VIERNES DE LA SEMANA 33ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 1M 4, 36-37.52-59

1-1.

La rebelión de 167, promovida por la familia de los Macabeos, terminó con la victoria. Los judíos obtienen, por las armas, una autonomía mayor y más respetuosa de su religión. Los Macabeos que son de familia sacerdotal llegan a ser sumos sacerdotes y reyes: su dinastía durará casi hasta el tiempo de Jesús. Leeremos hoy la celebración de la «victoria»; se restaura el Templo, se ofrecen unos sacrificios cultuales. Esta celebración expresa el sentido profundamente religioso de su lucha.

-El ejército judío acababa de vencer a las tropas de Antíoco. Judas Macabeo y sus hermanos dijeron entonces: «Nuestros enemigos están vencidos. Subamos a purificar el Santuario y a renovar su consagración.» El veinticinco del noveno mes se levantaron al alba y ofrecieron un sacrificio.

¿Sabremos también nosotros «celebrar»?

En los grandes hechos de nuestras vidas, nuestros éxitos, nuestras alegrías, nuestras empresas humanas ¿conducen a Dios?

El altar fue consagrado al son de himnos, cítaras, liras y címbalos. El pueblo entero se postró rostro en tierra y bendijo el Cielo...

¡Una "celebración" alegre! ¡Una "fiesta"!

Nuestras asambleas cristianas, nuestras misas, ¿tienen ese carácter? No nos apresuremos a decir "eran orientales" que se expresan con mucha facilidad con grandes gestos corporales...

¿No hemos perdido algunos valores esenciales, reduciendo nuestras ceremonias religiosas a esas asambleas demasiado pasivas y poco exultantes? Y sin embargo, también nosotros tenemos una gran victoria a celebrar. Cada domingo, cada misa es una celebración de la victoria de Jesús sobre la muerte y el pecado.

Siendo así, ¡viva la alegría! Que intervengan los instrumentos musicales. Y ¡que todo nuestro ser, cuerpo y alma, participe de la fiesta!

-Bendijeron al cielo que los había llevado a la victoria.

Durante ocho días ofrecieron holocaustos con alegría y sacrificios de acción de gracias y de alabanza. Adornaron la fachada del templo con coronas de oro y escudos; restauraron las entradas y las salas y les pusieron puertas. ¡Hubo grandísima alegría en el pueblo! En efecto, todas las artes estuvieron convidadas a esta fiesta. Arquitectura. Dibujo. Música. Hasta el arte culinario; puesto que las víctimas ofrecidas a Dios y asadas sobre el altar constituyen un «festín religioso» de alegría estallante. Una vez más, ¡cuánta necesidad tenemos de redescubrir todo esto!

Al menos en familia y en ciertas ocasiones, ¿cómo reencontrar ese arte y esa alegría de vivir, en que concurren todos los elementos del hombre? Desde la oración más silenciosa, naturalmente, hasta el baile, pasando por la comida y los cantos.

-Decidieron celebrar cada año este aniversario durante ocho días a partir del veinticinco del mes Kisleu en el gozo y la alegría.

Todos los pueblos, todas las civilizaciones, todas las religiones, tienen ese tipo de liturgias que se repiten cada año. Pascua. La Asunción. Todos los Santos. Navidad, etc.

Celebramos a Jesucristo.

Danos, Señor, rostros de salvados.

Que tu buena nueva, que tu Pascua, luzca en nuestras vidas y en nuestras liturgias.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 400 s.


1-2. /1M/04/36-59

Después de la victoria sobre Lisias, regente de Antíoco IV durante su viaje a Persia el año 165 a. C., la Judea quedaba en manos de Judas Macabeo, exceptuando la ciudadela de Jerusalén. El caudillo judío pensó que había llegado la hora de renovar el culto del templo. Pero antes era necesario restaurarlo, ya que su estado era lamentable. Después de tomar medidas para evitar que los molestaran los refugiados en la ciudadela, inexpugnable con los medios que tenía Judas, empezó purificando el santuario, destruyendo el altar idolátrico que habían edificado los extranjeros y arrojando sus piedras fuera del recinto sagrado. Tampoco el antiguo altar de los holocaustos estaba limpio de toda impureza, ya que había sido contaminado por la sangre de los sacrificios paganos, pero no parecía justo que aquellas venerables piedras, santificadas tantas veces por los sacrificios agradables a Yahvé, tuvieran la misma suerte. Esperando tomar una decisión definitiva, cuando se viera claro lo que había que hacer con ellas, se amontonaron en un rincón. En su lugar se construyó un nuevo altar de piedras no talladas (Ex 20,25 ). También fue preciso renovar los utensilios del templo -pues los antiguos habían sido robados o ensuciados-, así como rehacer los velos que hacían de puertas en el Santo y en el Santísimo.

Por fin, el 25 de casleu del año 148 (14 de diciembre del 164 a. C.), exactamente tres años después de su profanación (1,59), y después de tres semanas de un duro trabajo de restauración, se pudo ofrecer el primer sacrificio. Yahvé tomaba de nuevo posesión de su casa. Las fiestas duraron ocho días, al igual que en su inauguración en tiempos de Salomón (1 Re 8, 65ss) y en la reconstrucción después del exilio (Neh 8,18). La tradición judía ha conservado esta fiesta, que en griego denominaban Encenias o Dedicación (Jn 10,22), celebrándola a lo largo de ocho días entre diciembre y enero. Recibe también el nombre de las Luces, según Flavio Josefo, porque aquel día "la libertad brilló para los judíos", pero más acertadamente por las luces que se encendían en señal de alegría.

J. ARAGONES LLEBARIA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 420 s.


2.- Ap 10, 8-11

2-1.

Juan imagina su investidura como las de Ezequiel (Ez 2, 8-3, 3) y de Jeremías (Jer 1, 10).

El libro que le es entregado contiene las profecías del Antiguo Testamento y recibe como misión el revelar su sentido a la luz del Nuevo. En efecto, la segunda parte del Apocalipsis puede ser considerada como la explicación del contenido profético de este libro.

El hecho de que Juan tenga que digerir el pequeño libro de las profecías del Antiguo Testamento para comprender la significación del tiempo presente revela que él alimenta sus visiones sobre la realidad misteriosa de los acontecimientos de la fe en Dios único, guía de la Historia. Dios es el autor de la Historia y Él la marca reflejando en ella su unicidad. Lo cual no significa que haya introducido en ella una especie de fatalidad semejante a aquella con la que carga la naturaleza. La Historia es el producto del encuentro de dos libertades: la de Dios y la del hombre, pero Dios tiene unas perspectivas acerca de este encuentro, sobre todo desde que Jesucristo pronunció el "sí" de esta alianza. Los acontecimientos tampoco podrán poner en tela de juicio la victoria adquirida por el Señor sobre el mal y sobre la muerte. Juan se encuentra lleno de amargura después de haber tragado el libro, pero el sabor es por fin un sabor de dulzura y de paz (Ap 21-22). A este respecto, las Escrituras consuelan, efectivamente, no porque ellas descubrieran de antemano la evolución de los acontecimientos previstos por Dios, sino porque ayudan a revelar el sentido profundo de la presencia de Dios en los acontecimientos que viven los hombres.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 267


2-2.

La página de hoy tiene su clave de interpretación en Ezequiel 2, 8; Jeremías 1, 10. ¡San Juan recibe la orden de comer un libro! El símbolo es bastante claro: se trata de «alimentarse de la palabra y del pensamiento que contiene».

-Toma y come el libro.

El profeta es ante todo un mensajero y un intérprete de la Palabra divina. Se trata pues, para él, de estar completamente lleno de la Escritura, para descubrir en ella el misterio del plan de Dios sobre el mundo, a fin de ser capaz de hacer nuevas aplicaciones en función de la presente coyuntura. Es lo que hace san Juan. Vuelve a tomar pasajes del Antiguo Testamento, se nutre de ellos, los asimila y aclara con ellos las cuestiones contemporáneas. ¿Es también ésta mi preocupación?

-El libro fue en mi boca dulce como la miel.

Es normal que el alimento divino sea dulce: nos revela el amor de Dios por nosotros. La meditación de la Palabra de Dios, debería ser para nosotros, de modo habitual, un reconfortante, un tiempo «fuerte», un momento feliz; aunque a veces sucede lo contrario. Saborear la Palabra de Dios, gustarla.

Repetir, incansablemente, una Palabra divina que es para nosotros hermosa y dulce.

-Pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas.

¿Cómo interpretar este símbolo?

La Palabra de Dios, contenida en el Libro, tiene aspectos difíciles, coriáceos, exigentes. Es amarga en el sentido que nos revela también nuestros pecados, nuestras insuficiencias, que sacude nuestras tibiezas y nuestras cobardías.

Además, aunque la Palabra de Dios nos da el sentido de nuestros sufrimientos y el de la muerte, no nos dispensa de ellos: el cristiano no es un ser preservado.

Señor, ayúdame a no ceder jamás ante las dificultades de la meditación, o de la oración.

Que sepa vencer todas esas excusas que solemos darnos para faltar a ella.

Aun cuando a veces... a menudo... me sienta totalmente seco, vacío y amargado, ante Ti, ayúdame a perseverar.

"¿A quien iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna".

-Entonces se me dijo: "Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes".

Una de las misiones de los profetas ha sido siempre recordar a los pueblos y a los reyes, a los responsables y a los simples individuos, las exigencias de Dios respecto a las personas o las colectividades. Esta es la razón por la que tantos profetas han tenido una influencia política considerable.

Todavía HOY, los cristianos han de interpretar la historia y los acontecimientos, como un «leer los signos de los tiempos».. .

En la Escritura no hay que buscar el hilo conductor de lo que «va a suceder». Es una curiosidad ilusoria. Pero, de otra parte, estamos seguros de la presencia de Dios en el acontecer de la historia. Y la meditación asidua de la Biblia, a la vez que nos familiariza con el modo de pensar y de actuar de Dios, puede darnos una mayor habilidad para detectar

HOY «lo que Dios está haciendo ahora», en nuestro tiempo.

Entonces nosotros, con otros cristianos podemos "buscar" y, a la vez, podemos ser conducidos a «profetizar», a decir una palabra divina.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 400 s.


2-3. /Ap/10/01-11

Cuando parece que todo está a punto para la séptima y última trompeta, señal de la venida del reino de Dios, Juan -que generalmente encuadra las visiones dentro del marco de septenarios (siete sellos, siete trompetas)- inserta en este momento un largo paréntesis.

Una serie de episodios rompe el ritmo in crescendo de la narración.

Una lectura continuada del Apocalipsis nos pondría de manifiesto que el libro está dividido en una introducción (cc. 1-3) y dos grandes secciones (cc. 4-11 y 12-22). Por este motivo estructural es por lo que el autor, antes de acabar la primera parte, intercala las visiones que han quedado sueltas.

La misión del ángel consiste en revelar que se acerca el toque de la séptima trompeta, ya que «se ha terminado el tiempo» (v 6). El término del tiempo actual, del mundo presente, supone el comienzo del tiempo definitivo, de la nueva dimensión expresada por la fórmula «un cielo nuevo y una tierra nueva» (21,1). El misterio de Dios, es decir, la obra final de salvación, que la voluntad divina ha decidido realizar sobre la historia. Sin embargo, el cómo de este designio es todavía secreto y por eso el vidente no puede hacer públicas las palabras del Señor. Pero una cosa es cierta: estamos a las puertas de la consumación del reino de Dios (¡el grano de mostaza es ya un árbol frondoso en que habitan los pájaros!).

«El que vive por los siglos de los siglos» viene para reinar eternamente. El fin de la historia es el cumplimiento definitivo del evangelio (v 7).

PD/ESPADA: El estilo del texto es solemne. El ángel que desciende del cielo es el más majestuoso de todo el libro, tanto en su aspecto como en su vestido. Después de pregonar su anuncio al universo entero -con un pie en la tierra y otro en el mar-, proclama la eficacia absoluta de la Palabra de Dios, haciendo su juramento ante el Señor de todas las cosas creadas. Su poder es experimentado especialmente por el profeta. Juan come el librito, asimila lo que el Señor le permite profetizar. (La asimilación de la palabra es siempre un acto previo a la predicación). La palabra, sin embargo, que le penetra hasta lo más profundo y lo convierte en un servidor del mensaje, es como una espada de dos filos: como en el caso de Ezequiel (c. 2), es dulce y amarga, le trae a la vez consuelo y tribulación, sufrimientos y alegría. Pase lo que pase, el Señor conoce y sostiene a su escogido: "Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar" (Jr 1,10).

A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 597 s.


3.- Lc 19, 45-48

3-1.

Lucas simplifica sensiblemente el relato de la purificación del templo (vv. 45-46), sin duda debido a que sus lectores griegos no debían interesarse demasiado por unos detalles ininteligibles para ellos. Pero añade dos versículos propios acerca de la enseñanza de Cristo sobre el templo (vv. 47-48).

El relato de la purificación del templo se resume, para San Lucas, en dos palabras proféticas que la tradición sinóptica pone en labios de Cristo con este motivo (Jer 7, 11 e Is 56, 7). Ellas condenan el templo por su particularismo y su formalismo: la primera impide la apertura del templo a las naciones, la segunda prohíbe la entrada a los pobres y a los pequeños.

Pero Lucas opone, sobre todo, el Templo a la Palabra: basta con recurrir brevemente a la Palabra de Dios para ridiculizar el templo y su culto (vv. 45-46); basta con que Cristo restablezca la palabra en el corazón del templo (vv. 47-48) para que aparezca un nuevo tipo de liturgia basado en la Palabra (cf. 1 Cor 12, 27-30; Ef 5, 26) y en la obediencia a ella. Así, el episodio de los vendedores del templo es dejado casi totalmente aparte en favor de la entrada solemne del Señor en el templo, es lugar privilegiado en donde Él podrá concluir de manera sorprendente su ministerio de enseñanza.

El culto cristiano concede primacía a la Palabra, protegiéndose de esta forma contra el formalismo del templo. El hace de la obediencia el contenido esencial del sacrificio de Cristo y el campo ofrecido a cada uno para unirse a el y participar de El.

Pero el peligro que corre no es menor que el que infectó al culto judío. La Palabra puede ser proclamada muy dignamente, inclusive cantada; puede alimentar homilías bien estructuradas; la Palabra de Dios proclamada en las lecturas no es una palabra cualquiera, ni la del celebrante en su homilía, ni las palabras de la consagración de la Eucaristía. ¿Para qué sirven si son pronunciadas por un simple especialista del "Libro"?, ¿a qué se debe el que no sea escuchada la Palabra en los acontecimientos, que no se pueda descubrir la presencia de Dios en el mundo? Es cierto que las palabras proclamadas o pronunciadas en la liturgia son, por dos razones, palabra de Dios. Pero ¿qué eco encuentran ellas en las conciencia de los laicos? ¿Por qué parecen tan esotéricas a muchos de ellos que no saben cómo prestarles obediencia ni descubren en ellas el Dios que a veces encuentran y con el que dialogan en la simplicidad de su corazón? Es que la Palabra de Dios, aunque sea palabra inspirada y, sobre todo, la palabra de la predicación, no son palabras absolutas, pues no son más que el contenido y la interpretación de una palabra más profunda que es la manifestación en el acontecimiento mismo. Los relatos de la resurrección de Cristo son palabras divinas, los sermones de Pascua también, a otro nivel, pero la verdadera Palabra es la resurrección de Cristo, el acontecimiento que teje la vida de los hombres y mediante el cual Dios ha hablado.

Así, todas las tradiciones bíblicas del Éxodo no valen, en cuanto Palabra de Dios, como los acontecimientos de Pascua o de la estancia en el desierto, acontecimientos de la existencia humana en la que Dios ha hablado.

La Palabra de Dios, está, pues, fundamentalmente ligada a los acontecimientos; escapa a todo formalismo en la medida en que está continuamente tentada de caer en él. La obediencia se convierte entonces en la comunión con el Dios presente en la vida y en la historia.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 268


3-2.

-Jesús entró en el Templo...

Tal era el objetivo de esa «subida a Jerusalén».

Toda la gloria de Jerusalén se encontraba allí, en ese Templo, signo de la Presencia inefable e invisible.

Contemplo a Jesús que con plena conciencia de quien es penetra en el Templo de Dios, como se entra en casa.

Unos veinte años antes, cumplidos los doce años, ya había dicho a su madre que le buscaba en ese mismo templo: «¿No sabíais que Yo debía estar en los asuntos de mi Padre?» (Lucas 2, 49)

-Y se puso a echar a los vendedores...

En cuanto entró en «su casa», Jesús ejerció allí su autoridad: purificó el lugar, como habían anunciado los profetas (Malaquías 3, 14).

-Diciéndoles: «Escrito está: Mi casa será una casa de oración...

Jesús cita a Isaías 56, 7. En el contexto Isaías reprochaba a los judíos su particularismo: Dios mismo intervenía para abrir «su casa» a todos los excluidos, los extranjeros, los eunucos: «porque mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos.»

Efectivamente ésta era la vocación universal de Israel, que Jesús venía a reafirmar.

¡Y una casa de «oración»!

-...Y vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos.»

Jesús cita a Jeremías 7, 11. En el contexto Jeremías reprochaba a los judíos su formalismo. Dios no quería más gestos de culto si éstos no correspondían al talante de la vida ordinaria. La opresión de los débiles, el robo, la mentira, eran cosas que Dios ya no podía soportar más.

Y Jesús venía a restaurar el culto de Dios en lugar del culto al dinero que poco a poco se había instalado.

Ha habido épocas en las que algunos textos de ese género -anuncio de la destrucción de Jerusalén, condenas violentas- mantuvieron un cierto antisemitismo en numerosos cristianos; si bien el horror de los campos de exterminio nazis contribuyó a cambiar la opinión. En todo caso queda claro que Jesús nunca ha tenido en cuenta de modo particular, a una raza, la suya. La incomprensión que Jesús encontró en muchos de sus conciudadanos es un fenómeno universal.

En ese sentido, también nosotros en el DÍA de HOY, merecemos los reproches de Jesús: ¿es nuestra Iglesia una casa de oración? ¿No tiene también algunos compromisos con el dinero?

-Todos los días enseñaba en el Templo.

El culto litúrgico cristiano tiene en gran estima la Palabra.

Toda la primera parte de la misa es una «enseñanza» de Jesús. El fue quien inauguró ese culto nuevo en el que la Palabra es prioritaria a los ritos, y lo hizo en el lugar mismo en que los ritos tenían la primacía.

Jesús, en el Templo, no ejercía un sacerdocio levítico: enseñaba.

-Y todo el pueblo lo escuchaba, pendiente de sus labios.

Antes de que el Templo fuera destruido, Jesús conoce su fin: ¡el Mesías toma allí la Palabra! Jesús termina en ese lugar privilegiado su ministerio de enseñanza del evangelio.

Repitámoslo, el verdadero culto que Dios espera de nosotros es la obediencia a su Palabra: «Escuchad mi voz, entonces yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.» (Jeremías 7, 23). Y ese culto se cumple no en un santuario, sino en la vida de cada día.

-Los sumos sacerdotes y los escribas intentaban matarlo, y lo mismo los notables del pueblo, pero no encontraban una oportunidad...

Purificando el Templo e inaugurando un nuevo estilo de culto, Jesús se ganó enemigos entre todos los que defendían sus puestos allí.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 292 s.


3-3.

1. (Año I) 1 Macabeos 4,36-37.52-59

a) Saltándonos varios capítulos del relato de los Macabeos (en sus dos libros), llegamos hoy a la victoria final sobre las tropas de Antíoco y a la fiesta de la nueva consagración del Templo, en el invierno del año 164 antes de Cristo.

Gozosos por su triunfo, y con una clara actitud de fe, en el día en que se cumplía el aniversario de la profanación del Templo por parte de los paganos, Judas Macabeo y los suyos ofrecen sacrificios de reparación a Dios y consagran de nuevo su altar, "cantando himnos y tocando cítaras, alabando a Dios, que les había dado éxito".

La fiesta duró ocho días y, además, Judas "determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos": es la fiesta que se celebraba en tiempos de Cristo en el mes noveno, el mes de Kisleu, la de la Dedicación (en hebreo, "Janukká"), llamada también "fiesta de las luminarias", porque se encendían muchas lámparas (cf. Jn 10, 22).

b) Restaurar el Templo, cuando había tantas cosas que sanar y reponer, es un símbolo de la importancia que daba aquel pueblo a la vida de fe y al culto, a la Alianza con Dios. Puede ser un estímulo para nosotros, que tal vez también tengamos la impresión de que hay que recomponer en nuestro tiempo diversas ruinas y recuperar valores que se van perdiendo. Haremos muy bien en luchar a favor de los valores humanos: la dignidad y la igualdad de las personas, el bienestar material y cultural, el respeto a la naturaleza, etc.

Pero sin olvidar los valores del espíritu. La Eucaristía dominical o la vida sacramental o el respeto al templo como lugar de oración, son buenos síntomas de que también cuidamos los valores más profundos de la vida cristiana, que abarca también los valores más humanos. El culto va unido al estilo de conducta y da cohesión a todo el conjunto de la vida personal y comunitaria. Si queremos que sea sólida y bien orientada, hemos de hacer como los Macabeos, que unieron la acción eficaz de su tarea social con la oración y la fidelidad a Dios.

1. (Año II) Apocalipsis 10, 8-11

a) Al comienzo de otra sección del Apocalipsis (saltando del capítulo 5 al 10), hoy leemos un gesto simbólico: el vidente tiene que comer el rollo, el libro, antes de transmitir su contenido.

PD/DULCE-AMARGA: Es un gesto muy expresivo, que ya encontramos en Ezequiel, 3,1. El profeta, el que habla de parte de Dios, primero tiene que comer él lo que anunciará después. El libro que come -la Palabra de Dios- es en parte dulce y en parte amargo: "en la boca sabia dulce como la miel, pero cuando me lo tragué, sentí ardor en el estómago".

b) Los cristianos, y sobre todo los que de alguna manera transmiten a otros la Palabra de Dios -sacerdotes, educadores, catequistas, padres, misioneros- deberíamos primero asimilarla nosotros. Comerla -interiorizarla, personalizarla- y luego comunicarla. Entonces será más creíble nuestro testimonio y nuestra palabra. Para que no caigamos en el reproche de Jesús a los fariseos, "que decían pero no hacían".

También nosotros experimentamos que la Palabra de Dios es agridulce. Muchas veces es consoladora. Otras muchas, exigente. Ni para nosotros ni para los demás debemos caer en la tentación de hacer selección a nuestra medida, censurando el Libro Santo y eligiendo sólo lo que nos gusta.

En el salmo 118, el creyente que medita desde la sabiduría de Dios se alegraba de encontrar en la Palabra su mejor alimento y gozo: "tus preceptos son mi delicia, qué dulce al paladar tu promesa, más que miel en la boca". Aunque los que escuchamos con frecuencia la Palabra de Dios sabemos que a veces nos produce un gusto suave, pero otras nos provoca y nos juzga y nos amenaza, para que tomemos en serio la vida. En ambos casos debemos acogerla nosotros. Así estaremos preparados para poder hablar a los demás.

2. Lucas 19,45-48

a) Jesús ya está en Jerusalén. Ayer lloró sobre su ciudad, triste por la ruina que se le avecina. Hoy realiza un gesto profético valiente: "se puso a echar a los vendedores", diciéndoles: "vosotros habéis convertido mi casa en una cueva de bandidos". Lucas no habla, como hace Juan, del látigo que esgrimió Jesús en este momento.

Y así Jesús, con una libertad que hacia el final de su vida se acentúa y se hace más atrevida, sigue enseñando en el Templo, suscitando, naturalmente, la ira de sus enemigos, "que intentaban quitarlo de en medio".

b) Isaías (Is 56,7) había dicho que el Templo tenía que ser "casa de oración para todos los pueblos". Jeremías (Jr 7,11) se quejaba de que, por el contrario, algunos lo convertían en cueva de ladrones.

Jesús une las dos citas en la misma queja. Probablemente el clima de feria de negocios que reinaba en los atrios del Templo, con la venta de animales para los sacrificios y el cambio de monedas para los que venían del extranjero, es lo que él desautorizó, aunque todo ello se hiciera con el consentimiento de las autoridades.

¿Necesita la Iglesia de hoy purificarse de alguna adherencia similar? Ciertamente es legítima la aportación económica de los fieles para el culto y para la ayuda de los pobres.

Recordemos la alabanza de Jesús a aquella pobre viuda que echaba lo que tenía en el cepillo del Templo. Pero ¿no sería necesario alejar de nuestros lugares de culto todo "ruido de dinero", toda apariencia de negocio dudoso? ¿tendría que defender Jesús nuestros templos para que sean en verdad casas de oración, abiertas a todos, y lugar donde él sigue enseñando con la fuerza salvadora de su Palabra?

"Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando a Dios" (1ª lectura I)

"Cómete el libro: al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor" (1ª lectura II)

"Mi casa es casa de oración, y todos los días enseñaba en el Templo" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 306-309


3-4.

Ap 10, 8-11: El mensaje profético es dulce y amargo a la vez

Lc 19, 45-48: El problema en el Templo

Las peregrinaciones anuales a Jerusalén se habían convertido en una importante fuente de comercio. Muchos israelitas acudían con sus animales durante la pascua para ofrecer un sacrificio a Dios. El templo, a la vez exigía que todos los aportes y transacciones se hicieran con la moneda judía, no recibían moneda extrajera. Por tal motivo, alrededor del templo, especialmente en la plaza de los gentiles, se había organizado un intenso comercio en torno al cambio de moneda romana por moneda judía y a la compra y venta de animales sacrificiales.

Cuando Jesús llegó a Jerusalén, se dio cuenta de la deshonestidad de los cambistas, del negocio que se había montado con la piedad israelita. "Los mercaderes se aprovechaban de las demandas de animales puros para los sacrificios, elevando los precios de manera exorbitante". Esta situación era totalmente contraria al propósito que tenía el templo: estaba para servir de lugar de culto al Dios vivo, en cambio, se había convertido en lugar de explotación mercantil de la piedad popular. Tamaña contradicción encolerizó a Jesús que, en compañía de sus discípulos, emprendió la expulsión de los mercaderes.

A partir de esta acción, Jesús se convirtió en una figura popular, con cierto reconocimiento a nivel nacional. Pero su interés no era provocar una trifulca inmanejable, sino precisamente advertir al pueblo sobre el peligro evidente de una piedad afianzada exclusivamente en el templo y la seguridad de los muros de Jerusalén. Por esta razón, las acciones que siguieron a este evento se encaminaron a la ayuda de los necesitados y a la enseñanza a las multitudes.

Hoy asistimos a un crecimiento vertiginoso de los nuevos movimientos religiosos. No pocos de éstos tienen como fin, de hecho, el comercio con la buena fe de sus adeptos. Por eso exigen diezmos, ofrendas y donaciones obligatorias. Ha habido casos elocuentes que han saltado a los medios de comunicación. Otros muchos, dan culto a las ideas del capitalismo, explícita o implícitamente; intentan convertir el eficacismo y la adicción al trabajo en la nueva religión de la humanidad. Sin embargo, Jesús nos sale al paso y nos llama a hacer de nuestras comunidades y de nuestras vidas un lugar de culto al Dios de la Vida. En la medida que demos un "sí" decidido al Dios verdadero -Dios de la Vida-, combatiremos los tentáculos del dios del dinero.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. claretianos 2002
11-22 SANTA CECILIA

Este viernes se celebra el Día de los músicos, por ser el de su patrona Santa Cecilia. Os invito a disfrutar un fondo musical para comenzar a leer este comentario. Hoy es justo y necesario...

El texto del Apocalipsis sigue deleitándonos con sus partituras simbólicas. Hoy el "librito" toma protagonismo. La palabra de Dios se recibe gratuitamente, se come y nos convierte en sus mensajeros y profetas. Recibir gratuitamente la Palabra. Comer la Palabra. Dulzura en la boca. Ardor en el estómago.

La gratuidad de Dios todavía nos resulta, con frecuencia, sospechosa. Y sin embargo... ¡Qué hermoso es vivir la gratuidad! Comer la Palabra, a veces se convierte en una fina elaboración de menú exquisito, o a dieta. Porque hay palabras de la Palabra que no "tragamos". Y sin embargo, comer es tragar la Palabra, es decir, asimilar la mente del Dios de Jesucristo. Cambiar nuestra mentalidad por otra mejor. Evidentemente, tras la dulzura en la boca, vendrá el ardor en el estómago. Hasta que frecuentemos la sana comida de la Palabra. Hasta que el gozo del anuncio merme la dificultad de la tarea. Hasta que desaparezcan los bandidos del interés particular, contrario a la Palabra. Hasta que se evaporen los ladrones de la Palabra, que se instalan en nuestro fondo existencial. Sin que Jesús, esta vez, tenga que expulsarlos a voces o a latigazos. Quizá ayude la música para "tragar" el "librito".

Como os decía al comienzo, nos invita a la alegría, al canto gozoso, la memoria de Santa Cecilia. Los antiguos formularios de la liturgia de este día recogían, apoyándose en las Actas de su martirio, detalles elegantes de la vida de Cecilia. Una mujer capaz de tragar la Palabra con todas las consecuencias. En su vida la armonía y la belleza coronan el sacrificio y el dolor martirial. Así se ha querido consagrar la entrega de la vida cristiana desde los primeros tiempos. Así se sigue realizando en muchos cristianos y cristianas repartidos por el mundo. Que mantengamos, o recuperemos, ese frescor apasionado por el Evangelio de Jesucristo. Santa Cecilia es considerada patrona de los músicos desde el siglo XV. Mis felicitaciones a todos los músicos porque, como plasmó el poeta Amado Nervo:

"... sólo las claves, sólo las pautas
y las notas revelarán al mundo sus bellezas innatas.
Platón oyó a los orbes
su concierto ideal,
y Beethoven, a veces,
lo escuchó en el mutismo nocturno.
Todo es música: los astros,
el abismo,
las almas...
¡y Dios mismo es un Dios musical!".

Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)


3-6. 2001

COMENTARIO 1

JESÚS SE ENCARA CON EL BASTIÓN DE LA RELIGIÓN

«Entró en el templo y empezó a expulsar a los vendedores, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será casa de oración (Is 56,7), pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos (Jr 7,11)"» (Lc 19,45-46). Lucas no hace entrar a Jesús en la ciudad, sino directamente «en el templo», el bastión de la piedad judía, símbolo de todo lugar sagrado edificado por mano de hombres (cf. Hch 7,48; 17,24). Dios quería una «casa» de reunión y de oración, y le han construido un templo que la ha convertido en una cueva de traficantes y mercaderes religiosos (cf 7,46-50). No nos hemos de extrañar cuando «los enemigos» no dejen de ella «piedra sobre piedra». Sería señal de que participamos de su escala de valores.

Culmina aquí la gran Sección del Viaje, que ha empezado en 9,51. La denuncia de la institución religiosa por parte de Jesús marca un hito histórico, y es irrepetible, ya que la ha hecho de una vez por siempre y en el lugar más señalado, en la ciudad sagrada, en el Lugar más consagrado. Esta denuncia le conllevará la muerte, pero él ya la había asumido en el Jordán, al sumergirse en las aguas. Desde ahora el camino está ya trazado. Los segui­dores de Jesús disponen de hitos bien marcados, para que puedan interpretar los signos de los tiempos.


COMENTARIO 2

La entrada en escena de Jesús en la vida de los hombres, significa también una puesta en cuestión de las actitudes religiosas de éstos. Muchas veces estas actitudes sirven para enmascarar los egoísmos humanos y suministran a la conciencia un falso sentimiento de seguridad que la coloca a salvo de los males y calamidades.

Como aconteció en la entrada de Jesús en su ciudad capital y en su Templo, la entrada de Dios en nuestras vidas exige que coloquemos también en revisión el ámbito de nuestra religiosidad. Esta no nos asegura impunidad en nuestras malas acciones y nunca puede ser considerada como el refugio seguro para malhechores.

La intervención de Jesús en el Templo es una llamada de atención a recolocar nuestra actitud religiosa en un plano de autenticidad y sinceridad. El espacio y el tiempo sagrado deben adquirir su verdadero sentido como forma de encuentro con Dios. Ellos tienen que asumir siempre la forma de la intercesión y de la búsqueda del perdón de Dios a un corazón arrepentido.

Ante estas intervenciones de Dios en la propia vida, podemos asumir actitudes contradictorias. Junto a la posibilidad de aceptación del pueblo está también presente en nosotros el intento de eliminación de esta palabra inquietante, tal como sucedió en la vida de los dirigentes del pueblo durante la actuación de Jesús en Jerusalén.

Y de la elección que hagamos entre estas dos formas de recibir el mensaje divino depende el valor de nuestra religiosidad y de nuestro encuentro con Dios, que da sentido a toda nuestra existencia.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. 2002

Lucas nos presenta la expulsión de los mercaderes del templo llevada a cabo por Jesús, en sólo dos versículos.
"Santa ira" también la de Jesús, sin duda. La ira no es odio, y hasta Jesús la sintió. Y la "violencia" que utilizó en aquella expulsión (el látigo o azote hecho con cordeles y el derribamiento de las mesas o la puesta en libertad de los animales ante sus dueños) el Evangelio tampoco lo llamará violencia. Lo decíamos: la Biblia no llama nunca violencia a la acción defensiva de los pobres acosados por situaciones violentas. Diríamos que la Biblia está cerca del moderno concepto de "violencia estructural" -aun sin ese nombre-, de la que entre nosotros habló Medellín por vez primera y luego recogió también Puebla (nº 30).
Curioso es ver a Jesús enseñando diariamente en el Templo (19,47)... Más tarde (21,37) dirá que "durante el día Jesús enseñaba en el templo, pero se iba a pasar la noche en el cerro de los Olivos. Y desde muy temprano todo el pueblo iba al templo a escucharlo". No debemos perder de vista que Jesús nunca enseñó en el templo de una manera oficial, ni mucho menos. Jesús "enseñaba con autoridad pero no con autorización". Nunca fue avalado por la oficialidad. No podemos dejar de pensar en tantos teólogos y teólogas, a quienes pasa hoy día lo mismo. La oficialidad judía y la oficialida eclesiástica no se pueden comparar teológicamente, por supuesto, pero sí se pueden comparar en cuanto instituciones de autoridad religiosa, que como en toda institución, tienen un mecanismo propio de intereses y de procedimientos…
El templo era a la vez un espacio público, un lugar de diálogo, hasta de comercio, un punto de encuentro, y Jesús aprovechó esos espacios abiertos, como Pablo hará después con el areópago, como tantos otros cristianos y cristianas tendrán que hacer hoy día.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Viernes 21 de noviembre de 2003
Presentación de María , Mauro

Mac 4, 36-37.52-59: Purificación del Templo
Interleccional: 1 Cr 29, 10-12
Lc 19, 45-48: Gesto profético de Jesús en el Templo

De Lc 19, 45 hasta 21, 38 tenemos el ministerio de Jesús en Jerusalén. Este ministerio tiene un momento profético (19,45 - 21,4) y luego un momento apocalíptica (21,5-38 donde está el largo discurso apocalíptico de Jesús).

El primer gesto profético de Jesús es en el Templo de Jerusalén, es decir en el corazón mismo del poder económico, social, político y religioso del pueblo judío. El gesto profético de Jesús es primero una acción concreta y luego dos oráculos. Jesús actúa como los profetas clásicos, que primero hacían alguna acción simbólica y luego pronunciaban sus oráculos. La acción simbólica de Jesús en esta ocasión es echar fuera a los que vendían en el Templo. Lucas acorta los hechos narrados por Marcos y Mateo. Luego vienen los dos oráculos. Uno tomado de Is 56,7 sobre el carácter del templo como casa de oración. El segundo oráculo está tomado de Jer 7, que es en realidad el texto que inspira toda la acción y el pensamiento de Jesús. Jesús actúa y habla como Jeremías. Hay que leer el texto de Jer 7,1-15 completo para entender el gesto profético de Jesús. El Templo, según Jeremías y Jesús, es una cueva de bandidos, porque en él encuentran seguridad los asesinos y los idólatras. Matan, oprimen, son idólatras y luego van al Templo y dicen: 'aquí estamos seguros'. El templo les da la seguridad y la buena conciencia necesaria para seguir oprimiendo a los pobres y adorando a los ídolos.

En los vv. 47-48 tenemos esos resúmenes típicos de la redacción lucana. Usa verbos en imperfecto, para describir no un hecho concreto, sino lo que habitualmente se daba y pasaba. Primero se nos dice que Jesús enseñaba todos los días en el Templo. La palabra 'enseñar' da la impresión de una actividad demasiada pacífica por parte de Jesús. En realidad no lo es. Mas que una enseñanza, lo que tenemos es una confrontación profética de Jesús con todas las autoridades del Templo. Por eso dice Lucas que los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo buscaban matarlo. Nadie hubiera matado a un Jesús rabino que enseñase pacíficamente en el Templo. En tiempos de Jesús había bastante libertad y pluralismo para defender diferentes posiciones y opiniones respecto a la interpretación de la ley. Pero aquí tenemos una situación diferente: se une el poder religioso (los sumos sacerdotes), el poder teológico (los escribas) y político (los notables, miembros del Sanedrín) para matar a Jesús. Lo quieren matar porque Jesús cuestiona proféticamente las bases teológicas mismas del poder. En contraste con las autoridades Lucas nos dice que "todo el pueblo lo oía pendiente de sus labios".


3-9. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

Jesús está ya en la ciudad que es el centro del judaísmo. Ahora Lucas nos lo presenta en el corazón mismo de la ciudad: en el templo. Es el centro de la religiosidad judía; es el lugar sagrado por excelencia.

El Mesías toma posesión del lugar santo. El texto de hoy no nos presenta la purificación del templo como un gesto escatológico. Nos lo presenta como inicio de una nueva etapa en el ministerio de Jesús. El templo es el lugar de la enseñanza. Jesús ejerce en él su ministerio de maestro.

La imagen lucana de Jesús destaca su actitud misericordiosa. Es la versión humana de la misericordia del Padre. Esta imagen de Jesús que maneja el tercer evangelio no sería compatible con la visión de un Jesús encolerizado, enfrentándose al mercadillo del templo y a sus agentes. Lucas es muy conciso en comparación con marcos; omite detalles que considera irrelevantes para sus lectores griegos.

Como iniciador de un movimiento de renovación, Jesús trata de purificar la relación religiosa con Dios. Se trata de una relación personal y viva. No es el culto ni el templo lo que cuenta; no son las instituciones sagradas. Lo que importa es la relación con Dios, el auténtico servicio a Dios, tal como lo enseña Jesús. Su doctrina llega al centro del judaísmo. Desde ahí se extenderá gracias a la acción de los discípulos. Ahí comienza la Iglesia y se inicia su actividad misionera.

El pueblo está pendiente se sus labios. Lo escucha. Los responsables están contra él; buscan matarle. Pero el Mesías Jesús reúne en torno a sí al pueblo de Dios. Esta es la diferencia. Desde ella se bifurcan los caminos. ¿Qué nos dice hoy esa imagen del pueblo que está pendiente de los labios de Jesús? ¿Qué sugiere la imagen de un Jesús que enseña en el mismo templo de Israel?

Vuestro hermano en la fe.

Bonifacio Fernández cmf. (boni@planalfa.es)


3-10. 2003

LECTURAS: 1MAC 4, 36-37. 52-59; 1CRON 29, 10-12; LC 19, 45-48

1Mac. 4, 36-37. Mediante la muerte de Cristo, nuestro enemigo el Diablo ha sido vencido. Ahora, a nosotros, a quienes el Señor nos confió el anuncio de su Evangelio, corresponde trabajar, guiados por el Espíritu Santo, en la reconstrucción de la Morada de Dios entre los hombres. Y no nos referimos a los templos materiales en que nos reunimos para dar culto a Dios. Templos que, probablemente son una auténtica obra de arte y patrimonio de la humanidad. Sino al templo que somos nosotros. En nuestro propio interior se ha de levantar el Altar en el que se ofrezca nuestra propia vida como una continua ofrenda grata al Señor. La vida de quienes somos hombres de fe, debe convertirse en un sacrificio que se eleve al Padre con el suave aroma del olor de Cristo. Alabemos al Señor con gritos de triunfo; y no permitamos que el mal vuelva a encadena nuestra vida. Si somos del Señor, vivamos para Él y no convirtamos la Casa del Señor en una cueva de ladrones, de maldad y de pecado.

1Cron. 29, 10-12. Reconozcamos que todo viene del Señor. Y si del Señor recibimos los bienes, ¿no recibiremos también los males? Bendito sea el Señor que, en su gran bondad, se ha hecho presente en nuestros corazones. Él está por encima de todos los reyes de la tierra, pues de Él procede toda potestad en la tierra. Nosotros nos alegramos por tenerlo, no sólo como Rey, sino como nuestro Dios y Padre. Él es quien levanta al pobre y desvalido para sentarlo entre los grandes. El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, habiendo vivido en pobrezas y sufrimientos, ahora Reina glorioso. Él espera, de quienes creemos en Él, que sigamos sus huellas, pues no hay otro camino para llegar a Él. Sea Él bendito por siempre.

Lc. 19, 45-48. Si le abres tu corazón a Dios, para que Él habite en ti como en un templo, Él, como un buen huésped, se encargará de purificar tu vida de todo pecado. La salvación no procede de la buena voluntad del hombre, por muy firme que ésta sea. Sólo Dios salva. A nosotros sólo corresponde abrir la puerta para que Él entre, de tal forma que no pase de largo junto a nosotros y se aleje. Él nos dice: Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, yo entraré y cenaré con Él; Él se quedará con nosotros, mientras no tomemos la decisión de echarlo fuera y cerrarle la puerta. Reconozcámonos pecadores ante Dios. No queramos sólo con meditación, tal vez hecha con métodos orientales, llegar a dominar nuestras pasiones. No es sólo la tranquilidad mental lo que buscamos, sino la salvación; y ésta sólo nos la ha dado Dios por medio de su Hijo, que se hizo uno de nosotros. No tenemos otro camino que nos conduzca al Padre. Jesús, si habita en nosotros, todos los días nos enseñará el Camino que hemos de seguir; ojalá y lo escuchemos y nos dejemos conducir por Él, fortalecidos por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros.

Convocados por el Señor, que nos abre la puerta de su Casa y nos sienta a su mesa, ante Él reconocemos que no hemos caminado como fieles discípulos suyos. Sin embargo Él está dispuesto a purificarnos de todo pecado, pues para eso Él vino al mundo. Si realmente creemos en Él; si hoy hemos acudido a su llamado, guiados no por la costumbre sino por la fe, dejémonos transformar por Él en criaturas nuevas, a pesar de que tengamos que renunciar a nosotros mismos. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros para enviarnos, como testigos suyos, a proclamar su Nombre y a continuar construyendo su Reino en el mundo; ojalá y le permitamos transformar nuestra vida en un templo digno, para que Él habite en nosotros y, desde nosotros, haga llegar su salvación a todos los pueblos.

Dedicados al Señor; hechos hijos de Dios; convertidos en testigos de su amor en el mundo. Esta vocación que tiene la Iglesia de Cristo no puede llegar a su feliz cumplimiento sólo realizando algunas acciones de culto y pasando de largo ante el pecado, ante la miseria, ante la pobreza que hay en el mundo. La Iglesia no es una comunidad burocrática, sino una comunidad misionera, a imagen de su Fundador, Cristo Jesús, Enviado del Padre para ir al encuentro de las ovejas descarriadas, que se perdieron y alejaron de la casa paterna en un día de tinieblas y nubarrones. No podemos lamentarnos de los males e injusticias que aquejan a muchos sectores de la sociedad. Si queremos purificar al mundo de todos sus males, si queremos que todos queden consagrados por la Verdad y el Amor y que, como consecuencia haya más paz en el mundo, vivamos como auténticos testigos del Evangelio, no generando más maldad en el mundo, sino un poco más de amor fraterno, de justicia social y de preocupación efectiva por remediar la pobreza en el mundo. Vivamos no como promotores sociales, sino como testigos del Evangelio en el mundo, con la mirada puesta en Cristo y con los pies en la tierra para ofrecerle un nuevo camino al orden de las cosas de todos los hombres.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de vivir llenos de su amor, para colaborar a que entre nosotros se viva, cada día con mayor fuerza y lealtad, nuestra dignidad de hijos de Dios. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-11.

Expulsión de los mercaderes

Autor: P. Clemente González

Lucas 19, 45-48

En aquel tiempo, entró Jesús en el Templo y comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: Está escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!

Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, les escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.


No deja de sorprendernos ver a Jesús enfurecido, sacando a los mercaderes del Templo a latigazos. Tenía que defender algo sagrado: la casa de su Padre. Es lógico que se enfade por una situación como esa. ¿Qué haríamos nosotros si entrásemos en la casa de nuestros padres y aquello se hubiera convertido en un mercado persa? Si no hiciéramos nada, ¡menudos hijos seríamos! Lo más probable es que siguiéramos el ejemplo de Cristo. Porque Jesús amaba a su Padre infinitamente y no podía consentir aquel abuso. El amor apasionado le impulsaba a actuar de aquel modo.

Hoy sigue habiendo “mercaderes en el Templo”. Sabemos que cada hombre es “templo del Espíritu Santo” y hay muchos hombres y mujeres cuyos templos están siendo profanados con todo tipo de abusos morales y físicos. Este panorama debería “quemarnos” las entrañas y suscitar en nosotros una pasión por lo que es sagrado: cada ser humano.

¡Cuántos atropellos a su dignidad! Cada aborto, cada violación, cada acto de esclavitud es una verdadera profanación. Nosotros, como cristianos, deberíamos salir en defensa de todos esos hermanos nuestros que sufren, pues ahí está también Cristo sufriendo. ¿Qué está en mis manos? Seguro que algo puedo hacer.


3-12.

I. El Evangelio de la Misa (Lucas 19, 45-48) nos muestra a Jesús santamente indignado al ver la situación en que se encontraba el Templo, de tal manera, que expulsó de allí a los que vendían y compraban animales para ser sacrificados porque se había convertido en un verdadero mercado de ganado, en lugar de un servicio para los peregrinos que venían de fuera. Jesús subraya la finalidad del Templo con un texto de Isaías bien conocido por todos (56, 7): Mi casa será casa de oración, pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones. Quiso el Señor inculcar cuál debía ser el respeto y la compostura que se debía manifestar en el Templo por su carácter sagrado. Nuestro respeto y devoción deben ser profundos y delicados, puesto que en nuestras iglesias se celebra el sacrificio eucarístico, y Jesucristo, Dios y Hombre, está realmente presente en el Sagrario.

II. Mi casa será casa de oración. Con frecuencia asistimos a ceremonias de carácter político, académico o deportivo y advertimos enseguida que hay un protocolo y una cierta solemnidad que dan al acto una buena parte de su valor y de su ser. También entre las personas, el cariño se demuestra en pequeños detalles y atenciones. Es el rito sencillo que el hombre necesita para expresar lo más íntimo de su ser. El hombre, que no es sólo cuerpo ni sólo alma, necesita también manifestar su fe en actos externos y sensibles, que expresen bien lo que lleva en su corazón. Cuando se ve a alguien, por ejemplo, hincar con devoción la rodilla ante el Sagrario es fácil pensar: tiene fe y ama a su Dios. El Papa Juan Pablo II señala en este sentido la influencia que tuvo en él la piedad sencilla y sincera de su padre: “El mero hecho de verle arrodillarse –cuenta el
Pontífice- tuvo una influencia decisiva en mis años de juventud” (8). Pensemos hoy si para nosotros el templo es el lugar donde damos culto a Dios, donde le encontramos con una presencia verdadera, real y substancial. Pensemos hoy si al llegar a la iglesia lo primero que hacemos es saludar al Señor, si somos puntuales para la Santa Misa, si hacemos con devoción la genuflexión, si nos vestimos con recato y decoro.

III. Hoy asistimos en muchos lugares a un ambiente de desacralización basado en una concepción atea de la persona. Vemos con asombro que, incluso entre personas cultas, crecen las prácticas adivinatorias, el culto desordenado y enfermizo a la estadística, a la planificación: la incredulidad por todas partes. Y es que, en lo íntimo de su conciencia, el hombre atisba la existencia de Alguien que rige el universo, y que no es alcanzable por la ciencia. “No tienen fe. –Pero tienen superticiones” (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino). La Iglesia ha querido determinar muchos detalles y formas del culto, que son expresión del honor debido a Dios y de un verdadero amor. Todos los fieles, sacerdotes y laicos, hemos de ser “tan cuidadosos del culto y del honor divino, que puedan con razón llamarse celosos más que amantes… para que imiten al mismo Jesucristo, de quien son estas palabras: El celo de tu casa me consume (Juan 2, 17)” (CATECISMO ROMANO, II, n. 27).

 Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-13. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Ap 10, 6-11: La Palabra dulce como la miel
Salmo responsorial: 118
Lc 19, 45-48: Jesús expulsa a los mercaderes del templo

Jesús se apropia el derecho de expulsar violentamente del templo a quienes proporcionaban los elementos necesarios para los sacrificios y el culto. Y hasta llega a afirmar que aquel templo se ha convertido en una cueva de bandidos.

El gesto de Jesús resulta especialmente significativo ya que, como señalan los evangelios, echó por tierra las mesas de los cambistas, con lo cual se muestra en total oposición al pago del tributo y al culto por dinero que se practicaba allí, de tal manera y hasta tal punto que, como es bien sabido, el templo era la gran fuente de ingresos para el clero judío e incluso para toda la ciudad de Jerusalén. De esta manera, el gesto de Jesús vino a tocar un punto neurálgico: el sistema económico del templo con su enorme flujo de dinero procedente de todo el mundo conocido, desde Mesopotamia hasta el occidente del Mediterráneo. Es más, cuando le preguntan a Jesús con qué autoridad hace todo aquello, él responde con una alusión a su propia persona ("destruyan este templo y yo...": Jn 2,19-21), con lo que viene a decir que el verdadero templo era él mismo.

Sin duda alguna, todo este comportamiento de Jesús produjo una impresión muy profunda en la sociedad de su tiempo, especialmente entre los dirigentes religiosos. Téngase en cuanta que, teniendo aquellos dirigentes tantas cosas contra Jesús, la acusación más fuerte que encuentran contra él, tanto en el juicio religioso como en la cruz, es precisamente el hecho del templo con las palabras que Jesús pronunció en aquella ocasión. Y es que todo esto tuvo que resultar para aquellas gentes, tan profundamente religiosas y apegadas a su templo, un hecho absolutamente intolerable.

Por supuesto, Jesús tuvo que ser consciente de que, al actuar y hablar de aquella manera, se estaba jugando la vida. Pero entonces, ¿por qué lo hacía? Sencillamente porque el templo era el centro mismo de aquella religión. Y aquella religión era una fuente de opresión y de represión increíbles. Por eso Jesús anuncia la destrucción total del templo y de la ciudad santa. Porque para él todo aquello no era un espacio de libertad, sino una estructura de sometimiento, dados los abusos que en él se cometían. Esta crítica de Jesús fue sin duda un desafío de primer orden para las autoridades judías, un desafío que no podía quedar sin castigo.


3-14.

Reflexión:

Apoc. 10, 8-11. La Palabra de Dios debe tomar carne en nosotros. No podemos proclamar el Nombre de Dios sólo de oídas, aun cuando quienes nos la expliquen sean las personas más eruditas o más santas del mundo. Nosotros hemos de tener nuestra propia experiencia personal de la Palabra de Dios; sólo así proclamaremos el Evangelio no como predicadores expertos e insignes, sino como testigos, que han vivido como discípulos del Señor. Por eso no podemos dedicarnos a la Evangelización sin antes haber estado a los pies de Jesús. Dios nos quiere en camino; pero no solos, sino llevándolo a Él en nosotros para que, desde nosotros, continúe anunciando su Evangelio y realizando su obra salvadora a favor de toda la humanidad. Por eso pidámosle al Señor que ilumine nuestra mente y nuestro corazón con la Luz del Espíritu Santo para que siempre vivamos guiados por Él, y sea Él quien engendre la salvación y la vida eterna en todos aquellos a quienes hemos sido enviados en el Nombre del Señor.

Sal. 119 (118). Busquemos al Señor para que nos instruya en sus caminos. Pero no acudamos a Él como discípulos descuidados, sino con la intención de saber escuchar su Palabra y de ponerla en práctica. La mejor herencia que nos ha dado el Señor es a su propio Hijo. Nosotros hemos de permitirle no sólo hacer su morada en nosotros, sino dejarnos transformar conforme a su propia imagen, de tal manera que, por medio de la Iglesia, el mundo conozca al Señor y el amor que Dios tiene a todos. Valoremos la Palabra del Señor por encima de cualquier otra cosa, pues nuestra vocación mira no a lo temporal y pasajero, sino a los bienes eternos. Sea, pues, el Señor nuestra delicia, pero no sólo porque nos sintamos amados y protegidos por Él, sino porque vivamos totalmente comprometidos con Él en la realización de su Reino entre nosotros, dando testimonio, con nuestras buenas obras, de que nosotros somos los primeros en hacer nuestra la salvación que Él nos ofrece.

Lc. 19, 45-48. Jesús, finalmente llega no sólo a Jerusalén, sino al Templo, que es la meta de su subida a Jerusalén. Así se simboliza su entrada en la Gloria después de haberse ocupado en las cosas de su Padre. Él quiere que toda la humanidad no sólo escuche su Palabra cuando Él nos enseña todos los días, sino que ofrezcamos a Dios un culto agradable por tener el corazón purificado, gracias a la obra de salvación que Él ha realizado al entregar su vida por nosotros. Él ha venido a expulsar todo aquello que ha manchado nuestros corazones, pues no podemos llamar Padre a Dios ni ser sus hijos en verdad mientras continuemos esclavizados al pecado y continuemos manifestando signos de muerte. No podemos convertir nuestra vida, Templo del Espíritu Santo, en una cueva de ladrones donde anide todo aquello que nos esté robando el amor, la paz, la bondad, la misericordia, la justicia, y nos está convirtiendo en unos malvados. Cristo nos quiere, en verdad, llenos de su Vida y de su Espíritu de tal forma que con nuestras palabras, nuestras obras y toda nuestra vida, nos convirtamos en una continua alabanza a su Santo Nombre.

Dios viene a habitar en nosotros por medio de su Palabra que nos transforma a imagen y semejanza del Hijo de Dios. Por medio de la Iglesia el Señor continúa haciéndose cercano a toda persona para convertirse en su camino de salvación. En la Eucaristía tomamos y comemos a Cristo para quedar transformados en Él. A partir de esta experiencia de amor no podemos vivir callados. Toda nuestra vida se ha de convertir en el lenguaje a través del cual Dios continúe su obra salvadora en el mundo. Todos los días hemos de invitar a nuestro prójimo a retomar el camino del bien y a vivir en plena comunión con Cristo. Este camino de conversión es el mismo al que Cristo nos ha invitado, pues no hay otra forma de encontrarnos realmente con Dios sino con un corazón arrepentido, purificado y libre de todo aquello que nos había alejado del amor a Dios y del amor al prójimo. Vivamos, pues, esta Eucaristía como el momento más sublime de nuestra unión e identificación con Cristo, para ser portadores de su Reino y trabajar para que se haga realidad en el corazón de todas las personas.

¿Anunciamos el Nombre del Señor a los demás? ¿Trabajamos por crear una sociedad más justa y más fraterna? ¿No nos habremos dejado envolver por todo aquello que obscurece el Rostro del Señor en su Iglesia? La purificación del templo de Jerusalén nos recuerda la necesidad de vivir con la máxima rectitud nuestra fe, de tal forma que no por culpa nuestra el Nombre del Señor vaya a ser ocasión de burla y de desprecio entre las naciones. Dios nos envía a anunciar lo que Él nos ha dicho últimamente por medio de su propio Hijo. La Iglesia tiene la Misión de convertirse en la Palabra que hoy continúe encarnándose entre nosotros para enseñarnos el camino que nos conduce al Padre, para continuar salvando a los pecadores, para continuar socorriendo a los necesitados, levantando a los tristes y haciendo que la paz y el amor fraterno se hagan realidad entre nosotros. Hay muchas cosas que necesitan una auténtica purificación en el corazón de las personas. No sólo invitaremos a los demás a dejar sus caminos desordenados; nosotros mismos debemos ser los primeros en permitirle al Señor llevar adelante su obra salvadora en nuestra vida, de tal forma que seamos un templo digno para que en él habite y desde el cual pueda enseñar continuamente al mundo el camino de la salvación.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en un signo creíble de su amor salvador en el mundo. Amén.

Homiliacatolica.com


3-15. Viernes 19 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: Tomé el librito y me lo comí * Ustedes han convertido la casa de Dios en cueva de ladrones .

1. Dulce y Amargo
1.1 La profecía del vidente tiene sabor dulce en la boca y amargo en el estómago. Algo semejante vivió Ezequiel (3,1-6). También en el caso de Ezequiel hay dulzura en la boca y también este alimento está relacionado con el ministerio de la predicación. Cosa que tiene sentido: ¿cómo dará el predicador de lo que no ha recibido o no le ha alimentado?

1.2 Mas Ezequiel no tuvo que sentir la amargura en el estómago. Una palabra es dulce porque agrada a nuestra inteligencia; es amarga por las consecuencias que trae, como el alimento muestra su pesadez en el estómago y no en el paladar. Es, pues, "pesada" la palabra que debe pronunciar el profeta; es una palabra que trae efectos, consecuencias dolorosas. De esto han hablado muchos predicadores. Pablo se queja: "¿Quién ha creído en nuestro anuncio?" (Rom 10,6), y en esto no hace sino repetir la voz de un profeta (Is 53,1). Eso es amargo.

1.3 Y es amargo también ver, como Jeremías, que lo que fue anunciado para conversión tristemente debe realizarse como castigo (cf. Jer 36,31). Por algo advierte Pablo a Timoteo: "Pero tú, sé sobrio en todas las cosas, sufre penalidades, haz el trabajo de un evangelista, cumple tu ministerio" (2 Tim 4,5). Todos en realidad hacen eco de la advertencia de Cristo: "os envío como corderos en medio de lobos" (Lc 10,3). Mas no desfallecemos, porque "los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" (Sal 126,5).

2. Purificando la Casa de Dios
2.1 La voz del profeta y del predicador realiza un ministerio de limpieza, de purificación (cf. Jn 15,3). También hay acciones que purifican, como la que vemos hoy en la acción de Jesús. Seguramente todos amamos la pureza y todos queremos ser templos vivos del Dios vivo (cf. 1 Cor 6,19). Pregunta: ¿estamos dispuestos a ser purificados por el Señor, aunque ello implicara algo como la escena que vemos hoy en el Evangelio?

2.2 Jesús purifica el templo y luego inicia un intenso ministerio de predicación en el templo purificado. La pureza no es un fin en sí misma, sino un espacio que abrimos para acoger más y mejor la gracia y la palabra. La pureza es como el silencio: nos libera del peso muerto, del pasado estéril, del ruido estorboso, y nos abre el mensaje precioso del Dios Santo y Bello.

2.3 El acto de Jesús se convierte en una especie de sentencia de muerte contra sí mismo. La purificación por la palabra llegará a ser purificación por la Sangre. Puesto en el Lugar Santo por excelencia, según el sentir de los judíos, su palabra barre no sólo los negocios de quienes comerciaban en el templo, sino también las pesadas y engañosas cargas de quienes se tenían por maestros del pueblo. Cristo los desautoriza; clausura un tiempo que ya no daba más de sí, e inaugura una realidad nueva que tiene por centro su mensaje y su vida misma. Es lógico que sus adversarios le vieran como un estorbo chocante en extremo, y que, dentro de esa lógica, buscaran el modo de quitarlo de en medio.

2.4 Finalmente, sin embargo, y a precio de Sangre, el templo es ahora nuevo. El Lugar Santo es el Cuerpo de Cristo, presente y vivo en nuestro altar, en nuestras manos, en nuestro corazón. Viene hoy también Jesucristo a dar pureza y a invadir con su diluvio de amor y justicia nuestra existencia.


3-16. Reflexión

San Pablo, escribiendo a los corintios, nos dice que somos el templo del Espíritu Santo. Hoy Jesús nos dice que SU casa, su Templo, debe ser casa de oración. Pensemos por un momento si nuestra vida interior se puede considerar una casa de oración o es en realidad un lugar lleno del ruido del mercado del mundo que está gritando dentro de nosotros y buscando vendernos sus necias ideas. ¿Por qué no invitamos hoy a Jesús, para que con su poder y autoridad eche fuera a todos estos gritones, ponga nuestra vida interior en paz y así se convierta, como lo fue en María Santísima, en un verdadero lugar de encuentro con Dios?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-17. PARROQUIA S. ROQUE [carmelo@netcoop.com.ar]

Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tenían lugar.

San Juan definirá la nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía poéticamente: «Que el Testamento Antiguo deje paso al Nuevo Testamento».

El Nuevo Testamento es la palabra de Jesús. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía.

En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos.

Lo mismo que «todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.


3-18.

Expulsión de los vendedores

Fuente: Catholic.net
Autor: P Clemente González

Reflexión

El pasaje de hoy nos muestra una cara de Jesús muy sorprendente. Tras haber llorado por Jerusalén, parece contradictorio contemplar un primer momento de ternura y otro de dureza casi seguidos en el tiempo. Los sumos sacerdotes, los escribas y notables del pueblo saben muy bien de qué se trata todo esto y quieren quitarlo de en medio, que no les paralice ni boicotee sus negocios.

Parece que Jesús se enfada con mercaderes y vendedores, y en parte es así. Pero su enfado no viene por su profesión, su enfado no va dirigido a los de fuera del templo, va dirigido a los de dentro. Esto que parece una apreciación sin importancia la tiene y mucha, pues el mensaje que Jesús quiere transmitir va encaminado a cada uno de nosotros. Sí, a cada uno de los cristianos que vamos a visitar el templo, a cada uno de los sacerdotes y religiosos que sirven de manera especial al Señor y a cada uno de los que llevan la iglesia con una responsabilidad mayor y de dirección. El mensaje es único: " mi casa es casa de oración ". ¿Que querrá decirnos Jesús con esto? Quizás esté pensando en las personas que muchas veces usamos la iglesia como medio para nuestros intereses, quizás esté pensando en cada hijo suyo que frecuenta los sacramentos y no se acaba de convencer de que lo importante verdaderamente es servir sin ser visto, sin sacar tajada, sin que nadie lo note. A la Iglesia hemos de acudir de puntillas, con la confianza de un niño pero con un corazón que ore, que busque el encuentro verdadero con Dios, y no con los hermanos que pueden terminar en negociaciones ajenas al dueño de la casa. La Iglesia indudablemente es un misterio, y está llena de humanidad, y cuenta con fallos humanos. Con nuestra vida sincera y sencilla y nuestra actitud orante formamos también esa otra Iglesia, que es la que vale: la Iglesia de los Santos, la Iglesia que es camino de Salvación, la Iglesia compañera nuestra en la gran aventura de encontrarnos con Dios.


3-19. 19 de Noviembre

197. Casa de oración

Viernes de la Trigésima Tercera Semana del Tiempo Ordinario

I. El Evangelio de la Misa (Lucas 19, 45-48) nos muestra a Jesús santamente indignado al ver la situación en que se encontraba el Templo, de tal manera, que expulsó de allí a los que vendían y compraban animales para ser sacrificados porque se había convertido en un verdadero mercado de ganado, en lugar de un servicio para los peregrinos que venían de fuera. Jesús subraya la finalidad del Templo con un texto de Isaías bien conocido por todos (56, 7): Mi casa será casa de oración, pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones. Quiso el Señor inculcar cuál debía ser el respeto y la compostura que se debía manifestar en el Templo por su carácter sagrado. Nuestro respeto y devoción deben ser profundos y delicados, puesto que en nuestras iglesias se celebra el sacrificio eucarístico, y Jesucristo, Dios y Hombre, está realmente presente en el Sagrario.

II. Mi casa será casa de oración. Con frecuencia asistimos a ceremonias de carácter político, académico o deportivo y advertimos enseguida que hay un protocolo y una cierta solemnidad que dan al acto una buena parte de su valor y de su ser. También entre las personas, el cariño se demuestra en pequeños detalles y atenciones. Es el rito sencillo que el hombre necesita para expresar lo más íntimo de su ser. El hombre, que no es sólo cuerpo ni sólo alma, necesita también manifestar su fe en actos externos y sensibles, que expresen bien lo que lleva en su corazón. Cuando se ve a alguien, por ejemplo, hincar con devoción la rodilla ante el Sagrario es fácil pensar: tiene fe y ama a su Dios. El Papa Juan Pablo II señala en este sentido la influencia que tuvo en él la piedad sencilla y sincera de su padre: “El mero hecho de verle arrodillarse –cuenta el Pontífice- tuvo una influencia decisiva en mis años de juventud” (8). Pensemos hoy si para nosotros el templo es el lugar donde damos culto a Dios, donde le encontramos con una presencia verdadera, real y substancial. Pensemos hoy si al llegar a la iglesia lo primero que hacemos es saludar al Señor, si somos puntuales para la Santa Misa, si hacemos con devoción la genuflexión, si nos vestimos con recato y decoro.

III. Hoy asistimos en muchos lugares a un ambiente de desacralización basado en una concepción atea de la persona. Vemos con asombro que, incluso entre personas cultas, crecen las prácticas adivinatorias, el culto desordenado y enfermizo a la estadística, a la planificación: la incredulidad por todas partes. Y es que, en lo íntimo de su conciencia, el hombre atisba la existencia de Alguien que rige el universo, y que no es alcanzable por la ciencia. “No tienen fe. –Pero tienen superticiones” (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino). La Iglesia ha querido determinar muchos detalles y formas del culto, que son expresión del honor debido a Dios y de un verdadero amor. Todos los fieles, sacerdotes y laicos, hemos de ser “tan cuidadosos del culto y del honor divino, que puedan con razón llamarse celosos más que amantes… para que imiten al mismo Jesucristo, de quien son estas palabras: El celo de tu casa me consume (Juan 2, 17)” (CATECISMO ROMANO, II, n. 27).

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-20.

I. Jesús, cuando entras en el templo te enojas al ver el mercado que se había
organizado con los animales que debían sacrificarse según la ley. Lo que debía
ser un lugar de encuentro con Dios, se ha convertido en un negocio económico.
La misma caridad perfecta que ayer te hacía llorar sobre la cuidad de Jerusalén, te mueve hoy a enfadarte santamente con aquellos mercaderes: derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas [211].

Jesús, ¡cómo reaccionarían los que estaban en el templo! Aquellos pobres cambistas estarían aterrados. Los sacerdotes, escribas y jefes del pueblo no pueden aguantar más y quieren acabar contigo. ¿No hubiera sido más prudente no decir nada y dejar las cosas tal como estaban? Eso no hubiera sido prudencia, sino cobardía. Las cosas no se pueden dejar como están, cuando están mal. Y menos, cuando ofenden seriamente a Dios.

Mi casa será casa de oración. Jesús, con este acto de celo divino me muestras la importancia de tratar santamente las cosas santas. Debo tratar con respeto todos los templos, pues son un lugar de encuentro con Dios. En especial, he de tratar con veneración las iglesias católicas, donde Tú mismo estás realmente presente en la Sagrada Eucaristía. Allí, junto al Sagrario, es el mejor lugar para hacer oración.

La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquias. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración [212].

II. Detente a considerar la ira santa del Maestro, cuando ve que, en el Templo de Jerusalén, maltratan las cosas de su Padre.

-¡Qué lección, para que nunca te quedes indiferente, ni seas cobarde, cuando no tratan respetuosamente lo que es de Dios! [213].

Jesús, no me puedo quedar indiferente cuando a mi alrededor no tratan respetuosamente lo que es de Dios. Protestar ante esos abusos no es soberbia o intransigencia, sino caridad, que significa amor delicado a mi Padre Dios y a todo lo que le pertenece. En especial, no puedo callarme ante faltas de respeto en lo que se refiere al culto de Dios y a la Santa Misa. Con paciencia, pero también con entereza he de tratar de que no se convierta en otra cosa lo que es el Santo Sacrifico de la Misa.

Jesús, tampoco me puedo callar ante el abuso de los recursos naturales, pues toda la creación te pertenece. Es una actitud cristiana -de buen hijo de Dios- defender la naturaleza, sabiendo que la has creado para el uso -pero no el
abuso- del hombre. De manera especial, he de defender los derechos de la persona, elemento central de la creación. Y el primer derecho de la persona es el derecho a la vida: desde la concepción hasta la muerte. Por ello, no me puedo callar -si soy cristiano- ante estructuras y sociedades que promueven el aborto o la eutanasia.

Finalmente, Jesús, no me puedo quedar indiferente ante mi propia vida espiritual. Mi alma en gracia es templo del Espíritu Santo, casa especial de Dios; y no puedo convertirla en cueva de ladrones. Ayúdame a tratar con delicadeza al Espíritu Santo, sin permitir que mi alma se enturbie con cualquier pecado aunque sea pequeño. Y si, a pesar de todo, se me meten en el alma sentimientos y pasiones que no se corresponden con mi condición de templo de Dios, que sepa purificarme con la penitencia, con decisión. Como hiciste Tú en la casa de tu Padre.

[211] Mc 11, 15.
[212] Catecismo, 2691
[213] Forja, 546.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-21.

Comentario: P. Josep de Calasanç Laplana OSB (Monje de Montserrat-Barcelona, España)

«Mi Casa será Casa de oración»

Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tenían cabida. San Juan definirá la nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía poéticamente: «Et antiquum documentum / novo cedat ritui» (Que el Testamento Antiguo deje paso al Rito Nuevo»).

El Rito Nuevo es la palabra de Jesús. Por eso, san Lucas ha unido a la escena de la purificación del templo la presentación de Jesús predicando en él cada día. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»).

En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que «todo el pueblo le oía pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.


3-22. CLARETIANOS 2004

Posiblemente una de las acciones que más llenan el corazón y la vida del creyente es la escucha y la acogida de la Palabra de Dios. Posiblemente, también, la misión más bella y exigente sea el anuncio de la Palabra.

Sin embargo, ocurre con frecuencia que nos hemos acostumbrado a escucharla, parece que hubiéramos domesticado según nuestra forma de ser, nuestra cultura lo que Dios ha querido inspirar en su palabra.

Necesitamos volver a tomar la palabra y sentir su sabor dulce y amargo a la vez. Experimentar de nuevo que Dios no es indiferente a nuestra vida. Más aún que le llega hasta lo más profundo de su corazón, que a Dios hay muchas realidades de nuestro mundo que le duele en sus entrañas y que quien lee su palabra y contempla el mundo sólo puede escuchar una llamada a profetizar en su nombre y protestar a tiempo y destiempo contra lo que impide vivir con dignidad. Sólo puede sacar a la luz los nombres y situaciones que ninguno de nosotros puede permitir. Sólo puede experimentar esa maravillosa osadía que se hace voz y gesto para dar vida y denunciar la muerte, para anunciar al Señor de la vida.

Loli Almarza
dalmarzaes@yahoo.es