LUNES DE LA SEMANA 8ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Si 17, 20-28

1-1.

Una exhortación a convertirse a Dios.

Convertirse es en hebreo, como en latín, volverse, volver: el hombre vuelve a Dios, porque Dios lo llama. Es una voz que salva la distancia y supera los obstáculos, para volver a crear presencia e intimidad.

La conversión es un retorno. Jesús ilustrará de manera inolvidable esa imagen del retorno con la maravillosa parábola del hijo pródigo.

El pecado es siempre un alejamiento. Se establecen distancias. Se abandona la casa paterna. Por Jesús podemos saber nosotros que el "padre" es el primero en sufrir.

La conversión implica un doble movimiento.

El movimiento del pecador que se "vuelve" hacia Dios... la libertad.

El movimiento de Dios que "abre el camino del retorno"... la Gracia.

Vamos a empezar la cuaresma. La preparación a la Pascua. Esa vida resucitada, libre del pecado y del egoísmo, que Dios quiere comunicarnos mediante su Espíritu.

El creyente nunca está plenamente convertido y el esfuerzo por llegar a estarlo constituye -junto con la fe- una constante de la vida cristiana.

..............

También Jesús nos mira hoy con cariño a cada uno de nosotros y nos dice lo mismo: "sígueme." Una cosa te falta porque una cosa es la que te estorba: véndela, abandónala.

Solamente Dios y nosotros sabemos en qué medida nuestro propio espíritu conduce nuestra vida y no el Espíritu de Jesús, el Señor.

Vuélvete. Deja de vivir por ti y para ti.

Con frecuencia experimentamos la incapacidad de cambiarnos a nosotros mismos por solas nuestras fuerzas.

Suplica en su presencia. Porque Dios lo puede todo. Esta piedra que es nuestro propio corazón puede llegar a ser un buen hijo de Dios la noche pascual.


1-2.

El sabio, hoy, nos invita a la penitencia.

-A los que se convierten, Dios les abre el camino de retorno.

He aquí una hermosa sugerencia: la conversión es un «retorno». La parábola del hijo pródigo ilustrará esa imagen de modo inolvidable.

El pecado es como un alejamiento. Se establecen distancias. Se abandona la casa paterna. Ahora sabemos que el «padre» es el primero en sufrir. La conversión implica un doble movimiento:

--el movimiento del pecador que se «vuelve» hacia Dios... Ia libertad.

--el movimiento de Dios que «abre el camino del retorno»... Ia gracia.

Con frecuencia experimentamos la incapacidad de cambiarnos a nosotros mismos por solas nuestras fuerzas.

¡Pues bien! Hay que empezar haciendo lo que está de nuestra parte, iniciar un gesto en dirección al retorno...

-Consuela a los que perdieron la esperanza.

Todo sucede como si de hecho Dios estuviera allí esperando nuestro primer movimiento, para terminarlo, dándole el empuje suplementario.

Señor, ven a completar el esfuerzo de mi voluntad demasiado débil para perseverar.

Ben Sirac expresa en tres fórmulas la parte humana de la conversión.

1. Conviértete hacia el Señor, suplica ante su faz...

Ciertamente esa es, en efecto, la única posibilidad que nos queda. «Cuando lo hemos hecho todo como si no esperásemos nada de Dios, es preciso aún esperarlo todo de Dios, como si no hubiésemos hecho nada por nosotros mismos» .

«Pero, ¡si ya he procurado tantas veces luchar contra tal pecado!» --«Conviértete al Señor, suplica ante su faz.»

2. Evita las ocasiones de pecar.

A menudo, el único medio de salir victoriosos es ¡la huida! Esto pertenece también a la sabiduría popular. El que se pone en las ocasiones de pecado, caerá en él. De ahí la importancia del ambiente, que facilita una vida virtuosa o la hace muy difícil. HOY se habla mucho del entorno.

Ahora bien, existe un entorno moral. Cuando el mal surge a la vista, cuando las ocasiones son fáciles, es comprensible que los seres más frágiles no las resistan.

Jesús advertía a los que escandalizan a los niños: «¡más valiera que les colgasen del cuello una piedra del molino y los hundiesen en el mar! (Mateo 18, 6).

Por sí mismo es evidente que un cierto estilo de vida que evite las ocasiones de pecado, facilita llevar una vida sana.

3. Rehuye el pecado... Apártate de la injusticia. Detesta lo que es abominable.

Es el combate «en directo».

La vida humana no puede ser una especie de quietud dulce y tranquila. No hay que saber solamente «huir» del mal, sino «afrontarlo». ¿Tengo yo el valor de comprometerme?

Dame, Señor, valor para combatir.

-Es el que vive y goza de salud quien alaba al Señor.

Los filósofos dirán: el pecado es «no-ser». El mal es algo vacío. En cambio el hombre que goza de buena salud moral es el «viviente que alaba al Señor». Y es lo que Dios espera: ese hombre vigoroso que alaba al Creador. Dios quiere la vida, la apertura, la salud, el vigor.

Señor, ¡haz de nosotros unos vivientes, de vida sana!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 92 s.


1-3. /Si/17/15-32

Sería inútil buscar en estos textos del Eclesiástico un pensamiento riguroso y estructurado. Aquí, más que un mundo de pensamiento, se expresa un mundo de creencias. Sin embargo, es posible que los textos de hoy no sean en el fondo más que un eco de la inquietud interior del que ve la oscuridad en medio de la luz. Hay cosas claras, diría el Eclesiástico, y cosas oscuras y ocultas. Es claro, por ejemplo, que «el hombre es polvo y ceniza» (v 32), que "ningún hijo de Adán es inmortal" y que "los hombres no pueden tener todo" (30). Y es tan claro como que el sol se pone a pesar de su esplendor. Ahora bien, si las cosas son así, si para el hombre acaba todo en la tierra y en el polvo, ¿qué sentido tienen las exhortaciones a convertirse, a dejar los pecados y enmendarse de las caídas? (cf. v 25). ¿Qué quiere decir el Eclesiástico cuando afirma que «el muerto, como si no existiera, deja de alabarlo, el que está vivo y sano alaba al Señor» (26-27)? ¿Se trata sólo de una expresión cargada de celo por el culto? Lo que habría que preguntar es quizá qué teme el sabio cuando dice todo esto. ¿Tal vez que ni los pecados ni la injusticia moran en el hombre? Es decir, que en realidad no ve tan claro lo que parece serlo. Sabe qué pasa aquí, en este mundo; incluso que nada se puede esconder a los ojos del Señor (cf. v 13); en cambio, no sabe ni puede decir qué ocurre más allá. En tal caso quizá correspondería a la insensatez recomendar sabiduría y cordura para evitar que el hombre juegue estúpidamente con su propia vida. Sería realmente insensato lanzarse hacia el futuro desconocido e incierto con una carga de pecados y de injusticias. Realmente, al sabio se le hunde bajo los pies lo que podría parecer tierra firme de la sabiduría. Se podría decir que al Altísimo del sabio le falta algo para llegar a ser realmente el Señor de todo. Quién sabe qué habría escrito el Eclesiástico si -renunciando por completo a la aparente firmeza de los datos que le ofrecía la experiencia- hubiera pensado que los ojos del Señor pueden mirar al hombre -al convertido y al no convertido- con una mirada diferente, quizá menos humana, pero más entrañablemente comprensiva y transfiguradora.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 389


2.- 1P 1, 3-9

2-1.

Empezamos hoy la lectura continua de la primera epístola de san Pedro. Escrita hacia el año 64, después de las Epístolas de san Pablo -que fueron escritas entre el 50 y el 64-, pero antes de los evangelios -que fueron escritos entre el 64 y el 9O.

Centrada sobre el tema del «bautismo», esta Epístola es quizá una homilía pronunciada en una vigilia pascual en la que tenían lugar los bautizos de adultos.

Y el comienzo de esta homilía podría ser la repetición del Himno o Canto de Entrada que inauguraba la celebración.

-Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia que no conocerá ni destrucción, ni mancilla, ni envejecimiento.

Himno primitivo que expresa a la perfección los sentimientos que debían de experimentar los hombres que recibían el bautismo: regeneración, renacimiento, renuevo de vida, esperanza.

El signo y la causa de ese «nuevo nacimiento», residen en la Resurrección de Jesús, cuya fiesta se celebra esa noche.

¿Mi vida de bautizado? ¿Qué es para mí?

¿Soy capaz de dar gracias a Dios por mi bautismo? ¿Me apoyo en la gracia de mi bautismo para «renacer» de nuevo hoy, para marchar sin cesar como un ser nuevo, renovado?

-Esta herencia es reservada en los cielos para vosotros a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada al final de los tiempos.

Los primeros cristianos, más que ahora nosotros, estaban a la espera y la esperanza de la realización escatológica: ¿tiendo yo también a ese futuro que Dios está preparándome, tiendo hacia ese término final?

-Rebosáis ya de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas.

La predicación de Pedro es realista. La vida no es divertida y sin embargo... el cristiano es un «hombre feliz», incluso en las pruebas.

¿Puede decirse de mí que «salto de gozo»? Y, en este caso, ¿en qué se apoya mi alegría?

-Esas pruebas verificarán la calidad de vuestra fe que es mucho más preciosa que el oro.

La fuente de la alegría es la Fe.

Pedro describe esa alegría de la fe con lirismo: «¡rebosáis ya de una alegría inefable que os transfigura!»

Las pruebas mismas no destruyen la alegría porque profundizan la calidad de la Fe.

Reflexiono detenida y pausadamente sobre mis pruebas, y las pruebas de la Iglesia...

Para considerar de qué modo esas pruebas me acercan más a Dios.

-...Cuando se revelará Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto y en quien creéis aunque de momento no le veáis.

Estar bautizado es perdurar en un lazo de amor y de fe personal con Jesús... En la espera de verle un día.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 92 s.


3.- Mc 10, 17-27 

3-1.

VER DOMINGO 28B 


3-2.

Así que salió Jesús para ponerse en camino... un hombre corrió hacia él y arrodillándose a sus pies... "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?"

Escena muy viva. Un hombre de deseo: corre... se lanza de rodillas a sus pies... sin aliento, le pregunta. Esta, su pregunta, es ¡la pregunta esencial!

-"¿Por qué me llamas "Bueno"? Nadie es "Bueno" sino solo Dios.

Respuesta tajante ¡como una cuchilla! ¡Jesús es el hombre que tiene siempre a "Dios" en la boca! Es su referencia constante. Dios. Sólo Dios. Rezo a partir de esta frase de Jesús.

-Tú sabes los mandamientos...

Maestro, los he observado desde mi juventud...

He aquí a un hombre recto, concienzudo, que observa la Ley, que está en regla.

Leyendo este relato, los primeros lectores de Marcos podían comprender que para ser un buen discípulo no basta con cumplir la Ley. La Ley, ese hombre la cumple... y sin embargo, ¡le falta algo para ser un discípulo!

-Jesús mirándolo le mostró afecto y le dijo...

La mirada de Jesús. Trato de imaginar que se posa también sobre mí... sobre aquellos con los que convivo, con los que tengo a mi cargo... El afecto de Jesús. Jesús ama, Jesús afectuoso. Y todo lo que dirá después es una prueba de este amor.

-"Una sola cosa te falta: Vete, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ¡ven y sígueme!"

Encontramos de nuevo lo que Jesús no cesa de repetir.

--Fue la primera llamada (Mc 1, 18-19): "Venid y seguidme... dejando enseguida sus redes... dejando a su padre en la barca...

--Fue la primera instrucción a los discípulos al enviarles en misión (Mc 6, 8): "les ordenó no tomar nada para el camino, ni pan, ni saco, ni dinero en el cinturón..."

--Fue la primera consecuencia que había que sacar del primer "anuncio de la Pasión" (Mc8, 34): "si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo..." Jesús es coherente en sus ideas. Lo pide "todo o nada". Para seguirle a El, hay que abandonar todo lo restante. Exigencia infinita. El evangelio no es una buena recetita tranquilizadora, es la más formidable aventura, el riesgo, el "ahí-va-todo".

-Se marchó triste porque tenía mucha hacienda...

Mirando en tomo suyo dijo a sus discípulos: "¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios, los que poseen riquezas!" Los discípulos se quedaron espantados con estas palabras.

Pero Jesús continuó: "Es más fácil a un camello pasar por el agujero de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios".

Cada vez más desconcertados los discípulos decían entre sí:

"Entonces, ¿quién puede salvarse? "A los hombres sí les es imposible, mas no a Dios, porque a Dios todo le es posible".

El "humor" de Jesús: esta comparación del "camello" y el agujero de la aguja.

Lo serio de Jesús: esta "imposibilidad"...

Incluso con las renuncias más extraordinarias, incluso dando todas nuestras riquezas a los pobres -dirá también san Pablo a los Corintios (13, 3), somos incapaces de entrar en el Reino de Dios.

Dios solo... puede hacerlo.

Hago mi oración sobre esta frase.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 346 s.


3-3.

1. (año I) Sirácida 17,20-28

a) El sabio, en esta breve página, llena de ternura, nos invita a convertirnos a Dios, mientras sea tiempo: después de la muerte ya no podremos alabar a Dios ni darle gracias ni convertirnos. Conviene recordar que en el AT no tenían idea clara de la otra vida: todo se resuelve en esta.

El motivo fundamental con el que quiere animar a los pecadores a que se conviertan es la bondad de Dios: «A los que se arrepienten Dios los deja volver... qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a él».

Por tanto nuestra actitud más sabia es la de convertirnos: o sea, «volver», «retornar a Dios», «abandonar el pecado», «alejarnos de la injusticia y de la idolatría».

A eso nos invita también el salmo, que rezuma confianza en la bondad perdonadora de Dios y que podríamos rezar hoy por nuestra cuenta, por ejemplo después de la comunión: «Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito... tú perdonaste mi culpa y mi pecado...tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación».

b) Dios nos espera también a nosotros. Para «convertirse» no hace falta ser grandes pecadores. Convertirse significa cambiar de dirección, volver la cara hacia Dios. Eso lo debemos hacer también los que sencillamente andamos distraídos, mirando hacia otro lado o caminando por otros caminos; los que podemos haber caído en la mediocridad, en la rutina y en la dejadez espiritual.

Escuchemos como dicho para cada uno de nosotros lo de «abandonar el pecado» y alejarse de las ocasiones. Para el Eclesiástico, los pecados peores son dos, uno referido a Dios. la idolatría, y otro al prójimo, la injusticia: «Aléjate de la injusticia, detesta de corazón la idolatría». Cada uno sabrá qué idolatrías más o menos larvadas esconde en su vida y qué injusticias está cometiendo en su trato diario con los demás.

En cuanto a la motivación básica de nuestra confianza, tal vez no será inútil que se nos recuerde una verdad que aparece como fundamental ya en el AT: que Dios es bueno, que «nos deja volver». Lo suyo es perdonar y además «reanima a los que pierden la paciencia». (Por cierto, nosotros ¿dejamos volver a los que quieren corregirse o nos mostramos intransigentes con ellos y les desanimamos ya de entrada, por la cara que les ponemos, en su posible conversión?).

La celebración de la Eucaristía la solemos comenzar con un breve acto penitencial, reconociendo ante Dios nuestra debilidad y pidiéndole que nos purifique interiormente. Es buena manera de empezar, para así dejarnos llenar de la novedad y la gracia del Resucitado.

Pero tenemos otro sacramento, el de la Reconciliación, más específicamente destinado a celebrar esta conversión y este perdón: por parte de Dios, que es el que lleva la iniciativa, el perdón; por parte nuestra, la conversión. Para que continuamente empecemos una nueva vida que nos vaya haciendo madurar en nuestra comunión con Dios.

1. (año II) 1 Pedro 1,33-9

a) Empezamos hay la primera carta de san Pedro. La seguiremos leyendo hasta el viernes.

Los estudiosos no están seguros de que su atribución a Pedro sea auténtica, o si el escrito se debe a un autor desconocido que quiso ampararse bajo ese nombre, ciertamente prestigioso en las primeras generaciones. Si es de Pedro, la fecha de redacción de la carta sería hacia el ano 64. Si no, podría ser más tardía.

En un período de persecuciones, la carta quiere dar ánimos a los cristianos, recordándoles la fuente de su identidad cristiana, el bautismo, y su pertenencia a la comunidad eclesial. Algunos estudiosos han creído reconocer en este escrito como un guión de celebración bautismal y pascual, o una homilía dirigida a los recién bautizados, los neófitos, para que empiecen a vivir el nuevo estilo de vida de Cristo.

La página primera de la carta es un himno de acción de gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Un himno impregnado de esperanza y de ánimos, que contiene estas ideas:

- los cristianos hemos nacido de nuevo, somos regenerados

- por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos

- y eso nos llena de esperanza y nos da ánimos para seguir fieles a Cristo, a pesar de que haya pruebas y sufrimientos

- mientras caminamos hacia la herencia final, incorruptible, que tenemos reservada para nosotros en el cielo

- y se nos dará cuando se manifeste Jesucristo;

- los cristianos de las siguientes generaciones tienen un gran mérito: «no habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo véis y creéis en él y os alegráis con un gozo indecible y transfigurado».

b) En nuestra vida ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa. Resucitando a Jesús de entre los muertos y ofreciéndonos después el bautismo como inicio de una nueva vida, nos ha puesto en el mejor y más seguro camino de salvación. Somos herederos de una herencia que está a buen recaudo: nuestra garantía está en el cielo y se llama Cristo Jesús, a quien seguimos como cristianos.

La página de Pedro está llena de optimismo: resurrección, nacimiento nuevo, esperanza, alegría, fuerza, marcha dinámica de la comunidad hacia la salvación final. Que en medio haya momentos de sufrimiento y prueba tiene, en este contexto, menos importancia. Porque con la fuerza de Dios podemos superarlo todo. En verdad podemos decir, con el salmista: «Doy gracias al Señor de todo corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea... envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza».

Nos puede resultar estimulante que Pedro nos diga -a nosotros aún con mayor motivo que a los de la segunda generación- que tenemos mérito en amar y seguir a Cristo sin haberle visto ni haber sido contemporáneos suyos.

Los cristianos tendríamos que recordar más nuestro bautismo. Podríamos, por ejemplo, visitar al menos una vez al año la fuente bautismal en que renacimos a la vida de Cristo y fuimos incorporados a su comunidad. Por ejemplo en torno a la Pascua podíamos hacer una oración, personal o comunitaria, junto al baptisterio de la parroquia, dando gracias a Dios porque por medio de este sacramento fuimos hechos coherederos con Cristo de una esperanza que no nos fallará y recibimos la fuerza del Espíritu para emprender el difícil camino de la vida, hasta la alegría final.

2. Marcos 10,17-27

a) Jesús se encuentra con un joven que quiere «heredar la vida eterna» y entabla con él un diálogo lleno de buena intención y de psicología.

El joven parece sincero. ¿Tal vez un poco demasiado seguro de su bondad: «todo eso lo he cumplido desde pequeño»? Jesús le mira con afecto, con esa mirada que tanto impresionó a sus discípulos: la mirada de afecto al joven de hoy o la de ira a los que no querían ayudar al enfermo en sábado, o la de perdón a Pedro después de su negación. Al joven le propone algo muy radical: «una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme». El joven se retira pesaroso. No se atreve a dar el paso.

Jesús saca la lección: los ricos, los que están demasiado apegados a sus bienes, no pueden acoger el Reino: «Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja...».

b) Es una escena simpática: un joven inquieto que busca caminos y quiere dar un sentido más pleno a su vida.

Pero el diálogo, que prometía mucho, acaba en un fracaso. Tampoco Jesús consigue todo lo que quiere en su predicación, porque respeta con delicadeza la libertad de las personas. Algunos le siguen a la primera, dejándolo todo. como los apóstoles. Otros se echan atrás. Jesús se debió quedar triste. Había puesto su cariño en aquel joven. Más tarde mirará con tristeza a la higuera estéril, que es Israel. Y a los que han convertido el Templo en cueva de ladrones. El joven se convirtió en símbolo del pueblo elegido de Dios que, llegado el momento, no quiso aceptar el mensaje del Mesías. No tuvo fácil su misión Jesús de Nazaret. Aunque tal vez así nos anima más a nosotros si tampoco tenemos resultados muy halagüeños en nuestra misión educativa o familiar o eclesial.

Es que Jesús no pide «cosas», sino que pide la entrega absoluta. No se trata de «tener» o no tener, sino de «ser» y «seguir» vitalmente: «que cargue con su cruz cada día y me siga», «el que quiera guardar su vida, la perderá». A todos nos cuesta renunciar a lo que estamos apegados: las riquezas o las ideas o la familia o los proyectos o la mentalidad.

Cuando estamos llenos de cosas, menos agilidad para avanzar por el camino. El atleta que quiera correr con una maleta a cuestas conseguirá pocas medallas. Es el ejemplo que nos dio el mismo Jesús: «el cual, siendo de condición divina, se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, y se humilló hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,6-7).  Era rico y se hizo pobre por nosotros.

Los que han abrazado la vida religiosa han decidido imitar a Jesús más de cerca: han vendido todo y le han seguido. Si han querido hacer los votos de pobreza, celibato y obediencia, ha sido para poder caminar más ágilmente por el camino de las bienaventuranzas, para poder amar más, para estar disponibles para los demás, para ser libres interiormente, como Jesús. Todo ello, fiados no en sus fuerzas, sino en las de Dios: «es imposible para los hombres, no para Dios».

Todo cristiano puede seguir el camino de las bienaventuranzas. No se trata de que el discípulo de Jesús no pueda tener nada propio, sino de que no se apegue a lo que posee.

Que no intente servir a dos señores. Que lo relativice todo, para conseguir el tesoro y los valores que valen la pena, los que ofrece Cristo.

«¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a él!» (1ª lectura, I)

«Alegraos, aunque de momento tengáis que sufrir un poco» (1ª lectura, //)

«No habéis visto a Jesucristo y lo amáis» (1ª lectura, II)

«Vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 212-216


3-4.

Eclo 17, 20-29: Conviértete al Señor

Sal 31, 1-2.5-7

Mc 10, 17-27: ¿Qué debo hacer?

El texto de Marcos es parte de una unidad temática dividida en tres partes que están construidas bajo un mismo esquema. Cada intervención de Jesús suscita una respuesta-reacción de los discípulos que lleva a precisar el tema bajo la forma de enseñanza dialogada de Jesús en torno a la riqueza. En esta línea, Marcos ha construido un texto amplio y complejo donde ha entretejido varias enseñanzas que subrayan las exigencias del seguimiento y precisan los peligros que genera la acumulación de la riqueza.

En el texto de hoy encontramos dos partes de este gran tríptico.

Primera parte: Mc. 10, 17-22. Nos encontramos de nuevo en el camino. Se le acercó a Jesús uno, lo saludó con profunda reverencia y le preguntó cómo heredar la vida eterna. El texto resalta con muchas palabras que el hombre es buen israelita, cumplidor de los mandamientos; es un buen judío, observante de la ley, hombre intachable conforme a los principios y valores de la tradición. Pero para Jesús la observancia de la ley resulta insuficiente, porque él viene a ofrecer algo más grande que la ley judía: un proyecto de vida que desborda todos los valores anteriores en los que está construido el judaísmo. Por eso, "Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: 'Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme'". Jesús pone sus ojos, en el hombre que ha buscado sus palabras y, al mirarlo con amor, lo invita para que lo siga y así puedan recorrer juntos el camino del Reino. El hombre, en cambio, frunce el ceño y se va, pues no puede aceptar lo que Jesús le propone "porque tenía muchos bienes".

De esta manera el texto nos plantea claramente esta disyuntiva: El cumplimiento ciego de la ley o el camino del Reino que exige la pobreza evangélica y que el texto lo expresa así:

* Anda, cuanto tienes véndelo. Expresa la idea sobre la pobreza real, concreta: el no tener nada propio, el no aspirar a la acumulación, se convierte en una exigencia de Jesús para los que quieran seguirlo y aceptar su mensaje.

* Dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Indica el desprendimiento real y el empleo social de los bienes. De esta forma el desprendimiento es signo de la entrega de la propia vida y de lo que se tiene en favor de aquellos que no tienen nada; es compartir con los desposeídos de la tierra, como una actitud de total encarnación en su propia realidad, compartiendo con ellos la vida y los bienes. Solo así se podrá tener "un tesoro en el cielo".

* Luego, ven y sígueme. Esta es una invitación a seguir a Jesús, a ser su discípulo y a compartir con él el camino del Reino, libre ya de toda atadura que genera la acumulación de la riqueza.

Segunda parte: Marcos 10, 23-27. Diálogo sobre la riqueza: ¿quién podrá salvarse?. El texto está construido sobre el fondo anterior y bajo el mismo esquema literario.

* El hombre se ha ido, y Jesús se dirige a sus discípulos diciendo: "Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios". La sentencia es un campanazo para los discípulos y una respuesta a la actitud del hombre en el contexto de la entrega y la llamada al seguimiento. El efecto en los discípulos es el desconcierto: "quedaron sorprendidos por estas palabras" . Jesús arranca de ellos toda ansia de poder pensado en la riqueza.

* De nuevo Jesús reitera su sentencia sobre los ricos. Se dirige a sus discípulos e introduce una imagen más fuerte para acentuar la oposición entre riqueza y Reino: "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios" La sentencia deja sin piso a los discípulos que tienen otra idea sobre el Reino y la riqueza. Por eso preguntan ¿quién podrá salvarse?.

* Jesús aclara la situación con otra sentencia: "Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios" y de esta manera deja a los discípulos en una actitud de apertura y disponibilidad total frente a la voluntad del Padre.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Durante los próximos cuatro días vamos a leer como primera lectura algunos fragmentos de la primera carta de Pedro. Lo más llamativo de este escrito es que, en sus cinco capítulos, hace una hermosa síntesis de todo el nuevo testamento. Y no sólo eso, sino que comunica seguridad y entusiasmo, dos notas de las que estamos muy necesitados en nuestros días. Con bastante probabilidad, el autor de este escrito fue un discípulo anónimo de la escuela de Pedro que puso su obra bajo la autoridad del apóstol, seguramente al poco tiempo del martirio de este. La carta está dirigida a comunidades rurales, poco organizadas y de extracción humilde: campesinos, pastores, gente de clase baja. Todo esto las hace muy vulnerables en medio de una sociedad hostil. Por eso el autor subraya mucho la solidaridad que tiene que existir en el seno de las comunidades cristianas para poder soportar los ataques.

Permitidme que hoy me fije en una sola frase: "No habéis visto a Jesucristo y lo amáis". ¡He aquí la entraña de la fe! ¿Cuántas veces nos vemos impotentes para justificar muchos aspectos de nuestra fe y, sin embargo, nos sentimos visitados por una seguridad que no nace ni de los argumentos ni de nuestra conducta irreprochable? ¡Es la fuerza del amor! Es la misma fuerza a la que se refiere Jesús en el evangelio, la que permite superar el cumplimiento de los preceptos para ir detrás de Él. Sin la fuerza del amor, no vendemos lo que tenemos y no lo damos. Al contrario, con el paso del tiempo caemos en la cuenta de que necesitamos buscarnos muchas seguridades.

"Señor, hoy, seducido por algunas cosas y paralizado por otras, te pido que me concedas amarte por encima de todo. Yo sé que lo que es imposible para mí constituye tu don más precioso y posible".

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández, cmf (gonzalo@claret.org)


3-6. CLARETIANOS 2003

La primera lectura nos invita a volver al Señor, abandonando el pecado. A regresar a casa, como el hijo pródigo, después de una experiencia larga y prolongada de lejanía del hogar paterno. Y esta invitación puede resultar como un anticipo del camino cuaresmal, que la iglesia nos propondrá en dos días más.

A mí, personalmente, lo que más me impacta de esta interpelación que se me hace en el texto bíblico es cómo este retorno al Altísimo tiene que ver con la vida y la salud, que se torna alabanza, al experimentar vitalmente el amor y la misericordia del Señor, lo mismo que la huida y la lejanía de Él tienen que ver con la injusticia y la idolatría, que conducen a la muerte. La vida y la muerte, la humanización y la deshumanización, se juegan en la relación con el Señor. Y no sólo la vida y la muerte propias, sino también la vida y la muerte de los demás. La injusticia deshumaniza al verdugo, convirtiéndolo en lobo para los demás. El culto a los propios intereses y a la codicia, que es una idolatría, hace de la existencia humana una realidad curvada sobre sí misma, egocéntrica y, por lo mismo, insolidaria. Cuando el centro de la vida no está puesto en el Señor, otros intereses usurpan su lugar.

El evangelio, que hoy nos propone la liturgia, es claro en este sentido. Cuando Jesús salía al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: ¿qué haré para heredar la vida eterna? Se trata de un buscador de la vida y, además, de la vida eterna. Éste es su centro de interés. Lo que a él le interesa. Y, cuando recibe la respuesta de Jesús, enumerando los preceptos de la segunda tabla del decálogo, puede responder con orgullo autosuficiente que todo eso lo ha cumplido desde que era pequeño. Pero Jesús no se queda ahí. Le invita a ir más allá de su cumplimiento de la ley y de sus propios intereses. Le invita a poner al Dios del Reino y al Reino de Dios en su seguimiento como número uno y por encima de sus propias posesiones, que, según parece, no eran pocas. Ante esta invitación frunció el ceño y se marcho pesaroso, estropeando la mirada de ternura que había suscitado en Jesús y prefiriendo seguir en sus propias seguridades. Su búsqueda de la vida estaba subordinada a su propia seguridad. Ésta usurpaba el papel de Dios. Y también puede usurparla en nosotros, aunque no seamos ricos. Puede haber otras seguridades que son nuestro irrenunciable tesoro. No podemos olvidar que nuestro tesoro está, donde está nuestro corazón. Y, desde ahí, nos tenemos que preguntar: ¿nuestro corazón está en el Dios del Reino y en la búsqueda del Reino de Dios como algo irrenunciable u otras seguridades nos impiden el acceso a la vida en plenitud? ¿Cuáles son? ¿Estamos dispuestos a renunciar a estas falsas seguridades? ¿Si no lo estamos en este momento, esperamos que Dios nos cambie el corazón, puesto que para Él nada hay imposible?

José Vico Peinado cmf. (jvico@planalfa.es)


3-7. 2001

COMENTARIO 1

vv. 17-18 Mientras salía de camino se le acercó uno corriendo y, arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro insigne, ¿qué tengo que hacer para heredar vida definitiva?» Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas insigne? Insigne como Dios, ninguno».

Un hombre angustiado (arrodillándose ante él) busca solución para un problema crucial: cómo evitar que la muerte sea el fin de todo, qué hacer para tener vida después de la muerte. Reconoce en Jesús un saber supe­rior (Maestro insigne) y cree que puede resolver su problema y calmar su angustia. Jesús le responde que no es necesario consultarle a él, pues, en esta cuestión, los judíos han tenido el mejor de los maestros, Dios.



v. 19 «Ya sabes los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre».

De los diez mandamientos, Jesús omite los tres primeros, que se refieren a Dios; le recuerda solamente los éticos, los que se refieren al prójimo, que son independientes de todo contexto religioso. Mc añade no defraudes, no privar a otro de lo que se le debe. Son mandamientos negativos, que prohiben cometer ciertas injusticias con el prójimo. En último lugar, invirtiendo el orden, menciona el cuarto mandamiento (sustenta a tu padre y a tu madre), insinuando con ello que la obligación para con la familia no puede servir de pretexto para eximirse de la obli­gación para con la humanidad en general. La condición mínima para superar la muerte es, pues, no ser personalmente injusto con los demás.



v. 20 El le declaró: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven».

El hombre declara que siempre ha sido fiel a esos mandamientos. Esto hace ver que Mc describe aquí una figura ideal, el perfecto judío, para crear el contraste con las exigencias del mensaje de Jesús.



v. 21 Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole: «Una cosa te falta: ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y anda, ven y sígueme».

Jesús le demostró su amor invitándolo a seguirlo incorporándose al grupo de discípulos, y le expone la condición que tiene que cumplir. Una cosa te falta: el hombre está preocupado por el más allá, pero eso no basta para su desarrollo como persona; éste se obtiene siguiendo la línea de Jesús, haciéndose último y servidor de todos (9,35), y para ello tiene que abandonar sus muchas posesiones. Así contribuirá a crear en este mundo una sociedad nueva (el reino de Dios) donde reine la justicia y el ser humano encuentre su plenitud.

De hecho, aunque personalmente no es injusto, este hombre está implicado, por su riqueza, en la injusticia de la sociedad. La ética pro­puesta en los mandamientos de Moisés no elimina la desigualdad ni lleva a una sociedad verdaderamente justa.

Es condición, por tanto, para todo seguidor tomar la decisión de eli­minar, en cuanto esté de su parte, la injusticia. Para ello ha de renunciar a la acumulación de bienes (todo lo que tienes), que crea la pobreza de otros, la desigualdad y la dependencia humillante; darlo a los pobres repa­ra a nivel personal esa injusticia.

Por otra parte, la acumulación de bienes proporciona una seguridad en el plano material, pero, al ser injusta, impide el desarrollo humano; la verdadera riqueza y la seguridad definitiva se encuentran sólo en Dios (Dios será tu tesoro, alusión a 10,14: «Dios reina sobre ellos»), que actúa a través de la solidaridad y el amor mutuo de la comunidad de Jesús, y garantiza el desarrollo personal.



v. 22 A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó entristecido, pues tenía muchas posesiones.

El hombre, por su apego a la riqueza, no asiente a la invitación de Jesús. Su amor a los demás es relativo, no llega al nivel necesario para un cristiano. No está dispuesto a trabajar por un cambio social, por una sociedad justa; la antigua le basta. Prefiere el dinero al bien del hombre.

El grupo de discípulos no ha entendido el mensaje: la ambición de preeminencia (9,34) hace que no aspiren a una sociedad nueva que favo­rezca el desarrollo humano; su espíritu reformista piensa en las cate­gorías de la antigua: no importa la desigualdad.



v. 23 Jesús, paseando la mirada alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Con qué dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!»

Jesús resume lo sucedido con el rico y resalta el obstáculo que consti­tuye la riqueza para formar parte del Reino, es decir, de la sociedad nueva. Aquí aparece la diferencia entre la «vida definitiva» a que aspira­ba el rico y que puede alcanzar si evita la injusticia, y «el reino de Dios», en el cual no entra y que no puede referirse en concreto más que a la comunidad de Jesús.



vv. 24-25 Los discípulos quedaron desconcertados ante estas palabras suyas. Jesús insistió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios para los que con­fían en la riqueza! Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios».

Las palabras de Jesús siembran el desconcierto entre los discípulos: ellos piensan que en el reino de Dios (la nueva sociedad) continúan exis­tiendo la riqueza individual y la dependencia que ésta crea (cf. 6,36s).

Jesús no se retracta, sino que insiste en la misma idea (para los que confían en la riqueza, frase muy bien atestiguada y requerida por el v. 25); añade un matiz: el rico no sólo tiene riquezas, sino que confía en ellas, cree que son el único medio de asegurar la propia existencia. Con una frase hiperbólica (mas difícil es que un camello pase...) acentúa la práctica imposibilidad de que un rico renuncie a la seguridad que le da su rique­za para contribuir a la creación de una sociedad nueva (el reino de Dios).



v. 26 Ellos comentaban, enormemente impresionados: «Entonces, ¿quién puede subsistir?»

Los discípulos no se explican la exigencia de Jesús; se preguntan si es posible la subsistencia del grupo sin el apoyo de la riqueza material de algunos de sus miembros (subsistir, gr. sôthênai, escapar de un peligro, aquí el de la indigencia; vse. en 8,35 los dos sentidos de «salvar su vida»).



v. 27 Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Humanamente, imposible, pero no con Dios; porque con Dios todo es posible».

Jesús les da la solución: ellos miran la cuestión desde el punto de vista puramente humano y la juzgan según la experiencia de su socie­dad: en ese planteamiento no hay más solución que la riqueza para el problema de la subsistencia. Pero ésta es también posible de otro modo alternativo: con la solidaridad que produce el reinado de Dios.


COMENTARIO 2

De camino a Jerusalén Jesús se encuentra con una persona, muy reverente por cierto, que lo llama "Maestro Bueno" y le pregunta por la práctica más segura para heredar la vida eterna. Cómo todos los Israelitas, esta persona buscaba la manera de asegurar su salvación individual y la de su nación. Acude a Jesús como quien acude a un sabio muy reconocido que posee los arcanos secretos que aseguran la Vida Eterna.

Jesús no le revela a esta persona ningún secreto recóndito. Todo lo contrario: le recuerda los principios éticos del Decálogo que todo el pueblo conoce, pero con un énfasis especial. Jesús destaca la importancia de los mandamientos referentes a la relación con el prójimo y no los primeros mandamientos referentes a la relación con Dios. Los siete últimos mandamientos revelan la voluntad de Dios; esto es, la justicia que se debe observar en las relaciones con la comunidad, con la familia y con las otros individuos. Se enfatiza especialmente en la obligación de no robar y no estafar; en otras palabras, se trata de no engañar por ningún medio -aunque sea legal- a los demás para explotarlos. Deberes que no escapan a la comprensión de cualquier ser humano.

Aquel hombre rico responde: todo eso lo he cumplido desde que era niño. Jesús la mira con cariño por la buena voluntad y sinceridad que manifiesta, y que ha sido en él un ideal de vida. Como el otro pide más certeza en los métodos para asegurar la salvación, Jesús le expone su propio ideal de vida. Esto es: tener fe en sí mismo y en Dios y abandonar las seguridades que produce la riqueza. Frente a esto, la persona se repliega y se aparta pesaroso. Él, como otras personas, había asegurado ya esta vida con la riqueza y quería también cubrir la Otra. Buscaba la seguridad última. Jesús sólo le ofrece la libertad y la solidaridad en la que viven Él y sus seguidores, que el hombre adinerado no puede comprender porque implican inseguridad.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

La escena tiene dos partes: en la primera se muestra a un hombre rico preocupado por heredar la vida eterna; para ello, Jesús le indica que basta con cumplir los mandamientos que miran al prójimo. Al ver que éste los cumplía ya, Jesús le indica el camino para llegar a la plenitud humana que pasa necesariamente por desprenderse de los bienes, darlos a los pobres y seguirlo. Así su riqueza será Dios y éste -y no el dinero- será también su único señor.

Al oír esta recomendación de Jesús, el joven se marchó entristecido, pues tenía muchas posesiones. Acto seguido Jesús hace notar a los discípulos lo difícil que es para los ricos entrar en el reino de Dios o comunidad cristiana, pues para ello tendrán que renunciar al dios-dinero como prueba de que adoran al único Dios verdadero, que se define como amor sin límite. Ser rico y cristiano resulta tan difícil como hacer pasar el animal más grande -el camello- por el agujero más pequeño -el de una aguja-.

Los discípulos que han seguido la escena no entienden del todo que Jesús recomiende a un hombre que se le ha acercado y que puede resolver los problemas económicos del grupo, seguirlo poniéndole como condición previa vender todo lo que tiene y darlo a los pobres. De ahí que le pregunten: Entonces ¿quién podrá subsistir?. No creen que sea posible la subsistencia material del grupo sin el apoyo de la riqueza material de algunos de sus miembros. Jesús zanja la cuestión diciendo que lo que es humanamente imposible, no es imposible para Dios. Con Dios serán posibles el amor solidario y la generosidad de los miembros de la comunidad que se encargarán de proveer de lo necesario a cada uno de los miembros necesitados.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. DOMINICOS 2003

Evitemos la mediocridad de vida
En la liturgia de hoy nos encontramos con dos llamamientos que nos hace la Palabra de Dios: conversión y aspiración a una vida digna.
El llamamiento a la conversión o retorno a nuestro Dios, rico en misericordia, es, para un lector no abierto al reclamo del Espíritu, la cantinela de todos los días que puede acabar cansando; en cambio, para el alma delicada es un despertador que le habla de fidelidad y amor, y esto nunca cansa.
A su vez, la invitación a que no nos contentemos con mediocridad de vida tiene la fuerza y gracia de recordarnos lo que somos y lo que estamos llamados a ser: peregrinos que buscan en el seguimiento de Cristo la plenitud del propio ser, elevado a la condición de hijo de Dios.
Eso es lo que se expresa, con otro lenguaje, en el canto al espíritu de vida según las bienaventuranzas y al desposeimiento de todo lo que impide la entrada y disfrute en el Reino de Dios.
Esos dos pensamientos pueden presidir y articular el proyecto de vida para esta jornada de amor, sufrimiento, solidaridad, fidelidad a Dios y a los hombres.
ORACIÓN:
Oh Dios, fuente de vida y de gracia, peso de amor que atrae nuestro corazón, bondad que se irradia por todas partes, voz amiga que se escucha en lo profundo de la conciencia y en la Palabra revelada, acógenos en tu regazo de Padre y guíanos hacia la Verdad plena. Amén.

Palabras de verdad que nos atraen
Libro del Eclesiástico 17, 20-28:
“A los que se arrepienten Dios los acoge, y a los que pierden la paciencia los reanima. Vuélvete, pecador, al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas. Retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia y detesta de corazón la idolatría. En el abismo, ¿quién alabará al Señor como los vivos que le dan gracias? El muerto, como si no existiera, deja de alabarlo; el que está vivo y sano alaba al Señor.
¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a Él!”
En estas palabras tenemos varias cosas: fórmula oracional, confesión de la bondad y justicia de Dios, valoración responsable de la vida e inutilidad de pensar en volver la mirada al presente desde el más allá. Vivir la vida es salvarse; no vivirla bien es perderse.
Evangelio según san Marcos 10, 17-27:
“Cierto día Jesús hacía su camino. Se le acercó uno corriendo, y arrodillándose le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?
Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno, si no hay nadie bueno sino Dios? En cuanto a los mandamientos, ya los conoces, ¿no?: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás..., honra a tu padre y a tu madre.
Sí, Maestro, replicó él. Todo eso lo he cumplido desde pequeño.
Entonces Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta; anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres... y luego sígueme.
Al oír estas palabras, el hombre frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico... Y Jesús dijo: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios...!”
Conocemos los mandamientos y nos parecen muy correctos, y en medio de una vida relativamente rutinaria sentimos a veces cierta necesidad de comprometernos con algo más. Pero con frecuencia nos ocurre que luego, al tener cerca la subida al monte de la santidad, renunciamos a la escalada y nos volvemos al valle, a la llanura.

Tiempo de reflexión
Experiencia de la misericordia.  
El autor del libro del Eclesiástico sigue recogiendo en sus escritos multitud de experiencias de amor y desamor, fidelidad e infidelidad, misericordia y falta de compasión. ¡Abundan tanto en nuestra pobre existencia! La de hoy es “experiencia” de “amor y misericordia” por parte de nuestro Dios, y de titubeo por parte del hombre.
Miremos cada uno a nuestro interior, hagamos un ámbito de silencio y de escucha, y preguntémonos: ¿No son innumerables los detalles de amor misericordioso que cada uno hemos percibido y experimentado? ¿No ha cubierto el Señor muchas veces con manto de misericordia y perdón nuestras infidelidades?
El amor misericordioso invita a la santidad.
Si es verdad que en un momento de sinceridad cada uno nos sentimos privilegiados por el amor de Dios que preside nuestra vida, mantengamos esa actitud en nuestra oración, y dejémonos invitar por el Señor a dar pasos firmes en el camino de perfección.
¿A quién no le falta elevar muchos grados la intensidad de su amor?
Él nos dice que comprobemos por dónde andamos, mirándonos en el espejo de esta propuesta: da a los pobres lo que te queda, y sigue desnudo a Cristo desnudo, despojado de ambiciones, gloria, poder, dinero... Hazte pobre, por amor, y así te será fácil entrar en el Reino de Dios.


3-10. ACI DIGITAL 2003

17. Véase Mat. 19, 16 ss.; Luc. 18, 18 ss.

25. Jesús enseña que no puede salvarse el rico de corazón, porque, como El mismo dijo, no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mat. 6, 24). El que pone su corazón en los bienes de este mundo no es el amo de ellos, sino que los sirve, así como todo el que peca esclavo es del pecado (Juan 8, 34). Tan triste situación es bien digna de lástima, pues se opone a la bienaventuranza de los pobres en espíritu, que Jesús presenta como la primera de todas (Mat. 5, 31). Véase Luc. 18, 24 y nota. "No se sepulte vuestra alma en el oro, elévese al cielo" (S. Jerónimo). Cf. Col. 3, 1 - 4; Filip. 3, 19 ss.; Ef. 2, 6.


3-11. Fray Nelson Lunes 23 de Mayo de 2005
Temas de las lecturas: Vuélvete al Señor y deja ya de pecar * Vende lo que tienes y sígueme.

1. La gran pregunta
1.1 El Papa Juan Pablo II nos ha regalado un espléndido comentario al evangelio de hoy. Se halla en su Encícilica "Veritatis Splendor", a partir del número 8 y hasta el 18, de donde entresacamos los textos siguientes. No podemos perderlos. Escuchemos.

1.2 Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino. El es un israelita piadoso que ha crecido, diríamos, a la sombra de la Ley del Señor. Si plantea esta pregunta a Jesús, podemos imaginar que no lo hace porque ignora la respuesta contenida en la Ley. Es más probable que la fascinación por la persona de Jesús haya hecho que surgieran en él nuevos interrogantes en torno al bien moral. Siente la necesidad de confrontarse con aquel que había iniciado su predicación con este nuevo y decisivo anuncio: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15).

1.3 Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de El la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. El es el Maestro, el Resucitado que tiene en sí mismo la vida y que está siempre presente en su Iglesia y en el mundo. Es El quien desvela a los fieles el libro de las Escrituras y, revelando plenamente la voluntad del Padre, enseña la verdad sobre el obrar moral. Fuente y culmen de la economía de la salvación, Alfa y Omega de la historia humana (cf. Ap 1, 8; 21, 6; 22, 13), Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral. Por esto, "el hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -y no sólo según pautas y medidas de su propio ser. que son inmediatas, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes-, debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser. Debe apropiarse y asimilar toda l a realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se realiza en él este hondo proceso, entonces da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo" .

1.4 Si queremos, pues, penetrar en el núcleo de la moral evangélica y comprender su contenido profundo e inmutable, debemos escrutar cuidadosamente el sentido de la pregunta hecha por el joven rico del Evangelio y, más aún, el sentido de la respuesta de Jesús, dejándonos guiar por El. En efecto, Jesús, con delicada solicitud pedagógica, responde llevando al joven como de la mano, paso a paso, hacia la verdad plena.

2. "Uno sólo es el Bueno" (Mt. 19, 17)
2.1 Jesús dice: "¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la VI da, guarda los mandamientos" (Mt 19, 17). En las versiones de los evangelistas Marcos y Lucas la pregunta viene formulada así: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 18; cf. Lc 18, 19).

2.2 Antes de responder a la pregunta, Jesús quiere que el joven se aclare a sí mismo el motivo por el que lo interpela. El "Maestro bueno" indica a su interlocutor -y a todos nosotros- que la respuesta a la pregunta, "¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" , sólo puede encontrarse dirigiendo la mente y el corazón a Aquel que "solo es el Bueno" : "Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 18; cf. Lc 18, 19). Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque El es el Bien.

2.3 En efecto, interrogarse sobre el bien significa en último término dirigirse a Dios, que es plenitud de la bondad. Jesús muestra que la pregunta del joven es en realidad una pregunta religiosa y que la bondad, que atrae y al mismo tiempo vincula al hombre, tiene su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo: Aquél que sólo es digno de ser amado "con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente" (cf. Mt 22, 37), Aquel que es la fuente de la felicidad del hombre. Jesús relaciona la cuestión de la acción moralmente buena con sus raíces religiosas, con el reconocimiento de Dios, única bondad, plenitud de la vida, término último del obrar humano, felicidad perfecta.

2.4 La Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree que el hombre, hecho a imagen del Creador, redimido con la sangre de Cristo y santificado por la presencia del Espíritu Santo, tiene como fin último de su vida ser "alabanza de la gloria" de Dios (cf. Ef 1, 12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje su esplendor. "Conócete a ti misma, alma hermosa: tú eres la imagen de Dios -escribe san Ambrosio-. Conócete a ti mismo, hombre: tú eres la gloria de Dios (1 Cor 11, 7). Escucha de qué modo eres su gloria. Dice el profeta: Tu ciencia es misteriosa para mí(Sal 138, 6), es decir: tu majestad es más admirable en mi obra, tu sabiduría es exaltada en la mente del hombre. Mientras me considero a mí mismo, a quien tú escrutas en los secretos pensamientos y en los sentimientos íntimos, reconozco los misterios de tu ciencia. Por tanto, conócete a ti mismo, hombre, lo grande que eres y vigila sobre ti..." .

2.5 La afirmación de que "uno solo es el Bueno" nos remite así a la "primera tabla" de los mandamientos, que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto, y a darle culto solamente a El porque es infinitamente santo (cf. Ex 20, 2-11). El bien es pertenecer a Dios, obedecerle, caminar humildemente con El practicando la justicia y amando la piedad (cf. Miq 6, 8). Reconocer al Señor como Dios es el núcleo fundamental, el corazón de la Ley, del que derivan y al que se ordenan los preceptos particulares. Mediante la moral de los mandamientos se manifiesta la pertenencia del pueblo de Israel al Señor, porque Dios solo es Aquél que es bueno. Este es el testimonio de la Sagrada Escritura, cuyas páginas están penetradas por la viva percepción de la absoluta santidad de Dios: "Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos" (Is 6, 3).

2.6 Pero si Dios es el Bien, ningún esfuerzo humano, ni siquiera la observancia más rigurosa de los mandamientos, logra "cumplir" la Ley, es decir, reconocer al Señor como Dios y tributarle la adoración que a El solo es debida (cf. Mt 4, 10). El "cumplimiento" puede lograrse sólo como un don de Dios: es el ofrecimiento de una participación en la Bondad divina que se revela y se comunica en Jesús, aquél que el joven rico llama con las palabras "Maestro bueno" (Mc 10, 17; Lc 18, 18). Lo que quizás en ese momento el joven logra solamente intuir será plenamente revelado al final por Jesús mismo con la invitación "ven, y sígueme" (Mt 19, 21).

3. "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt. 19, 17)
3.1 Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque El es el Bien. Pero Dios ya respondió a esta pregunta: lo hizo creando al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor, mediante la ley inscrita en su corazón (cf. Rom 2, 15), la "ley natural" . Esta "no es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz y esta ley en la creación" . Después lo hizo en la historia de Israel, particularmente con las "diez palabras" , o sea, con los mandamientos del Sinaí, mediante los cuales El fundó el pueblo de la Alianza (cf. Ex 24) y lo llamó a ser su "propiedad personal entre todos los pueblos" , "una nación santa" (Ex 19, 5-6), que hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sab 18, 4; Ez 20, 41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la Alianza Nueva, cuando la ley será escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (cf . Jer 31, 31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cf. Jer 17, 1). Entonces será dado "un corazón nuevo" porque en él habitará "un espíritu nuevo" , el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28).

3.2 Por esto, y tras precisar que "uno solo es el Bueno" , Jesús responde al joven [en la versión de san Mateo]: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt 19, 17). De este modo, se enuncia una estrecha relación entre la vida eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen. Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a los hombres; El mismo los confirma definitivamente y nos los propone como camino y condición de salvación. El mandamiento se vincula con una promesa: en la Antigua Alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6, 20-25); en la Nueva Alianza el objeto de la promesa es el "reino de los cielos" , tal como lo afirma Jesús al comienzo del "Sermón de la Montaña" -discurso que contiene la formulación más amplia y completa de la Ley Nu eva (cf. Mt 5-7)-, en clara conexión con el Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte Sinaí. A esta misma realidad del Reino se refiere la expresión "vida eterna" , que es participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza en toda su perfección sólo después de la muerte, pero, desde la fe, se convierte ya desde ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente participación de una plenitud en el seguimiento de Cristo. En efecto, Jesús dice a sus discípulos después del encuentro con el joven rico: "Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mt 19, 29).

3.3 La respuesta de Jesús no le basta todavía al joven, que insiste preguntando al Maestro sobre los mandamientos que hay que observar: ""¿Cuáles?", le dice él" (Mt 19, 18). Le interpela sobre qué debe hacer en la vida para dar testimonio de la santidad de Dios. Tras haber dirigido la atención del joven hacia Dios, Jesús le recuerda los mandamientos del Decálogo que se refieren al prójimo: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y amarás a tu prójimo como a ti mismo" .(Mt 19, 18-19).

3.4 Por el contexto del coloquio y, especialmente, al comparar el texto de Mateo con las perícopas paralelas de Marcos y de Lucas, aparece que Jesús no pretende detallar todos y cada uno de los mandamientos necesarios para "entrar en la vida" sino, más bien, indicar al joven la "centralidad" del Decálogo respecto a cualquier otro precepto, como interpretación de lo que para el hombre significa "Yo soy el Señor tu Dios" . Sin embargo, no nos pueden pasar desapercibidos los mandamientos de la Ley que el Señor recuerda al joven: son determinados preceptos que pertenecen a la llamada "segunda tabla" del Decálogo, cuyo compendio (cf. Rom 13, 8-10) y fundamento es el mandamiento del amor al prójimo: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 19, 19; cf. Mc 12, 31). En este precepto se expresa precisamente la singular dignidad de la persona humana, la cual es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" . En efecto, los diversos mandamientos del Decálogo no so n más que la refracción del único mandamiento que se refiere al bien de la persona, como compendio de los múltiples bienes que connotan su identidad de ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con el prójimo y con el mundo material. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica, "los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto, indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana" .

3.5 Todo ello no significa que Cristo pretenda dar la precedencia al amor al prójimo o, más aún, separarlo del amor a Dios. Esto lo confirma su diálogo con el doctor de la Ley, el cual hace una pregunta muy parecida a la del joven. Jesús le remite a los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo(cf. Lc 10, 25-27) y le invita a recordar que sólo su observancia lleva a la vida eterna: "Haz eso y vivirás" (Lc 10, 28). Es pues significativo que sea precisamente el segundo de estos mandamientos el que suscite la curiosidad y la pregunta del doctor de la ley: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10, 29). El Maestro responde con la parábola del buen samaritano, la parábola-clave para la plena comprensión del mandamiento del amor al prójimo (cf. Lc 10, 30-37).

3.6 Los dos mandamientos, de los cuales "penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 40), están profundamente unidos entre sí y se compenetran recíprocamente. De su unidad inseparable da testimonio Jesús con sus palabras y su vida: su misión culmina en la Cruz que redime (cf. Jn 3, 14-15), signo de su amor indivisible al Padre y a la humanidad (cf. Jn 13, 1).

3.7 Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son explícitos en afirmar que sin el amor al prójimo, que se concreta en la observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico amor a Dios. San Juan lo afirma con extraordinario vigor: "Si alguno dice:" Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20). El evangelista se hace eco de la predicación moral de Cristo, expresada de modo admirable e inequívoco en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 30-37) y en el "discurso" sobre el juicio final (cf. Mt 25, 3 1-46).

4. "Si quieres ser perfecto" (Mt. 19, 21)
4.1 La respuesta sobre los mandamientos no satisface al joven, que de nuevo pregunta a Jesús: "" Todo eso lo he guardado;¿qué más me falta?"" (Mt 19, 20). No es fácil decir con la conciencia tranquila "todo eso lo he guardado" , si se comprende todo el alcance de las exigencias contenidas en la Ley de Dios. Sin embargo, aunque el joven rico sea capaz de dar una respuesta tal; aunque de verdad haya puesto en práctica el ideal moral con seriedad y generosidad desde la infancia, él sabe que aún está lejos de la meta; en efecto, ante la persona de Jesús se da cuenta de que todavía le falta algo. Jesús, en su última respuesta, se refiere a esa conciencia de que aún falta algo: comprendiendo la nostalgia de una plenitud que supere la interpretación legalista de los mandamientos, el Maestro bueno invita al joven a emprender el camino de la perfección: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 1 9, 21).

4.2 Al igual que el fragmento anterior, también éste debe ser leído e interpretado en el contexto de todo el mensaje moral del Evangelio y, especialmente, en el contexto del Sermón de la Montaña de las bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12), la primera de las cuales es precisamente la de los pobres, los "pobres de espíritu" , como precisa san Mateo (Mt 5, 3), esto es, los humildes. En este sentido, se puede decir que también las bienaventuranzas pueden ser encuadradas en el amplio espacio que se abre con la respuesta que da Jesús a la pregunta del joven "¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" . En efecto, cada bienaventuranza, desde su propia perspectiva, promete precisamente aquel "bien" que abre al hombre a la vida eterna; más aún, que es la misma vida eterna.

4.3 Las bienaventuranzas no tienen propiamente como objeto unas normas particulares de comportamiento, sino que se refieren a actitudes y disposiciones básicas de la existencia y, por consiguiente, no coinciden exactamente con los mandamientos. Por otra parte, no hay separación o discrepancia entre las bienaventuranzas y los mandamientos: ambos se refieren al bien, a la vida eterna. El Sermón de la Montaña comienza con el anuncio de las bienaventuranzas, pero hace también referencia a los mandamientos (cf. Mt 5, 20-48). Además, el Sermón muestra la apertura y orientación de los mandamientos con la perspectiva de la perfección que es propia de las bienaventuranzas. Estas son ante todo promesas de las que también se derivan, de forma indirecta, indicaciones normativas para la vida moral. En su profundidad original son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con El.

4.4 No sabemos hasta qué punto el joven del Evangelio comprendió el contenido profundo y exigente de la primera respuesta dada por Jesús: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" ; sin embargo, es cierto que la afirmación manifestada por el joven de haber respetado todas las exigencias morales de los mandamientos constituye el terreno indispensable sobre el que puede brotar y madurar el deseo de la perfección, es decir, la realización de su significado mediante el seguimiento de Cristo. El coloquio de Jesús con el joven nos ayuda a comprender las condiciones para el crecimiento moral del hombre llamado a la perfección: el joven, que ha observado todos los mandamientos, se muestra incapaz de dar el paso siguiente sólo con sus fuerzas. Para hacerlo se necesita una libertad madura ( "si quieres" ) y el don divino de la gracia ( "ven, y sígueme" ).

4.5 La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre. Jesús indica al joven los mandamientos como la primera condición irrenunciable para conseguir la vida eterna; el abandono de todo lo que el joven posee y el seguimiento del Señor asumen, en cambio, el carácter de una propuesta: "Si quieres..." . La palabra de Jesús manifiesta la dinámica particular del crecimiento de la libertad hacia su madurez y, al mismo tiempo, atestigua la relación fundamental de la libertad con la ley divina. La libertad del hombre y la ley de Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente. El discípulo de Cristo sabe que la suya es una vocación a la libertad. "Hermanos, habéis sido llamados a la libertad" (Gál 5, 13), proclama con alegría y decisión el apóstol Pablo. Pero, a continuación, precisa: "No toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros" (ibid.). La firmeza con la cual el Apóstol se opone a quien confía la propia justificación a la Ley, no tiene nada que ver con la "liberación" del hombre con respecto a los preceptos, los cuales, en verdad, están al servicio del amor: "Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás, y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rom 13, 8-9). El mismo san Agustín, después de haber hablado de la observancia de los mandamientos como de la primera libertad imperfecta, prosigue así: "¿Por qué, preguntará alguno, no perfecta todavía? Porque" siento en mis miembros otra ley en conflicto con la ley de mi razón"... Libertad parcial, parcial esclavitud: la libertad no es aún completa, aún no es pura ni plena porque todavía no estamos en la eternidad. Conservamos en parte la debilidad y en parte hemos alcanzado la libertad. Todos nuestros pecados han sido borrados en el bautismo, pero ¿acaso ha desaparec ido la debilidad después de que la iniquidad ha sido destruida? Si aquella hubiera desaparecido, se viviría sin pecado en la tierra.¿Quién osará afirmar esto sino el soberbio, el indigno de la misericordia del liberador?... Mas, como nos ha quedado alguna debilidad, me atrevo a decir que, en la medida en que sirvamos a Dios, somos libres, mientras que en la medida en que sigamos la ley del pecado somos esclavos" .

4.6 Quien "vive según la carne" siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una negación o, de cualquier modo, como una restricción de la propia libertad. En cambio, quien está movido por el amor y "vive según el Espíritu" (Gál 5, 16), y desea servir a los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido. Más aún, siente la urgencia interior -una verdadera y propia "necesidad" , y no ya una constricción- de no detenerse ante las exigencias mínimas de la ley sino de vivirlas en su "plenitud" . Es un camino todavía incierto y frágil mientras estemos en la tierra, pero que la gracia hace posible al darnos la plena "libertad de los hijos de Dios" (cf. Rom 8, 21) y, consiguientemente, la capacidad de poder responder en la vida moral a la sublime vocación de ser "hijos en el Hijo" .

4.7 Esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una élite de personas. La invitación, "anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" , junto con la promesa "tendrás un tesoro en los cielos" , se dirige a todos, porque es una radicalización del mandamiento del amor al prójimo. De la misma manera, la siguiente invitación "ven y sígueme" es la nueva forma concreta del mandamiento del amor a Dios. Los mandamientos y la invitación de Jesús al joven rico están al servicio de una única e indivisible caridad, que espontáneamente tiende a la perfección, cuya medida es Dios mismo: "Vosotros pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48). En el evangelio de Lucas, Jesús precisa ulteriormente el sentido de esta perfección: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36).