SÁBADO DE LA SEMANA 32ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Sb 18, 14-16; 19, 6-9

1-1. Habitante de Alejandría, en Egipto, el autor del Libro de la Sabiduría, termina su estudio con una reflexión sobre las relaciones entre Egipto e Israel. Recordando las "plagas de Egipto" que liberaron de la servidumbre a sus antepasados, describe la parte debida a la "naturaleza" en el juicio entre hebreos y egipcios, y, para el fin de los tiempos, anuncia una «naturaleza transfigurada» en la que el cosmos entero intervendrá en la salvación de los justos.

-Cuando un sosegado silencio lo envolvía todo... Tu Palabra omnipotente. Señor, irrumpió en medio de este país...

La intervención de Dios es aquí dramatizada a la manera épica. Ayúdanos, Señor, a ver tus intervenciones en el mundo. Ayúdanos a creer que no te desinteresas de los hombres y de los movimientos de la historia.

Tu Palabra es siempre «activa» en el corazón de los hombres y en el de los acontecimientos. Pero, a menudo, no la oímos. Permanecemos envueltos en el silencio. Ayúdanos a percibir esta Voz.

-La creación entera, obediente a tus decretos, se rehízo de nuevo en sus diversos elementos, a fin de que tus hijos fuesen preservados de todo daño.

El agua, los animales, el mar Rojo, intervienen para «salvar» a los hebreos. El autor de la Sabiduría lo interpreta como signo de que hay una correlación entre la "salvación de los justos" y el «equilibrio cósmico».

-Se vio una nube proteger su campamento... Una tierra seca emerger del agua que la cubría... Un camino practicable a través del mar Rojo... Una verde llanura del oleaje impetuoso...

Es claramente como una "reproducción" de la creación primera. También en el Génesis el Espíritu, como una nube planeaba sobre las aguas (Gn 1,9). Así el Éxodo de Egipto es también la "evocación" de la creación futura.

La Palabra de Dios que en el principio lo creó todo, está siempre presente sobre la tierra para preparar una "nueva creación" más allá de la muerte.

En estas reflexiones hay una perspectiva, un sentido de la historia. Dios no ha hecho la "naturaleza", el "cuerpo", la "materia" para la destrucción. El proyecto de Dios no es tan solo la «salvación de las almas»: la creación material está realmente asociada al hombre.

No olvidemos que ese texto fue escrito tan sólo unos años antes de Jesús. No solamente no desprecia Dios la «carne y el mundo material»... sino que "se encarna en él" y «resucita los cuerpos».

-Los que tu mano protegía mientras contemplaban tan admirables prodigios, eran "como caballos conducidos a los pastizales". "Retozaban como corderos", alabándote a Ti, Señor, que los habías liberado.

La exultación corporal del hombre... es como la del caballo que salta y relincha percibiendo ya cerca el pastizal. La imagen es hermosa y audaz.

Esforzándose por comprender el mundo, a veces el hombre tiende a separar "la materia del espíritu". En ciertos ambientes es de buen tono despreciar el cuerpo y la materia, lo que es una visión pesimista, jansenista.

Es verdad que la "máquina", el "erotismo" pueden alienar al hombre. Pero el pensamiento cristiano no se resigna a un dualismo que diría: el espíritu es bueno... la materia es mala.

De hecho, el dogma de la resurrección nos presenta como ideal buscar ya aquí y ahora, una reconciliación entre el cuerpo y el espíritu, un cuerpo flexible al ritmo del pensamiento y del amor.

¡Glorificar a Dios con todo mi ser y toda la naturaleza!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 390 s.


2.- 3Jn 5-8

2-1.

-Querido, te portas fielmente en tu conducta para con los hermanos, y eso que son forasteros.

En la Iglesia primitiva, había un intenso ir y venir de una comunidad a otra. Viajeros, misioneros, gentes de otra ciudad.

Este intercambio es una de las leyes internas de la Iglesia.

1º Es preciso que la Iglesia sea "local", que esté enraizada en un pueblo, una raza, una cultura, un ambiente: nunca se hará bastante para que cada grupo humano pueda expresarse a su modo, con sus propias palabras, y pueda recibir la Palabra de Dios en su propio lenguaje cultural. De ahí la urgencia de la reforma litúrgica, en particular, y la necesidad de que surjan teólogos en todos los grandes sistemas de pensamiento diversos de los de occidente.

2º Pero es preciso también que cada Iglesia local esté en «comunión» con todas las demás: en este sentido, nunca se trabajará demasiado para que el grupo quede abierto y acepte recibir a los forasteros o «extraños». Cuando un grupo cristiano pasa a ser un «club cerrado», un ghetto, sin comunicación con el resto de la Iglesia, deja de ser Iglesia.

En nuestras parroquias, en nuestros grupos ¿sabemos acoger al forastero? ¿Lo hacemos en nuestras familias? Vayamos más lejos. ¿Sabemos acoger «lo que nos diferencia», es decir, lo que en el otro no se asemeja a lo nuestro? Su temperamento, opuesto al nuestro, sus gustos, que encontramos extraños o raros, su manera de hablar o de actuar que nos molesta... etc.

-Esos forasteros han dado testimonio de tu amor, ante la Iglesia.

La acogida, la hospitalidad han sido tan sinceras que han llenado el corazón de los beneficiarios, que lo comentan en las nuevas comunidades donde se insertan.

Conviene a veces escuchar "lo que se dice de nosotros": ¿somos reputados como acogedores... o como gente "difícil de conectar"?

-Harás bien de proveerlos para el viaje, de manera digna de Dios; pues por su Nombre salieron, sin recibir nada de los paganos...

Juan se dirige aquí personalmente a Cayo, jefe de la comunidad local. Acogió a cristianos forasteros de otra comunidad. Juan le felicita y le pide que prosigan su buena obra dándoles para que puedan seguir su camino: son pues "misioneros", quizá predicadores ambulantes que viajan "por el nombre del Señor" y que, a ese título merecen ser ayudados en su apostolado "de manera digna del Señor".

¿Aporto también mi ayuda a los "_misioneros" ¿Participo en la propagación del Evangelio y de la Fe?

En general ¿cuál es mi participación en la vida material de la Iglesia, para que pueda "seguir su obra"? Las colectas del domingo forman parte de la misa: ¿es sólo una costumbre? o ¿un gesto consciente? ¿qué sentido damos a ese gesto? Varias veces durante el año hay colectas extraordinarias, cuyos fondos van destinados a obras de interés mundial. ¿No es ésta una manera de continuar lo que hacían ya nuestros hermanos los primeros cristianos?

Debemos acoger a tales hombres para ser colaboradores de la verdad.

Este es uno de los sentidos que podríamos dar a las colectas: "colaborar con la verdad"... ayudar a los que hacen progresar la "buena nueva"...

¿Y yo? No puedo descargarme totalmente en los "misioneros" especializados. ¿Soy misionero allá donde estoy en lo que puedo para colaborar con la verdad?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 390 s.


2-2. /3Jn

Este es el más personal de los escritos joánicos. El autor, como en 2 Jn, se llama «el anciano», y el destinatario es Gayo, un cristiano que pertenece a una comunidad donde uno de los dirigentes, Diotrefes, está en conflicto con el anciano. El autor sabe que está por encima de Diotrefes, y ya ha intentado imponer su autoridad, pero sin fruto (v 9). Tiene intención, sin embargo, de «recordarle sus malas obras» cuando les visite (10).

El tema fundamental de esta carta es el de la acogida o rechazo de los «hermanos» extranjeros, es decir, de los misioneros itinerantes -probablemente enviados por el mismo anciano- sobre los que demuestra mucho interés, y desea que puedan llevar a cabo libremente su actividad. El autor hace un gran elogio de Gayo, precisamente por su actitud respecto a estos misioneros y le pide que les ayude (2-8). Además, el tema de los misioneros es precisamente el punto de conflicto entre el anciano y Diotrefes (9-10).

Finalmente, el citado Demetrio es probablemente uno de estos enviados por el anciano (12). Los últimos versículos son la despedida del autor (13-15).

Ahora bien: dentro de este tema importante, y con claras repercusiones doctrinales, se halla desarrollado un punto que adquirirá gran relevancia en el conjunto de los escritos joánicos: el tema de la verdad; el autor se dirige a Gayo, «a quien amo en la verdad» (l); "me he alegrado mucho con la venida de los hermanos, que dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad" (3); «no hay para mí mayor alegría que oír de mis hijos que andan en la verdad» (4), «debemos nosotros acogerlos para ser cooperadores de la verdad» (8), «de Demetrio todos dan testimonio y lo da la misma verdad» (12); «nosotros mismos damos testimonio, y tú sabes que nuestro testimonio es verdadero» (12b). Esta última afirmación nos pone en contacto con el evangelio: «y el que lo ha visto da testimonio, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad...» (19,35)- «éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero» (21,24).

Un punto sobresale entre los señalados: la conciencia misionera del autor, para quien un término tan abstracto -aparentemente- como la verdad se convierte en una realidad operante: los cristianos pueden ser colaboradores de la verdad (8). No es casual que el evangelio describa la fe con la expresión peculiar: «hacer la verdad» (Jn/03/21). ¿Nos sugiere hoy algo esta descripción de la fe y del trabajo misionero?

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 629 s.


3.- Lc 18, 1-8

3-1.

Ver DOMINGO 29C


3-2.

Oímos ayer que se nos invitaba a tomar en serio nuestro «fin». Las imágenes usadas fueron «el fuego, el agua», «el buitre» que se precipita sobre su presa.

Todo esto podría generar angustia.

-Entonces les propuso esta parábola, para explicar a sus discípulos que tenían que orar siempre y no desanimarse.

Jesús quiere que despertemos de nuestras torpezas y de nuestras indiferencias, pero no quiere angustiarnos.

Su llegada tarda, se hace esperar, pero no hay que «desanimarse»: hay que rezar. En verdad una pregunta nos acucia: «Esperar, ¿hasta cuándo?» (Ap 6, 10), y otra más acuciante todavía: ¿Perseveraré hasta el fin? ¿Sería yo capaz de apostasía, o de un abandono lento y progresivo? ¿Podría mi Fe desmoronarse bajo los golpes de la duda o de la desgracia... quién sabe.

Uno de los objetivos de la plegaria -no el único, evidentemente-, es el de mantener en nosotros la fe, la relación personal con Dios: es como la cita entre personas que se quieren para mantener ese amor y estimación.

La oración tiene un aspecto anti-angustia: nos apoyamos en alguien, nos confiamos a él, salimos de nosotros mismos y nos abandonamos a otro.

-Érase una vez un juez que no temía a Dios y se burlaba de los hombres. En la misma ciudad había una viuda que iba a decirle: «Hazme justicia» ...Por bastante tiempo no quiso, pero después pensó: "Yo no temo a Dios, ni respeto a los hombres; pero esa viuda me está amargando la vida: Le voy a hacer justicia para que no venga sin parar a importunarme..."

¡Fijaos en lo que dice ese juez injusto! Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que están clamando a El día y noche?

Esto se llama una parábola «a contraste» en la que la lección a sacar de ella es lo «contrario» del ejemplo expuesto.

El juez es «sin Dios» y «sin misericordia» y acaba haciendo justicia... ¡Con cuánta mayor razón, Dios que es padre y ama a los hombres, hará justicia a los que ama y la hará prontamente!

La lección esencial de la parábola no es la perseverancia en la oración, sino más bien en la certidumbre de ser atendida: si un hombre impío y sin escrúpulos acaba atendiendo a una pobretona, ¡cuánto más sensible será Dios a los clamores de los que, en su pobreza, se dirigen a El!

Sus elegidos claman a El noche y día...

Hay que rogar siempre, sin desanimarse...

Vuelvo a escuchar esas palabras.

Si nos pides esto, Señor Jesús, es porque Tú mismo lo has hecho también: orabas sin cesar noche y día

Procuro contemplar esa continua plegaria. En las calles de los pueblos de Palestina.

Rodeado por el gentío de las orillas del lago. Por la mañana, al amanecer.

No nos pides nada imposible ¿Cómo trataré hoy de hacer algo mejor una plegaria continua? No, forzosamente, recitando fórmulas de plegarias... sino por una unión constante contigo.

-Pero, cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará Fe en la tierra?

Interrogación dolorosa, que escucho seriamente.

La tentación de abandonar la Fe no es exclusiva de nuestra época: Los mismos «elegidos» están también amenazados.

No hay que mantenerse en ninguna seguridad engañosa.

Una oración repetida, constante, continua, obstinada, es nuestra única seguridad: Dios no puede abandonarnos, si nosotros no le abandonamos a El.

¿Qué voy a hacer HOY para alimentar mi fe?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 284 s.


3-2.

1. (Año I) Sabiduría 18,14-16;19,6-9

a) En esta última página que leemos del libro de la Sabiduría, su autor reflexiona sobre la décima plaga que cayó sobre Egipto para que el Faraón se decidiera finalmente a dejar salir a los judíos hacia el desierto.

La descripción es cósmica: en el silencio de la noche, sucede la intervención poderosa de Dios, su Palabra desciende como espada afilada, pisa la tierra y llena el cielo y siembra de muerte a los enemigos del pueblo elegido, mientras que todos los elementos naturales -la nube, la tierra, el mar y su oleaje- se ponen de parte de los israelitas. No sólo Israel, sino todo el cosmos "retozaban como potros y triscaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador".

b) El éxodo de los israelitas fue una poderosa figura del definitivo éxodo, la muerte y resurrección de Jesús, su paso a través de la muerte a la nueva existencia, guiando, como nuevo Moisés, al pueblo de los salvados.

Esta lectura nos prepara para la celebración del domingo y nos ayuda a refrescar nuestra admiración por las maravillas que ha obrado Dios. Nunca será suficiente nuestra gratitud y nuestros cantos de alegría. ¿Se podría decir de nosotros alguna vez, viéndonos cantar alabanzas pascuales, que "retozamos como potros y triscamos como corderos"? ¿o más bien estamos apagados, sin dejar traslucir la suerte que tenemos al ser el pueblo liberado por Jesús?

Si la salida de Egipto fue el acontecimiento decisivo para Israel, para nosotros lo es, y con mayor motivo, la Pascua de Jesús, que continuamente nos comunica en sus sacramentos y en la celebración de cada domingo, y sobre todo del Triduo Pascual cada año. A la luz de esta Pascua, hemos de interpretar la historia y los pequeños o grandes acontecimientos de nuestra vida, con la consecuencia de que siempre estemos optimistas y llenos de confianza en Dios.

A ver si nos dejamos contagiar el entusiasmo del salmo y, con instrumentos o a viva voz, expresamos nuestra alabanza a Dios: "recordad las maravillas que hizo el Señor, cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas que se alegren los que buscan al Señor, porque sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo".

1. (Año II) 3 Juan 5-8

a) Después de leer ayer la segunda carta de Juan, y antes de pasar, a partir del lunes próximo, a escuchar durante las dos últimas semanas del año el libro del Apocalipsis, leemos hoy unos pocos versículos de la tercera carta de Juan.

Esta vez va dirigida a Gayo, un cristiano que nos resulta desconocido. Pero el autor de la breve carta habla bien de él: se ve que atendía a los misioneros itinerantes que pasaban por su comunidad y les proveía de lo necesario, "cooperando así en la propagación de la verdad".

b) Hay maneras y maneras de colaborar en la evangelización. A unos les encomendó Cristo el ministerio de apóstoles. En una ocasión envió a setenta y dos discípulos a predicar. Pero aparecen otras muchas personas, hombres y mujeres, que ayudaban a Jesús y al grupo de los apóstoles, o luego a la comunidad cristiana, con su hospitalidad, con su apoyo económico, con su disponibilidad también misionera. Todos trabajan por el Reino, todos contribuyen a la evangelización del mundo.

Y eso, en tiempos de la comunidad apostólica y a lo largo de los dos mil años de la Iglesia. También hoy, ¡cuántos laicos y laicas realizan una labor humilde, sencilla, pero meritoria: con su trabajo de misioneros o catequistas o voluntarios! Cuántos cristianos colaboran con su ayuda al trabajo de los misioneros o al sostenimiento de las obras de la Iglesia -iglesias, seminarios, mantenimiento del personal- y lo hacen calladamente!

Este buen hombre Gayo, al que alaba la carta de Juan, puede considerarse el representante de todas estas personas anónimas que también "cooperan en la propagación de la verdad". Y reciben la bienaventuranza del salmo: "dichoso el que se apiada y presta ... su caridad es constante, sin falta".

2. Lucas 18,1-18

a) Lucas es el evangelista de la oración. Es el que más veces describe a Jesús orando y más nos transmite su enseñanza sobre cómo debemos orar.

Hoy lo hace con la parábola de la viuda insistente. El juez no tiene más remedio que concederle la justicia que la buena mujer reivindica. No se trata de comparar a Dios con aquel juez, que Jesús describe como corrupto e impío, sino nuestra conducta con la de la viuda, seguros de que, si perseveramos, conseguiremos lo que pedimos.

b) Jesús dijo esta parábola "para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse".

Dios siempre escucha nuestra oración. Él quiere nuestro bien y nuestra salvación más que nosotros mismos. Nuestra oración es una respuesta, no es la primera palabra. Nuestra oración se encuentra con la voluntad de Dios, que deseaba lo mejor para nosotros.

El Catecismo lo expresa con el ejemplo del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, junto a la boca del pozo. "Nosotros vamos a buscar nuestra agua", pero resulta que ya estaba allí Jesús: "Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él" (CEC 1560).

A veces esta oración la tenemos que expresar a gritos, día y noche, como dice Jesús, porque hay momentos en nuestra vida de turbulencia y de dolor intenso. Nos debe salir desde una actitud de humildad, no de autosuficiencia, desde una actitud de apertura confiada a Dios. O sea, desde la fe, como la del centurión que pedía por su criado, como la de la pobre viuda que insistía para conseguir justicia. La pregunta final de Jesús, en la página que hoy leemos, es provocativa: "cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".

"Recordad las maravillas que hizo el Señor" (salmo I)

"Dichoso el que se apiada y presta: el justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo (1ª lectura II)

"Jesús explicó a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 285-288


3-3.

3 Jn 1, 5-8: Fieles servidores del evangelio

Lc 18, 1-8: Dios escucha el clamor de los oprimidos

Jesús se vale de una situación bien conocida para ilustrar la verdadera actitud en la oración. El relato nos narra la historia, bastante conocida en la época, de la viuda indefensa que acude al juez con tanta insistencia que logra un fallo favorable. La tenacidad y la constancia de la mujer estuvieron por encima de la mala conciencia del juez.

Las viudas, en su condición de mujeres desprovistas de la protección del marido, eran generalmente objeto de explotación y marginación. Junto con los huérfanos, los extranjeros y los enfermos pertenecían a los grupos excluidos de la sociedad. Su única alternativa era conseguir un defensor de sus derechos. Este defensor era llamado «Goel» y representaba el camino hacia una vida digna.

Jesús toma este ejemplo y lo aplica a la oración. En la oración nos sentimos como la viuda: carentes de toda protección y a merced de la voluntad de Dios. Sin embargo, Dios no es un juez sordo o injusto. Dios se nos muestra como un Padre misericordioso, resuelto a escuchar a su hijos cuando éstos realmente están convencidos de su causa. Esta situación nos remite inmediatamente a la situación del suplicante, de la persona que eleva su clamor a Dios. Si esta persona carece de convicción, de la fe necesaria, de poco le sirve la oración. Pues, la oración es un agradecimiento por los bienes recibidos. Y si la persona, no considera anticipadamente que lo que pide ya lo ha recibido, se dirige a un Juez sordo, que no atiende su clamor.

Fe y constancia, confianza y tenacidad, son las dos llaves que nos abren la posibilidad de un diálogo sincero con Dios y con los hermanos. Si en nuestra acción procedemos estratégicamente, o simplemente nos dirigirnos a Dios para calmar nuestros caprichos y necedades, seguramente perderemos el tiempo y la paciencia. Dios escucha el clamor de los marginados, de los oprimidos, de los justos. Si nosotros clamamos en estas condiciones hemos de tener la certeza de ser escuchados.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4. CLARETIANOS 2002

Orar más y mejor es un deseo que a menudo se encadena con el deseo de hacer un poco de ejercicio físico, vigilar la dieta o comunicarnos con los amigos que hace años que no vemos. A veces tenemos la impresión de estar siempre empezando y de estar siempre interrumpiendo.

Me llama la atención el modo como Lucas encabeza hoy la parábola del juez y la viuda: "Para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola". Para Jesús la oración es el amor hecho continuidad, insistencia, confianza. Sólo cuando nos mantenemos pacientemente en onda "perforamos la realidad". Esta es la razón por la cual los hombres y las mujeres orantes ven las cosas de otra manera, se comprometen de otra manera. ¡La lenta transformación de la oración!

Lo normal es que en este camino nos desanimemos. Lo normal es esperar algunos cambios de conducta de la noche a la mañana. O, por lo menos, algunos sentimientos gratificantes de bienestar, autoaceptación y cosas por el estilo. La realidad es demasiado dura como para ser perforada en un santiamén.

Las personas que oran saben esperar. Quizá el primer fruto de una oración humilde sea estar gratuitamente ahí, abiertos de par en par al sol de Dios, sin prisas, sin ansiedad. Un día y otro. Las personas que esperan pueden creer que todo es inútil, pero su actitud las hace estar en el lugar adecuado y en el tiempo oportuno para acoger la venida del Hijo del Hombre. El que ora es como una virgen con la lámpara encendida, como una viuda que no se cansa de suplicar justicia.

¿No os parece que el tiempo presente no nos ayuda a vivir así? Queremos que todo suceda cuanto antes. Somos como los políticos que necesitan inaugurar muchas cosas en el arco de una legislatura. O como los periodistas que tienen que rellenar un periódico cada veinticuatro horas.

Os invito a interrumpir la lectura para hacer un rato de oración desde la pantalla del ordenador. Es sólo una forma de estimularnos a orar siempre, en toda circunstancia.
Buen fin de semana y hasta pronto.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-5. 2001

COMENTARIO 1

DIOS ESCUCHA EL GRITO DE LOS OPRIMIDOS

En este pasaje, Lucas trata nuevamente del tema de la oración, subrayando la insistencia en ella a base de la analogía del juez y la viuda. Esta es figura del estamento más desamparado, describe la situa­ción límite del pueblo que exige justicia a sus dirigentes, a pesar de que éstos, representados por el juez injusto, se la hayan negado sistemáticamente. No obstante, el pueblo no ceja en la petición, referida en esta ocasión a la justicia/reivindicación, en conexión con la llegada del reinado de Dios. La insistencia vence la resis­tencia del juez injusto.

Jesús se sirve de esta analogía para invitar a los discípulos a afrontar la situación presente. Si la oración insistente de la viuda ha acorralado al juez y lo ha obligado a dictar una sentencia justa, con cuanta más razón «Dios ¿no hará justicia a sus elegidos si ellos le gritan día y noche?» (18,7). «Los elegidos» son el Israel mesiánico; hoy día, la comunidad cristiana. «Gritar día y noche» es el grito de los oprimidos por el sistema injusto, que claman por un cambio radical de las estructuras. La oración hace tomar conciencia de las propias posibilidades y de la acción liberadora de Dios en la historia. Si bien las circunstancias históricas han cambiado, la injusticia sigue estando presente en nuestra socie­dad. El cambio social es posible..., siempre que contemos con la acción del Espíritu Santo (cf. 11,13). Jesús duda de que los suyos, los Doce, sientan este deseo de justicia (18,7b). La «llegada del Hombre» (18,8) constituía para Jesús el momento de la reivindicación, la destrucción de Jerusalén (cf. 17,30). Los Doce no tendrán «esta fe», puesto que no han roto todavía radicalmen­te con la institución judía. ¿La tenemos nosotros hoy? ¿Hemos hecho esta ruptura radical con los falsos valores de la sociedad injusta, que malgasta todo en armamentos y dilapida los bienes de la creación?


COMENTARIO 2

Ante las múltiples injusticias que vemos sucederse en la vida de todos los días, surge un sentimiento de la propia impotencia. Dicha impotencia nos hace comprender nuestra incapacidad para enfrentar dichas situaciones. Y ese sentimiento hace que espontáneamente el recurso a Dios se presente como la única salida.

Nos es relativamente fácil entonces comprender la importancia de la oración. La petición se multiplica en nuestros labios. Sin embargo, cuando esa oración no parece conseguir lo pedido, cuando las heridas injustamente causadas se multiplican, se hace sumamente difícil perseverar en la práctica de la oración que habíamos emprendido.

Dios, en muchos de estos casos, aparece bajo la imagen de alguien desentendido de la búsqueda de la justicia. La parábola del juez inicuo quiere enseñarnos a rectificar esos sentimientos que brotan en los momentos en que se oscurecen ante los propios ojos los valores del Reino de Dios y de su justicia. Junto a ello la parábola quiere marcar en nosotros de forma indeleble una pauta referente a la práctica de la oración.

En Dios debemos seguir contemplando la fuente de toda justicia y desde esa contemplación se hace necesario renovar nuestro compromiso con la justicia en una oración perseverante. En los momentos en que más lúcidamente descubrimos el aplastamiento de los derechos propios o de los demás se hace más urgente seguir la exhortación de Jesús a orar siempre, sin desfallecer jamás.

Este comportamiento puede mantener vivo en nosotros la lucha por la justicia y, sobre todo, puede recrear en nosotros la confianza en Dios, íntimamente comprometido con los valores de la justicia.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. 2002

En el boxeo, cuando uno de los participantes se quiere retirar, su entrenador arroja la toalla al ring. En la vida también hay demasiados que han o hemos arrojado la toalla. Después de años de lucha por superar nuestros propios conflictos o en defensa de la justicia o por ayudar a los necesitados, hemos perdido la ilusión. El desánimo nos llena. ¿Para qué seguir luchando? Nada cambia. Todo parece que sigue igual. Es como si el coche se nos hubiese quedado definitivamente atascado en el barro y, después de haber agotado nuestras fuerzas, no se hubiera movido ni un milímetro. ¿Vale la pena seguir luchando? ¿Escuchará Dios nuestras súplicas?
La parábola que hoy nos cuenta Jesús se dirige especialmente a los que ya han arrojado la toalla o están a punto de hacerlo. Y nos recuerda una gran verdad: aunque en medio del combate no lo sintamos, Dios está con nosotros. Si el juez unicuo termina por hacer justicia nada más que para librarse de la viuda, ¿acaso Dios no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? Quizá, el secreto esté en ese "clamar a Dios día y noche". ¿Cómo andamos de perseverancia en la oración?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. ACI DIGITAL 2003

7. Cf. S. 93, 1 ss.; Is. 63, 4; Rom. 8, 33; II Tes. 1, 6; Apoc. 6, 10.

8. ¿Hallará la fe sobre la tierra? Véase 17, 23 s. y nota. Obliga a una detenida meditación este impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo. Es el gran misterio que S. Pablo llama de iniquidad y de apostasía (II Tes. 2) y que el mismo Señor describe muchas veces, principalmente en su gran discurso escatológico. Cf. Mat. 13, 24, 33, 47 s


3-8. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Sábado 15 de noviembre de 2003
Alberto Magno, Leopoldo

Sab 18, 14-16; 19, 6-9: "Tu Palabra omnipotente saltó de cielo a la tierra"
Salmo responsorial: 104,2-3. 36-37. 42-43
Lc 18, 1-8: La viuda insistente

Estamos siempre camino a Jerusalén y Jesús va instruyendo a sus discípulos. Después del 'pequeño apocalipsis' (17, 20-37), tenemos ahora una sección eclesiológica (18, 1-30). Esta sección tiene dos partes:

a) Dios hace justicia a los pobres y humildes: 18, 1-14

b) Los niños y los pobres entran en el Reino de Dios: 18,15-30

Lucas diseña esta eclesiología desde de la perspectiva de los pobres, humildes y los niños. Hoy nos ocupamos de su primer capítulo: "El juez inicuo y la viuda importuna" (18, 1-8).

Jesús narra una parábola para inculcar que es preciso orar siempre sin desfallecer. Se refiere entonces a la perseverancia, persistencia, tenacidad. Toma como ejemplo una viuda, y ésta, perseguida u oprimida por un adversario. En la Biblia los pobres son representados por las viudas, huérfanos y extranjeros. Son los que no tienen nadie que los defienda ante los tribunales: la viuda no tiene marido (en la sociedad patriarcal sólo los hombres tienen derechos), el huérfano no tiene padres y el extranjero no tiene a nadie en el país. Aquí la viuda, como prototipo del pobre, es ejemplo de esta tenacidad y persistencia ante Dios. Debemos por lo tanto aprender de los pobres a rezar con tenacidad. En la Iglesia de Lucas es el pobre el modelo de la oración y de la relación con Dios en general.

En el texto se repite cuatro veces la expresión: 'hacer justicia'. En toda la Biblia la 'justicia' no se refiere a cuestiones de leyes o a asuntos de tribunales de justicia, a cuestiones de derechos y deberes. Hacer justicia fundamentalmente es liberar, y designa la actividad más propia y característica de Dios. Dios hace justicia al pobre cuando lo libera de su pobreza y opresión. En la parábola a aparece un juez, pero la interpretación de la parábola supera ampliamente el contexto de un tribunal. Juez es aquí una autoridad genérica que arregla asuntos sociales en una ciudad. La parábola muestra un juez corrupto, que no teme a Dios y ni respeta a las personas. Esta realidad era trágica especialmente para los pobres. Dios no es presentado como un juez justo, sino como uno que 'hace justicia' lo que sobrepasa la realidad de un tribunal.

Dios hace justicia a sus elegidos cuando claman a él día y noche. Desde el Éxodo Yahveh se define como el Dios que escucha el clamor de los oprimidos y decide liberarlos. Cuando los pobres claman, Dios hace justicia pronto. La Iglesia es la asamblea de los elegidos y de los pobres que claman a Dios y donde Dios revela su justicia.

La frase final de la perícopa es enigmática: Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? La fe aquí es esa capacidad de clamar, de orar, a Dios con la misma tenacidad con que lo hace la viuda. Lucas esta desafiando a la Iglesia de su tiempo, y a la Iglesia nuestra hoy, si realmente en el Iglesia sigue todavía vivo ese clamor de los pobres que todo lo alcanza. Si la Iglesia es el espacio donde se oye y persiste el clamor de los pobres.


3-9. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:
El Evangelio de hoy reafirma lo dicho en el anterior acerca de la importancia de una fe viva.

Pero ya no utiliza como comparación una figura que podía entenderse como retórica o literaria (la higuera que se arranca... etc.). Aquí entra en cuestión el mismo Dios al que compara, por oposición, con un juez inicuo. Para hacer fuerza sobre la disposición de Dios a intervenir a favor de sus fieles.

Este es un punto que siempre nos desconcierta. Porque se aleja mucho de nuestra experiencia cotidiana, y sin embargo, las palabras de Jesús son inequívocas. “¿Qué es lo que falla, entonces?”, nos preguntamos. Probablemente falla la calidad de nuestra fe, y la calidad de nuestra relación con Dios. No pedimos con convicción, o pedimos mal, o pedimos queriendo ‘utilizar’ a Dios en favor nuestro. Dios ni se deja manipular, ni actúa de forma contradictoria con su modo de ser. Muchas veces tenemos una idea de cómo debería ser la intervención de Dios que no encaja para nada con cómo es Dios y con cómo nos ha mostrado su estilo de intervención en Jesús. A veces uno se asusta al escuchar cómo desean algunos que intervenga Dios, mientras piensa en su interior: “Para intervenir así, mejor que no intervenga”. En otras ocasiones, a poco que recapacitemos, nos damos cuenta que hacemos con Dios lo que no haríamos, por simple respeto humano, con nuestros conocidos. Le pedimos cosas sin haber establecido previamente una justa intimidad con Él. Y la lección que extraíamos en la lectura del miércoles es la de que los dones de Dios buscan suscitar la amistad, estrechar la relación, acrecentar nuestra certeza.

La prueba de este argumento está en los santos. En ellos suele cumplirse al pie de la letra las promesas evangélicas. ¿Por qué? ¿Porque son santos? Puede ser, pero también porque tienen una fe plena; porque conocen demasiado bien, el “estilo” de Dios y ni se les pasa por la imaginación pedirle a Dios que intervenga en nuestro mundo irrumpiendo como un elefante en una cristalería; porque han alcanzado una intimidad profunda con Dios y desde ahí, desde los muchos años esforzándose en identificar su voluntad con la voluntad de Dios, saben pedir bien y con plena confianza. De forma que todo nos remite a la última pregunta de Jesús. “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

Vuestro hermano en la fe.

Carlos García Andrade cmf. (garciaandr@tiscali.it)


3-10. 2003

LECTURAS: SAB 18, 14-16; 19, 6-9; SAL 104; LC 18, 1-8

Sab. 18, 14-15; 19, 6-9. Aquella noche de la liberación del Pueblo Israelita de la mano de sus opresores, en que la Palabra se manifestó como salvación para ellos, cumpliendo el Decreto Divino de condenar a los Egipcios y salvar a los Hebreos, es sólo una figura de aquel otro momento en que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, manifestándose con todo su poder salvador para liberarnos de la esclavitud al pecado a que nos había sometido el Maligno, enemigo de Dios y de los hombres que están destinados a participar de la Vida Divina. Por eso llenémonos de gozo en el Señor y demos brincos de alegría, dando gracias al Señor por haberse convertido en nuestra defensa y salvación. Ojalá y permitamos que nuestra vida esté siempre en sus manos.

Sal. 104. Dios es siempre fiel a sus promesas. Por eso hemos de entrar a su Templo santo, para postrarnos ante Él y darle gracias. ¿Cómo no agradecerle a Dios y ser fieles a sus mandatos y enseñanzas, si su amor por nosotros ha llegado hasta el extremo de entregar a su propio Hijo a la muerte para liberarnos del pecado y de su consecuencia, la muerte? Dios no sólo quiere concedernos bienes terrenos, sino su vida y la salvación eterna. Por eso no lo busquemos sólo para que nos cargue de oro y plata y nos libre de nuestras enfermedades, sino que, más bien busquémoslo para que nos conceda su perdón, su paz, su vida y la presencia de su Espíritu Santo en nosotros.

Lc. 18, 1-8. Orar. Orar siempre y sin desfallecer. Y esto porque la oración en el hombre de fe equivale a la respiración que nos conserva vivos. Sin la oración el hombre fácilmente es presa del pecado y muere para Dios. Por eso incluso nuestra vida ordinaria debe convertirse en una continua alabanza del Nombre de Dios. Y hemos de ser constantes en la oración, a pesar de que sabemos que Dios sabe lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos. Pidámosle su Espíritu Santo; roguémosle que nos perdone y nos justifique para que seamos dignos hijos suyos. Ojalá y nos mantengamos firmes en la fe para que podamos permanecer de pie cuando venga el Hijo del hombre, encontrándonos en vela y oración trabajando por su Reino.

El Señor nos ha convocado y nosotros hemos hecho caso a su llamado reuniéndonos en esta Acción Litúrgica para celebrar la Eucaristía, Memorial de su Pascua. ¿En verdad hemos venido con fe? Este momento es el momento culminante de la oración del cristiano. Hasta aquí nos han traído nuestras esperanzas e ilusiones; y desde aquí ha de partir nuestro trabajo para lograr un mundo renovado en Cristo, en su amor, en su paz. Ojalá y no vengamos sólo para pedirle que llene nuestras manos de bienes materiales, o de poder terreno; sino para pedirle que nos conceda la Sabiduría necesaria para utilizar los bienes temporales sin olvidar los del cielo. Roguémosle especialmente que nos haga justos, para que libres de nuestros pecados podamos manifestarnos, con toda claridad, como hijos de Dios.

Igual que todas las personas, los cristianos seguimos insertos en el mundo cumpliendo con nuestros deberes diarios, poniendo el mejor de nuestros esfuerzos para darle su verdadera dimensión a la vida terrena. Sin embargo, sabiendo que pisamos la tierra y que trabajamos responsablemente en ella, no nos olvidemos de tener la mirada puesta en el Cielo. Así, no sólo nos preocuparemos por llevar a nuestro mundo a su plena realización, sino que, guiados por nuestra fe en Cristo e impulsados por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros, nos esforzaremos decididamente por hacer realidad entre nosotros, ya desde esta vida, el Reino de Dios para que llegue a nosotros con toda su fuerza. Esto requiere de nosotros una continua conversión para caminar, no conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios de Dios. Aunado a la conversión debe estar en nosotros el espíritu de comunión , que nos ayude a permanecer firmemente anclados en el amor a Cristo y en el amor fraterno, aceptando libre, pero responsablemente, todas sus consecuencias. Y, finalmente, hemos de vivir la solidaridad con nuestro prójimo, tanto haciendo nuestros sus dolores, esperanzas y sufrimientos para remediarlos, como convirtiéndonos en colaboradores, junto con todos los hombres de buena voluntad, en la construcción de un mundo más fraterno, más maduro en la paz y más solidario en la justicia social.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de esperar la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, trabajando a favor de su Evangelio para que su Reino esté en nosotros, y se manifieste desde nosotros con signos de justicia, de amor y de paz. Amén.

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3-11.Parábola del juez corrupto

Autor: Catholic.net

Reflexión:
Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un mosquito. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido. Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.

Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios “se moleste” y nos atienda.

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más. Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.


3-12. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

3 Jn 5-8: El abuso de la autoridad
Salmo responsorial: 111
Lc 18, 1-8: La parábola del juez injusto

La viuda es uno de los prototipos del pobre en el lenguaje profético; y en la práctica de Jesús y en los evangelios representa a la vez al pobre, a la mujer indefensa y a la marginada y explotada (Mc 7,24 30; 12,38 44; Lc 7,11 17; 13,10 17; 18, 1-8). Las actitudes de servicio y de atención peculiar por los pobres y pequeños son rasgos decisivos de Jesús y de sus más fieles seguidores.

En Israel, como en cualquier sociedad orientada por el poder de dominio, los pobres, o gente sin poder, contaban principalmente como fuerza de trabajo o de beneficio para quien manejaba dicho poder. Muy poco contaban como sujetos de derechos. Es cierto que la ley defendía "al huérfano, a la viuda, al extranjero, al pobre y al desvalido". Pero esta ley, a la hora de la verdad, dependía de la voluntad del que la interpretaba o ponía en práctica. La aplicación de la justicia, no dependía tanto de la existencia de fórmulas legales, como de las estructuras que posibilitaban o no la práctica de dichas leyes.

Jesús sabía que la fuerza de los pobres estaba en la forma como ellos mismos asumieran su propia causa. La parábola de la viuda que le reclamaba justicia al juez estaba llamada a dejar constancia de esta fuerza y a despertar en los discípulos todas las reservas que pudieran tener para la difícil tarea que les esperaba frente al poder de dominio que imperaba en la sociedad. La fuerza de los pobres, según Jesús, estaba en que éstos se convencieran del contenido de justicia que encerraba su causa. Esta era la fuerza llamada a cambiar la historia. En algún momento lo fue, cuando el pueblo se convenció de que la causa de la justicia era la misma causa de Dios. Entonces la sociedad esclavista hebrea, que estaba en Egipto, resolvió cambiar de rumbo y construir un proyecto de libertad y dignidad. Después de siglos, Jesús volvía al mismo principio: una mujer viuda -paradigma del pobre- acorralaba al poderoso que se preciaba de no temer a Dios y de no respetar a ningún ser humano. La fuerza de su causa se había convertido para ella en coraje y para él en espina insoportable.

Vivimos bajo estructuras de gobierno que consolidan su fuerza desde el poder y la tiranía. Para que se realice la justicia que se cumplirá plenamente con la llegada del Hijo del Hombre, es necesario que los cristianos tomemos conciencia de la situación de injusticia en la que vivimos y reclamemos insistentemente nuestros derechos.


3-13. DOMINICOS 2004

Recordemos las maravillas del Señor

Dios creó la luz, para nuestro bien. Pero ¡cuánta luz desperdiciamos en la vida!
Nos obsequió con la luz de la inteligencia. Pero muchos no la empleamos en reconocerle como creador.
Nos inflamó con el fuego de amor del corazón. Pero muchos nos quemamos en el horno de pasiones viles.
Nos puso en la frente la señal de ‘hijos predilectos’. Pero muchos nos avergonzamos de serlo y huimos del hogar.
¡Cuánta luz, gracia, amor, de parte de Dios y cuánta ingratitud de nuestra parte! Perdónanos, Señor.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Tercera carta de Juan 5-8:
“Querido hermano: Te portas con plena lealtad en todo lo que haces por los hermanos, aunque para ti sean extraños. Esos hermanos han hablado de tu caridad ante la comunidad de aquí.

Pues bien, como van de viaje, provéelos como el Señor lo desea.

Esos hermanos se han puesto en camino para trabajar por Cristo, sin aceptar nada de los paganos.

Todos nosotros debemos ayudar a hombres como esos, cooperando así en la propagación de la verdad”.

Evangelio según san Lucas 18, 1-8:
“En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Y había también una viuda, que solía ir a decirle: ‘Hazme justicia frente a mi adversario’. Él por un tiempo se negó, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres..., le haré justicia, no vaya a acabar golpeándome’...

¿No hará Dios justicia a sus elegidos que le griten día y noche...?”


Reflexión para este día
El Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?
Esta frase lo tomamos del texto evangélico. Se refiere al momento final de nuestra historia, cuando, cumpliéndose el tiempo en que éramos libres para vivir ejerciendo nuestra responsabilidad, Dios actuará como padre que nos pide cuentas del rendimiento de nuestros dones.

Cada uno de nosotros, durante nuestra historia personal vivida en felicidad o desdicha, en poder o debilidad, en turbación o en paz, habremos podido ser instrumentos de paz o de guerra, de fraternidad o de discordia, de generosidad o de egoísmos, de laboriosidad que daba pan o de ociosidad malsana, de alabanza al Creador o de rebeldía...

Y tanto en horas de turbación y dolor como en horas de serenidad y gozo habremos vivido muchos momentos en cercanía y amistad con Dios y con los hombres, y otros en debilidad y pecado. Pero, por fuerza de la fe, habremos llamado a la puerta de la gratitud y de la misericordia.

¿Nos faltará algún día esa fuente de animación. Pidamos al Señor y a Santa María que nunca se nos apague esa antorcha.


3-14. Fray Nelson Sábado 13 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: Debemos ayudar a los hermanos, para que seamos colaboradores en la difusión de la verdad * Dios hará justicia a sus elegidos que claman a él.

1. La Hospitalidad Cristiana
1.1 El único texto que la liturgia de la misa nos ofrece de la tercera carta de san Juan destaca el valor de la hospitalidad cristiana. Nuevamente estamos ante una virtud que tiene mucho aprecio en la sociedad humana, pero que adquiere un sentido mayor a la luz de la fe. Acoger a los evangelizadores es hacerse partícipe del fruto de la evangelización.

1.2 Significa mucho para nosotros aquella expresión del apóstol, referida a quienes fueron hospedados: "se han puesto en camino por Cristo..." (3 Jn 7); literalmente: "por el Nombre". ¡Qué poder el de este Nombre (cf. Flp 2,9), que pone en movimiento a quien lo escucha y renueva a su paso cada cosa, cada cultura y cada persona!

2. Clamar día y noche
2.1 En el evangelio de hoy encontramos otro tema: la perseverancia en la oración. No es fácil encontrar la medida de la perseverancia, porque evidentemente no se trata de presionar a Dios para que haga lo que queremos. ¿Cómo insistir en una petición, y a la vez ignorar si aquello en lo que insistimos es lo mejor para nosotros, o si es lo que Dios en su sapiencia quiere?

2.2 Puede ayudarnos a buscar una respuesta observar que Cristo no se refiere a cualquier petición en este pasaje del Evangelio. Lo que él promete es muy concreto: "¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos?" (Lc 18,7). De hecho la viuda de la historia pedía eso: justicia. Por eso, antes de pensar en insistir en nuestras súplicas hemos de preguntarnos si son justas, o mejor aún: si piden justicia.

2.3 ¿Qué es pedir justicia? Si lo miramos bien, es pedir que aparezca la obra del juez. Pide justicia ante el juez quien, por una parte, no puede lograr todo con sus fuerzas, y por otra, confía en el juez. Estas son las dos características de una oración de justicia: descubrir los límites que tenemos en la solución de nuestros problemas y confiar en el poder y la sabiduría de Dios para ayudarnos eficazmente. Orar así es, al mismo tiempo, acto de humildad, acto de fe, y acto de verdadera alabanza a Dios.

2.4 Pedir justicia es entonces pedir que se manifieste lo que sólo Dios puede hacer; equivale, por consiguiente a pedir lo que pedimos en el Padrenuestro: "que tu Nombre sea santificado...", "que venga tu Reino...". No es primer lugar un acto en contra del adversario sino un acto a favor de la gloria de Dios.


3-15.

Comentario: Mn. Joan Farrés i Llarisó (Rubí-Barcelona, España)

«Es preciso orar siempre sin desfallecer»

Hoy, en los últimos días del año litúrgico, Jesús nos exhorta a orar, a dirigirnos a Dios. Podemos pensar cómo los padres y madres de familia esperan que —¡todos los días!— sus hijos les digan algo, que les muestren su afecto amoroso.

Dios, que es Padre de todos, también lo espera. Jesús nos lo dice muchas veces en el Evangelio, y sabemos que hablar con Dios es hacer oración. La oración es la voz de la fe, de nuestra creencia en Él, también de nuestra confianza, y ojalá fuera también siempre manifestación de nuestro amor.

A fin de que nuestra oración sea perseverante y confiada, dice san Lucas, que «Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Sabemos que la oración se puede hacer alabando al Señor o dando gracias, o reconociendo la propia debilidad humana —el pecado—, implorando la misericordia de Dios, pero la mayoría de las veces será de petición de alguna gracia o favor. Y, aunque no se consiga de momento lo que se pide, sólo el poder dirigirse a Dios, el hecho de poder contarle a ese Alguien la pena o la preocupación, ya será la consecución de algo, y seguramente —aunque no de inmediato, sino en el tiempo—, obtendrá respuesta, porque «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche?» (Lc 18,7).

San Juan Clímaco, a propósito de esta parábola evangélica, dice que «aquel juez que no temía a Dios, cede ante la insistencia de la viuda para no tener más la pesadez de escucharla. Dios hará justicia al alma, viuda de Él por el pecado, frente al cuerpo, su primer enemigo, y frente a los demonios, sus adversarios invisibles. El Divino Comerciante sabrá intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a disposición sus grandes bienes con amorosa solicitud y estar pronto a acoger nuestras súplicas».

Perseverancia en orar, confianza en Dios. Decía Tertuliano que «sólo la oración vence a Dios».


3-16.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión

En las profecías se suelen utilizar gran cantidad de símbolos y modos de hablar, aunque los detalles concretos sólo quedarán claros a medida en que vayan acaeciendo. La última venida del Señor será repentina, inesperada, muchos hombres estarán desprevenidos. Jesús ilustra esta verdad con ejemplos de la Historia Sagrada: como en los días de Noé y como en los de Lot, el juicio divino sobre los hombres vendrá de repente.

¿Cuándo? ¿Dónde? Son las preguntas que hacían los discípulos a Jesús sobre el Reino de los Cielos, y no se daban cuenta de su tozudez y superficialidad. ¿Qué más da cuándo o dónde? No sabemos ni la hora ni el lugar, ni tampoco lo necesitamos. Ellos se distraían con esa curiosidad tan humana, y descuidaban los acontecimientos importantes, lo que era el aviso, el mensaje que Cristo nos está comunicando sirviéndose de estas preguntas. Nos pasa a menudo a los hombres: nos perdemos entre tantos datos, detalles, circunstancias, y no nos damos cuenta de las grandes lecciones que se pasean por nuestras vidas. No somos capaces de profundizar e interiorizar. Cristo nos está exhortando a la vigilancia, a que no descuidemos lo más importante de nuestra vida, que es ganarnos la eterna. Las dificultades nos pueden preocupar o agobiar más o menos, pero de eso no depende nuestra felicidad, ¡y tampoco es lo más importante! Debemos aprender a relativizar los asuntos terrenos de forma que no nos impidan ver el horizonte. Lo realmente importante es que seamos felices, que nos salvemos, que nos encontremos con Dios, y sólo eso debe sobresaltar nuestro corazón. Lo demás,... ¡no importa! O simplemente, importa menos. Por esto Cristo nos dice que quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda, la guardará, esto es, la engendrará, dará al alma la verdadera vida. Nos esta diciendo que quien haga de esta vida el valor fundamental, está cayendo en un gran error: pierde la vida eterna. Por el contrario, quien esté dispuesto a renunciar a las comodidades de este mundo, a perder lo terreno, lo material, a resistir hasta la muerte a los enemigos de Dios y del alma, en esa lucha ganará la eterna felicidad. Pues, ¿de qué me sirve ganar el mundo entero, si pierdo mi alma?


3-17.

Reflexión:

Lc. 18, 1-8. Orar. Orar siempre y sin desfallecer. Y esto porque la oración en el hombre de fe equivale a la respiración que nos conserva vivos. Sin la oración el hombre fácilmente es presa del pecado y muere para Dios. Por eso incluso nuestra vida ordinaria debe convertirse en una continua alabanza del Nombre de Dios. Y hemos de ser constantes en la oración, a pesar de que sabemos que Dios sabe lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos. Pidámosle su Espíritu Santo; roguémosle que nos perdone y nos justifique para que seamos dignos hijos suyos. Ojalá y nos mantengamos firmes en la fe para que podamos permanecer de pie cuando venga el Hijo del hombre, encontrándonos en vela y oración trabajando por su Reino.

El Señor nos ha convocado y nosotros hemos hecho caso a su llamado reuniéndonos en esta Acción Litúrgica para celebrar la Eucaristía, Memorial de su Pascua. ¿En verdad hemos venido con fe? Este momento es el momento culminante de la oración del cristiano. Hasta aquí nos han traído nuestras esperanzas e ilusiones; y desde aquí ha de partir nuestro trabajo para lograr un mundo renovado en Cristo, en su amor, en su paz. Ojalá y no vengamos sólo para pedirle que llene nuestras manos de bienes materiales, o de poder terreno; sino para pedirle que nos conceda la Sabiduría necesaria para utilizar los bienes temporales sin olvidar los del cielo. Roguémosle especialmente que nos haga justos, para que libres de nuestros pecados podamos manifestarnos, con toda claridad, como hijos de Dios.

Igual que todas las personas, los cristianos seguimos insertos en el mundo cumpliendo con nuestros deberes diarios, poniendo el mejor de nuestros esfuerzos para darle su verdadera dimensión a la vida terrena. Sin embargo, sabiendo que pisamos la tierra y que trabajamos responsablemente en ella, no nos olvidemos de tener la mirada puesta en el Cielo. Así, no sólo nos preocuparemos por llevar a nuestro mundo a su plena realización, sino que, guiados por nuestra fe en Cristo e impulsados por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros, nos esforzaremos decididamente por hacer realidad entre nosotros, ya desde esta vida, el Reino de Dios para que llegue a nosotros con toda su fuerza. Esto requiere de nosotros una continua conversión para caminar, no conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios de Dios. Aunado a la conversión debe estar en nosotros el espíritu de comunión, que nos ayude a permanecer firmemente anclados en el amor a Cristo y en el amor fraterno, aceptando libre, pero responsablemente, todas sus consecuencias. Y, finalmente, hemos de vivir la solidaridad con nuestro prójimo, tanto haciendo nuestros sus dolores, esperanzas y sufrimientos para remediarlos, como convirtiéndonos en colaboradores, junto con todos los hombres de buena voluntad, en la construcción de un mundo más fraterno, más maduro en la paz y más solidario en la justicia social.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de esperar la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, trabajando a favor de su Evangelio para que su Reino esté en nosotros, y se manifieste desde nosotros con signos de justicia, de amor y de paz. Amén.

Homiliacatolica.com


3-18. 32ª Semana. Sábado

Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, diciendo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: "Hazme justicia ante mi adversario". Y durante mucho tiempo no quería. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme"».

Concluyó el Señor: «Prestad atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a El día y noche, y les hará esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará fe sobre la tierra?». (Lc 18, 1-8)


I. Jesús, buscas una parábola para enseñar a tus discípulos de una manera gráfica que es necesario orar siempre y no desfallecer. Ya antes, y después, les has enseñado este punto con tu ejemplo: te han visto rezar a tu Padre en silencio y en alta voz; en días de calma, y en días de gran ajetreo en los que no tenías tiempo ni para comer. Está claro que, si quiero imitarte, debo hacer oración cada día.

En la parábola, Jesús, me hablas de uno de los tipos más conocidos de oración: la oración de petición. Pedir es propio de hijos, especialmente cuando los padres son generosos y pueden conseguir lo que sus hijos necesitan. Por eso, ¿cómo no voy a pedirte todo lo que me haga falta? Sabiendo que me quieres tanto y que me has escogido para que sea tu discípulo, ¿cómo voy a dudar de Ti? ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar?

Jesús, a veces pido.... pero con la boca pequeña. Me falta fe, me falta constancia. En lugar de clamar día y noche, acudo a Ti sólo de vez en cuando, con poca convicción. Y entonces me desanimo porque no consigo lo que pido, y te echo las culpas a Ti. Ayúdame a darme cuenta de que, cuando me haces esperar, es por mi bien: porque quieres que siga pidiendo con fe aquello que necesito.

II. La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad.

-Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo importante, quizá quiere la súplica de muchos años ¡Insiste!.... pero insiste siempre con más confianza [193].

Jesús, a veces no cumplo ni siquiera con la primera condición de la oración: la perseverancia. Me canso de pedir, me desanimo, me olvido. Hoy me explicas, casi de manera cómica, que es necesario «dar la lata» también a Dios. Ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme. ¿Cómo te estoy «importunando» con mis peticiones? ¿Soy santamente tozudo a la hora de pedir por lo que necesito o por las necesidades de los demás?

Jesús, tu Madre me ha dado un buen ejemplo de cómo pedir, cuando se da cuenta que falta vino en las bodas de Caná. Cuando Tú le respondes: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora [194], ella no se desanima, sino que insiste con confianza hasta que consigue lo que quería.

Madre, tú estás también deseosa de interceder por mí cuando tenga un necesidad. Para eso eres mi madre. Y la mejor manera de pedirte algo es rezando el Rosario. No dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario, la oración tan querida de la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio del cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.

[193] Forja, 535.
[194] Jn 2, 4.
[195] Pio XI, Encíclica Ingravescentibus malas, 29-IX-1937.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-19. Parábola del juez corrupto

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión:

Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un mosquito. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido. Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.
Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios “se moleste” y nos atienda.

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más. Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.


3-20. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Todos tenemos experiencia de solucionar problemas para otros por la insistencia que nos ponen en que se lo resolvamos. A veces, por no tener esa presión, somos capaces de resolverlo en pocos momentos.

Nunca hemos tenido tanto acceso a las cosas de Dios como ahora y nunca se han tenido tantos libros que nos hablen de oración, de prácticas para poder interiorizar. Se multiplican las convivencias, los retiros, los encuentros... Todo a nuestro alcance para que lleguemos a tener lo que necesitamos para nuestra propia plenitud como creyentes.

¿Cómo es nuestra oración? Responder a esto es saber el grado de relación que tenemos con El. No es igual tener una relación como cuando se relaciona un niño con el padre que cuando te relacionas entre personas a las que les une un mismo proyecto de vida.

Llevar a la oración la vida que se está viviendo, los proyecto que se van teniendo para que Dios los purifique y los convierta si es que ponemos más de nosotros...y mucha dosis de gratuidad Estar, sentirnos de vivos desde el interior con la certeza de que vamos juntos en este camino y sentir...el amor. Orar ante la vida, orar ante la palabra, ante las angustias de la gente y sus impotencias, ante la vida que se gesta... y dar gracias a Dios porque es él el que primero toma la iniciativa y al que le interesa más que su proyecto se cumpla entre todos sus hijos. Dejar pasar a Dios dentro de nosotros para que sea quien transforme, guíe y se exprese. Para ello hemos de pararnos y ponernos a disposición para que llegue a suceder el encuentro. Sólo es en la intimidad donde nos llenamos del amor que Dios reparte.

Para que llegue a suceder esto tenemos que pedir, ciertamente, pero también hay que dar gracias y tener un reconocimiento ante lo que Dios apuesta y regala para que todos tengamos la posibilidad de llegar a tocar el corazón de Dios y ser como la mujer del evangelio de hoy: pedir constantemente que se haga presente el reino entre nosotros y poder limar todas las cosas que nos impiden llegar a ello.

Que Dios nos bendiga y seamos bendición para muchos.

Vuestra hermana en la fe:

Maria Jesús Arija
mjarija@jesusa.jazztel.es