LUNES DE LA SEMANA 18ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Nm 11, 4-15

1-1.

En este pasaje su autor refiere una antiquísima tradición sobre el maná (vv. 7-9) y sobre la llegada súbita de una bandada de codornices (vv. 31-32) provocada por la súplica angustiosa de Moisés (vv. 10-15). Como telón de fondo, un cuadro realista de la murmuración incesante del pueblo (vv. 4-6).

a) Con relativa frecuencia, durante su paso por el desierto el pueblo elegido se vio beneficiado por la abundancia inesperada de algún medio de subsistencia. Parece que podía sobrevivir normalmente gracias a los productos de animales domésticos que llevaba consigo, pero pudieron producirse períodos de sequía durante los cuales el pueblo descubrió un alimento inesperado: son frecuentes, en el desierto del Sinaí, las bandadas de pájaros, que agotados por la lucha contra el viento, caen sin fuerzas en el suelo. Asimismo, abundan los árboles que en los meses de junio y julio producen una forma comestible, muy abundante por la mañana, y que constituye el alimento principal, cuando no el único, de los frecuentadores del desierto (cf. Ex 16, 1-30). Debido al momento providencial en que el pueblo advirtió la utilidad de este jugo de árboles (maná), la tradición elevó este sustento a la categoría de milagroso, verdadera alimentación sobrenatural, resultado de la plegaria de Moisés y signo de la providencia y de la elección de Dios.

b) La reflexión posterior opondrá este sustento venido de Dios a los alimentos terrestres (Dt 8, 3-18; Sal 77/78, 24-25; Sab 16, 20), y hará un especial hincapié en las murmuraciones del pueblo, que, víctima del hambre, añoraba la alimentación recibida en Egipto y se mostraba incapaz de esperar de Dios su subsistencia.

Las tradiciones hebraicas oponen sustento terreno y sustento sobrenatural, como si estuviesen situados en el mismo plano.

Realmente no existe tal oposición ente ambos, pero sí en el uso que de ellos se hace. En efecto, sólo en la búsqueda de una justa repartición de los alimentos terrenos es donde se puede llegar a descubrir la participación del sustento recibido de Dios: Jesús no pudo revelarse "pan bajado del cielo", sino en el acto mismo de distribución de pan a los hambrientos (Jn 6). Desde el momento en que los medios de subsistencia terrenos se desvirtúan por el mal uso que de ellos se haga, por egoísmo o afán de lucro, pierden toda referencia posible al sustento divino: la murmuración es la anti-fe.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 219


1-2. /Nm/LIBRO:

El libro de los Números es el cuarto de los cinco libros que componen el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio.

Este libro trata de nuevo el tema de la marcha por el desierto. En él se han agrupado algunos de los acontecimientos relatados en el Éxodo, y se han acumulado algunos textos legislativos que no cupieron en otro lugar.

El título «Números» proviene de que este libro contiene censos y estadísticas. Esas listas que nos dan los nombres y el número de los miembros del Pueblo de Dios, no tienen interés concreto para nosotros. Sin embargo retengamos una idea.

-Números... Empadronamiento... Estadísticas...

Nuestro mundo moderno está lleno de esas cosas. No provienen de ayer.

Decididamente, Israel se nos presenta como un pueblo culto, en muchos aspectos mucho más adelantado que los pueblos de la misma época.

Pero es ante todo el significado simbólico de esas «listas» lo que nos sugiere una oración: sí, Dios reconoce personalmente a cada uno de esos hombres, de esas mujeres...

Llama a cada uno por su nombre.

«¡Mi vida es preciosa a los ojos del Señor!" Salmo 71, 14. Para Dios los hombres no son intercambiables, ninguno de ellos es un valor despreciable. «Ningún pajarillo caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. Ahora bien, vosotros valéis mucho más..." (Mt 10 29).

-Durante su marcha a través del desierto, los hijos de Israel volvieron a sus llantos...

Atravesar el desierto. Hacer una "larga caminata". Un tema profundamente humano. ¡Cuántos hombres, cuantas mujeres caminan así en el desierto! Puedo buscar a mi alrededor, en mi ambiente, en mi propia vida, lo que ese símbolo significa: el desierto, el vacío, la «nada», sólo un camino abierto al infinito ante mí... con una sola certidumbre, que es preciso avanzar, caminar, continuar...

-«¿Quién nos dará carne para comer?»

En efecto, la prueba, el tiempo del desierto es un terrible crisol. El pueblo de Israel no cesa de gemir. ¡Y tiene razones para ello! El hambre, la sed, la incertidumbre del porvenir, la muerte que ronda.

-Moisés estaba muy afectado y se dirigió al Señor: ¿por qué tratas así a tu siervo? ¿De dónde sacaré carne para dársela a todo este pueblo cuando me atormenta con sus lágrimas? Es una carga demasiado pesada para mí... ¿Por qué me has impuesto el peso de todo este pueblo?»

Una vez más la reacción del hombre de Dios es la oración.

Una oración realista, que no es un ensueño, sino que acepta a manos llenas una situación concreta para presentarla a Dios.

Una vez más vemos a Moisés como solidario con el pueblo e intercesor en nombre del mismo pueblo. No deja de ver el pecado de su pueblo que suscita la «ira» de Dios, pero implora el perdón. Como Moisés, el gran profeta, el santo, podemos, alguna vez decir a Dios: «¡Me has dado, Señor, una carga muy pesada!» Esta oración no sería una dimisión, sino una llamada positiva.

-¡Ah! Si pudiera hallar gracia a tus ojos y ver apartada mi desventura.

Finalmente la oración de Moisés se termina con una oración abierta cara al futuro: ayúdame. Señor, a cumplir todas mis responsabilidades. ¡Oración a la vez fuerte, discreta y resignada, que se expresa en forma interrogativa: "Si pudiera..."

Me dirijo a Dios empleando también esa forma.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 212 s.


2.- Jr 28, 1-17

2-1. PROFETA-FALSO

Relato de un episodio sin importancia en la vida de los profetas de Yavhé.

El enfrentamiento entre los profetas de Dios y los adivinos asalariados estaba a la orden del día. El verdadero profeta tiene la valentía de predecir al pueblo las desdichas que le han de sobrevenir; el falso profeta sólo le anuncia lo que pueda asegurar su propio éxito.

Jeremías expone los criterios del verdadero y del falso profeta, pero en el relato no puede ocultar un cierto desorden y vacilación. ¿Puede uno estar seguro de poseer la verdad? Si es verdad que ésta se descubre al término de una búsqueda de todos los hombres, sean creyentes o no ¿en qué momento y según qué criterio podrá el creyente separarse de sus hermanos no creyentes y extraer directamente la verdad de su contacto con Dios y con su palabra? Las diatribas de los profetas, de Cristo y de san Pablo contra los falsos profetas reciben, en el mundo y en la Iglesia actuales, una nueva luz. El falso profeta es el que tolera una inadecuación entre sus palabra y la de Dios. Percibe esta última pero, antes de darla a conocer, lima sus asperezas y la dulcifica ante determinadas situaciones y compromisos o en función de posibles ventajas.

Esta forma de inadecuación puede vivirse en el mundo moderno entre la verdad del aparato de la ley y la verdad de la conciencia. Esta última desaparece a menudo detrás de la primera en una manifiesta insinceridad, y muchos políticos y eclesiásticos se contentan con defender la verdad de la institución aunque no encuentren la verdad de la conciencia, la de ellos o la de los otros.

Se trata, en el fondo, de sinceridad (SINCERIDAD  AUTENTICIDAD), esta virtud que tarda en ocupar su lugar en las virtudes "cardinales" de la mentalidad moderna. No basta ser legal o recto (ya que estas actitudes regulan el comportamiento del hombre de cara a la verdad externa); es preciso, además, ser sincero, es decir, legal consigo mismo, en plena lucidez.

Ahora bien, si muchos hombres han recibido de la tradición antigua las virtudes de la lealtad y rectitud, se preocupan a menudo muy poco de la sinceridad. Se consagran gustosos a la razón de Estado o a la verdad de la Iglesia, sacrificando la sinceridad e indisponiéndose con la mentalidad moderna, profundamente marcada por la tensión entre individuo y sociedad.

Esta, en efecto, se preocupa poco del comportamiento del hombre consigo mismo, contentándose con legislar sobre las relaciones del hombre con los demás, aspiración a todas luces incompleta.

Ahora bien, no es posible la presencia de la ética donde el hombre no se encuentra a sí mismo. La sociedad designa como desobedientes a aquellos que solo tratan de ponerse de acuerdo consigo mismos.

El individuo que va a la búsqueda de sí mismo considera que la actitud de la sociedad para con él es la de los falsos profetas puesto que calla una verdad para ofrecer otra; por otra parte, define la verdad de manera tan absoluta y con una publicidad tan bien orquestada que el individuo se verá obligado a adoptarla, no por convicción, sino para ser bien visto, por causa de su buen nombre o, simplemente, para no hacerse notar. Es, por tanto, imposible que una sociedad así concebida tenga una alta concepción de su ética.

Por otra parte, el falso profeta no está solamente del lado de la "verdad del sistema", también la sinceridad suscita sus falsos profetas: los que defienden la lucidez con fanatismo, los que están ingenuamente convencidos de poseer la verdad en exclusiva, los que se aíslan en su búsqueda cuando la verdad es buscada y encontrada en común, los que no quieren escuchar, sino que se les escuche.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 220


2-2.

-Al principio del reinado de Sedecías, rey de Judá, en el año cuarto, en el mes quinto... Un acontecimiento fechado con precisión.

Señor, lo sé, ningún día es igual a otro. Cada hora, cada minuto, vienen a mí con un querer tuyo. HOY, lo sé, tendré que vivir en comunión contigo, Señor... en lo previsible y lo imprevisible.

Me detengo a reflexionar algunos instantes sobre esta jornada... Para prever, al máximo, lo que es posible prever: lo que HOY, Señor, esperas seguramente de mí.

Y también, ante todo, me dispongo a estar disponible para todo lo imprevisto que se presente. Lo que Tú, Señor, introducirás en este día para cambiar todos mis planes y moverme a un acto de fe y de confianza más purificado. El sufrimiento es, a menudo, este imprevisto que trastorna nuestros planes.

-El profeta Ananías habló así a Jeremías: «Palabra del Señor del universo: He quebrado el yugo del rey de Babilonia... Haré devolver a este lugar todo el mobiliario del templo...

Conduciré de nuevo a este lugar al rey de Judá y a todos los deportados...»

¡El acontecimiento! en fecha tan precisa... aparentemente no tiene importancia: un simple enfrentamiento entre dos personas, entre dos hombres que dicen ser profetas. Uno de ellos, Jeremías, anuncia la desgracia, el castigo de Jerusalén. El otro, Ananías, anuncia la felicidad, el éxito de Jerusalén. Uno y otro pretenden hablar en nombre del Señor, sus fórmulas parecidas: "Palabra del Señor del universo", dijo Ananías.

Ambigüedad de la «Palabra» de Dios, siempre envuelta en una «palabra» humana, y que hay que interpretar. ¿Se puede estar seguro, alguna vez, de poseer la verdad? Como Ananías ¿no estamos también tentados de retener, de los acontecimientos o de la Escritura, solamente aquello que nos va bien, que nos gusta?

Señor, concédenos aceptarlo todo como recibido de Ti.

«En lo mejor y en lo peor» como dicen los novios al casarse. Es verdad, Señor, que todo acontecimiento puede o construir o destruir: incluso un acontecimiento fe1iz puede destruir... y un acontecimiento desgraciado puede construir...

-El profeta Jeremías contestó: «¡Amén! ¡hágalo así el Señor! Que el Señor confirme lo que acabas de profetizar... Pero escucha, ahora: los profetas que nos han precedido a ti y a mí, han profetizado la guerra, el hambre, la peste... En cuanto al profeta que profetiza la paz, no se le reconoce por un profeta enviado por el Señor, mas que si su palabra se cumple.»

Jeremías no halla ningún placer en anunciar la prueba y el sufrimiento. También él desea la felicidad y está presto a desear que Ananías tenga razón.

Pero, por desgracia, Jeremías reconoce que es muy fácil anunciar la felicidad. Corresponde de tal modo a las aspiraciones populares, que no hay que fiarse de ese anuncio. ¿No es tentador para un profeta suavizar su mensaje, atenuar la exigencia y el rigor, aceptar compromisos para ser más fácilmente escuchado? Por lo tanto Jeremías para discernir la autenticidad de los profetas se atreve a formular un criterio... que podría parecernos escandaloso: no hay que fiarse del que nos anuncia éxitos, porque puede muy bien ser que sólo lo diga para contentarnos... el que nos anuncia la «dureza de la existencia», a éste podemos creerle de entrada, porque no es algo fácil de decir... Realismo profundo. Algo pesimista, quizá.

Por mi parte, ¿me atreveré a aplicar este criterio a todos los sistemas, a todas las ideologías que nos prometen, para el día de mañana una sociedad perfecta, un paraíso en la tierra?

Señor, ayúdanos a recibir las alegrías sin que nos hagan perder la cabeza ni el corazón. Señor, ayúdanos a recibir las pruebas sin que nos dejen en el abatimiento.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 212 s.


2-3. Jr/28/01-17

Esta es una de las escenas más dramáticas de la actividad de Jeremías. Nos la narra Baruc. Tiene una fuerte conexión con el capítulo anterior, ya que en ella se habla todavía del yugo y parece que hay alusiones a la presencia de los embajadores en Jerusalén (vv 8.11.14). Otro profeta, en vista del hecho simbólico del yugo y del mensaje de sumisión a Nabucodonosor, replica en público, con un estilo profético, a Jeremías y lo desconcierta (6).

Este desea poder afirmar el anuncio de victoria y de liberación que proclama Ananías. No está seguro de poderlo hacer y, en vista de la seguridad de Ananías, decide no replicar y marchar por su camino. Recibe entonces una nueva palabra de Yahvé, que le descubre la mentira de Ananías y lo confirma en su postura de exhortar a la sumisión. Al mismo tiempo, se siente forzado por Yahvé a anunciar a Ananías la muerte como castigo y confirmación de que no tenía razón. Esa muerte será un signo claro de que la seguridad y la victoria por él anunciadas no entraban en los planes a corto plazo de Yahvé.

Esta lucha interprofética es exponente de dos actitudes y teologías distintas. Ananías cree que Yahvé está tan ligado a su pueblo que tiene obligación de salvarlo siempre. En parte tiene razón. Yahvé está comprometido con su pueblo. Pero esto también lo piensa Jeremías. ¿Cómo interpretar este hecho? Para Ananías, Jerusalén es inviolable, la elección comporta una seguridad total; Jeremías, en cambio, sabe que Yahvé es libre y actúa según la situación. Ante ésta, está claro que él tiene decidido un período de castigo para, después, salvar con más plenitud y preparar al hombre a recibir más fielmente esta salvación.

La seguridad del verdadero profeta le viene del conocimiento profundo de la manera de ser de Dios, de su compromiso y solidaridad con el hombre y, al mismo tiempo, de una búsqueda de los signos de los tiempos que hace que pueda descubrir la voluntad del Padre en cada momento. La confianza en Dios no consiste en un optimismo irracional ni en una seguridad sin fundamento. Debe estar basada en un continuo trato con el Padre y en un inquirir en el tiempo y en la situación histórica. A pesar de esta actitud, pueden venir momentos en que se dude y se ilusione uno con una visión aparentemente más salvífica; pero, a la larga, se dará cuenta de si esta visión se fundamenta en el Señor o es fruto de su imaginación deseosa de seguridad.

R. SIVATTE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 792 s.


3.- Mt 14, 13-21

3-1.

Ver DOMINGO 18A


3-2.

-Al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y solitario.

No desperdiciemos esas notaciones psicológicas que nos permiten penetrar en la vida humana de Jesús.

Nos imaginamos demasiado a Jesús como alguien "preservado" por su divinidad. De hecho le vemos soportar las vicisitudes, mezclado a los sucesos trágicos de su época y de su propia familia. ¿Cuáles fueron tus sentimientos, Señor, cuando supiste la "noticia" del día: Herodes ha mandado decapitar a Juan Bautista. Era la muerte de aquel que llamabas "el más grande de los profetas"... de aquél que te había preparado tus primeros discípulos: Andrés, Simón, Juan, habían sido discípulos del Bautista antes de que te siguieran...

Al enterarse de esa muerte, Jesús huye a un lugar solitario: piensa en su propia muerte de la que aquella es presagio.

Pero como no ha llegado el momento de afrontar la Pasión se esconde. Quizá también, sencillamente, porque en su dolor siente necesidad de llorar y rezar...

-Pero la gente lo supo y lo siguió por tierra... Al desembarcar vio Jesús una gran muchedumbre, le dio lástima y se puso a curar los enfermos.

No, no lograste aislarte, salvo durante la travesía del lago.

Nunca meditaré suficiente ese tema del "constreñimiento" de la obediencia a la condición humana de la que San Pablo dirá que es también una obediencia a los designios insondables del Padre.

Lo que no se había previsto...

Lo que nos sucede y trastorna nuestros planes...

Esta enfermedad inesperada, esta nueva preocupación, esta responsabilidad que acaban de imponernos.

Esta visita, esta llamada por teléfono, este servicio que esperan de nosotros, esta presencia bochornosa de los demás, estas gentes de las que se quisiera huir por unos momentos...

-Por la tarde se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; despide a la multitud, que vayan a las aldeas y se compren comida". Jesús les contestó: "No necesitan ir, dadles vosotros de comer".

Los discípulos son muy simpáticos: ven lo que hay que hacer... pero no tienen los medios de hacer frente a la situación... A menudo nos pasa lo mismo.

Jesús les pide que actúen.

Incluso si los grandes retos del mundo de HOY -la guerra, el hambre, la injusticia social, por ejemplo- nos sobrepasan, no tenemos derecho a quedarnos sin hacer "nada".

-¡Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces!

¡Irrisorio! Qué vale esto, diríamos. Es tan poca cosa.

-"Traédmelos". Mandó al gentío que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces...

Poner mis pobres medios humanos en tus manos, Señor.

Contemplo esos cinco pobres panecillos y esos dos simples peces en tus manos.

-Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez los dieron a la gente.

Manifiestamente, a través de este milagro Jesús está pensando en otro. Son los mismos gestos y las mismas palabras que en la Cena (Mateo 26, 26). No sólo de pan material vive el hombre. Jesús ha querido, Jesús ha inventado, Jesús ha entregado a la humanidad... Ia Misa. Quiere alimentar espiritualmente a los hombres, responder a su hambre de absoluto: alimentarse de Dios... palabra de vida, pan de vida eterna.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 104 s.


3-3.

1. (Año I) Números 11,4-15

Leeremos durante cuatro días un nuevo libro del Pentateuco: el de los Números.

Debe su nombre a que empieza con los censos de las tribus. Es un libro que continúa la historia de la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto desde el Sinaí hasta Moab, a las puertas de la tierra prometida: los cuarenta años de odisea desde Egipto a Canaán.

El desierto fue duro para el pueblo. El desierto es lo contrario de «instalación»: es la aventura del seguir caminando. El desierto ayuda a madurar. Pero lo que siempre continúan experimentando los israelitas es la cercanía de Dios, fiel a su Alianza.

a) El pueblo murmura por las condiciones en que tienen que vivir y caminar. Añoran la vida que llevaban en Egipto, a pesar de la esclavitud. La libertad siempre da miedo. El desierto es una aventura.

Moisés también se deja contagiar por ese malestar. La impaciencia del pueblo va contra él. Se han olvidado de todo lo que ha hecho por ellos. Y también él se desanima y está tentado de echarlo todo a rodar. Pero se refugia en la oración, una oración muy humana y sentida: «¿por qué tratas mal a tu siervo... por qué le haces cargar con todo este pueblo?». La crisis es fuerte. «Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir».

No leemos -en esta selección, que forzosamente es breve- la respuesta que Dios le dio: que se hiciera ayudar. Que eligiera setenta personas sensatas que le echaran una mano para resolver los asuntos de ordinaria administración entre las familias y las tribus. Coincide con el consejo que le diera su suegro Jetró (Ex 18). En efecto, así lo hizo Moisés, y mejoró notablemente la marcha del pueblo.

b) Todos tenemos nuestros momentos de crisis y desánimo, aunque, tal vez, no hasta desearnos la muerte, como Moisés.

A veces, es por las dificultades externas, como las del pueblo en el desierto. Por ejemplo, porque vemos muy poco fruto en el trabajo que estamos realizando. Otras veces, por el cansancio psicológico que produce la vida de cada día (el maná les llegó a parecer rutinario y sin gusto a los israelitas). Hay días en que se nos acumulan los disgustos, y las tareas que tenemos entre manos nos pueden llegar a parecer una carga insoportable.

¿Nos sale entonces, desde lo más hondo, una oración como la de Moisés? ¿una oración no dulce, ni muy poética, pero sincera y realista, en la que le exponemos con confianza a Dios nuestra situación? Una oración como la del salmo de hoy: «Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer, los entregué a su corazón obstinado...». Tampoco a Jesús le salía siempre una oración optimista: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz».

Tendríamos que imitar el ejemplo de Moisés, con su oración personal y vivida. Seguro que de esta oración nos vendrían ideas y soluciones, o, al menos, fuerzas y ánimos para seguir adelante.

Por ejemplo, tal vez nos vendrá la inspiración de seguir el consejo de Dios a Moisés: que sepamos trabajar en equipo, compartiendo responsabilidades.

1. (Año II) Jeremías 28,1-17

a) Otro gesto simbólico por parte de Jeremías (después de los del cinturón de lino y el taller del alfarero): aparece caminando por la calle encorvado, con un yugo de madera al cuello.

El débil rey Sedecías cree que, con la ayuda militar de otros reyes vecinos, va a poder resistir a Nabucodonosor. El profeta le quiere disuadir, dándole a entender que, como castigo de los males que han hecho, van a caer en la esclavitud. Es inevitable.

Pero el drama surge cuando se le enfrenta un profeta de la corte, Ananías, asegurando a las autoridades que Dios les librará una vez más, que no tengan miedo: van a vencer a los ejércitos del norte. A Jeremías le gustaría poder anunciar eso mismo: «Amén, así lo haga el Señor». Pero no va a ser así Cuando Ananías rompe el yugo de madera, Jeremías, de momento, se retira, pero luego, iluminado por una nueva voz de Dios, anuncia, no un yugo de madera, sino uno de hierro, y adelanta que el propio Ananías va a morir muy pronto.

b) PROFETA/VERO-FALSO: Profetas verdaderos y falsos. Todos dicen que hablan en nombre de Dios, pero los falsos suelen decir las palabras que la gente quiere oir, palabras demagógicas que tranquilizan y bendicen la situación. Ananías «induce a una falsa confianza»: ni le cabe en la cabeza que Jerusalén pueda caer. Mientras que los verdaderos, como Jeremías, intentan ser fieles a la voluntad de Dios y se atreven a denunciar los pecados de sus oyentes y, muy a su pesar, a anunciar castigos.

¿Es buen padre el que siempre da la razón a su hijo? ¿es buen educador el que siempre concede lo que gusta a sus alumnos? ¿quién es buen profeta y quién,no? Jesús decía: «por sus frutos los conoceréis». Pero qué difícil es discernir, también ahora, entre la auténtica voz de Dios y la que obedece, más bien, a intereses personales o a los postulados de la mayoría o de los poderosos! Es difícil, por ejemplo, para los responsables de la Iglesia discernir qué movimientos son del Espíritu con mayúscula, y cuáles, de otros espíritus con minúscula.

En nuestra vida personal, o en el ámbito de una familia o comunidad religiosa o parroquial, ¿buscamos la voluntad de Dios con sinceridad, cuando hacemos discernimiento comunitario para tomar decisiones? ¿o nos engañamos, buscándonos a nosotros mismos y manipulando, más o menos conscientemente, «la voluntad de Dios»?

Tendremos que pedir con el salmo: «instrúyeme, Señor, en tus leyes, apártame del camino falso, no quites de mi boca las palabras sinceras... sea mi corazón perfecto en tus leyes».

2. Mateo 14,13-21

En el ciclo dominical A, por haberse leído ayer domingo este mismo evangelio, el Leccionario sugiere que hoy se lea el de mañana, martes (Mt 14, 22-36). Entonces, el martes se leerá el evangelio alternativo que se ofrece para ese día (Mt 15,1-2.10-14).

a) La multiplicación de los panes es un milagro que los evangelios cuentan hasta seis veces. Mateo y Marcos, dos cada uno, seguramente porque hubo dos escenas diferentes. Hoy leemos la primera de Mateo.

Jesús, al enterarse de la muerte del Bautista, intenta retirarse a un lugar solitario, pero la gente no le deja. A él, como siempre, «le dio lástima y curó a los enfermos». Su actividad misionera es intensa: predica la Buena Nueva de la salvación, cura a los enfermos, atiende a todos y, como vemos hoy, también les da de comer.

Es un milagro cargado de simbolismo. En el AT, Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Jesús cumple en plenitud las figuras del AT. Además, muestra un corazón lleno de misericordia y un poder divino como Enviado e Hijo de Dios.

b) El relato es también un programa para la comunidad de los seguidores de Jesús.

Ante todo, el lenguaje del evangelio se parece mucho al de nuestra Eucaristía: «tomó... pronunció la bendición... partió... se los dio...». No podemos no pensar en ese Pan que Jesús multiplica para nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía, el signo sacramental que él mismo nos encargó que celebráramos en memoria de su Pascua.

Pero, cada vez que leemos esta escena, también aprendemos la lección de la solidaridad con los que pasan hambre, con los que buscan, con los que andan errantes por el desierto. La consigna de Jesús es sintomática: «dadles vosotros de comer». La Iglesia no sólo ofrece el Pan con mayúscula. También el pan con minúscula, que puede traducirse por cultura y cuidado sanitario y preocupación por la justicia en favor de los débiles y la solidaridad de los que tienen con los que no tienen...

En cada misa, el Padrenuestro nos hace pedir el pan nuestro de cada día, el pan de la subsistencia y, luego, pasamos a ser invitados al Pan que es el mismo Señor Resucitado que se ha hecho nuestro alimento sobrenatural. Hay un doble pan porque el hambre también es doble: de lo humano y de lo trascendente. Y la «fracción del pan» debería ser tanto partir el Pan eucarístico como compartir el pan material con el hambriento.

Jesús, con esta dinámica del pan material y del pan espiritual, ayuda a las personas a pasar del hambre de lo humano al hambre de lo divino. De la luz de los ojos a la luz interior de la fe, en el caso del ciego. Del agua del pozo al agua que sacia la sed para siempre, a la mujer samaritana. Lo mismo tendremos que hacer nosotros, los cristianos. El lenguaje de la caridad es el que mejor prepara los ánimos para que acepten también nuestro testimonio sobre los valores sobrenaturales.

«Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas» (1ª lectura I)

«Aclamad a Dios, nuestra fuerza» (salmo I)

«Instrúyeme, Señor, en tus leyes, apártame del camino falso» (salmo II)

«Dadles vosotros de comer» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 222-226


3-4.

Jr 28, 1-17: El falso profeta anuncia prosperidad

Mt 14, 13-21: La solidaridad con los hambrientos

La muerte de Juan Bautista y los temores de Herodes obligan a Jesús a marcharse a un sitio despoblado. Sin embargo, la multitud lo sigue para recibir sanación y consuelo. Jesús se compadece de ellos, y aunque han resultado sordos a su predicación, se preocupa por curar a los enfermos.

Caída la tarde, los discípulos se inquietan al ver a la gente hambrienta. La respuesta de los discípulos únicamente funciona de acuerdo a la ideología vigente: mandarlos a comprar lo necesario. Jesús, aplicando la lógica del Reinado de Dios, los invita a compartir: "denles ustedes de comer". La comunidad de discípulos estaba reservando para sí misma lo que ellos consideraban su propio alimento. Jesús exhorta a dar de lo que necesitan. Esa entrega generosa produce resultados abundantes. La multitud empieza a compartir lo que tiene, en vez de guardarlo para sí misma. Así la solidaridad se contagia y todos reciben lo necesario. Al final queda un excedente que puede beneficiar a todo el pueblo.

Muchas iglesias se encierran en sus propias organizaciones y se limitan a ayudar a su pequeña comunidad. La vida de Jesús, por el contrario, las invita a abrirse a la multitud aunque ésta no comprenda cabalmente su propósito. La comunidad cristiana tiene que ser solidaria con la multitud enferma, hambrienta y desorientada. Los sentimientos de compasión, misericordia y justicia que Jesús experimentaba ante el pueblo abandonado deben estar presentes en el espíritu que anima la acción apostólica de las iglesias. De otra manera quedarán atrapadas en la lógica que impone la mentalidad del capitalismo vigente sin dar una respuesta cristiana al clamor de las personas.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

En la ribera occidental del lago de Genesaret se encontraron hace unos cuantos años los restos de un barca cubiertos por el lodo. Después de aplicarles la prueba del carbono 14, los expertos calcularon que la barca (bastante bien conservada, por cierto) tenía unos 2000 mil años. No se necesitaba más para fabricar un nuevo reclamo turístico. Los habitantes del vecino kibutz de Ginnosar pronto construyeron un museo con el objeto de exponer a la contemplación de los turistas y peregrinos "la barca de Jesús" (Jesus' boat).

Pues bien, en el evangelio de hoy se alude a esta barca nada menos que cuatro veces. Esa famosa barca que va de una orilla a otra del lago es claramente una imagen de la iglesia, de la comunidad de Jesús. El relato de hoy es una catequesis válida para todos los tiempos. El texto de Mateo dice que la barca "era sacudida por las olas porque el viento era contrario". Pero no se dice que los discípulos tuvieran miedo de las olas. Al fin y al cabo, algunos eran avezados pescadores. Se dice que tuvieron miedo ... de Jesús, porque creían que era una fantasma: "Se pusieron a gritar de miedo".

Os confieso que este "miedo a Jesús" me ha hecho pensar mucho. Normalmente solemos decir que la barca de la iglesia es zarandeada por las olas de los escándalos, de las incoherencias, de las persecuciones. Pocas veces decimos que los que navegan en la barca (es decir, nosotros) tenemos miedo de Jesús porque no lo reconocemos como el Señor que camina sobre las olas del lago.

El relato ilumina nuestras travesías de hoy. ¿Somos capaces de reconocer a Jesús caminando sobre las olas que zarandean a nuestra iglesia? ¿Somos capaces de reconocerlo, no durmiendo tranquilamente en la barca -como se insinúa en otros relatos (cf Mt 8,23-27)- sino en medio de la tormenta? Las angustias sufridas por los discípulos, su fe probada, desemboca en una ferviente confesión: "Verdaderamente eres Hijo de Dios".

Estoy convencido de que muchas de las cosas que nos están pasando y que nosotros consideramos como "tormentosas" constituyen una purificación de nuestra experiencia de fe, una preparación para entrar en una nueva etapa en la que podamos reconocer al Señor de otra manera, no como el fantasma que nos asusta sino como el Señor que nos sostiene y que, después de la tormenta, nos invita a "tocar tierra".

No podríamos recorrer este camino sin escuchar una y otra vez la voz que nos dice: "¡Animo soy yo, no temáis!".

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


3-6. 2002

COMENTARIO 1

vv. 22-23a: Enseguida obligó a los discípulos á que se embarca­ran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a las multitudes. 23aDespués de despedirlas subió al monte para orar a solas.

Jesús obliga a sus discípulos a embarcar. Quiere ale­jarlos del escenario de la señal mesiánica y del contacto con la multitud. Él se encarga de despedirla. Ahora es el momento, des­pués de haber saciado su hambre (cf. v. 15). Sube al monte solo (cf. v. 23) a orar; es la primera vez que habla Mt de la oración de Jesús (la segunda y última será la de Getsemaní, 26,36ss). El paralelo con Getsemaní y la ocasión de popularidad que se ha presentado hacen pensar que la oración de Jesús tiene que ver con la tenta­ción del mesianismo triunfal.

El hecho de obligar a los discípulos a embarcarse, separándolos de la multitud, insinúa que Jesús ora por ellos, para que no cedan a la tentación de un Mesías de poder.



vv. 23b-26: Caída la tarde, seguía allí solo. 24Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. 25De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el mar. 26Los discípulos, vién­dolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.

Nuevo momento de la jornada, que coincide, sin em­bargo, con el de v. 15. Son dos momentos no lejanos de la misma tarde.

«Muy lejos de tierra», lit. «muchos estadios»; el estadio medía unos 185 metros. «Andar sobre el agua» era atributo propio de Dios (cf. Job 9,8; 38,16). La reacción de los discípulos es de in­credulidad. No reconocen en Jesús al «Dios entre nosotros» (1,23). De ahí que quiten toda realidad a su presencia, considerándolo un fantasma. Rechazan la posibilidad de un hombre-Dios.

«La barca» de los discípulos es figura de la comunidad. Jesús los envía «a la otra orilla», adonde habían ido con él (cf. 8,28), es decir, a país pagano. La misión debe hacerse repartiendo el pan con todos los pueblos, como acaban de hacer en país judío. «El viento» contrario, que les impide llevar a cabo el encargo de Jesús, representa la resistencia de los discípulos a alejarse del lugar don­de está la esperanza de un triunfo, de que Jesús se convierta en el líder de la multitud. Consideran lo sucedido en el reparto de los panes como una acción extraordinaria exclusiva de Jesús, no como el efecto de la entrega personal, norma de vida para el discípulo.



v. 27: Jesús les habló enseguida: -¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

Jesús se da a conocer. La palabra «¡Animo!» disipa el te­mor provocado por la aparición. «Soy yo», fórmula de identifica­ción con que Dios se revelaba en el AT (cf. Ex 3,14; Is 43,1.3.10s); a ella corresponde la exhortación «no tengáis miedo».

vv. 28-34: Pedro le contestó: -Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua. 29E1 le dijo: -Ven. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua para llegar hasta Jesús; 30pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -¡Sálvame, Señor! 31Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo: -¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? 32En cuanto subieron a la barca cesó el viento. 33Los de la barca se postraron ante él diciendo: -Realmente eres Hijo de Dios.

Pedro desafía en cierto modo a Jesús. Lo llama «Señor» y le pide que «le mande» ir a él: cree en el poder «milagroso» de Jesús, no en la fuerza del amor. Pedro quiere «andar sobre el agua», participar de la condi­ción divina de Jesús. Éste no duda y lo invita; todo el que lo sigue está llamado a acceder a la condición de hijo de Dios, comportán­dose como lo hace el Padre (cf. 5,9). Sin embargo, Pedro «ve» el viento, es decir, su efecto sobre el agua, y siente miedo; esperaba la condición divina sin obstáculos, de manera milagrosa; ha olvi­dado que el hombre se hace hijo de Dios en medio de la oposición y persecución del mundo (cf. 5,10s). Su petición a Jesús (cf. Sal 18, 5-18; 144,5-7) le vale un reproche, pues muestra su falta de fe.

Pedro siente miedo porque no ha entendido el modo como se hace la misión, con la entrega total. Su miedo está en paralelo con el de la primera travesía (8,25), que tenía por motivo la desigualdad de fuerzas entre una sociedad y un grupo insignificante de indivi­duos. En uno y otro caso, los discípulos o Pedro apelan a Jesús en los momentos de dificultad, forzándolo a intervenir. Tienen el con­cepto de salvación expresado en los salmos citados antes: una in­tervención milagrosa de Dios desde el cielo que resuelve la situa­ción desesperada del hombre. El de Jesús es diferente: estando con él, el hombre se basta a sí mismo (cf. 19,26), ya está salvado.

En cuanto Jesús sube a la barca cesa el viento, es decir, la oposición y resistencia de los discípulos. El viento era la búsqueda del triunfo humano. «Los de la barca», que representan a la co­munidad cristiana, reconocen que Jesús es «Hijo de Dios». Nótese la ausencia de artículo. No se trata de «el Hijo de Dios» según la concepción tradicional, ni tampoco de un título exclusivo. Jesús es «Hijo de Dios», pero ha demostrado que también ellos pueden llegar a serlo.

vv. 34-35: Terminada la travesía tomaron tierra en Genesaret.

Llamaban Gennesar a una pequeña llanura muy fértil, limitada al norte por las cercanías de Cafarnaún y al sur por Magdala. Genesaret podría ser un pueblo situado en aquella comarca. De hecho, la barca no llega a la orilla pagana; los discípulos no están preparados para la misión. Por eso, Jesús tendrá que repetir el episodio de los panes, enseñarles de nuevo cómo han de ejercer la misión, ya directamente en medio de los paganos (15,32-39).

vv. 35-36: Los hombres del lugar, al reconocerlo, avisaron por toda la comarca, y le llevaron los enfermos, 36rogándole que les dejara tocar siquiera el borde de su manto, y todos los que lo tocaron se curaron

«Los hombres» pueden relacionarse con los de 14,21. Los que ya conocen la eficacia de Jesús y han presenciado sus curaciones (14,14) difunden la noticia de su llegada. El mínimo contacto con Jesús (el vestido equivale a la persona) los hace salir de la penosa situación en que se encuentran; su efecto es infalible («todos los que lo tocaban se curaban»). Como toda la realidad de Jesús es vida, el mínimo contacto con él produce vida y salvación. La sal­vación anunciada en el episodio anterior se prolonga en toda ocasión.


COMENTARIO 2

Las comunidades cristianas pueden constatar dentro de sí mismas la presencia de dos actitudes contradictorias. Como aparece al final del evangelio (Mt 28,17) la adoración de su Señor se presenta acompañada de un sentimiento expresado por un verbo que consigna la duda de los discípulos. La misma situación, en perfecto paralelo con ese final del evangelio, encontramos en el pasaje evangélico de la liturgia de este día.

El “¿Por qué has dudado?” reprochado a Pedro (14.31) es la situación inicial que transformándose debe llevar a la adoración y a la confesión de fe en el v.33: “se postraron ante El diciendo: realmente eres Hijo de Dios”.

El recorrido desde la duda a la adoración es el programa a realizar por parte del discípulo, según se presenta en este episodio.

Los vv.22-23, versículos iniciales de la lectura, reproducen la situación de Mt 14,13 ligando íntimamente la marcha sobre las aguas con la multiplicación de los panes. Ambos motivos estaban íntimamente conectados en múltiples pasajes del Antiguo Testamento donde Dios alimentaba a su pueblo y lo salvaba de los peligros. Por otra parte la situación que se describe es semejante a la relatada en 8,23-27. Sin embargo, hay una diferencia fundamental, a diferencia de este último texto, aquí Jesús, ocupado en el diálogo con su Padre, no se encuentra en la barca de los discípulos. De esta forma se anticipa la situación de la Iglesia después de la Pascua, enfrentada a los peligros y sin la presencia de Jesús dentro de ella.

Mientras Jesús dialoga con su Padre en tierra, la barca debe enfrentar la hostilidad de las olas y del viento contrario. Jesús se acerca a ella “andando por el lago”. Los discípulos no son capaces de reconocer la presencia divina en este caminar sobre las olas, propio de Dios (Job 9,8) o de la Sabiduría (Eclo 24,5). Como ante la presencia del Resucitado, piensan en la presencia de un “fantasma” que les llena de temor. Es necesario que Jesús les devuelva la confianza mediante un oráculo de salvación: “Ánimo, soy yo, no tengan miedo” (v.27). Sin embargo, esta palabra de aliento no logra completamente su objetivo. Pedro solicita poder acercársele “andando sobre el agua”. Su marcha cargada de miedo ante la fuerza adversa del viento amenaza sumergirlo. Del discípulo en peligro surge el grito: “Señor, sálvame” que expresa su desesperación pero también su fe, aunque todavía insuficiente en el poder de Jesús.

La acción de Jesús actúa la salvación de Pedro y pone al descubierto la pequeñez de su fe y, en esa actuación, da seguridad a la barca y conduce a los discípulos a la adoración a una adecuada confesión de fe.

Los peligros, entonces, deben ser situados por la comunidad eclesial en su justa perspectiva. Lo que sin una adhesión plena a Jesús se considera como una amenaza para la existencia de la comunidad salvífica, desde la fe se transforma en un medio para fortalecer su conciencia en la presencia del “Dios con nosotros”. El “Hijo de Dios” que, por la resurrección vive junto al Padre, se acerca a los suyos en cada momento difícil de su existencia para confirmar su fe vacilante y para llevarla a su plenitud. Su triunfo sobre las olas y el viento da seguridad al discípulo para que pueda enfrentar con coraje la presencia de toda adversidad y toda amenaza.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. DOMINICOS 2003

Palabra de verdad y debilidad
Libro de los Números 11, 4-15:
“En aquellos días, los israelitas en el desierto se dijeron: ¡quién pudiera comer carne!, ¡cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones, y puerros y cebollas y ajos! En cambio ahora se nos quita el apetito al no ver más que el maná... Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, provocando la ira de Dios, y, disgustado, dijo al Señor: ¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ...

Yo solo no puedo cargar con él... Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir...”

Realismo en el pueblo: angustia, hambre, desesperanza, desilusión, protesta. Debilidad y tentación en Moisés: si esto perdura, abandonaré la empresa de liberación de Israel. Respuesta del alma que confía:: en manos de Dios está darnos ayuda y esperanza.

Evangelio según san Mateo 14, 13-21:
“Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo, la gente le siguió por tierra, y, al desembarcar, Jesús se encontró con el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Cuando se hizo tarde..., los discípulos le dijeron: despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les respondió: no hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer... ¡Señor!, no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les replicó: traédmelos... Con ellos comieron unos cinco mil hombres”

Aquí tenemos la acción providencial y de caridad que le faltaba a Moisés en el desierto. Jesús sufre, llora la muerte de Juan, siente el hambre de los pobres que le siguen. Pero, en absoluta confianza, llama al Padre, y su Corazón se derrama en gestos de caridad. Con ello no arregla el mundo ni alimina el mal, pero ayuda y da amor.



Momento de reflexión
Las cebollas de Egipto
La divina providencia velaba por los israelitas en el desierto. Pero esa providencia se daba sin renunciar a grandes sacrificios, pues el camino de la liberación y de la tierra prometida se hacía a través del desierto.

No nos maravillemos que los israelitas se acordaran de las cebollas de Egipto. ¿Cómo iban a alimentarse bien en el desierto si la tierra era árida, si las cosechas no se cuidaban debidamente con la movilidad de los asentamientos, y si el ganado no disponía de pastos para alimentarse?

Aquí está nuestro problema: ¡Nos cuesta a los mortales –egoístas, de cortas luces- entender que Dios es bueno, aunque a veces nosotros, sus hijos, no tengamos cubiertas al menos las primeras necesidades! ¿No podría el rostro divino sonreírnos trayendo consigo siempre una hogaza de pan?

Pues, saquemos una lección: Al vivir esa experiencia de los israelitas, entendamos que sufren porque se sienten solos, abandonados; porque nadie se ocupaba de ellos.

Poniéndonos a su lado, tengamos una reacción noble: aprendamos cómo nosotros debemos preocuparnos de que los hambrientos tengan pan, de que los ofendidos tengan justicia, y de que los necesitados encuentren una mano amiga para que en la bondad del hermano descubran el rostro amoroso de Dios.

Jesús sufre, Jesús no quiere ser rey de señoríos sino de corazones.
San Mateo ha recogido en un solo párrafo varios sentimientos y mensajes de Jesús:

Jesús , al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, sufre, llora, busca soledad.

Jesús, incluso cuando busca soledad, atrae hacia sí a la gente de buena voluntad, a los pobres, a los necesitados de esperanza. Por eso se le rasga el corazón cuando los ve desposeídos, y les multiplica el pan.

Y el mismo Jesús, cuando se da cuenta de que –por haber proveído de pan gratis a la multitud- le quieren hacer rey, se marcha por otro camino.

Él no ha venido a nosotros para ser nuestro líder; ha venido como el mayor profeta de los profetas, como el Mesías e Hijo de Dios, cuya voluntad y proyecto es hacer la voluntad del Padre: con amor, sin engaño, sin ficción, desde unas entrañas de misericordia y compasión.


3-8.

Núm 11, 4-15 : No puedo sólo con este pueblo tuyo
Salmo responsorial: 80, 12-17 : Haz que escuchemos, Señor, tu voz

Mt 14, 13-21 : La multiplicación de los panes

El evangelio de este día inicia la llamada “sección de los panes” (14,13-16,12). Mateo presenta a Jesús como el nuevo “Moisés”. El reúne al nuevo pueblo de Dios, que lo sigue al desierto, lo alimenta primero con la palabra de Dios y luego con un pan prodigioso superior al maná; triunfa sobre las aguas del mar (14,22-33), libera del legalismo en que había caído la ley (15,1-9), abre a judíos y paganos la entrada a la tierra prometida (15,21-31). Las dos multiplicaciones de los panes, que enmarcan este conjunto y preanuncian la eucaristía (14,36; 15,36), subrayan con vigor el hecho de que Jesús es -mucho más que Moisés- el que sustenta al pueblo de Dios con su palabra, con sus acciones y con toda su persona. También ahora, Jesús en la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, el Pan que verdaderamente satisface.

“Sintió compasión de ellos y curó a los enfermos” recuerda la promesa de restauración de Is 49,13, lo mismo que el dar de comer a los hambrientos cumple Is 49,10 (cf. Is 58,10). Actuando como anfitrión, Jesús ordena a la gente que se recueste como en un banquete. El entonces toma el alimento y, levantando los ojos al cielo (Sal 123,1), bendice a Dios, parte el pan y se lo da a sus discípulos para que lo distribuyan a la gente. Existen aquí importantes semejanzas con la última cena que Jesús celebró más tarde con sus discípulos (26,26-29). Ambas cosas son anticipaciones del banquete mesiánico, fiestas que celebran el reinado de Dios (Is 55,1-2). “Comieron todos hasta hartarse” recuerda el hecho de que los hijos de Israel fueron alimentados en el desierto (Ex 16,4-12), que también es, como éste, un lugar “despoblado” (vv. 13.15). La frase como tal es una forma habitual de simbolizar la bendición de la alianza (Dt 8,10; 11,15); Mt 5,6). Los doce discípulos llenaron los canastos que habían llevado consigo, lo que indica la abundancia de la bendición otorgada en la invitación a la celebración del reino (Is 55,1-3). “Cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños” era una forma habitual de contar a Israel en el desierto (cf. Ex 12,37; Nm 11,21).

La noticia de la muerte de Juan Bautista lleva a Jesús a apartarse de la gente y a buscar un lugar privado para la oración y la reflexión; pero, mientras Jesús va en barca, la gente lo sigue por tierra. Pese al peligro cada vez mayor, por parte de los jefes religiosos y políticos del tiempo, la obra del Reino continúa. En esta circunstancia, Jesús no está simplemente satisfaciendo una necesidad, sino celebrando el reino que viene a los débiles y afligidos.

Al alimentar milagrosamente a la multitud no se trata aún del pan eucarístico, pero la Eucaristía está ya en el fondo, como su desembocadura natural. Lo demuestran las acciones de Jesús: alzó los ojos, bendijo, partió, dio. Al realismo de los discípulos que piensan en la muchedumbre que tiene hambre y no tiene qué comer, corresponde el sentido concreto de la compasión de Jesús, que ordena: denles ustedes de comer. Este milagro de la alimentación, por tanto, celebra la restauración del reinado de Dios en la vida de su pueblo.

Cuántas veces se cumple en nosotros aquello de: “no tenemos lo que deseamos pero no nos falta lo que necesitamos”. Hoy, la palabra de Dios nos invita a meditar esta situación. Por un lado el pueblo de Israel en el desierto se queja porque desea comer carne (primera lectura) y para justificar este deseo recuerda su infeliz y trágico tiempo de esclavitud donde tenían los pescados, los ajos y cebollas de Egipto, junto con opresión e injusticia; cuando tiene lo que necesita para vivir con dignidad y seguir su camino hacia la tierra prometida: libertad y el maná. En contraparte en el Evangelio, Jesús que desea apartarse a un lugar solitario, al ver la necesidad de la gente que le busca y no se desanima hasta encontrarlo, nos muestra su misericordia ante el pueblo necesitado de salud (enfermos), y del pan de cada día (alimento). Haciendo a un lado su deseo, que también podría haberle puesto muchos argumentos para conseguirlo, entiende la necesidad y responde. El episodio de la multiplicación de los panes es para todos nosotros una invitación a pensar, decidir y conseguir lo que en verdad necesitamos y necesitan los que nos rodean (tiempo para escuchar y que nos escuchen, una buena lectura, calidad y no cantidad en el trato con los demás, recreación sana y no embotar los sentidos para olvidar la realidad por unas horas, etc.) en contraposición a lo que deseamos y desean los demás (¡compro luego existo!)y que tal vez, si no es que casi siempre, no es lo que nos conviene. ¡¡Denles ustedes de comer!! -nos pide Jesús-.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-9. ACI DIGITAL 2003

19. Como Jesucristo, así también nosotros hemos de bendecir la comida rezando y levantando el corazón al Padre de quien procede todo bien. Véase Hech. 2, 46 y nota: "Todos los días perseveraban unánimemente en el Templo, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón". En el Templo: es decir en el templo judío de Jerusalén. La ruptura con el culto antiguo no se realizó hasta más tarde (cf. 5, 29 y nota; 15, 1 ss.; 16, 3; Filip. 3, 3; Hebr. 8, 4 y nota). Pero desde un principio los cristianos tenían la Eucaristía o fracción del pan (v. 42) y el hogar era santuario, como se ve en las palabras por las casas, pues también predicaban en ellas (5, 42) y en ellas se reunían (Rom. 16, 5; Col. 4, 15). Tomaban el alimento con alegría: Trazo que completa este admirable cuadro de santidad colectiva, propia de los tiempos apostólicos y que no volvió más. Sobre la santificación del alimento existe una preciosa oración, sin duda muy antigua, hecha toda con textos de S. Pablo y que traducida dice así: "Padre Santo, que todo lo provees con abundancia (I Tim. 6, 17) y santificas nuestro alimento con tu palabra (I Tim. 4, 5), bendícenos junto con estos dones, para que los tomemos a gloria tuya (I Cor. 10, 31) en Cristo y por Cristo y con Cristo, tu Hijo y Señor nuestro, que vive contigo en la unidad del Espíritu Santo y cuyo reino no tendrá fin. Amén". La acción de gracias, para después, empieza diciendo: "Gracias, Padre, por todo el bien que de tu mano recibimos (Sant. 1, 17)" y termina con el mismo final de la anterior: "en Cristo, etc.", que parece inspirado en Ef. 5, 20, donde San Pablo enseña que el agradecimiento por todas las cosas ha de darse siempre a Dios Padre y en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.


3-10.

Comentario: Rev. D. Xavier Romero i Galdeano (Cervera-Lleida, España)

«Levantando los ojos al cielo...»

Hoy, el Evangelio toca nuestros “bolsillos mentales”... Por esto, como en tiempos de Jesús, pueden aparecer las voces de los prudentes para sopesar si vale la pena tal asunto. Los discípulos, al ver que se hacía tarde y que no sabían cómo atender a aquel gentío reunido en torno a Jesús, encuentran una salida airosa: «Que vayan a los pueblos y se compren comida» (Mt 14,15). Poco se esperaban que su Maestro y Señor les fuera a romper este razonamiento tan prudente, diciéndoles: «Dadles vosotros de comer» (Mt 14,16).

Un dicho popular dice: «Quien deja a Dios fuera de sus cuentas, no sabe contar». Y es cierto, los discípulos —nosotros tampoco— no sabemos contar, porque olvidamos frecuentemente el sumando de mayor importancia: Dios mismo entre nosotros.

Los discípulos realizaron bien las cuentas; contaron con exactitud el número de panes y de peces, pero al dividirlos mentalmente entre tanta gente, les salía casi un cero periódico; por eso optarán por el realismo prudente: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces» (Mt 14,17). ¡No se percatan de que tienen a Jesús —verdadero Dios y verdadero hombre— entre ellos!

Parafraseando a san Josemaría, no nos iría mal recordar aquí que: «En las empresas de apostolado, está bien —es un deber— que consideres tus medios terrenos (2 + 2 = 4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios + 2 + 2...». El optimismo cristiano no se fundamenta en la ausencia de dificultades, de resistencias y de errores personales, sino en Dios que nos dice: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

Sería bueno que tú y yo, ante las dificultades, antes de dar una sentencia de muerte a la audacia y al optimismo del espíritu cristiano, contemos con Dios. Ojalá que podamos decir con san Francisco aquella genial oración: «Allí donde haya odio que yo ponga amor»; es decir, allí donde no salgan las cuentas, que cuente con Dios.


3-11. DOMINICOS 2004

2 de agosto, lunes: San Eusebio y Beata Juana de Aza

Eusebio y Juana son dos ejemplos de vida.

Eusebio fue un buen obispo italiano, en la diócesis de Verceli, en el siglo IV (+ 371). Apreció mucho la vida religiosa o consagrada y cuidó con sumo esmero la atención a sus fieles. Pero a causa de la defensa de su fe y de la Iglesia, contra el arrianismo, fue desterrado por el emperador Constancio a Capadocia, y sólo volvió a su tierra italiana seis años más tarde, cuando el emperador murió el año 367.

Juana fue madre de santo Domingo de Guzmán, en Caleruega, Burgos, hacia el año 1170. Piadosa y abnegada mujer, tuvo al menos otros dos hijos. Fue señora de su casa. Apenas salió de su señorío sino para ir en peregrinaciones. De ella dice la crónica medieval del Rodrigo de Cerrato que fue mujer “llena de fe, honrada, honesta, prudente, muy compasiva con los pobres y afligidos, y que gozaba de buena fama entre todas las mujeres de aquella tierra”. Buena educadora en la vida y en la fe, orientó a sus hijos hacia el sacerdocio y la vida monástica.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Jeremías 28, 1-17:
“El año cuarto del rey Sedecías, un profeta llamado Ananías, habló a Jeremías, en el templo, en presencia de sacerdotes y pueblo: El Señor dice...: “rompo el yugo del rey de Babilonia {Nabucodonosor}. Antes de dos años devolveré a este lugar el ajuar del templo que el rey de Babilonia tomó de este lugar...”.

Jeremías le respondió: los profetas que vinieron antes de mí y antes de ti, profetizaron guerras, calamidades y pestes... Y si algún profeta profetizaba prosperidad, sólo era reconocido por auténtico profeta al cumplirse su palabra...

Entonces Ananías agarró el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió, y profetizó en nombre del Señor: “de este modo romperé el cuello de todas las naciones, el yugo de Nabucodonosor...” Pero el Señor dijo a Jeremías: Ve y dile a Ananías...: tú has roto un yugo de madera, pero yo haré un yugo de hierro...; pondré un yugo de hierro al yugo de todas estas naciones para que sirvan a Nabucodonosor...”


Evangelio según san Mateo 14, 13-21:
“Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó en barca a un sitio tranquilo y apartado.

Al tener noticia de ello, la gente le siguió por tierra, y, al desembarcar, Jesús se encontró con gran gentío; le dio lástima y curó a los enfermos.

Cuando ya se hacía tarde..., los discípulos le dijeron: Maestro, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les respondió: no hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer... ¡Señor!, no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les replicó: traédmelos... Con ellos hubo de comer para unos cinco mil hombres”


Reflexión para este día
Es malo presumir de profeta del Señor.
Prestemos atención a las palabras del profeta Jeremías y a sus cautelas, si queremos vivir según el Espíritu del Señor. Es malo presumir de profeta, como lo hacía Ananías, y arriesgarse a vaticinar prosperidad para salir del paso. En sus días, y en los nuestros, a quien promete prosperidad, bienestar feliz, comodidad, se le sigue la pista, ya que “interesa” que sus vaticinios se cumplan, y hay que aprovecharse de ellos. Pero luego, ¡qué dura es la crisis, el fracaso, la vergüenza, si los augurios son fallidos, como los de Ananás, falso profeta!

El verdadero profeta de Dios sólo debe hablar palabras de Dios, no palabras de la propia cosecha. Y la palabra de Dios no falla; sea consoladora o triste, gratificante o adversa.

Miremos a Jesús, profeta de profetas, Mesías, el Hijo de Dios. Él, con amor, sin engaño, sin ficción, desde unas entrañas de misericordia y compasión inagotables, siempre irradia bondad por todas partes, aunque nos hiera y denuncie.


3-12.

Jer. 28, 1-17. Falsos profetas, que proclaman ardorosamente la Palabra de Dios, pero que no viven conforme a la misma. Falsos profetas que hablan mucho a favor de los pobres, pero que no son capaces de sentarlos a su mesa y partir el propio pan para alimentarlos. Falsos profetas que hablan de justicia social pero que son incapaces de luchar realmente por salarios más justos para los trabajadores. Falsos profetas que hablan de santidad y viven desordenadamente, incluso escandalizando a los demás y ofreciendo un culto vacío de fe y de amor a Dios. Al profeta de Dios sólo se le creerán sus palabras de amor, de justicia y de santidad cuando todo esto se cumpla en su propia vida y cuando trabaje intensamente para que los demás se decidan a abrirle su corazón a Dios, y se vaya haciendo realidad entre nosotros un pueblo santo, unido por el amor y guiado por el Espíritu Santo. No es el sólo hablar, sino el trabajar incansablemente a la luz del Espíritu de Dios, lo que realmente construirá el Reino de Dios entre nosotros ya desde ahora.

Sal. 118. Proclamemos el Nombre de Dios mediante una vida intachable. Que Dios nos aparte de los caminos falsos para que no nos conformemos con hablar acerca del Camino de la Verdad y del Bien, sino que seamos los primeros en andar por él. Seamos sinceros al hablar de Dios; no inventemos ni pongamos en los labios de Dios aquello que Él no ha pronunciado. Aprendamos a ser fieles a Dios mediante la oración y la meditación de sus enseñanzas con un corazón sincero. Así el camino de santidad no será algo nuestro, pues nosotros somos demasiado frágiles, sino que será la obra de Dios en nosotros. Entonces podremos enseñarle a los demás el camino de la santidad desde el testimonio de nuestra propia vida, pues el Señor, además de santificarnos nos habrá puesto en camino para colaborar en el camino de perfección de nuestros hermanos.

Mt. 14, 13-21. No sólo anunciar el Evangelio. No sólo contemplar la miseria y el hambre de los demás. Necesitamos tener un corazón compasivo, capaz de saber compartir lo propio con los demás. Hay que levantar la mirada al cielo y pronunciar una bendición sobre lo que Dios nos ha concedido; hay que bendecir a Dios porque nos ha puesto en el camino de los pobres y necesitados. Hay que partir nuestro pan y saciar el hambre de los demás. Jesús ha puesto sus dones en nuestras manos para que los distribuyamos, especialmente la Eucaristía; pero que esto no nos haga pensar que en la distribución de la Eucaristía termina todo nuestro compromiso de amor para con nuestro prójimo. El Señor involucra a sus apóstoles en la distribución del pan que ha puesto en sus manos. Y esto es lo que Él quiere de todos los que nos unimos a Él, de tal forma que desapareciendo nuestros egoísmos comencemos a hacer realidad el amor fraterno y solidario entre nosotros. Aprendamos a proclamar el Evangelio a los demás; aprendamos a buscar la solución a las diversas enfermedades y males que padecen muchos hermanos nuestros; pero aprendamos también a socorrer a los necesitados con nuestros propios bienes, recordando aquello que nos dice el Señor: La limosna borra la multitud de pecados, pues el que siente a los pobres a su mesa vive en paz con ellos y sabrá acercarse a Dios para recibir su perdón; y el Señor, entonces, le recibirá como a su hijo a quien jamás ha dejado de amar.

El Señor nos reúne para instruirnos con su Sabiduría Divina. En Cristo hemos conocido el amor de Dios. Él se hizo uno de nosotros para experimentar nuestras limitaciones y pobrezas; sólo así puede compadecerse de sus hermanos. Por eso no le es indiferente el dolor del hombre, sino que, haciéndolo suyo, nos redime de él mediante la entrega de su propia vida. Jesús es Dios-con-nosotros. Él camina con nosotros para enseñarnos el camino de la auténtica liberación y felicidad del hombre. Él nos dirá que hay más alegría en dar que en recibir; y Él lo dio todo, incluso su propia Vida, por nosotros. Este Misterio de salvación es el que hoy celebramos en esta Eucaristía. En ella el Señor se ha multiplicado como alimento, como Pan de Vida eterna para la humanidad de todos los tiempos y lugares. Aprovechemos este sacramento de vida y de Gracia del Señor para nosotros.

La Iglesia es un Pueblo de Profetas. En medio de un mundo que se afana por muchas cosas, y que ha perdido de vista el auténtico amor, la verdadera solidaridad con los desprotegidos, el servicio a los pobres y que ha perdido la capacidad de compadecerse e inclinarse ante los que sufren, el corazón materno de la Iglesia no pude traicionar a la humanidad doliente. Ser auténticos profetas nos debe llevar a pronunciar el Mensaje de salvación, tal vez no para agradar a los demás, especialmente a los poderosos sino para salvarlos, aun cuando nuestras palabras les resulten incómodas. Nosotros debemos ser los primeros en vivir la fidelidad a nuestro Dios y Padre y nuestra solidaridad con los que sufren angustias, tristezas, vejaciones, injusticias y pobrezas; esto nos llevará a convertirnos en la Palabra que vuelve a tomar carne en su Iglesia y sale a buscar al pecador para salvarle, y al que sufre azotado por muchos males para ayudarle a recobrar su dignidad y encaminarlo hacia su perfección en Cristo como hijo de Dios, sin importar el tener que hablar con claridad acerca de aquello desde lo cual el pecador debe convertirse, y no sólo volver a Dios como hijo, sino también volver al prójimo como hermano.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber amar a Dios sobre todas las cosas, pero también saber amar a nuestro prójimo como Cristo nos ha amado a nosotros. Amén.

Homiliacatolica.com


3-13.

La multiplicación de los panes.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Mateo 14, 13-21



En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: "Traédmelos". Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente: Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Reflexión:


Los profesionales, las madres, los estudiantes, los trabajadores, los maestros, los padres, los hijos, en definitiva, todos los hombres buscan, consciente o inconscientemente, algo que les realice plenamente, algo que trascienda sus vidas, que les llene de paz interior.

Estos hombres y mujeres hambrientos y sedientos de Dios se acercan a las puertas de la fe. Y al cruzar el umbral se encuentran con otros hombres y mujeres, como ellos, a quienes Jesús les ha mandado; dadles vosotros de comer.

Así ha querido Jesús darse a conocer a lo largo de los siglos; por medio del testimonio y la evangelización de personas con una vocación especial: son los sacerdotes, las religiosas, las personas consagradas y los laicos.

Es el milagro de los que han recibido a Cristo como alimento. Unidos a Jesús por medio de la Iglesia, son capaces de saciar el hambre de miles de personas. Pero son pocos, muy pocos los que lleven a Cristo a los demás. En pleno siglo XX, hay más de cuatro mil millones de personas que todavía no conocen a Jesús. Muchos de ellos sienten la necesidad de orientar sus vidas hacia Dios y no tienen quien les ayude. Cristo nos urge a colaborar con Él en la tarea de dar de comer a las almas hambrientas de trascendencia.


3-14.

Reflexión

Este relato del evangelio está lleno de enseñanzas, sin embargo valdría hoy la pena reflexionar en lo que quizás encontramos al centro de éste, que es: “compartir”. Es interesante cómo los apóstoles dicen: “Lo único que tenemos son cinco panes y dos pescados”… y quizás se podría agregar: "Pero estos son para que nosotros comamos”. Jesús nos enseña que es precisamente en el compartir en dónde se puede experimentar la multiplicación. En un mundo que vive cerrado sobre sí mismo, siempre ávido de atesorar, que importante es el poder EXPERIMENTAR que en el compartir está la felicidad y la paz del corazón. Es la experiencia que libera profundamente al hombre y lo hace ser autentico ciudadano del Reino. Es precisamente cuando compartimos, cuando somos capaces de romper nuestro egoísmo, y compartir con los demás los dones (materiales y espirituales), cuando podemos decir con verdad: SOY LIBRE. Las cosas tienden a sujetarnos y llegan hasta hacernos esclavos de ellas. El Ejercicio de compartir nos asegura que la redención de Cristo ha sido operada en nosotros. Contrariamente a lo que se podría pensar, la única forma de ser verdaderamente rico… es compartiendo y compartiéndonos. No dejes pasar este día sin tener esta magnifica experiencia de COMPARTIR.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-15. Fray Nelson Lunes 1 de Agosto de 2005
Temas de las lecturas: Yo solo no puedo cargar con este pueblo * Comieron todos hasta quedar satisfechos.

1. Del hambre al hastío
1.1 ¡Otra vez el pueblo hebreo quejándose! Antes era por hambre, ahora por hastío. Primero no encontraban qué comer, ahora les fastidia comer siempre lo mismo.

1.2 Hambre y hastío son también dos palabras que resumen mucho de la situación de la economía del mundo. Cuatro quintas partes del mundo sufren hambre y una quinta parte sufre hastío. Quizá las proporciones sean incluso peores que esto.

1.3 El hambre lleva a la desesperación; el hastío lleva a la náusea. El hambre termina despertando al monstruo de la guerra; el hastío termina arrojándose en la vorágine del suicidio. El hambre quiere arrancar sus bienes al rico; el hastío nos vuelve insensibles al clamor del pobre.

1.4 ¡Líbrenos Dios del hambre, pero rompa también las cadenas del hastío!

2. "Denles ustedes de comer..."
2.1 El evangelio de hoy nos ayuda a profundizar en el tema siempre actual del hambre. Muchos seguramente sentimos que las palabras del Señor Jesús a sus apóstoles son más que una frase anecdótica, ante el hambre del mundo: "denles ustedes de comer".

2.2 ¿Qué tal suenan hoy, por ejemplo, las palabras de San Juan Crisóstomo en sus Homilías sobre el evangelio según san Mateo? Allí nos dice el santo doctor: "¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre y no me disteis de comer, y más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer [...].¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo...".

2.3 Resuenen, pues, en nuestros oídos las palabras del Papa Juan Pablo II en el n. 20 de su Carta "Ecclesia de Eucharistia", allí donde nos dice: "¿Qué decir... de las tantas contradicciones de un mundo globalizado, donde los más débiles, los más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En este mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada por su amor.

2.4 "Es significativo que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del lavatorio de los pies, en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio (cf. Jn 13, 1-20). El apóstol Pablo, por su parte, califica como indigno de una comunidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un contexto de división e indiferencia hacia los pobres (Cf. 1 Co 11, 17.22.27.34)".