SÁBADO DE LA SEMANA 27ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Jl 3, 12-21

1-1.

En la página que meditaremos HOY, el «Día de Yahvéh» es descrito con imágenes convencionales que se encuentran en todos los apocalipsis y que el evangelio mismo utilizará (Mt 24). No hay que tomarlas en sentido literal, lo que podría conducir o bien a un miedo facticio, o a un error de apreciación. Jesús ha insistido a menudo en que no se sea demasiado curioso sobre la «hora» del fin del mundo. Lo que cuenta es estar siempre a punto.

-Despiértense la naciones...

Efectivamente, a menudo, duermen inconscientes de lo que verdaderamente está en juego, a lo largo de la historia.

Jesús, hablará también de la «vigilancia» (Marcos 13, 33; Lucas 21, 36). A menudo, ¿seré yo acaso de aquellos que duermen su vida, en lugar de vivirla verdaderamente? El envite del Juicio está ya puesto. No hay tiempo que perder.

-Suban hasta el valle de Josafat...

«Todas las naciones se reunirán ante el Hijo del hombre» (Mt 25, 32).

Tampoco aquí tiene sentido «imaginar» materialmente esta reunión: en una cierta época, ¡los judíos se hacían enterrar en el valle de Josafat para estar más cerca del lugar de la reunión! La significación profunda es que el juicio será universal: nadie escapará del juicio colectivo e individual... naciones y personas... grupos e individuos .

Seré juzgado. «Mi» vida está ya en juicio, en cuanto al tiempo vivido. ¡De ahí la importancia del tiempo que me queda de vida!

-Meted la hoz: la mies está madura. Venid, pisad que el lagar está lleno y las bodegas rebosan, tan grande es su maldad.

Cosecha y vendimia: dos imágenes que señalan el término de una maduración. La humanidad crece y madura. La obra de Dios está en crecimiento: no se la puede juzgar antes de la cosecha final. ¿Qué es lo que está madurando en mi vida?

-El sol y la luna se oscurecen, las estrellas retraen su fulgor.

La oscuridad: otra imagen sorprendente. El cosmos entero participa del gran debate en cuestión. Nadie cae fuera del poder soberano de Dios. Los astros mismos, que parecen tan lejanos, tan estables, tan fuera del alcance del mundo, están totalmente sometidos a Dios... con más razón el hombre, ese ínfimo polvillo, en el inmenso universo estelar.

-De Sión el Señor hace oír un rugido y de Jerusalén, su voz: el trueno. El cielo y la tierra se estremecen.

La "voz de Dios", ruidosa como un trueno. Hay que haber vivido ciertas tempestades en la montaña para comprender este último símbolo. Ante los millones de voltios del más pequeño relámpago, el hombre no puede pasarse de listo. El rayo del Sinaí permanecía en la memoria de Israel como signo mismo de la «manifestación de Dios" - teofanía.

-Sabréis entonces que Yo soy el Señor, vuestro Dios.

Antes del último Día, se puede ignorar y aún rehusar depender de Dios. Aquel día, las pretensiones humanas de autonomía aparecerán como un ridículo infantilismo.

Señor, que no aguarde yo ese día para someterme a Ti, libremente y en el amor.

-Aquel día los montes destilarán vino y las colinas fluirán leche... Egipto será devastado y Edom, un desierto desolado.

Continúan las imágenes. Felicidad para los fieles. Desgracia para los impíos. No tratemos de imaginar. Creamos, en profundidad que no puede ser de otro modo.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 330 s.


1-2. /Jl/03/01-05   /Jl/04/01-08

La respuesta divina a la oración y penitencia del pueblo había sido la promesa de bendiciones materiales. Ahora se añaden los dones espirituales: la efusión del Espíritu, el anuncio de los signos precursores del «día de Yahvé» y de la salvación de Sión.

PROFETA/QUÉ-ES: En contraste con los tiempos antiguos, cuando la palabra de Yahvé era rara (1 Sm 3,1), en el tiempo mesiánico será abundante. Todos los israelitas serán profetas, es decir, sabrán descubrir el verdadero sentido religioso de la vida y de los acontecimientos. Las fórmulas «soñarán sueños» y «verán visiones» explican qué significa ser profeta: se creía que los sueños y las visiones eran los medios ordinarios de comunicación con Dios. San Pedro vio cumplida esta profecía el día de Pentecostés (Hch 2,17). Por tanto, en el tiempo mesiánico habrá una íntima comunicación entre Yahvé y el pueblo escogido. Israel no dependerá de un héroe ni de un profeta ocasional; toda la nación poseerá esos carismas y se convertirá en la comunidad ideal.

Juntamente con la efusión del Espíritu se menciona el juicio vindicativo de Dios contra las naciones paganas. Siguiendo la norma del género apocalíptico, la intervención de Dios se describe como una convulsión del cosmos. El sol, la luna y los demás astros eran tenidos por dioses en el mundo gentil. La destrucción de estas divinidades simboliza la manifestación de Dios. Dios diríamos nosotros hará que salten en pedazos los ídolos de ios hombres. La advertencia del profeta es también válida para nuestros días: sólo quien es fiel a Dios no se verá defraudado.

El fragmento termina con una alusión al juicio de las naciones paganas. Para los profetas, la vuelta del cautiverio de Babilonia representa el comienzo de la era mesiánica, y el triunfo de Israel supone la condena de sus enemigos. Este juicio se llevará a cabo en el "Valle de Josafat", nombre que puede traducirse por «juicio de Yahvé» o «Yahvé juzgará». se trata pues, de un nombre simbólico que no corresponde a ningún lugar geográfico.

Puede ser también una alusión a la victoria de Josafat, cuando-Yahvé destruyó a los enemigos de Judá (2 Cr 20,13-30); en ese caso querría indicar que tal hecho se repetirá.

Nosotros estamos en mejores condiciones que los primeros lectores para entender en qué consiste la victoria mesiánica y la condena de los enemigos.

J. ARAGONES LLEBARIA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 317


2.- Ga 3, 22-29

2-1.

El "pedagogo" era el esclavo encargado de la educación de los hijos de las familias pudientes. Eso es exactamente lo que fue la Ley para los judíos bajo la antigua Alianza. La existencia de una ley permite al hombre situarse con respecto a ella, saber si la ha cumplido o si, por el contrario, la ha infringido. Pero, una vez que el judío había tomado conciencia de su pecado y, por tanto, de su culpabilidad, la Ley no podía ya darle nada, porque por sí misma no era fuente de salvación. Encerraba al hombre, por tanto, en su maldición; por eso su régimen tenía que ser necesariamente transitorio.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 312


2-2.

La Epístola que meditamos responde a los ataques de los judaizantes que se habían introducido en Galacia y querían imponer prácticas antiguas a los nuevos convertidos. Pablo, ante ese «fixismo» desarrolla una visión «evolutiva» de la historia de la salvación. Efectivamente es verdad que Dios llamó primero a Abraham... es también verdad que Dios dio la Ley a Moisés... Pero ahora ha venido Cristo, elemento decisivo de la Historia prevista por Dios.

La Ley, por ese mismo hecho pasa a ser caduca: su vigencia era transitoria, su papel era solamente pedagógico y éste desaparece con la presencia de Cristo.

-Hermanos, antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la «vigilancia» y el «dominio» de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro «pedagogo» hasta Cristo, para ser justificados en virtud de la fe.

Para los judíos la Ley era comparable a esos «pedagogos» antiguos, a la vez útiles y molestos, que cuidaban de la educación de los niños. Pablo, en su infancia debió de conocer también la tutela algo ruda del esclavo encargado de «vigilar a los pequeños y reprimir sus tonterías». Pero el hombre maduro no necesita de esta tutela, ¡es libre!

-Pero, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el «celador» o pedagogo, en griego. Porque, en Jesucristo sois todos hijos de Dios, por la fe.

¡El acontecimiento decisivo de la Historia!

Hay una novedad radical que interviene en la historia de la humanidad: desde ahora ¡hay un «Hombre-Dios», un hombre, «Hijo de Dios», Cristo! Y éste es el don supremo y definitivo que Dios pueda ofrecer a la humanidad.

Porque cada hombre, HOY, a partir del día de Jesucristo puede también llegar a ser "hijo de Dios, por la fe" por su fidelidad al Padre, Jesucristo abre a todo hombre un camino de libertad.

¿Soy de veras un «hijo» para Dios? ¿Cómo es mi fidelidad al Padre en las huellas de Jesucristo?

-En efecto, todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.

BAU/TRANSFORMACION:

Fórmula de una excepcional densidad.

Hay que meditar detenidamente esa frase.

Pablo dirá más tarde a los Romanos que el bautismo nos hace participar de la muerte y resurrección de Cristo.

Aquí nos dice que el bautismo nos une a Cristo, y nos hace revestir de El. La comparación del «vestido» es una imagen simbólica muy hermosa: el bautizado está como transformado, recibe una nueva manera de ser, tiene una nueva apariencia, «representa» a Cristo, es su «visibilidad»... ¡Viendo a un bautizado, debería verse a Cristo! Fe y Bautismo: íntimamente ligados en el pensamiento de san Pablo. «Hijos de Dios, por la fe... Unidos a Cristo, revestidos de Cristo por el bautismo...» El bautismo signo de la fe, incorpora al hombre a Cristo y le ofrece un estado de filiación divina, a semejanza de aquel que es hijo por naturaleza.

-Ya no hay ni «judío» ni «gentil» ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ¡porque todos no sois más que uno en Cristo Jesús!

Efectivamente ¡cuán mezquina resulta a ese nivel la estrechez de los judaizantes! Y ¡qué visión más universal la de Pablo! ¡Qué fermento para una acción humana a escala mundial!

Ayúdanos, Señor a adoptarla de veras.

Gracias.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 330 s.


2-3. /Ga/03/15-29 /Ga/04/01-07 PROMESA/AT

Hasta el momento, Pablo ha hablado principalmente de experiencias, aunque sin dejar de citar el AT, que tanto Cristo como la Iglesia entera consideraban como norma de fe. Pablo reafirma la continuidad de los dos Testamentos, pero sostiene que el verdadero contenido del Antiguo no son las obras de la ley, sino la fe en Jesucristo. Por «testamento» entiende Pablo sobre todo las promesas que hizo Dios a Abrahán (el término "testamento" como «voluntad inamovible y expresa de legar algo a alguien» desempeña aquí un papel importante). Ahora bien, estas promesas a Abrahán no podían estar condicionadas al cumplimiento de una ley, que fue dada -a través de muchas manos- cuatrocientos treinta años después.

El contenido de esas promesas es -como ya se ha insinuado antes- la justicia, la bendición para todos los pueblos, la vida. Y la mera promulgación de una ley no es capaz de vivificar a una humanidad pecadora, dominada por la muerte. Sólo Cristo, pues puede dar cumplimiento a las promesas.

¿Para qué vino, pues, la Ley? Para encaminarnos hacia Cristo. La situación del hombre bajo la ley es como la situación del niño, que tiene instintos de esclavo -y hasta de enemigo-, a pesar de estar destinado a ser el amo de la casa. La ley es el criado («pedagogo» era el esclavo que llevaba los niños a la escuela) que mantiene al niño dentro de un orden hasta el momento en que tendrá suficiente uso de razón como para disponer de lo que es suyo.

Y sólo el Espíritu, que Cristo nos ha enviado, es capaz de darnos el uso de razón propio de los hijos de Dios.

J. SANCHEZ BOSCH
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 257 s.


2-4. Ga/03/22-29  /Ga/04/01-07

La ley ha sido pedagogo para los creyentes hasta la venida de Cristo. Este es el contenido de la primera parte de nuestro texto (3,22-29). La ley es descrita como un esclavo de confianza que vigila y guía a los hijos de los hombres libres, ésta era la función de los pedagogos («tutores de niños»). El pequeño, aunque hijo y heredero del amo, vive durante su infancia bajo el control del esclavo pedagogo. Pablo polemiza con la concepción judía que considera la ley como la barrera contra el pecado. Según él, lo único que hace es evidenciar el pecado y su poder. La ley no es portadora de la vida. El esclavo únicamente puede dejar de serlo pasando al uso pleno de sus derechos de hijo del amo. Pero eso solamente puede darse por la fe en la acción salvadora de Dios, que lo transforma todo en Jesucristo. En él, la salvación es ofrecida a todos los hombres porque ya no se trata de merecimientos, sino del amor de Dios.

La nueva situación de libertad y de filiación constituye el contenido de la segunda parte de nuestro texto (4,1-7). Pablo continúa su esfuerzo por aclarar la fuerza de la acción de Dios en Jesucristo, que libera al hombre de un poder extraño que lo aliena: «lo elemental del mundo». El amor de Dios había determinado con anterioridad el momento de la liberación, de la «plenitud de los tiempos», expresión que hay que entender desde la perspectiva de las expectativas judeo-apocalípticas. Dios es el Señor del tiempo, tiene en su poder la sucesión de los acontecimientos y de todos los eones ( = períodos de duración indefinida). En Jesús, el eón futuro está misteriosamente realizado en el presente. El les ha puesto su medida y los conduce a su fin. «El ha puesto el eón sobre la balanza. Ha medido las horas con la vara y ha numerado el número de los tiempos. No los molesta ni los excita hasta que la medida anunciada se cumpla» (4 Esd 4,36ss). Esta plenitud del tiempo significa la venida de Cristo. Sin que quiera eso decir que Pablo entienda la plenitud de los tiempos como la evolución de la humanidad y de su historia que, en filosofía, en cultura y en religión, así como en el cuadro político de un Imperio Romano unitario, constituyeran una especie de preparación para la venida de Cristo. No se trata de una evolución de la historia universal, sino de una acción soberana de Dios. El resultado de la historia no es, en la visión paulina, una preparación natural del evangelio.

La aparición de Cristo en la historia humana no es una simple irrupción vertical que toque la periferia del devenir humano de una manera puramente tangencial, sino que Cristo nace de mujer, sujeto a la ley (4,4). Asume plenamente la naturaleza humana y su historia. La acción salvadora de Dios no se resuelve en una experiencia simplemente espiritual, sino que es historia: «El año quince del reinado de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea...» (Lc 3,1). El «Hijo de Dios» es un nacido de mujer, un hombre cualquiera, un hombre integral.

Lucas, como si nos quisiera indicar la fuente de su narración sobre la noche de Belén, la concluye con este testimonio: «María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior» (Lc 2,19). Es un modo admirable de hacer suyo el acontecimiento de Jesús, de quien ella era madre. Esta primera cristiana, que progresaba constantemente en la fe (Lumen gentium, n. 61-65), busca traducir en términos de pensamiento y de amor lo que en ella y mediante ella había llegado a ser, en términos de hecho, la historia concreta.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 852 ss.


3.- Lc 11, 27-28

3-1. M/FIDELIDAD M/CREYENTE:

Desde el punto de vista histórico se puede suponer que la raíz original de nuestro texto se encuentra en la oposición que Marcos establece entre la familia de Jesús y aquéllos que cumplen sus mandatos (cf. Mc 3. 20-21/31-35). Lucas, que ha matizado y moderado esa oposición en 8. 19-21, quiere formular ahora el verdadero contenido de la bienaventuranza de María.

Nuestro texto replantea el tema desde un punto de vista verdaderamente "mariano". No importa la familia sino la madre de Jesús. Sobre ella puede hablarse de estas dos maneras:

a)La mujer del pueblo alaba sobre un plano de simple biología (11.27): María viene a convertirse en un vientre fecundo y unos pechos generosos. Esa palabra se mantiene sobre el campo del antiguo testamento, donde la mujer es ante todo la que engendra hijos al marido. b)La respuesta de Jesús supone que la verdadera bienaventuranza del hombre y la mujer se realiza en una altura personal, allí donde se escucha la palabra de Dios y se vive en su misterio de gracia y de exigencia (11.28). Si Jesús no lo hubiera aclarado, se habría puesto en contradicción con el espíritu de su mensaje del sermón de la llanura (cf. 6. 20-22). Pues bien, en este plano se realiza la bienaventuranza de María.

MUJER/DIGNIDAD: Antes de fijarnos en la figura concreta de la madre de Jesús queremos indicar que estas palabras sitúan la dignidad de la mujer por encima de todas las limitaciones y esclavitudes de las antiguas o modernas culturas de la tierra. La mujer no se reduce a biología. Su signo es más que un vientre y unos pechos (oriente antiguo), más que un sexo (occidente moderno). La mujer es, ante todo, una persona y, por lo tanto, su bienaventuranza es semejante a la del hombre: vivir el don de gracia de Dios y traducirlo en una forma de conducta.

A través del evangelio Lucas ha mostrado que María, la madre de Jesús, es un modelo de fe para los hombres. Ella, como mujer y como símbolo de todos los humanos, ha recibido el gran regalo de la presencia transformante de Dios sobre la tierra (1.28). Esa presencia se concreta como "Espíritu creador" y se traduce en el nacimiento del Mesías (1. 31-33/35). A través de la palabra de María que se ofrece y colabora (1.38), se realiza el misterio primordial de nuestra historia: Dios hecho humano.

Externamente todo ha seguido igual. Pero en ese campo inmensamente delicado, inmensamente abierto de la fe de una muchacha que acepta la palabra de Dios, ha comenzado a realizarse la nueva vida de los hombres. La plenitud de Dios se ha expresado en una escena de confianza en que se muestra el don de Dios y la respuesta creyente de María. Ella ha comenzado a ser el signo de una nueva forma de existencia. Como decían los antiguos: ha concebido con la fe antes de hacerlo con el vientre. Su bienaventuranza no se limita al seno y a los pechos, sino que abarca toda su persona.

María ha creído (1. 38) y por eso recibe la auténtica alabanza. Es bienaventurada por su fe (1.39-45) y su vida se convierte en fundamento de júbilo y bendición para todos aquéllos que han creído como ella. Jesús la desconcierta (2. 33-35). Pero Lucas sabe que María se ha mantenido en la fidelidad hasta el final: en lo más hondo de su vida ha confiado en la palabra de Jesús y ha venido a ser principio y fundamento de la iglesia. En todos estos rasgos, la madre de Jesús es modelo de mujer abierta ante el misterio de la vida y modelo de creyente que responde de manera confiada y generosa a la palabra que Dios le ha dirigido.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1329 ss.


3-2. 

El poder de Jesús, la autoridad de su palabra, la integridad de su existencia provocan la admiración en el pueblo sencillo. Una mujer se hace portavoz de la alabanza haciéndola extensiva a la madre que lo engendró y lo crió. Jesús acepta la alabanza de la mujer, pero la rectifica. En el Reino de Dios, que él inaugura, el motivo de gloria no se ha de poner en el parentesco con Jesús.

Sólo cuentan las relaciones que se establecen con él sobre la base de la aceptación y el cumplimiento de su palabra (cf.8.19-21; Mt 12. 46-50; Lc 6. 46; 13. 26-27). De esta alabanza participa también su madre como la primera entre sus discípulos (Lc 2. 19/51).

COMENTARIOS BIBLICOS-5.Pág. 536


3-3. .

Una mujer, de modo espontáneo, alaba a la Madre de Jesús.

El honor y la gloria de una madre descansan en la grandeza de su hijo, el de María tiene también su raíz en Jesús.

Jesús, una vez más, produce la sensación de una misteriosa lejanía. No rechaza el grito de la mujer, lo eleva. No es la carne ni la sangre lo que marca la proximidad a su persona. La comunión con la persona de Jesús viene del "sí" dado a la Palabra de Dios. Los que escuchan y practican la Palabra de Dios participan de la bienaventuranza de María que supo responder a la invitación divina: He aquí la esclava del Señor.

COMENTARIOS BIBLICOS-6 VI/Pág. 218


3-4.

-Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer de entre la gente le dijo gritando...

Lucas es el único que relata ese episodio de este modo.

Una vez más, en su evangelio, se realza a una mujer.

Cuando tanta gente importante, escribas y fariseos sabios, acusan a Jesús de estar a sueldo del "Señor del estercolero"... esta humilde mujer anónima, proclamará su admiración por Jesús.

-"¡Dichosa la madre que te llevó en su seno y que de su leche te alimentó!"

El texto griego es más directo y más popular: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que chupaste!" Es una expresión judía bastante típica para hablar de la maternidad.

A las mujeres que se compadecieron de Jesús, camino del Calvario, El les dijo: "dichosos los vientres que no han parido y los pechos que no han amamantado", porque vendrán desgracias terribles sobre vuestros hijos. Jesús pensaba en la ruina de Jerusalén que veía venir- (Lucas 23, 29) Aquí, por el contrario, esa mujer elogia a la madre de Jesús, y, a través de ella a su hijo. Esa mujer de pueblo no se ha dejado impresionar por las críticas que ha oído; está subyugada por la grandeza de Jesús, y, muy sencillamente, ¡envidia a su madre! Sí, ¡ciertamente! Y no lo olvidemos en el día de HOY. Una de las satisfacciones, uno de los honores profundos, que puede experimentar una mujer son los hijos de ella nacidos y por ella educados. No convendría que las otras "fecundidades" espirituales, profesionales, sociales que son también muy reales, nos hicieran olvidar aquella.

-Entonces repuso Jesús: "Más dichosos son aún los que oyen la palabra de Dios y la cumplen".

Jesús había ya dicho esto, al hablar de su madre, en el mismo evangelio (Lucas 8, 21), pero en otra circunstancia.

También nosotros repetimos las ideas que llevamos más adentro en el corazón.

En contraste -"Mas dichosos aún"...- con la maternidad carnal de su madre, que es grande y realmente gloriosa, Jesús exalta la grandeza de la fe.

Notemos una vez más que Jesús no opone "contemplación" y "acción"; la verdadera bienaventuranza comporta los dos aspectos, inseparables el uno del otro:

- contemplar, escuchar, orar...

- actuar, poner en práctica la Palabra, comprometerse...

Y es evidente que Lucas, no ve aquí una crítica a María, él, que la ha presentado, precisamente con las mismas palabras como "dichosa por haber creído" (Lucas 1, 45) y "guardando en su corazón" los acontecimientos concernientes a Jesús (Lucas 2, 19)

-"Dichosos los que..."

Esta fórmula de bendición se encuentra cincuenta veces en el conjunto del Nuevo Testamento... veinticinco veces de los labios mismos de Jesús en el evangelio.

Dios aporta la dicha. Dios desea la felicidad. ¡No una cualquiera! Dichosos los pobres, los mansos, los afligidos, los puros, los que construyen la paz, los perseguidos por la justicia... Dichoso, ese servidor que su amo, a su regreso, encontrará vigilante... Dichosos los que escuchan la palabra de Dios... Dichosa la que ha creído -María- el cumplimiento de las palabras que le fueron dichas... Dichoso aquel para el cual Jesús no es ocasión de escándalo. Dichosos los ojos que ven lo que vosotros véis... Dichoso tú, si aquel a quien has prestado dinero no puede devolvértelo...

Dichoso aquel que cenará en el Reino de Dios... Dichosos vosotros cuyos nombres están inscritos en el cielo... Dichosos sois vosotros si sabéis ser servidores los unos de los otros, hasta lavaros los pies... Dichosos los que creerán sin haber visto...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 222 s.


3-5

1. (Año I) Joel 3,12-21

a) La segunda página que leemos del profeta Joel es impresionante. Es una descripción poética y "apocalíptica" -género de revelaciones llenas de imágenes y símbolos- del día del Señor, el día de su juicio sobre la historia. ¿A qué se refiere el profeta: al final de la plaga, a la venida del futuro Mesías, al juicio definitivo de Dios sobre la historia?

Joel se imagina una gran asamblea de todas las naciones en "el valle de Josafat", que no hay que intentar localizar demasiado, porque "Josafat" significa "valle de la decisión", o "del juicio", o "Dios juzga". Las imágenes de la siega y de la vendimia le sirven para expresar el juicio sobre el bien y el mal que tendrá lugar aquel día.

No es un anuncio pesimista y angustiante. Para los que se han esforzado por seguir a Dios, es un presagio de esperanza: "el Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel", porque en aquel día "el Señor habitará en Sión".

b) Nos resulta útil a todos mirar hacia el futuro. Dios es Padre, y nos está cercano, pero también es nuestro Juez. Al final de su evangelio (Mt 24-25), Mateo escenifica, con un género literario parecido, este juicio de Dios, con la decisión sobre los buenos y los malos.

Es de sabios recordar que al final del camino nos espera este examen, para que nos vayamos preparando a él en la vida de cada día.

Eso sí, con una marcha impregnada de esperanza, porque con Cristo Jesús se han inaugurado ya los tiempos finales y "Dios habita en Sión" y los que creemos en él y le seguimos podemos mirar con esperanza su juicio. El Juez del último día es el mismo Jesús en quien creemos y a quien recibimos con fe en la Eucaristía.

Es la confianza a la que nos invita el salmo: "alegraos, justos, con el Señor, justicia y derecho sostienen su trono... amanece la luz sobre el justo y la alegría para los rectos de corazón". Todos deseamos oír las palabras amables del Juez: "muy bien, siervo bueno, ya que has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho: entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25,21).

1. (Año II) Gálatas, 3,22-29

a) Pablo, en este contexto de la comunidad de Galacia, tentada de volver a los valores del AT que él considera ya caducados, presenta la ley de Moisés con rasgos bastante peyorativos.

Hoy dice que antes estábamos "prisioneros, custodiados por la ley" y que "la ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo". El pedagogo, en las familias romanas, era el esclavo que llevaba a los niños a la escuela y se encargaba de su disciplina. Era, por tanto, un personaje en principio no muy simpático y, sobre todo, provisional. Al llegar a la adolescencia, ya no hacía falta.

Pablo lo aplica al AT: durante la niñez nos puede haber servido de pedagogo, pero cuando ha llegado Cristo Jesús, ya somos como hijos en la familia de Dios, y es una insensatez querer volver al dominio del pedagogo, que sería la ley de Moisés con sus prácticas meticulosas (circuncisión, sábado, comidas, fiestas).

b) Es difícil la relación entre la norma y la libertad, entre la ley y la mayoría de edad. También para los cristianos.

¡Cuántas veces tuvo que criticar Jesús a los fariseos por su legalismo exagerado, que hacía, por ejemplo, que el sábado, en vez de ser un día de libertad y gozo, se convirtiera en motivo de casuística y de angustias! ¡Cómo tuvo que esforzarse la primera comunidad cristiana por encontrar los caminos justos en su apertura al mundo pagano, liberándose poco a poco de la formación legalista heredada del AT!

Cada uno de nosotros sabrá si se siente hijo en la casa de Dios, o prisionero. Si se dirige a Dios como Padre o sólo como Creador o como Juez. Si cumple con las reglas del juego -en su familia, en su parroquia, en su trabajo, en su comunidad religiosa- por amor, o sólo por interés o miedo al castigo. Si educa a los hijos o a los jóvenes a cumplir las normas de la vida cristiana -la oración, la participación en la Eucaristía dominical- por mera tradición, por miedo, por interés comercial con Dios, o por convicción y amor.

Si la fe la sentimos como una losa, si todavía somos "esclavos" o nos sentimos "prisioneros" o necesitamos del "pedagogo" de la disciplina exterior como los niños romanos, no hemos llegado a la madurez.

2. Lucas 11,27-28

a) Ayer oía Jesús unos improperios por parte de sus enemigos. Hoy, un piropo amable por parte de una buena mujer.

Jesús aprovecha esta alabanza para dedicar, a su vez, una bienaventuranza a "los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen". Con lo cual, ciertamente, no está desautorizando a su madre: al contrario, está diciendo que su mayor mérito fue que creyó en la Palabra que Dios le había dirigido a través del ángel. El evangelista Lucas, que es el que más habla de María, la está poniendo aquí, en cierto modo, como el modelo de los creyentes, ya que ella tomó como consigna de su vida aquel feliz propósito: "hágase en mí según tu Palabra".

b) Podemos aprender de María la gran lección que nos repite Jesús: que sepamos escuchar la Palabra y la cumplamos. Es lo que alaba hoy en sus discípulos, lo que había dicho que era el distintivo de sus seguidores (Lc 8,21) y lo que valoró en María, en contraposición a Marta, demasiado ajetreada en la cocina.

El mismo Lucas presenta a la madre de Jesús como "feliz porque ha creído", según la alabanza de su prima Isabel, y la que "conservaba estas cosas en su corazón": la que escucha y asimila y cumple la Palabra de Dios.

La verdadera sabiduría -y por tanto, la verdadera bienaventuranza- la tendremos si, como María, la primera discípula de Jesús, sabemos escuchar a Dios con fe y obediencia. Ahora que la Iglesia, en la reforma postconciliar, ha redescubierto el valor de la Palabra de Dios, podremos decir que somos buenos seguidores de Jesús -y devotos de la Virgen- si mejoramos en nuestra actitud interna y externa de escucha y de cumplimiento de esa Palabra. Entonces es cuando se podrá decir que construimos nuestra casa sobre roca firme, y no sobre arena movediza.

"Amanece la luz para el justo y la alegría para los rectos de corazón" (salmo I)

"Una vez que la fe ha llegado, todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (1ª lectura II)

"Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 161-164


3-6

Gal 3, 22-29: Cristo, liberación definitiva de la ley

Lc 11, 27-28: Felices quienes practican la palabra de Dios

Las bienaventuranzas eran una forma especial de felicitar a quienes recibían la gracia divina. Bienaventurados eran aquellos que habían alcanzado el favor de Dios y lo gozaban en el presente. Una entusiasta mujer del pueblo le dirige a Jesús una bienaventuranza, pues lo consideraba un personaje especial.

Alguna gente se entusiasmó con Jesús y lo felicitaron por su familia, por su procedencia, por la importancia que iba adquiriendo como Maestro y profeta. Pero, Jesús sabía perfectamente lo engañoso que resulta el juego de las adulaciones: hoy te elogian, mañana piden tu cabeza. Por eso, le plantea a la mujer una manera diferente de verlo. Pues, él no estaba allí para darle brillo al nombre de su familia, sino para cumplir la voluntad de Dios.

La primera bienaventuranza estaba dirigida a ensalzar al pequeño grupo familiar; un pequeño resto que se salvaría por la acción del profeta. Jesús cambia esta perspectiva con otra bienaventuranza que fija un alcance universal a la salvación de Dios. La salvación ya no es de un grupo, un clan o una raza precisa. La salvación es patrimonio de todos aquellos que realizan el Reino de Dios entre los seres humanos.

De este modo, Jesús antepone la ética a la ascendencia familiar, religiosa o confesional. La bienaventuranza de Dios, su bendición y esperanza permanecen con aquel que practica su palabra. Entonces, la salvación no proviene de pertenecer a determinada familia ni a cierta confesión religiosa. La salvación viene de una actitud justa ante el prójimo y ante Dios.

Hoy, solemos ponerle mucho énfasis a determinar si es de la izquierda o la derecha, de arriba o de abajo, de esta confesión o de la otra. Sin embargo, el evangelio nos enseña que lo valioso es nuestra práctica humana. Si estamos del lado de Dios realizando su plan sobre la humanidad o estamos del lado contrario, junto a los egoístas a quienes no duele el sufrimiento de tantas personas marginadas como hay en el mundo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-7. 2001

COMENTARIO 1

NADA DE PRIVILEGIOS; HAY QUE PONER EN PRACTICA

LA ALTERNATIVA DEL REINO

En este pasaje encontramos la acla­mación de una mujer que representa al resto de Israel: « ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!» (11,27). Se trata de la pequeña parte del pueblo que se escapa de la destruc­ción y constituye el núcleo del pueblo salvado por Dios, según el lenguaje profético. Son los que con sinceridad siguen creyendo en los privilegios históricos de Israel. Pero Jesús no va en absoluto en esta dirección. El proclama una sociedad alternativa, en la que todo hombre tenga cabida: «Pero él repuso: "Mejor: ¡dicho­sos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!"» (11,28). No hay fronteras de ascendencia de sangre para Jesús. Para entrar a formar parte de la comunidad del reino es suficiente -¡como quien no dice nada!- 'escuchar el mensaje' que él proclama y 'ponerlo en práctica'. Dicho y hecho. Este es el núcleo de toda la secuencia. Quien hace fructificar en hechos palpables y experiencias reales lo que ha escuchado, éste es verdaderamente "dichoso".


COMENTARIO 2

Nuestros juicios de valor surgen frecuentemente de consideraciones cuya fuente puede ser encontrada en nuestros intereses. Según el grado con que respondan a ellos, las cosas o personas son consideradas de mayor o menor valor.

Esta consideración hace que el ámbito de dicha o felicidad propia o ajena se derive de la pertenencia a un grupo, a un círculo, a una forma de pensar o de sentir. Frecuentemente están teñidos de particularismos que se erigen como un absoluto que impide la comprensión de formas distintas. La expresión de la mujer respecto a Jesús no escapa a esta forma de ver la realidad.

Ella considera que la cercanía, creadora de un ámbito en que la existencia puede ser realizada en plenitud, nace de los lazos biológicos o físicos que unen a una persona con Jesús.

Este , por el contrario, invita a examinar esa actitud y a adoptar otras medida para determinar el valor auténtico de lo que nos rodea. Frente a los lazos mencionados por la mujer, coloca otros lazos que surgen no ya de un parentesco de sangre o de realidades familiares o sociales en las que nacimos.

La nueva medida coloca a cada uno en la misma perspectiva de Dios. Esta no puede ser limitada por los vínculos arriba mencionados, sino que se originan en su designio de salvación universal, de la que nadie debe quedar excluído.

Audición y obediencia a ese designio, manifestado por la Palabra divina, se convierten así en el único criterio de valoración de la felicidad que se presenta a los seguidores de Jesús.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

Encontramos en este pasaje de Lucas, la aclamación de una mujer que simboliza el resto de Israel: ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! Esta mujer es representante de una pequeña parte del pueblo que se escapa de la destrucción y constituye el núcleo del pueblo salvado por Dios, según el lenguaje de los profetas.
Muchos en el pueblo siguieron creyendo con sinceridad en los privilegios históricos de Israel. Pero Jesús, rechaza esta postura de privilegio y ello golpea a los seguidores del pasado. Jesús ha proclamado una sociedad alternativa, en la que todo hombre y mujer, de cualquier condición, raza, cultura, y religión, tenga cabida.
Ni la sangre ni la carne ya son la norma de Jesús. Él rompe con la tradición judía y amplía el horizonte del Reino a toda persona que quiera recibir a Dios como el único soberano de su vida. Jesús, lo deja claro. No es la pertenencia a Israel lo que da la garantía de acceder al Reino de Dios, sino al escuchar la Palabra de Dios y el ponerla en práctica. Quien hace fructificar en su vida con actitudes palpables y con acciones reales lo que ha escuchado, ése es verdaderamente dichoso, para Jesús.
Una gran dificultad a nivel cristiano es creernos que somos bienaventurados por haber recibido los sacramentos o por asistir diaria o semanalmente a misa. Eso para Jesús no cuenta, si nuestra vida no está de acuerdo con su propuesta del Reino, y si no demostramos que caminamos con fidelidad y en crecimiento constante por su proyecto.
La única realidad que garantiza el Reino en nuestras vidas son las actitudes coherentes con sus valores. El Reino no se mide por actos de piedad ni por actos de caridad. El Reino se mide por la justicia que tengamos en la vida y la forma responsable como asumamos nuestra existencia. De esta manera seremos dichosos como fue María, no por ser la madre de Jesús, sino por escuchar atentamente la Palabra, meditarla en su corazón y ponerla en práctica. No sin sentido confesamos a María como "la primera evangelizada y evangelizadora". Ella supo pasar de la relación madre-hijo, a la relación de discípulo-Maestro.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. Sábado 11 de octubre de 2003
 
Joel 4, 12-21: Dios juzga a las naciones
Salmo responsorial: 96, 1-2.5-6.11-12
Lc 11, 27-28: Una mujer gritó

La escena que nos presenta el evangelio es muy similar a la que encontramos en el mismo evangelio de Lucas 8, 19-21. Los dos textos expresan cuál es la verdadera grandeza ante los ojos de Dios. En este texto una mujer grita “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te dieron de mamar”. Su grito expresa una bienaventuranza que parece implicar que la relación física con su hijo haría de su madre una mujer feliz. Sin embargo, las palabras de Jesús afirman que los verdaderamente dichosos son aquellos que perseveran en la escucha y en la puesta en práctica de la palabra.

La frase de Jesús reitera su pensamiento sobre la Palabra: que hay que escucharla, asumirla, irradiarla y ahora hacerla práctica, es decir, testificarla con las obras. De esta manera “hacemos la voluntad del Padre”, pues, para Lucas, “Hacer la voluntad del Padre” significa, ante todo, escuchar la Palabra y ponerla en práctica.

Para muchos, las palabras de Jesús suenan a desplante descomedido ante el elogio que la mujer quiere hacer de su madre. Los teólogos medievales llamaban a estos textos «antimariológicos», y no sabían qué hacer con ellos. Pero lo que hace Jesús, en realidad, sólo es ubicar el elogio en su justo lugar: realmente, con toda verdad, María es más bienaventurada por haber escuchado la Palabra de Dios y habeerla puesto en práctica, que por haber llevado en su seno a Jesús y haberlo amamantado. La respuesta de Jesús es absolutamente precisa, exacta teológicamente.

La lección es clara: no hay que admirar a María tanto por haber sido madre de Jesús, cuanto por haber sido su más fiel discípula. María pues no está en la esfera de la divinidad, sino del lado de acá, de nuestro lado: ella es una creyente, una discípula, la primera cristiana, una de nuestro pueblo, el Pueblo de Dios.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-10. ACI DIGITAL 2003

28. Jesús no repite los elogios tributados a María, pero los confirma, mostrándonos que la grandeza de su madre viene ante todo de escuchar la Palabra de Dios y guardarla en su corazón (2, 19 y 51). "Si María no hubiera escuchado y observado la Palabra de Dios, su maternidad corporal no la habría hecho bienaventurada" (S. Crisóstomo). Cf. Marc. 3, 34 y nota: Y dando una mirada en torno sobre los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos.
Jesús no desprecia los lazos de la sangre; pero les antepone siempre la comunidad espiritual (Luc. 11, 28). María es la bendita, más porque creía en Cristo que por haberlo dado a luz (S. Agustín).


3-11. DOMINICOS 2003

Palabra que condena, llama, perdona

Lectura del profeta Joel  3, 12-21:

“Así dice el Señor [que condena la impiedad, juzga a las naciones perversas, perdona al arrepentido, y es misericordioso con su pueblo: Alerta, vengan las naciones al valle de Josafat; allí me sentaré yo a juzgar a las naciones vecinas. Mano a la hoz, madura está la mies; venid y pisad, lleno está el lagar; se desbordan las cubas porque abunda su maldad...

Pero el Señor ruge desde Sión... El Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel... Un día llegará en el que los montes manarán vino, los collados se desharán en leche...”

En Joel, como los otros profetas, se cumple el ciclo que tienen a recorrer la Palabra de Dios: reconocimiento de la maldad, amenaza de ruina total en juicio definitivo, invitación al arrepentimiento, oración del pueblo suplicante, misericordia y compasión. Dios siempre acaba siendo el Padre de las misericordias.

Evangelio según san Lucas 11, 27-28:

“En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: ¡Dicho el vientre que te llevó y los pechos que te criaron! Pero Jesús le repuso: Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”

Aquí se respira aire más puro que en el oráculo de Joel. Aquí se da el instante privilegiado en que un alma o muchas almas fieles claman por la gloria de un Dios, Señor, Padre, Redentor, Jesús, que ha venido a sorprendernos con su gracia, ternura, perdón, amor.

 

Momento de reflexión 

Mano a la hoz, madura está la mies.

¡Qué versículo más expresivo! Menos mal que recoge la actitud humana, y no tanto la divina, en la aplicación de justicias y condenas.

Aquí Joel, profeta que actúa a mediados del siglo IV antes de Cristo, se sirve  de un lenguaje bello, colmado de imágenes, incisivo, y nos muestra un rostro del Señor como de guerrero que viene a conquistar la tierra e implantar su reinado.

Si en la primera parte de sus oráculos nos anunciaba la llegada del Señor, entre llantos, duelo, oraciones, plagas, e invitación al arrepentimiento, en la segunda, a la que corresponde el texto litúrgico de hoy, se llega a una prodigiosa efusión del Espíritu del Señor, a un juicio benévolo de nuestras vidas, y la restauración del reinado de Dios.

Pero grabemos la expresión “Manos a la hoz, para segar la mies madura de maldades”.  Por ella se nos anuncia un día final y decisivo para el reino y para cada uno de nosotros, ante el juicio de Dios, por nuestra conducta. Seamos conscientes y vivamos siempre como viviríamos en un momento final: como personas maduras en su responsabilidad y en su fe.

Madurez en la fe, como María.

Cuando Jesús dijo es tas palabras, “Mejor : dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, es muy probable que fueran poquísimos los que relacionaran y compararan la grandeza de la maternidad de María –don inmensamente grande-  con la grandeza espiritual de la adhesión a Cristo por la fe.

Sin embargo, Jesús trataba de insinuarnos que no miráramos tanto al don de elección divina de que fue objeto su Madre como a la responsabilidad que asumíamos en nuestra opción por Él o contra Él (o al margen de Él) .

Para nosotros, la grandeza de María Madre es sumamente digna de veneración, pues tenemos vinculada a ella toda la obra de la encarnación del Verbo y nuestra redención. Pero no nos basta con admirarla y aclamarla sino que hemos de repetir en nosotros mismos el SÍ de María a la renuncia de cualquier modo de vida que no sea el de confiarnos, alimentarnos, comprometernos en el seguimiento fiel de Cristo Maestro, Verdad y Vida.

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, haz que la vida no podamos entenderla nosotros si no es en Cristo y con Cristo, teniéndote a ti como tutora.


3-12.

LECTURAS: JOEL 4, 14-21; SAL 96; LC 11, 27-28

Joel 4, 14-21. Dios convoca a juicio a las naciones, que son comparadas con las uvas que se echan al lagar para ser pisadas, pues el Señor las triturará a causa de sus maldades, y a causa de haberse levantado en contra de su Pueblo Santo; en cambio, a los suyos, el Señor los protege y les manifiesta su amor liberándolos del mal y haciendo que la salvación brotará como un río desde el templo del Señor en Jerusalén para todo el mundo. Así el Pueblo de Dios sabrá cuánto lo ama el Señor que hizo Alianza con sus antiguos Padres, y que es fiel a la misma con los hijos de los patriarcas. Dios nos ama y por medio de su Hijo hecho uno de nosotros nos libra de la mano de aquella serpiente antigua, o Satanás, que hizo estragos en el corazón de los hombres. Dios se levanta así para aplastar la cabeza del maligno y librarnos de sus manos, para que libres de nuestra esclavitud a él vivamos, ahora, como hijos de Dios y trabajando para que la salvación del Señor llegue a todo el mundo. Así nos manifiesta el Señor cuánto nos ama en verdad. Por eso vivamos ya no como siervos del pecado, sino como hijos de Dios.

Sal 96. Dios se manifiesta con gran poder, de tal forma que incluso aquellos que se levantaban como si fueran montañas se derretirán como la cera; en cambio para los justos el Señor es motivo de alegría y regocijo. Dios quiere iluminar nuestra vida con su amor salvador. Cristo es para nosotros como el Sol que nace de lo Alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. Vivamos con rectitud no sólo escuchando y meditando la Palabra de Dios, sino poniéndola en práctica de tal forma que podamos mantenernos en pie el día de la venida del Señor.

Lc. 11, 27-28. No es la cercanía física de María a su Hijo Jesús lo que la hace bienaventurada, sino el escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica constantemente. Ese debe ser el mismo camino que recorra la Iglesia: Sentarse a los pies de Jesús para dejarse instruir por Él; pero después hacer vida esa Palabra del Señor, de tal forma que, no sólo en la vida privada, sino haciendo el bien a todos aquellos con quienes nos encontremos en la vida, manifestemos que la Palabra de Dios y su santo Nombre no se han pronunciado inútilmente sobre nosotros. Por eso nosotros no somos dichosos, bienaventurados ante Dios, sólo por caminar junto a Él; no podemos contentarnos con escuchar la Palabra de Dios. Es necesario que, a pesar de las persecuciones y burlas, permanezcamos fieles a nuestro Dios y Padre en la realización de su voluntad, que Él nos ha manifestado por medio de Jesús, su Hijo, nuestro Salvador.

A esta Eucaristía no podemos venir sólo a dar culto a Dios y a escuchar su Palabra. Hemos de abrir los oídos de nuestro corazón para que la Palabra que Dios pronuncia a favor nuestro se haga vida en nosotros produciendo abundancia de frutos de buenas obras. Sabemos que somos frágiles y que muchas veces nos puede dominar el desánimo, o el enemigo que constantemente acecha a nuestra puerta; por eso hoy acudimos al Señor, pues de su Altar, en el que celebramos su Misterio Pascual, brota para nosotros un manantial de agua viva, que nos perdona, que nos santifica, que nos fortalece. Al entrar en comunión de vida con el Señor, su Espíritu se convierte en nosotros en un torrente de agua que brota hasta la Vida eterna. Por eso, quienes participamos de la Eucaristía vamos como portadores de la fe que hemos depositado en Cristo, y de la Vida que Él nos ha comunicado. Dichosos nosotros que, llenos de la Gracia que procede de Dios, podemos vivir con fidelidad las enseñanzas del Señor yendo tras las huellas de Aquel que es para nosotros Camino, Verdad y Vida.

Y poner la Palabra de Dios en práctica no puede limitarse a una puesta en práctica de la misma de un modo personal, sin meternos con los demás ni para bien ni para mal. Hemos de ser como el terreno fértil que permite que la Palabra sembrada en nosotros rinda en abundancia sus frutos de amor, de paz, de justicia, de cercanía a los pobres para remediar sus necesidades, de preocupación constante por llamar al camino recto a los pecadores saliendo a su encuentro, aún cuando tengamos que ir hasta donde han desbalagado alejándose del Señor, no para perdernos con ellos, sino para ayudarles, con amor, a volver al Redil de la Iglesia. Así entendemos que poner en práctica la Palabra de Dios significa dar cuerpo a Cristo en nosotros, pues revestidos de Él, nos convertimos en un signo sacramental de su amor salvador para todos, pudiendo decir constantemente: Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió; y la voluntad del que me envió es que no pierda a ninguno de los que Él puso en mis manos, sino que, por salvarlos dé, incluso si es preciso, mi propia vida por ellos.

Que María interceda por nosotros para que, como Ella, aprendamos a ser fieles a la Palabra de Dios, siendo constantes en practicarla con mucho amor a Dios y a nuestro prójimo. Entonces seremos bienaventurados eternamente. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-13. Contemplar el Evangelio de hoy

© mim.e-cristians.net

Día litúrgico: Sábado XXVII del tiempo Ordinario

Ref. del Evangelio: Lc 11,27-28

Texto del Evangelio: En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, sucedió que una mujer de entre la gente alzó la voz, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero Él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan».

Comentario: Mn. Jaume Aymar i Ragolta (Badalona)

«¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!»

Hoy escuchamos la mejor de las alabanzas que Jesús podía hacer a su propia Madre: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11,27). Con esta respuesta, Jesucristo no rechaza el apasionado elogio que aquella mujer sencilla dedicaba a su Madre, sino que lo acepta y va más allá, explicando que María Santísima es bienaventurada —¡sobre todo!— por el hecho de haber sido buena y fiel en el cumplimiento de la Palabra de Dios.

A veces me preguntan si los cristianos creemos en la predestinación, como creen otras religiones. ¡No!: los cristianos creemos que Dios nos tiene reservado un destino de felicidad. Dios quiere que seamos felices, afortunados, bienaventurados. Fijémonos cómo esta palabra se va repitiendo en las enseñanzas de Jesús: «Bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados...». «Bienaventurados los pobres, los compasivos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que creerán sin haber visto» (cf. Mt 5,3-12; Jn 20,29). Dios quiere nuestra felicidad, una felicidad que comienza ya en este mundo, aunque los caminos para llegar no sean ni la riqueza, ni el poder, ni el éxito fácil, ni la fama, sino el amor pobre y humilde de quien todo lo espera. ¡La alegría de creer! Aquella de la cual hablaba el converso Jacques Maritain.

Se trata de una felicidad que es todavía mayor que la alegría de vivir, porque creemos en una vida sin fin, eterna. María, la Madre de Jesús, no es solamente afortunada por haberlo traído al mundo, por haberlo amamantado y criado —como intuía aquella espontánea mujer del pueblo— sino, sobre todo, por haber sido oyente de la Palabra y por haberla puesto en práctica: por haber amado y por haberse dejado amar por su Hijo Jesús. Como escribía el poeta: «Poder decir “madre” y oírse decir “hijo mío” / es la suerte que nos envidiaba Dios». Que María, Madre del Amor Hermoso, ruegue por nosotros.


3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Gál 3, 22-29 Todos sois hijos de Dios por la fe
Salmo responsorial: 104, 2-3. 4-5. 6-7 El Señor se acuerda de su alianza eternamente.
Lc 11, 27-28: ¡Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!

No todos se dejan dominar por Satanás. Entre los oyentes de Jesús es precisamente una mujer, anónima, la que, tal vez entusiasmada por la expulsión del demonio mudo, grita entre la multitud y pronuncia una bienaventuranza dirigida no sólo a su madre, sino también al hijo. La frase era proverbial entre los judíos a partir de Génesis 49,25 (bendiciones de pechos y ubres). La madre de tal hijo se puede considerar privilegiada por haberlo alumbrado y tener un futuro tan prometedor. En otra ocasión, en el evangelio de Lucas (23,29), Jesús pronuncia la bienaventuranza opuesta: “Dichosas las estériles, los vientres que no han parido y los pechos que no han criado”. Será cuando Jesús, a las puertas de su muerte, acompañado del Cireneo, se encuentre con las mujeres de Jerusalén.

Pero Jesús corrige a la mujer pronunciando otra bienaventuranza según la cual es más dichoso quien escucha el mensaje de Dios y lo pone en práctica.

El papel privilegiado de la madre en cuanto origen de la persona (vientre que te llevó y pechos que te criaron), con ser importante y decisivo en la gestación física, no es el más importante dentro de la comunidad cristiana. Porque la verdadera familia-comunidad no se basa en las relaciones de parentesco y de sangre, sino en la escucha de la palabra, haciéndola carne en la propia vida. Quien hace esto “se parece a un hombre que edificaba una casa: cavó, ahondó y asentó los cimientos sobre la roca; vino una crecida, rompió el río contra aquella casa y no pudo hacerla vacilar porque estaba bien construida” (Lc 6,48).

María, a la que ya de antemano se la había calificado de dichosa varias veces en el evangelio de Lucas, entra de lleno por doble partida a formar parte de esta nueva familia. Ella, con su “sí” al plan de Dios, es madre de Jesús y de esa nueva comunidad de creyentes empeñados en la utópica tarea de restaurar la fraternidad humana. Quienes forman parte de esta familia probarán la verdadera dicha que se deriva de una sociedad basada en el amor sin medida.

¿Sobre qué está edificada nuestra comunidad? ¿Sobre la escucha de la palabra y su puesta en práctica cada día especialmente en su mandamiento principal, el amor sin medida o a la medida del de Jesús? ¿Ha cambiado nuestra vida desde que comenzamos el camino de Jesús? Si respondemos afirmativamente, tal vez podamos añadir a ello el testimonio de la dicha que produce una vida vivida según el patrón del evangelio de Jesús, de la alegría honda que genera, de la capacidad de crear vida y alegría que produce alrededor, de la claridad que aporta a tanta oscuridad como hay en el mundo.


3-15.

Comentario: Rev. D. Jaume Aymar i Ragolta (Badalona-Barcelona, España)

«¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!»

Hoy escuchamos la mejor de las alabanzas que Jesús podía hacer a su propia Madre: «Dichosos (...) los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Con esta respuesta, Jesucristo no rechaza el apasionado elogio que aquella mujer sencilla dedicaba a su Madre, sino que lo acepta y va más allá, explicando que María Santísima es bienaventurada —¡sobre todo!— por el hecho de haber sido buena y fiel en el cumplimiento de la Palabra de Dios.

A veces me preguntan si los cristianos creemos en la predestinación, como creen otras religiones. ¡No!: los cristianos creemos que Dios nos tiene reservado un destino de felicidad. Dios quiere que seamos felices, afortunados, bienaventurados. Fijémonos cómo esta palabra se va repitiendo en las enseñanzas de Jesús: «Bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados...». «Bienaventurados los pobres, los compasivos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que creerán sin haber visto» (cf. Mt 5,3-12; Jn 20,29). Dios quiere nuestra felicidad, una felicidad que comienza ya en este mundo, aunque los caminos para llegar no sean ni la riqueza, ni el poder, ni el éxito fácil, ni la fama, sino el amor pobre y humilde de quien todo lo espera. ¡La alegría de creer! Aquella de la cual hablaba el converso Jacques Maritain.

Se trata de una felicidad que es todavía mayor que la alegría de vivir, porque creemos en una vida sin fin, eterna. María, la Madre de Jesús, no es solamente afortunada por haberlo traído al mundo, por haberlo amamantado y criado —como intuía aquella espontánea mujer del pueblo— sino, sobre todo, por haber sido oyente de la Palabra y por haberla puesto en práctica: por haber amado y por haberse dejado amar por su Hijo Jesús. Como escribía el poeta: «Poder decir “madre” y oírse decir “hijo mío” / es la suerte que nos envidiaba Dios». Que María, Madre del Amor Hermoso, ruegue por nosotros.


3-16. Sábado, 9 de octubre del 2004

Todos ustedes son hijos de Dios por la le

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 3, 22-29

Hermanos:

La Ley escrita sometió todo al pecado, para que la promesa se cumpla en aquéllos que creen, gracias a la fe en Jesucristo.

Antes que llegara la fe, estábamos cautivos bajo la custodia de la Ley, en espera de la fe que debía ser revelada. Así, la Ley fue nuestro guardián, hasta que llegara Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Y ahora que ha llegado la fe, no estamos más bajo la custodia de un guardián.

Porque todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús, porque habiendo sido bautizados en Cristo, han quedado revestidos de Cristo.

Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 104, 2-7

R. ¡El Señor se acuerda de su Alianza!

¡Canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas!
¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor! R.

¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro;
recuerden las maravillas que Él obró,
sus portentos y los juicios de su boca! R.

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos. R.

EVANGELIO

¡Feliz el vientre que te llevó!

Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 27-28

Jesús estaba hablando y una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: «¡Feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!»

Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican».

Palabra del Señor.

Reflexión:

Gal. 3, 21-29. La Ley nos dice lo que hemos de hacer, pero no nos da vida. La vida nos viene de Cristo Jesús. Al creer en Él y ser bautizados en Él, recibimos su Vida y su Espíritu, somos revestidos de Él, y entonces desaparecen de nosotros todas las divisiones provenientes de raza, de condición social o de sexo. Unidos a Cristo todos, la humanidad entera, se hace una en Cristo para presentarse como hijo de Dios en el único Hijo amado del Padre. Dios no nos quiere sólo fieles cumplidores de preceptos, aun cuando estos vengan directamente de Él. Él nos quiere unidos a Él mediante el único Camino que nos lleva al Padre: Cristo Jesús. Buscar otros caminos equivale a despreciar la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo, hecho uno de nosotros y constituido en Salvación nuestra. Por eso le hemos de pedir al Señor que nos conceda su gracia para que no volvamos a la esclavitud de la Ley; ella ya cumplió su función de conducirnos a Cristo; ahora hemos de vivir no bajo el régimen de la Ley, sino bajo el régimen de la Gracia; y si cumplimos la Ley no es porque por eso vayamos a salvarnos, sino porque se ha convertido en una norma de comportamiento moral que nos auxilia para que permanezcamos fieles al amor a Dios y al amor al prójimo conforme a su voluntad. Por eso pongamos nuestra confianza sólo en Dios que nos ama, nos perdona y nos salva. A Él sea dado todo honor y toda gloria ahora siempre.

Sal. 105 (104). Entonemos himnos y cantos al Señor, pues el Dios todopoderoso nos ha escogido y nos ha amado con un amor de predilección. ¿Cómo no recordar las obras maravillosas que ha hecho en favor nuestro? Él nos llamó con santa llamada y nos ha hecho hijos suyos, perdonándonos nuestros pecado y dándonos vida nueva en Cristo Jesús. Por eso hemos de saber vivir como discípulos suyos, que mañana tras mañana abrimos nuestros oídos para dejarnos instruir por Él y para poner en práctica su Palabra. No podemos llamarnos ni discípulos del Señor ni amigos suyos, si vivimos bajo el dominio del pecado y de la muerte. Por eso le hemos de pedir a Dios que no sólo sea Él nuestro poderoso protector, sino también Aquel que nos fortalezca con su Espíritu de tal forma que vivamos como fieles hijos suyos. Alabemos al Señor no sólo con nuestras palabras sino también mediante un vida intachable en su presencia, todos los días de nuestra vida.

Lc. 11, 27-29. Muchas veces pensamos que las personas son santas por tanto orarle a Dios; o porque realizan algunos milagros; o porque lo dejan todo y se van a proclamar el Evangelio a todas las naciones. Ya el Señor nos dice que en aquel día muchos le dirán: Señor, Señor, ábrenos. Nosotros hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas. Pero Él les dirá: No sé de dónde son. ¡Retírense de mí, obradores de maldad! No basta vivir cerca del Señor para decir que somos suyos y que la salvación es nuestra. Es necesario abrir nuestro corazón para que su Palabra cobre vida en nosotros. Sólo el habernos convertido en signos de salvación para los demás nos identificará con Cristo y en Él seremos hijos amados del Padre. Entonces la dicha, la bienaventuranza eterna serán nuestras. Lo demás, las dignidades que recibimos no nos dan derecho para salvarnos, más bien se convierten en una mayor responsabilidad de vivir y de servir conforme al Evangelio. María, la mujer fiel, es para nosotros ejemplo de cómo ha de vivir la Iglesia su compromiso de fe en su Señor.

En la Eucaristía el Señor nos convoca de toda raza y condición social para que seamos uno en Él. Con Él formamos un sólo cuerpo, siendo Él la cabeza y el principio de toda la Iglesia. Unidos a Cristo nuestro alimento es hacer la voluntad del Padre Dios. Y la voluntad de Dios es que creamos en Aquel que Él nos ha enviado. No sólo hemos de aceptar vivir la Palabra de Dios. La Palabra de Dios no es letra muerta que cobra vida en nosotros. La Palabra de Dios es el Hijo de Dios que toma posesión de nuestra vida y nos transforma en Él para que su encarnación se prolongue, por medio de su Iglesia, a través de la historia. Y este Misterio de Salvación se hace realidad cuando entramos en comunión de Vida con el Señor en la Eucaristía. A partir de ella estamos llamados no sólo a ser un signo de Cristo en el mundo por nuestra rectitud de conciencia, sino a serlo por nuestras obras, por nuestra entrega, por nuestra vida misma que se convierte en un seguimiento del Señor en el amor fiel a Dios y en el amor fiel al prójimo, con quien, unidos a Cristo, caminamos hacia la Gloria del Padre.

Jesús oró a su Padre Dios pidiendo la unidad de todos los que creemos en Él para hacer creíble su doctrina, sus obras y su persona ante el mundo. Todos nosotros somos hijos de Dios por haber sido incorporados a Cristo Jesús. Sin embargo contemplamos muchas divisiones entre nosotros. Dentro del seno de la Iglesia se hace cada vez más distante y profunda la brecha entre ricos y pobres. La ideologías sobre Cristo nos alejan a unos de otros. El Espíritu ha sido encadenado para que muchos sectores trabajen desde un aspecto meramente humanista, temporal, terreno, sin visión de eternidad. Se hace más la voluntad del hombre que la voluntad de Dios. El Evangelio es el evangelio del hombre y no sobre el hombre, es decir, lo que de nosotros ha dicho Dios por medio de su Hijo hecho uno de nosotros. El evangelio del hombre construye un paraíso terrenal, que jamás logra llegar y que nos deja con resabios de frustración por trabajar para que las futuras generaciones lo gocen y así sucesivamente, generación tras generación; y nadie lo disfruta, sino que mantiene al hombre en una continua tensión sobre lo pasajero. El Evangelio sobre el hombre nos hace descubrir el proyecto de Dios sobre nosotros y hacia dónde se dirigen nuestros pasos día a día. Es encontrarnos con Cristo y caminar con Él hacia nuestra plena realización con sabor de eternidad, viviendo en el amor fiel a nuestro Dios y a nuestro prójimo; no desligados de lo pasajero, pero no privilegiando lo que sólo es un instrumento de servicio para que todos gocen de los mismos beneficios y oportunidades, sabiendo que en el fondo, en este aspecto lo más importante es el amor verdadero que tengamos a nuestro prójimo; amor que nace de la presencia de Dios en el centro de nuestro propio corazón. Transformados así en Cristo, hechos uno con Él, estaremos dando testimonio con nuestras obras de que la Palabra de Dios ha llegado a su pleno cumplimiento en nosotros; entonces seremos bienaventurados a los ojos de Dios.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vernos y amarnos como hermanos, de tal forma que con nuestras buenas obras manifestemos que realmente la Palabra de Dios ha sido eficaz en nosotros. Amén.

Homiliacatolica.com


3-17. 2004

I. El día que una mujer del pueblo le gritó a Jesús: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron (Lucas 11, 27-28), comenzó a cumplirse el Magnificat: ...me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Una forma de alabar y honrar al Hijo de Dios es venerar y enaltecer a su Madre. A Jesús le llegan muy gratamente los elogios a María. Por eso nos dirigimos muchas veces a Ella con tantas jaculatorias y devociones, con el rezo del Santo Rosario. La Virgen es la senda más corta para llegar a Cristo, y por Él, a la Trinidad Beatísima. Honrando a María, siendo de verdad hijos suyos, imitaremos a Cristo y seremos semejantes a Él. Con Ella vamos seguros.

II. Nosotros hemos aprendido a ir a Jesús a través de María, y en este mes, siguiendo la costumbre de la Iglesia, lo hacemos cuidando con más empeño el rezo del Santo Rosario, “que es fuente de vida cristiana” (JUAN PABLO II, Alocución) El Rosario es la oración preferida de Nuestra Señora (PABLO VI, Mense maio), plegaria que siempre llega a su Corazón de Madre. Se ha comparado a una escalera, que subimos escalón a escalón, acercándonos “al encuentro con la Señora, que quiere decir al encuentro con Cristo, porque se habla a María para llegar a Cristo” (IDEM, Alocución) Ella nos mira y sentimos su protección maternal. “La piedad –lo mismo que el amor- no se cansa de repetir con frecuencia las mismas palabras, porque el fuego de la caridad que las inflama hace que siempre contengan algo nuevo” (PÍO XI, Ingravescentibus malis)

III. El amor a la Virgen nos impulsa a imitarla y, por tanto, al cumplimiento fiel de nuestros deberes, a llevar la alegría allí donde vamos. Ella nos mueve a rechazar todo pecado, hasta el más leve, y nos anima a luchar con empeño contra nuestros defectos. Contemplar su docilidad a la acción del Espíritu Santo es su alma es un estímulo para cumplir la voluntad de Dios en todo tiempo, especialmente cuando más nos cuesta. El amor que nace en nuestro corazón al tratarla es el mejor remedio contra la tibieza y contra las tentaciones de orgullo y sensualidad. Cuando hacemos una romería a algún santuario dedicado a Nuestra Madre, hacemos una buena provisión de esperanza. Hagamos el propósito en este sábado mariano de ofrecerle con más amor esa corona de rosas, el Santo Rosario. Los gozos, los dolores y las glorias de la vida de la Virgen tejen una corona de alabanzas que repiten ininterrumpidamente los Ángeles y los Santos del Cielo..., y quienes aman a nuestra Madre aquí en la tierra.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-18. 27ª Semana. Sábado 2004

I. Jesús, la mujer que hoy alaba a tu Madre, pertenece a la segunda de una ininterrumpida serie de generaciones que han felicitado y acudido a la Virgen María. Se cumple así la profecía que tu Madre hizo de sí misma: Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso [83].

Todas las generaciones me llamarán dichosa, dijo María en su cántico profético; «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús». Le responden a eco, a lo largo de los tiempos, pueblos de todas las latitudes, razas y lenguas. Unos más esclarecidos, otros menos, los fieles cristianos no cesan de recurrir a Nuestra Señora, la Santa Madre de Dios: en momentos de alegría, invocándola «causa de nuestra alegría»; en momentos de aflicción, llamándola «consoladora de los afligidos», y en momentos de desvarío, implorándola «Refugio de los pecadores» [84].

Pero antes que la mujer del Evangelio, María ya había sido elogiada. El ángel Gabriel le saluda: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo [85]. Y días después, su prima Isabel la recibe en su casa con estas palabras: Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre [86], y bienaventurada tú que has creído [87].

Estos primeros elogios me dan la clave, Jesús, para entender tu respuesta a la mujer del Evangelio de hoy: María es bienaventurada, no sólo por el hecho físico de haberte «criado», sino por el hecho sobrenatural de haber «creído» en tu palabra y haberla guardado.

II. Pero, fijaos: si Dios ha querido ensalzar a su Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron», el Señor responde: «Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica». Era el elogio de su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrifico escondido y silencioso de cada jornada [88].

Madre, tú has sabido escuchar la palabra de Dios con humildad, con el oído atento para captar qué es lo que Él quería de ti en cada momento: María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón [89]. Por eso eres, con razón, maestra de oración. Ayúdame a tener más intimidad con tu hijo Jesús: que también yo sepa escuchar lo que Él me pide, que no deje de tener cada día un tiempo reservado para ponderar sus palabras en mi corazón.

Además, Madre, eres modelo de entrega, porque has sabido poner en práctica la palabra de Dios hasta las últimas consecuencias. Enséñame a entregarme de verdad a Dios sin hacer cosas raras ni aparatosas. Ayúdame a encontrar la santidad en los pequeños detalles de cada día: en el trabajo bien hecho y ofrecido, en los detalles de servicio escondido y silencioso, en el deseo sincero de hacer el bien.

Madre, a ti no te fueron ahorrados ni el dolor, ni el cansancio en el trabajo, ni el claroscuro de la fe. Ayúdame cuando me encuentre en dificultad; compórtate conmigo como con Jesús, puesto que eres también mi madre: aliméntame, cuídame, enséñame, y haz que crezca sano y fuerte en esta vida sobrenatural a la que he nacido con el bautismo.

[83] Lc 1, 48-50.
[84] Juan Pablo II, Homilía, 8-VII- 1980.
[85] Lc 1, 28.
[86] Lc 1, 42.
[87] Lc 1, 45.
[88] Es Cristo que pasa, 172.
[89] Lc 2, 4.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-19. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos:

Jesús universaliza la dicha. Sólo un vientre lo pudo llevar; sólo dos pechos lo criaron; sólo una mujer lo dio a luz, como paso o puente entre el embarazo y la crianza. Es, en cierto modo, la singularización máxima de la dicha (perdónese la palabra "singularización"). Pero a Jesús le interesa convertir el punto en una línea, y la línea en un plano, y el plano en un volumen. Quiere alargar, dilatar, ahondar. Quiere que la felicidad no sea un monopolio, ni un oligopolio. La quiere democratizar: todos han de poder tener acceso a ella. Todos, sin diferencia ni distinción: varones y mujeres, pequeños y grandes, judíos y griegos, circuncidados e incurcuncisos, esclavos y libres.
¿Cómo? Pues haciendo todos algo semejante a lo que hizo María: concebir y dar la luz. Concebir la Palabra a través de la escucha, es decir, a través de la acogida por la que la alojamos y la dejamos madurar y crecer en nosotros. No realicemos un aborto provocado de la Palabra, expulsándola del seno de la conciencia. Puede producir malestar y causar trabajos, perturbar la placidez en que vivíamos, hacernos sufrir. Vienen a ser algo parecido a las molestias y mareos que experimenta la embarazada.
Dar a luz la palabra: cumplirla. Si no la cumplimos, nos parecemos a lo que decía el profeta: concebimos, sentimos dolores, nos retorcimos, dimos a luz: nada, viento. Nos nace un feto ya muerto. Es preciso, por tanto, guardar la palabra y cumplir la palabra. La mejor forma de guardarla es darle cumplimiento. Ese es el don, ese es el reto; esa, la gracia, esa, la tarea. Prestemos oído para la escucha y pongamos manos a la obra. Es lo que se nos ha dicho también en la parábola del buen samaritano, que concluye con estas palabras: “Ve y haz tú lo mismo”.

Amistosamente
Pablo Largo
pablolargo1@hotmail.com