JUEVES DE LA SEMANA 18ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Nm 20, 1-13

1-1.

Hoy nos es propuesto el célebre episodio de las aguas de Meribá: el término «Meribá» quiere decir «contestación».

La contestación se erige HOY en verdadero ídolo, como si fuese el único medio de progresar: se critica, se contesta, se polemiza... Estamos en la era de la sospecha generalizada... ningún valor, ningún principio, ninguna institución escapa de ella.

Es verdad que tanto en el mundo como en la Iglesia, una cierta contestación es signo de vitalidad y fuente de progreso. Sin embargo es indispensable hacer un «discernimiento de espíritus»: «examinadlo todo y quedaos con lo bueno. » (1 Ts 5, 20)... «por sus frutos los conoceréis». (Mateo 12, 33).

-Todo el pueblo se estableció en Cadés. No había agua... Entonces se amotinaron contra Moisés y Aarón: "¡Ojalá hubiésemos perecido! ¿Por qué habéis conducido la asamblea del Señor a este desierto para que muramos en él nosotros y nuestros ganados? ¿Por qué nos habéis subido de Egipto para traernos a este lugar siniestro? ¡Un lugar donde no hay sembrado, ni higueras, ni viñas, ni granados, ni siquiera agua para beber!»

Dios oirá una vez más esta oración, incluso si toma el aire de una contestación del Responsable que ha dado Dios a su pueblo.

Todavía HOY, muchas cosas son contestadas en la Iglesia: su poder temporal, su confabulación con los ricos y los poderosos, su enseñanza moralizada, su suficiencia. Y se critica al Papa y a los obispos.

Es una llamada a la conversión auténtica.

Ayuda, Señor, a tu Iglesia a escuchar las llamadas, a discernirlas, a retener la parte de verdad que contienen.

Ayuda, Señor, a los cristianos a ser menos injustos con su Iglesia y haz de cada uno de ellos un artífice activo de su renovación .

-Dejando la asamblea, Moisés y Aaron se fueron a la entrada de la Tienda de la reunión y cayeron rostro en tierra.

Es su reflejo constante: la oración, la imploración por el pueblo que les ha sido confiado.

Me imagino a esos dos responsables prosternados rostro en tierra.

-El Señor dijo a Moisés: «Harás brotar para ellos agua de la peña y darás de beber a la comunidad y a sus ganados.»

A fin de cuentas es Dios quien había sido contestado, cuestionado. Es pues El quien responde. Y constatamos que responde muy favorablemente a la reivindicación.

El tema del «agua viva» será constantemente tratado en la Biblia para evocar la presencia de Dios a su pueblo; -las piedras se cambian en fuente (Is 4, 18) -del Templo fluían ríos (Ez 46). Y el mismo Jesús se presentará como agua viva (Juan 1, 33; 7, 37).

El bautismo está en la misma línea: respuesta de Dios a la sed humana.

-Moisés alzó la mano y golpeó dos veces la peña con su vara.

El Señor dijo: «Por no haber confiado en Mí, no seréis vosotros los que guiaréis a esta asamblea hasta el país que les doy.

Esta es también una explicación que se dio de la muerte de Moisés ocurrida antes de haber podido ver el fin de su gran proyecto: tuvo poca fe al golpear por dos veces la peña, en lugar de dar un solo golpe con su vara.

-Estas son las «Aguas de Meribá», donde protestaron los hijos de Israel contra el Señor y con las que El manifestó su santidad.

No cerremos HOY nuestro corazón, escuchemos la voz del Señor. Toda verdadera contestación se termina finalmente, por una llamada a la conversión. Si hay que "cambiar" algo, hay que empezar por cambiarse a sí mismo.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 218 s.


1-2. Nm 20,1-13 /Nm/21/04-09

Cuatro son los temas que, sucintamente, nos ofrece el autor bíblico de esta lectura. El primero es el de la muerte de María la hermana de Moisés. La noticia se nos da en una sola línea sin ningún comentario.

El segundo (20,2-11) parece ser un duplicado, debido a un redactor sacerdotal de la narración, que ya encontramos en Ex 17,1-17. Es de notar que aquí Yahvé no ordena golpear la roca con el bastón -ahora es la vara de Aarón y no el bastón de Moisés-, sino sencillamente «ordenar» a la roca que dé sus aguas (8). Sorprenden, asimismo, las palabras malhumoradas de Moisés, el intercesor incansable, dirigidas al pueblo (10b).

El tercero es el castigo de Moisés y Aarón (12), referido en un solo versículo, bastante enigmático por cierto. ¿En qué pudo consistir el pecado de ambos jefes?

Hallamos un cuarto tema en el capítulo 21. Sería un episodio más de la larga historia de la dialéctica pecado-gracia si no estuviera tipificado como mesiánico en el cuarto Evangelio (3,14) La serpiente de bronce levantada por Moisés sobre un asta en medio del campamento pasa a ser prototipo de Jesús, levantado sobre el madero de la cruz. Todos los israelitas que, habiendo sido castigados por sus rebeldías -mordidos por las serpientes venenosas-, miraban la serpiente de bronce se curaban. Todos aquellos que, seducidos por la serpiente diabólica, discurren por el camino del pecado y de la muerte son salvados también si «se vuelven» hacia la cruz de Jesús, es decir, si se convierten. Ni en uno ni en otro caso es un proceso mágico el que salva, sino sólo la voluntad de Dios, que nos ofrece el don de la fe: una nueva perspectiva -la correcta- del mundo y del hombre.

En distintos pasajes de la Biblia se adivina una especie de pugna entre la idea de presentar la serpiente como una divinidad de la fecundidad y la perspectiva de la revelación que reconoce a Yahvé como el único dador de vida y salvación a los hombres. Así, la narración del pecado original que leemos en el Génesis emplea la serpiente para personificar la seducción de la humanidad por el mal. En los mismos orígenes de la vida humana, el mítico animal dador de la vida se nos presenta como el que seduce a los hombres atrayéndolos hacia las sendas del pecado y les inocula la muerte. Quien realmente abre a la humanidad las fuentes de la vida y se la comunica es el Dios de Israel, el único verdadero y, por tanto, el único capaz de devolvernos al camino de la verdad cuando somos seducidos por un dios falso. De ese modo, la serpiente, el dragón, pasarán a ser en Israel la personificación del maligno, que no sólo es incapaz de dar la vida, sino que también arrastra la humanidad a la perdición y que, en definitiva, será vencido por un hombre tan lleno de la presencia de Dios que será Dios y vencerá a la muerte en su propio terreno.

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 160 s.


2.- Jr 31, 31-34

2-1.

Ver CUARESMA 05B


2-2.

-Palabra del Señor: Vienen días...

Dios está enteramente volcado hacia ese futuro, hacia ese «cumplimiento» que está preparando. Dimensión escatológica de la obra de Dios. Para juzgar definitivamente este mundo que tan a menudo nos parece mal construido, hay que esperar el final. La creación está todavía muy llena de «arrugas» que la estropean momentáneamente: el sufrimiento, la muerte, el pecado. Pero, dejemos resonar la promesa: «vienen días...» Este «final» está cumpliéndose, ha empezado ya.

-Vienen días en que yo pactaré una nueva alianza.

Sabemos que Jesús tomó a su cuenta este pronóstico.

«He ahí la sangre de la Alianza, nueva y eterna.»

Esta profecía de Jeremías constituye una de las cimas del Antiguo Testamento.

-No será como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarlos de Egipto: mi alianza que ellos rompieron... Pero esta es la alianza que yo pactaré, después de aquellos días.

Se adivina que será un pacto más sólido, inquebrantable.

Una Alianza que no podrá romperse.

-Pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón.

Lo que aquí se anuncia es una comunión perfecta y como espontánea con Dios.

-No tendrán necesidad de adoctrinarse el uno al otro, diciendo cada uno a su hermano:

«Conoced al Señor.»

No será ya necesario un código de moral exterior. Dios confía totalmente en el hombre porque su Ley es interiorizada.

Entre dos auténticos enamorados no se precisa código alguno, porque cada uno se da espontáneamente a la felicidad del otro. «Ama y haz lo que quieras», dirá san Agustín. Dios sueña en esta perfección del amor.

Y si nos escandalizamos de esas fórmulas es que no hemos entendido lo que es el amor.

Lejos de provocar un laxismo estas invitaciones a la espontaneidad son una exigencia tanto o más fuerte que los códigos morales. En efecto, al final uno acaba liberándose de una regla precisa -y se cree exento de ella-... pero nunca se acaba de amar, de querer agradar a aquel a quien se ama.

-Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

Encontramos de nuevo la fórmula de la Alianza.

Jesús, volviendo a esta tradición bíblica, la afinará hasta el extremo cuando dirá: «permaneced en Mí como Yo permanezco en vosotros.» (Juan 15, 4) La Alianza no es ante todo un «contrato», es la «comunión» de dos seres. Y es Dios el que toma la iniciativa.

¿Cómo es mi vida de comunión, en alianza de amor con Dios?

-Pues todos me conocerán, del más pequeño al más grande.

El «conocimiento» del otro es un elemento importante de todo amor.

A partir de este elemento, puedo revisar si sé amar de veras, ¿procuro conocer mejor, trato de darme a conocer? Esto es verdad de todos nuestros amores. Es verdad también de nuestro amor por Dios. ¿Qué hago para conocerle mejor?

-Perdonaré sus faltas y no me acordaré más de sus pecados.

El «perdón» es también, lo sabemos teóricamente, una dimensión del amor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 218 s.


3.- Mt 16, 13-23

3-1.

Ver jueves de la 6ª semana ordinaria


3-2. PEDRO/ROCA:

Hemos meditado ya la célebre escena de hoy en el relato de San Marcos, el "jueves de la 6ª semana ordinaria" (Marcos 8, 27-33)

El gran misterio de la Fe de Pedro ante Jesús.

Cristo se dirige a Pedro: "me matarán".

Cristo se dirige a Pedro: "¿Quién decís que soy yo?"

Pedro no quiere reconocer el título de  "Siervo a Jesús  sufriente".

Pedro reconoce a Cristo como el "Mesías, Hijo de Dios".

Jesús subraya que es un pensamiento que viene de los hombre y no de Dios.

Jesús subraya que es un pensamiento que viene de Dios y no de los hombres.

Jesús dice a Pedro que es "una piedra de escándalo", un obstáculo.

Jesús otorga a Pedro el título de "Piedra de la Iglesia".

   

-Dichoso tú, Simón; porque eso ni la carne ni la sangre te lo han revelado...

"La carne y la sangre". Hermosa fórmula gráfica y fuerte para evocar la debilidad natural del hombre dejado a sus solas fuerzas.

Sí, la Fe viene de fuera. El hombre entero de carne y hueso es incapaz de acceder a lo que es dominio misterioso de Dios.

-Mi Padre es quien te lo ha revelado...

Pedro recibió una "revelación" divina.

"Mi Padre"... Dejemos resonar unos momentos esta palabra en la boca de Jesús. Esos dos términos, tan simples nos dejan entrever el abismo infinito de su persona.

-Ahora te digo Yo: "Tu eres Piedra y sobre esta roca ..." "Kefa" es un término arameo que significa "Roca". Fue traducido en griego por "Petros", luego en latín por "Petrus" y en castellano por "Pedro".

Ese nombre de "Roca" como nombre propio no lo usaba nadie en aquella época, ni en el mundo judío, ni en el mundo greco-romano. ¡Fue una idea de Jesús! Para un semita el "nombre" tiene una extraordinaria importancia, es como un talismán, un símbolo, una definición de la persona.

Si vemos una "gran roca" que aflora a ras del suelo... podemos pensar: sería un buen fundamento para edificar sobre ella...

¡Jesús dijo que tenía intención de "edificar"!

-Edificaré mi Iglesia. Qahal/ASAMBLEA:

"Qahal" es un término arameo que significa "Asamblea".

Se tradujo al griego por "Ekklesía", luego se conservó tal cual en latín sin traducir: "Ecclesia" del cual procede nuestro termino castellano Iglesia.

Lo que Jesús quiere "edificar" es pues una "comunidad"... "su" comunidad, hombres y mujeres que tienen algo "en común" y que "se reúnen" para festejar -lo que tienen en común- y para vivirlo. El último Concilio definió la Iglesia como "el Pueblo de Dios". Pedro recibe un papel de responsabilidad en ese Pueblo.

-A partir de este momento empezó Jesús a manifestar a sus discípulos que tendría que padecer mucho, ser ejecutado, y resucitar... Pedro lo tomó aparte y empezó a increparlo...

Pero Jesús se volvió y dijo a Pedro: "Apártate Satanás, tú eres un obstáculo para mí, porque tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres".

Tenemos que aceptar "toda" la revelación, todas las ideas y pensamientos de Dios y no solamente las ideas que nos gustan. La cruz, el anonadamiento provisorio, el fracaso aparente, el papel del humilde Servidor de Dios y de los hombres, antes de entrar en su gloria.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 110 s.


3-3.

1. (Año I) Números 20,1-13

a) Desde luego, es terco este pueblo y difícil de contentar. Además, olvidadizo: pronto han olvidado lo que ha hecho Dios -y su siervo Moisés- durante su liberación de Egipto y el camino a la tierra prometida.

El desierto resulta realmente incómodo, y cuando no falta una cosa falta otra. Hoy es el agua para las personas y para el ganado lo que lleva a un nuevo brote de rebelión y protesta. Es el último episodio que leemos del Libro de los Números, porque mañana pasaremos al Deuteronomio.

Moisés y Aarón, siguiendo la inspiración de Dios, obtienen agua de la roca. Lo que parecería que termina con el problema: Dios, una vez más, se ha mostrado benigno con su pueblo.

Pero esta página contiene, seguramente, otras intenciones. Por ejemplo, justificar el nombre de aquel lugar, «Meribá», que significa «litigio, pleito, contestación». Y, sobre todo, explicar un hecho difícil de entender: ¿por qué Moisés y Aarón, los grandes guías del éxodo, no pudieron entrar en la tierra prometida, a pesar de su ardiente deseo? No sabemos bien en qué consistió el «pecado» de Moisés. Aquí parece como si Dios le reprochara el haber dudado de él, al golpear dos veces la roca o no haber dado testimonio muy seguro ante el pueblo. Mientras que en otros pasajes (como los capítulos 1 y 3 del Deuteronomio) parece que la culpa es del pueblo. Lo cierto es que no entraron en Canaán, como no entró la generación del desierto. También María, la hermana de Moisés y Aarón, ha muerto.

b) Situaciones parecidas pueden suceder en nuestra vida: descontento contagioso, protestas, ingratitud, olvido de lo bueno para fijarse sólo en lo malo.

Veamos cómo reaccionan Moisés y Aarón: van a la tienda del encuentro a rezar a Dios.

También nosotros deberíamos saber «orar nuestros disgustos», verlo todo desde Dios: no con un ánimo ofendido, a partir de nuestros sentimientos más o menos lastimados, sino buscando la voluntad de Dios y el bien del pueblo, no nuestro propio honor o prestigio.

Tal vez, nuestro pecado sea también la falta de fe («¿creéis que podemos sacaros agua de esta roca?»). La duda. Que, en cierto modo, es normal que nos asalte en diversos momentos de la vida. La duda no es necesariamente mala. Los mejores creyentes -basta recordar, además de Moisés, a Abrahán o a Jeremías- tienen momentos en que no lo ven todo claro, más aun, en que se les eclipsa la cercanía de Dios y quedan perplejos. Pero siempre superan la crisis con la oración. Como Jesús en la dramática escena de Getsemaní.

Además, experimentar en nuestra propia carne la duda y el desánimo nos puede ayudar a ser más comprensivos con los demás: con un joven que ha perdido la fe, con un grupo que va teniendo altibajos, con una comunidad llena de defectos. Todo eso nos recuerda que no son nuestras fuerzas las que van a salvar al mundo. Sino la gracia, siempre activa, de Dios.

1. (Año II) Jeremías 31, 31-14

a) Terminamos hoy la lectura de Jeremías, para empezar, desde mañana, la de otros profetas. Y la última página seleccionada es también optimista: nos anuncia una Nueva Alianza.

En el AT nunca se había dicho que fuera a haber otra Alianza distinta de la del Sinaí, tantas veces rota por el pueblo, pero mantenida siempre en pie por la fidelidad de Dios.

Ahora, el profeta, como fruto de una maduración espiritual de su fe, anuncia, de parte de Dios, que a esa primera Alianza le va a seguir otra, definitiva, mucho más profunda y personal: «meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo».

Si la de la primera se podio decir que había constituido un fracaso por parte del pueblo, Dios no ceja en su empeño y anuncia otra mejor, una Alianza de fe, de conocimiento de Dios, de perdón y reconciliación. Se trata de la interiorización de la Alianza.

b) «Vienen días...». Los cristianos estamos convencidos de que esa Nueva Alianza, que ha llevado a plenitud la del pueblo de Israel, se ha cumplido en Cristo Jesús.

Es la Alianza que él selló, no con sangre de animales, como la del Sinaí, sino con su propia Sangre en la cruz. Es la Alianza de la que nos ha querido hacer participes cada vez que celebramos el sacramento memorial de su Pascua, la Eucaristía: «tomad y bebed todos de él: éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna...».

Pero toda alianza, y más la Nueva de Cristo, nos compromete a un estilo de vida coherente. Participar de la Eucaristía supone una actitud concreta a lo largo de la jornada.

No vaya a ser que también de nosotros se tenga que quejar Dios como de Israel, por nuestra incoherencia.

El salmo nos sitúa en la dirección justa cuando apunta a un corazón renovado, humilde y alegre a la vez, un corazón vuelto a Dios: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... devuélveme la alegría de tu salvación...».

2. Mateo 16,13-23

a) La página de Mateo es doble: contiene una alabanza de Jesús a Pedro, constituyéndolo como autoridad en su Iglesia y, a la vez, una reprimenda muy dura al mismo Pedro, porque no entiende las cosas de Dios.

Ante todo, la alabanza. Jesús pregunta (hace una encuesta) sobre lo que dicen de él: unos, que un profeta, o que el mismo Bautista. Y, ante la pregunta directa de Jesús («y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»), Pedro toma la palabra y formula una magnífica profesión de fe: «tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Jesús le alaba porque ha sabido captar la voz de Dios y, con tres imágenes, le constituye como autoridad en la Iglesia, lo que luego se llamará «el primado»: la imagen de la piedra (Pedro = piedra = roca fundacional de la Iglesia), la de las llaves (potestad de abrir y cerrar en la comunidad) y la de «atar y desatar».

Pero, a renglón seguido, Mateo nos cuenta otras palabras de Jesús, esta vez muy duras. Al anunciar Jesús su muerte y resurrección, Pedro, de nuevo primario y decidido, cree hacerle un favor: «no lo permita Dios, eso no puede pasarte»; y tiene que oír algo que no olvidará en toda su vida: «quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar: tú piensas como los hombres, no como Dios». Antes le alaba porque habla según Dios. Ahora le riñe porque habla como los hombres. Antes le ha llamado «roca y piedra» de construcción.

Ahora, «piedra de escándalo» para el mismo Jesús.

b) En nosotros pueden coexistir una fe muy sentida, un amor indudable hacia Cristo y, a la vez, la debilidad y la superficialidad en el modo de entenderle.

No se podía dudar del amor que Pedro tenía a Jesús, ni dejar de admirar la prontitud y decisión con que proclama su fe en él. Pero esa fe no es madura: no ha captado que el mesianismo que él espera (fruto de la formación religiosa recibida) no coincide con el mesianismo que anuncia Jesús, que incluye su muerte en la cruz.

Todos tendemos a hacer una selección en nuestro seguimiento de Cristo. Le confesamos como Mesías e Hijo de Dios. Pero ya nos cuesta más entender que se trata de un Mesías «crucificado», que acepta la renuncia y la muerte porque está seriamente comprometido en la liberación de la humanidad. No nos agrada tanto que sus seguidores debamos recorrer el mismo camino. Como a Pedro, nos gusta el monte Tabor, el de la transfiguración, pero no, el monte Calvario, el de la cruz. A Jesús le tenemos que aceptar entero, sin «censurar» las páginas del evangelio según vayan o no de acuerdo con nuestra formación, con nuestra sensibilidad o con nuestros gustos.

Más tarde, ayudado en su maduración espiritual por Cristo, por el Espíritu y por las lecciones de la vida, Pedro aceptará valientemente la cruz: cuando se tenga que presentar ante las autoridades que le prohíben hablar de Jesús, cuando sufra cárceles y azotes, y, sobre todo, cuando tenga que padecer martirio en Roma. Valió la pena la corrección que Jesús le dedicó.

«Moisés y Aarón fueron a la tienda del encuentro y se echaron rostro en tierra» (1ª lectura I)

«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» (salmo II)

«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios» (evangelio)

«Tú piensas como los hombres, no como Dios» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 236-241


3-4. CLARETIANOS 2002

Si habéis visitado la basílica de San Pedro en el Vaticano habréis observado que alrededor de la cúpula, por su parte interna, están escritas en latín las palabras centrales del evangelio de hoy: "Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam" (Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia). Hace falta subir al deambulatorio para caer en la cuenta del descomunal tamaño de estas letras hechas en mosaico. No es necesario decir por qué se han puesto estas palabras en este preciso lugar. Pero lo que sí nos interesa es preguntarnos qué pueden significar para nosotros hoy. Caigamos en la cuenta de que estas palabras que Jesús dirige a Pedro sólo se encuentran en el evangelio de Mateo. En ellas se ha fundamentado bíblicamente la autoridad del Papa en cuanto sucesor de Pedro. Según el Código de Derecho Canónico, esta autoridad es "suprema, plena, inmediata y universal" (canon 331). Estas palabras resultan tan solemnes que cuesta relacionarlas con el apóstol Pedro, hombre vulnerable. Por eso necesitamos una y otra vez beber en el sentido más genuino de lo que el evangelio nos quiere transmitir.

Lo primero que me llama la atención es que Jesús no elige a Pedro en virtud de sus cualidades personales sino por su fe en él como Hijo de Dios. Pero se trata de una fe que Pedro no se puede adjudicar como una conquista "porque eso no te lo ha revelado ningún mortal sino mi Padre que está en el cielo". Por tanto, Pedro es, sobre todo, un hombre agraciado con el don de la fe. Sobre este don reposa el sentido de su ministerio en la comunidad. Sin esa fe, la autoridad se convierte en mera dominación.

Pero hay un segundo aspecto que quiero subrayar. La potestad de "atar y desatar" consiste en la potestad de "interpretar la ley" para adaptarla a las nuevas situaciones. De hecho, Pedro así lo hizo. Pensemos en las decisiones que tomó en la asamblea de Jerusalén, tal como se nos narra en el capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles.

¿No sería deseable que esto sucediera hoy de una manera más audaz, de una manera parecida a como Jesús interpretaba la ley? Él siempre buscaba liberar a las personas, encontrar salidas donde la rigidez sólo veía puertas cerradas. Si el ministerio de Pedro fuera más en esta línea, ¿no sería un punto de encuentro en el camino ecuménico más que un obstáculo como, de hecho, lo es hoy para muchos hermanos de otras iglesias?

Hoy celebramos la memoria de Santo Domingo de Guzmán, un santo lúcido para tiempos claroscuros; un santo muy a propósito para nuestra época, un enamorado de la Palabra que supo ser audaz en un siglo tan convulso como el siglo XIII.

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


3-5. 2001

COMENTARIO 1

v. 13. El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio judío. Cesarea de Filipo era la capital del terri­torio gobernado por este tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus discípulos la cuestión de su iden­tidad, Jesús los saca del territorio donde reina la concepción del Mesías davídico.

Primera pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el Hijo del hombre» «el Hombre»). El Hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf. 3,16s); por contraste, «los hombres» en general son los que no están animados por ese Es­píritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de Jesús.

«El Hombre/este Hombre»: la expresión se refiere claramente a Jesús, en paralelo con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15). Este pasaje muestra con toda evidencia que Mt no interpreta «el Hijo del hombre» como un título mesiánico. Resul­taría ridículo que Jesús, cuando va a proponer a los discípulos la pregunta decisiva, les dé la solución por adelantado; incomprensi­ble sería, además, la declaración de que Pedro había recibido tal conocimiento por revelación del Padre (17), si Jesús mismo se lo había dicho antes.



v. 14. La gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT. O bien es una reencarnación de Juan Bautista (cf. 14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado por Mal 3,23; Eclo 48,10. Para Je­remías, cf. 2 Mac 15,l3ss. En todo caso, ven en Jesús una conti­nuidad con el pasado, un enviado de Dios como los del AT. No captan su condición única ni su originalidad. No descubren la no­vedad del Mesías ni comprenden, por tanto, su figura.



vv. 15-16. Pregunta a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad y han recibido su enseñanza. Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era conocido, cf. 4,18; 10,2) toma la iniciativa y se hace espontáneamente el portavoz del grupo.

Las palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cris­tiana. Mt no se contenta con la expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza por reflejar la concepción popular del mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de Dios» «el Ungido por Dios»). La expresión de Mt la completa, oponiendo el Mesías Hijo de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías hijo de David de la expectación general. «Hijo» se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo. «El hijo de Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23). «Vivo» (cf. 2 Re 19,4.16 [LXX]; Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios verdadero a los ídolos muertos; significa el que posee la vida y la comunica: vivo y vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal 84,3; Jr 5,2). También el Hijo es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte.



v. 17. A la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una bienaventuranza. Llama a Pedro por su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su patronímico: hijo de Jonás; se ha inter­pretado también como «revolucionario», en paralelo con Simón el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón por el don recibido. Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios vivo») quien revela a los hombres la verdadera identidad de éste. Relación con 11,25-27: es el Padre quien revela el Hijo a la gente sencilla y el Hijo quien revela al Padre.

Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y entendidos, y ha recibido esa revelación. Es decir, los dis­cípulos han aceptado el aviso de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina de los fariseos y saduceos (16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es decir, de comprender el sen­tido profundo de las obras de Jesús, en particular de lo expresado en los episodios de los panes (cf. 16,9s). Han comprendido que su mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La reve­lación del Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofre­cida a todos, pero sólo los «sencillos» están en disposición de reci­birla. Se refiere al sentido de la obra mesiánica de Jesús.

«Mi Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los que reciben del Padre la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la imagen del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús la experiencia de Dios como Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal.



v. 18. Jesús responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te digo yo: Tú eres»). Lo mismo que, en la de­claración de Pedro, «Mesías» no es un nombre sino indica una función, así «Piedra» en la declaración de Jesús.

Hay en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equiva­lentes. En griego, petros es nombre común, no propio, y significa una piedra que puede moverse e incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras que se arrojan). La «roca», en cambio, gr. petra, es símbo­lo de la firmeza inconmovible. En este sentido usa Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la casa», figura del hombre mismo.

v. 19. Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los creyentes. En la primera, el reino de Dios se identifica con la iglesia o comunidad mesiánica. Continúa la imagen de la ciudad con puertas. Los creyentes, representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o cierran, admiten o rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús utilizará en su denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los hombres.

Sin embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él, y esto se explicita en la frase siguiente. “Atar, desatar” se refiere a tomar decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios. La expresión es rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y dejar libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de la Ley con el sentido de declarar algo permitido o no permitido. Pero, en este pasaje, el paralelo con las llaves muestra que se trata de acción, no de en­señanza.

El pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del paralítico, donde los espectadores alababan a Dios «por haber dado tal autoridad a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que habla el pasaje está tipificada en Jesús, el que tiene autori­dad para cancelar pecados en la tierra (9,6). Esa misma es la que transmite a los miembros de su comunidad (“desatar”). Se trata de borrar el pasado de injusticia permitiendo al hombre comenzar una vida nueva en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que explica el alcance de la autoridad que Jesús concede se encuentra en 18, 15-18. Se trata allí de excluir a un miembro de la comunidad («atar») declarando su pecado.

Resumiendo lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que tiene por funda­mento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento, la comunidad de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas por los perseguidores. Los miembros de la comuni­dad pueden admitir en ella (llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la rechazan. Sus decisiones están refrenda­das por Dios mismo.



v. 20. La fórmula que Jesús prohibe divulgar no es la misma que Pedro ha expresado, sino más breve: que es el Mesías. Esta ex­presión aislada daría pie al equívoco: la gente la interpretaría en el sentido corriente, del Mesías davídico nacionalista y violento.



v. 21. Comienza una nueva sección del evangelio. La frase «des­de entonces empezó Jesús» calca la usada en 4,17. Allí comenzaba la enseñanza en Galilea; ahora comienza a mostrar a sus discípu­los la inevitabilidad de su muerte, que será consecuencia lógica de su actividad y de su toma de posición contra la ideología del poder. Al contrario que Mc (8,31), Mt no emplea la denominación «el Hombre» ni el verbo «enseñar». El término «el Hombre» es extensivo; aunque designa primordialmente a Jesús, se aplica en su medida a los que lo siguen y de él reciben el Espíritu. Al omitirlo, Mt indica que Jesús informa a sus discípulos sobre su destino personal; de ahí el cambio del verbo «enseñar» por «mostrar/manifestar» (cf. Mc 10,32). También se debe a ello la precisión de «ir a Jerusalén», que coloca el episodio en un marco histórico y temporal concreto.

El Gran Consejo, representante de todas las clases dirigentes, poder del dinero, líderes religiosos e intelectuales, va a pasar a la acción contra Jesús. El destino de éste está señalado por la muerte; ésta va a ser la última palabra de los dirigentes, su intento de destruir al Hombre, y la pronunciarán en nombre de Dios, de «su» dios. Pero Dios mismo la desautorizará resucitando a Jesús, dándole de este modo la razón a él, no a «sus representantes». Con la resurrección, Dios va a refrendar la palabra y la actividad de Jesús, poniéndose en contra de quienes lo han condenado.

El verbo «tenía que» (gr. dei) indica una necesidad que entra dentro del designio divino. Este consiste en que Jesús salve a su pueblo (1,21) aun a costa de su vida misma. No es que Dios quiera y haya decidido la muerte de Jesús, sino que ésta es inevitable dada la oposición de los dirigentes al mesianismo que él encarna. Jesús Mesías, cuya misión consiste en liberar de la opresión reli­gioso-política (éxodo) ejercida sobre Israel por las instituciones y sus representantes, tiene necesariamente que sufrir la oposición implacable de esas autoridades, que lo condenarán a muerte.

«Al tercer día» era fórmula consagrada para indicar un breve espacio de tiempo. Puede hacer alusión también a la teofanía (cf. Ex 19,lOs.lSs) y a Os 6,2: «al tercer día nos resucitará».



v. 22. Pedro está en completo desacuerdo con lo expuesto por Jesús. Ha expresado la fe auténtica, pero no acepta la praxis que se deriva de ella. Llevándose aparte a Jesús, lo increpa. El verbo es fortísimo, puesto que lo usa Jesús con los demonios (17,18) o ele­mentos demoníacos (8,26). En general, el uso del verbo indica que el destinatario del reproche se opone al plan de Dios o podría hacerlo si no hiciese lo que se le dice. Pedro, por tanto, considera que el destino expuesto por Jesús es contrario al designio divino. Como lo expresan sus palabras, se opone a que Jesús muera.



v. 23. La respuesta de Jesús manifiesta el colmo de la indigna­ción. Pedro encarna a Satanás, es decir, sus palabras concretan la tercera tentación del desierto (4,10). En el encuentro con sus enemigos, Pedro lo tienta a que sea un Mesías poderoso y vencedor. Jesús lo rechaza con el mismo imperativo con que rechazó a Satanás: «¡Vete!»; la segunda parte: «¡Quitate de en medio!», se refiere a Pedro como obstáculo que impide su camino.

Explica Jesús por qué Pedro es obstáculo: «tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres». «Tu idea», gr. phroneis, «pien­sas, tienes un modo de pensar». «La idea de Dios» es la expresada por la voz del cielo en el bautismo de Jesús, donde el Mesías apa­rece como el Hijo de Dios cuyo propósito de cumplir su misión hasta la muerte es aceptado por el Padre y que asume así los ras­gos del siervo de Dios (cf. 3,17); son los elementos que constituyen «los secretos del reinado de Dios» (13,11).

«Los hombres» son los mencionados en 16,13, los que no des­cubren el mesianismo de Jesús. Pedro ha comprendido el mesia­nismo, como lo ha mostrado en su brillante profesión de fe (16,16), pero no acepta sus consecuencias. La fe que profesa queda en el intelecto, no se hace praxis. Su caso es más grave que si no hubiera entendido (cf. 7,21.26). Encarnando «al diablo» (4,3.6), reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, pero pretende encauzar su mesianismo hacia el poder y el triunfo.


COMENTARIO 2

El pasaje de la confesión de Pedro en Cesárea de Filipo nos sitúa en un momento muy importante de la vida de Jesús. Después de experimentar el rechazo de su pueblo y el fracaso aparente de su misión, el Señor se dirige a sus discípulos con una pregunta directa y precisa: ¿Quién dicen ustedes que soy yo? Es probable que en este mismo contexto Jesús hiciera un anuncio de su pasión y pensara en confiar su misión al grupo de los discípulos, con Pedro a la cabeza.

La doble pregunta de Jesús hace que aparezca con claridad la diferencia entre la opinión de la gente y la de los discípulos. Pedro, en nombre de sus compañeros, reconoce que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Estos dos títulos resumen la fe de la Iglesia de Mateo. No es suficiente decir que Jesús es el Mesías esperado por Israel; hay que añadir, que es el Hijo de Dios.

A esta confesión de Pedro, Jesús responde con una palabra de felicitación y un encargo muy especial de cara a la Iglesia. Estas palabras corresponden al importante papel que Pedro desempeñó en la vida de la Iglesia de Siria, a las que se dirige este Evangelio. Jesús declara dichoso a Pedro, no por sus méritos, sino porque el Padre le ha revelado el misterio de ver en él al Mesías, al Hijo de Dios; y le confía la misión de ser el cimiento de la Iglesia, la comunidad mesiánica reunida en torno a los discípulos. El cambio de nombre produce un juego de palabras, que describe plásticamente la tarea que Jesús encomienda a Pedro: ser roca firme, para que la Iglesia no sucumba ante las dificultades.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. 2002

A partir del reproche final del v.23, se puede articular este largo pasaje desde la contraposición entre dos ideas “la de Dios” y “la humana”. En torno a ella se entretejen las opiniones expresadas por los personajes y la misma justifica el cambio de valoración sobre Pedro desde la primera (13-20) a la segunda parte (21-23).

La relación con Jesús está a la base de la confrontación entre la opinión de los discípulos y la que tiene la gente. Esta no ha sabido reconocer la originalidad de la actuación de Jesús. Sus esquemas, anclados en el pasado le impiden el acceso a una comprensión auténtica en este punto crucial para su vida.

Por el contrario, los discípulos han sido capaces de alcanzar el sentido de esta realidad. A través de Pedro y en él que es portador del grupo expresan plenamente su acogida a la revelación del Padre dirigida a los pequeños y sencillos. Por el contrario, la gente, “los hombres” sólo cuentan con la ayuda de carne y hueso,”sangre”, que no puede captar la presencia de la trascendencia divina en la acción de Jesús.

Por eso mismo la edificación de la sociedad alternativa propuesta por Jesús se reserva a la acción de los discípulos. A ellos en su condición de “administradores” compete una función específica en la “Iglesia” que nace de la fe en Jesús. Como el “empleado fiel y cuidadoso puesto por el patrón...” y proclamado “dichoso”(Mt 24-45-46), los discípulos reciben la tarea de mantener el ámbito de Vida que tiene origen en Dios y que es inaccesible para el puro esfuerzo humano.

La segunda parte (vv.21-23) ahonda el significado de ese compromiso asignado al creyente a partir del relato del primer anuncio de la Pasión y de la incomprensión de Pedro respecto a este punto.

El v.21 marca un corte decisivo en el evangelio con un nuevo solemne comienzo semejante al de 4,17: “Desde entonces empezó Jesús a...”. De este modo aparece en el Evangelio el horizonte de la Pasión. Esta es explícitamente señalada con un “tenía que ir a Jerusalén...”

El rechazo del anuncio arrastra a Pedro desde el lugar que le asignaban los versículos anteriores al lugar opuesto. La fe en Jesús está ligada de tal forma a la Pasión que ésta se convierte en criterio fundamental para determinar aquella.

La reacción de Pedro lo coloca en el ámbito de la oposición al proyecto de Jesús. Ofuscado por una mentalidad triunfalista y de éxito no puede asumir la propuesta de Jesús. El “regaño” a Jesús, manifestación de esa actitud, es empleado para el enfrentamiento de Jesús con los demonios (cf. Mt 8,26; 17,18). Oponiéndose a la muerte de Jesús, no es capaz de comprender la necesidad del designio divino : “tenía que” (v.21). Esta necesidad debe comprenderse tomando en cuenta las condiciones de muerte existentes en la sociedad. Sólo por medio de la entrega de la vida, Jesús puede desenmascarar la “idea humana” egoísta y hacer manifiesta la “idea de Dios”.

Por su incomprensión, Pedro roca se transforma en “piedra de tropiezo”. El receptor de la revelación del Padre es calificado de Satanás.

En el corazón de cada uno de los creyentes está presente el mismo peligro que acechaba a Pedro. La confesión de la propia fe no puede coexistir con la práctica de la competitividad y exitismo en la vida social. El riesgo de no adecuar la proclamación a una práctica coherente es una seria advertencia a la vida de los integrantes de la comunidad eclesial.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


3-7. DOMINICOS 2003

Palabra y agua viva
Libro de los Números 20, 1-13:
“En el desierto, faltó agua al pueblo y los israelitas se amotinaron contra Moisés y Aarón... ¡ojalá hubiéramos muerto, como nuestros hermanos, delante del Señor!...

Moisés y Aarón se dirigieron a la tienda del encuentro, y delante de ella se echaron rostro en tierra...

El Señor dijo a Moisés: Coge el bastón, reúne a la asamblea... y ordena a la roca que dé agua... Moisés alzó la mano y golpeó la roca con el bastón dos veces, y brotó agua abundante...”

Prosigue la situación ya conocida en las amarguras del desierto. A esas generaciones de israelitas les está resultando un suplicio avanzar paso a paso, estación por estación, hacia la tierra prometida. Pero en cualquier momento cumbre, Dios muestra su providencia.

Evangelio según san Mateo 16, 13-23:
“Estando en Cesarea de Filipo, Jesús preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: Unos, que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías...

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús le dijo: ¡Dicho tú, Simón, hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo... Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobes esta piedra edificaré mi Iglesia...”

Esta es una pieza muy importante en el Evangelio: confesión de la divinidad de Jesús, por parte de Pedro; declaración de cómo la Iglesia se construirá con y sobre los apóstoles; seguridad en que esa Iglesia será mantenida por la fuerza del Espíritu, a pesar de las humanas flaquezas. Sobre la debilidad, la fuerza de Dios.



Momento de reflexión
Fuente de agua viva.
El texto del libro de los Números es riquísimo en contenido: agua y vida.

El agua es un elemento absolutamente necesario en la vida de la naturaleza y en la vida del hombre. Esto era verdad en la peregrinación de los israelitas por el desierto, y lo es hoy mismo en grandísimas proporciones, pues pueblos enteros, por ejemplo, de África, son víctimas de la desertización de los campos, y falta de alimentos.

El agua es, además, símbolo de la abundancia de dones naturales y sobrenaturales que Dios otorga a las almas. Si nuestro espíritu no está regado con el agua de la gracia, del bautismo, del amor, de la fecundidad, todo se corrompe y muere.

El agua es símbolo general de la providencia del cielo sobre la tierra y hombres, y lo es también del ‘chorro’ que ‘como agua viva’ y como gratitud suscita el Espíritu Santo en nuestros corazones. Acudamos y bebamos en la fuente de agua viva

Tú eres el Mesías. Tú eres Pedro-piedra.
En la primera parte del texto e imagen circula el agua viva. El corazón de Pedro late al unísono con el corazón de Cristo, aunque a veces desfallezca; y el corazón de Cristo se conforta. Lo hace al comprobar que, no obstante las debilidades, sus apóstoles y discípulos van asumiendo –aunque sea imperfectamente- el papel que les va a corresponder de regar con Él la tierra para que sea fecunda y fructifique en santidad.

Pero en la segunda parte del mismo texto que hoy utiliza la liturgia, se nos advierte sobre la pobreza humana, ya que Pedro, el mismo que confiesa la divinidad de Jesús, luego le pondrá condiciones y no aceptará fácilmente la parte que en la vida corresponde al sufrimiento y a la cruz. ¡Así somos en nuestra debilidad!


3-8.

Núm 20, 1-13 :Muerte de María. Aguas de contradicción
Salmo responsorial: 94, 1-2.6-9 :Nosotros creemos, Señor, a tu palabra
Mt 16, 13-23: Revelación de la identidad del Hijo del hombre
Jesús realiza una pregunta a sus discípulos en Cesarea de Filipo, ciudad al pie del monte Hermón y en otro tiempo el punto más al norte de la tierra de Israel: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Dado que Jesús ha estado usando este título para designarse a sí mismo (8,20; 9,6; 10,23; 11,19; 12,8.32.40; 13,37.41), ya es hora de que sus discípulos sepan quién es realmente Jesús.

El título “Hijo del hombre” era un título enigmático que probablemente dejaba perplejos a los oyentes de Jesús. Algunos pudieron relacionarlo con Dan. 7 y, quizá, incluso con las parábolas de Henoc (1 Henoc 37-71), donde el Hijo del hombre se describe como el que derrocará a reyes y potentados de sus tronos (46,1-5). La opinión popular identificaba a Jesús con algunos profetas reverenciados del pasado. Elías era muy venerado por el pueblo y, al haber sido arrebatado hasta Dios de manera milagrosa (cf. 2Re 2,11), se esperaba que regresara como precursor del Mesías (cf. Mal 3,23-24).

La respuesta de Simón Pedro “Tú eres el Mesías (= Ungido), el Hijo de Dios vivo” realza el papel de Pedro como portavoz y representante de los discípulos (cf. 19,27; 26,35.40).

El término “Ungido” (Cristo o Mesías) aparte del relato de la infancia, ha sido mencionado por Mateo sólo en 11,1-6, donde hace claramente referencia al siervo que trae la buena noticia a los afligidos (11,5; Is 61,1). Pedro está afirmando que Jesús en cuanto Hijo del hombre está desempeñando el papel, no de “Hijo de David”, sino de “Hijo de Dios vivo”. Como Hijo del hombre, Jesús es el Hijo de Dios/Israel Siervo que ha venido a reunir a los fieles en el reino para que éstos puedan llevar a cabo el designio de Dios de salvar a las naciones. Los versículos 17-19 constituyen una clara unidad. Las palabras de Jesús forman tres estrofas (de un versículo cada una), y cada estrofa contiene tres frases. La primera frase de cada estrofa expresa un tema nuevo y la segunda y tercera frases desarrollan el tema con proposiciones antitéticas. En este momento, Jesús ya no hace más preguntas, sino una serie de afirmaciones.


En el texto de este día encontramos temas diferentes pero igual de importantes para nuestra vida cristiana: la revelación de Dios, Pedro como la “roca”, las llaves del reino de Dios y el lado sombrío del ser Siervo de Dios. Veamos algo de esto.

Simón Pedro ha confesado que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús acepta esta confesión y muestra sus consecuencias. De su boca sale una bienaventuranza –“dichoso tú...” porque este misterio no proviene de abajo, sino de arriba. La razón la encontramos en Mt 11,27: nadie sino el Hijo conoce al Padre, y nadie sino el Padre conoce al Hijo; por tanto, sólo el Padre ha podido dar a conocer a Pedro la medida plena de la filiación divina de Jesús. Bienaventurados seremos también si sabemos reconocer en el prójimo, de manera especial en el pobre, la presencia de Jesús y seremos bienaventurados porque esto no puede ser revelado “por la carne y la sangre”, sino sólo por el Padre que está en los cielos (Gal 1,12.16).

Como respuesta a las palabras de Simón, Jesús dice: “tu eres Pedro (Petros), y sobre esta roca (petra) edificaré mi Iglesia. “Roca” es a menudo una designación de Dios como el único cimiento de la vida humana. Pedro, en cuanto es quien da testimonio de la verdadera identidad de Jesús, es la roca sobre la cual Jesús va a construir la comunidad de los fieles. Esta imagen se entiende mejor desde la parábola del hombre prudente que “edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24). Esta designación todos nosotros debemos de asumirla en tanto cuanto somos o debemos ser “piedras vivas” que formamos la Iglesia y, a ejemplo de este apóstol, damos testimonio de la verdadera identidad de Cristo que vive en nosotros y lo manifestamos en nuestra vida diaria. ¡Somos credenciales, la tarjeta de presentación de Cristo ante el mundo!

La imagen de las “llaves del reino...” llama a la responsabilidad dibujada en Is 22,15-25. Se llama a Pedro y también a nosotros a esa responsabilidad del siervo que ha de cuidar de la casa de su amo de acuerdo con los deseos de éste, pero también con responsabilidad y libertad de discernimiento personal

Finalmente Jesús recuerda a Pedro y los demás (incluidos nosotros) que Él debe ser aceptado como Mesías-Siervo sufriente. Aquí es donde como Pedro muchos de nosotros nos oponemos y somos otro tipo de “piedras”, piedras de escándalo. Por esto Jesús ora por nuestra “conversión” para que podamos confirmar a los hermanos (Lc 22,31s).

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-9. ACI DIGITAL 2003

13. Cesarea de Filipo, hoy día Banías, situada en el extremo norte de Palestina, cerca de una de las fuentes del Jordán.

18. Pedro (Piedra) es, como lo dice su nombre, el primer fundamento de la Iglesia de Jesucristo (véase Ef. 2, 20), que los poderes infernales nunca lograrán destruir. Las llaves significan la potestad espiritual. Los santos Padres y toda la Tradición ven en este texto el argumento más fuerte en pro del primado de S. Pedro y de la infalible autoridad de la Sede Apostólica. "Entretanto, grito a quien quiera oírme: estoy unido a quienquiera lo esté a la Cátedra de Pedro" (S. Jerónimo).

20. Como señala Fillion, las palabras de este pasaje marcan "un nuevo punto de partida en la enseñanza del Maestro". Cf. Juan 17, 11; 18, 36. Desconocido por Israel (v. 14), que lo rechaza como Mesías - Rey para confundirlo con un simple profeta, Jesús termina entonces con esa predicación que Juan había iniciado según "la Ley y los Profetas" (Luc. 16, 16; Mat. 3, 10; Is. 35, 5 y notas) y empieza desde entonces (v. 21) a anunciar a los que creyeron en El (v. 15 s.) la fundación de su Iglesia (v. 18) que se formará a raíz de su Pasión, muerte y resurrección (v. 21) sobre la fe de Pedro (v. 16 ss.; Juan 21, 15 ss.; Ef. 2, 20), y que reunirá a todos los hijos de Dios dispersos (Juan 11, 52; 1, 11 - 13), tomando también de entre los gentiles un pueblo para su nombre (Hech. 15, 14); y promete El mismo las llaves del Reino a Pedro (v. 19). Este es, en efecto, quien abre las puertas de la fe cristiana a los judíos (Hech. 2, 38 - 42) y luego a los gentiles (Hech. 10, 34 - 46). Cf. 10, 6.


3-10. DOMINICOS 2004

5 de agosto, jueves: Fiesta de la Virgen Blanca

Vamos con una hermosa leyenda mariana. La memoria libre que hoy se hace en la liturgia, en honor a María, lleva el título popular de LA VIRGEN BLANCA. Alude a una leyenda piadosa del siglo IV. Según ella, un matrimonio romano, que no tenía descendientes y disponía de muchos bienes, quería honrar a Santa María, y no sabía cómo hacerlo.

Una noche de agosto el piadoso matrimonio contempló, extasiado, que sobre el monte Esquilino caía blanca nieve subiendo el suelo.

Es voluntad de María –entendieron ellos- que en esa cima se construya una basílica. Y con la venia del papa Liberio (352-366) comenzó la fábrica de la bellísima iglesia de Santa María la Mayor o “Virgen de las Nieves” o “Virgen Blanca”.

Y a su imagen, muchas capillas y algunas iglesias llevan ese nombre mariano. En España es muy conocida, por ejemplo, la fiesta de la Virgen Blanca, patrona de la ciudad de Vitoria, por voluntad del rey Sancho el Sabio de Navarra que la fundó en el siglo XII.

Las lecturas las haremos de feria.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Jeremías 31, 31-34:
“Mirad que llegan días –oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto...

Meteré mi ley en vuestro pecho, la escribiré en vuestros corazones. Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo...”

Evangelio según san Mateo 16, 13-23:
“Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Ellos le contestaron: Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías o uno de los profetas.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Jesús le respondió:’Dichoso tú, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino mi Padre que está en el cielo...”


Reflexión para este día
Santa María, blanca como la nieve, ruega por nosotros.
Santa María, blanca como paloma, haznos vivir en amor puro.
Santa María, gloria de nuestra raza, ayúdanos a ser felices en el amor.
Santa María, Blanca como la Nieve, bendice nuestras familias.

Con esos sentimientos marianos podemos meditar hoy en la nueva alianza de amor que, según el texto de Jeremías, Dios quiere establecer con nosotros. Y podemos también preguntarnos qué pensamos de Jesús de Nazaret.

En cuanto a lo primero, alianza de amor, apreciemos lo que significa María en el proyecto de ‘Nueva Alianza’. Ella es una fecunda realidad. Según nuestra fe, María es la tomada de entre nosotros mediadora en esa sublime Alianza de Dios y del hombre a través del misterio de la encarnación del Hijo de Dios en su seno virginal. ¡Ave, María!

En cuanto a lo segundo, pulsemos bien nuestros sentimientos íntimos y seamos sinceros. ¿Podemos decir nosotros con firme persuasión, con inquebrantable confianza y fe, que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios? Si lo hacemos, felices de nosotros.


3-11.

Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España)

«Tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres»

Hoy Jesús proclama afortunado a Pedro por su atinada declaración de fe: «Simón Pedro contestó: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Replicando Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’» (Mt 16,16-17). En esta felicitación Jesús promete a Pedro el primado en su Iglesia; pero poco después ha de hacerle una reconvención por haber manifestado una idea demasiado humana y equivocada del Mesías: «Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: ‘¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!’. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!’» (Mt 16,22-23)

Hay que agradecer a los evangelistas que nos hayan presentado a los primeros discípulos de Jesús tal como eran: no como unos personajes idealizados, sino gente de carne y hueso, como nosotros, con sus virtudes y defectos; esta circunstancia los aproxima a nosotros y nos ayuda a ver que el perfeccionamiento en la vida cristiana es un camino que todos debemos hacer, pues nadie nace enseñado.

Dado que ya sabemos cómo fue la historia, aceptamos que Jesucristo haya sido el Mesías sufriente profetizado por Isaías y haya entregado su vida en la cruz. Lo que más nos cuesta aceptar es que nosotros tengamos que continuar haciendo presente su obra a través del mismo camino de entrega, renuncia y sacrificio. Imbuidos como estamos en una sociedad que propugna el éxito rápido, aprender sin esfuerzo y de modo divertido, y conseguir el máximo provecho con el mínimo de labor, es fácil que acabemos viendo las cosas más como los hombres que como Dios. Una vez recibido el Espíritu Santo, Pedro aprendió por dónde pasaba el camino que debía seguir y vivió en la esperanza. «Las tribulaciones del mundo están llenas de pena y vacías de premio; pero las que se padecen por Dios se suavizan con la esperanza de un premio eterno» (San Efrén).


3-12.

Las palabras de Pedro a Jesús son muchas veces usadas por nosotros.
Decimos: “Esto no me puede suceder a mí” o “¿Por qué me sucede a mí? La respuesta de Jesús es muy clara: “Tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres” Y es que, al igual que Pedro, creemos que por estar en los caminos de Dios estamos exentos de que nos pase cualquier cosa que no sea de nuestro agrado o que no podamos sobrellevar, por lo menos no desde nuestra condición humana. La forma de pensar que viene de Dios es de aceptación. Cuando aceptamos las cosas que nos pasan en nuestra vida instauramos la paz en ella, aun a pesar de que haya tristeza. Aceptar nos abre las puertas a un camino totalmente distinto en el cuál nos daremos cuenta de que las cosas las enfrentamos no por nuestra fortaleza sino por la gracia y el amor de Dios en nosotros. Aceptar es decir cada día a nuestra travesía espiritual y a la acción de Dios en nuestras vidas, será eso lo que nos haga crecer y transcender a nuestra condición humana.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-13.

Reflexión:



Jer. 31, 31-34. Inscribir la Ley de Dios en el corazón del hombre. Todo buen Judío debería meditar la Ley de Dios e irla haciendo parte de su propia vida, de tal forma que, por la propia fidelidad, quedara inscrita en el corazón como un buen hábito. A partir de ese esfuerzo personal, quienes tuviesen consigo la Ley podrían instruir a su prójimo como un maestro lo hace con sus discípulos. Sin embargo el Señor nos dice que hará con nosotros una Nueva Alianza inscribiendo Él mismo, por pura gracia, su Ley Nueva en nuestros corazones; y no sólo en algunos cuantos, sino en todos, desde el más pequeño hasta el mayor de todos. Esta profecía se ha cumplido plenamente en Cristo Jesús. En Él se ha llevado a efecto la nueva y definitiva Alianza, entre Dios y la humanidad, sellada con la Sangre del Cordero Inmaculado. El Señor ha infundido en nosotros su Espíritu Santo, como el sello mediante el cual somos identificados como hijos de Dios. Mediante la presencia del Espíritu Santo nosotros somos conducidos por Dios mismo a la fidelidad amorosa y a la plenitud de la Verdad. Sepamos, pues, en un mismo Espíritu, escuchar la Palabra de Dios y dejarla tomar carne en nuestra propia vida, pues no somos nosotros, sino el Espíritu de Dios el que realiza en nosotros la obra de salvación.

Sal. 50. Si Dios nos llamara a juicio seguramente que no podríamos mantenernos en pie en su presencia, pues muchas veces nos hemos alejado de Él y nuestros caminos se han torcido demasiado. En el horizonte de nuestra esperanza siempre estará la recuperación del paraíso perdido, de la paz, del amor fraterno, de la vida plena no tanto por poseer bienes materiales, sino por realizarnos plenamente en aquello que realmente vale en nuestro interior personal. Muchas veces ponemos el mejor de nuestros empeños para crear un mundo nuevo, capaz de ayudarnos a ser felices; pero tan pronto empezamos a luchar se nos enturbia la vista o se nos viene el desánimo. El Señor es nuestra fuerza; a Él acudimos para que cree en nosotros un corazón puro, un espíritu nuevo que nos ayude a serle fieles y a trabajar, conforme a su voluntad, no sólo en la construcción de la ciudad terrena, sino en la construcción del Reino de Dios ya desde ahora. Esto será realidad, no por nuestras débiles fuerzas, sino gracias al Espíritu de Dios que Él ha infundido en nosotros; ojalá y no apaguemos su fuerza ni su voz, sino que nos dejemos instruir y formar por Él como hijos de Dios de tal forma que podamos enseñar a los descarriados el camino de la salvación y ayudar a los pecadores a volver a Dios; y esto haciéndolo no sólo con nuestras palabras, sino desde nuestra propia experiencia en el Camino que nos conduce al Padre Dios, y que es Cristo Jesús.

Mt. 16, 13-23. No basta con verter conceptos precisos acerca de lo que es Jesús. Tal vez uno sepa mucho acerca de Él por los estudios realizados. Pero la fe no puede basarse únicamente en eso. La Iglesia, con Pedro a la Cabeza, no es transmisora sólo de verdades teológicas o dogmáticas. La Iglesia no ha sido enviada a ilustrar la mente de los demás, sino a salvarles desde la propia experiencia del caminar con Jesús, de conocerlo como se conoce a un amigo y de amarlo entrañablemente, haciendo nuestra su vida y la misión que Él recibió del Padre. Por eso Jesús, una vez que ha recibido la respuesta de Pedro y que lo ha constituido en Piedra de la Iglesia, le indica que se ponga atrás de Él para que, cargando su propia cruz, experimente lo que es realmente amar hasta entregar la vida por los demás para salvarlos, pues finalmente esa será la Misión de la Iglesia que el Señor encomendará a Pedro. Y Pedro no podrá sólo enseñará a la Iglesia la verdad sobre Jesucristo, sino que le enseñará a amar y a dar la vida para que la humanidad entera tenga vida, por medio de ella, como instrumento de salvación en manos de Dios. Aprendamos, pues, a vivir conforme a los criterios de Dios y no conforme a los criterios de los hombres.

El Señor nos reúne para celebrar su Victoria sobre el pecado y la muerte. No nos encontramos ante un rey meramente humano. El Reino de los cielos no nos desliga de la tierra, pero tampoco nos hace olvidar los bienes eternos. Ante el seguimiento de Cristo no podemos sentirnos seguros de la salvación conforme a los criterios mundanos. Los que colaboran con los gobernantes de este mundo muchas veces gozan de inmunidad ante sus canalladas. Los que colaboramos con Cristo no podremos escapar del juicio de Dios si sólo nos quedamos en una fe superficial, tal vez instruyendo a los demás como maestros, pero viviendo con una gran hipocresía cargando el peso de la fe sobre los demás, mientras nosotros no la hemos vivido en lo más mínimo. Hemos de aprender a ir tras de Jesús para no sólo convertirnos en predicadores, sino en testigos de la Buena Nueva de salvación. Este es el compromiso que adquirimos al entrar en comunión de vida con el Señor en esta Eucaristía.

Dios se ha mostrado misericordioso para con nosotros. Él nos ha hecho participar de su Vida y de su Espíritu. Su amor en nosotros nos ha identificado con el Señor, de tal forma que nos ha convertido en un signo de Él ante el mundo entero. Toda esta Gracia recibida de Dios debemos no sólo anunciarla con los labios, sino dar testimonio de la misma desde una vida que se convierta en la Revelación de Dios, desde su Iglesia, para todos. La Iglesia, por eso, no sólo es Maestra de la humanidad en cuanto a ser depositaria de la verdad y transmitirla a los demás, sino que también es Madre en cuanto que engendra a los hijos de Dios por obra del Espíritu Santo, comunicándoles la Vida que ella misma ha recibido de Dios. Al responder personalmente sobre quién es Jesús para nosotros, nos estamos involucrando y reflejando en nuestra respuesta. Quien sólo dé una respuesta conceptual estará indicando su falta de fe y de compromiso con el Señor. Quien responda con sus obras, actitudes y su vida misma amando y preocupándose del bien de todos, tal vez no sepa explicar muy bien su respuesta con palabras, pero sus obras estarán diciendo que Cristo ocupa el centro de su vida.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser verdaderos testigos del Evangelio, de tal forma que no nos conformemos con anunciarlo con los labios, sino con la vida misma. Amén.

Homiliacatolica.com


3-14.

18ª Semana. Jueves

I. Jesús, después de preguntar qué piensan los demás de Ti, te diriges de nuevo a los discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Te importa mi respuesta
personal: ¿quién eres Tú para mí? ¿Me doy cuenta de que eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo? ¿Te pido ayuda, sabiendo que la fe no me la ha revelado ni la carne ni la sangre, no es producto de la razón ni del sentimiento, sino que proviene de Dios?

Para vivir cristianamente necesito tener fe. Por eso es bueno que te la pida cada día: Jesús, aumenta mi fe; que te vea siempre como quien eres: el Hijo de Dios. No eres Elías, ni Juan el Bautista, ni alguno de los profetas. No eres un gran filósofo, que dejó unas enseñanzas maravillosas de amor a los demás.
El Evangelio no es una guía de comportamiento humanitario, que me ayuda a ser mejor y que interpreto según me parezca o según me sienta más o menos identificado. El Evangelio es la Palabra de Dios.

Por eso reprendes duramente a Pedro cuando no quiere aceptar la Cruz: ¡Apártate de mí, Satanás! Pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.
Desde entonces Pedro, el primer Papa, aprenderá a no interpretar las cosas según las sienten los hombres, sino según la voluntad de Dios. Además, el Papa recibe una gracia especial para no dejarse llevar por las modas, los gustos o las flaquezas de las distintas culturas.

II. Fe, poca. El mismo Jesucristo lo dice. Han visto resucitar muertos, curar toda clase de enfermedades, multiplicar el pan y los peces, calmar tempestades, echar demonios. San Pedro, escogido como cabeza, es el único que sabe responder prontamente., «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Pero es una fe que él interpreta a su manera, por eso se permite encararse con Jesucristo para que no se entregue en redención por los hombres [107].

Jesús, a mi alrededor veo cristianos que tienen fe en Ti, pero es una fe que cada uno interpreta a su manera: no van a Misa, no se confiesan, no hacen oración, no saben encontrar el sentido al sacrificio. ¿Qué les puedo decir?
Hoy me das la respuesta: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mí Iglesia.

El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral. La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro, sobre todo en un concilio ecuménico.

Jesús, has escogido a San Pedro y a sus sucesores como representantes tuyos en la tierra: todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos. No es suficiente con tener buena intención; es necesario seguir las indicaciones del Papa y de los obispos. Sólo así podré sentir las cosas de Dios, y no me veré arrastrado por una visión humana de las cosas.

[107] Es Cristo que pasa, 2.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo V, EUNSA


3-15.

Reflexión

Este riquísimo pasaje tendría muchos elementos para nuestra reflexión (el primado de Pedro, el reconocer a Jesús como Mesías personal, la respuesta de Jesús a Pedro etc.), sin embargo quisiera centrar nuestra meditación en un elemento que a veces pasa desapercibido y es la relación que hay entre la misión de Cristo y la cruz. El evangelista nos dice que después de que Jesús se les descubre ya abiertamente como el Mesías, el hijo de Dios, “Jesús comenzó a anunciar que tenía que sufrir mucho y morir”. De acuerdo a la mayoría de los exégetas, Jesús buscaba con esto quitar de la mente de sus discípulos la idea triunfalista que el Judaísmo esperaba en relación al Mesías. El Mesías no sería un Rey que gobierna desde un palacio, sino un Rey que reina desde una Cruz y sus discípulos, si querían pertenecer al reinado de este rey debería aceptarlo como tal. La reacción de Pedro, manifiesta, no solo el amor por el Maestro, sino la actitud errónea de los cristianos de buscar un paraíso sin cruz; un Mesías sin pasión. Por ello Jesús lo invita a reflexionar y a no pensar como los demás, sino a entrar en su corazón y aceptar el misterio de la Cruz. Es pues importante que nosotros, en medio de este mundo que nos invita al confort y a evitar a toda costa el sufrimiento, aceptemos que el seguimiento de Jesús forzosamente pasa por la Cruz. Los falsos paraísos propuesto por el mundo terminan siempre en desilusion; el camino de la resurrección pasa siempre por el dolor… por el dolor redentor. No tengas miedo de caminar detrás de Jesús, su amor te sostendrá a cada paso.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-16.

La confesión de Pedro

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión:

Este evangelio nos confirma una vez más que ante Cristo no hay privilegios. No escogió a los ricos y poderosos según el mundo, sino a aquellos que de verdad buscan el Reino de Dios. Este es el caso de Simón Pedro. Un pescador, quizá con poca formación intelectual comparado con los escribas de su tiempo. Y, sin embargo, a la hora de responder a la pregunta quién es el hijo del hombre, sabe más que cualquier fariseo o doctor de la ley. “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios”.

En Pedro también se repite la historia de la Virgen María. Dios escoge un instrumento débil para una misión desproporcionada. En Pedro esta misión es ser Cabeza de la Iglesia. Así también nos sucede en nuestra vida. Dios nos llama a una misión concreta, una misión intransferible, como la de Pedro, una misión desproporcionada. Pero sobre todo a una misión en la que tenemos de antemano asegurada la victoria. Las puertas del infierno no prevalecerán.

A veces podemos sentir a Cristo muy distante en nuestra vida, cuando nos asechan los problemas, cuando surgen las dificultades, cuando por ser fieles al Señor parece que se nos viene el mundo encima. Y, sin embargo, podemos constatar en la realidad cómo Cristo era, es y seguirá siendo fiel. Hemos visto cómo la promesa que Cristo le hizo a Pedro aquel día en la región de Cesarea de Filipo se cumple hoy en Juan Pablo II. A pesar de las innumerables dificultades que la Iglesia ha tenido en estos 2000 años, nunca ha prevalecido sobre ella el poder del maligno.

Ante el primer anuncio de su Pasión que hace el Señor, Pedro pasa de la inspiración de Dios a expresarse según sus propios criterios. Jesús que acaba de llamarle bienaventurado, lo identifica en este momento con Satanás. Esto debe ser un recordatorio para nosotros de nuestra propia humanidad. ¡Que fácil es confundirnos y no escuchar su palabra y dejarnos llevar por nuestra soberbia y nuestra autosuficiencias!

Viendo el ejemplo de fe de Pedro y de toda la Iglesia, sigámoslo también en nuestra vida, sabiendo que Dios no nos pide más de lo que podemos dar, y que cuando nos llama a una misión nos da las fuerzas necesarias para llevarla a cabo. Aceptemos todo lo que necesitamos oir con humildad y fe para no apartarnos del camino que nos conduce hacia Él.


3-17.