo cuanto existe. Si nosotros somos sus hijos, participamos de su misma vida, de su amor.

Nuestra Iglesia es, por tanto la Iglesia viva. Nuestra vivencia no debe limitarse sólo al cumplimiento frío de una serie de reglas y normas morales, sino que debe ser la misma vida y amor de Dios fluyendo por nuestras venas. Alguien que no ama, no se parece a Dios, no cumple con su misión, no vive realmente; porque Dios es Amor (1 Jn 4,8).

Acudir a la Eucaristía, a Dios vivo, nos hace partícipes del amor de Cristo a
nosotros.

¡Cuida tu fe!

Hoy en día se habla mucho acerca de lo que nos espera después de la muerte y se escuchan diferentes cosas: que vamos a reencarnar, que nos vamos a convertir en plantas, que nos vamos a encontrar perdidos en el universo, etc. Y se habla muy poco acerca de la gran felicidad y maravilla encontrarnos con Dios, nuestro Creador. Recuerden que los hombres morimos una sola vez y somos juzgados. Al final de los tiempos resucitarán los muertos (CEC 1022 y 1038). No hay reencarnación después de la muerte, no hay fusión con el universo. Sólo hay resurreción a la vida o muerte eterna. Pidamos a Dios que todos podamos alcanzar
el cielo.


3-16. Sábado 20 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: Estos dos profetas habían sido el azote de los habitantes de la tierra * No es Dios de muertos, sino de vivos .

1. Azote de la Tierra
1.1 Hemos comentado en otra ocasión sobre cuán estorboso resulta para el mundo el ministerio de los profetas. La palabra de Dios incomoda, talla, fustiga; y el motivo es sencillo: "todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas" (Jn 3,20). Este fastidio llega a convertirse en genuino odio, como lo muestra el caso de Juan Bautista, a quien Herodías "le tenía rencor y deseaba matarlo, pero no podía" (Mc 6,19), "porque Juan le decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano" (Mc 6,18).

1.2 Suena un poco extraño, entonces, pero debemos decir que un deber del predicador es producir escozor, incluso incomodar. No está en vano aquel versículo del Evangelio: "¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque de la misma manera trataban sus padres a los falsos profetas" (Lc 6,26). A esto se refería Pablo seguramente cuando dijo: "Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gál 1,10).

2. El destino de los amores de esta tierra
2.1 A modo de burla, los saduceos ridiculizan la creencia en la resurrección con una tonta historia de una mujer que se ha casado varias veces. Cristo toma el argumento no sólo para reafirmar la verdad de la resurrección sino para enseñarnos sobre el destino del amor humano.

2.2 La parte más impresionante de las palabras de Cristo, en mi concepto, es aquella forma de hablar: "no se casarán; pues ya no pueden morir" (Lc 20,36). Aquí hay algo muy profundo sobre la naturaleza del matrimonio. Ese "pues" está desde el texto griego. La razón por la que no hay matrimonio más allá de la muerte es porque tampoco hay más muerte en aquellos considerados dignos de la resurrección.

2.3 Es decir: el matrimonio es un remedio contra la muerte mientras no ha llegado a la muerte. Los que ya no pueden morir no necesitan de ese remedio; reciben la vida de la fuente de la vida, como los ángeles, y no a través de las expresiones mediadas de esa vida por vehículo del amor humano. Entonces el matrimonio es un modo de acercarse al amor fontal, al amor original que da la vida. Una vez que accedemos a ese amor en la resurrección, no cabe propiamente la mediación. Ya en el cielo todo es inmediato.


3-17.

Comentario: Rev. D. Ramon Corts i Blay (Barcelona, España)

«No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven»

Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.

Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).

Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).


3-18. La resurrección de los muertos

Autor: Misal Meditación

Reflexión

Los saduceos negaban la resurrección de los muertos y la existencia de los ángeles. En este evangelio quieren poner a prueba la habilidad de Jesús, intentando ridiculizarlo por medio de un ejemplo: una viuda sin hijos que sucesivamente contrae matrimonio con 7 hermanos. En la "supuesta resurrección" quién será el verdadero marido... Este grupo sectario, formado por aristócratas y sacerdotes, quizá desde el tiempo del rey David, desechaban la esperanza mesiánica y buscaban el poder político. De ahí su vinculación con los romanos y su enfrentamiento con los fariseos.

El fin biológico de la vida humana en un dato empírico. Cada día percibimos que muchas personas concluyen su existencia: hospitales, accidentes, ancianos, etc. Cuántos pensadores, filósofos, teólogos han intentado dar una respuesta a este enigma que atenaza a todo hombre. ¿Es un final o un principio?¿Nos espera el vacío o una vida diversa?¿Nos engullirá la aniquilación total o sufriremos una transformación? ¿Qué hay al final de este peregrinar doloroso y feliz de la vida? Las respuestas son tan variadas como las cuestiones: miedo, silencio, tabú, hedonismo, fatalismo, pesimismo, rebeldía, "nausea existencial" ante el absurdo, etc. Jesucristo resucitado es la única respuesta válida al interrogante de la muerte. En su respuesta a los saduceos lo afirma rotundamente: "Dios no lo es de muertos sino de vivos, porque para Él todos están vivos". Qué más necesitamos para creer que esta vida no termina, sino que se transforma. A la luz de la resurrección, el cristiano experimenta con antelación, que la muerte del hombre, a pesar de sus esfuerzos por una inalcanzable inmortalidad, no es un sinsentido, ni un absurdo existencial. Al contrario, la muerte es el final de un trayecto, el paso de una amistad a lo humano hacia una amistad a lo divino. Es un acceso a la liberación definitiva con Cristo resucitado.

¡Qué alegría debemos sentir, cómo debe aumentar nuestra fe! Así hay que vivir, siempre mirando hacia ese horizonte grandioso, que nos mantenga con las maletas siempre preparadas para el encuentro con el Señor. Y cuando los hombres nos fallen, cuando la persecución asome a nuestra puerta, lo único que nos sostendrá será la figura adorada y real de Cristo, pues el día de mañana, una vez que los hombres nos olviden, solamente una cruz, y en ella Cristo, seguirá abrazando nuestra sepultura como guardián eterno de una amistad comenzada en esta tierra.


3-19. 33ª Semana. Sábado 2004

I. Jesús, hay que agradecer a esos saduceos que te intentaran contradecir con la historia, casi grotesca, de los siete hermanos y la viuda. Pues al desbaratar la supuesta contradicción que te planteaban, das una explicación maravillosa de cómo vivirán los que sean dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos. Para empezar, esa otra vida no la alcanzarán todos, sino sólo los que son dignos. Ello implica que, durante mi vida en la tierra, he de adquirir cierta dignidad: la dignidad de hijo de Dios.

Porque ya no podrán morir otra vez, pues son iguales a los ángeles, e hijos de Dios. Jesús, mi vida en la tierra no es un fin en sí mismo, sino un camino que conduce a la vida eterna. Pero eso no significa que sea un período sin importancia. El camino es muy importante porque determina el destino final: según el camino que escoja, voy a la llegar a un paradero distinto. Si quiero llegar a ser hijo de Dios en el cielo, he de escoger el camino que me hace hijo de Dios en la tierra: el camino cristiano.

Jesús, sólo si adquiero en la tierra la dignidad de hijo de Dios me reconocerás como hijo en la hora de la resurrección de los muertos. Y esa dignidad no se compra con dinero ni se consigue a base de esfuerzo humano exclusivamente. Esa dignidad la concede el Bautismo, pues me abre a la gracia sobrenatural que me das principalmente con los Sacramentos, y también con la oración y las buenas obras.

II. Invoca a la Santísima Virgen; no dejes de pedirle que se muestre siempre Madre tuya: «monstra te esse Matrem!», y que te alcance, con la gracia de su Hijo, claridad de buena doctrina en la inteligencia, y amor y pureza en el corazón, con el fin de que sepas ir a Dios y llevarle muchas almas [214].

Jesús, Tú no eres un Dios del pasado, que ha quedado desfasado con los avances modernos; ni tampoco eres un Dios del futuro, que sólo cuenta en otra vida. Tú no eres un Dios de muertos, sino de vivos. Para Ti, todos viven; y todos viven para Ti. Por eso, en cada generación hay que hacer llegar la Buenanueva del Evangelio a toda criatura [215].

Un cristiano no puede pasar por la tierra sin dejar «descendencia» espiritual: sin haber llevado a otros a Dios. Esta es la descendencia que realmente importa, porque urge que crezca en el mundo el número de los hijos de Dios. A todos los cristianos se impone la gloriosa tarea de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado en todas las partes y por todos los hombres [216].

María, como madre de todos los cristianos, quieres tener mucha descendencia: quieres que todos los hombres reconozcan a Dios como Padre y a tu Hijo como Señor de cielo y tierra. Muéstrate siempre como madre fecunda y atrae a los hombres a la fe. Ayúdame a formarme bien, con claridad de buena doctrina y pureza en el corazón, para que siga con fidelidad los pasos de tu Hijo, y ayude a muchos otros para que sean dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos.

[214] Forja, 986.
[215] Mc 16,15.
[216] Concilio Vaticano 11, Decreto Apostolicam actuositatem, 3.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-20. CLARETIANOS 2004

Al final de una tarea realizada, miramos atrás para saborearla. Nos gusta recrearnos en lo bien hecho, analizar cada paso y corregir algún posible error. Al final de la vida, nuestra gran tarea a saborear, analizar no será otra cosa que nuestra propia vida.

Muchos de nosotros hemos puesto todo nuestro empeño en una cosa: ser testigos del Señor, es decir, que nuestra vida, palabras y acciones muestren a Jesús.

No sabemos cómo será el cielo que se nos ha prometido, sólo sabemos que en aquél día se nos dirá: “mi siervo, amado, fiel”. Y podremos ver al Señor cara a cara.

Mi corazón se estremece tan sólo de pensarlo.

No obstante esa misión que se nos ha encomendado, no es un añadido en nuestra vida. O es el centro que determina todo cuanto somos o hacemos o simplemente no somos testigos.

Para ser testigo se necesita mucha audacia y mucha fe. Pidámosle al Señor, el testigo fiel, que nos enseñe y ayude a ser en verdad sus testigos en todas las situaciones de nuestra vida.

Un saludo
Loli Almarza
dalmarzaes@yahoo.es