SÁBADO DE LA SEMANA 29ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Rm 8, 1-11

1-1.

Ver Rm 8, 8-11


1-2.

-Para los que están con Cristo Jesús... no hay ninguna condenación. Después de las sombrías descripciones del combate espiritual de cada día, de las tiranteces internas, de la atracción del mal... he ahí el canto de victoria.

Para esto, una sola condición, «estar en Cristo»... estar unido a Ti, Señor.

-El Espíritu.

El Espíritu.

El Espíritu de Dios.

El Espíritu de Cristo.

Esta palabra se repite diez veces en la única página leída HOY.

Hay que dejarse impregnar por esta palabra y esta realidad misteriosa .

-El Espíritu que da la vida en Cristo Jesús me ha liberado...

El Espíritu de Dios habita en vosotros.

El Espíritu es vuestra vida.

Ahora han sido posibles todas las exigencias de la ley de Dios porque el Espíritu de Dios mismo está aquí, presente en nosotros para impulsarnos a ella.

No pienso a menudo ni suficientemente en esto.

El Espíritu de Dios en mí.

-No estáis bajo el dominio de la carne, sino bajo el dominio del Espíritu.

Estoy decidido a dejarme convencer de ello, Señor, puesto que Tú nos lo dices. Yo lo creo. No obstante, continúa en mí esa acción profunda. Transfórmanos. Danos un corazón nuevo.

-Si Cristo está en vosotros, aunque vuestro cuerpo sea para la muerte, el Espíritu es vuestra vida a causa de la justicia.

Esta transformación espiritual, este «dominio» del Espíritu, no suprime nuestros otros aspectos mortales. Se continúa yendo hacia la muerte. Y, al mismo tiempo, se va hacia la "vida". Gracias. En medio de nuestros días efímeros, es finalmente ésta la única certeza.

Frente a nuestros duelos, junto a nuestros difuntos, creemos que están en la «vida» .

-¡El Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros!

Fórmula trinitaria de la que Pablo tiene el secreto.

Las Tres personas divinas son aquí evocadas, en la misma acción. «El Espíritu... de Aquel... que resucitó a Jesús"..., ¡y no es poco! ¡habita en mí!

Hay que detenerse ante esta revelación extraordinaria, hay que saborearla. Contemplar a este «huésped». Dirigirse a El, que está ahí, ¡tan cerca!

-Aquel que resucitó a Jesús dará también la vida a vuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en vosotros.

No es un «huésped muerto», inactivo. Está ahí como una fuerza de resurrección. Difunde la «vida». Una «vida» que repercutirá incluso sobre este pobre cuerpo que me empuja al pecado.

Espíritu. ¡Actual ¡Vivifica! ¡Eleva! ¡Anima! ¡Da vida! ¡Santifica!

Desde HOY y en el día de la resurrección final. Toda la obra de Dios está destinada al éxito. Y su Espíritu trabaja ya en el fondo de mí mismo, como en el fondo de todo hombre.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 354 s.


1-3. /Rm/08/01-17 CARNE/ESPIRITU:

La antigua condena era la maldición de Adán, por la que todos éramos esclavos del pecado, incapaces de hacer el bien que entreveíamos. Pero Cristo, solidarizándose con los hombres y ofreciendo su sacrificio expiatorio, pasó al ataque: maldijo el pecado y le arrebató su poder sobre el hombre. A partir de ese momento, el hombre tiene la posibilidad de cumplir la intención profunda de la ley (ya que muchas de las «prescripciones», en plural, han quedado abolidas en la era de Cristo).

La antigua situación del hombre recibía el nombre de «carne», es decir, significaba limitación, estrechez, egoísmo, pasiones, comportaba enemistad con Dios e incapacidad de cumplir su ley. Pero sobre esta «carne» ha descendido el Espíritu de Dios, que es vida y fuerza liberadora. El Espíritu, que acompañó a Cristo desde su concepción virginal hasta su glorificación, realizará una obra semejante en nosotros hasta destruir todo residuo de mortalidad.

Se afirma que el Espíritu nos «conduce». Pero, por otra parte, el Espíritu es puesto en nuestras manos como una especie de instrumento: se nos dice que «con el Espíritu» damos muerte a las obras de pecado. No indica falta de fuerza o de grandeza del Espíritu, sino una manera de expresar el sumo respeto de Dios por nuestra libertad.

Además de capacitarnos para cumplir la voluntad de Dios que Moisés consignó y que la humanidad ya entreveía, el Espíritu nos permite penetrar más adentro: en el fondo del alma de Cristo y de la vida íntima de Dios. El significado del Abba, Padre, que Cristo pronunció y enseñó a sus discípulos es algo que sólo comprenden los que han recibido el Espíritu de Cristo.

J. SANCHEZ BOSCH
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 943 s.


2.- Ef 4, 7-16

2-1.

Prosiguiendo la meditación de ayer, Pablo nos propone contemplar a la Iglesia como "signo e instrumento" de esta ascensión de la humanidad «hacia la unidad de Dios».

-Descendió... Luego subió a lo más alto de los cielos para llenarlo todo, para dar al universo su plenitud.

Todo el itinerario de Cristo -su descenso a lo más hondo de la condición humana, y su ascensión a lo más alto de la señoría divina- tiene por finalidad, dice san Pablo, de «dar al universo su plenitud».

No se repetirá nunca bastante que: los cristianos, la Iglesia, tienen en sus manos el proyecto de Dios. ¿Cómo explicar que, con tanta frecuencia estrechemos, achiquemos, recortemos, reduzcamos a polvo nuestra vida?

El futuro de la humanidad, la plenitud del universo están en Cristo: o bien la humanidad se dislocará en una especie de autodestrucción... o bien se construirá en la armonía de un solo Cuerpo... Esta es su oportunidad.

-El mismo «dio» a unos el ser apóstoles, a otros, profetas; a otros evangelizadores; a otros pastores y maestros. Así cada fiel ocupará su lugar en orden a las funciones de su ministerio y para edificación del Cuerpo de Cristo.

¡Cada uno tiene un papel, en esa construcción del porvenir del universo! ¿Cuál es mi papel?

La Iglesia es un organismo jerarquizado. Pablo no teme decirlo. No tienen todos el mismo papel. En lugar de considerar, como suele hacerse a menudo, a la Jerarquía de la Iglesia como una institución molesta ajena a nosotros -interpretándola sólo en términos de «poderes» y de «sumisión», según las normas de las sociedades civiles- convendría, como Pablo, contemplar el papel indispensable de esta Jerarquía de la Iglesia.

-En la armonía y la cohesión todo el cuerpo prosigue su crecimiento, gracias a las conexiones internas que lo mantienen según la actividad propia de cada miembro. Así el cuerpo se edifica en el amor.

La Jerarquía, por las «conexiones» que establece, crea la unidad, trabaja al porvenir de la humanidad, promueve el "crecimiento" del universo hacia su plenitud. No deja de tener importancia que obispos «negros» estén en comunión con obispos «blancos» para erradicar un día el racismo. Es capital que obispos auténticamente fieles a la misma fe en Cristo vivan en países de sistema «socialista», mientras otros vivan la misma fe y la misma Iglesia, en la misma estructura jerárquica, en el seno de un sistema «liberal». Obispos americanos en comunión con obispos polacos, obispos árabes con obispos de raza judía.

-Al final llegaremos todos a la unidad de la fe y al conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombres «adultos», a la madurez de la plenitud de Cristo.

La Iglesia conduce poco a poco a la humanidad hacia su «madurez»... en la medida, precisamente, en que construye la «cohesión», la «comunión».

Por el contrario, todos los que «dividen», todos los falsos doctores que se «dejan llevar a la deriva por todas las corrientes ideológicas, a gusto de las gentes que se burlan de los demás y que emplean la astucia para llevarlos al error», estos mantienen a la humanidad en un estado de «infantilismo».

-Viviendo en el amor, creceremos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo: de quien todo el cuerpo recibe trabazón y coherencia.

Y nada lo detendrá. Pero ¿participo yo en ello?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 354 s.


3.- Lc 13, 1-9

3-1.

Ver CUARESMA 03C


3-2. ACONTECIMIENTO:

-En aquel momento llegaron algunos que le contaron lo de los Galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Y aquellas dieciocho personas que murieron aplastadas al desplomarse la torre de Siloé...

He ahí pues dos acontecimientos.

El uno es el resultado de una voluntad humana: Pilato, gobernador romano, dominó una revuelta de zelotes que querían derribar el poder establecido. La represión política pertenece a todas las épocas.

El otro suceso es puramente fortuito: se desplomó una torre de Jerusalén. Es un "accidente" material. Todo lo que acaece puede ser portador de un mensaje; es un signo, si sabemos hacer su lectura en la Fe. Tal enfermedad, tal fracaso, tal éxito, tal solicitud, tal amistad, tal responsabilidad, tal accidente, tal hijo que nos da preocupación o alegría, tal esposo, tal esposa, tal gran corriente contemporánea... Todo es "signo". ¿Qué quiere Dios decirnos a través de esas cosas?

-¿Pensáis que aquellos Galileos eran más pecadores que los demás? ¡Os digo que no!; y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también.

Podemos equivocarnos en la interpretación de los "signos de los tiempos".

En tiempo de Jesús -hoy también, por desgracia es corriente esa interpretación- se creía que las víctimas de una desgracia recibían un castigo por sus pecados. Es una manera fácil de justificarse y acallar la conciencia.

Pero Jesús da otra interpretación: las catástrofes, las desgracias no son un castigo divino. Jesús lo afirma sin equívoco alguno. No obstante, son, para todos, una invitación a la conversión. Todos nuestros males o los de nuestros vecinos son signos de la fragilidad humana; no hay que abandonarse a una seguridad engañosa... vamos hacia nuestro "fin"... es urgente tomar posición.

La "revisión de vida" sobre los acontecimientos no tiene que llevarnos a juzgar a los demás -es demasiado fácil- sino a una conversión personal.

-Jesús añadió esa parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar higos y no encontró.

Entonces dijo al viñador: "Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto de esta higuera y no lo encuentro. Córtala.

¿Para qué va a agotar la tierra?" Siempre es cuestión de urgencia.

¿Soy una higuera estéril para Dios, para mis hermanos?

-Pero el viñador le contestó: "Señor, déjala todavía este año, entretanto yo cavaré y le echaré estiércol. Quizá dará fruto de ahora en adelante" Tenemos aquí un elemento capital de apreciación de los "signos de los tiempos": ¡la paciencia de Dios! La intercesión de ese viñador es una línea de conducta para nosotros. Tan necesario es no perder un minuto en trabajar para nuestra propia conversión como ser nosotros muy pacientes con los demás e interceder a favor de ellos.

Tenemos siempre tendencia a juzgar a los demás demasiado aprisa y desconsideradamente. Jesús nos pone como ejemplo a ese viñador que no escatima sus energías: cava, pone abono. Seguramente Jesús, compartiendo la vida dura de los pobres cultivadores galileos, debió también hacer ese humilde trabajo en el cercado de su viña familiar.

Contemplo a Jesús cavando la tierra de una higuera que no quería dar fruto. Todo un símbolo de Dios hacia nosotros.

Jesús, hoy todavía, se porta así conmigo. Gracias, Señor.

-Si no, la cortas.

"Un año" aún ante mí, para dar fruto...

El Final de los tiempos se acerca... ha empezado.... ¡Señor, que sepa utilizar bien el tiempo que tú me das!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 246 s.


3-3.

1. (Año I) Romanos 8,1-11

a) El capitulo 8 de la carta a los Romanos -que leeremos durante cinco días- es muy importante. Se puede titular "la vida del cristiano en el Espíritu". Es el Espíritu de Jesús el que nos da la fuerza para liberarnos del pecado, de la muerte, de la ley, y para vivir conforme a la gracia.

Pablo nos describe aquí un dinámico contraste entre "la carne" y "el Espíritu". Cuando él habla de la carne, se refiere a las fuerzas humanas y a la mentalidad de aquí abajo. Mientras que "el Espíritu" son las fuerzas de Dios y su plan salvador, muchas veces diferente a las apetencias humanas.

Antes la ley era débil, no nos podía ni dar fuerzas ni salvar. Pero ahora Dios ha enviado a su Hijo, que con su muerte "condenó el pecado", y ahora vivimos según su Espíritu. Las obras de "la carne" llevan a la muerte. El Espíritu, a la vida y a la paz.

b) Deberíamos estar totalmente guiados por el Espíritu de Cristo. El que nos conduce a la vida y a la santidad. Ayer terminaba Pablo con la pregunta angustiosa: "¿quién me librará?", y con una respuesta eufórica: "la gracia de Dios". Hoy lo explicita. Dios (Padre) nos ha enviado a su Hijo y también a su Espíritu.

Pablo hace aquí una afirmación valiente y densa: "si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos (o sea, el Espíritu del Padre) habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús (el Padre, de nuevo) vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros":

- estamos incorporados a Cristo, en su muerte y su resurrección, desde el día de nuestro Bautismo,

- si él resucitó, también nosotros estamos destinados a la vida,

- a él le resucitó el Espíritu enviado del Padre: también a nosotros el mismo Espíritu es el que nos llena de vida,

- con tal que le dejemos "habitar en nosotros".

¿Nos sentimos movidos por el Espíritu de Cristo? ¿es él quien anima nuestra oración

-haciéndonos decir "Abbá, Padre"- nuestra caridad, nuestra alegría, nuestra esperanza? ¿o más bien nos dejamos llevar todavía "por la carne", por los criterios de este mundo?

Si padecemos anemia espiritual, o tendemos al pesimismo y al desaliento, es que no le dejamos al Espíritu que actúe en nosotros. Ya nos avisa Pablo que, por la debilidad humana, nunca conseguiremos agradar a Dios con nuestras fuerzas. Sólo si "procedemos dirigidos por el Espíritu".

1. (Año II) Efesios, 4,7-16

a) Ayer pedía Pablo para la Iglesia la unidad, basada en que uno solo es el Señor, y la fe, y el Bautismo para todos. Pero unidad no significa uniformidad, no va reñida con la diversidad.

En la Iglesia el mismo Cristo, que es su Cabeza, ha querido la riqueza de los ministerios y de los carismas: unos son apóstoles, otros profetas y evangelistas y pastores y doctores. Todo eso está pensado por Dios "para el perfeccionamiento de los fieles, y para la edificación del cuerpo de Cristo".

La Iglesia es un cuerpo, un organismo viviente, que debe ir creciendo y madurando, hasta que todos lleguemos a la estatura de Cristo, "el hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud". A eso va encaminada la existencia de los diversos ministerios.

b) Unidad en la diversidad. Un aspecto que siempre crea tensiones y que nunca acabamos de conjugar constructivamente.

Unos subrayan la unidad, y la entienden casi como uniformidad, sin respetar, por tanto, la riqueza de carismas que el Espíritu suscita en su Iglesia. Otros valoran la diversidad, y tal vez no la armonizan suficientemente con la unidad eclesial, y pueden ser ocasión de que los carismas no construyan, sino que dividan a la comunidad.

Deberíamos alegrarnos de la riqueza de dones que hay en la Iglesia, y valorar a la vez su unidad dinámica, a la que todos aportan su contribución, sin pretender monopolios ni invadir el terreno de los demás. Es la comparación que a Pablo le gusta tanto: en el cuerpo humano cada miembro tiene su función y todos contribuyen al bien del único cuerpo, "actuando a la medida de cada parte". Es lo que pasa en una empresa, o en equipo deportivo, o en una coral, o en una orquesta.

La meta que Pablo pone a toda comunidad, es su maduración progresiva: "que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres", sino que lleguemos a la altura de Cristo, "el hombre perfecto, a la medida de su plenitud". Esta maduración es orgánica: Cristo es la cabeza y de él todo el cuerpo recibe su crecimiento "a través de todo el complejo de junturas que lo nutren". Más aún: este crecimiento tiene una consigna clara, el amor: "realizando la verdad en el amor", "para construcción de sí mismo en el amor".

Crecimiento: no una Iglesia estática. Pero crecimiento orgánico, a partir de Cristo y contando con las estructuras eclesiales que él ha pensado ("todo el complejo de junturas que lo nutren"). Y todo, basado en el amor. Entonces sí que la comunidad cristiana sería un ambiente enriquecedor para los de dentro y un motivo de atracción para los de fuera. Y podríamos cantar lo que los judíos decían sobre Jerusalén: "¡qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor! Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta".

2. Lucas 13,1-9

a) Dos hechos de la vida son interpretados aquí por Cristo, sacando de ellos una lección para el camino de fe de sus seguidores. Se pueden considerar como ejemplos prácticos de la invitación que nos hacía ayer, a saber interpretar los signos de los tiempos.

No conocemos nada de esa decisión que tomó Pilato de aplastar una revuelta de galileos cuando estaban sacrificando en el Templo, mezclando su sangre con la de los animales que ofrecían. Sí sabemos por Flavio Josefo que lo había hecho en otras ocasiones, con métodos expeditivos, pero no es seguro que sea el mismo caso. Tampoco sabemos más de ese accidente, el derrumbamiento de un muro de la torre de Siloé, que aplastó a dieciocho personas.

Jesús ni aprueba ni condena la conducta de Pilato, ni quiere admitir que el accidente fuera un castigo de Dios por los pecados de aquellas personas. Lo que sí saca como consecuencia que, dado lo caducos y frágiles que somos, todos tenemos que convertirnos, para que así la muerte, sea cuando sea, nos encuentre preparados.

También apunta a esta actitud de vigilancia la parábola de la higuera que al amo le parecía que ocupaba terreno en balde. Menos mal que el viñador intercedió por ella y consiguió una prórroga de tiempo para salvarla. La parábola se parece mucho a la queja poética por la viña desagradecida, en Isaías 5 y en Jeremías 8.

b) ¡Cuántas veces, como consecuencia de enfermedades imprevistas o de accidentes o de cataclismos naturales, experimentamos dolorosamente la pérdida de personas cercanas a nosotros! La lectura cristiana que debemos hacer de estos hechos no es ni fatalista, ni de rebelión contra Dios. La muerte es un misterio, y no es Dios quien la manda como castigo de los pecados ni "la permite" a pesar de su bondad. En su plan no entraba la muerte, pero lo que sí entra es que incluso de la muerte saca vida, y del mal, bien. Desde la muerte de Cristo, también trágica e injusta, toda muerte tiene un sentido misterioso pero salvador.

Jesús nos enseña a sacar de cada hecho de estos una lección de conversión, de llamada a la vigilancia (en términos deportivos, podríamos hablar de una "tarjeta amarilla" que nos enseña el árbitro, por esta vez en la persona de otros). Somos frágiles, nuestra vida pende de un hilo: tengamos siempre las cosas en regla, bien orientada nuestra vida, para que no nos sorprenda la muerte, que vendrá como un ladrón, con la casa en desorden.

Lo mismo nos dice la parábola de la higuera estéril. ¿Podemos decir que damos a Dios los frutos que esperaba de nosotros? ¿que si nos llamara ahora mismo a su presencia tendríamos las manos llenas de buenas obras o, por el contrario, vacías?

Una última reflexión: ¿tenemos buen corazón, como el de aquel viñador que "intercede" ante el amo para que no corte el árbol? ¿nos interesamos por la salvación de los demás, con nuestra oración y con nuestro trabajo evangelizador? ¿Somos como Jesús, que no vino a condenar, sino a salvar? Con nosotros mismos, tenemos que ser exigentes: debemos dar fruto. Con los demás, debemos ser tolerantes y echarles una mano, ayudándoles en la orientación de su vida.

"Nuestra carne tiende a la muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz" (1ª lectura I)

"Realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza" (1ª lectura II)

"Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 210-214


3-4.

Ef 4, 7-16: El Señor confió a cada uno un ministerio

Lc 13, 1-9: Un pueblo de corazón duro

En la segunda sección de la enseñanza dirigida a la multitud se presentan algunos con el ánimo de controvertir con hechos la propuesta de Jesús. Le dicen: algunos que como tú han exhortado al pueblo a cambiar los valores vigentes, han muerto a manos del imperio, perdiéndose con ellos todas sus aspiraciones.

Jesús, entonces pone en evidencia la perspectiva de su mesianismo. Él no intenta en ningún momento y por ninguna excusa tomarse el poder por la vía de las armas. El no aspira siquiera a ocupar el lugar de Pilato o el del presidente del sanedrín. Pues, lo que él propone no es un remplazo de los dirigentes de las estructuras vigentes, sino un cambio de mentalidad que le lleve al ser humano a cambiar las condiciones sociales. Y, además, advierte a la multitud: no crean que esos hombres que murieron eran malos. Simplemente eligieron el camino equivocado; además, si la multitud toma ese camino, le va a ocurrir igual. Precisamente esto fue lo que ocurrió en el año 75 d.C. cuando algunos fanáticos nacionalistas se rebelaron contra Roma. Su mentalidad posesiva y opresora los llevó a interminables luchas internas que le facilitaron el triunfo a Roma.

Jesús les advierte: no es el éxito armado lo que garantiza una victoria sobre el sistema vigente, sino el cambio de mentalidad en las personas y en la comunidad. De lo contrario, la violencia seguirá reproduciéndose y la guerra, entonces como ahora, será despiadada e interminable.

Jesús llama al Pueblo de Dios para que no se convierta en una higuera estéril, sino que se transforme en un árbol que de abundantes frutos de solidaridad, justicia e igualdad. Por eso, advierte al pueblo que tiene un breve tiempo, en el que Dios espera que la higuera de los frutos que le corresponden. Terminado el tiempo, Dios decidirá qué hacer con ella. Así, el Pueblo tiene que entender que el tiempo no es indefinido, sino que debe comenzar aquí y ahora a cambiar su manera de pensar y a transformar su manera de actuar.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

Hoy encontramos en la carta a los efesios una de las varias listas de ministerios eclesiales que nos ofrece el Nuevo Testamento. Caigamos en la cuenta del orden: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, doctores. El primado lo ostentan los ministerios que tienen que ver con el anuncio de la Palabra. Pero caigamos en la cuenta, sobre todo, de la finalidad. ¿Para qué existen los diversos ministerios en la iglesia? ¡Para la edificación de la comunidad! ¿Cómo se edifica la comunidad? ¡Realizando la verdad en el amor! Esta expresión ("la verdad en el amor") nos desborda por todas partes y, al mismo tiempo, nos sitúa en la perspectiva correcta.

Hoy hemos flojeado un poco en la pasión por la verdad. Se dice que la mentalidad postmoderna no cree en la verdad sino en las aproximaciones que vamos haciendo a tientas, todas parciales y provisionales. Esto se puede afirmar sin problemas respecto de la "verdad científica". Pero la verdad de la que habla la carta a los efesios no consiste en nuestra capacidad para captar la objetividad de las cosas sino en nuestra capacidad de amar. Quien ama vive en la verdad que no pasa nunca, porque el amor no se devalúa.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-6. 2001

COMENTARIO 1

NO HAY ESCAPATORIA PARA NADIE

La maldad de los fariseos se hace patente en la mala fe con que lo informan. Vienen a decirle: 'Tú y tu gente acabaréis tan mal como aquellos galileos, ya que sois galileos y os comportáis como ellos.' Ellos ya han emitido su veredicto: son unos pecado-res. Jesús, no obstante, jamás condena a ningún zelota o fanático nacionalista, a pesar de que él morirá como un zelota más: «¿Pen-sáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos porque acabaron así? Os digo que no; y si no os enmen-dáis, todos vosotros pereceréis también» (13,2-3). Ahora es Jesús quien les advierte severamente: «Vosotros no sois menos pecado-res que aquéllos y pereceréis igualmente si no os enmendáis a fondo.» Todos tenemos necesidad de cambiar de conducta; de no ser así perderemos la oportunidad de vivir para siempre.

Acto seguido pasa a la carga y los pone en evidencia: «Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os enmendáis, pereceréis también todos vosotros» (13,4-5). Informe contra informe. A los que le habían recordado, como galileo que era y presuntamente zelota, el castigo ejemplar infligido por Pilato a unos nacionalistas galileos, Jesús les recuerda, como jerosolimitanos que son, la muerte por accidente de unos conciudadanos suyos, accidente que ellos consideraban en su casuística como un castigo de Dios. No son menos culpables que aquella pobre gente que ellos han inculpado sin motivo.


PARABOLA DE LA COMUNIDAD ESTERIL

La secuencia concluye con la conocida parábola de la higuera estéril, figura de Israel. Es necesario que nos la apliquemos nos-otros, individualmente y, sobre todo, como comunidad cristiana o iglesia. Una iglesia, una comunidad que no dé frutos no tiene razón de ser, por mucha hojarasca que ostente. ¿Nuevamente Jerusalén? Pero todo tiene un límite: «hace tres años... déjala aún este año» (13,7-8), un período completo. Jesús suplica por su pueblo y por cada comunidad cristiana. Y se compromete con ella: «entre tanto yo la cavaré y le echaré estiércol» (13,8). Siempre espera, contra toda esperanza: «si en adelante diera fruto... » (13 ,9a). Resuena la buena noticia del ángel Gabriel a María: «y la que decían que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible» (1,36-37). Isabel personificaba el estamento religioso, causa de esterilidad. «¡Si no, la cortas!» (13,9b).

COMENTARIO 2

Muchas veces se sigue pensando como lo hacían los contemporáneos de Jesús. Ciertas catástrofes naturales (desastres del clima y epidemias) o hechos producidos por la violencia humana (guerras y homicidios) se interpretan como un castigo que han merecido aquellos que las sufren.

Esta consideración nace de una exagerada complacencia sobre las acciones propias y sobre la bondad de nuestros comportamientos que consideramos agradables a los ojos de Dios e imposibles, por su supuesta bondad, de ser mejorados.

Jesús nos invita a trascender esta interpretación demasiado simple, a la par que errónea, y ver en cada acontecimiento que afecta a la historia humana una oportunidad de conversión. Cada uno de esos hechos tiene como función poner en cuestión nuestras acciones y comportamientos situándolos delante de Dios. Ellos nos colocan ante la necesidad de un cambio de vida.

Cada día nuevo que se nos concede, cada mes y cada año son oportunidades para poder dar el fruto, no producido hasta el momento presente. "Cavar alrededor" y "echar abono" son las tareas urgentes que se deben emprender para subsanar nuestra esterilidad que muchas veces sólo "agota la tierra" negándose a trasformarla en los frutos queridos por Dios.

La mayor equivocación sería considerar esos momentos concedidos como sin límites. Ellos han sido determinados por el querer divino y esta determinación nos incita a enfrentar con la seriedad necesaria cada uno de dichos instantes.

Aprovechar el tiempo concedido como una oportunidad de salvación ofrece la posibilidad de hacer real nuestro compromiso con un Dios que cuida y hace crecer la vida para sus hijos.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. 2002

Los judíos del tiempo de Jesús, como los pueblos de todos los tiempos, como nosotros mismos actualmente, trataban de explicar los desastres y el dolor, provocados por la naturaleza o por las personas, de forma que aquellos que sufrían las consecuencias tuvieran alguna culpa. Ésa era la forma de pensar la justicia de Dios. Si a esas personas les sucedían esas cosas tan malas, era, o es, porque ellos son también malos. Si una persona tenía una grave enfermedad era por que había cometido muchos pecados. Lo mismo se pensaba de los galileos asesinados en el Templo de Jerusalén por los soldados de Pilatos o de los que murieron aplastados por el derrumbamiento de la Torre de Siloé.
Y los que pensaban así se quedaban, se quedan, muy tranquilos pensando que si a ellos no les pasa nada, es porque son mejores que los otros. Jesús, una vez más, nos invita a mirar a la realidad de frente. Bien sabemos que ese tipo de explicaciones nada tienen que ver con la realidad. Bien sabemos que no somos mejores que los que sufren las consecuencias de la fuerza desatada de la naturaleza o de la violencia humana. Simplemente, se trata de que los accidentes son accidentes. Lo que debemos hacer es procurar aprovechar el tiempo que se nos regala para hacer lo que debemos y no para justificarnos evitando asumir nuestra propia responsabilidad.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. Sábado 25 de octubre de 2003
 
Rom 8, 1-11: El Espíritu del que resucitó a Jesús habita en ustedes
Salmo responsorial 23,1-6
Lc 13, 1-9: Si no se convierten, todos perecerán

Convencidos de que “el que la hace, la paga”, porque Dios es, ante todo, justiciero, los judíos, oyentes de Jesús, creían que aquellos galileos que había matado Pilato habían muerto en castigo por sus pecados, y que la torre que se había caído, aplastando a dieciocho vecinos de Jerusalén, era expresión de la voluntad de un Dios que se había cobrado venganza de aquella gente pecadora. Los que aún permanecían vivos, tenían sobrados motivos para sentirse mejores, al no haber recibido aún castigo alguno.

Jesús muestra su desacuerdo total con quienes así piensan. Para él Dios no se toma a cada instante la venganza ni es amigo de enviar castigos a diestro y sinie

Tres años llevaba la higuera plantada en la viña sin dar fruto. Para qué esperar más, diríamos nosotros con el dueño de la viña. El número tres, entre los hebreos, indica sobre todo lo completo y definitivo, la plenitud, para los hebreos; si la higuera no ha dado fruto en este tiempo, será vano esperar. Y, sin embargo, el viñador pide un plazo más, un tiempo en el que va a dedicarle una especial atención: “cavarla alrededor, echarle estiércol, a ver si da fruto el próximo año”. Para cortarla siempre hay tiempo, pero ¿y si da fruto? La paciencia de Dios, como la del viñador, no tiene límite, es capaz de esperar toda la vida para que nos convirtamos al amor y le demos una respuesta de amor.

La paciencia de Dios contrasta con nuestra impaciencia. Queremos ver pronto los resultados, que todo se arregle en un instante, que se acabe de golpe con el mal. Y la vida no es así: se crece lentamente, se madura lentamente, no siempre se da el fruto deseado. Hay que saber, por tanto, adoptar una actitud de espera activa y positiva, como la de aquel viñador que dio un plazo más a la higuera y dejó abierta la puerta a la esperanza de una cosecha abundante de higos, haciendo mientras tanto lo que estaba de su parte: cavar y echar estiércol.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-9. ACI DIGITAL 2003

1. Como los amigos de Job, tenemos tendencia a pensar que los que reciben a nuestra vista grandes pruebas son los más culpables. Jesús rectifica esta presunción de penetrar los juicios divinos y de ver la paja en el ojo ajeno, mostrando una vez más, como lo hizo desde el principio de su predicación, que nadie puede creerse exento de pecado y por consiguiente que a todos es indispensable el arrepentimiento y la actitud de un corazón contrito delante de Dios.

3. El griego metanoeite es algo más que arrepentirse: pensar de otro modo. Equivale al "renunciarse". Cf. 9, 23: Y a todos les decía: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.

6. La higuera estéril es la Sinagoga. Jesús le consiguió del Padre, al cabo de tres años de predicación desoída, el último plazo para arrepentirse (v. 5), que puede identificarse con el llamado tiempo de los Hechos de los Apóstoles, durante el cual, no obstante el deicidio, Dios le renovó, por boca de Pedro y Pablo, todas las promesas antiguas. Desechada también esta predicación apostólica, perdió Israel su elección definitivamente y S. Pablo pudo revelar a los gentiles, con las llamadas Epístolas de la cautividad, la plenitud del Misterio de la Iglesia. En sentido más amplio la higuera estéril es figura de todos los hombres que no dan los frutos de la fe, como se ve también en la Parábola de los talentos (San Mateo 25, 14 ss.).


3-10. DOMINICOS 2003

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. Él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor? El hombre de manos inocentes y puro corazón que no confía en los ídolos... (Salmo 23).

En la liturgia de hoy se nos encarece la necesidad de vivir intensamente la vocación a que hemos sido llamados: vocación de hijos de Dios en Cristo, con el Espíritu, vocación de amor, de fe, de compromiso fiel.

A esa luz, hemos de saber interpretar en su justo valor “el tiempo presente”, no sea que nos sorprenda la voz del Señor que nos convoca en la hora final.

Con san Pablo, cerremos la semana meditando este pensamiento profundo que aflora en la liturgia: “Realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas en dirección a Él, que es la cabeza: Cristo. De Él recibe crecimiento todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren”.

¿Vivimos nosotros en la oración, liturgia, compromiso, trabajo, familia...,    ese espíritu de unidad y comunión que debería llevarnos a compartir con Jesús, en forma cada vez más perfecta, los afectos, pensamientos, solicitud por los hermanos?

Sea hoy la Virgen María, Madre y maestra, quien nos lo enseñe.

ORACIÓN:

Santa María, madre de Dios y madre nuestra, ejemplo de vida en fidelidad al Señor, corazón atento a las necesidades de los demás, horno de fe, esperanza y amor; enséñanos a vivir, a compartir las preocupaciones y a hacer de nuestra existencia una ofrenda de amor. Amén.

 

Palabra de libertad

Carta de san Pablo a los romanos 8, 1-11:

“Hermanos: No pesa deuda alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús, pues, por la unión con Cristo, la ley vivificante del Espíritu nos libra de la ley del pecado y de la muerte. Lo que no pudo hacer la ley, por causa de la debilidad humana, lo ha hecho Dios: Envió a su Hijo en una condición pecadora como la nuestra, haciéndolo víctima por el pecado... Sepamos, pues, que quienes se dejan dirigir por la carne tienden a lo carnal; en cambio, los que se dejan dirigir por el Espíritu tienden a lo espiritual...”

Tanta fue la obra de amor salvífico de Cristo, tanta si ofrenda de amor, que borró en nosotros con su sangre las lacras del pecado y nos devolvió la gracia, la amistad. Sólo Él podía hacerlo y lo hizo. ¿Cómo vamos a seguir en adelante las atracciones del pecado vencido?

Evangelio según san Lucas 13, 1-9:

“En una ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Pensáis que aquellos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no... Y si no os convertís vosotros, todos pereceréis de la misma manera.

Y les contó la parábola de la higuera: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador:... ¿para qué ocupa terreno en balde? Y el viñador la contestó: Señor, déjala todavía este año..., a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

¡Cuántos años nos ha ido dejando a prueba el Señor, y nos ha regado con su gracia, y nos ha llamado con palabras de afecto, y nos ha sorprendido con signos de bendición, y nosotros hemos continuado sin fructificar!  Gracias, Señor, por tu amor y tu perdón.

 

Momento de reflexión

El Espíritu tiende a la vida y a la paz.

Comenzamos a leer en este día el capítulo 8 de la Carta a los romanos, que es una de las joyas salidas del taller de san Pablo. En él nos describe en forma primorosa lo que es la “vida en el Espíritu” por contraposición a lo que es la “vida según la carne”.

Quien se deja guiar por el Espíritu de Dios es hijo de Dios y vive como hijo. Quien se deja guiar por las tendencias de la carne es esclavo del pecado y vive como tal, en desgracia plena.

Subrayemos algunas líneas de meditación: Nosotros ya no procedemos según la carne sino según el Espíritu. Quienes se dejan guiar por el Espíritu tienden a lo espiritual. La tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; la del Espíritu, agradar a Dios. Si estamos en el Espíritu, el Espíritu habita en nosotros....

Fructifiquemos en el Espíritu.

Detengámonos también un momento  en la parábola de la higuera que no da fruto, y anotemos que en ella se dan tres hechos: primero, que “no da fruto”; segundo, que “se le da tiempo para rectificar”, si quiere hacerlo; tercero, que “a la hora de la verdad final” se acaban las contemplaciones y se arranca la higuera infructuosa.

Y tras enunciar el triple capítulo de análisis de nuestra vida, preguntémonos: ¿En qué momento de fecundidad o infecundidad nos encontramos cada uno?


3-11. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

¡Menos mal! Menos mal que tenemos a un viñador como el que vemos en el Evangelio de Lucas. ¿Qué haríamos sin él? ¿Quién sobreviviría? Él está haciendo el trabajo sucio, Él está metiendo sus manos en el estiércol, Él coge el azadón para cavar la tierra dura y reseca de nuestros corazones. Menos mal que tenemos a alguien que para la mano del hacha que quiere cortar la higuera estéril, que pide paciencia si todavía no somos capaces de dar fruto según nuestras posibilidades.

¿Somos capaces de hacer lo mismo nosotros? ¿Cuántas veces perdemos la paciencia con nuestros hijos, maridos, mujeres, hermanos, hermanas, compañeros de trabajo, vecinos, amigos? ¿Cuántas veces damos por perdida una persona, una situación o un proyecto que tenemos entre manos? ¿Cuántas veces nos des-esperamos, borramos la palabra esperanza de nuestras existencias?

Dicen que uno de los mayores pecados es el que va en contra del Espíritu, de lo que el Espíritu puede realmente cambiar en nuestras vidas y en la de los demás. El Espíritu es el que dice déjala todavía este año, “déjalo en mis manos, me encargo yo”. Seguro que estamos en buenas manos.

Carlo Gallucci (ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-12. 2003

LECTURAS: ROM 8, 1-11; SAL 23; LC 13, 1-9

Rom. 8, 1-11. Demos amplitud de acción al Espíritu Santo en nosotros. Él se nos ha comunicado el día en que fuimos bautizados para incorporarnos a Cristo. No basta el Bautismo para decir que ya somos perfectos ante Dios. Mientras rechacemos a Cristo, mientras no depositemos en Él nuestra fe, de nada nos aprovecharía el estar bautizados. Unidos a Cristo, participamos de su mismo Espíritu, que guía nuestros pasos por el camino del bien, hasta que alcancemos la perfección de la Vida eterna. Si ya hemos sido liberados por Cristo de nuestra esclavitud al pecado; si se nos ha comunicado su Vida y su Espíritu, no permitamos que vuelva a nosotros el desorden y el egoísmo. Actuemos conforme a las aspiraciones del Espíritu que nos conduce a la vida y a la paz. Cristo dio su vida para que, liberados del pecado, vivamos para siempre, junto a Él en la Gloria del Padre. Si hacemos nuestra su Victoria sobre el pecado y la muerte, y sobre nuestras inclinaciones pecaminosas, entonces, aun cuando nuestro cuerpo tenga que padecer la muerte, el Señor le dará nuevamente vida por obra de su Espíritu, que habita en nosotros. Manifestemos signos de vida y no de muerte. El Señor quiere a su Iglesia guiada por el Espíritu Santo y no guiada por la maldad; dejemos que el Señor haga su obra de salvación en nosotros y, por medio nuestro, haga brillar su luz para todos los pueblos.

Sal. 23. El Presentarnos ante el Señor en su templo con un corazón limpio y manos puras nos obtendrá la bendición de Dios, y Dios, nuestro Salvador, nos hará justicia. Cuando estamos en la presencia del Señor en su templo, estamos viviendo por anticipado nuestro ingreso a la Vida Eterna, ahí donde nos gozaremos eternamente en Dios. Así como nada manchado entra al cielo, así hemos de purificar nuestras conciencias para presentarnos ante Dios, en su templo, limpios de toda esclavitud al pecado. Más aún, el Señor no quiere sólo que nos presentemos ante Él en el lugar sagrado; Él quiere hacer su templo en nuestros corazones. Por eso vivamos en una continua conversión para que día a día seamos una morada cada vez más digna para Él.

Lc. 13, 1-9. Recemos con humildad el Yo confieso ante Dios. Reconozcámonos pecadores diciendo con el Salmista: Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé; hice lo que tú detestas. Dios, por medio de su Hijo nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la liberación de la muerte eterna, ¿aceptamos el don de Dios? Quien rechaza a Cristo, rechaza a Quien lo envió. Y puesto que no tenemos otro nombre en el cual podamos salvarnos, quien se aleja del Señor se está poniendo en riesgo de perecer aplastado por la torre de sus iniquidades. No basta creerse justo por acudir a la celebración en que ofrecemos al Padre Dios el Sacrificio del Memorial del Señor; aún estando junto al Altar, si no nos hemos convertido realmente al Señor, pereceremos víctimas de nuestras hipocresías. Dios quiere que nuestro corazón vuelva a Él para que sea renovado en la Sangre de Cristo. Dios quiere que nos manifestemos como hijos suyos con obras de bondad, de misericordia y de justicia; obras que broten de nuestra permanencia en Él por medio de una fe sincera. Dios se manifiesta con mucha paciencia hacia nosotros; ojalá escuchemos hoy su voz y no continuemos endureciendo ante Él nuestro corazón; no sea que después sea demasiado tarde.

Hoy nos hemos acercado al Monte Santo, que es Cristo, no sólo para ofrecer al Padre Dios el Memorial de su Muerte y Resurrección, sino para ofrecernos, junto con Él como un sacrificio de suave aroma a Dios. Nos reconocemos pecadores; pero al mismo tiempo tenemos la disposición de vivir una constante conversión de nuestros pecados, caminando sin desfallecer hacia la casa paterna, para encontrarnos con el Padre Misericordioso, que siempre está dispuesto a perdonarnos y a revestirnos de su propio Hijo, Cristo Jesús. La celebración de esta Eucaristía, efectivamente nos une a Cristo para que de Él recibamos la Vida nueva que hemos de manifestar en nuestro comportamiento diario. Vivamos, pues, conforme al Espíritu de Cristo que hemos recibido.

Quienes hemos entrado en comunión de Vida con Jesús, no podemos vivir ociosos. Hemos sido llamados a participar de la Vida Divina para dar frutos de buenas obras. Quien vive en la esterilidad, sin trabajar por el amor fraterno, ni por la paz, ni por la justicia; quien no se preocupa de colaborar para dar solución al hambre y a la pobreza de millones de seres humanos, por más que diga que es cristiano, estaría manifestando con su mala vida, con sus desprecios a los demás, con su cerrazón impidiendo a la Palabra de Dios dar fruto desde su vida, que no está cerca, sino lejos de ser un verdadero hombre que haya depositado su fe en Cristo.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda vivir nuestra fe no sólo llamándolo Señor, Señor, sino haciendo en todo su Voluntad en nosotros. Amén.

www.homiliacatolica.com


13.

Comentario: Cardenal Jorge Mejía, Archivista y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana

«Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo»

Hoy, tercer domingo de Cuaresma, le lectura evangélica contiene una llamada de Jesús a la penitencia y a la conversión. O, más bien, una exigencia de cambiar de vida.

“Convertirse” significa, en el lenguaje del Evangelio, mudar de actitud interior, y también de estilo externo. Es una de las palabras más usadas en el Evangelio. Recordemos que, antes de la venida del Señor Jesús, san Juan Bautista resumía su predicación con la misma expresión: «Predicaba un bautismo de conversión» (Mc 1,4). Y, enseguida, la predicación de Jesús se resume con estas palabras: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).

Esta lectura de hoy tiene, sin embargo, características propias, que piden atención fiel y respuesta consecuente. Se puede decir que la primera parte, con ambas referencias históricas (la sangre derramada por Pilato y la torre derrumbada), contiene una amenaza. ¡Imposible llamarla de otro modo!: lamentamos las dos desgracias —entonces sentidas y lloradas— pero Jesucristo, muy seriamente, nos dice a todos: —Si no cambiáis de vida, «todos pereceréis del mismo modo» (Lc 13,5).

Esto nos muestra dos cosas. Primero, la absoluta seriedad del compromiso cristiano. Y, segundo: de no respetarlo como Dios quiere, la posibilidad de una muerte, no en este mundo, sino mucho peor, en el otro: la eterna perdición. Las dos muertes de nuestro texto no son más que figuras de otra muerte, sin comparación con la primera.

Cada uno sabrá cómo esta exigencia de cambio se le presenta. Ninguno queda excluido. Si esto nos inquieta, la segunda parte nos consuela. El “viñador”, que es Jesús, pide al dueño de la viña, su Padre, que espere un año todavía. Y entretanto, él hará todo lo posible (y lo imposible, muriendo por nosotros) para que la viña dé fruto. Es decir, ¡cambiemos de vida! Éste es el mensaje de la Cuaresma. Tomémoslo entonces en serio. Los santos —san Ignacio, por ejemplo, aunque tarde en su vida— por gracia de Dios cambian y nos animan a cambiar.


14.  III DOMINGO DE CUARESMA C - "A VER SI DA FRUTO"

La Cuaresma va delante. Cada Domingo decimos en el Prefacio, que queremos avanzar hacia la Pascua, "dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, para ser en plenitud hijos de Dios"

Y el Evangelio de hoy nos compara a una higuera, que no daba fruto, pero se encontró con la paciencia del viñador. Y dos veces oímos la invitación del Señor a que nos convirtamos. Rezaremos con el Profeta: "Convierteme y quedare convertido" (Jer 31. 18)

PROCLAMANDO EL EVANGELIO

"Se presentaron algunos a contarle a Jesús lo de Galilea, cuya sangre vertió Pilato. Y aquellos dieciocho, que murieron aplastados por la torre de Siloé."

Le contaron dos sucesos, que todos conocían y de los hoy no tenemos mas versión que la del Evangelio. La muerte en el Templo, a manos de los soldados de Pilato, de unos galileos rebeldes, probablemente zelotas. Un hecho que les impresiono más, porque su sangre había corrido con la de los animales sacrificados.

Y un accidente. Dieciocho personas que murieron aplastadas por un torreón de la muralla. Tal vez con motivo de la traída de las aguas en tiempo de Pilato.

Esperaban la respuesta de Jesús. ¿Un juicio político contra Pilato? ¿Una sentencia teológica, que eles confirmara que algo mal habrían hecho para morir así? Era normal en su concepto religioso, pensar que todo lo malo que nos viene, es por algún castigo de Dios.

Jesús en su respuesta va por otros caminos. Esos hombres no son ni mas pecadores, ni mas culpables que los demás. Todo lo que sucede son llamadas de Dios a nosotros, para que cambiemos de vida.

Y les propuso esta Parábola: "Uno tenia una higuera plantada en su viña.."

El Señor ilumina la llamada urgente y reiterada a la conversión con esta Parábola. Una higuera que no daba fruto. El dueño que la quiere cortar. El viñador que le tenia cariño y esperaba que diera fruto, quería darle más tiempo, abonando más, "a ver si da fruto. Si no, al año que viene la cortara"

La Parábola tiene una aplicación inmediata en nuestra vida, en otras palabras del Evangelio: "Yo soy la Vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta y todo el que da fruto lo limpia para que de más fruto" (Jn 15. 1-2)

Nosotros somos esa higuera, plantada en la viña de Dios, que cuenta con la gracia de Jesús, con todo cuidado de la Iglesia y de la infinita paciencia de Dios y aunque Dios es siempre misericordia, siempre ayuda a despertar nuestra vida ese temor de Dios, que apunta el Evangelio. "Si no, el año que viene la cortarás"

NUESTRA LABOR EN ESTA SEMANA

- Atención a la Conversión. "Si no os convertís" Mil cosas pasan, nos llaman la atención, nos escandalizan, son buen ejemplo... Todo lo que sucede, en bien o mal, ha de ser una llamada a mejorar nuestra vida.

- "Florecer donde te han plantado" dice el refrán. "Ver si da fruto" El Señor espera que nuestra vida fructifique en bien. "Yo os he elegido y os he destinado para que Vayáis y deis fruto" (Jn 15. 16)

- ¿Que fruto? La primera Lectura de hoy nos presenta a Moisés, que cuando estaba bien tranquilo en casa, Dios le llamó: "He visto la opresión de mi pueblo..." Y le mandó a sacarles de Egipto.

Dios me llama siempre a servir a los demás. ¿Que estoy haciendo en serio por los demás?

- El abono de Dios. "Yo cavaré alrededor y le echare abono" Siempre, pero más en la Cuaresma es abundante el abono de Dios, en la vida eclesial: Charlas cuaresmales, Vía Crucis, Rosario, Sacramento de la Penitencia. etc.

Si echamos mano de todo esto... seguro que nuestra higuera dará abundantes frutos.


15. servicio bíblico latinoamericano 2004

Ef 4, 7-16 Cristo es la cabeza; de él todo el cuerpo se procura el crecimiento
Salmo responsorial: 121, 1-2. 3-4a. 4b-5 Vamos alegres a la casa del Señor.
Lc 13, 1-9: si en adelante diera fruto..., si no, la cortas.1

Algunos de los presentes, posiblemente fariseos, se acercan a Jesús para contarle cómo Pilato había asesinado a unos galileos mientras mataban en el templo unos animales que iban a ofrecer a Dios. Pero Jesús no se arredra y les dirige una pregunta recordándoles otro accidente, el de unos jerosolimitanos que murieron aplastados por una torre que se derrumbó. Ambos sucesos eran interpretados como un castigo de Dios por los pecados cometidos por esta gente. Pero Jesús no es partidario de esta imagen de un Dios reparte-castigos. Si Dios castiga a los pecadores, todos estamos amenazados por el castigo divino, pues todos somos pecadores.

Para escapar del castigo divino, de ese Dios del que los fariseos dicen que premia a los buenos y castiga a los malos, todos estamos necesitados igualmente de conversión, dice Jesús. Dios espera pacientemente de nosotros ese cambio.

La higuera, árbol con muchas hojas y bella apariencia, es imagen de un Israel que no da el fruto del cambio y la conversión (Jer 9,8-13). Pero Dios no lo fulmina al instante, sino que, como el viñador con la higuera, tiene paciencia y espera. En lugar de cortar la higuera-Israel, el viñador está siempre decidido a seguir cavándola y abonándola. Dios no es partidario de escarmientos: tiene una paciencia infinita. Nadie debe utilizar la tragedia humana como mecanismo de justificación propia (si esto le ha pasado a fulano, ha sido por ser pecador; luego si a mí no me pasa, yo soy bueno). Camino errado. Lo único que justifica ante Dios son las obras. Sólo estas muestran quién es bueno o malo ante El. Lo demás son falsas imágenes de un Dios del que sabemos muy poco…


16. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Filipenses 1, 18b-26 Para mi la vida es Cristo, y una ganancia el morir
Salmo responsorial: 41 Mi alma tiene sed del Dios vivo.
Lucas 14, 1. 7-11 El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido

Dentro de un banquete –como en la sociedad- hay una jerarquía. Se es tanto más honorable cuanto mejor puesto se ocupe. Este es el pensamiento mundano basado en el honor y en la vanagloria; de esta forma de pensar participaban los fariseos. Pero en el banquete del reino las reglas del honor y del prestigio están de sobra. Jesús inaugura un orden nuevo, donde no se es más importante por el puesto que se ocupa, sino por la capacidad de servicio que se tiene, o lo que es igual, por elegir voluntariamente el último puesto.

En este evangelio denuncia Jesús la práctica de unos convidados que escogían para ellos los primeros puestos, como expresión de su deseo de honor y gloria. No es la primera vez que lo hace en el evangelio. Con anterioridad, había dirigido a los fariseos, gente ambiciosa de honores, esta malaventuranza: “¡Ay de vosotros, fariseos, que gustáis de los primeros asientos en las sinagogas y de las reverencias por la calle!” (Lc 11,45).

Dios ha optado por los de abajo y, como había anunciado María, “desbarata los planes de los arrogantes; derriba del trono a los poderosos y encumbra a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vacío” (Lc 1,51-53). Este es el proyecto de Dios que anuncia el Bautista, citando a Isaías: “Que todo valle se rellene, que todo monte y colina se abaje” (Lc 3,5).

La parábola del fariseo y el recaudador, en la que éste bajó a su casa a bien con Dios y aquél no, termina con la misma frase del evangelio de hoy: “Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán”. Dios, como se ve, no se muestra amigo de quien busca honores que hacen desiguales a los hombres, mostrando con esta actitud su desprecio hacia el prójimo.


17. DOMINICOS 2004

La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Carta de san Pablo a los fieles de Efeso 4, 7-16:
Hermanos: A cada uno se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo... Él ha constituido a unos apóstoles, a otros profetas, a otros pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función del ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hilo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Evangelio según san Lucas 13, 1-9:
“En una ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Pensáis que aquellos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no... Y si vosotros no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

Y les contó la parábola de la higuera: Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador:... ¿para qué ocupa terreno en balde? Y el viñador la contestó: Señor, déjala todavía este año..., a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.”


Reflexión para este día
Recibimos los dones para administrarlos en servicio
Todos los hombres somos hijos del mundo, querámoslo o no. Pero, además, los creyentes somos hijos de la Iglesia, del reino de Dios. Nuestra conciencia es de hijos de Dios, de miembros de una Iglesia, de integrantes de una sociedad humana redimida.

¿Qué nos exige esa vida, si quiere ser fecunda? Hoy podemos resumir sus exigencias en la rectitud mental y de corazón:

Rectitud mental La rectitud de conciencia debe decirnos sin cesar que los dones recibidos en nuestras personas -por generosidad de Dios- no son exclusivamente para nuestro bienestar y felicidad sino para contribuir al bienestar y felicidad de todos los hombres. Sin esta filosofía, no hay pensamiento cristiano auténtico.

Rectitud cordial. La rectitud nos debe conducir a ser personas honestas que se gozan en el bien y felicidad de los demás, al modo como Dios se goza y es feliz de nuestra felicidad, y al modo como lo es Jesús de nuestra salvación...

Trabajemos en esa línea de formación y concienciación y contribuiremos a la felicidad de los hombres.


18. FRAY NELSON Sábado 23 de Octubre de 2004
Temas de las lecturas: Cristo es la cabeza que hace crecer todo el cuerpo * Si no se arrepienten, perecerán, de manera semejante .

1. Cristo, Cabeza
1.1 Todo viene de Cristo y toda va hacia Cristo. Esto vale para el cosmos pero especialmente vale para el misterio que es la Iglesia. Todo cuanto tiene la Iglesia de realmente valioso no es otra cosa sino Cristo mismo presente entre los suyos: es don que viene de él. A su vez, todo lo que hace la Iglesia tiene un destino último en las manos de Cristo Sacerdote, que ha de ofrecerlas con la ofrenda de su propio Cuerpo y Sangre a la gloria de Dios Padre.

1.2 Es relativamente sencillo y natural reconocer que la gracia o el perdón nos vienen de Cristo. San Pablo, sin embargo, da un paso más: no son sólo los bienes "invisibles" los que vienen de Cristo sino también los "visibles," tan visibles como son los apóstoles, los profetas o los evangelistas. Los ministerios vienen de Cristo, que es el gran ministro del altar del cielo. Y esto conlleva muchas cosas; sobre todo, la mirada teologal hacia aquellos que son un don de él para el mundo, a pesar de las limitaciones que como seres humanos tienen.

1.3 A este respecto Santa Catalina de Siena tiene mucho que enseñarnos. Ella descubre bajo la acción del Espíritu Santo que toda mirada a los ministros de Cristo debe estar bajo la conciencia de que son los dispensadores de la Sangre del Cordero. En esto radica la dignidad, el alimento, la alegría y la fortaleza de los ministros del Señor. No va distante el respeto que se les debe y la responsabilidad que tienen. No están distantes la grandeza de esa vocación y la humildad con que hay que acogerla. No se hallan distantes la misericordia del que elige con la seriedad del que llama.

2. Ante las tragedias
2.1 Pasemos al evangelio. Según vemos, ya en tiempo de Jesús existía el "deporte" de dar pésimas noticias con la turbia esperanza de impactar al oyente. No se imaginaban, sin embargo, los que hoy quisieron hacerlo con Cristo, qué clase de respuesta les iba a dar él.

2.2 Y es que en efecto, hay algo de morboso y mucho de estéril en ese ejercicio de hacer alabanzas al poder del mal. Hay gente que disfruta contando lo espantoso, lo cruel, lo doloroso, y tal vez no son del todo conscientes de que están alabando al poder de las tinieblas. "Mira que han torturado a unos pobres niños y les han hecho esto y lo otro, y luego...". En esas noticias, ya sean de boca o por televisión, ya estén en los diarios o en páginas de Internet, hay siempre la malsana tendencia a revolcarle las entrañas al oyente o lector, con la consecuencia lateral de cantar lisonjas al mal y al Malo.

2.3 Cristo frena de un tope esa enfermedad. En primer lugar porque no se deja "impactar" ni se escandaliza. A él no lo extraña el mal, porque conoce bien que donde no reina la luz hay oscuridad. Eso no es ninguna sorpresa. En segundo, lugar, su comentario, "¿piensan que aquellos eran más pecadores?", separa un hecho trágico, que puede llegarle a cualquiera, de sus antecedentes y consecuentes. Como quien dice, no juzguemos por un hecho el pasado ni el futuro. Y en tercer lugar, muestra en dónde está el verdadero peligro: no en los accidentes, de los que no tenemos culpa, sino en el desenlace de nuestras vidas, en donde ciertamente sí que tenemos plena responsabilidad.


19.

Comentario: Rev. D. Antoni M. Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España)

«Fue a buscar fruto y no lo encontró»

Hoy, las palabras de Jesús nos invitan a meditar sobre el inconveniente de la hipocresía: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró» (Lc 13,6). El hipócrita aparenta ser lo que no es. Esta mentira llega a su cima al fingir virtud (aspecto moral) siendo vicioso, o devoción (aspecto religioso) al buscarse uno mismo y sus propios intereses y no a Dios. La hipocresía moral abunda en el mundo, la religiosa perjudica a la Iglesia.

Las invectivas de Jesús contra los escribas y fariseos —más claras y directas en otros pasajes evangélicos— son terribles. No podemos leer o escuchar lo que acabamos de escuchar y leer sin que estas palabras nos lleguen al fondo del corazón, si realmente las hemos escuchado y entendido.

Lo diré en plural personal, ya que todos experimentamos la distancia entre lo que aparentamos ser y lo que somos de veras. Lo somos los políticos cuando nos aprovechamos del país proclamando que estamos a su servicio; los cuerpos de seguridad cuando protegemos a grupos corruptos en nombre del orden público; el personal sanitario cuando suprimimos vidas incipientes o terminales en nombre de la medicina; los medios de comunicación social cuando falseamos las noticias y pervertimos al personal diciendo que lo estamos divirtiendo; los administradores de los fondos públicos cuando desviamos una parte de ellos hacia nuestros bolsillos (individuales o de partido) y alardeamos de honestidad pública; los laicistas cuando impedimos la dimensión pública de la religión en nombre de la libertad de conciencia; los religiosos cuando vivimos de nuestras instituciones con infidelidad al espíritu y a las exigencias de los fundadores; los sacerdotes cuando vivimos del altar pero no servimos abnegadamente a nuestros feligreses con espíritu evangélico; etc.

¡Ah!: y tú y yo también, en la medida en que nuestra conciencia nos dice lo que tenemos que hacer y dejamos de hacerlo para dedicarnos únicamente a ver la paja en el ojo ajeno sin querer darnos cuenta siquiera de la viga que ciega el nuestro. ¿O no?

—Jesús, Salvador del mundo, ¡sálvanos de nuestras pequeñas, medianas y grandes hipocresías!


20. 29ª Semana. Sábado 2004

Estaban presentes en aquel momento unos que le contaban lo de los galileos, cuya sangre mezcló Pilato con la de sus sacrificios. Y en respuesta les dijo: «¿Pensáis que estos galileos fueron más pecadores que todos los galileos, porque han padecido tales cosas? ¡No!, os lo aseguro; pero si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que fueron más culpables que todos los hombres que vivían en Jerusalén? ¡No!, os lo aseguro; pero si no hacéis penitencia todos pereceréis igualmente».

Les decía esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y vino a buscar en ella fruto y no lo encontró. Entonces dijo al viñador: "Mira que hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo; córtala, ¿para qué va a ocupar terreno en balde?". Pero él le respondió: "Señor, déjala también este año hasta que cave a su alrededor y eche estiércol, por si produce fruto; si no, ya la cortarás" ». (Lc 13, 1-9)


I. Jesús, hoy me aclaras un punto importante, que algunos no entienden: si Dios existe -piensan- ¿por qué permite los terremotos, las guerras, los accidentes y el sufrimiento en general? Los judíos de aquel tiempo pensaban que esas calamidades eran fruto del castigo divino, por los pecados que esas personas habían cometido. Muchos hoy en día piensan que esos desastres son una prueba de que Dios no existe. Ni unos ni otros entienden el valor cristiano del sufrimiento.

Jesús, explicas a los que te rodean que las desgracias físicas no son una venganza divina. El que sufre un accidente o contrae una enfermedad penosa no deja de ser un hijo querido de Dios. Dios no provoca la desgracia, que es consecuencia de causas naturales; y si la permite es porque sabe que puede producir otros bienes mayores, especialmente de tipo espiritual.

La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él [125].

Jesús, me quieres recordar que, al final, lo que verdaderamente importa es la vida eterna. Y me adviertes que he de hacer penitencia en esta vida, si quiero ganar el cielo. Por eso tiene sentido el sufrimiento y la misma muerte: porque es una oportunidad que me das para hacer penitencia. Si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente. El sufrimiento terreno, ofrecido a Ti, tiene valor redentor porque me une a tu sufrimiento en la cruz.

II. ¿Qué perfección cristiana pretendes alcanzar si haces siempre tu capricho, «lo que te gusta» ...? Todos tus defectos, no combatidos, darán un lógico fruto constante de malas obras. Y tu voluntad -que no estará templada en una lucha perseverante- no te servirá de nada, cuando llegue una ocasión difícil [126].

Jesús, me has recordado de muchas maneras que debo dar fruto, haciendo rendir los talentos que me has dado. Muchas veces no me doy cuenta de cuánto he recibido, y por eso tampoco me siento urgido a corresponder. Por eso, con cierta frecuencia es bueno mirarte clavado en la cruz y decirte: Tú has muerto por mí; ¿qué hago yo por Ti?

Jesús, yo quiero corresponder a tu Amor con mi amor, con mis obras buenas, con mi santidad. Pero, a veces, no sé dar buen fruto; más bien doy malos frutos.

Y es que me falta voluntad, fortaleza para luchar contra mis defectos. Me dejo dominar por el capricho, por lo que me gusta, en lugar de buscar qué es lo que Tú quieres de mí en cada momento.

Jesús, Tú eres el viñador de la parábola. Me ves luchar por hacer el bien y le dices a Dios Padre: dale un poco más de tiempo. Mientras, yo le ayudaré a mejorar cavando a su alrededor, dándole más gracias. Y para que pueda dar mejor fruto, me das a tu Madre, la Virgen. Que me apoye en ella cuando me cueste mi vida cristiana. María me allanará las dificultades y daré el fruto que esperas de mí.

[125] Catecismo, 1501.
[126] Surco, 776.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


21. 23 de Octubre 2004

168. La higuera estéril

Sábado de la Vigésima Novena semana del Tiempo Ordinario

I. En el Evangelio de la Misa de hoy (Lucas 13, 6-9) se habla de la higuera que año tras año no daba fruto a pesar de los cuidados que le prodigaba su dueño.
La higuera representa a aquel que permanece improductivo (Jeremías 8, 13) de cara a Dios. El Señor nos ha colocado en el mejor lugar, donde podemos dar frutos según las propias condiciones y gracias recibidas, y hemos sido objeto de los mayores cuidados del más experto viñador desde el mismo momento de nuestra concepción: Nos dio un Ángel Custodio para que nos protegiera, la gracia inmensa del Bautismo, se nos dio Él mismo como alimento en la Sagrada Comunión, incontables gracias y favores del Espíritu Santo. Sin embargo es posible que el Señor encuentre en nuestra vida pocos frutos, y a pesar de todo, vuelve una y otra vez con nuevos cuidados: Es la paciencia de Dios (2 Pedro 3, 9). El Señor no da nunca a nadie por perdido, confía en nosotros, aunque no siempre hayamos respondido a sus esperanzas.

II. Cada persona tiene una vocación particular, y toda vida que no responde a ese designio divino se pierde. El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas, aunque nunca podrá haber paridad entre lo que damos y lo que recibimos. Sin embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho. Examinemos en nuestra oración: si tuviéramos que presentarnos ahora delante de Dios, ¿nos encontraríamos alegres, con las manos llenas de frutos para ofrecer a nuestro Padre? Aprovechemos hoy para hacer propósitos firmes. “Dios nos concede quizá un año más para servirle. No pienses en cinco, ni en dos. Fíjate sólo en éste: en uno, en el que hemos comenzado...” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios), en el que está por terminar.

III. Dios quiere de nosotros no apariencias de frutos, sino realidades que permanecerán más allá de este mundo: personas que hemos acercado a la Confesión, horas de trabajo terminadas con hondura profesional y rectitud de intención, pequeñas mortificaciones, vencimientos en el estado de ánimo, orden, alegría, pequeños servicios a los demás. También invoquemos la paciencia divina que el Señor ha tenido con nosotros, para otras personas que quizá, con una constancia de años, pretendemos que se acerquen a Jesús. Nuestra Madre nos alcanzará la gracia abundante que necesita nuestra alma para dar más frutos y la que precisan nuestros familiares y amigos para que aceleren el paso hacia su Hijo, que los espera.


Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


22. La higuera estéril

Fuente: Catholic.net
Autor: Misael Cisneros Garnica

Reflexión:

Hoy Cristo desenmascara una preocupación presente en muchos hombres de nuestro tiempo. Y es la preocupación de pensar que los sufrimientos de la vida tienen que ver con la amistad o enemistad con Dios. Cuando todo va bien y no hay grandes angustias o desconsuelos creemos que estamos en paz y amistad con Dios. Y puede ser que realmente no suframos grandes ahogos y a la vez estemos con Dios pero Cristo nos muestra que no es así la forma de verlo.

¿Acaso los miles de personas que mueren en los atentados padecieron de esa forma porque eran más pecadores que nosotros? Por supuesto que no, pues Dios no es un legislador injusto que castiga a quienes pecan. Mejor es preocuparnos por nuestra propia conversión y dejar de juzgar a los demás por lo que les pasa en la vida. Que si este vecino se fue a la banca rota su negocio porque no daba limosna o el otro se le dividió la familia porque no iba a misa o el de más allá se le murió un hijo porque decía blasfemias. Dejemos de calcular cómo están los demás ante Dios e interesémonos más por nuestra propia conversión. Los acontecimientos dolorosos de la vida no son la clave para ver la relación de Dios con nuestro prójimo. Dios puede permitir una gran cantidad de sufrimientos en una familia para hacerles crecer en la fe y confianza con Él, pero no por eso quiere decir que Dios está contra ellos. Por ello, dirijamos hacia Dios nuestra vida y preocupémonos más por nuestra propia conversión.


23. CLARETIANOS 2004

“A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia
según la medida del don de Cristo”

Queridos amigos y amigas:
“A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo”, es decir, una medida colmada, remecida, rebosante…

Aquí podríamos detenernos y tener más que suficiente para dejarnos interpelar por la Palabra de Dios de hoy. ¡Es impresionante! Para morir de la alegría y no sé si, a veces, también de pena. Si la gracia concedida es tan inmensa, ¿dónde están sus frutos? Os invito a que cada uno mire sencillamente su vida.

Esta Palabra me hace recordar el icono de la Resurrección del Señor que la iconografía rusa representa como el descendimiento a los infiernos: “Subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los hombres… ha bajado a lo profundo de la tierra; y el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenar el universo. Una homilía antigua, de autor anónimo, relata así este momento que invito a hacer oración:

¿Qué es lo que hoy sucede?...Dios ha despertado a los que dormían desde antiguo… Va a buscar a nuestro primer padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra e muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, de acerca a ello. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: Mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: Y con tu espíritu. Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole: ¡despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz… despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate obra de mis manos; levántate imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona”

Creo que hoy, aunque podríamos decir muchas más cosas, es más que suficiente para quedarnos extasiados contemplando esta palabra de vida. Cristo la plenitud de TODO, en quien se realiza la VERDAD que tanto ansiamos por el AMOR.

En Él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho “brillar su rostro sobre nosotros” (Sal 67) Cristo nos revela también el rostro del hombre, manifiesta el hombre al propio Hombre (NMI 23) En Cristo el Padre ha pronunciado la palabra definitiva sobre el hombre y sobre su historia.

Pablo será el primer gran enamorado de Cristo tras su muerte. En el camino de Damasco no se limitó a conocerle, entró a ser parte de él, a ser todo él. La presencia viva de Cristo chorrea por todas sus cartas. Pablo se convierte así en el modelo del conocedor de Cristo: alguien para quien el conocimiento se convierte en amor, el amor en seguimiento, el seguimiento en lucha apasionada por el Reino.

¿Qué es la historia de los creyentes de todos los tiempos sino el asombro permanente ante los sucesivos descubrimientos de la profundidad y la hondura de Cristo?

Jesús es un abismo cuya profundidad no se puede sondear, decía Teresa de Lisieux. Y el Cardenal Newman, un auténtico cristiano no puede oír el nombre de Cristo sin emoción.

Ese amor de Cristo invadió toda la vida de uno de los grandes profetas de nuestro tiempo, Teilhard de Chardin: En mi marcha por la vida pude ver y descubrir que todas las cosas están centradas en un punto, en una persona y esta persona eres tú, Jesús. Jesús, sé para mí el verdadero mundo. Que todo lo que hay en el mundo tenga vuestra influencia sobre mí, se transforme cada vez más en Vos por mi esfuerzo. Es absolutamente necesario que Cristo ocupe mi vida, toda mi vida. Debo tener conciencia de que Cristo crece y se desarrolla en mí, no sólo a base de ascética y sufrimiento, sino a través de todo esfuerzo positivo que yo sea capaz de hacer, con todo lo que me perfeccione naturalmente en mis conquistas humanas. Porque la contribución cristiana al progreso del hombre, no es simplemente una cuestión de impulsar una tarea humana, sino de completar de algún modo a Cristo.

El Evangelio no viene más que a confirmarnos en el AMOR inenarrable de Cristo, expresado de modo único en su paciencia y en su misericordia. “…déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto...” Así es nuestro Dios.

Y termino citando el final del preciosísimo y conocido libro de Martín Descalzo “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret” porque expresa perfectamente lo que siento en estos momentos y que deseo compartir con todos:

Porque sabemos que tú vendrás, estás viniendo. O quizá no te has ido. Estás detrás del velo de nuestra ciega mediocridad. Quizá basten sólo unos céntimos de fe para comprobar que tú estás con nosotros. Para descubrir que, a fin de cuentas, sólo hay un problema: saber hasta qué punto te amamos y estamos dispuestos a seguirte.

En María y con María finalizo esta semana en la que he estado con vosotros a vueltas con la Palabra a través de este espacio de comunión con tantas personas que nos sentimos fascinadas por Jesucristo y su proyecto. No conozco vuestros rostros pero sabed que estáis en mi oración. Contemplemos, como nos invita el Santo Padre, a Cristo con los ojos de María y, en particular, su presencia viva y vivificante en la Eucaristía. Se conmemora este año el 150 aniversario del dogma de la Inmaculada Concepción. “Mirándola a Ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En Ella vemos el mundo renovado por el amor.” (n. 62 Ecclesia de Eucaristía)

María, el primer tabernáculo de la historia, nos muestra y nos ofrece a Cristo, nuestro Camino, Verdad y Vida. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía.

Con el mayor cariño y gratitud, vuestra hermana en la fe,
Carolina Sánchez (carolinasasami@yahoo.es)