JUEVES DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 1Tm 4, 12-16

1-1.

Las estructuras de la Iglesia pueden evolucionar. En tiempo de Timoteo, es decir, hacia el año 65 se distingue todavía poco al Epíscope -el «supervisor», u obispo- del Presbítero -«el anciano» o sacerdote-. Pero, está claro que hay unas funciones precisas en la comunidad, alguien ha sido elegido para «presidir» la oración y «enseñar»... y esta función le ha sido conferida mediante un rito, la imposición de manos de los otros Ancianos.

-Hijo muy querido, que nadie menosprecie tu juventud.

De modo que el cargo de responsable no se da automáticamente a los «ancianos». La Iglesia no es una sociedad humana ordinaria.

El término «presbítero» en griego, significa «más anciano». De ahí proviene el término «preste». Pero vemos que la «ancianidad» de Timoteo era fruto de la gracia recibida y de sus cualidades de ponderación, mucho más que de su edad. San Pablo se lo recuerda.

Lo que cuenta no es la edad o la experiencia, es:

1. El estilo de vida.

-Procura, en cambio, ser para los creyentes un modelo por tu manera de hablar y de vivir, por tu amor y tu fe, por la pureza de tu vida.

Un sacerdote evangeliza, en primer lugar, por su vida.

¡Qué exigencia! Ser un hombre de fe, un hombre de amor, un hombre de pureza. Este texto nos invita a rogar por los obispos y los sacerdotes para que así sea.

2.° La competencia de su enseñanza.

-Dedícate a leer la Escritura a los fieles, a animarlos y a instruirlos.

HOY sobre todo que la competencia profesional tiene tanta importancia, es bueno oír esas palabras de San Pablo pidiendo a los sacerdotes que sean especialistas de la Biblia y del Evangelio. Menos que nunca se admite la superficialidad ni el trabajo de aficionado.

3.° La gracia otorgada por Dios.

-No descuides el carisma que hay en ti, ese don que se te comunicó por la intervención profética, cuando la asamblea de ancianos te impuso las manos.

Eso es algo así como una Ordenación sacerdotal. El ministerio no es sólo una delegación de la comunidad que propone a un responsable, es un «don que viene de lo alto», una iniciativa de Dios.

-Vela por ti mismo, por tu conducta y por tu enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así, obtendrás la salvación para ti y para los que te escuchan.

De nuevo encontramos los dos polos de la vida del sacerdote: su «manera de vivir» y su «función doctrinal».

La alusión a la perseverancia necesaria nos muestra que ambas cosas no se adquieren de una vez para siempre: es preciso resistir, avanzar, progresar en santidad y en el conocimiento de Dios.

Será pues con el ejercicio de su ministerio que Timoteo se santificará a sí mismo y santificará a "aquellos que lo escuchan".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 290 s.


1-2. /1Tm/04/01-16 /1Tm/05/01-02

Después de hablar de las exigencias de los ministerios en la Iglesia, Pablo avisa a Timoteo de los falsos doctores que en ella se van introduciendo. Y lo hace siguiendo una manera corriente de escribir, según la cual estas desviaciones doctrinales anuncian la llegada de la parusía o, como dice nuestro texto de los «últimos tiempos».

Más difícil es determinar a quiénes designa esta descripción de «falsos profetas». Hay notas que nos hacen pensar en judíos (p. ej., la interdicción del uso de ciertos alimentos); otros son completamente impensables en una mente judía (p. ej., Ia prohibición del uso del matrimonio). Sectarios judíos o gnósticos, Timoteo ha de predicar contra ellos el gran principio teológico que resuena desde las primeras páginas del Génesis: «Todo lo que Dios ha creado es bueno» (1 Tim 4,4). Este principio doctrinal es suficiente para salir al encuentro de las lucubraciones de los «falsos doctores». Con todo, Pablo insiste extrañamente en que la palabra de Dios y nuestra oración todo lo santifican (4,3.4.5). Es que Pablo no puede olvidar, ni quiere que nadie lo olvide, lo que él ha practicado desde la infancia como todo buen judío: la oración antes y después de las comidas.

Pablo no se deja obsesionar por los peligros de las doctrinas heterodoxas. Sabe que lo más importante es la formación de sus fieles. Pero ésta es imposible si el mismo Timoteo no cuida permanentemente de su propia formación. Por eso Pablo le manda: «preocúpate de la lectura» (4,13). Esto se relaciona con la lectura pública del AT en el culto cristiano. Y así es, porque con ello el culto cristiano no hacía sino continuar las costumbres sinagogales.

Pero, precisamente, los buenos lectores-traductores de la Biblia en el «culto» sinagogal preparaban en su casa su traducción (y, a veces, la alocución que seguía luego). Y esto lo hacían con la lectura repetida de los textos bíblicos adecuadamente anotados con la paráfrasis tradicional correspondiente. Por tanto, la «lectura» a la cual Pablo se refiere es pública y privada. El Apóstol sabía muy bien que el progreso de la comunidad depende no sólo de las virtudes morales de Timoteo, sino también de su progreso en la enseñanza (13-16). No progresar en el estudio de la palabra de Dios sería "descuidar el don que posees, que te fue concedido (por Dios), por indicación de una profecía, con la imposición de manos de los presbíteros" (4,14).

E. CORTES
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 342 s.


2.- 1Co 15, 1-11

2-1. EV/MANIPULACION 

-La «buena nueva»... El evangelio... Lo habéis recibido, y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados si lo guardáis tal como os lo anuncié... Si no, habríais creído en vano...

En esta sola fórmula hay muchas puntualizaciones que son hoy muy actuales:

El evangelio es una alegría, un gozo, es algo «bueno».

El evangelio no se inventa: se «recibe».

El evangelio no se deforma, se lo toma «tal cual es».

El evangelio es «salvador», restaura al hombre, lo reconstruye. ¿Cuál es mi aprecio por el evangelio? ¿Hago selecciones en él? Retengo quizá lo que me place, corriendo el riesgo, como dice san Pablo, de no hallar ya «nada» en él porque ¡me encontraría sólo a mí!

Si, de vez en cuando, Dios no es como un intruso que nos desconcierta y nos choca, si Dios no es el «totalmente otro» es porque en el evangelio buscamos tan solo una justificación a nuestras propias tesis.

-Os he transmitido lo que yo mismo he recibido.

Profunda humildad del apóstol, es el primero en someterse al mensaje que ha de transmitir.

-Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras... Fue sepultado... Resucitó al tercer día según las Escrituras...

Tenemos aquí, sin duda uno de los primeros «credo» que recitaban las comunidades primitivas. Diríamos que es una formula mínima de profesión de Fe. Una fe extremadamente simple, toda ella concentrada en "tres acontecimientos históricos": la muerte, la sepultura, la resurrección. ¡Tres hechos! Que se produjeron de una vez.

Pero tres hechos «significativos» anunciados en todo tiempo por las «escrituras». La fórmula repetida, «conforme a las Escrituras» muestran que la muerte y la resurrección de Jesús eran unos hechos esenciales en el plan de Dios para la salvación del mundo, "por nuestros pecados"...

-Se apareció a Pedro, a los doce, luego a quinientos hermanos, y a mí el más pequeño de los apóstoles.

Pablo cita una lista no exhaustiva -ninguna aparición a Magdalena- de testigos que se beneficiaron de las apariciones del "resucitado". Es una lista muy jerarquizada.

-Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. He trabajado penosamente... Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.

Así, los "tres acontecimientos" citados no son solamente hechos históricos "antiguos", son fuente de una vida nueva: Pablo "ha muerto a su pecado" y ha "resucitado", por así decir, con Cristo.

La fórmula algo embarazosa de Pablo es muy reveladora: ni yo solo, ni Dios solo, sino Dios y yo... en una unión indivisible. Admirable expresión de la «gracia» que no trabaja sin nosotros pero con la cual hacemos mucho más de lo que lograríamos con nuestras solas fuerzas.

¿Podría decir yo lo mismo? ¿Cómo es mi compañerismo con Dios? ¿Hay ósmosis entre Dios y yo, como en san Pablo?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 290 s.


3.- Lc 7/36-50

3-1.

VER EVANGELIO DEL DOMINGO 11C

3-2.

-Un fariseo invitó a Jesús a comer con él...

Tres veces (Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1) Lucas anota que algunos fariseos invitaban a Jesús a su propia mesa... ¡Y que Jesús aceptaba la invitación! Lucas es el único que nos cuenta estos hechos. Marcos y Mateo, por el contrario, han descrito sistemáticamente a los fariseos como adversarios de Jesús. El juicio más matizado de Lucas está sin duda más cercano a la verdad histórica: Jesús no tenía exclusivas a priori, y hubo algunos fariseos que así lo reconocieron.

-En esto una mujer, conocida como pecadora en la ciudad... llegó con un frasco lleno de perfume... se colocó detrás de Jesús junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con perfume...

El fariseo era un "puro". La escena le choca profundamente: "Si este hombre fuera un profeta sabría quién es esa mujer que lo toca: ¡una pecadora!" Efectivamente, se trataba de una pecadora, y todo induce a creer que era una prostituta. Pecados, los que había acumulado... hasta el hastío de sí misma y de los demás. ¡Ah! ¡no se envanecía por ello!

Era capaz de humillarse públicamente.

De otra parte, todo el mundo la conocía.

"¡Si solamente él, el profeta Jesús, pudiera salvarme!" Y allí está, abatida en el suelo, a los pies de Jesús. Sollozos ruidosos agitan todo su cuerpo. Cubre de besos los pies de Jesús y su perfume embriagador llena la sala del banquete.

¿Por qué los evangelistas relataron una escena tan ambigua? Porque a propósito de esto, Jesús tiene un mensaje importante a transmitirnos.

Pienso en mis propios pecados, y en la sucia marea de todos los pecados del mundo: Tú debes estar habituado, Señor, desde que hay hombres sobre la tierra.

-"Simón, tengo algo que decirte: Un acreedor tenía dos deudores... Uno le debía una gran suma, la deuda del otro era muy pequeña... Se las perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más?" Los acreedores humanos no se comportan de ese modo, habitualmente.

¡Pero Dios sí! Es El quien lo dice. Y nos pide que nos portemos también así: "perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

Si te colocas sobre ese terreno, Señor, entonces es mejor ser Magdalena que Simón...

-Ves a esta mujer...?

Y Jesús hace su elogio. Habla de ella con respeto, la valora.

Subraya todo lo que ha hecho bien. Había sufrido mucho.

Señor, ayúdame a ver a los pecadores con tu propia mirada llena de bondad y misericordia. Dame el don de saberlos rehabilitar a sus propios ojos. Que todas mis palabras y mis actitudes digan ¡cuán bueno eres, Señor!

-Quedan perdonados sus muchos pecados porque muestra un gran amor... A quien poco se le perdona poco amor muestra...

Esas dos frases contienen una de las mayores revelaciones sobre el "pecado":

- el amor provoca el perdón: Tú le perdonas sus pecados porque ama...

- el perdón provoca el amor: cuanto más perdonado se ha sido, tanto más se siente uno llevado a amar.

¡Gracias, Señor! El amor es la causa y la consecuencia del perdón.

Quizá es por esto que, después de todo, Tú permites, Señor, nuestros pecados... ¡para que un día se transformen en amor! Cada uno de mis pecados, ¡qué misterio! podría llegar a ser una ocasión de amar más a Dios: instante este maravilloso en el que tomo conciencia de la misericordia... en el que adivino "hasta dónde" me ama Dios... Es el instante del perdón, el instante del mayor amor. ¿No vale la pena de celebrarlo en el sacramento de penitencia o reconciliación?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 182 s.


3-3.

1. (Año I) 1 Timoteo 4,12-16

a) Después de los dos motivos teológicos de ayer -la dignidad de la comunidad y la riqueza del misterio de Cristo, hoy propone Pablo unos criterios de actuación a Timoteo, que se ve que todavía es muy joven para su cargo.

El responsable en la comunidad debe ser "un modelo para los fieles en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez". De nuevo las cualidades humanas que ya había enumerado en la lectura del martes. Lo que no tiene de madurez de años lo deberá tener Timoteo de virtudes.

Pero esta vez entra en otro terreno: el de la evangelización y la gracia sacramental.

Timoteo tiene que "animar y enseñar", "cuidar la enseñanza" y hacer fructificar la gracia de su ordenación: "no descuides el don que posees, que se te concedió con la imposición de manos de los presbíteros".

b) Son consejos a un "epíscopo", pero nos vienen bien a todos: a los padres en su relación con los hijos, a los educadores en su misión formativa, a los animadores de cualquier aspecto de una comunidad.

De alguna manera todos debemos ser evangelizadores, y cuidar que también las generaciones jóvenes o los que se han alejado de la fe por mil razones, vayan conociendo la Buena Noticia del amor de Dios y de la salvación que nos ofrece Jesús: "cuida la enseñanza".

Pero el mejor testimonio que damos no son nuestras palabras, sino nuestra conducta, nuestra honradez, fe y amor. La vida divina que hemos recibido todos en el Bautismo, y algunos también en la ordenación ministerial o en la profesión religiosa, la debemos cuidar para que crezca, para que se trasparente en nuestras obras y así podamos colaborar a la construcción de una Iglesia mejor.

En realidad, los hijos y los educandos y los destinatarios de nuestra evangelización, no "obedecen", sino que "imitan".

1. (Año II) 1 Corintios 15,1-11

a) El capítulo 15 de esta Carta de Pablo es largo y trata de uno de los temas que se ve que preocupaban más a los griegos: la resurrección. Les resultaba difícil creer que vayamos a resucitar corporalmente. Su filosofía afirmaba que el alma es inmortal, pero no llegaba a concebir la resurrección del cuerpo: era una concepción dualista del ser humano, al contrario de la judía, que afirmaba una unidad mucho mayor en la persona humana.

Recordemos el fracaso de Pablo en su predicación de Atenas: le escucharon amablemente hasta el momento en que les empezó a hablar de la resurrección.

En la página de hoy el apóstol da testimonio de la verdad básica de la fe cristiana: que Cristo Jesús resucitó. Y la expone a modo de un credo breve, "el evangelio que os proclamé y en el que estáis fundados y que os está salvando", el que los Corintios acogieron: "que Cristo murió, que fue sepultado, que resucitó al tercer día, que se apareció...". Enumera una serie de apariciones del Resucitado, algunas narradas también por los evangelios y otras, no. Como la de los "quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía". También a él, "como a un aborto", se le apareció en el camino de Damasco.

Esto es lo que predica la Iglesia. Tanto él, que es también apóstol, aunque de distinta manera que los otros, como los demás. Unos y otros, lo que anuncian es la resurrección de Jesús. Y ya entonces, la base en la que se apoya esta fe es la tradición: lo que le han transmitido a él a partir de Cristo es también lo que él y los demás van proclamando en todas las comunidades.

b) Cuando hablamos de "evangelización" queremos decir lo mismo que Pablo: la comunidad cristiana va anunciando que Jesús ha resucitado y sigue vivo, y que nosotros también estamos destinados a la vida, como nuestro Cabeza y Guía Jesús.

El salmo ya se alegraba en el AT: "dad gracias al Señor, porque es bueno. No he de morir, viviré, para contar las hazañas del Señor".

Ésta es la base de nuestra fe. Cristo ha vencido a la muerte. No se trata de un milagro más: es el acontecimiento por excelencia, en que Dios ha mostrado cuál es su programa de salvación, que empieza en Cristo y seguirá en nosotros. Tal vez también al hombre de hoy le siga costando entender esto, como a los griegos de entonces, llenos de otras sabidurías humanas. Pero los planes de Dios son distintos de los nuestros y su Espíritu sigue actuando, el Espíritu que es "dador de vida".

Eso creemos nosotros. Eso tenemos que predicar. ¿O nos entretenemos en otras verdades secundarias, preparatorias, sin llegar nunca a comunicar el meollo de nuestro credo cristiano, la glorificación de Cristo y nuestro destino de vida plena con él?

2. Lucas 7,36-50

a) La escena la cuenta Lucas con elegancia y detalles muy significativos. ¡Qué contraste entre el fariseo Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y aquella mujer pecadora que nadie sabe cómo ha logrado entrar en la fiesta y colma a Jesús de signos de afecto!

Desde luego, perdonar a una mujer pecadora precisamente en casa de un fariseo que le ha invitado, es un poco provocativo. No es raro que se escandalizaran los presentes, o porque Jesús no conocía qué clase de mujer era aquélla, o que no reaccionaba ante sus gestos, que resultaban cuando menos un poco ambiguos.

Pero Jesús quería transmitir un mensaje básico en su predicación: la importancia del amor y del perdón. El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que se le perdona porque ha amado ("sus pecados están perdonados, porque tiene mucho amor"), como que ha amado porque se le ha perdonado ("amará más aquél a quien se le perdonó más"). Probablemente aquella mujer ya había experimentado el perdón de Jesús en otro momento, y por ello le manifestaba su gratitud de esa manera tan efusiva.

b) La escena nos hace repensar nuestra conducta con los que consideramos "pecadores". ¿Cómo los tratamos: dándoles ánimos o hundiéndoles más?

Podemos actuar con corazón mezquino, como los fariseos que juzgan y condenan a todos, o como el hermano mayor del hijo pródigo que le recrimina de una manera intransigente lo que ha hecho, o como Simón y los otros convidados, que no deben ser malas personas (han invitado a Jesús a comer), pero no saben ser benévolos y amar. O podemos portarnos como el padre del hijo pródigo, y sobre todo como el mismo Jesús, que perdona a la mujer adúltera que le presentan, y a Zaqueo el publicano, y tiene palabras de ánimo para esta mujer que ha entrado en la sala del banquete y le unge los pies.

¿Dónde quedamos retratados, en los fariseos o en Jesús? No se trata de que lo aprobemos todo. Como Jesús no aprobaba el pecado y el mal. Sino de imitar su actitud de respeto y tolerancia. Con nuestra acogida humana, podemos ayudar a tantas personas -drogadictos, delincuentes, marginados de toda especie- a rehabilitarse, haciéndoles fácil el camino de la esperanza. Con nuestro rechazo justiciero les podemos quitar los pocos ánimos que tengan.

Claro que, para ser benévolos en nuestros juicios con los demás, antes tendremos que ser conscientes de que Dios ha empleado misericordia con nosotros. Se nos ha perdonado mucho a nosotros y por tanto deberíamos ser más tolerantes con los demás, sin constituirnos en jueces prestos siempre a criticar y a condenar.

Dios es rico en misericordia. Lo ha demostrado en Cristo Jesús. Y lo quiere seguir mostrando también a través de nosotros.

"No descuides el don que posees" (1ª lectura I)

"Cristo murió y resucitó al tercer día: esto es lo que predicamos, esto es lo que habéis creído" (1ª lectura II)

"Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 78-82


3-4.

1 Cor 15, 1-11: El menor de los apóstoles

Lc 7, 36-50: El amor tiene un valor superior

Muchos de los contemporáneos de Jesús querían alcanzar la salvación por medio del estricto cumplimiento de la ley. Por eso, evitaban todo contacto con las personas que eran consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores; llevaban rigurosamente el descanso del sábado: no cocinaban, no comerciaban, no caminaban. Esta manera de actuar les creaba la falsa seguridad de que ya estaban salvados.

Jesús permanentemente cuestionaba esta forma de vivir la experiencia de Dios. Para él, lo más importante era el amor al hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. Las verdaderas personas de Dios eran aquellas personas capaces de convertirse en fuente de vida para los demás.

En la casa del fariseo «Simón» se le presentó una ocasión propicia para mostrar el modo de actuar de Dios. Simón menosprecia a Jesús porque lo considera incapaz de rechazar a la mujer impura que le acaricia los pies. Jesús, descubriendo sus pensamientos le propone una parábola.

La parábola describe la generosidad de un hombre que perdona a sus deudores. El que le debía más es quién debe manifestar mayor agradecimiento. Con esto pone en evidencia el engreimiento en que había caído Simón. Los radicales se consideraban a sí mismos los hombres justos y negaban con su actitud el perdón de Dios a los demás.

Jesús lo llama a la conversión, al cambio de mentalidad. Le señala cómo lo más importante no es la rígida disciplina religiosa, sino el amor y el agradecimiento. Por esto, Jesús anuncia el perdón de Dios a la mujer. Ella no había escogido el camino de la autojustificación, sino el camino de la humildad y el reconocimiento del propio pecado.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

No sabemos el nombre de aquella mujer "pecadora". Se suele confundir con María Magdalena, de la cual -se dice- Jesús había expulsado "siete demonios" (Lc 8, 2); pero de la mujer "pecadora pública" se se habla unos versículos antes (Lc 7, 37-50). La "mujer anónima" de la que nos habla el evangelio de hoy se dedica a la prostitución. De María Magdalena se dice que Jesús expulsó de ella "siete demonios"; esto no se confunde con la prostitución. Una mujer "con siete demonios" está poseída por el mal, de manera total, es una mujer que vive sin sentido de la vida, que ha tocado fondo. Sus problemas no tienen que ver únicamente con la sexualidad, sino con todo.

La mujer que se acerca a Jesús, cuando está en la casa del fariseo, lleva mucho amor en su corazón. Descubre en Jesús el amor de su vida y está dispuesta a dejarlo todo ante su nuevo amor. Se desprende su cabello. Cubre de besos los pies de Jesús. Derrama sobre sus pies un frasco de perfume… Es una escena de un profundísimo y sorprendente amor. Jesús, acogido por esta mujer con un amor, que no había sido capaz de mostrarle su anfitrión, se hace hospitalidad que perdona, acoge y transforma.

La experiencia del vacío de la vida es -frecuentemente- la mejor condición para encontrar el sentido de la vida. Profundicemos en nuestro interior. Veamos cuántas cosas nos llenan de verdad, y cuántas nos defraudan, nos dejan insatisfechos.

Busquemos el sentido y lo encontraremos. Jesús está resucitado. Sigue en medio de nosotros. Es posible encontrarlo. Mejor todavía, ¡nos sale al encuentro! ¿Porqué no estar atentos para acoger su llegada, en la primera ocasión que esta acontezca?

Ahora mismo, ¡en esta eucaristía!

Pepe (cmfxr@planalfa.es)


3-6. COMENTARIO 1

DOS FORMAS DE ACOGIDA SEGÚN LA CAPACIDAD DE AMAR

Al término del primer tramo de la estructura paralela que estamos examinando, encontramos una perícopa (unidad bien delimitada que tiene sentido por sí misma) donde se ejemplifican dos actitudes contrastadas, actitudes que de hecho se dan ya entre los diversos componentes del grupo de discípulos de Jesús, a fin de que los miembros de las diversas comunidades que van a leerlo y comentarlo examinen sus propias actitudes y disciernan por sí mismos con cuál de los dos personajes se identifican.

Tratándose de la última perícopa del primer tramo de la estructura, podríamos decir que Lucas resume en ella las diversas actitudes con que Jesús se ha topado hasta ahora en Israel, y a la vez se sirve de ella, a manera de puente, para introducir el segundo tramo. Puesto que ya hemos identificado una serie de marcas y de rasgos característicos del «lenguaje» de Lucas, trataremos de relacionarlos y de contrastarlos, a fin de sacarles el meollo. Los cuatro evangelistas describen una escena análoga, pero con rasgos muy discordes, indicativos de situaciones completamente diversas (véanse Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8).


LOS OBSERVANTES Y LOS MARGINADOS DE ISRAEL EN UN PUÑO

Empecemos por el escenario: la «casa del fariseo» Simón (7,36b), como lugar de reunión de todos los que participan de su mentalidad, la comunidad (vv. 37b.44b, subrayada por la repetición) constituida por Simón y los «comensales» (v. 49a). El escenario queda calificado a continuación por la intencionalidad mostrada por el fariseo: «Un fariseo lo invitó a comer con él» (7,36a). Se pone de relieve la función de «comer», siendo el «alimento» sinónimo de enseñanza: participar de una misma mesa comporta, en la mente de un semita, compartir una misma mentalidad. Jesús entra en casa del fariseo y se recuesta a la mesa (vv. 36b.37b.44b, nuevamente muy subrayado).

Los personajes. El primero que aparece en escena es un individuo masculino, descrito con los rasgos típicos de los personajes representativos («cierto», indefinido), perteneciente a una colectividad («de entre los fariseos», v. 36a). Representa, por tanto, una parte o facción de esta colectividad, no todo el partido fariseo. De momento no lleva nombre. Además del partitivo «cierto (individuo) de entre los fariseos», es identificado como «el fariseo» tres veces (vv. 36b.37b.39a). En el preciso momento en que pone en duda que Jesús sea un profeta, éste lo pone en evidencia designándolo por su nombre, «Simón», nombre que se repetirá a partir de ahora también tres veces. Es el único fariseo que lleva nombre en los evangelios sinópticos (de «fariseos» con nombre, sólo encontramos, en Jn 3,1, Nicodemo; en Hch 5,34, Gamaliel, y 23,6, Pablo: «Yo soy fariseo, hijo de fariseos»).

En contrapartida, el segundo personaje es femenino, una «mujer pública» (vv. 37a.39b.47-48; además, «mujer» aparece también en los vv. 44a.44b.50a: es el modo de subrayar al máximo, dentro de un género literario arcaico, la calidad de un personaje), sin nombre, introducido con una locución que los evangelistas emplean con frecuencia para centrar la atención en el personaje en torno al cual gira el relato («y, mirad, una mujer...», v. 37a: se corresponde con el foco de los escenarios; véase 2,25; 5,12; 7,12, etc.). Representa («cierta mujer») el estamento de los marginados por motivos religiosos y sociales por parte de la sociedad teocrática judía.

La descripción detallada que Lucas hace de la mujer, que todos tienen en la ciudad por una «pecadora», deja ya entrever que en ella se ha verificado un giro de ciento ochenta grados: «Y, mirad, una mujer conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que estaba recostado en la mesa en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume, se colocó detrás de él, junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, se los besaba y se los ungía con perfume» (7,37-38). Con tres acciones –"regar/secar, besar, ungir" describe de forma tridimensional el sentimiento de profunda gratitud de esta mujer. Volveremos a ello en seguida.


¿QUE PINTA UNA PECADORA PUBLICA EN CASA DE UN FARISEO?

En la escena que examinamos descubrimos una serie de rasgos sorprendentes: un individuo perteneciente al partido fariseo (los observantes y defensores por antonomasia de la Ley) invita a Jesús (vv. 36a.39a.45b, triple repetición tipos en negrilla actuales) «a comer con él», convencido que comparte las mismas ideas y convicciones religiosas, pese a que los dirigentes religiosos (los fariseos y los letrados juristas) hayan rechazado a Jesús (6,11) y que éste les haya reprobado haber frustrado el plan que Dios tenía previsto para ellos (7,30). El fariseo Simón, además, no está sólo, sino que ha invitado también a sus colegas que piensan como él, «los otros comensales» (v. 49a). Jesús, por el contrario, no va acompañado de nadie cuando entra en la casa (vv. 36b.44c).

Un segundo rasgo chocante lo constituye el hecho de que una mujer pública ponga los pies en casa de un fariseo. Simón, por lo que se ve, no es fariseo intransigente, ya que muestra cierta tolerancia hacia los individuos representados por la pecadora, por lo menos mientras Jesús está en su casa. Tampoco los comensales hacen aspavientos, al menos en principio.

Ni el fariseo ni los comensales se atreven a reprochar a Jesús su comportamiento hacia la pecadora, sino que lo formulan en su fuero interno (vv. 39a. 49a). El primero se escandaliza porque Jesús se ha dejado «tocar» por una «mujer pecadora» (7,39b), pues quien toca a un impuro queda él mismo impuro. Como buen fariseo, pese al afecto que profesa a Jesús, continúa creyendo en la validez de la Ley de lo puro e impuro, continúa dividiendo la humanidad entre buenos y malos, entre justos y pecadores, ufano de su condición privilegiada de hombre justo y observante. Los comensales se escandalizan también, pero en un segundo momento: «empezaron a decirse: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados"» (7,49), es decir, no repiten el reproche, sino que, complementándose con aquél, formulan uno más grave. El primero ponía en duda la aureola de «profeta» que rodeaba a Jesús; los segundos en la misma línea que los fariseos y los maestros de la Ley en el caso del paralítico (cf. 5,17.21-22)- se resisten a aceptar que un hombre pueda «perdonar pecados», cosa que ellos reservaban en exclusiva a Dios coronando así la pirámide del poder (Dios - dirigentes - pueblo), pirámide que les permitía excluir y marginar a todos los que no pensaban como ellos.


EL AGRADECIMIENTO, DISTINTIVO DE LA PERSONA LIBERADA

La parábola que encontramos en el centro de la perícopa ilumina y desenmascara dos actitudes contrapuestas, invirtiendo la escala de valores que todos tenían como válida: «"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios de plata y el otro cincuenta. Como ellos no tenían con qué pagar, hizo gracia (de la deuda) a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?" Contestó Simón: "Supongo que aquel a quien hizo mayor gracia." Jesús le dijo: "Has juzgado con acierto"» (7,41-43). El número «cinco», factor común a «quinientos» y a «cincuenta», pone en íntima relación los dos deudores y su deuda. El término «hizo gracia» indica que no solamente se les ha perdonado la deuda (aspecto negativo), sino que los ha «agraciado» con un don, el don del Espíritu (aspecto positivo). La experiencia del Espíritu se manifiesta en la capacidad de agradecimiento de uno y otro.

Teniendo en cuenta la descripción que acaba de hacer de los dos personajes, nos damos cuenta de que el observante, el fariseo, tiene una exigua capacidad de agradecimiento, pues está convencido de que se ha ganado a pulso la salvación, a excepción de la pequeña deuda que había contraído. La seguridad personal que le da el cumplimiento de la Ley le impide experimentar plenamente la gratuidad de la salvación. La liberación que experimenta es relativa, pues está condicionada por el lastre de sus prácticas religiosas. La mujer pecadora, en cambio, que ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad que el otro de percatarse de la novedad que comporta el mensaje de Jesús y de la nueva e incomparable libertad que ha experimentado al acogerlo.


QUE CADA COFRADE TOME SU VELA

En la aplicación de la parábola, Jesús recalca los rasgos con que Lucas había descrito la actitud de acogida de la persona de Jesús por parte de la pecadora y los contrasta con las omisiones del fariseo: éste no ha sido capaz siquiera de ofrecerle las tradicionales muestras de hospitalidad típicas del mundo oriental: «¿Ves esta mujer? (¡la que él tanto ha despreciado!). Cuando entré en tu casa no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste, ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume» (7,44-46).

El contraste palmario entre «el fariseo» y la mujer «pecadora», personajes que ejemplarizan dos tipos de «deudores» a quienes «se ha hecho gracia» de deuda (500/50 denarios) que nunca hubieran podido saldar (vv. 41-43) y que, no obstante haberse sentido atraídos uno y otro por la persona de Jesús y su mensaje liberador, dan muestras muy diversas de «agradecimiento», sirve para elevar a nivel de paradigma dos actitudes contrapuestas que con toda probabilidad se dan ya entre los mismos discípulos: la del grupo que representa a Israel, compuesto de judíos observantes y religiosos (su única preocupación es la Ley de la pureza / impureza ritual), tipificado por Simón, Santiago y Juan (cf. 5, 1-11), así como por los Doce (cf. 6,12-16) y, ahora, por el fariseo Simón (¿es pura coincidencia la homonimia entre Simón «Pedro» y el «fariseo» Simón?), y la del grupo que representa a los marginados de Israel, descreídos y ateos, tipificado por el recaudador de impuestos, Leví (cf. 5,27-32), y, ahora, por la mujer pecadora.


LA CONCIENCIA DEL PERDÓN
ACRECIENTA LA CAPACIDAD DE AMAR

La acogida que uno y otro han brindado a Jesús es diametralmente opuesta. Ambos han sido descritos mediante una terna -agua, beso, ungüento- de acciones / omisiones (vv. 38 / 44-46) que son interpretadas como muestras de agradecimiento / de falta de afecto: «Por eso te digo (forma solemne de introducir una aseveración importante): "Sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado, por eso muestra tanto agradecimiento; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer"» (7,47). Tanto a Simón como a la mujer les ha sido perdonada una deuda personal con anterioridad a la presente escena: la invitación hecha a Jesús para que comiese con él quería ser una muestra de gratitud, pero como el cambio de vida que había experimentado no ha sido profundo, se ha mostrado poco agradecido; la mujer, en cambio, todo lo contrario, ha dado grandes muestras de agradecimiento por la liberación plena que había experimentado.

El hilo conductor de la secuencia es la actitud agradecida de la mujer por la salvación que ha experimentado gracias a su adhesión a Jesús; por contraste, queda en evidencia la actitud fría y desagradecida del fariseo Simón. En el fondo, la temática es la sólita de Lucas: «justos / pecadores». Aquí se nos explica por qué los justos no son capaces de amar y, por tanto, de dar una adhesión plena y confiada a Jesús: porque se les ha perdonado poco y no han tomado conciencia de que la deuda, por pequeña que les pareciese, nunca la habrían podido enjugar; no están capacitados para valorar la gracia del perdón, ya que son unos autosuficientes. Los pecadores, en cambio, tienen conciencia clara de la absoluta gratuidad del perdón y se adhieren plenamente y sin reservas a Jesús, gracias al cual se han sentido liberados.

Hemos visto la última secuencia del primer tramo de la estructura paralela. Por cuarta vez se formula en el marco de esta estructura la cuestión sobre la identidad de Jesús: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo», en boca de Israel; «¿Eres tú el que tenía que llegar o esperamos a otro?», en boca del Precursor; «Este, si fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando: una pecadora», en boca de Simón; «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?», en boca de los comensales. Jesús ha ido mostrando toda su capacidad liberadora: curando al esclavo del centurión romano, representante del paganismo; resucitando al hijo único de la viuda de Naín, representante del pueblo de Israel; respondiendo a la interpelación de Juan con toda clase de signos liberadores y dejando constancia una vez más de que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (cf. 5,24). La liberación es condición previa para que el mensaje pueda ser proclamado.


COMENTARIO 2

La presente unidad narrativa es característica y exclusiva de Lucas. Las principales articulaciones son: en primer lugar, un hecho (7,36-38); en segundo término, la reacción silenciosa del fariseo y la discusión abierta con Jesús (7,39-46); después, una conclusión (v. 47) cuya importancia es decisiva en orden a la interpretación del texto; finalmente, el perdón y la despedida de Jesús a la pecadora.

El contexto de esta escena es un banquete en el que Jesús es invitado y dos personajes muy distintos (un fariseo y una prostituta) se acercan a ofrecerle sus dones.

La actitud del fariseo, quien invita a Jesús a un banquete material, es de juicio y dominio, por eso se pronuncia con autoridad ante la actitud de Jesús. Se trata de la actitud típica farisaica. Tiene hecha su verdad, no necesita que nadie le enseñe.

La pecadora, por el contrario, que no ha sido invitada, se acerca a Jesús, ha descubierto quién es él, y le ofrece sencillamente lo que tiene: el perfume que utiliza para su trabajo, sus lágrimas y sus besos. Ante estos dos personajes Jesús hace una comparación. Interpreta la actitud de la mujer como un efecto de su amor y gratuidad por haber sido comprendida y perdonada.

Esta visión de Jesús se ilumina a partir de la parábola (7,41-43): de los dos deudores insolventes: amará más al Señor aquél a quien le ha sido perdonada la mayor de las deudas. De este modo queda evidenciada la actitud del fariseo y de la prostituta. Lucas nos viene a mostrar cómo Jesús ha venido a ofrecer el perdón de Dios a todos los insolventes de la tierra. La actitud típica farisaica es no aceptar el perdón; piensa que sus cuentas están claras, se siente plenamente en paz y, por lo tanto le resbalan las palabras de Jesús que aluden al don de Dios que borra los pecados. Este Evangelio nos lleva a comprender cómo la mirada de Jesús penetra las actitudes profundas. No se queda en las apariencias, sino que mira el corazón. Así es el Dios de los cristianos, y así en buena lógica deberíamos ser también los cristianos. Ante un mundo donde se le da tanta importancia a la imagen, a las apariencias, al caparazón, a la superficie, los cristianos están llamados a ser hombres y mujeres del corazón, de la interioridad, del ser.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. Jueves 18 de septiembre de 2003

1 Tim 4, 12-16:El cristiano un modelo de vida
Salmo responsorial: 110, 7-10
Lc 7, 36-50: El perdón a la mujer pecadora

Jesús es invitado a cenar a casa de un fariseo llamado “Simón”. Invitar a comer en la propia casa a alguien importante es un signo de que se quiere honrar a esa persona, por tanto, se hará lo mejor para que se sienta bien. Sin embargo, Simón el fariseo, el anfitrión, no guarda las reglas de cortesía con las que se solía atender a un huésped importante. No recibe a Jesús en la puerta, no coloca las manos en el hombro de Jesús ni lo saluda con un beso. No le ordena a un siervo que le lave los pies, ni le ofrece agua para lavarse la cara y las manos antes de comer; tampoco lo unge con perfume para que tenga un olor agradable.

Mientras Jesús cenaba, se presentó una mujer conocida en el pueblo como una pecadora y enjugó con perfume y con sus lagrimas los pies de Jesús, los secó con su cabello y los besó. Los invitados y el mismo Simón quedaron sorprendidos, no por lo que estaba haciendo la mujer, sino porque Jesús se dejara tocar por una prostituta. ¿Qué clase de profeta era Jesús?, pensaba Simón. Jesús se adelantó al pensamiento de Simón y le contó un breve relato en el que subraya un aspecto muy importante de su mensaje salvífico: la misericordia de Dios para con los pecadores.

Hay que entender el texto de hoy desde el contenido de la parábola que cuenta Jesús. El amor de los deudores es la respuesta al perdón de la deuda del prestamista, es decir que, al que mucho se le ha perdonado, demuestra mucho amor, en cambio, al que se le perdona poco, demuestra poco amor. El perdón de Jesús para con la pecadora es la respuesta al gran amor manifestado por la misma mujer para con Él. Con estas palabras el evangelista nos quiere expresar la íntima relación que hay entre el amor agradecido y el perdón de los pecados. Un perdón que se hace presente en Jesús, que nos presenta el rostro misericordioso del Padre.

Simón, el fariseo y todos sus invitados, parecen incapaces de comprender lo que significa la misericordia de Dios, no pueden abrirse a la dimensión de la salvación porque se encuentran entre aquellos a los que se les ha perdonado poco, son autosuficientes, se creen buenos, no necesitan del perdón de Dios. No pueden entender lo que significa la gracia, el don gratuito y generoso que ofrece Jesús como hijo del Padre misericordioso. No entienden, ni comprenden, ni aceptan que el perdón no se da a cambio de amor, sino que se da simplemente sin esperar nada a cambio. El perdón es un regalo gratuito, esto es lo que la fe de la pecadora ha entendido; por eso Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

A veces nosotros somos como Simón, el fariseo y sus invitados. ¿Con cuánta frecuencia somos incapaces de descubrir la presencia misericordiosa de Dios y de su mano amorosa en los acontecimientos ordinarios de nuestra vida?

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-8. ACI DIGITAL 2003

37 s. Tan grande como el arrepentimiento era el perdón, y el amor que de éste procedía según el v. 47. Como observa San Jerónimo y muchos otros intérpretes, esta cena no es la de Betania.

46. Cuando se trata de honrar a Dios no debemos ser avaros, y sólo hemos de cuidar que sea según Él quiere y que el amor sea el único móvil y no la vanidad o el amor propio.

47. Ama poco: Esta conclusión del Señor muestra que si la pecadora amó mucho es porque se le había perdonado mucho, y no a la inversa, como parecería deducirse de la primera parte del v. La iniciativa no parte del hombre, sino de Dios que obra misericordia (léase en Salmo 58, 11: "Se alegrará el justo de haber visto la venganza, sus pies bañará en la sangre del impío" y 78, 8:" para que no fueran, lo mismo que sus padres, una generación rebelde y revoltosa. generación de corazón voluble y de espíritu desleala a Dios").

San Agustín confirma esto diciendo que al fariseo no se le podía perdonar mucho porque él, creyéndose justo, a la inversa de Magdalena, pensaba deber poco. Y entonces, claro está que nunca podría llegar a amar mucho según lo enseñado por Jesús.


3-9. DOMINICOS 2003

Evangelio según san Lucas 7, 36-50:

“En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora..., vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás, junto a sus pies, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.

Al ver esto, el fariseo que le invitó se decía: Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora... Pero Jesús le dijo:... Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor. Al que poco se le perdona es que ama poco. Y a ella le añadió: Tus pecados están perdonados... Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.

Amar y ser perdonado. Confesar la propia debilidad y agradecer la grandeza del Señor. ¡Pobre corazón humano cuando, en vez de ser generoso, como el de la Magdalena, se carcome de hipocresía y egoísmo!

 

Momento de reflexión

Joven Timoteo, sé ejemplo para los tuyos.

Por las palabras de Pablo, nos enteramos hoy de que su discípulo y amigo Timoteo fue consagrado obispo, por la imposición de manos de los presbíteros, en plena juventud. ¡Qué atrevimiento! Timoteo tenía ya experiencia pastoral, pues había compartido con Pablo sus andanzas misionales; pero era presumible que no faltarían quienes estimaran precipitada esa elección para jefe de la Iglesia. Necesitaba, pues,  de la fortaleza de Pablo para llevar a buen puerto su obra.

Por eso, Pablo se anticipa a los hechos: quiere ir a visitarle y darle autoridad ante el pueblo, con su apoyo; y se permite recordarle que, olvidándose de su edad, asuma la doble responsabilidad de cuidar de la comunidad e instruirla en la fe más y más.

He ahí dos valores que se exigen a todo dirigente eclesial: firme profesión firme de fe en servicio y caridad,  y enseñanza a los demás para que sean conscientes de su compromiso.

Si quieres que se te perdone mucho, ama mucho.

¡Qué consuelo! ¡Si amo, se me perdona! Sin embargo, en nuestras experiencias de amor y de perdón, quizá hubiéramos de modificar esas palabras del Maestro, pues a veces Dios, nuestro Padre, nos ama tantísimo, que parece perdonarnos, aun amándolo nosotros muy poco. Dios es siempre quien comienza la obra en la que desea vernos implicados con amor creciente.

¡Qué lección de la pecadora!. Amaba mucho, y amaba desde su conciencia lacerada por las infidelidades que cometía; era infiel. Pero luchaba consigo misma, y un día llegó la oportunidad de quitarse todos los velos y dejar al descubierto su admiración y reconocimiento a Jesús de Nazaret. Desde ese día ya no le importaron las habladurías de los hombres y mujeres. Amaba a Jesús.


3-10.

LECTURAS: 1TIM 4, 12-16; SAL 110; LC 7, 36-50

1Tim. 4, 12-16. Puesto que somos colaboradores de Cristo tratemos de no recibir en vano la Gracia de Dios. El Señor nos ha consagrado para que, siendo suyos, seamos un signo vivo de su presencia en el mundo. Por eso hemos de cuidar el Carisma que hay en nosotros: el de servir a todos como Cristo lo ha hecho con todos. Para lograr esto necesitamos dedicarnos a la lectura de la Palabra de Dios, a la exhortación, a la enseñanza. Pero esto debe ir respaldado con una vida intachable que nos convierta en modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza. No podemos pensar que, puestos al servicio de los demás por nuestra unión con Cristo desde el Bautismo y Confirmación, o como Ministros Ordenados, no hemos de poner algo de nuestra parte para que día a día maduremos en nuestra respuesta al Señor. Nuestro sí inicial debe ser renovado todos los días, de tal forma que en verdad vivamos, con mayor lealtad, nuestra entrega a Cristo y al anuncio de su Evangelio. Esto debe llevarnos a profundizar, también todos los días, la Palabra de Dios mediante la Lectio Divina para que, así, antes que exhortar y enseñar a los demás, la Palabra de Dios sea aceptada y vivida por nosotros. Entonces podremos ser modelo que pueden imitar los demás, pues encontrarán en nosotros un punto de referencia a Cristo. Obrando, de modo perseverante en el bien, no sólo lograremos salvarnos, sino que salvaremos a aquellos a quienes hemos sido enviados.

Sal. 110. En verdad que las obras de Dios son grandiosas y dignas de confianza. Contemplemos la bondad y la misericordia del Señor para con los suyos, pues Él no sólo creó todo para que estuviese a nuestra disposición; sino que se formó un Pueblo, con quien pactó una Alianza en el Sinaí, y le dio como herencia la tierra prometida. De ese Pueblo nació para todos un Salvador, Cristo Jesús, quien llevó a cabo la obra grandiosa de la Redención y nos hizo partícipes de su Vida y de su Espíritu, formando así un Nuevo Pueblo de elegidos para gloria del Padre. Por eso Dios, nuestro Dios, merece no sólo nuestra alabanza y nuestra acción de gracias, sino el reconocerlo como Señor de nuestra vida, como Aquel que ha de ser amado por encima de todo y a quien le entregamos todo nuestro ser; Él ha de ser respetado, y su Palabra debe ser fielmente cumplida por quienes decimos creer en Él. Así manifestaremos que en verdad, también nosotros, hemos entrado en Alianza con Él y hemos hecho nuestra su obra de salvación.

Lc. 7, 36-50. Amar al Señor, pues Él nos ha perdonado mucho. A Él no le importa nuestro pasado, por muy tenebroso que sea; a Él sólo le importa el que nos dejemos encontrar y que recibamos su perdón. Esto indicará que en verdad Él significa no sólo algo, sino todo en nuestra vida. Si Él se junta con pecadores; si Él acude a banquetes no es porque quiera dejarse dominar por el pecado, o porque quiera pasarse la vida embriagándose; Él, por todos los medios, y acudiendo a todos los ambientes, busca al pecador para salvarle. La Iglesia, santa porque su Cabeza es santa, pero compuesta por pecadores, es una Comunidad que necesita estar en una actitud de continua conversión, abierta al perdón de Dios. Sólo así podrá convertirse en un signo del poder salvador del Señor, que vino a salvar todo lo que se había perdido. Por eso no ha de tener miedo de ir a todos los ambientes del mundo, por muy cargados de maldad que se encuentren, para llamar a todos a la conversión y a la unión plena con Dios.

En esta Eucaristía Aquel que es la Palabra se hace presente entre nosotros con todo su poder salvador. Él es la Palabra que el Padre Dios pronuncia a favor nuestro para que nuestros pecados sean perdonados, y para que, santificados en la verdad, podamos manifestarnos como hijos suyos. Por eso, hemos de abrir nuestra vida para que el Señor habite en ella. No podemos sólo estar en, sino vivir la Eucaristía. Si en verdad creemos que es el Señor quien preside esta Eucaristía, que es el Señor quien nos habla, que es el Señor quien actualiza su Misterio Pascual, que es el Señor quien se encarna en su Iglesia, signo de su amor para el mundo, vivamos en una auténtica comunión de vida con Él, de tal forma que en verdad manifestemos con las obras que el Señor camina con su Iglesia, en su Iglesia, y que, desde su Iglesia, sigue preocupándose de ofrecer su perdón y su vida a todos los pueblos y a las personas de todos los tiempos.

¿Hasta dónde somos capaces de salir al encuentro del pecador, no para condenarle, no para señalarle como a un maldito, no para dejarnos dominar por su pecado, sino para ayudarle a encontrarse con Cristo y a recibir su perdón, de tal forma que se inicie, en su propia vida, un nuevo caminar en el amor a Dios y en el amor fraterno? Dios no nos envió a destruir a los demás, por muy malvados que parezcan; nuestra lucha no es una lucha fratricida, es una lucha en contra del pecado; y el pecado no se expulsa acabando con los pecadores, sino amándoles de tal forma que puedan recuperar su dignidad de hijos de Dios. Saber amar, saber perdonar como Dios nos ha amado y perdonado, es la luz que fortalecerá a quienes se apartaron del camino del bien para que vuelvan a encontrarse con el Señor y vivan comprometidos con Él. Seamos, pues, portadores de Cristo y no generadores de dolor y de muerte a causa de querer revivir las guerras santas, pensando que sólo nosotros somos santos, y los demás unos malvados que han de ser exterminados, para que sólo los puros habiten este mundo y sean los únicos que disfruten la salvación. Sin embargo recordemos que Jesús, nuestro Señor y Maestro, nos ha enseñado que Él vino a salvar a los culpables y a dar la vida por ellos. Esta es la misma misión que tiene la Iglesia, enviada como signo de salvación para todos los hombres.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar y hacer el bien, no según nuestras imaginaciones, sino conforme al ejemplo que Cristo nos ha mostrado, para que, así, todos, aún los más grandes pecadores, habiendo recibido el perdón y la Vida que procede de Dios, podamos alcanzar la Salvación que el Señor nos ofrece a todos. Amén.

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3-11. Recibir bien a Jesús

Un fariseo rico, Simón, invita a Jesús a comer, y olvida darle las atenciones tradicionales de hospitalidad (Lucas 7, 36-50). El Señor sí es consciente de esos olvidos de Simón, las echa de menos, como echó en falta el agradecimiento de aquellos leprosos que después de curados ya no volvieron más. La tosquedad del anfitrión se pone particularmente de manifiesto en contraste con las delicadezas de una pecadora pública que irrumpe en el banquete para expresarle al Señor su arrepentimiento y amor: llevó un vaso de alabastro con perfume, se situó detrás, a los pies de Jesús, se puso a bañarlos con sus lágrimas y los ungía con perfume. Ante los juicios negativos de los comensales para con la mujer, Jesús le da la recompensa más grande que puede recibir un alma: Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho.

Cuando se trata de padecer por la salvación de las almas, el Señor no pone límites a sus sufrimientos; sin embargo, extraña la cortesía en el trato y las manifestaciones de cariño de parte de Simón, y le dice: entré en tu casa y no me has dado agua con que lavar mis pies. ¿No tendrá que reprocharnos hoy algo por el modo como le recibimos? Te adoro con devoción, Dios escondido (Himno Adoro te devote), le diremos cuando viene a nuestro corazón y procuraremos hacerle un recibimiento lleno de delicadezas de manera que nunca tenga qué reprocharnos nuestra falta de amor. "Hemos de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor! : con adornos, luces, trajes nuevos... Limpieza en tus sentidos, uno por uno; adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)

"El rey ha de venir mañana a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?" Exclama San Juan de Ávila en un sermón sobre la preparación para recibir al Señor en la Eucaristía. "Con amor viene, recíbelo con amor" (Ídem) El amor supone deseos de purificación -acudiendo a la Confesión sacramental-, y aspirando a estar el mayor tiempo con Él, sin precipitaciones. Junto a las disposiciones del alma, las del cuerpo: el ayuno que la Iglesia ha dispuesto, las posturas, el vestir, que nos llevan a presentarnos como dignos hijos al banquete que el Padre ha preparado con tanto amor. ¡Es el acontecimiento más grande del día y de la vida misma! Nuestra Señora nos enseñará a recibir a su Hijo. Ninguna criatura ha sabido tratarle mejor.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-12. La mujer pecadora y la misericordia de Dios

Autor: P. Juan J. Ferrán

Es un relato maravilloso en todo su desarrollo. Comienza la historia con la invitación de un fariseo a comer en su casa. En la misma ciudad había una mujer pecadora pública. Al saber que Jesús estaba allí, cogió un frasco de alabastro de perfume, entró en la casa, se puso a los pies de Jesús a llorar, mojando sus pies con sus lágrimas y secándoselos con sus cabellos, ungió los pies de Cristo con el perfume y los besó. El fariseo, entretanto, ponía en duda a Cristo. Pero Jesús, que leía su pensamiento, le propuso una parábola sobre un acreedor que tenía dos deudores y a ambos perdonó. Se aprovechó de aquella parábola para salir en defensa de aquella mujer comparando su actitud con la de él: la de ella llena de amor y arrepentimiento; la de él llena de soberbia y vanidad. Tras ello, hace una afirmación que parece la absolución tras una excelente confesión: “Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”, dice dirigiéndose al fariseo, llamado Simón. Y a la mujer: “Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz”. Los comensales volvieron a juzgar a Jesús: “Quién es éste que hasta perdona los pecados?”.

Siempre que se mete uno a fondo en la propia vida y comprueba lo lejos de Dios que se encuentra y ve cómo el pecado grave o menos grave nos domina, se puede sentir la tentación del desaliento y de la desesperación. Del desaliento en cuanto a sentirse uno incapaz de superar las propias limitaciones. De desesperación en cuanto a pensar que no se es digno del perdón misericordioso de Dios. En estos momentos de los ejercicios, tras haber reflexionado sobre el pecado, podemos sentirnos desalentados o desesperados. Por ello, es muy importante sin frivolidad y sin infantilismos, -porque a veces se toma a Dios así-, echarnos en brazos de la misericordia divina.

Dios siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar, a renovar. Ahí tenemos la parábola del hijo pródigo en la que un padre espera con ansia la vuelta de su hijo que se ha ido voluntariamente de su casa. Dios siempre nos espera; siempre aguarda nuestro retorno; nada es demasiado grande para su misericordia. Nunca debemos permitir que la desconfianza en Dios tome prisionero nuestro corazón, pues entonces habríamos matado en nosotros toda esperanza de conversión y de salvación. La misericordia del Señor es eterna. En el libro del Profeta Oseas leemos frases que nos descubren esa ternura de Dios hacia nosotros: “Cuando Israel era niño, yo le amé... Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí... Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla...” (11, 1-4).

Frecuentemente una de las acciones más específicas del demonio es desalentarnos y desesperarnos. “Ya no tienes remedio. Ya es demasiado lo que has hecho”. Y muchos de nosotros nos dejamos llevar por esos sentimientos que nos quitan no sólo la paz, sino la fuerza para luchar por ser mejores. Dios, en cambio, siempre nos espera, porque nos ama, porque no se resigna a perder lo que su Amor ha creado. “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión” (Os 2,21). Qué nunca el temor al perdón de Dios nos aparte de volver a El una y otra vez! Hasta el último día de nuestra vida nos estará esperando.

La misericordia de Dios, sin embargo, no se puede tomar a broma. Ella nace en el conocimiento que Dios tiene de nuestra fragilidad, de nuestra pequeñez, de nuestra condición humana, y, sobre todo, del amor que nos profesa, pues “El quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. La misericordia divina no puede, en cambio, ser el tópico al que recurrimos frecuentemente para justificar sin más una conducta poco acorde con nuestra realidad de cristianos y de seres humanos, o para permitirnos atentar contra la paciencia divina por medio de nuestra presunción.

A espaldas de la pecadora sólo hay una realidad: el pecado. En su horizonte sólo una promesa: la tristeza, la desesperación, el vacío. Pero en su presente se hace realidad Cristo, el rostro humano de Dios. Ella nos va enseñar cómo actúa Dios cuando el ser humano se le presta.

La mujer reconoce ante todo que es una pecadora. Esas lágrimas que derrama son realmente sinceras y demuestran todo el dolor que aquella mujer experimentaba tras una vida de pecado, alejada de Dios, vacía. Hay lágrimas físicas y también morales. Todas valen para reconocer que nos duele ofender a Dios, vivir alejados de Él. A ella no le importaba el comentario de los demás. Quería resarcir su vida, y había encontrado en aquel hombre la posibilidad de la vuelta a un Dios de amor, de perdón, de misericordia. Por eso está ahí, haciendo lo más difícil: reconocerse infeliz y necesitada de perdón.

Cristo, que lee el pensamiento, como lo demostró al hablar con Simón el fariseo, toca en el corazón de aquella mujer todo el dolor de sus pecados por un lado, y todo el amor que quiere salir de ella, por otro. Todo está así preparado para el re-encuentro con Dios. Se pone decididamente de su parte. Reconoce que ella ha pecado mucho (debía quinientos denarios). Pero también afirma que el amor es mucho mayor el mismo pecado. “Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor”. Se realiza así aquella promesa divina: “Dónde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia”. El corazón de aquella mujer queda trasformado por el amor de Dios. Es una criatura nueva, salvada, limpia, pura.

La misericordia divina le impone un camino: “Vete en paz”. Es algo así como: “Abandona ese camino de desesperación, de tristeza, de sufrimiento”. Coge ese otro derrotero de la alegría, de la ilusión, de la paz que sólo encontrarás en la casa de tu Padre Dios. No sabemos nada de esta pecadora anónima. No sabemos si siguió a Cristo dentro del grupo de las mujeres o qué fue de ella. Pero estamos seguros de que a partir de aquel día su vida cambio definitivamente. También a ella la salvó aquella misericordia que salvó a la adúltera, a Pedro, a Zaqueo, y a tantos más.

En nuestra vida de cristianos, y muy especialmente en la vida de la mujer, tan sensible a la falta de amor, tan proclive al desaliento, tan inclinada a sufrir la ingratitud de los demás, es muy fácil comprender lo que le dolemos a Dios cuando nos apartamos de su amor y de su bondad. Por ello, abrámonos a la Misericordia divina para reforzar nuestra decisión de nunca pecar, de nunca abandonar la casa del Padre, de nunca intentar probar ese camino de tristeza y de dolor que es el pecado.

La constatación de nuestras miserias, a veces reiteradas, nunca deben convertirse en desconfianza hacia Dios. Más aún, nuestras miserias deben convencernos de que la victoria sobre las mismas no es obra fundamentalmente nuestra sino de la gracia divina. Sólo no podemos. Es a Dios a quien debemos pedirle que nos salve, que nos cure, que nos redima. Si Dios no hace crecer la planta es inútil todo esfuerzo humano. Somos hijos del pecado desde nuestra juventud. Sólo Dios pude salvarnos.

Junto a esta esperanza de salvación de parte de Dios, la Misericordia divina exige nuestro esfuerzo para no ser fáciles en este alejarnos con frecuencia de la casa del Padre. Hay que luchar incansablemente para vivir siempre ahí, para estar siempre con Él, para defender por todos los medios la amistad con Dios. El pecado habitual o el vivir habitualmente en pecado no puede ser algo normal en nosotros, y menos el pensar que al fin y al cabo como Dios es tan bueno... Estaremos siempre en condiciones o en posibilidades de invocar el perdón y la misericordia divina?

No olvidemos que como la pecadora siempre tenemos la gran baza y ayuda de la confesión. Ella hizo una confesión pública de sus pecados, manifestó su profundo arrepentimiento, demostró su propósito de enmienda. Al final Cristo la absolvió. La confesión es fundamental para el perdón de los pecados. Más aún, es necesaria la confesión frecuente, humilde, confiada. Como otras muchas cosas, sólo a Dios se le ha podido ocurrir este sacramento de la misericordia y del perdón. No acercarse a la confesión con frecuencia es una temeridad. Tenemos demasiado fácil el regreso a Dios.


3-13. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

1 Cor 15, 1-11
Salmo responsorial: 117
Lc 7,36-50: Sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado

Me pregunto qué ocurriría si, con ocasión de un banquete al que hubiera sido invitado un obispo, una prostituta se le acercase para agasajarlo. Me imagino los rostros escandalizados de toda la “gente de bien”. El obispo -tal vez, entrecortado y nervioso-, miraría de reojo a su alrededor, sin saber cómo reaccionar para evitar el escándalo de los presentes. Con sonrisa complaciente, gesto conciliador y resignado –“también las prostitutas son hijas de Dios”, diría- desearía que pasase aquel mal momento, pidiendo al Altísimo que los periodistas no filmaran la escena. ¿Y qué sucedería si el obispo respondiera, de modo inesperado y poco habitual, invitando a la mujer a palacio para comer y hablar con ella? Esto sería más escandaloso aún. Los presentes no sabrían cómo encajar tan provocadora actitud. Seguramente, para la mayoría de los cristianos, aquel obispo dejaría mucho que desear a partir de entonces.

Cómo actuó Jesús en un caso semejante nos lo cuenta el evangelio de hoy, en el que se pone de relieve el contraste entre la actitud de un hombre, fariseo, con nombre propio, Simón, y “cierta” mujer, sin nombre, reconocida en el pueblo como pecadora, no necesariamente prostituta, pues bastaba con ser esposa de un recaudador de impuestos para ser designada como tal. El lector espera que sea Simón el que salga purificado del encuentro con Jesús y no la mujer, de la que poco se puede esperar, a no ser quedar impuro o manchado con su trato. Esta mujer pudo entrar en la sala del banquete porque era costumbre que los no invitados pudieran hacerlo para mirar, deleitarse con el espectáculo y conversar con los comensales, aunque llama la atención que entrase en casa de un fariseo; tal vez éste no fuese de los más estrictos e intransigentes que rechazaban todo trato con la gente pecadora. Al ver que Jesús se deja tocar por la mujer, ni el fariseo ni los comensales se atreven a criticarlo de viva voz; el fariseo lo piensa por dentro, no reconociendo a Jesús como profeta, sino solamente como maestro; los comensales se extrañan de que un hombre pueda perdonar los pecados, cosa que solo Dios puede hacer. Y, mientras nadie ve valor alguno en aquella mujer, Jesús -que la mira con buenos ojos- descubre la grandeza de su corazón, su fe y su agradecimiento. Su comportamiento contrasta con el de Simón que no ha cumplido ni siquiera con los deberes de cortesía para con su huésped. Si Simón no le dio agua para los pies, ella se los riega con lágrimas y se los seca con sus cabellos. Si Simón no le mostró su amistad besándolo, ella le besa los pies sin parar; si Simón no le ha echado ungüento en la cabeza, ella le unge los pies con perfume, símbolo del amor. La “pecadora” sabe con quién está; tal vez Simón no se ha dado cuenta; para éste, Jesús es sólo un maestro, de dudoso comportamiento, pero no un profeta, capaz de dar vida. A la mujer, Jesús le perdona sus pecados, por cierto muchos, porque los ha reconocido; el fariseo, que se considera justo y ha olvidado la cortesía más elemental, es también pecador, pero no se reconoce como tal, y no puede tener la experiencia de recibir el perdón de Dios. Ambos son deudores a quienes se ha hecho “gracia” de una deuda inmensa (500/ 50 denarios) que nunca hubieran podido saldar. Pero solamente sale justificada del encuentro con Jesús la que, porque pecó más, mostró más agradecimiento. Este relato nos muestra una vez más la imagen de un Jesús que defiende a quienes la sociedad rechaza; que denuncia la hipocresía de quienes se sienten seguros de sí mismos y, tal vez, tienen por dentro más corrupción que los “oficialmente corruptos”. Y es que, como he leído. “la verdadera casa de Dios no huele a incienso, sino a sudor y perfume de prostitutas”.


3-14.

Comentario: Rev. D. Ferran Jarabo i Carbonell (Agullana-Girona, España)

«Tu fe te ha salvado. Vete en paz»

Hoy, el Evangelio nos llama a estar atentos al perdón que el Señor nos ofrece: «Tus pecados quedan perdonados» (Lc 7,48). Es preciso que los cristianos recordemos dos cosas: que debemos perdonar sin juzgar a la persona y que hemos de amar mucho porque hemos sido perdonados gratuitamente por Dios. Hay como un doble movimiento: el perdón recibido y el perdón amoroso que debemos dar.

«Cuando alguien os insulte, no le echéis la culpa, echádsela al demonio en todo caso, que le hace insultar, y descargad en él toda vuestra ira; en cambio, compadeced al desgraciado que obra lo que el diablo le hace obrar» (San Juan Crisóstomo). No se debe juzgar a la persona sino reprobar el acto malo. La persona es objeto continuado del amor del Señor, son los actos los que nos alejan de Dios. Nosotros, pues, hemos de estar siempre dispuestos a perdonar, acoger y amar a la persona, pero a rechazar aquellos actos contrarios al amor de Dios.

«Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano ha de ser piedra viva» (Catecismo de la Iglesia, n. 1487). A través del Sacramento de la Penitencia la persona tiene la posibilidad y la oportunidad de rehacer su relación con Dios y con toda la Iglesia. La respuesta al perdón recibido sólo puede ser el amor. La recuperación de la gracia y la reconciliación ha de conducirnos a amar con un amor divinizado. ¡Somos llamados a amar como Dios ama!

Preguntémonos hoy especialmente si nos damos cuenta de la grandeza del perdón de Dios, si somos de aquellos que aman a la persona y luchan contra el pecado y, finalmente, si acudimos confiadamente al Sacramento de la Reconciliación. Todo lo podemos con el auxilio de Dios. Que nuestra oración humilde nos ayude.


3-15.

“Tocamos la flauta y no han bailado; entonamos canciones tristes y no han llorado”

(Lc 7, 31-35)

En aquel tiempo, Jesús dijo: «¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?

En el Deuteronomio, leemos como Moisés le habla al Pueblo de Israel diciéndole: (Dt 32 4-5) (4) El es un Dios fiel, en quien no hay iniquidad; es justo y recto. (5) La Corrupción no es suya; de sus hijos es la mancha, Generación torcida y perversa. (Dt 19-20) (19)"Jehovah lo vio, e indignado Desdeñó a sus hijos y a sus hijas. (20) Entonces dijo: 'Esconderé de ellos mi rostro, y veré Cuál Será su final; porque son una Generación perversa, hijos en quienes no hay fidelidad. Todo esto refiriéndose a un grupo humano que no esta siendo leal con Dios.

Siempre que queremos identificar a un conjunto de personas que, por haber nacido en fechas próximas y haber recibido una educación o una influencia social semejante, comportan de una forma parecida o comparten características comunes, nos referimos a una Generación, Moisés se esta refiriendo a un grupo humano determinado el pueblo Israelita, y en este caso Jesús, también, se esta dirigiendo a un grupo especifico.

Jesús dice: Se parecen a esos niños que se sientan a jugar en la plaza, y se gritan unos a otros: “Tocamos la flauta y no han bailado; entonamos canciones tristes y no han llorado”.

El ejemplo de los niños que juegan en la plaza, en el que un grupo de ellos propone un juego, en este caso alegre, como tocar la flauta, y pasarlo bien, entonces hay un grupo que le impide ese rato de felicidad, entonces proponen un juego algo mas serio, como cantar lamentaciones, y de igual forma le boicotean la proposición, (no han bailado y no han llorado), muestra esa típica actitud del refrán del perro del hortelano, que no come el ni deja que coma el amo. Esa es la actitud de la generación a la que refiere Jesús, grupo humano, torcido, que tiene mucha maldad, o que hace daño intencionadamente.

Jesús dice: Porque vino Juan el Bautista, que no comía ni bebía, y dijeron: “Ese está endemoniado”. Y viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tienen a un comilón y a un borracho, amigo de los recaudadores de impuestos y pecadores”. Sin embargo, los amigos de la Sabiduría le han dado la razón».

Jesús está calificando a los que pertenecen un cierto grupo humano de la sociedad Judía, al igual que Moisés, de Generación desleal, de no hacer caso con ninguno de los enviados de Dios, como en este caso de Juan Bautista, o el Hijo del Hombre, el propósito es no creer en ninguno de los dos, especialmente porque lo que hacen y la forma de vida de ambos, los denuncia y los perturba y les compromete su estabilidad en la sociedad.

Así esta también el mundo hoy, interpretando mal y torcidamente muchas cosas, sospechando hasta de lo bueno, siempre viendo lo que no es, y no dejando que los hombres buenos puedan acreditarse ante los ojos de los hombres como tales, y buscan todas las formas de desacreditar a cualquiera que les haga sombra.

El Evangelio nos pide incansablemente que no desconfiemos de lo bueno que viene del Señor, es una falta de lealtad con lo que El nos envía, también nos pide que es necesario pensar bien de todos, y si no se pueden justificar los actos, al menos hacerlo con las intenciones, ¿Por qué siempre hemos de pensar mal de alguien?, ¿Por qué Juzgamos a las personas porque tienen una forma diferente de pensar?, ¿Quién nos ha constituido en jueces de nuestros hermanos?, eso es algo que se ha reservado Dios para si mismos y no somos participes de eso.

Para juzgar a cualquiera es preciso conocer a la persona, conocer el acto y las intenciones, y en particular lo que haya ya hecho.

Siempre será más prudente y mejor abstenerse de emitir juicios sobre los actos de nuestro prójimo.

Reiterando el Evangelio: Y viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tienen a un comilón y a un borracho, amigo de los recaudadores de impuestos y pecadores”.

Jesús vino para salvar a los hombres, por eso ha querido parecerse y guardar semejanza al hombre, en todo, menos en el pecado. Jesús comía, bebía, y participaba de las actividades de los hombres, y además de las cosa impuestas por Dios, como por ejemplo del ayuno y luego alimentarse, como nuestra actitud como ser humano, con todas nuestras necesidades, de comer, beber, dormir, descansar, reírnos, bailar, trabajar y todas las obligaciones de nuestra sociedad, no por eso se van ha interpretar mal y si lo hace, recordemos que con quien tenemos obligación es con Dios.

Dice el Señor: “Que el que es sencillo todo lo juzga con sencillez, que de la abundancia del corazón habla la boca, que el que tiene limpio el corazón tiene limpio los ojos y con ojos limpio todo se mira con limpieza y rectitud”


3-16. Jueves, 16 de setiembre del 2004

Esto es lo que predicamos, y esto es lo que ustedes han creído

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 1-11

Hermanos:

Les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano.

Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y despues a los Doce. Luego se apareció a mas de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto.

Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya, que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de. Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 117, 1-2. 16-17. 28

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno!

¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor! R.

La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.

Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias;
Dios mío, yo te glorifico. R.

EVANGELIO

Sus numerosos pecados le han sido perdonados
porque ha demostrado mucho amor

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 36-50

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de Él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!»

Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro», respondió él.

«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó ambos la deuda..¿Cuál de los dos lo amará más:»

Simón contesto: «Pienso que aquel a quIen perdono más».

Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco demuestra poco amor».

Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados».

Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Palabra del Señor.

Reflexión:

1Cor. 15, 1-11. No todo acaba con la muerte; sólo pasamos a una nueva dimensión; termina nuestra dimensión temporal y se inicia la dimensión de eternidad; dejamos de ser visibles y comenzamos a ser invisibles. Y la salvación no es sólo para nuestra alma, es el hombre completo el que alcanza su plena realización en Cristo. Él ha muerto por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día y nos dio numerosas pruebas de que estaba vivo. Los que creemos en Él, a Él hemos unido nuestra vida como se unen la Cabeza y los Miembros. Hechos uno con Cristo no podremos ser abandonados a la muerte, sino que viviremos eternamente glorificados junto con Cristo. Este Evangelio es el que anuncia la Iglesia; y no lo hace titubeando en su fe, sino con la certeza que nos da lo acaecido en Cristo Jesús, Señor nuestro, cuya Vida y cuyo Espíritu también son nuestros desde el día en que fuimos bautizados en su Nombre. No centremos nuestra fe sólo en el culto que le tributamos a Dios; vivámosla experimentando en nosotros la vida de Dios para que, al anunciar a Cristo, no hagamos relecturas de su Evangelio, sino que lo proclamemos desde nuestra fe, que nos hace ser hombres de esperanza, esperanza en un mundo renovado eternamente en el Señor.

Sal. 118 (117). Damos gracias a Cristo Jesús, que es nuestro Señor, porque nos ha unido a Él, haciéndonos participar de su Victoria sobre el pecado y la muerte. Por eso tenemos la esperanza cierta de que no moriremos, sino que viviremos para alabar a Dios eternamente; pero mientras dura nuestra peregrinación por ese mundo contaremos a todos lo misericordioso que el Señor ha sido para con nosotros. ¿Acaso no hemos experimentado el amor misericordioso de Dios? Por eso vivamos con un corazón agradecido que nos lleve a convertir toda nuestra vida en una continua alabanza a su Santo Nombre. Sea Él bendito por siempre.

Lc. 7, 36-50. En Jesús Dios no sólo ha visitado a su Pueblo, sino que nos ha traído el perdón de nuestros pecados, la salvación, la paz y la vida eterna. Quien crea en Él recibirá de Él todos estos dones y podrá ir en paz, libre de todas estas ataduras que oprimían su vida. ¿Quién de nosotros no tiene pecado? Y a pesar de todo Dios ha salido a nuestro encuentro para reconciliarnos con Él y con nuestro prójimo. Por eso no basta con escuchar con atención la Palabra de Dios y meditarla en nuestro corazón; es necesario que se inicie un serio proceso de conversión en nosotros que nos lleve a confesarle a Cristo nuestros pecados y nuestro amor para que Él haga su morada en nosotros, y así toda nuestra vida se convierta en una continua ofrenda de suave aroma en honor del Señor. Dichosos nosotros que tenemos tal Redentor. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

Hoy nos presentamos ante el Señor, que nos ha convocado para sentarnos a su Mesa para que, junto con Él, celebremos su Misterio Pascual. Dios conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Y nosotros, sabiendo que somos pecadores, tal vez lo único que podamos decirle, junto con el Apóstol Pedro será: Señor, Tú lo sabes todo; Tú bien sabes que te quiero. No venimos ante el Señor trayendo sólo nuestras súplicas. Antes que nada le ofrecemos nuestra vida misma, para que Él, tomándola entre sus manos, nos santifique, para que, junto con Él, seamos una ofrenda pura para nuestro Dios y Padre. Que el Misterio Pascual de Cristo nos purifique de nuestros pecados y nos dé nueva vida para que seamos una Criatura Nueva en el Señor, teniendo un corazón nuevo y un Espíritu Nuevo. Que estos Dones, venidos de Dios, los hagamos nuestros al participar de este Banquete de la nueva y eterna Alianza entre Dios y nosotros.

Esta nueva y eterna Alianza entre Dios y nosotros nos ha de llevar a vivir con lealtad nuestro compromiso de ser hijos de Dios, ya que Él se ha comprometido en ser nuestro Padre, por nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo. Habiendo experimentado el amor de Dios, que ha sido misericordioso para con nosotros, recibiéndonos como a sus hijos amadísimos, no podemos nosotros ponernos a juzgar a nuestro prójimo, por muy pecador que sea. No dudemos que Dios conoce hasta lo más profundo de lo que hay en el hombre. Él bien sabe que somos pecadores, y que en algunos el pecado ha causado grandes destrozos. Pero a pesar de esos grandes deterioros Él no ha dejado de amarnos; y ha venido no a condenarnos sino a salvarnos, pues quiere que todos nos salvemos y lleguemos al pleno conocimiento de la Verdad. Y esta Misión del Evangelio convertido en Misericordia activa a favor nuestro por medio de Cristo Jesús, es la misma Misión que el Resucitado ha confiado a su Iglesia. Por eso a nadie despreciemos, a nadie critiquemos, a nadie marginemos a causa de su pecado. Más bien cumplamos con gran amor la Misión que el Señor nos confió de salir en busca del pecador, de la oveja descarriada, para ayudarle a volver a la Casa Paterna y a la comunión fraterna.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber vivir como verdaderos hermanos e hijos de Dios, buscando, así, hacer realidad el amor salvador de Dios entre nosotros. Amén.

Homiliacatolica.com


3-17. 24ª Semana. Jueves

Uno de los fariseos le rogaba que comiera con él; y entrando en casa del fariseo se sentó a la mesa. Y he aquí que había en la ciudad una mujer pecadora que, al enterarse que estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro con perfume, se puso detrás a sus pies llorando y comenzó a bañarlos con sus lágrimas, los enjugaba con sus cabellos, los besaba y los ungía con el perfume.

Viendo esto el fariseo que lo había invitado, decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría con certeza quién y qué clase de mujer es la que le toca: que es una pecadora». Jesús tomó la palabra y dijo: «Simón, tengo que decirte una cosa». Y él contestó: «Maestro, di». «Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. No teniendo éstos con qué pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más?». Simón contestó: «Estimo que aquel a quien perdonó más». Entonces Jesús le dijo: «Has juzgado con rectitud». Y vuelto hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; ella en cambio ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso; pero ella, desde que entré no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella en cambio ha ungido mis pies con perfume.

Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Aquel a quien menos se perdona menos ama». Entonces le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Y los convidados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? ». Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lc 7, 36-50)


I. Jesús, perdonas los pecados de esa mujer pecadora porque ha demostrado su amor y su dolor con hechos concretos. Además, no tiene vergüenza para manifestar públicamente su conversión, como público era también su pecado. Tú conocías su arrepentimiento antes de que viniera a la casa de Simón, pero esperas a que lo manifieste en tu presencia antes de perdonarla.

Jesús, algunos piensan que se pueden confesar «directamente» contigo, sin necesidad de manifestar su arrepentimiento en la confesión. Pero Tú, que eres el que perdonas, tienes el derecho de establecer el procedimiento para perdonar. Y para ello has instituido el Sacramento de la Penitencia. Además, como cristianos, al pecar ofendemos también a la Iglesia, y es justo que sea uno de sus ministros el que, en tu nombre, tenga la capacidad de borrar ambas culpas.

Al hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que atares en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos»[9].

II. No te preocupen esas contradicciones, esas habladurías: ciertamente trabajamos en una labor divina, pero somos hombres... Y resulta lógico que, al andar, levantemos el polvo del camino.

Eso que te molesta, que te hiere.... aprovéchalo para tu purificación y, si es preciso, para rectificar [10].

Jesús, Simón no es sincero contigo: está juzgando torcidamente en su interior, mientras por fuera te ofrece amablemente un banquete. Es la actitud propia del soberbio que se cree por encima, en posesión de la verdad. No juzguéis y no seréis juzgados [11], me recuerdas. Si veo alguna falta, en vez de murmurar, lo que debo hacer es comentársela a esa persona con intención de ayudar, como Tú hiciste con Simón: le comentaste todas sus faltas de delicadeza sin amargura, sin enfado, con amabilidad.

Jesús, no me puede extrañar que, si me decido a vivir en serio mi vida cristiana, alguna gente a mi alrededor pensará -y hablará- mal de mí.

Sencillamente, no todos entienden el camino de santidad en medio del mundo: una lucha personal, interior, sin hacer cosas raras. Que no me preocupe si no entienden. Esas contradicciones me sirven para mi purificación y, si es preciso, para rectificar.

[9] Catecismo, 1444.
[10] Surco, 908.
[11] Lc 6, 37.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-18. La pecadora arrepentida

Fuente: Catholic.net
Autor: Misael Cisneros

Reflexión

Cada hombre vale lo que puede valer su amor. El amor, lo dijo alguien hace muchos siglos, no tiene precio. Se atribuye al rey Salomón esta frase: “Si alguien quisiese comprar todo el amor con todas sus riquezas se haría el más despreciable entre los hombres”. Un empresario multimillonario puede comprar las acciones de muchas empresas más débiles que la suya, pero no puede lograr, con todos sus miles de millones de dólares, comprar la sonrisa amorosa de su esposa o de sus hijos. Y si el amor es algo inapreciable, si vale más que todos los diamantes de Sudáfrica, vale mucho más la persona, cada hombre o mujer, capaces de amar.

Por eso podemos decir que cuesta mucho, muchísimo, casi una cifra infinita de dólares, cada ser humano. Mejor aún: tiene un precio que sólo se puede comprender cuando entramos en la lógica del “banco del amor”, cuando aprendemos a mirar a los demás con los ojos de quien descubre que todos nacemos y vivimos si nos sostiene el amor de los otros, y que nuestra vida es imposible el día en que nos dejen de amar y en el que nos olvidemos de amar.

¿Quieres saber cuánto vales? No cuentes lo que tienes. Mira solamente si te aman y si amas, como esta mujer pecadora que amaba a Cristo y Cristo la amaba porque sabía que le daba no sólo un valioso perfume sobre sus pies, sino un valioso amor que vale más que todas las riquezas del fariseo. El fariseo dejaba de lado a todos aquellos que él consideraba pecadores pero no sabía que en el corazón de Cristo no hay apartados. Él ama a todos los hombres y espera ser correspondido por cada uno de ellos. De igual forma en nuestra vida, amemos a los hombres sin considerar su fealdad o belleza, su condición social o sus defectos.


3-19.

"Tus pecados te son perdonados"

(Lc 7, 36-50)

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él

Esto es un miembro del pueblo judío, que caracterizada por su rigor y austeridad en el cumplimiento de la letra de la ley y en la atención a los aspectos externos de los preceptos religiosos, también conocido hoy por nosotros como un hipócrita, especialmente en lo religioso o en lo moral ha invitado a Jesús.

Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.

Seguramente por ser una invitado tan especial, este fariseo de nombre conocido, Simón, había invitado a mucho otros amigos, y Jesús se debe haber sentado a la mesa donde habrían otros comensales, sumemos a esto la mujeres de la cocina y los sirvientes

Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume.

Como se enteró, porque supo que estaría Jesús, y cual fue el interés de ir hasta allí y como entró a la casa del fariseo, demuestra lo importante de la comida y del invitado, quizás, los vecinos se agruparon a la puerta para ver pasar y esperar ver entrar al invitado y en ese minuto ella pudo entrar a la casa, porque le hacia ilusión acercarse a Jesús.

Estamos frente a un hecho que hoy tendría una resonancia y divulgación tendenciosa, alguien podría decir, sobre la libertad de que entrara una prostituta a una comida, y se presenta con una frasco de perfume.

Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.

Esta actitud de esta mujer debe haber causado asombro no solo del fariseo anfitrión, también de lo invitados, que seguramente al verla se estaban escandalizando, y muy asombrado por el comportamiento tan respetuoso y amoroso de Jesús con la pecadora.

Seguramente la pecadora sentía la mirada quemante de los fariseos, y la sedante, amorosa y pacificadora de Jesús.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!".

Este hecho revela que el fariseo tenía bien identificada a la mujer, sabia que tipo de persona era, y también demuestra que todo hombre o mujer puede acercarse con confianza a Jesús, todo pecador es recibido por Cristo.

Al ver que Jesús se deja tocar por la mujer, ni el fariseo ni los comensales se atreven a criticarlo de viva voz; el fariseo lo piensa por dentro, no reconociendo a Jesús como profeta, sino solamente como maestro

Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro", respondió él. "Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?". Simón contestó: "Pienso que aquél a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien".

Jesús le llama Simón, por su nombre, pero a la pecadora pasa a ser “cierta mujer”, sin nombre, pero reconocida en el pueblo como pecadora, pero dejemos en claro que no necesariamente ha de ser prostituta, pues bastaba con ser esposa de un recaudador de impuestos para ser designada como tal, también esta mujer pudo entrar en al comedor, porque era costumbre que los no invitados pudieran hacerlo para mirar, lo que llama la atención que entrase en casa de un fariseo, eso significaría que este no fuese de los más estrictos e intransigentes que rechazaban todo trato con la gente pecadora.

Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer?". Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.

Si Simón no le dio agua para los pies, ella se los riega con lágrimas y se los seca con sus cabellos. Si Simón no le mostró su amistad besándolo, ella le besa los pies sin parar; si Simón no le ha echado ungüento en la cabeza, ella le unge los pies con perfume, símbolo del amor. La “pecadora” sabe con quién está; tal vez Simón no se ha dado cuenta; para éste, Jesús es sólo un maestro, de dudoso comportamiento, pero no un profeta, capaz de dar vida.

Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados". Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?". Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz".

Nos damos cuenta como Jesús esta con todos los rechazados de esta sociedad, y aprendemos también todo lo que se puede lograr con el amor, el amor salva, libera, el amor a Jesús eleva, y el amor de Jesús, purifica de todas las manchas, un amor que perdona todas las culpas y lo pecados y borra todas las faltas, es el amor de Dios.

Este Evangelio nos enseña que no debemos avergonzarnos de llorar nuestros pecados y nuestras faltas, nos hace ver que no debemos tener inconveniente en arrepentirnos, y que podemos acercarnos como pecadores con toda confianza a Jesús.

La pecadora debe haber clavado su mirada en Jesús, implorando su misericordia, reconociendo sus pecados, confiada totalmente en Jesús, y a esa mirada, Jesús responde con la suya, que esta llena de compasión y comprensión, respondiendo "Tus pecados te son perdonados"

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


3-20. DOMINICOS 2004

La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primera carta de san Pablo a los corintios 15,1-11:
Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé. De lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe.

Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto:

Que Cristo murió por nuestros pecados..., que fue sepultado y que resucitó al tercer día..., que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce..., que después se apareció a más de quinientos y que, por último, como a un aborto, se me apareció también a mi...”

Evangelio según san Lucas 7, 36-50:
“Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús aceptó, y entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa.

Una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y colocándose detrás, junto a sus pies llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, y a enjugárselos con sus cabellos... Jesús le dijo:

Tus pecados están perdonados.

Los demás convidados empezaron a decir entre sí. ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz”

Reflexión para este día
Un fariseo, una cena, una mujer arrepentida, y muchos que no entienden.
Es para bendecir a Dios el que contemos en nuestra vida, lectura de la Palabra, y transmisión del mensaje de Cristo, con páginas como la que hoy nos ofrece el Evangelio. Su realismo es impresionante:

Hay un fariseo que invita a Jesús y quiere sondear su intimidad, pero que luego no entiende bien al señor y su mensaje. Hay una mujer pecadora que se deseara, rompe protocolos y ofrece grandes signos de amor, dolor y arrepentimiento. Y hay un Maestro que deslumbra con sus palabras: Mujer, tu fe te ha salvado; estás perdonada; vete en paz y ama limpiamente.


3.21. CLARETIANOS 2004

Queridos hermanos y hermanas,

Jesús es el maestro de los contrastes. Y Lucas un experto en ponerlos de relieve. En el evangelio de hoy aparecen dos amigos de Jesús: uno, varón, con nombre propio (Simón); otro, mujer, sin nombre (conocida como “pecadora”). A partir de esta primera caracterización podemos ir construyendo una lista de contrates:

El fariseo Simón invita a Jesús a su casa, pero no lo toca, mantiene las distancias de seguridad. Admira a Jesús, pero no sabe bien quién es (“si fuera profeta”) y no acaba de fiarse. Procura ser cortés, pero se mantiene en su posición, no se entrega.

La mujer pecadora da el primer paso: se introduce en la casa. Besa y unge a Jesús con perfume y lágrimas. No pierde el tiempo en averiguar “quién es”: se entrega sin condiciones. No justifica su conducta. Deja que fluyan las lágrimas. No pronuncia palabra. Su cuerpo entero se hace palabra.

¿Es necesario cavilar mucho para saltar a la arena de nuestra propia vida? El inextinguible fariseo que llevamos dentro no para de hacer preguntas para retrasar el momento de la rendición y la entrega. Puede que presumamos de ser despiertos y buscadores. Pero la mayor parte de las veces somos solo cobardes. Menos preguntas y más donación. Menos sospechas y más lágrimas. Entonces la luz llega.

Vuestro hermano en la fe:
Gonzalo Fernández, cmf. (gonzalo@claret.org)


3-22. Jesús y la pecadora arrepentida

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

Un Papa y un Doctor de la Iglesia como San Gregorio Magno decía que le daban ganas de llorar cada vez que leía en el Evangelio la historia de la prostituta del lago. Una pobrecita que había caído muy hondo, pero que era una estupenda mujer y ha sabido ganarse los corazones a puñados... Es Lucas quien nos cuenta en su Evangelio la escena conmovedora.

Jesús predica por todos los pueblos que rodean el lago de Genesaret. Entre los que le escuchan, se mete una mujer pecadora, y pecadora en aquel entonces era la que se había tirado a la calle... Todos la conocen, y los fariseos la deprecian. Por eso va a ser hoy grande el escándalo cuando la vean hacer lo que ella trama en sus adentros. Oye a Jesús. Se enternece. Adivina en el Maestro de Nazaret a alguien que es más que un profeta. La fe y el amor la están empujando misteriosamente.

Y al fin, se decide a hacer lo que le inspira un secreto amor al que ya considera su Salvador:
- ¡Yo tengo que hablar con Jesús! ¡Éste es el Enviado de Dios que esperamos, y Él puede hacerme acabar con esta mi vida tan miserable! ¡A ver dónde y cómo me puedo llegar hasta Jesús!...

Y ve que el importante fariseo Simón se acerca a Jesús, le invita a comer en su casa, y que Jesús acepta de buen grado.
- ¡Esta es la mía! A casa de Simón que voy, aunque me maten esos santurrones de los fariseos.

Y a mitad del convite se presenta en la puerta del festín. Lleva escondido en un pañuelo de lino un frasco de perfume costoso en el que ha echado los ahorros de su vida. La inmundicia del pecado se va a convertir en aroma de cielo.

Observa dónde está recostado Jesús, se acerca por detrás, no dice una palabra, rompe a llorar, quiebra el pomo de alabastro, lo derrama sobre los pies de Jesús, se suelta su larga cabellera y empieza a enjugar los pies divinos del Maestro. Los pensamientos de todos vuelan demasiado lejos y son temerarios y malos de verdad. Empezando por los del dueño, como nos refiere el Evangelio:
- Si este Jesús fuera el profeta que dicen, sabría bien quién es la mujer que le está tocando: ¡una pecadora! Lo he invitado para conocerlo de cerca, y qué bien que me ha salido la prueba. ¡Este Jesús no es ningún profeta!...

Pero ahora Jesús le va a demostrar que es un profeta de verdad.
- Oye, Simón, tengo que proponerte una cuestión.
- ¡Dí, Maestro, dí!
- Mira, un acreedor tenía dos deudores. El uno le debía como cincuenta dólares y el otro quinientos. Como ni uno ni otro tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién crees tú que le querrá más y le estará más agradecido?
- ¡Toma! Pues el de los quinientos. Eso es claro.
- ¡Muy bien pensado!
Pero aquí le esperaba Jesús para sacarle todo a relucir.
- ¿Ves esta mujer? Al llegar a tu casa no me has lavado los pies, polvorientos del camino, y ella me los ha lavado con lágrimas y enjugado con sus cabellos.

Cuando yo he entrado aquí, no me has saludado con el beso de paz, mientras que ésta, desde que ha entrado, no ha dejado de besar mis pies. Tú no me has ungido la cabeza como a huésped invitado, mientras que ella ha derramado todo el perfume sobre mis pies.

Jesús le va sacando al anfitrión todas las faltas de educación que ha cometido --todos esos detalles que no faltan con cualquier invitado distinguido-- y ahora le añade esas palabras que han arrancado después tanto amor y tanta generosidad de muchos corazones:
- Por eso te digo: se le perdonan todos sus muchos pecados porque me ha amado mucho.
Y volviéndose a la mujer, que no ha dicho una palabra, pero que le ha abierto y dado todo su hermoso corazón:
- Mujer, tu fe te ha salvado, ¡vete en paz!...

Un perdón incondicional, preparado por la fe, producido por el amor, y confirmado por Dios con una paz inmensa.

Esto es lo que resalta de manera tan deslumbrante en este pasaje de la pecadora, uno de los más bellos y enternecedores de todo el Evangelio: el valor inmenso del amor.

La pobre prostituta trae muchas culpas encima, pero trae mucho más amor que pecados. Y las infidelidades no significan nada en el corazón que ama. Lo malo es que no haya amor, pues entonces no hay nada que hacer, ya que el corazón frío no se rinde nunca.

Por otra parte, esas culpas se echan en el Corazón de Cristo, lo cual es arrojar una gota de agua en una ardiente hoguera.

Hay pasajes del Evangelio que es mejor escucharlos y no comentarlos, si no queremos echarlos a perder. Y éste es uno de ellos, y como pocos. Sólo su recuerdo es la mejor lección. Al fin y al cabo, ésta es la única penitencia que pone Jesús a los pecadores que se acercan a Él, preguntarles como a Pedro después de sus estrepitosas negaciones:
- ¿Me amas? ¿Sí?... Pues, tengo bastante. De lo demás, no te preocupes...

Éste es Jesús. Éste es nuestro Jesús. ¿A qué podemos tener miedo?...