MIÉRCOLES DE LA SEMANA 23ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Col 3, 1-11

1-1.

-Hermanos, habéis resucitado con Cristo.

Pablo creó un término. El participio «resucitado», en griego permanece indisolublemente ligado a la preposición «con» como si Pablo quisiera que experimentáramos físicamente hasta qué punto nuestra suerte está ligada a la de Jesús.

Cuando Jesús resucitó yo estaba como incluido «en El», yo resucitaba con El. Notemos que Pablo utiliza un verbo en pasado: mi resurrección ya está realizada en la de Jesús.

-Así pues buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.

Haber ya resucitado no es solamente un hermoso sueño irreal.

¡Esto «trae consigo» todo un estilo de vida, toda una «búsqueda», una «tensión» hacia lo alto!

La vida de resucitado es una vida dinámica, una exultación de vitalidad, cuya potencia y grandeza reducen todos los bienes de la tierra a su proporción infinitesimal en relación a este esencial.

Señor, ayúdame a apreciar cada cosa en su justo valor, con ese criterio de la eternidad de vida... en la que ya he entrado en Jesús.

-En efecto, habéis muerto con Cristo...

Hay también aquí un término compuesto: ¡"muertos con" Jesús! Así pues los dos grandes acontecimientos históricos vividos por Jesús, los ha vivido para nosotros, con nosotros en El.

Jesús vivió mi muerte. Jesús vivió mi resurrección.

El Bautismo me ha hecho participar de esos dos actos de su vida.

-Y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.

Nada ha cambiado aparentemente en un cristiano, con relación a los demás hombres. Y sin embargo, en la banalidad y oscuridad cotidiana, un esplendor divino yace escondido.

-Cuando aparezca Cristo, vuestra vida...

¡Cristo mi vida! Señor, ayúdame a ser más consciente.

-Entonces también vosotros apareceréis gloriosos con El.

Es la cuarta vez en pocas líneas que se repite esta expresión: «con El», «con Cristo». Y adivinamos que, para Pablo, no se trata solamente de un compañerismo, de una proximidad por estrecha que esta sea. Se trata en efecto de que Jesús y yo formamos ¡un solo ser!

Estoy escondido, vivo, en el cielo. El cielo ya ha empezado. Simplemente, un día, eso aparecerá claramente. Pero ya existe, si quiero consentir en ello.

-Por lo tanto, extirpad lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos.

Los altos vuelos místicos precedentes no impiden a san Pablo tocar de pies al suelo.

Cólera, ira, maledicencia, insultos, palabras groseras, mentira: despojaos del hombre viejo que hay en vosotros...

Vivir por adelantado en el cielo, es también crear un pequeño paraíso a nuestro alrededor, para los demás.

-Revestíos del hombre nuevo que por el conocimiento se va renovando a imagen de su Creador... No hay más que Cristo que lo es todo, en todos.

Abandonarme. Dios me está creando. Modela en mí la imagen de Cristo. Señor, que esté disponible a ello.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 276 s.


2.- 1Co 7, 25-31

2-1.

-Acerca del celibato, no tengo precepto especial del Señor, pero os doy mi consejo, como quien, por la misericordia del Señor, es digno de crédito.

En la sociedad de Corinto, como en la de hoy se cuestionaba sobre la sexualidad. La civilización griega de la época estaba en el más profundo desconcierto; se iba desde el desprecio del cuerpo y de la sexualidad... hasta la más total de las libertades. En esta confusión, Pablo defiende simultáneamente:

--la grandeza y la indisolubilidad del matrimonio.

--el valor del carisma de la continencia.

Pablo subraya que es su «parecer personal» lo que aconseja: se compromete netamente en una dirección precisa, haciendo constar que su consejo no tiene la misma autoridad absoluta que tienen muchas otras Palabras.

¿Tengo yo también esta humildad de no comprometer la autoridad doctrinal del Evangelio en asuntos que pertenecen a opciones personales, aunque importantes?

-Si te casas, no pecas. Si una joven se casa, no peca. No tienes mujer, no la busques. Si estás casado, no busques separarte de tu mujer.

Se trata pues a la vez de una justificación del matrimonio y del celibato. No hay que oponerlos uno a otro.

Si Pablo, en sus fórmulas, da a veces la impresión de menospreciar el matrimonio, es porque toma, aquí, una postura bastante nueva: Pablo quiere dar derecho de ciudadanía a un estado nuevo, el del celibato, al lado de un estado ya conocido y considerado, entonces, como única posibilidad: el matrimonio.

-Pienso pues que el celibato es cosa buena, dados los acontecimientos que se preparan... Hermanos debo decirlo: el tiempo es limitado.

La razón única que Pablo da aquí del celibato es que "el mundo es limitado, efímero": el cristiano no debe apegarse a nada como a un fin en sí que le absorba por entero.

-Porque la apariencia de este mundo pasa.

Está claro, Pablo vive ya en el futuro, en la eternidad: el mundo actual, para él, no es más que la preparación de nuestra vida definitiva. Nada es aquí durable, permanente. ¿Es normal ir rápidamente a lo que es esencial? Esto significa que los casados no deben olvidar encontrarse alguna vez solos ante Dios para pensar en lo esencial. Pero también significa que en la Iglesia hay la posibilidad de un carisma del celibato, que hace explícita la elección de «una vida por Dios».

-Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen.

Se trata, como decíamos hace un momento, de una invitación a la continencia incluso en el matrimonio. Una vez más: matrimonio y celibato son complementarios.

Según nuestro estado de vida, preguntémonos si, en nuestra vida de casados, o en nuestra vida de célibes, hemos hecho de veras una opción «por Dios»; si «la vida eterna» está presente en nuestras decisiones... Nada terrestre podemos usar con la avidez de un niño glotón.

Es ésta una formidable invitación, hecha a todos, para mantenernos dueños de nosotros mismos: cosas a las que damos mucha importancia son, de hecho, muy secundarias... ¿Sabemos dejar paso a lo esencial?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 276 s.


2-2. /1Co/07/25-40

Esta perícopa contiene una respuesta personal de Pablo a una pregunta de un grupo de jóvenes que, aun estando prometidos, han tomado la decisión de vivir como célibes (vv 36-38). Aunque no podemos afirmar que se trate de una institución, esta forma de vida fue conocida por Hermas y probablemente tuvo cierta difusión durante los primeros tiempos del cristianismo. Es importante recordar que el contexto histórico está marcado por la intensa expectación de la parusía del Señor, actitud que Pablo no sólo no critica, sino que la tiene muy presente tanto al responder a la pregunta de este grupo (26) como al dar otras recomendaciones a los cristianos, cualquiera que sea su estado (29).

El Apóstol da a este grupo de jóvenes una respuesta positiva en principio (26); pero les advierte que tal postura debe ser una opción libre y personalmente motivada (37-38), y no se le ocurre hacer de ella una norma de comportamiento (35) ni considerarla como una opción irrevocable (36). Más aún: Pablo quiere dejar bien claro que su alabanza no implica menospreciar a quien toma la opción contraria (28) ni a quien, llegado a un cierto punto, decide cambiar su decisión inicial (36).

Aunque a primera vista parezca lo contrario, esta perícopa contiene un pensamiento básico de Pablo que, además de ser fundamental, motiva la respuesta concreta a la cuestión del celibato y explica otras exhortaciones intercaladas. El deseo que expresa el Apóstol para todos los cristianos es doble: por una parte, que todos «se dediquen al Señor» viviendo con dignidad según el carisma recibido (35); por otra, que todos estén «libres de preocupaciones», de problemas que los puedan distraer del objetivo fundamental. Sabe muy bien que esto último es utópico; por eso formula una especie de actitud moral para todo cristiano: vivir cualquier estado y situación de nuestro mundo de manera que ninguno quede aprisionado. Es claro que la validez de este principio trasciende cualquier condicionamiento histórico.

A. R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 513 s.


3.- Lc 6, 20-26

3-1. DOMINGO 06C


3-2. BITS/Lc:

Las bienaventuranzas que hoy vamos a meditar son muy diferentes de las relatadas por san Mateo -ocho bienaventuranzas en san Mateo, cuatro en san Lucas- Mateo insiste en la pobreza "espiritual", actitud interior...

Lucas se dirige a pobres "reales", a la clase social de aquellos que son más pobres físicamente que los demás. Y esta insistencia particular de Lucas es aún reforzada por

- el anuncio de un cambio total de las situaciones...

- la oposición entre "bienaventuranzas" y "malaventuranzas" ...

Ese mensaje, netamente más "social" que el de Mateo, está completamente en la línea de todo el evangelio de Lucas -los primeros convertidos se reclutaron de hecho en las clases sociales menos favorecidas-.

Pero el mensaje más "místico" de Mateo no hay que contraponerlo al de Lucas. El pensamiento de Jesús debió comportar ambos sentidos.

La interpretación de las bienaventuranzas "según san Mateo", invita a todos los hombres, ricos o pobres, al desprendimiento espiritual y a la conversión del corazón...

La interpretación de las bienaventuranzas "según san Lucas" invita a todo los hombres, ricos o pobres, a transformar las estructuras de la sociedad para que haya menos gente desfavorecida...

-Dichosos, vosotros, los pobres, Dichosos los que ahora pasáis hambre, Dichosos los que ahora lloráis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres y os expulsen y os insulten y os desprecien.

Se trata pues de situaciones reales: "Vosotros, los pobres... Vosotros los que lloráis... Vosotros, los que tenéis hambre... Vosotros. Ios que sois despreciados..." Se trata, en efecto de circunstancias concretas, históricas: el adverbio "ahora" refuerza esa impresión. Jesús me invita pues a:

- en primer lugar, mirar mis propias miserias, mis pobrezas reales, mis hambres reales, mis llantos reales, los desprecios reales que he sufrido.

- en segundo lugar, mirar a mi alrededor esos mismos sectores de miseria, esos pobres, esos sufrientes, esos hambrientos, esos despreciados.

Dichosos... El reino de Dios es vuestro. Dichosos... Vosotros seréis saciados...

Dichosos... porque reiréis. Dichosos... porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Lucas marca netamente una antítesis entre el presente y el futuro:

"Vosotros, que ahora tenéis hambre, seréis saciados...

"Vosotros, que ahora lloráis, reiréis...

Pero notemos también que la "felicidad" prometida ya está aquí, es actual.

Dichosos... el reino de Dios es vuestro, desde hoy.

Dichosos... vuestra recompensa es grande en el cielo.

-Alegraos ese día y saltad de gozo...

Sí, ese día, a partir de hoy... aun en medio de la pobreza, de las dificultades cotidianas, de los sufrimientos... Jesús nos invita al gozo.

Un gozo que se expresa incluso exteriormente: "¡saltad de gozo!" Un día, durante la misa, vi a toda la asamblea que, habiendo captado bien ese pasaje de la Escritura, se puso a marcar el ritmo de su "Aleluya" con sus aplausos. "Alegraos y saltad de gozo", decía Jesús a los pobres.

Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque vais a pasar hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque tendréis aflicción y llanto! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Porque de ese modo trataron sus padres a los "falsos profetas".

Cuatro maldiciones que corresponden exactamente a las bendiciones precedentes.

Aquellos que el mundo estima...

Jesús desinfla su, por así decir, felicidad. La tierra no es el todo del hombre. El "tiempo" no es el todo... ¡Hay la eternidad!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 168 s.


3-3.

1. (Año I) Colosenses 3,1~11

a) Pablo sigue con su razonamiento de coherencia. Si los cristianos de Colosas son conscientes de que "han resucitado con Cristo", deben ser consecuentes y buscar "los bienes de allá arriba" y no los de este mundo.

En el orden del ser, el ontológico, ya ha sucedido -por el bautismo- que "habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios", y "habéis resucitado con Cristo", y "cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria".

Pero eso no sólo es una realidad futura. Ya desde ahora funciona esta unión con el misterio de muerte y resurrección de Cristo. Hay cosas a las que renunciar: "dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros". Pablo enumera una serie de situaciones pecaminosas: la fornicación, la codicia, la avaricia, ira, coraje, calumnias y groserías: "despojaos de la vieja condición humana, con sus obras". Algunos de estos ejemplos apuntan a las costumbres sexuales. Otros, a la caridad fraterna. Otros, a la avaricia del dinero, que es una idolatría.

Los cristianos, despojados del pecado, deben abrazar las obras de Cristo: "revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador". Según esta nueva condición, "no hay distinción entre judíos y gentiles, entre esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos". En las relaciones con los demás se notará si hemos asimilado el estilo de vida de Cristo.

b) Los sacramentos cristianos se tienen que notar luego en la vida. Es muy hermoso poder decir que el bautismo nos ha hecho morir con Cristo y resucitar con él a una nueva vida. Eso es una realidad misteriosa y consoladora. Pero Pablo nos recuerda la consecuencia: "ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba". Estamos arraigados en este mundo y realizamos en él una tarea muy importante: vivir y ayudar a vivir. Pero "buscar las cosas de allá arriba" significa vivir con una mentalidad no terrena, según las pasiones e instintos que a todos nos atan de alguna manera. Significa ser libres, resucitados, "revestidos de la nueva condición" de cristianos, que todos somos conscientes que exige, no tanto unos conocimientos, sino un modo distinto de vida.

La lista de peligros que citaba Pablo nos la podría recordar también hoy, invitándonos a una conducta sexual justa, una caridad sin ira ni maldad, evitando la codicia y la avaricia del dinero, que son unos dioses falsos que atan a sus seguidores.

La motivación siempre es la misma: "habéis resucitado con Cristo", "vuestra vida está con Cristo", "Cristo es vida nuestra", "Cristo es la síntesis de todo y está en todos"... ¿Se nota en nuestras vidas, concretamente, que día tras día escuchamos la palabra de ese Cristo y recibimos su Cuerpo y su Sangre? ¿se nos va comunicando su "nueva condición", o seguimos aferrados a la terrena?

1. (Año II) 1 Corintios 7,25-31

a) Se ve que los Corintios le habían hecho unas consultas a Pablo, que va respondiendo en su Carta.

Hoy trata de la tensión que había entre las diversas concepciones de la vida sexual y en concreto del matrimonio. Probablemente las posturas iban de extremo a extremo: desde los que abogaban por una libertad total, siguiendo las costumbres paganas, hasta los que despreciaban la vida sexual y el matrimonio y predicaban la abstención total.

En los versículos que aquí leemos -y que sólo se entienden si se lee todo el capítulo 7- Pablo dice con mucho cuidado su opinión. Los tres estados son buenos: el de los solteros, el de los casados y el de los viudos. Aunque él crea que el celibato por el Reino -a ejemplo de Jesús y del suyo propio- sea lo mejor. Pero eso no es imposición del Señor, sino opción de Pablo.

Lo que prefiere hacer es "relativizar" el tema y pedir a todos que, cada uno en su estado, se dedique a hacer el bien, a trabajar por el Reino, sobre todo teniendo en cuenta como era la opinión de la época- que era inminente la vuelta del Señor: "porque la representación de este mundo se termina".

b) No busquemos aquí un tratado completo de los valores del matrimonio cristiano O del celibato.

Pablo ya sabe que la mayoría se casan (su alto concepto del matrimonio lo expresa sobre todo en Ef 5), y que algunos ya están viudos, mientras que otros, como él mismo, han optado por el celibato, para dedicar todas sus energías a la evangelización. En el fondo nos invita a una sana "indiferencia", una relativización del tema. Les dice a los Corintios que continúen en el estado en que se encontraban cuando se convirtieron: no abandonen el matrimonio, o el celibato, sino que, cada uno como está, intente cumplir la voluntad de Dios y trabajar en favor del Reino, porque urge el tiempo y hay que aprovecharlo.

Nos viene bien relativizar los valores de acá abajo y tener ante la vista los escatológicos. Los religiosos, por ejemplo, relativizamos la posesión de bienes, la libertad personal y la vida matrimonial por medio de los votos de pobreza, obediencia y castidad, siguiendo así los consejos de Jesús en su evangelio e intentando ser, en medio de este mundo, signos vivientes de la radicalidad de los valores de Cristo.

Pero también los casados saben relativizar muchas cosas, porque hay valores e ideales por los que vale la pena gastarse más plenamente. Cada uno en su estado, nos comprometemos a vivir el evangelio de Cristo, teniendo en cuenta los valores más inmediatos y sobre todo los superiores, que dan sentido más pleno a todo lo que hacemos. Los casados, con su vida de amor y de educación de sus hijos. Los que han optado por el celibato, desde el carisma propio y la misión recibida en la Iglesia. Todos intentamos ser fieles a Cristo y signos suyos creíbles en medio del mundo.

2. Lucas 6,20-26

a) Al bajar Jesús de la montaña, donde había elegido a los doce apóstoles, empieza en Lucas lo que los autores llaman "el sermón de la llanura" (Lc 6,20-49), que leeremos desde hoy al sábado, y que recoge diversas enseñanzas de Jesús, como había hecho Mateo en el "sermón de la montaña".

Ambos empiezan con las bienaventuranzas. Las de Lucas son distintas. En Mateo eran ocho, mientras que aquí son cuatro bienaventuranzas y cuatro que podemos llamar malaventuranzas o lamentaciones. En Mateo están en tercera persona ("de ellos es el Reino"), mientras que aquí en segunda: "vuestro es el Reino").

Jesús llama "felices y dichosos" a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Pero se lamenta y dedica su "ay" a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.

Se trata, por tanto, de cuatro antítesis. Como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.

b) Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos.

En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo.

Es la verdadera sabiduría, el auténtico camino de la felicidad y de la libertad. La del salmo 1: "Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos: es como un árbol plantado junto a corrientes de agua... No así los impíos, no así, que son como paja que se lleva el viento". O como la de Jeremías: "Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Yahvé su corazón... Bendito aquél que se fía de Yahvé y a la orilla de la corriente echa sus raíces" (Jr 1 7,5-6). O como la de la parábola del pobre y del rico: ¿quién es feliz en definitiva, el pobre Lázaro a quien nadie hacía caso, o el rico Epulón que fue a parar al fuego del castigo? Jesús llama felices a los que están vacíos de sí mismos y abiertos a Dios, y se lamenta de los autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando: los éxitos inmediatos no les van a traer la felicidad verdadera.

¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales?

"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba" (1ª lectura I)

"Escucha, hija, mira, inclina el oído, prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él, que él es tu Señor" (salmo II)

"Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 47-51


3-4.

1 Cor 7, 25-31: Hombres y mujeres llamados por Cristo

Lc 6, 20-26: Bienaventuranzas y maldiciones

Jesús proclama su mensaje en el monte o en el llano. La revelación de Dios traspasa los habituales lugares sagrados como el templo o el monte Sinaí e interpela al hombre en cualquier espacio.

Jesús se dirige a la multitud de discípulos que lo siguen y confían en él. Son hombres, mujeres y niños pobres venidos de todas partes. Han perdido todo y sólo les queda su esperanza en Dios. A ellos les dice: dichosos ustedes que no han visto su pobreza como un obstáculo para disfrutar de la felicidad que trae el Reino. Estas palabras son una contradicción flagrante contra la mentalidad vigente. Para la ideología impuesta por los poderosos, únicamente son felices los que poseen tierras, dinero y cosas. Jesús tiene bien claro que las cosas, las tierras y la riqueza no pueden hacer feliz al hombre.

Jesús felicita a los pobres que lo acompañan porque ellos no han fincado su esperanza en el poder, el prestigio o el dinero. Y los felicita porque se diferencian de mucha gente pobre que tenía sus esperanzas de felicidad en el derrocamiento de los ricos.

Los discípulos de Jesús no eligen estos caminos y se centran en la realización concreta de la justicia, la paz y el amor. Esta nueva opción los hace auténticamente felices, aquí y ahora. En cambio, los que viven para la riqueza, la satisfacción egoísta de sus intereses, y el goce hedonista de la vida no tendrán otra alegría sino los falsos placeres que estas cosas proporcionan.

Hoy necesitamos preguntarnos a quién van dirigidas las bienaventuranzas. Estas sólo pueden germinar en la vida de aquellos seguidores de Jesús que en la actualidad viven con alegría su opción por el evangelio. Aquellos que han comprendido que la pobreza es algo más que la austeridad y que la alegría es algo más que la diversión.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

Ha pasado un año de aquellas horas de desconcierto, inquietud y desesperanza . Desde la distancia podemos decir que en el corazón humano hay sitio para el horror pero también para la paciencia y la esperanza. Dios no se impacienta ante los brotes del mal o de la injusticia, porque para él no hay prisa ni miedo al fracaso final. Dios sabe esperar. Y es esa mirada paciente de Dios, cargada de ternura infinita hacia todos los hombres, los que sufren y los que hacen sufrir, la que pone consuelo y estímulo en el creyente enfrentado a la realidad del mal e invita a seguir adelante.

En este contexto, escuchamos hoy de nuevo las palabras también desconcertantes de Jesús. "Dichosos los ....". Estas bienaventuranzas no son una invitación al optimismo ingenuo o a la felicidad fácil, sino una llamada a vivir el sufrimiento, el mal o la persecución en la paciencia y el gozo de la esperanza. Como el amor de Dios es más fuerte que todo llanto, pobreza o dolor, así el amor a todo ser humano será siempre más fuerte que cualquier presencia del mal. Ningún mal, por cruel y poderoso que sea -y el terrorismo internacional lo es-, puede impedirnos seguir abiertos al amor. Porque el amor, no lo olvidemos, es la única promesa y garantía de felicidad y dicha final.

Pero acercarnos una vez más a las bienaventuranzas puede además ayudarnos a recordar una convicción cristiana que fácilmente podemos olvidar: creer en Dios y ser coherente con la fe no significa decidirse por una vida más infeliz, fastidiosa y resignada, sino elegir un modo de vivir más humano, más sano y, en definitiva, más dichoso, aunque ello exija sacrificios y renuncias. Ser feliz siempre tiene sus exigencias y el camino "escandaloso" propuesto por las bienaventuranzas lo dice claramente.

Las bienaventuranzas nos trazan precisamente el camino a seguir para conocer una felicidad digna del ser humano. Felicidad que comienza aquí, pero que alcanza su plenitud final en el encuentro con Dios. Hacia la felicidad se camina con corazón sencillo y transparente, con hambre y sed de justicia, soportando el peso del camino con mansedumbre y, recordémoslo en este día especialmente también -aunque en la versión de Lucas propuesta hoy no se incluya, nos lo recuerda Mateo-, trabajando por la paz con entrañas de misericordia. La pregunta que, tal vez, podría ayudarnos personalmente a hacer más luz, sería ésta: ¿qué pasaría si yo tomara en serio las bienaventuranzas y acertara a vivir sin tanto afán de cosas, con más limpieza interior, más atento a los que sufren, sembrando y construyendo paz y con una confianza más grande en Dios? ¿sería más feliz o menos?

Teodoro Bahillo (tbahillo@teleline.es)


3-6. COMENTARIO 1

¡QUIEN DIRIA QUE LOS RICOS SON UNOS DESGRACIADOS!

La primera parte del sermón del llano va dirigida a los discípulos (6,20-26). Jesús los coloca ante una alternativa de felicidad / desgracia, invirtiendo los valores de la sociedad. A una situación presente (pobreza / riqueza) corresponde la contraria en el futuro. Las cuatro bienaventuranzas van seguidas de cuatro malaventuranzas. Las cuatro primeras están organizadas en forma de tríptico («los pobres, los que ahora pasáis hambre, los que ahora lloráis»), donde se describe la actual situación de sufrimiento y se promete un cambio radical mediante la práctica del mensaje de Jesús, y un colofón, en el que se comprueba la persecución de que serán objeto por parte de la sociedad, al presentir que los pobres hacen tambalear sus fundamentos (6,20-22). Las cuatro malaventuranzas presentan la misma estructura: un tríptico («los ricos, los que ahora estáis repletos, los que ahora reís») y un colofón, en el que se les advierte que la aprobación de la sociedad significaría que han traicionado el mensaje (6,23-26).

El «reino de Dios» es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. La proclama del reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde el «llano», en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder.

«Pobres» no son los miserables -pese a que éstos lo tienen más fácil, porque no han de renunciar a nada-, sino los que libremente renuncian a considerar el dinero como valor supremo -un ídolo- y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia, la riqueza; son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor -éxito, dinero, eficacia, posición social, poder- de hecho va contra el hombre.

Jesús no promete felicidad a los pobres: los declara «felices», porque tienen ya a Dios como Rey; mientras se construye esta sociedad alternativa, continuará habiendo hambre y sollozos, pero la esperanza de que esto puede cambiar espolea a los que ya empiezan a vivir esta nueva realidad.

Los «ricos», en cambio, los que quieren mantener la injusticia, puesto que de esta manera aseguran su posición privilegiada, están condenados a la miseria.


COMENTARIO 2

La unidad del presente pasaje es evidente. Su tema podría ser: las bienaventuranzas (versos 20-23) y las malaventuranzas (versos 24-26). La composición de esta proclamación programática revela dos unidades paralelas y antitéticas, que responden a dos géneros literarios, conocidos ampliamente en el AT.

En un estudio comparativo entre Lucas y Mateo se evidencia lo siguiente: Mateo enumera ocho bienaventuranzas, Lucas sólo cuatro. Mateo no presenta las malaventuranzas; Lucas en perfecta estructura armónica con las bienaventuranzas enumera cuatro. Lucas, al contrario de Mateo, no muestra interés en temas referentes a la ley judía (es posible que se trate de una señal de respeto a los destinatarios de su evangelio). Mateo tiende a espiritualizar algunas bienaventuranzas, Lucas por su parte es más realista en sus expresiones. A estos motivos podemos añadir el tono más directo de Lucas.

Hay quienes consideran como conclusión a este estudio, que muy probablemente el texto de Lucas conserve el tenor original de las bienaventuranzas-malaventuranzas pronunciadas por Jesús.

De un estudio comparativo a una lectura del texto en sí de Lucas se observa lo siguiente:

6, 20-21: nos encontramos ante tres aspectos de una misma situación. Se trata de cualquier tipo de necesitados, menesterosos, marginados, oprimidos, etc. Hay toda una larga tradición donde se evidencia cómo el Dios del AT ha mostrado predilección por ellos (Is 29,19; 57,17; 61,1; Sal. 72; etc.) Se trata de otro tema predilecto de Lucas (6,20; 19,1-10; Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,1-11) En este sentido el evangelio de Lucas es llamado el evangelio "social" por excelencia, por su discurso sobre la pobreza.

La segunda parte de este díptico, las malaventuranzas (6, 24-26), se ha de entender como una clara oposición a lo que precede.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. Miércoles 10 de septiembre de 2003

Col 3, 1-11:Busquemos las cosas de Dios
Salmo responsorial: 144, 2-3.10-13
Lc 6, 20-26:Las bienaventuranzas y las maldiciones

Las bienaventuranzas también las encontramos en Mt 5, 1-12, y con respecto a las de Lucas tienen algunas diferencias significativas que les dan en cada evangelio su propio sentido. Miremos algunas de ellas: en Mateo las bienaventuranzas se encuentran al inicio del sermón “de la montaña”, para releer la figura de Jesús a la luz de la de Moisés en el monte Sinaí; en cambio Lucas las pone en una “llanura”. La formulación de las bienaventuranzas en Mateo es extensa, son nueve; en cambio en Lucas es muy breve, son cuatro, pero están complementadas con cuatro maldiciones con las cuales construye una unidad literaria. En Mateo las bienaventuranzas están puestas al comienzo del ministerio de Jesús y adquieren un carácter programático para todo el evangelio; en Lucas el carácter programático del evangelio lo encontramos en el episodio de la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-30). En Mateo las bienaventuranzas describen actitudes de la persona justa, mientras que en Lucas se refieren a situaciones concretas.

La redacción de Lucas de las bienaventuranzas parece estar más cercana a las palabras pronunciadas por Jesús que las redacción de Mateo. El acento de las bienaventuranzas lucanas está marcado por un fuerte interés por los pobres, que da a las bienaventuranzas un carácter social. La salvación de Jesús aporta una nueva comprensión de la existencia muy distinta de la predominante en nuestro mundo.

Lo primero que aparece en las bienaventuranzas es que el programa de Jesús para los suyos es un proyecto de felicidad. Cada afirmación empieza con la palabra “felices”, que en griego, significa la condición del que está libre de preocupaciones y trabajos diarios; y describe, en lenguaje poético, el estado de los dioses y de aquellos que participan de su existencia feliz. Por consiguiente, Jesús promete la felicidad sin límites, la felicidad plena para sus seguidores. Dios no quiere el dolor, la tristeza y el sufrimiento; quiere precisamente todo lo contrario: que el ser humano se realice plenamente, que viva feliz, que la dicha abunde y sobreabunde en su vida. Lo que pasa es que el camino de la felicidad no es el que propone el mundo, el orden presente, el sistema establecido. Precisamente lo sorprendente de las bienaventuranzas es que invierten los papeles. El orden establecido dice: serás feliz en la medida en que tengas dinero para consumir; Jesús, por el contrario, dice: serás feliz en la medida en que te despojes del dinero para compartir. Son caminos diametralmente opuestos, antagónicos, como antagónicos son entre sí Dios y el dinero (Mt 6,24).

De lo dicho se desprende una consecuencia importante: lo que las bienaventuranzas presentan no es una serie de virtudes que hay que practicar como obligaciones pesadas y costosas. Se trata justamente de todo lo contrario: un programa de felicidad, cuya base es la renuncia al dinero y todo lo que genera poder y desigualdad.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-8. ACI DIGITAL 2003

20. Los vv. que siguen son como un resumen del "Sermón de la Montaña" (Mat. caps. 5 - 7). Santo Tomás llama a éste el "Sermón del Llano", haciendo notar que fue pronunciado al bajar del monte, estando de pie y rodeado de gran multitud, en tanto que aquél tuvo lugar sobre el monte y estando el Maestro sentado y rodeado de sus discípulos (Mat. 5, 1).

24. ¡Ya recibisteis! Véase sobre esta grave reflexión 16, 25 y nota; Sant. 5, 1.

26. ¡Y pensar que éste es tal vez el más acariciado deseo de los hombres en general, y que el mundo considera muy legítima, y aun noble, esa sed de gloria! Vemos así cuán opuesto es el criterio del mundo a la luz de Cristo. Véase 16, 15; Juan 5, 44; S. 149, 13; Zac. 13, 2 ss.; Filip. 2, 7 y notas.


3-9. DOMINICOS 2003

Con Cristo Señor
Proseguimos gustando en la liturgia de hoy el exquisito manjar de la cristología expuesta por san Pablo a los fieles de Colosas: Si estáis en Cristo, despojaos de la vieja condición humana que cultiva ira, maldad, calumnias... Sabed que en el orden nuevo, por Cristo, ya no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, esclavos y libres...

Cristo lo es todo en todos. Dichosos quienes hemos conocido a Cristo y hemos creído en él y aspiramos a vivir según la ley de Cristo: que es amor, fraternidad, servicio, gratuidad, oblación...

Quien presuma de seguir a Jesucristo y de vivir con él, pero haciéndolo sin despojarse de sus viejos vestidos de pecado, es un insensato. Vivamos en coherencia de amor y de verdad, como lo exige una vida nueva; lo demás es engaño y traición al mensaje salvífico de Cristo.

¿Cuándo y cómo podemos decir que Cristo lo es todo en nosotros? Cuando descubrimos y aplicamos en nuestra vida el espíritu de las ‘bienaventuranzas’, hasta pode decir: ¡Dichosos nosotros, pobres de verdad, excepto en el amor a Cristo; nuestro es el Reino de los cielos!

Oremos a Cristo , y con Cristo al Padre, poniéndonos en sus manos:

Desde que mi voluntad está a la vuestra rendida,
conozco bien la medida del vivir en libertad.
Venid, Señor, y tomad las riendas de mi albedrío.
De vuestra mano me fío y a vuestra mano me entrego.
¡Qué poco es lo que me niego, si yo soy vuestro y vos mío!
A fuerza de amor humano me abraso en amor divino.
La santidad es camino que va de mí hacia mi hermano... Amén.



Palabra que eleva al espíritu
Carta de san Pablo a los colosenses 3, 1-l1:
“Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: fornicación, impureza, pasión..., pues eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes... Despojaos de la vieja condición y ret’estíos de la nueva.., que se va renovando como imagen de su Creador...”

El camino de la santificación es como tránsito de la vida vieja a la vida nueva, de la esclavitud a la filiación, de la infidelidad a la fidelidad. Y todo eso se alcanza mediante un serio y profundo proceso de identificación con Cristo.

Evangelio según san Lucas 6, 20-26:
“En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia los discípulos, dijo:
Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos vosotros cuando os odien los hombres y os persigan..., por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo... Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!...”

El tránsito o cambio de vida consiste, según estas palabras del Evangelio, en invertir los valores que presiden nuestra vida: no ambicionar sino compartir; no desesperar sino aceptar la dureza de vida; no renegar por las adversidades sino encontrar a Dios en medio de ellas; no prevaricar sino vivir en justicia y caridad.



Momento de reflexión
Si hemos resucitado, no volvamos a morir.
El tránsito de la vida antigua a la vida nueva, de la ley vieja a la ley nueva, de la muerte por el pecado a la resurrección por gracia, es un misterio: misterio de nuestra libertad que unas veces secunda las acciones nobles, pero en otras ocasiones sucumbe ante tentaciones viles; y misterio del amor o gracia de Dios que, sin percatamos de ello, nos acompaña y da ánimo constantemente.

Sería un desastre espiritual conocer el misterio de Dios en Cristo, tener a nuestra disposición la sabiduría que otorga la fe, y manchar con infidelidades y pecados la blanca túnica del bautizado, del resucitado, del que ha comenzado a vivir en el Reino. Sólo el amor de un Dios misericordioso puede perdonar.

Bienaventuranzas de quien ha resucitado y vive en Cristo.
En correlación con lo dicho anteriormente, el panorama que nos abre la página del Evangelio es inmensa. ¿Quiénes son los cristianos y hombres buenos del mundo que bajo túnica espiritual de pobres, hambrientos, perseguidos, insultados por causa del Hijo del hombre, son auténticos discípulos de Cristo y tienen la bendición del Padre, por su fidelidad?

Podemos serlo todos y cada uno de los hombres de bien que apostemos firmemente por la gloria de Dios, por la fraternidad humana, por el triunfo de la justicia en el mundo, por la gratuidad como disposición de ánimo a favor del necesitado, por ¡a confianza en el misterio de Dios Padre, Hijo, Espíritu.

Esos hombres de carne y hueso, ¿somos tú y yo? Ese es el problema. Busquemos el SÍ incondicional.


3-10.

LECTURAS: COL 3, 1-11; SAL 144; LC 6, 20-26

Col. 3, 1-11. Quienes creemos en Cristo, todos somos uno en Él. Y puesto que participamos de su misma vida divina, comportémonos a la altura del Hijo de Dios. No vivamos, por tanto, dominados por ninguna clase de maldad. Que más bien resplandezcan en nosotros los bienes de arriba, no los de la tierra. No seamos engaño, mentira para los demás; caminemos en la verdad y demos testimonio de la misa con nuestras buenas obras. Vivamos la unidad en Cristo; venidos de muchas razas y culturas, no queramos crear divisiones entre nosotros, pues ya no vivimos bajo la guía del hombre viejo de maldad y de pecado, sino bajo la guía del hombre nuevo, Cristo, del cual nos hemos revestido, y que vino para reunir a los hijos que había dispersado el pecado, y a formar, de todos, un solo pueblo que alabe al Padre Dios y para que convivamos con la calidez de hermanos, que brota del amor que Dios ha infundido en nuestros corazones.

Sal. 144. Nuestro Dios y Padre merece una alabanza continua, pues, siendo el creador de todo, nos ha manifestado su bondad, su clemencia y compasión. Por eso elevamos a Él nuestro cántico, uniendo a él a todas las criaturas; nuestra mejor alabanza al Señor la realizaremos explicando sus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de su reinado. Quien, en verdad, ha tenido una experiencia personal del amor y de la misericordia de Dios, no podrá sino convertirse en testigo del beneficio que ha recibido. Por eso, quienes proclamamos el Evangelio del Señor, no podremos hacerlo con lealtad mientras no lo hayamos convertido en parte de nuestra propia existencia y experiencia.

Lc. 6, 20-26. Alaba mi alma la grandeza del Señor, porque su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. El Señor no rechaza a los ricos; Él rechaza a los soberbios de corazón y a quienes han puesto su confianza en los bienes pasajeros. Y puesto que el hombre es fácil presa de las riquezas, que le hacen orgulloso y le llevan a rechazar a Dios, ¡Qué difícil es que un rico se salve! es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el Reino de los cielos. Si Jesús privilegia a los pobres, es porque ha venido a salvar lo que estaba perdido, a levantar los corazones de los oprimidos, a anunciar el Evangelio a los pobres, a manifestar que Dios ama a aquellos que los hombres desprecian. Ojalá y las bienaventuranzas las vivamos a profundidad sabiendo que hay situaciones penosas en los hombres que han de ser resueltas de un modo concreto. No podemos conformarnos pensando que somos hijos de Dios cuando, estando en su presencia, lo alabamos, pero después no somos capaces de vivir conforme a sus enseñanzas. Ojalá y al final de nuestra vida no vayan a ser nuestros los ayes y la condenación que hoy proclama el Señor para quienes sólo le dieron culto con los labios, pero no vivieron con lealtad el compromiso de su fe.

En esta Eucaristía nos encontramos disfrutando de los bienes de arriba. El Señor se ha hecho cercano a nosotros para que podamos gozar de su vida, de su paz, de su misericordia, de su bondad, de su amor. Mediante su Misterio Pascual, cuyo memorial estamos celebrando, nosotros, muertos al pecado, escondemos nuestra vida con Cristo en Dios. Pero no la escondemos por cobardía, como queriendo apartarnos inútilmente del mundo. Ponemos nuestra vida en Dios como el campesino oculta la semilla sembrándola en su campo para que germine y produzca fruto abundante. Así nosotros, en esta Eucaristía, ponemos nuestra vida en Dios para que, fortalecidos por su Espíritu, podamos manifestarnos gloriosamente junto con Cristo, despojados del hombre viejo, renovados en el Señor y con abundancia de obras buenas

Quienes hemos hecho nuestra la Vida de Dios por nuestra unión con Cristo, no podemos generar más pobreza en el mundo, sino remediarla, en la medida que esté en nuestras manos. No podemos generar más hambrientos en razón del pago injustificado del trabajo de los obreros, muchas veces marginados y desprotegidos de sus derechos más fundamentales. No podemos generar más dolor a causa de ir cegando la vida de los inocentes con tal de conservar el propio prestigio o el poder. No podemos perseguir a ninguna persona a causa de su fe en Cristo, o por no creer en Él. El Señor nos ha enviado para convertirnos no en simples habladores, sino en testigos de su amor, de su misericordia, de su bondad, de su preocupación por los desprotegidos. Sin embargo, recordemos que, siendo testigos de Cristo, no podemos pensar que hayamos cumplido con la Misión confiada cuando se logre un mundo más justo y más fraterno; es necesario que la salvación que Dios nos ofrece llegue al corazón de las personas, compartiendo así no sólo nuestros bienes materiales, sino especialmente nuestra fe en Cristo dándole, así, mayor estabilidad a nuestro caminar como hermanos con visión de eternidad.

Que Dios nos conceda, por intercesión de María Virgen, la gracia de saber dar un auténtico testimonio de nuestra fe en Cristo con las obras que, acompañando nuestras palabras, manifiesten que en verdad vivimos nuestro compromiso con Cristo que nos ha puesto al servicio de todos, especialmente de los pobres, de los marginados y de los pecadores, para ayudarles tanto a vivir con mayor dignidad, como a vivir como hijos de Dios. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-11.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova

Reflexión:

Jesús, loco o revolucionario

Hace algunos años vi en una revista unas viñetas que me llamaron mucho la atención. En la primera de ellas aparecía una avenida de una gran ciudad abarrotada de tráfico. En la segunda, todos los hombres que venían en su coche gritaban furibundos: “¡Oye tú, que vas en sentido contrario!”. En la tercera, aparecía Jesús, con la cruz acuestas, que caminaba en sentido opuesto a la circulación vial. ¡Manera simpática de comunicar una enorme verdad! Efectivamente, Jesús va siempre “en sentido contrario”, en contra del pensar y del sentir común de la gente.

Se suele decir en el lenguaje coloquial que “de tal palo, tal astilla”. Y también podemos aplicar este sentir de la sabiduría popular a nuestro Señor. Si Dios Padre es “la mar de raro”, nada raro que Jesús sea la mar de desconcertante. Obra igual que su Padre. Por eso el Evangelio está tan lleno de paradojas: el que quiera salvar su vida, la perderá para poder encontrarla; el que quiera ser ensalzado, deberá humillarse; el que quiera seguir a Cristo, deberá negarse a sí mismo y tomar su cruz cada día; el que quiera ser grande, ha de ser el servidor de todos, pues los más grandes en el Reino de los cielos son los niños y los que se hacen pequeños como ellos; el que quiera vivir y tener fruto, debe caer en tierra, como el grano de trigo, morir y pudrirse; y el que lleva fruto, será podado y castigado, como los sarmientos de la vid, para que dé más fruto….

La predicación de Cristo rebosa por doquier de este tipo de “contradicciones” humanas. Y para otro botón de muestra, tenemos el texto evangélico del día de hoy. Nuestro Señor llama bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran y a los que son odiados, insultados y proscritos a causa de Su nombre. San Mateo completa la lista que nos da san Lucas añadiendo cinco más: bienaventurados los mansos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos y los que padecen persecución por la justicia. Lucas sólo nos transmite cuatro bienaventuranzas, pero las contrapone con cuatro amenazas: ¡Ay de los ricos, de los que están hartos, de los que ahora ríen y de aquellos que son alabados por todos!...

¡Definitivamente, Jesús es desconcertante y su mensaje totalmente opuesto a los criterios del mundo! Va contra corriente. La gente –y tal vez nosotros estamos incluidos en esta “gente”— piensa que los hombres verdaderamente felices y dichosos son los ricos, los poderosos, los “importantes”, los “grandes”, los que parece que tienen todo y gozan de los placeres del mundo, los que ríen, los fuertes y prepotentes, los que logran imponer a los demás la ley de su propio capricho… Pero nuestro Señor se pone de la parte opuesta, del lado de los pobres, de los débiles, de los marginados y perseguidos… ¡Cristo está loco o es un revolucionario!

Y, sin embargo, la experiencia de la vida da razón a las enseñanzas de Jesús. Los pobres son los hombres auténticamente felices y dichosos. Pero cuando el Señor habla de “los pobres” no se refiere sólo a los que no tienen nada, materialmente hablando; a los que carecen de toda cosa terrena; ni son dichosos por el simple hecho de carecer. No está proclamando la lucha de clases ni está promoviendo –como algunos teólogos así llamados “de la liberación” creen— la dictadura del proletariado. San Mateo añade una frase muy importante que nos ayuda para interpretar correctamente el pensamiento de nuestro Señor: bienaventurados los pobres “de espíritu”. Aquí está la clave. Un “pobre de espíritu” es aquel que confía ciegamente en el amor y en el poder de Dios, y que se abandona como un hijo pequeño en los brazos de su Padre, con la certeza de que todo lo recibirá de su Providencia amorosa. Por supuesto que esto no lo lleva a la holgazanería, sino a la verdadera paz del corazón. Puesto que tiene toda su confianza puesta en Dios, sabe que Él, como Padre bueno y cariñoso, todo lo dispondrá para su mayor bien, incluso aquello que podría parecer, humanamente, menos bueno. Como dice san Pablo, “Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8, 28). Sí, incluso los sufrimientos, los dolores, las penalidades y tribulaciones de esta vida. Él sabe mucho mejor lo que nos conviene, aunque nosotros no lo veamos ni lo entendamos.

Jeremías expresa esta misma idea de un modo rotundo: “maldito quien confía en el hombre y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en el desierto y no verá llegar el bien. Pero bendito el hombre que confía en el Señor y pone en Él su confianza: será como un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa sus raíces; cuando llegue el estío, no lo sentirá, sus hojas estarán verdes y siempre dará frutos” (Jer 17, 5-8).

La verdadera pobreza evangélica es la del hombre que desapega su espíritu de todas las cosas que tiene, remite a Dios toda preocupación por las cosas temporales y vive en este mundo como peregrino en camino hacia la posesión eterna de Dios. La pobreza así entendida mantiene el alma abierta a Dios, en actitud de total “expectativa”, pues todo lo espera de Él; crea un clima espiritual propicio a la docilidad interior, a la oración y a la unión con Dios, porque enseña al hombre a vivir en continua dependencia del Creador. La riqueza, en cambio, se puede convertir en cerrazón a Dios, porque, con el apego a tantas cosas baladíes, el corazón termina por llenarse de tierra y se ciega ante lo trascendente; la abundancia de cosas materiales puede ser, además, una tentación insidiosa para poner la propia seguridad en los medios humanos o económicos, que conduce a la autosuficiencia, a la presunción farisaica y a la búsqueda de una satisfacción meramente personal y egoísta.

La pobreza evangélica, por su parte, engendra la justicia y la misericordia, alimenta la esperanza, educa a la paz, al diálogo, al servicio del prójimo, aumenta el amor y dona serenidad y alegría espiritual.

Éste es el mensaje revolucionario que nos trajo nuestro Señor. Éste es el punto de arranque de las demás bienaventuranzas, porque quien vive esta pobreza sustancial es humilde, tiene fe y confianza en Dios, sabe amar con auténtica caridad a Dios y a sus semejantes. Ojalá que también nosotros seamos secuaces de este gran “revolucionario” del amor, que es Jesús de Nazaret. ¡Ésta es una revolución transformante, la locura que cambiará el mundo!


3-12. FLUVIUM.ORG 2004

Felices en la tierra

Alguno podría pensar que estas palabras del Señor reflejan el estilo de vida de los cristianos, de suyo tristes y sumidos habitualmente en la contrariedad. Frente a esas vidas tan lamentables, discurrirían el resto de los hombres –la mayoría de la gente– que gozan, libres de las exigencias de Jesucristo o, al menos, sin complicarse innecesariamente. Es indudable que las palabras del Señor son de alabanza para los que sufren, para los que sienten necesidades materiales y del espíritu; mientras que, por así decir, amenaza a los que piensan no carecer de nada, a los que sienten satisfechos por cómo les van las cosas.

Es éste un pasaje, entre otros –el de las Bienaventuranzas–, cargado de todo el misterio de Dios y, consecuentemente, de toda su grandeza. Nos interesa, por lo tanto, calar en su profundo sentido, para acabar haciendo vida de nuestra vida esos modos de ser que el Señor aconseja. Porque no son las Bienaventuranzas unos consejos "piadosos" en el sentido flojo de esta expresión, sin fuerza para comprometer al cristiano. Se trata, por el contrario, de verdaderos retos que Jesucristo plantea a todos los hombres, reclamando de cada uno, a través de ellos, asentimiento a su divinidad.

Es preciso ser realistas ante ese modo de vida, que hemos de incorporar si queremos ser consecuentes con nuestra fe. Para ello no hay más remedio que reconocer que no se entiende que sean bienaventurados los pobres, y los que padecen hambre, y los que lloran... Como tampoco se entiende que deban lamentarse, en cambio, los ricos y los que son honrados con la gente. No se entiende, al menos desde el punto de vista más común, exclusivamente humano. No es eso lo que nos entra habitualmente por los ojos: a lo que nos tiene acostumbrados la vida.

No podemos olvidar que fue voluntad de Dios, Creador del hombre y de cuanto existe, que fuéramos capaces de El y que nuestra plenitud personal consistiera en poseerle. No ha de extrañarnos, entonces, que constituya una verdadera desgracia para el hombre –capaz de Dios– sentirse satisfecho con realidades sólo temporales. De esos hombres se lamenta el Señor: ¡ay de vosotros los ricos –dice, por ejemplo–, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! Consuelo, por lo demás, en que consistía su ilusión y que buscaban como decisivo objetivo de sus proyectos, por falso que fuera en realidad y desilusionante a la postre. Cuando no son un medio para amar a Dios, todas las realidades de este mundo no deben ser sino instrumentos con que procuramos agradar a nuestro Creador y Parte.

¿Dónde están mis ideales, mis ilusiones? ¿En qué tengo puesta mi esperanza? Y recordamos aquellas otras palabras de Cristo, de que ningún criado puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o preferirá a uno y despreciará al otro. No podéis –concluye– servir a Dios y al dinero. Y otro tanto sucede con los honores, con la salud, con la comodidad y con todo lo que nos atrae en la vida, pero no traspasa los límites del temporal y caduco, porque no es para Dios. No nos dejemos atraer por esos ideales, considerados sólo "de tejas abajo", buscando en ellos lo que no pueden dar. Hagamos un acto explícito de fe en que sólo Dios nos puede colmar, en que son apariencias, ilusiones para nosotros pequeñas, esas otras apetencias que nos ofrece este mundo, cada día con más estudiado atractivo.

Movidos por esa fe, comprendemos que es lógico que sean insatisfechos según este mundo los realmente felices, los bienaventurados: los que buscando derechamente y sólo a Dios en la vida –muy posiblemente, mientras llevan a cabo sus quehaceres ordinarios como los demás–, no dejan tiempo ni ilusión para ponerlos en lo que no es Dios. Por así decir, Dios les agota, consume todas sus energías y su capacidad de amar, de paso que Nuestro Padre no encuentra obstáculo para mostrarles su amor, puesto que no quieren que nada los distraiga de Él. Desean, positivamente, sentirse libres –y serlo de verdad– de ataduras terrenas por pequeñas que sean, que serían freno, lastre inútil en su camino hasta el Cielo.

Ciertamente, los bienaventurados de los que habla Jesús sufren. Es real que notan la ausencia de esos consuelos que ven en otros y, como son gente normal, notan el atractivo de la vida confortable y sin dificultades que podrían llevar, con sólo no tomarse la fe tan en serio. El cristiano siente por eso a menudo la tentación de desistir, de ser uno de tantos...; y la tentación de hacer compatible el amor a Dios sobre todas las cosas, con un cierto amor –pero verdadero amor, al fin y al cabo– a las cosas en sí mismas. Sería contemporizar, por ejemplo, dejando a Dios para el fin de semana. O buscando agradarle hasta cierto punto, como cuenta de alguien san Josemaría en aquel punto de Camino:

Me dices que tienes en tu pecho fuego y agua, frío y calor, pasioncillas y Dios...: una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo.
Tranquilízate: mientras quieras luchar no hay dos velas encendidas en tu pecho, sino una, la del Arcángel.

Pidamos a Nuestra Madre –maestra de fe– que nos convenza de que, como Ella, sólo somos felices cuando nada más buscamos al Señor.


3-13. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Durante mucho tiempo, los cristianos hemos tenido como ideario el Antiguo Testamento judío. Hasta hace poco –y aún hoy para muchos-, la vida cristiana giraba en torno a los diez mandamientos. De éstos, se nos grabaron con especial intensidad aquellos que comenzaban por un “no” absoluto e incondicional: “No tomarás el nombre de Dios en vano, no cometerás actos impuros, no hurtarás, no dirás falso testimonio ni mentirás, no consentirás pensamientos ni deseos impuros, no codiciarás los bienes ajenos”.

El pueblo cristiano estaba especialmente sensibilizado hacia dos mandamientos: “No matarás y no robarás”. Un modo de confesar la propia inocencia era la consabida frase: “Yo ni robo ni mato”. Los eclesiásticos –frailes o curas, por lo común célibes-, hacían hincapié en el sexto y en el noveno, entendido como explicitación del sexto; ambos mandamientos, incluso mal traducidos e interpretados. Según el libro del Éxodo (20,14), el sexto mandamiento es “no cometerás adulterio”, pero el catecismo decía: “No cometerás actos impuros”, algo más amplio y genérico; según la Biblia, el noveno y décimo mandamientos son el mismo y se formulan así: “No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo ni su esclava, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de él, de lo que se deduce que mujer, esclavo, esclava, buey o asno son propiedad del prójimo; el catecismo, sin embargo, los formulaba así: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros” (noveno mandamiento) y “no codiciarás los bienes ajenos” (décimo). En realidad, en ambos casos, en su versión bíblica original, se trata de un único mandamiento, concreción de “no robarás”, mandamiento que nada tenía que ver con el sexto.

El espíritu del evangelio va, sin duda, por otros derroteros. La religión de Jesús no obliga a cumplir una serie de mandamientos como condición necesaria para poder salvarse. Jesús vino, más bien, a proponer un estilo, una alternativa de vida. Por eso, un día proclamó las bienaventuranzas.

Jesús hablaba a los discípulos y les proponía como alternativa de vida el camino de la solidaridad. Los invitaba a elegir un estilo de vida pobre y austero, para poder –desde abajo y con los de abajo- luchar contra la injusticia de un mundo dividido en clases enfrentadas; los animaba a desterrar de sus vidas ese deseo insano de acaparar más y más bienes de la tierra, para que así –libres de ataduras- pudieran dedicarse por entero a amar a Dios y al prójimo. Luchando por esa causa, llegarían a ser dichosos. Pero, por esa causa precisamente, habrían de pasar hambre, llorar y sufrir persecución.

Y es que, según creo, todas las bienaventuranzas se reducen a una: “dichosos los pobres”; las otras son consecuencia de esta primera. En nuestra sociedad de consumo comienza a ser feliz, ya desde ahora, quien se cierra al insaciable deseo de tener y acaparar cada vez más. Pero sucede que este tipo de personas, de pobres voluntarios molesta, inquieta, intranquiliza, denuncia. Pues la pobreza, así entendida, es sinónimo de libertad, y la libertad es preocupante para quien fomenta la opresión. Por eso el evangelista añade a las cuatro bienaventuranzas otras tantas malaventuranzas, de las que la primera es “Ay de vosotros los ricos”...


3-14.

23ª Semana. Miércoles

Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que ahora padecéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en el Cielo; pues de este modo se comportaban sus padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban sus padres con los falsos profetas! (Lc 6, 20-26)

I. Jesús, este pasaje, que se conoce con el nombre de las bienaventuranzas, podría llamarse también las paradojas: para conseguir una cosa, me dices que he de hacer lo contrario de lo que parece que debería hacer a primera vista. El que es pobre, poseerá. El hambriento, no tendrá hambre. El que llora es el que será feliz. ¿Cómo se explican todas estas paradojas?

Se dan estas paradojas porque hay dos mundos: el mundo terreno en el que vivo, y el Reino de los Cielos que me has venido a anunciar. Y me has recordado que nadie puede servir a dos señores [201]. El que busca la riqueza en este mundo y pone su corazón en los bienes materiales, en los honores humanos, en la comodidad o el placer, no deja espacio en su vida para recibir los bienes espirituales, que llenan mucho más y duran para siempre.

La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor [202].

Además, Jesús, me has traído este mensaje: el Reino de Dios está ya en medio de vosotros [203]. Por lo tanto, no se trata de escoger entre la felicidad actual y la futura, sino entre dos tipos distintos de felicidades actuales: la «felicidad» egoísta del que se busca a sí mismo, o la felicidad sacrificada del que sabe amarte y darse a los demás.

II. No eres feliz, porque le das vueltas a todo como si tú fueras siempre el
centro: si te duele el estómago, si te cansas, si te han dicho esto o aquello...

-¿Has probado a pensar en Él y, por Él, en los demás? [204].

Jesús, bienaventurado significa feliz. Y hoy me enseñas que la verdadera felicidad, la que llena, la que dura, la que nadie me puede quitar, es la alegría que procede del amor a Dios y a los demás, y por tanto, de la entrega y del sacrificio. Para los que la escogen, dices: alegraos en aquel día y regocijaos. Sin embargo, a los egoístas adviertes: ¡ay de vosotros; ya habéis recibido vuestro consuelo!

Jesús, a veces estoy triste porque no hago más que pensar en mí mismo, como si yo fuera siempre el centro: si me miran o me dejan de mirar, si tienen un buen concepto de mí, si me esfuerzo «demasiado», si los demás hacen menos, si en el futuro podré tener esto o lo otro, etc... ¿Has probado a pensar en Él y, por Él, en los demás?.

Jesús, Tú me indicas el camino de la felicidad, de la bienaventuranza. El camino, aunque en apariencia paradójico, es claro: amarte a Ti y a los demás; servirte a Ti y a los demás. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas[205]. Tú me has dado ejemplo hasta el punto de morir por mí. Dame también tu gracia para que sea capaz de vivir el espíritu de las bienaventuranzas.

[201] Mt 6,24
[202] Catecismo, 1723.
[203] Lc 17,21.
[204] Surco, 74.
[205] Mt 22,40.


Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo V, EUNSA


3-15. Fray Nelson Miércoles 7 de Septiembre de 2005

Temas de las lecturas: Ustedes han muerto con Cristo. Den muerte a todo lo malo que hay en ustedes * Dichosos los pobres ¡Ay de ustedes, los ricos!.

1. Los Bienes de Arriba

1.1 Pablo, el apóstol incansable, nos pone en movimiento el día de hoy: hacia arriba y hacia delante. Nos invita, nos apremia a buscar los bienes de cielo y a dejar atrás nuestro pasado de pecado.

1.2 De aquí aprendemos en primer lugar que la vida cristiana es movimiento más que posesión; conquista, más que dominio; más la búsqueda del peregrino, que la seguridad del residente.

1.3 Queda claro también que la dirección no es la que cada cual pretenda, sino que el Señor Jesús, en virtud de su resurrección, se ha convertido en el punto omega de toda evolución y trasegar humanos, y a la vez, en el punto de referencia y criterio de marcha de la humanidad entera.

1.4 Por otro lado, no dejemos perder ese otro dinamismo tan característico del pensamiento paulino: la dialéctica entre lo antiguo y lo nuevo, entre el "hombre viejo" y el "hombre nuevo". El pecado es una flecha que pretende retardar el tiempo, para encarcelarnos en "lo mismo". El tiempo, en efecto, es el gran signo e instrumento del Creador y Soberano de todos. Por eso el pecado es una lucha contra el tiempo, y la resurrección es la victoria que da sentido al tiempo, aunque trascendiendo el lenguaje del tiempo. Esta victoria es la "novedad" por excelencia.

2. Bienaventuranzas y "Malaventuranzas"

2.1 Tal vez el contraste más notable entre la versión que Lucas nos ofrece de las bienaventuranzas y la que nos había dado Mateo, en el capítulo quinto de su Evangelio, es que Lucas, junto al anuncio de la bienaventuranza, nos declara la "malaventuranza". No sólo nos dice en qué dirección va la felicidad sino también por dónde se nos puede escapar. Porque en el fondo de eso es de lo que se trata: por dónde se va y por dónde no se va a la felicidad.

2.2 Lo cierto es que, ya en su construcción gramatical, tanto estas bienaventuranzas como estas malaventuranzas miran al futuro. Unas y otras son, en la voz de nuestro profeta y maestro, Jesucristo, el lenguaje que nos apremia a ir más allá del bien inmediato o del mal inmediato. Como vemos, una vez más, está aquí el gran tema del TIEMPO.

2.3 El presente, convertido en absoluto, es pésimo consejero, nos está diciendo Cristo. La felicidad presente nos deslumbra y nos hace olvidar que de hecho es pasajera; el abatimiento presente nos abruma y nos impide el consuelo de saber que tendrá que pasar y relevarnos de su carga. Por eso Cristo hace su llamado, para que entendamos que el tiempo tiene una dirección.

2.4 Ahora bien, esa "flecha" del tiempo no proviene del mismo tiempo, sino de Dios, que es el Señor de los tiempos y las horas. Desde una perspectiva judeocristiana, las cosas no cambian por capricho, según creían los paganos; ni por la fuerza de un destino o una razón inexorable, como pensaron muchos filósofos; ni tampoco por la repetición de ciclos, al modo de la opinión hinduista. Es Dios, y sólo Dios, quien trae la novedad radical; es Él, y sólo Él, quien abre un futuro y quien convierte lágrimas de dolor en cantos de gozo, o risas de frivolidad en lamentos de duelo.

2.5 Con Cristo ha llegado el tiempo decisivo. Cristo en la tierra es el gran "kairós", es la ocasión única, es la acción irreversible del amor y del poder compasivo de Dios. Jesucristo, entonces, y sólo Él, puede pronunciar en verdad las bienaventuranzas y las malaventuranzas, porque ante Él comparecen de hecho todos los tiempos y todas las eras.