JUEVES DE LA SEMANA 6ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Gn 9, 1-13

1-1.

-Dios bendijo a Noé y a sus hijos y les dijo: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra... Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: Todo os lo doy.»

Evidentemente, esto es la reanudación del proyecto inicial de Dios respecto a Adán. La diferencia está en que esta nueva bendición sucede al pecado de la humanidad: por lo tanto, más allá del pecado, Dios conserva su amor por sus criaturas.

Repitamos, una vez más, que, desde el punto de vista de Dios, el mal no es una fatalidad indudable y definitiva: el más gran pecador conserva todas sus oportunidades... el hijo pródigo puede rehacer su vida, el bandolero condenado a muerte y crucificado junto a Jesús puede entrar en el paraíso. La buena nueva del evangelio aflora ya desde las primeras páginas del Antiguo Testamento.

-Todo os lo doy...

¿A quién van dirigidas estas palabras? Notemos que todavía estamos en el inicio de la humanidad. La elección de un pueblo particular, Israel, tendrá lugar mucho más tarde con Abraham, Jacob, Moisés.

La bendición de Dios a Noé y a su descendencia es pues una bendición «universal», destinada a todos los hombres, sin excepción alguna: la vida es el primer don de Dios. Los que no forman parte visiblemente del «pueblo elegido» de la Iglesia HOY se hallan lo mismo que los demás, bajo el impulso de ese amor de Dios: ¡todo os lo doy! Dios ofrece a todos los hombres:

1º Una "bendición": «Sed fecundos; os lo doy todo...»

2º Una «ley única»: «Respetaos los unos a los otros: pediré cuenta de la sangre de cada uno de vosotros...»

3º Una «alianza»: no estoy en «contra» de vosotros, sino "con" vosotros.

-Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir con su sangre. Os prometo reclamar vuestra propia sangre... A cada uno de los hombres reclamaré el alma humana.

Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque Dios creó al hombre a su imagen.

Una sola «ley» ha sido dada a la humanidad entera: el respeto a la vida, simbolizado por el respeto a la sangre.

En diversas religiones la carne se come siempre sin su sangre. Cada vez que un judío cumple ese rito de la carne, «Kascher», recuerda casi cotidianamente esa ley universal de respeto a la «vida». Notemos el motivo dado por la Biblia: el respeto a todo hombre se funda en que es «imagen de Dios». Lo que hacéis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis, dirá Jesús.

-He aquí que Yo establezco mi alianza con vosotros, con todos vuestros descendientes y con todos los seres vivos que os acompañan... Esta es la señal de la alianza que pongo entre Yo y vosotros y todas las generaciones futuras: pongo mi arco iris en medio de las nubes, para que sea señal de la alianza entre Dios y la tierra.

La alianza universal.

En el diluvio Dios pareció estar en «contra» del hombre: desencadenó sus armas, los cataclismos naturales.

Afirma ahora solemnemente que ha decidido no volver a estar jamás en «contra» del hombre, sino «con» el hombre, su aliado para siempre.

Para los semitas los fenómenos metereológicos eran signos de Dios: todo lo que pasaba «en el cielo» pertenecía precisamente a ese dominio divino sobre el cual el hombre no tiene poder alguno. Los astros eran los ejércitos de Dios. El viento y el huracán, sus mensajeros.

La tempestad, la ejecutora de sus órdenes. El trueno, su voz. El relámpago, su flecha temible. Ese Dios «guerrero» cuelga de nuevo su "arco" en el muro y promete no volver a usarlo jamás: vivamos unidos, seamos aliados de ahora en adelante.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 74 s.


1-2. /Gn/09/01-17

La tradición sacerdotal, como la yahvista, concede gran importancia al final del diluvio, estructurada en dos temas capitales: bendición y compromiso divino, muy relacionados entre sí (el último corresponde a 8,21 y el primero a 8,22) y bien definidos (el inicio y el final de cada uno de los bloques: 9,1 con 9,7, y 9,9 con 9,17, forman inclusión y son prácticamente idénticos).

La palabra de Dios se manifiesta aquí con un valor absoluto y definitivo.

La bendición divina renueva y completa la de Gn 1,28-29.

Ahora, sin embargo, los animales pueden ya ser sacrificados para alimentar al hombre.

"Os temerán y respetarán" se usa con cierta frecuencia en la promesa de la conquista de Canaán (cf. Dt 11,25), así como «están todos en vuestro poder» es una expresión muy corriente en el vocabulario de la guerra santa de Israel. Las dos limitaciones que se imponen: no comer la carne de animales todavía vivos (la sangre que palpita se identifica con la vida) y la prohibición del homicidio (se puede derramar la sangre de los animales, pero no la sangre humana), tienen la función de salvaguardar la bendición y la generosidad divinas. Sin ellas imperaría el salvajismo, la sed de sangre y el afán homicida. Así como antiguamente existía la venganza de sangre, ejercida por los parientes de la víctima, así también Dios «pedirá cuentas», intervendrá para ejercer la justicia. Puede resultar sorprendente que Dios decrete el castigo de un animal por la muerte de una persona. Cabe explicarlo a partir de la domesticación de los animales y por la relación que tienen con los hombres, y está en consonancia con lo establecido en Ex 21, 28-32. El versículo 6, con ritmos (en puntos culminantes de la narración se suele usar un vocabulario bien medido, como en Gn 2,23 - 8,22 ), ratifica y subraya de una forma medio legal medio proverbial (como Mt 26,52) la prohibición de derramar sangre humana. Imagen de Dios como es el hombre tiene una relación especial con Dios. Matarlo constituye un atentado directo a la soberanía divina. Se da como supuesta la aplicación de la pena capital dentro de la sociedad humana mientras se respete el derecho único de Dios a la vida y a la muerte y la inviolabilidad del hombre.

Mediante el compromiso divino, la tradición sacerdotal integra la narración del diluvio dentro de la contextura teológica de toda su obra literaria. No se puede decir que se trata de una alianza propiamente dicha, porque figuran también los animales, y la obligación es unilateral, sólo por parte de Dios. No se puede hacer tampoco la comparación con el pacto de Abrahán, ya que en este caso existe una cierta reacción del patriarca con gestos y palabras, cosa que no se da en Noé. El arco iris se convierte en un signo que confirma que Dios conservará la existencia del mundo y de todos los vivientes.

La complementariedad entre creación y diluvio se hace manifiesta en estos versículos, que además ponen de relieve que Dios ama todo lo que existe, como «señor, amigo de la vida» (Sab 11,26) que es. Así nosotros, los cristianos, somos llamados a la vida por la Vida.

J. MAS ANTO
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 77 s.


2.- St 2, 1-9

2-1.

-Hermanos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado.

Hoy también se pide a la Iglesia que no se inmiscuya en los asuntos humanos, que no hable de las «desigualdades sociales».

Santiago contesta: «sois precisamente vosotros los que inmiscuís en la fe la acepción de personas».

-Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre bien vestido y con un anillo de oro y, a la vez, otro, pobre y mal vestido. Os dirigís al que va bien vestido y le decís: «Siéntate aquí, instálate bien.» Y decís al pobre: «Quédate ahí de pie» o bien «siéntate en el suelo.» ¿No será esto hacer distinciones entre vosotros?

Cuando uno reprocha a la Iglesia entrar en tales consideraciones, es porque se siente aludido. Esas «desigualdades» a las que no se quiere renunciar, nos favorecen.

Eso es juzgar con criterios malos o falsos.

"Criterios falsos..." Referencias ridículas, superficiales.

-¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo?

Desconfiemos de nuestras preferencias, no son las de Dios.

Dios prefiere a los pobres. Dios elige estar de su parte.

Es una cuestión grave que se plantea siempre a la Iglesia.

Es una cuestión grave que se nos plantea a cada uno.

-Dios los ha hecho ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman. La única «riqueza», la única «superioridad» verdadera es la fe.

Los más desheredados, los más humildes, cuando tienen esa riqueza son tan dignos de consideración como los que tenemos por afortunados.

¡Verdaderamente es así!

¿Conozco personalmente algunas de esas «personas insignificantes», pero mucho más respetables que los que se creen superiores?

-En cambio vosotros despreciáis al pobre.

¿No son acaso los ricos los que os oprimen?

Santiago no se anda con rodeos.

No se diga que el esquema «explotadores-explotados» es un esquema moderno. No se acuse de marxista a cualquiera que denuncie esta opresión, si existe y en cualquier parte donde exista... Sencillamente, es la quinta esencia del evangelio más auténtico. Y no hay que renunciar a esos temas por el hecho de ser a menudo explotados por cualquier otra causa que la de los pobres.

-Si cumplís plenamente la Ley: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obráis bien. Pero si hacéis diferencias entre las personas, cometéis pecado.»

Señor, repítenos, incansablemente, que debemos amar, y que el amor empieza por la justicia, y tiende a la igualdad.

Sostiene a todos los que son víctimas en nuestra sociedad de hoy... ayuda a los que luchan por su dignidad y por su medio de sustento... haznos artífices de la justicia social... ayúdanos a comprometernos en el servicio de los más desheredados...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 74 s.


3.- Mc 8, 27-33 

3-1.

VER DOMINGO 24B LECTURA 3

Ver Jueves de la semana 18ª del Tiempo Ordinario


3-2. J/IDENTIDAD:

Llegamos hoy a un viraje en el evangelio de san Marcos -y de los otros-: Después de largas vacilaciones e incomprensiones, Pedro, en nombre del grupo de los Doce, "reconoce" a Jesús por lo que El es. Son ya varias las semanas y los meses que le observan, que están "con El"... para ellos, como para el ciego de Betsaida, sus ojos se han abierto progresivamente.

-Iba Jesús con sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo...

Marchan hacia países paganos, lejos de las muchedumbres de Galilea. Jesús sabe lo que quiere hacer: someter a prueba la Fe de sus discípulos.

-Caminando les hizo esta pregunta "¿Quién dicen las gentes que soy yo".

¡No es que quiera saber lo que dicen de El! Debe saberlo ya. Le consideran un gran hombre: Juan Bautista, Elías, un profeta... un "portavoz de Dios"... es también lo que siguen diciendo, de modo equivalente muchos hombres de hoy: hoy se reconoce habitualmente que Jesús es un hombre excepcional.

¿Y vosotros? ¿Quién decís que soy?

-Pedro, tomando la palabra, responde "¡Tú eres el Mesías!" -Cristo, en griego-.

Así, el grupo de los Doce va mucho más allá de las respuestas corrientes de las gentes. El título de "Xristos" que Pedro otorga a Jesús, es el que Marcos había puesto delante de su evangelio (Mc 1, 1). Se trata pues del reconocimiento de la identidad profunda de Jesús: Jesús no es solamente "uno de los profetas", por los cuales Dios conducía la historia a su término... El es el término, el fin mismo, "aquel que los profetas anunciaban", el Mesías, el Ungido, el "Xristos".

-y les encargó muy seriamente que no hablaran a nadie de El.

El "secreto mesiánico". No es una desaprobación de este título, pero sí un evitar su divulgación prematura. Nos encontramos siempre ante el mismo problema que el de aquellos fariseos que pedían una "señal del cielo". La espera mesiánica es tan ambigua en los medios judíos -y en los nuestros también hoy- que será necesario que Jesús pase por la muerte y la resurrección para que su identidad sea manifestada.

-Y por primera vez comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitase después de tres días.

Jesús decía todo esto claramente.

Hasta la "pasión" de Jesús, tendremos tres relatos parecidos y los tres añaden cada vez el anuncio de la "muerte y resurrección": fue el primer "credo primitivo" de las comunidades cristianas. Estos tres anuncios forman un crescendo: en el último, Jesús dará todos los detalles.... esto sucederá "en Jerusalén", será "entregado a los paganos", "le escupirán" y "le flagelarán"... (/Mc/10/33). En fin, cada anuncio de la cruz va seguido de una instrucción a los discípulos.

-Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle. Pero Jesús, volviéndose reprendió severamente a Pedro: "Quítate allá Satanás, porque tus pensamientos no son los pensamientos de Dios, sino los de los hombres.

¡La consigna del secreto no es pues inútil! Por de pronto Pedro no ha comprendido nada, a pesar del hermoso título que acaba de dar a Jesús. El también espera un mesías glorioso.

Y Jesús acaba de anunciar "un mesías que va a morir". Sí, el Mesías que los discípulos esperan es un mesías humano, visto con ojos de hombre, un mesías político, un liberador de aquí abajo. Y Jesús una vez más experimenta esta sugestión como una tentación satánica. Y yo, ¿qué es lo que espero de Dios, de la Iglesia?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 328 s.


3-3.

1. (año I) Génesis 9,1-13

a) Termina la historia del diluvio con la alianza que Dios sella con Noé y su familia, y con el reinicio de una nueva humanidad. El juicio de Dios ha sido justo, pero salvador y misericordioso.

Entre las cláusulas de la alianza hay detalles que se refieren a la comida: por primera vez se dice que el hombre puede comer carne de animales (hasta entonces, se ve que eran vegetarianos), pero no carne con sangre. Sobre todo hay un mandamiento taxativo: «Al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano, porque Dios hizo al hombre a su imagen».

Dios propone aquí, como señal de este pacto con Noé, el arco iris. Lo cual probablemente se entiende como una interpretación popular del fenómeno cósmico del arco iris después de la lluvia, en una sociedad que tiende a verlo todo desde el prisma religioso.

No es magia: cuando vean ese arco, se comprometen a recordar la bondad y las promesas de Dios. También podría tener otro sentido: el arco iris nos recordará que Dios ya no usará el arco de guerra (en la Biblia se designa con la misma palabra) contra el hombre, «colgará el arco en el cielo».

b) Dios empieza de nuevo, ilusionadamente, ahora con la familia de Noé, después de la purificación general del diluvio. No tenemos a Dios en contra. Siempre a favor. A pesar de todo el mal que hemos hecho, nos sigue amando y concediendo un voto de confianza.

Si el salmista podía decir con esperanza: «El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra... para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte», nosotros tenemos motivos muchos más válidos para confiar en la cercanía salvadora de Dios. Jesús inició una «nueva creación» y, al atravesar las aguas de la muerte, nos invitó a todos a salvarnos en su Arca, que es la Iglesia, donde ingresamos a través del sacramento del agua, el bautismo.

Pero es bueno que recordemos seriamente que en su alianza con la humanidad, Dios nos exige una cosa importante: que respetemos a nuestros hermanos, porque cada uno de ellos es imagen de Dios. Después del asesinato de Abel, que representaba toda la maldad del corazón humano, Dios, para su nueva humanidad, quiere un corazón nuevo, que respete no sólo la vida sino también el honor y el bienestar del hermano. Faltar al hermano va a ser desde ahora faltarle al mismo Dios. Y si esto quedó claro en la alianza con Noé, mucho más en la de Jesús: «a mi me lo hicisteis».

No estaría mal que cada vez que veamos el arco iris, después de la lluvia, también nosotros, aunque somos muy listos y ya sabemos que es un fenómeno que se debe a la reflexión de la luz, recordáramos dos cosas: que Dios tiene paciencia, que nos perdona, que siempre está dispuesto a hacer salir su sol después de la tempestad, su paz después de nuestros fallos; y que también nosotros hemos de enterrar el arco de guerra (no es precisamente nuestro instrumento agresivo de ahora, pero es un símbolo) y tomar la decisión de no disparar ninguna flecha, envenenada o no, contra nuestro hermano, porque es imagen de Dios.

1. (año II) Santiago 2,1-9

a) Santiago nos ofrece otra página muy concreta para que vayamos configurando en cristiano nuestra conducta. Esta vez, sobre la acepción de personas.

Lo hace con un ejemplo tomado de la celebración litúrgica: el diverso trato que se podría dar a un rico o a un pobre cuando vienen a la reunión. Si actuamos con favoritismos, iríamos directamente contra el mandamiento de «amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Santiago aprovecha la ocasión para volver a mostrar su poca simpatía hacia los ricos.

Dios ha elegido a los pobres, y no a los ricos, para cumplir sus planes. Además, los ricos son los que persiguen y difaman a los cristianos. El salmo ha sido elegido para hacer eco a este aspecto de la lectura. A los que escucha el Señor es a los afligidos y a los humildes: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha... que los humildes lo escuchen y se alegren».

b) En nuestra vida tenemos muchas ocasiones de caer en la trampa de la acepción de personas, o sea, de mostrar preferencias por unos en razón de su simpatía, sus cualidades o sus riquezas. Y, consecuentemente, menospreciar a los demás. Nos va bien la lección de Santiago.

En la liturgia hemos caído con frecuencia exactamente en lo que él desautorizaba. Las «clases» o diferencias en ciertos sacramentos (funerales, bodas) eran ostensibles. No es de extrañar que el Vaticano II, en el documento de liturgia, tuviera que mandar que «en la liturgia no se hará acepción de personas o de condición social. ni en las ceremonias ni en el ornato exterior» (SC 32).

Pero en nuestra vida comunitaria y social podemos seguir faltando a esta regla de oro. Como en la historia ha existido el nepotismo y el favoritismo, o el que ahora llamamos «tráfico de influencias», también nosotros podemos tratar bien a unas personas marginando a otras, usando medidas distintas según los casos, siguiendo el criterio de ricos y pobres, o según la raza o la lengua o la cultura o la simpatía o el interés que nos despierten.

Mientras que Dios quiere a todos, hace salir el sol sobre buenos y malos. Cristo se entregó por todos y sigue ofreciéndose a todos. Todos somos imagen de Dios. Todos somos hermanos. Una persona, por rica o simpática que sea, no es más que otra. En todo caso, tanto la preferencia de Dios como la de Cristo iban a favor de los pobres y los que han tenido poca suerte en la vida. No precisamente de los ricos pagados de sí mismos.

Antes de ir a comulgar, el darnos la mano como gesto de paz con los que tenemos al lado, conocidos o no, de la misma edad y condición social o no, es un ejercicio de universalidad y de fraternidad que nos puede ir corrigiendo precisamente de esta tentación de la acepción de personas que critica Santiago. Al dar la mano indistintamente a personas simpáticas o no, cercanas o no, lo hacemos pensando que Cristo se ha entregado por nosotros tanto como por los demás y que ahora vamos a acudir a comulgar con Cristo unos y otros. Si Cristo les acoge, ¿quiénes somos nosotros para hacer discriminaciones humillantes?

2. Marcos 8,27-33

a) Con el pasaje de hoy termina la primera parte del evangelio de Marcos. la que había empezado con su programa: «Comienzo del evangelio de Jesús Mesías, Hijo de Dios» (1,1). Ahora (8,29) escuchamos, por fin, por boca de Pedro, representante de los apóstoles, la confesión de fe: «Tú eres el Mesías». Es una página decisiva en Marcos, la confesión de Cesarea.

Es una pregunta clave, que estaba colgando desde el principio del evangelio: ¿quién es en verdad Jesús? Pedro responde con su característica prontitud y amor. Pero todavía no es madura, ni mucho menos, esta fe de los discípulos. Por eso les prohíbe de nuevo que lo digan a nadie.

La prueba de esta falta de madurez la tenemos a continuación, cuando sus discípulos oyen el primer anuncio que Jesús les hace de su pasión y muerte. No acaban de entender el sentido que Jesús da a su mesianismo: eso de que tenga que padecer, ser condenado, morir y resucitar. Pedro recibe una de las reprimendas más duras del evangelio: «Apártate de mi vista, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios».

b) Nosotros creemos en Jesús como Mestas y como Hijo de Dios. En la encuesta que el mismo Jesús suscita, nosotros estaríamos claramente entre los que han captado la identidad de su persona y no sólo su carácter de profeta. Nos hemos definido hace tiempo y hemos tomado partido por él.

Pero a continuación podemos preguntarnos con humildad -no vaya a ser que tengamos que oir una riña como la de Pedro- si de veras aceptamos a Jesús en toda su profundidad, o con una selección de aspectos según nuestro gusto, como hacían los apóstoles. Claro que «sabemos» que Jesús es el Hijo de Dios. Entre otras cosas, Marcos nos lo ha dicho desde la primera página. Pero una cosa es saber y otra aceptar su persona juntamente con su doctrina y su estilo de vida, incluida la cruz, con total coherencia.

Día tras día vamos espejándonos en Jesús. Pero no sólo tenemos que aceptarle como Mesías, sino también como «Mesías que va a entregar su vida por los demás». Mañana nos dirá que acogerle a él es acogerle con su cruz, con su misterio pascual de muerte y resurrección. También para nuestra vida de seguidores suyos: «que cargue con su cruz y me siga».

A Pedro le gustaba lo del Tabor y la gloria de la transfiguración. Allí quería hacer tres tiendas. Pero no le gustaba lo de la cruz. ¿Hacemos nosotros algo semejante? ¿merecemos también nosotros el reproche de que «pensamos como los hombres y no como Dios»? Tendríamos que decir, con palabras y con obras: «Señor Jesús, te acepto como el Mesías, el Hijo de Dios. Te acepto con tu cruz. Dispuesto a seguirte no sólo en lo consolador, sino también en lo exigente de tu vida. Para colaborar contigo en la salvación del mundo».

«Al hombre le pediré cuenta de la vida de su hermano» (1ª lectura, I)

«En aquel día pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva» (prefacio de Adviento)

«El Señor, desde el cielo, se ha fijado en la tierra» (salmo, I)

«No juntéis la fe en Nuestro Señor con la acepción de personas» (1ª lectura, Il)

«Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias» (salmo, II)

«El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 168-173


3-4.

Primera lectura: Santiago 2, 1-9: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres? Ustedes, en cambio, han afrentado al pobre.

Salmo responsorial: 33, 2-3.4-5.6-7: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Evangelio: San Marcos 8, 27-33: Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

 Aparece aquí Jesús muy cercano a sus discípulos. En su conversación está interesado en saber lo que piensa la gente de él. Las respuestas que le dan no lo dejan satisfecho, porque todavía el pueblo no tiene perspectiva para entender quién es él verdaderamente.

Cuando les dirige a ellos la misma pregunta, Pedro, se toma la vocería dando una respuesta aduladora que ponía por debajo toda su sencillez y humildad. Jesús le sale al paso y le llama la atención. Termina hablándoles de los sufrimientos a los que será sometido por los poderosos; aunque sus discípulos quieran evitarlo él demostrará con firmeza cuál es su voluntad.

Frente a lo que son sus discípulos y las realidades que Jesús descubre en ellos, él siente que debe aclararles que ser Mesías no significa tener una condición especial que deba mantenerlo al margen de la humanidad con todo lo que ello representa. Sabe, que nada le va a ser fácil en lo referente al anuncio del Reino. Sus discípulos quieren evitarle todo sufrimiento y convertirlo en un ser mesías triunfante, alejado de los riesgos que trae consigo la encarnación. Jesús es, además, una persona de su tiempo que acepta y vive la realidad sin evitar los riesgos que al asumirla se le puedan presentar.

La encarnación de Jesús nos hace ver su humanidad, sin que ésta sea opacada por su divinidad; él sufrió todos los padecimientos que le causaron sus contemporáneos.

Confesamos y reconocemos a Jesús como al Dios-humanado cuya divinidad se somete voluntariamente a los riesgos que produce el pecado de la humanidad. Sus discípulos le quieren evitar todos los sufrimientos, porque lo quieren convertir en un ser mesías triunfante y alejado de todos los riesgos que trae consigo la encarnación. Jesús es, además, una persona de su tiempo que acepta y vive la realidad sin evitar los riesgos que al asumirla se le puedan presentar.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

¿Cómo es posible que un mismo hombre sea alabado y al poco rato denigrado? Cristo ensalza la grandeza de la obra de Dios, que nos da el conocimiento de los misterios de la vida de Cristo. Alaba el oído atento de Pedro que escucha con atención lo que el Señor le comunica a través de su espíritu Santo.

Pero también lo recrimina con palabras muy duras: ¡Apártate Satanás!, tú no piensas como Dios sino como los hombres. ¿Qué tiene de malo un poquito de amor a su Amigo que le lleva a buscar otras maneras de llevar a cabo el plan de Dios? En cierto sentido Pedro siente un amor intenso a Jesús ¡qué duda cabe! pero este amor no puede estar por encima del amor a Dios y de su voluntad.

No hay que buscar darle la vuelta al designio de Dios, más bien tenemos que adherirnos a él para ser plenamente felices. Aprendamos del Señor a ser coherentes con nosotros mismos de cara a Dios. Si somos cristianos, demos a la voluntad de Dios el lugar que le corresponde: el primero.

P. José Rodrigo Escorza


3-6.

Este pasaje nos muestra nuestra pobre naturaleza humana que no quiere sufrir bajo ninguna circunstancia. Pedro, que ama entrañablemente a Jesús, busca convencerlo para que no tome el camino de la cruz. Sin embargo Jesús lo invita a seguirlo (las palabras en griego “hipage hopíso” significan “caminar detrás”, más que obstaculizar como ordinariamente se traducen) y a no ser de los que ponen obstáculos en el camino de la evangelización (que es la obra de Satanás, como ya lo hemos venido viendo). Ciertamente, como la misma Escritura lo dice: “nuestros caminos no son los caminos del Señor”. Nosotros juzgamos muchas veces bajo apariencias falsas: el Espíritu lo sabe todo y lo penetra todo. Si no queremos ser de los que obstaculizan el camino de la evangelización debemos tener un contacto muy estrecho con el Espíritu Santo a fin de juzgar con los criterios de Dios y no con el de los hombres que muchas veces se engaña. El camino de la Resurrección y la gloria pasa inexorablemente por la cruz de Jesús. Y tú ¿eres de los que buscan siempre el camino cómodo o de los que se acomodan como María a los planes de Dios?

Ernesto María, Sac.


3-7. CLARETIANOS 2003

El texto del Génesis de este día me sugiere que la confianza de Dios en el hombre puede parecer un tanto ingenua. Nuevamente. Es como si donde dice misericordia se leyera debilidad. Y uno, vistos los resultados, se resiste y dice para sus adentros: ¿cómo dejas en manos tan irresponsables tanta responsabilidad? Maneras humanas de pensar...

Dios nos brinda un auténtico comienzo haciéndonos nuevamente responsables de su creación. Sólo se reserva el derecho exclusivo sobre la vida humana. Pero, claro, nosotros también teníamos que arrebatárselo. Manejando a nuestro antojo destructivo el resto de la creación, no podía esperarse otra cosa.

Sin embargo, Dios sigue cumpliendo su alianza. No sólo eso, sino que la renueva definitivamente en Cristo.

¿Cabe más ingenuidad-misericordia-debilidad? Creo que no. Y eso es lo grande. En medio de titubeos y maneras humanas de pensar, los primeros discípulos van aprendiendo a ver. Nos demuestran que el milagro del ciego es posible. No es rápido, fulminante, mágico. Es sencillamente normal: pausado, de hondo calado, consciente. «Tú eres el Mesías». Al principio deslumbra, después impacta. Más tarde, se llena de contenido: padecimiento, condena, muerte y RESURRECCIÓN.

Dicho en pocas palabras, parece como si se produjera de repente. No. Es cuestión de renovar el compromiso de seguir en proceso. En el intento constante está el logro. Como ellos, también nosotros podemos aprender a ver y superar algunas maneras humanas de pensar que no son propias de la Vida Nueva.

Me entusiasma la ingenuidad-misericordia-debilidad de nuestro Dios. Me alegra y conforta saber que Él siempre es así.

Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)


3-8. COMENTARIO 1

v. 27 Salió Jesús con sus discípulos para las aldeas de Cesarea de Filipo. En el camino les hizo esta pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?»

Reaparece el nombre de Jesús, que no se había mencionado desde 6,30, cuando la vuelta de los enviados, lo que sitúa la narración en un terreno más cercano a la historia. La escena se desarrolla en territorio pagano, donde los discípulos pueden estar más libres de la presión ideo­lógica de su sociedad, en particular de los fariseos, y se plantea en ella la cuestión de la identidad de Jesús (4,41; 6,14-16). Las dos preguntas que Jesús hace a los discípulos corresponden a los dos momentos de la cura­ción del ciego (8,24.27). En primer lugar les pregunta cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre su persona.



v. 28 Ellos le contestaron: «Juan Bautista; otros, Elías; otros, en cambio, uno de los profetas».

La gente adicta al sistema judío sigue teniendo las mismas opiniones sobre Jesús que aparecieron después del envío de los discípulos: lo iden­tifica con figuras del pasado (Juan Bautista, Elías, un profeta) (cf. 6,14-16), con personajes reformistas, pero cuyo mensaje no realiza la expectativa que el pueblo ha ido acumulando a lo largo de su historia; la gente lo juzga positivamente, pero lo que han aprendido del Mesías les impide identificarlo con Jesús. Son gente adoctrinada por la institución judía y su opinión permanece inmóvil. Las señales mesiánicas que Jesús ha dado en los episodios de los panes no han tenido repercusión en ellos.



v. 29 Entonces él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Respondió Pedro así «Tú eres el Mesías».

La segunda pregunta de Jesús, la decisiva, pretende averiguar si los discípulos continúan aún en la misma mentalidad de «los hombres» o si han comprendido las señales. Espera una respuesta distinta de la de la gente común. Pedro, por propia iniciativa, se hace portavoz del grupo (cf. 1,36). Su respuesta es clara: Tú eres el Mesías.



v. 30 Pero él les conminó a que no lo dijeran a nadie.

Esta declaración, sin embargo, no es aceptada por Jesús: el Mesías, determinado, se identifica con el de la expectación popular nacionalista, en concreto con la del «Mesías hijo de David» (cf. 12,35-37) (recuérdese el título del evangelio, 1,1: «Jesús, Mesías Hijo de Dios»): han sobrepasa­do la opinión popular sobre Jesús y comprenden que inaugura una nueva época, la mesiánica, la del reinado de Dios, pero mezclan ese conocimiento con la concepción mesiánica nacionalista; en realidad, a pesar del esfuerzo de Jesús, no acaban de salir de «la aldea» (8,26). Por eso Jesús les conmina, como había hecho con los espíritus inmundos que lo habían reconocido como «el Consagrado por Dios» (1,24) o «el Hijo de Dios» (3,12), títulos equivalentes al de Mesías. La declaración que ha hecho Pedro es tan poco aceptable como aquéllas y Jesús no quiere que difundan esa opinión sobre él, pues podría suscitar un entusiasmo mesiánico falso.

Mc pone de relieve la resistencia de los discípulos/los Doce (segui­dores procedentes del judaísmo) al universalismo del mensaje (4,11: «el secreto del Reino»), debido a su nacionalismo exclusivista. Es evidente el conflicto entre dos programas mesiánicos: el de los discípulos y el de Jesús.



v. 31 Empezó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, siendo rechazado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letrados y sufriendo la muerte, y que, a los tres días, tenía que resucitar.

La frase empezó a enseñarles (proponer el mensaje tomando pie del AT) queda completada por la que sigue al dicho de Jesús: «exponía el mensaje abiertamente» (32). Son las mismas que abrían y cerraban la enseñanza en parábolas a la multitud (4,2.33). Esta enseñanza (por pri­mera vez a ellos) muestra que su incomprensión es tal, que se encuen­tran al nivel «de los de fuera» (4,11); Jesús continúa la explicación que tuvo que darles después de aquel discurso (4,34); hasta ahora, todos sus esfuerzos por hacerlos comprender han sido vanos.

El contenido del dicho de Jesús corresponde, por tanto, al «secreto del Reino» expuesto en aquel discurso mediante las dos parábolas fina­les: en el plano individual, lo que constituye al seguidor es la disposición a la entrega (4,26-29); en el plano social, la nueva comunidad universal no tendrá rasgos de esplendor y grandeza, pero ofrecerá acogida a todos los hombres que aspiren a la plenitud (4,30-32). El éxito de la persona y del mensaje depende de la calidad de la entrega.

Siendo enseñanza, no se trata de dar mera información, sino de comunicar un saber que el discípulo debe aplicar a su propia vida y con­ducta.

Para aclarar a los discípulos la índole de su mesianismo, Jesús susti­tuye el término «Mesías», perteneciente a la tradición judía, por el Hijo del hombre, de alcance universal, cuyas características han sido ya expuestas en el evangelio (2,10; 2,28): siendo portador del Espíritu de Dios (1,10), posee la condición divina, cima del desarrollo humano; su misión, ejercida con independencia de normas o leyes religiosas (2,28), es la de comunicar vida a los hombres, liberándolos de su pasado pecador (2,3-13). Pero la denominación «el Hijo del hombre», aunque designa primordialmente a Jesús, el prototipo de Hombre, se aplica, por exten­sión, a los que de él reciben el Espíritu y siguen su camino; el dicho siguiente implica, por tanto, que lo que se afirma de Jesús afecta, en su medida, a todos sus seguidores.

Ahora bien, el destino de «el Hijo del hombre», portador del Espíritu, que constituye su ser e informa su actividad, tiene dos fases: padecer-morir y resucitar. Su actividad en favor de los hombres, en particular de los más oprimidos por el sistema religioso judío, suscita inevitablemente (tiene que) la hostilidad de los círculos de poder de ese sistema, que se oponen al desarrollo humano. Por eso ha de padecer mucho, frase que comprende desde el rechazo inicial por parte de las autoridades (ser rechazado) hasta su acto final (sufrir la muerte); las tres categorías que componen el Sanedrín judío, senadores (poder económico-político), sumos sacerdotes (poder religioso-político), letrados (poder ideológico), conside­rarán intolerable su actividad. Es la reacción inevitable de un sistema social injusto al mensaje de Jesús. Pero la muerte del Hijo del hombre no será definitiva: la vida indestructible del Espíritu triunfará sobre ella (al tercer día resucitar, cf. Os 6,2).



v. 32 Y exponía el mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó consigo y empezó a conminarle.

Les exponía el mensaje, como antes a la multitud, pero abiertamente, sin parábolas (4,33). La reacción es inmediata: Pedro, que se hace de nuevo portavoz del grupo de discípulos (8,29), conmina a Jesús, como antes éste había conminado al grupo (8,30), es decir, considera que su concepto de Mesías rechazado y sujeto a la muerte es contrario al plan de Dios; lo anunciado por Jesús significa para Pedro el fracaso de todas sus aspira­ciones; reafirma su idea de un Mesías poderoso y triunfador.



v. 33 El se volvió y, de cara a sus discípulos, conminó a Pedro diciéndo­le: «¡Ponte detrás de mí, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la hu­mana».

Jesús, de cara a sus discípulos, a los que Pedro representa, conmina a su vez a Pedro: lo identifica con Satanás, el tentador, el enemigo del hombre y de Dios (1,13); la idea humana/de los hombres es la de la tradición farisea y rabínica (7,8), la de los que «no ven ni oyen» (8,24.27), opuesta a la de Dios. Se enfrentan dos mesianismos: el del Mesías Hijo de Dios (1,1; 14,61s), que se entrega por la humanidad (1,9-11), y el del Mesías hijo / sucesor de David (10,47.48; 12,35-37), victorioso y restaurador de Israel. De nuevo se presenta a Jesús la tentación del poder dominador (1,13.24.34; 3,11; 8,11), esta vez por parte de sus discípulos mismos.

Jesús pone en su sitio a Pedro (ponte detrás de mí) porque el seguidor pretendía ser seguido por Jesús.

COMENTARIO 2

Aparece aquí Jesús muy cercano a sus discípulos. En su conversación está interesado en saber lo que piensa la gente de él. Las respuestas que le dan no lo dejan satisfecho, porque todavía el pueblo no tiene perspectiva para entender quién es él verdaderamente. Cuando les dirige a ellos la misma pregunta, Pedro, haciendo de portavoz, da una respuesta aduladora que ponía por debajo toda su sencillez y humildad. Jesús le sale al paso y le llama la atención. Termina hablándoles de los sufrimientos a los que será sometido por los poderosos; aunque sus discípulos quieran evitarlo él demostrará con firmeza cuál es su voluntad.

Frente a lo que son sus discípulos y las realidades que Jesús descubre en ellos, él siente que debe aclararles que ser Mesías no significa tener una condición especial que deba mantenerlo al margen de la humanidad con todo lo que ello representa. Sabe, que nada le va a ser fácil en lo referente al anuncio del Reino. Sus discípulos quieren evitarle todo sufrimiento y convertirlo en un ser mesías triunfante, alejado de los riesgos que trae consigo la encarnación. Jesús es, además, una persona de su tiempo que acepta y vive la realidad sin evitar los riesgos que al asumirla se le puedan presentar.

La encarnación de Jesús nos hace ver su humanidad, sin que ésta sea opacada por su divinidad; él sufrió todos los padecimientos que le causaron sus contemporáneos. Confesamos y reconocemos a Jesús como al Dios-humanado cuya divinidad se somete voluntariamente a los riesgos que produce el pecado de la humanidad. Sus discípulos le quieren evitar todos los sufrimientos, porque lo quieren convertir en un mesías triunfante y alejado de todos los riesgos que trae consigo la encarnación. Jesús es, además, una persona de su tiempo que acepta y vive la realidad sin evitar los riesgos que al asumirla se le puedan presentar.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. DOMINICOS 2003

Bendición de Noé y su descendencia
Cuando la tierra volvió a su estado natural y las aguas del diluvio se amansaron y secaron, Dios, según el relato del Génesis en el capítulo 8, prometió que ninguna maldición recaería sobre el “suelo”, aunque el hombre continuara siendo pecador.
El curso de las estaciones no será alterado: sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán en su cíclico retorno, y un arco-iris será el símbolo de nueva vida en amistad humana-divina.
En ese contexto bíblico y litúrgico se suscita hoy nuestro canto, oración, alabanza, celebración comunitaria.
El signo que la caracteriza es el de la “bendición”, según estas palabras del capítulo 9, verso 13, dirigidas a Noé y su descendencia: Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros hijos... Esta es la señal del pacto: pondré mi arco-iris en el cielo
Y esa bendición, que se prolongará por los siglos, se ofrecerá en la Escritura con algunos rasgos que implicarán novedad:

-Mantendrá al hombre como rey de la creación, pero su morada no será un ‘jardín de paz paradisíaca’ sino un solar en lucha, trabajo, abnegación, avanzando hacia un futuro ‘escatológico’, camino hacia el más allá del tiempo.

-La alianza firmada con Noé y su descendencia adquirirá en el tiempo matices variados: afectará a toda la creación, en cuanto que queda bajo el arco-iris de paz y providencia; se concretará en Abraham en forma de ‘circuncisión’ para los descendientes del patriarca; y se limitará bajo Moisés al pueblo de Israel, en forma de obediencia a la Ley.

-Sólo con Cristo será una Alianza Nueva en la sangre derramada por nuestra común salvación.

Oración
¡Oh Dios, creador y padre nuestro!
Tú nos bendijiste en la creación otorgándonos el don de la vida.
Tú nos bendijiste, purificándonos con aguas bautismales.
Tú nos bendijiste, con la providencia, arco-iris de amor y paz; con la Ley y el Templo que nos defendieron; con la promesa de salvación mesiánica; con Cristo, tu Hijo, que en su sangre nos hizo nuevamente hijos tuyos.
Te damos gracias, y queremos no volver a defraudarte. Ayúdanos. Amén.
 
Cristo, Palabra del Padre
Génesis 9, 1-13:
“Dios bendijo a Noé y a sus hijos diciéndoles: Creced, multiplicaos y llenad la tierra.
Todos los animales de la tierra os temerán y respetarán: aves del cielo, reptiles del suelo, peces del amar, están vuestro poder.
Todo lo que vive y se mueve os servirá de alimento: os lo entrego... Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre.
Yo reclamaré para mí vuestra sangre y vida...y al hombre le pediré cuentas de la vida de su hermano. Si uno derrama la sangre de otro hombre, por otro hombre será derramará la suya... Hago pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio... Pondré mi arco en el cielo como señal de mi pacto con la tierra”
Toda sangre, que representa la vida, pertenece a Dios; pero le pertenece especialmente la sangre y vida humana, pues el hombre es imagen de Dios. El hombre no está llamado a matar la vida sino a multiplicarla, defenderla. La sangre llama a la sangre. La vida llama a la vida.
Evangelio según san Marcos 8, 27-33:
“Jesús y sus discípulos se dirigían a las aldeas de Cesarea de Felipe, y, por el camino, Jesús les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: unos, que Juan Bautista; otros, que Elías...Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro le contestó: Tú eres el Mesías.
Él les prohibió decírselo a nadie; y empezó a instruirles: el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar... Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparle. Jesús se volvió, y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás!...”
En la plenitud de los tiempos, cuando el Padre quiso sellar una Alianza Nueva, envió a su Hijo, y éste tomo carne en el seno de María. Pero ¿cómo descubrir con nuestros ojos a ese Hijo que es nuestra definitiva Alianza? Jesús nos ofrece ‘signos’, no más, y nosotros hemos de tener el corazón abierto para recibir el don de la fe en Él.

Momento de reflexión
Somos hijos de bendición. Demos gracias por ello.   
Al leer el texto tomado del Génesis, colmado de bendiciones para el hombre de parte de Dios, uno cree estar escuchando nuevamente el poema de la Creación.
Cuanto se dijo al inicio del Libro, sobre el polvo-arcilla, animales, aves y peces, e incluso del hombre, reaparece en estos capítulos.
¿Qué mensaje encierra esa reiteración? Nos indica una gran verdad de la que hemos de tener conciencia muy clara: el mismo y único Dios que nos dio la vida al principio del mundo y de la historia es el que nos salva de las aguas del diluvio, es el que nos da poder sobre el resto de las criaturas, es el que nos convoca y espera para sellar y vivir alianza de amor inquebrantable.
Toda la historia de la creación y de la salvación es pura obra de amor y de predilección, y hemos de vivirla en Cristo y con Cristo.
Un interrogante: ¿Serán las generaciones nacidas de la familia de Noé más fieles que lo fueron sus predecesoras?  ¿Seremos nosotros más fieles que lo fueron las generaciones anteriores a Cristo?
¡Quítate de mi vista, Satanás!   
Pongámonos en la piel de Pedro. Él, que acaba de confesar el mesianismo de Jesús, y que tal vez esperaba la gratitud del Maestro, se ve sorprendido por el giro que Jesús da a las cosas. Si se es Mesías, piensa Pedro, no se debe hablar de amarguras, penas y sufrimientos, sino de gloria y majestad. ¿Cómo es que Jesús habla de sufrimiento y condenas?
¡Eterna lección! El mesianismo y el reinado de Cristo son espirituales: en justicia, amor y paz; no en poder.


3-10. ACI DIGITAL 2003

27. Véase Mat. 16, 13 - 16: Y llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, propuso esta cuestión a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" Respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista, otros Elías, otros Jeremías o algún otro de los profetas". Díjoles: "Y según vosotros, ¿quién soy Yo?" Respondióle Simón Pedro y dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo".

Y Luc. 9, 18 - 20: Un día que estaba orando a solas, hallándose con El sus discípulos, les hizo esta pregunta: "¿Quién dicen las gentes que soy Yo?" Le respondieron diciendo: "Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los antiguos profetas ha resucitado". Díjoles: "Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?" Pedro le respondió y dijo: "El Ungido de Dios".

29. Véase Mat. 16, 18, donde Jesús recompensó la fe de aquel humilde pescador, haciéndole príncipe de los apóstoles: "Y Yo, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del abismo no prevalecerán contra ella".

31. ¡Reprobado! Y bien lo vemos en 14, 64 donde todos están horrorizados de sus "blasfemias". Nosotros, gentiles, más que nadie debemos agradecerle, pues fue para abrirnos la puerta de la salud (Ef. 2, 1 ss.): "Por el delito de los judíos la salud pasó a los gentiles; por la incredulidad de los gentiles volverá a los judíos" (S. Jerónimo).

33. No obstante la confesión que acaba de hacer (v. 29), Pedro muestra aquí su falta de espíritu sobrenatural. Jesús, con la extrema severidad de su reproche, nos enseña que nada vale un amor sentimental, sino el que busca en todo la voluntad del Padre como lo hizo Él. Cf. Mat. 24, 42 y nota: "Velad, pues, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor".

Es indispensable velar para poder "estar en pie ante el Hijo del Hombre" (Luc. 21, 34 - 36); hay que luchar constantemente por la fidelidad a la gracia contra las malas inclinaciones y pasiones, especialmente contra la tibieza y somnolencia espiritual (Apoc. 3, 15 s.). Tenga cuidado de no caer el que se cree firme (I Cor. 10, 12). "Marcháis cargados de oro, guardaos del ladrón" (S. Jerónimo).


3-11. DOMINICOS 2004

La luz de la Palabra de Dios
Carta del Apóstol Santiago 2, 1‑9.
“Hermanos: No pretendáis juntar la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica...Veis al bien vestido y le decís, por favor, siéntese aquí, en el asiento reservado; al otro, en cambio, le decís que esté de pie o se siente en el suelo. Si ha­céis eso, sois inconscientes y juzgáis con criterios errados. . .

Hermanos: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?

Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre... Sabed, pues, que si mostráis favoritismos, cometéis pecado y la Escritura prueba vuestro delito”.

Evangelio según san Marcos 8, 27‑33.
"Jesús se dirigía a Cesarea de Filipo; y por el camino preguntó a sus discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo? Le respondieron: unos dicen que Juan el Bautista; otros que Elías; y otros que alguno de los profetas. . . Y agregó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Pedro le contestó: "Tú eres el Mesías".... Entonces comenzó a instruirles sobre cómo tendría que padecer mucho, ser condenado por los sumos sacerdotes y letrados y ser ejecutado; pero que resucitaría al tercer día... Sorprendido por esas palabras, Pedro le increpó... Pero Jesús le replicó: ¡quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!".


Reflexión para este día
Vivamos movidos por el espíritu
Tras escuchar a Santiago, preguntémonos si también a nosotros nos cuesta reconocer la presencia de Dios en los pobres, en las cosas sencillas, en los gestos humildes.

¿Acaso lo reconocemos en los más fuertes y poderosos?

¡Pobres de nosotros, si nos engañamos con ello!

No juzguemos nunca por las apariencias, pues la verdad suele seguir otros caminos: los caminos de la interioridad sincera, de la caridad radiante, de la solicitud por el bien de los demás.

Podríamos tal vez reflexionar un momento: Jesús preguntó a los discípulos y a las gentes quién pensaban que era Él, con quién identificaban su rostro, y Pedro le respondió que Él era el Ungido de Dios, el Mesías. ¿Con quién identificamos nosotros los rostros de las personas que sufren y aman desde su dolor?


3-12.

Comentario: Rev. D. Joan Pere Pulido i Gutiérrez (Molins de Rei-Barcelona, España)

«¿Quién dicen los hombres que soy yo? ¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Hoy seguimos escuchando la Palabra de Dios con la ayuda del Evangelio de san Marcos. Un Evangelio con una inquietud bien clara: descubrir quién es este Jesús de Nazaret. Marcos nos ha ido ofreciendo, con sus textos, la reacción de distintos personajes ante Jesús: los enfermos, los discípulos, los escribas y fariseos. Hoy nos lo pide directamente a nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29).

Ciertamente, quienes nos llamamos cristianos tenemos el deber fundamental de descubrir nuestra identidad para dar razón de nuestra fe, siendo unos buenos testigos con nuestra vida. Este deber nos urge para poder transmitir un mensaje claro y comprensible a nuestros hermanos y hermanas que pueden encontrar en Jesús una Palabra de Vida que dé sentido a todo lo que piensan, dicen y hacen. Pero este testimonio ha de comenzar siendo nosotros mismos conscientes de nuestro encuentro personal con Él. Juan Pablo II, en su Carta apostólica Novo millennio ineunte, nos dice: «Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro».

San Marcos, con este texto, nos ofrece un buen camino de contemplación de Jesús. Primero, Jesús nos pregunta qué dice la gente que es Él; y podemos responder, como los discípulos: Juan Bautista, Elías, un personaje importante, bueno, atrayente. Una respuesta buena, sin duda, pero lejana todavía de la Verdad de Jesús. Él nos pregunta: «Y vosotros, quién decís que soy yo?». Es la pregunta de la fe, de la implicación personal. La respuesta sólo la encontramos en la experiencia del silencio y de la oración. Es el camino de fe que recorre Pedro, y el que hemos de hacer también nosotros.

Hermanos y hermanas, experimentemos desde nuestra oración la presencia liberadora del amor de Dios presente en nuestra vida. Él continúa haciendo alianza con nosotros con signos claros de su presencia, como aquel arco puesto en las nubes prometido a Noé.


3-13. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

La confesión de fe de Pedro es una especie de línea divisoria, que separa el evangelio de Marcos en dos grandes partes. En adelante, todo está dado para la parte final de la historia, un camino hacia la pasión, muerte y resurrección. De Betsaida, Jesús se dirige ahora con sus discípulos a Cesarea de Filipo, el territorio más septentrional de Palestina, distante unos 30 kilómetros aproximadamente. Esta ciudad fue refundada por el tetrarca Herodes Filipo, sobre un antiguo pueblo localizado en las fuentes del río Jordán, conocido por su santuario dedicado al Dios pan. Le dio el nombre de Cesarea en honor del emperador Augusto. Se le añadía “Filipo” para distinguirla de la otra Cesarea (Marítima), a orillas del mar mediterráneo, sede del gobierno romano. Por su ubicación, en las faldas del Hermón, frente a un extenso y hermoso valle, la convertían en una ciudad famosa por su belleza, su fertilidad y su riqueza en aguas.

El relato se sitúa no propiamente en la ciudad sino “en el camino”. En adelante, el ”camino” será una importante clave teológica para Marcos. El camino hacia Jerusalén, que es camino de muerte y resurrección. El mismo camino que han de recorrer los discípulos y demás seguidores de Jesús. Los protagonistas de nuestro texto son los discípulos, que en el relato anterior (la curación del ciego), habían pasado desapercibidos. Jesús, que ha tomado de la mano a sus discípulos para sacarlos de su ceguera, les exige ahora tomar una postura clara frente a su persona.

Para esto, les plantea dos preguntas sobre su identidad. La primera intenta recoger el sentido de la gente, cuyas opiniones, que ya conocíamos en Mc 6,14-16, responden a una mentalidad centrada en el Antiguo Testamento. La identificación con Juan el Bautista parecía ser voz común, pues ya Herodes había pensado lo mismo (Mc 6,14). La identificación con Elías recoge una antigua profecía de Malaquías, que ve en Jesús el profeta precursor de la venida de Dios en los últimos tiempos.. Recordemos que Elías había sido arrebatado por Dios en un carro de fuego con el fin de quedar a la espera del momento de cumplir su misión precursora en los tiempos finales. La tercera opinión, que sea alguno de los profetas, habría que entenderla en la línea de Lc 9,19 “alguno de los profetas antiguos que ha resucitado”. Las opiniones de la gente tienen en común el ver a Jesús como un profeta resucitado y misterioso.

Pero lo que parece interesarle a Jesús y el evangelista es la segunda pregunta dirigida expresamente a los discípulos. Son ellos los que personalmente tienen que asumir la responsabilidad por lo que dicen. Es una especie de examen parcial, para verificar si a partir de lo que han visto, escuchado y experimentado, pueden dar razón de la identidad de Jesús. Uno de los discípulos toma la vocería para responder. El evangelista no lo llama con el nombre propio (Simón), sino con el de Pedro (roca), dado por Jesús. La respuesta de Pedro es clara: “Tú eres el Mesías”.

La fórmula “Tú eres...” es literariamente típica de las confesiones. Según J. Delorme “aquí Pedro da a Jesús el primero de los dos títulos que hemos encontrado en la confesión de fe cristiana al principio del libro: ‘Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios’” (Mc 1,1). Cristo es una palabra griega que traduce la palabra hebrea “Mesías”. Tanto en griego como en hebreo significa “Ungido”. En el AT el “Ungido” hace referencia especialmente a los reyes de Israel (Saúl en 1Sam 9,16; 10,1; 15,1.17; David en 1 Sam 16,3.12; 2Sam 2,4.7; Salomón en 1 Re 1,34.39.45) y otros, pero también a Ciro, rey extranjero se le llama “Ungido” (Is 45,1). Los sacerdotes también son “Ungidos” (Ex 28,41; 30,30; Lv 7,36; Núm 3,3). La concepción más dominante sobre la figura del “Ungido” era la de un nuevo rey de la descendencia y estilo de David, sobre quien estaban puestas las esperanzas de un futuro sin sometimiento a imperios extranjeros (2Sam 7,16; Is 53,3-5; Jr 23,5).

Con esta perspectiva coincide la comunidad de Qumrán, quienes esperaban dos tipos de mesías, uno de corte sacerdotal (el mesías de Aarón) y otro de corte político (el mesías de Israel, de descendencia davídica). Para Pedro Jesús no es un mesías secundario ni parcial, sino el auténtico de Dios. Otro aspecto a tener en cuenta, es que cuando el judaísmo hablaba del Mesías normalmente lo acompañaba de otra expresión, por ejemplo, “el ungido del Señor (Sal 17,32) o el “Mesías de Israel” (1QSa 2,20), sin embargo, Pedro la utiliza en forma absoluta: “Tu eres el Mesías” y punto.

Ciertamente, Jesús no se había dejado determinar por ningún molde mesiánico previo. Será precisamente esta particular mesianidad de Jesús, la razón que tendrán las autoridades judías para sentenciarlo a muerte. Un estilo de mesianismo que despertaba gran entusiasmo entre la muchedumbre, pero al mismo tiempo gran confusión, especialmente entre aquellos que querían encasillarlo en un mesías de corte sacerdotal (sumo sacerdote) o político triunfalista (realeza de David). Para evitar confusiones que solo se clarificarán después de su resurrección, Jesús les prohíbe seguir hablando sobre el asunto. Sin embargo, a pesar de la claridad de Pedro, Jesús comienza a “enseñar” a sus discípulos, previendo que en ellos queden rasgos de una espera mesiánica triunfalista. La “clase”, sin gente, exclusivamente para los discípulos tiene que ver con las consecuencias de su opción mesiánica al servicio del Reino de Dios, es decir, sobre su pasión muerte y resurrección. La expresión “es necesario” indica que estos acontecimientos hacen parte de la voluntad de Dios.

El título “Hijo de Hombre”, utilizado solo por Jesús, es la denominación que en adelante él utilizará cuando hable de su destino doloroso. Con cuatro verbos se indica el destino del Hijo del Hombre: sufrir, ser rechazado, ser condenado a muerte y resucitar. El sufrir y ser rechazado recogen lo que Jesús ha ido experimentando y experimentará en su “camino” a Jerusalén. Es probable que en el transfondo de nuestro relato estén algunos textos del AT que hablan de la pasión del justo, por ejemplo, “aunque el justo padezca muchos males, de todos los librará el Señor” (Sal 34,20; cf Sal 118; Sap 2-5; Is 53). En cuanto al rechazo de las autoridades recordamos el Sal 118,22 “la piedra rechazada por los constructores pasó a ser la piedra principal”. Los constructores serían los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley.

Los ancianos, eran por su edad, los responsables de orientar la vida comunidades. En tiempos de Jesús, el título de anciano se reserva a los laicos del grupo de los saduceos, que representaba la clase alta de Jerusalén. De este grupo salía la nobleza sacerdotal. El Sumo sacerdote era el jefe tanto del templo como del sanedrín, máximas instancias religiosas y políticas de Israel. En tiempos de Jesús eran nombrados por los romanos, por lo que se preocupaban más de defender los intereses de estos, que los de su propio pueblo. Los maestros de la ley eran los especialista de la Biblia, garantes de la tradición judía, muy respetados y queridos por el pueblo. El tema de la resurrección es novedoso frente a los textos del AT que siempre se refiere a los padecimientos del justo.

En adelante, la muerte y la resurrección serán indisolubles en la fe cristiana. Detrás de la muerte está siempre la vida, la resurrección. “Tres días” no hace referencia a los días en los que se encontrará la tumba vacía, sino a al tiempo en que intervendrá Dios para salvar al justo (Os 6,2). Dios no se tarda más de tres días para intervenir a favor del justo que sufre. La enseñanza de Jesús es dolorosa pero clara. Sus palabras reflejan la seguridad de quien ha hecho una opción libre y solidaria. La claridad de Jesús contrasta con la actitud de Pedro. El discípulo que había confesado a Jesús como mesías, no soporta la idea de la pasión. Se lleva a Jesús aparte, como para que los demás no oyeran su oposición a tales perspectivas. Si Pedro, en el nombre de todos había sido alabado por su confesión mesiánica, ahora todos son reprendidos por la incomprensión mesiánica de Pedro. Lo primero que le dice Jesús es que se coloque detrás, es decir, que no trate de hacerse el maestro pues su posición es la de discípulo, la de seguidor del único maestro que es Jesús.

La designación de Satanás no significa que Pedro esté poseído por el demonio, sino que está asumiendo su papel de “tentador”. El destino doloroso del Hijo del Hombre difícilmente puede ser comprendido como un designio de Dios. Menos todavía, comprender que la pasión y muerte es un camino que conduce a la vida (resurrección).


3-14.

Reflexión

Este pasaje nos muestra nuestra pobre naturaleza humana que no quiere sufrir bajo ninguna circunstancia. Pedro, que ama entrañablemente a Jesús, busca convencerlo para que no tome el camino de la cruz. Sin embargo Jesús lo invita a seguirlo (las palabras en griego “hipage hopíso” significan “caminar detrás”, más que obstaculizar como ordinariamente se traducen) y a no ser de los que ponen obstáculos en el camino de la evangelización (que es la obra de Satanás, como ya lo hemos venido viendo). Ciertamente, como la misma Escritura lo dice: “nuestros caminos no son los caminos del Señor”. Nosotros juzgamos muchas veces bajo apariencias falsas: el Espíritu lo sabe todo y lo penetra todo. Si no queremos ser de los que obstaculizan el camino de la evangelización debemos tener un contacto muy estrecho con el Espíritu Santo a fin de juzgar con los criterios de Dios y no con el de los hombres que muchas veces se engaña. El camino de la Resurrección y la gloria pasa inexorablemente por la cruz de Jesús. Y tú ¿eres de los que buscan siempre el camino cómodo o de los que se acomodan como María a los planes de Dios?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-15. Confesión de Pedro

Fuente: Catholic.net
Autor: Damián Sánchez

Reflexión:

Cristo quiere que sepamos quién es realmente. Por eso nos pregunta, nos interroga. Primero sobre los demás. ¿Para ellos quién soy? Luego te lo pregunta a ti. ¿Y para ti quién soy yo?

Ante esta pregunta tan directa quizá nuestra reacción es la de quien hace un gesto instintivo de reflexión para encontrar la respuesta más perfecta o la más bonita. Pero Él no quiere este tipo de respuestas. Su pregunta es directa. Va al corazón. No le interesa la respuesta del vecino sino la tuya y solamente la tuya. Entre tú y yo.

Para que nuestra respuesta sea como la de Pedro, Cristo tiene que ser el Señor de nuestra vida en lo que nosotros llamamos nuestra vida. Es decir, en el cotidiano, trabajo, escuela, en el hogar... El que le acepta como Cristo acepta también la Cruz que Él aceptó y los sufrimientos de los que nos habla. Nuestra Cruz es la de la vida diaria, la de vivir nuestros deberes con amor aceptando el sufrimiento y dándonos sin estar siempre esperando recibir algo a cambio...

Dando aunque los otros no den, amando aunque los otros no amen.

Pero qué fácil es desviarse de lo más sencillo, tener a Jesús sólo como un profeta y ver la Cruz únicamente para las grandes ocasiones.

No esperes más y vive hoy como si fuese tu último día. Que Jesús sea tu mejor amigo, tu Señor y tu Maestro. Cumple sus deseos, piensa como Él piensa y haz lo que Él hace, así bien orgulloso de ti, te dirá: acércate discípulo mío, pues tus pensamientos son los de Dios y no los de los hombres.


3-16. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien.

Yo no sé cuánto dinero hubiera pagado la gente por ver hoy a Jesús. Cuando veo el revuelo que se monta alrededor de los futbolistas, o de los cantantes, o de las estrellas de cine, imagino que algo parecido, a menor escala, sucedería con Jesús. Solo que entonces no había ni guardaespaldas, ni exclusivas, ni paparazzi ni apariciones en la televisión. Que había aparecido un personaje extraordinario, capaz de cambiar tu vida, de sanar todas tus enfermedades con solo tocar el borde de su manto, se transmitía de boca en boca. Los que le conocían se convertían en mensajeros, en transmisores de esa Buena Nueva . Podían contestar a la pregunta de quién es Jesús .

Aquí, en Rusia, desde donde escribo, he visto a mucha gente recorrer muchos kilómetros los domingos (100, 200 o incluso más) para responder a la pregunta del millón: ¿ quién es Jesús para ti? Para ellos, es el centro de su vida. Y lo demuestran haciendo un gran esfuerzo para participar en la Eucaristía semanal. ¿Es ese tu estado de ánimo? Si sabes quién es Jesús, si no te has parado, si el encuentro con Jesús sigue vivo, si sigues cerca del Maestro, estupendo. No te alejes de Él.

Y si no sabes qué responder a la pregunta, analiza la causa, busca el motivo. ¿Cómo está hoy tu relación con Jesús? Seguro que puedes contestar a la pregunta de quién es Bechkam , Tom Cruise, Raphael o Frod o. Pero, ¿quién es Jesús para ti? ¿Sigues de cerca sus andanzas , como las de las estrellas de cine, los actores, cantantes o futbolistas? ¿Estás dispuesto a viajar muchos kilómetros para decirle que es el Señor, el rey de tu vida, o te cuesta ir a la iglesia los domingos? Ya sé que todos tenemos muchas cosas que hacer, pero se trata de no perder de vista lo importante. Y si no sabes cómo responder a la pregunta, y no quieres suspender, estudia. Abre los ojos, los oídos y mira a tu alrededor. Acércate a la Biblia, algún día. Mira si hay charlas en la parroquia, de vez en cuando se organizan días de retiro, no dejes de ir a la reunión de tu grupo, reza con tu pareja antes de dormirte... Lo importante es querer. Ya se sabe, si quieres, puedes.

Por cierto, estamos justo a la mitad del Evangelio de Marcos. Los ocho capítulos anteriores nos han ido preparando para este momento, y los ocho siguientes nos llevarán hasta Jerusalén, hasta la muerte y la resurrección de Jesús. El evangelista nos ha anticipado ya en el capítulo primero, versículo primero, la respuesta a la pregunta de hoy, y esa misma respuesta la repite casi al final, en el capítulo quince, versículo treinta y nueve. Consúltalo, si tienes dudas sobre quién es Jesús para Marcos.

Vuestro hermano en la fe,

Alejandro J. Carbajo Olea, C.M.F.

(alejandrocarbajo@wanadoo.es)


3-17. ARCHIMADRID 2004

EL PENALTI

Dicen que la realidad es testaruda y, aunque hablamos de las lecturas de la Misa de hoy, no puedo zafarme de hablar del penalti en el último minuto del partido del Real Madrid y el Valencia. Pasan los días y se sigue comentando, algunos se siguen indignando e incluso se levantan las pasiones más desenfrenadas defendiendo la justicia o injusticia del punto marcado y la decisión arbitral.

Hace no mucho me explicaron la diferencia entre tema, problema y misterio. El gol del Madrid para la mayoría es un tema, hablamos de él, opinamos, discutimos incluso, pero no nos va la vida en ello, al cabo de un tiempo prudencial volvemos a nuestros quehaceres y seguimos trabajando y viviendo como si no hubiera ocurrido nada hasta la siguiente discusión. Sin embargo, para el árbitro es un problema: le afecta personalmente, se le juzga y puede ver perjudicadas sus futuras actuaciones; tiene que demostrar que no se equivocó en su decisión y seguramente le haya quitado el sueño algún día de éstos. Para Florentino Pérez me imagino que todo esto es un misterio, le afecta a su ya abultada cartera y al prestigio del equipo que preside, pero debe entender de fútbol tanto como yo, tendrá que hablar del penalti pero le tendrán que asesorar y, en el fondo, sabe que por mucho que le afecte nunca entenderá del todo lo sucedido.

Pero dejemos el fútbol y centrémonos en las lecturas de hoy. El apóstol Santiago es muy claro en su carta: “No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas”, “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman?”. Para muchas personas religiosas e incluso teólogos los pobres son como el penalti famoso: un tema que hay que tratar. Se llenan libros de “teología de la pobreza” (que se venden bastante bien), se habla de la falta de compromiso de la Iglesia (como si ellos fueran otra cosa distinta) con los pobres, se critica- con ocasión o sin ella- cualquier frase, actuación, documento o acontecimiento, arrojando la pobreza a la cara de los demás, pero… es sólo un tema: cuando abandonan la discusión, la cátedra o la página web no les afecta y no están dispuestos a abandonar sus “privilegios”, sus prebendas o el prestigio alcanzado por su discurso “tan comprometido”, aunque no quieran ver a un pobre más que en dramáticas fotografías.

Para otros la pobreza es un problema, están hartos de discutir sobre el asunto y trabajan a favor de sus pobres. Pero claro, hay tantos que no se puede abarcar a todos y tienen sus “preferidos”, lo que lleva a hacer una clasificación de pobres y pobrezas y cada uno se queda con “la que mejor le cae”. Hay que valorar su trabajo y su vida aunque a veces existe el peligro de que, buscando justicia para algunos, se cometan injusticias con otros.

La pobreza creo que es un misterio, me supera y nunca entenderé que el pecado del hombre lleve a vivir tantas injusticias en el mundo entero, pero sé que en los pobres me encuentro con Cristo, que están llamados a la vida eterna, que Jesucristo, el Mesías (“¿Quién decís que soy?” Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”) vivió pobre y no sólo económicamente: “tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Por esto, aunque nunca podré solucionar la pobreza del mundo procuraré ver en cada persona a un hijo de Dios, no me fijaré en su “vestido o su anillo en el dedo”, intentaré “no juzgar con criterios malos” y pensar como Dios, no como Satanás.

No es sencillo todo esto y menos en un folio, pero cuando reces (con el corazón o con la vida, que la oración de la vida es la caridad) pídele a Santa María, pobre y humilde, que nunca “denigremos ese nombre tan hermoso que lleváis como apellido” y jamás “usemos” a los pobres sino que les sirvamos y amemos como a Cristo.


3-18.

LECTURAS: SANT 2, 1-9; SAL 33; MC 8, 27-33

Sant. 2, 1-9. En verdad que el Señor, hecho uno de nosotros, ha bajado hasta lo más profundo de nuestra miseria para liberarnos de ella. Y el Señor no ha obrado con favoritismos, sino que lo único que a Él le interesa es que todos seamos salvados y lleguemos al pleno conocimiento de la Verdad, pues Él nos creó porque nos ama y nos quiere con Él eternamente; Dios a nadie creó para su perdición, pues Dios es amor; y porque nos amó aún antes de crearnos, nos llamó a la vida; y nosotros sabemos que el que ama no hace mal al ser amado. Si queremos ser leales a nuestra fe no podemos hacer de ella una religión de castas; no podemos trabajar únicamente con determinados grupos de personas porque todo lo tienen y, porque en el fondo, queremos que nos lo den todo a nosotros. No faltarán hombres inicuos que se alíen con los poderosos para que les llenen las manos de bienes materiales. Comprado así el hombre que es de Dios quedará, finalmente, a merced de los poderosos; tratará de justificarles sus acciones inmorales, y él mismo se convertirá en un opresor y despreciador de los que nada tienen, pues de ellos nada puede esperar conforme a sus expectativas económicas. El Señor nos pide que amemos a todos sin distinción, pues si actuamos con favoritismos estaremos cometiendo pecado, y el mandato del Señor nos acusará como transgresores. ¿Realmente creemos y aceptamos esta Palabra de Dios en nuestra vida?

Sal. 33. Dichoso el hombre que confía en el Señor, pues jamás será decepcionado. Maldito el hombre que confía en el hombre, pues en el día de la prueba se encontrará desamparado como cardo en el desierto. Hagamos la prueba, confiemos en el Señor y saltaremos de gusto, pues el Señor jamás abandona a quienes han puesto en Él su esperanza. Puestos en manos de Dios Él velará por nosotros; Él nos librará de nuestros enemigos y de nuestras angustias; y Él escuchará nuestros clamores y les dará respuesta pronta. Dios es nuestro Padre y nos contempla como a sus hijos amados. Por eso no vivamos en la rebeldía a la voluntad de Dios, pues si así viviéramos nosotros mismos seríamos responsables, y no el Señor, de nuestra perdición.

Mc. 8, 27-33. Jesús ha anunciado el Evangelio por muchas partes; ha realizado muchas señales milagrosas. Es tiempo de preguntar sobre lo que de Él han entendido sus apóstoles. ¿Quién dice la gente que soy yo? Tal vez esto es muy fácil de contestar, incluso de un modo teológicamente bien elaborado mediante el estudio, tal vez un poco arduo, sobre la materia. Pero viene una pregunta vital, que no puede contestarse sino también de un modo vital: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Esta es una pregunta que no ha terminado de responderse suficientemente al paso de los siglos, pues no involucra una definición sobre Jesús, sino la experiencia personal que de Él tiene cada uno de nosotros. Pedro contesta que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Con esa respuesta se nos da un exordio de lo que, en adelante, Jesús revelará hasta que sea reconocido como tal en su resurrección; mientras, hay que guardar silencio para no querer interpretar esa respuesta conforme a las expectativas político-religiosas, que tenía el Pueblo sobre el Mesías que esperaban. Y Jesús también da un adelanto de aquello mediante lo cual se manifestará como Mesías: su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. Y Pedro, como representante del pensamiento del pueblo, querrá impedir el camino del Mesías, pero Jesús le dice: ponte detrás de mí; como diciéndole: sé testigo de mi amor y de mi entrega para que, una vez que entiendas y te conviertas, puedas confirmar a tus hermanos en la fe, una fe no inventada, sino vivida tras mis propias huellas. Si en verdad queremos reinar junto con Cristo hagamos, también nosotros, nuestro su camino; entonces realmente Jesús significará no sólo mucho, sino todo en nuestra vida.

El Señor nos ha llamado para que estemos con Él en estos momentos celebrando el Memorial de su Pascua. ¿En verdad creemos en Él? ¿Qué significa el Señor en nuestra propia vida? No podemos venir a su presencia movidos sólo por una tradición familiar, ni por una costumbre que ya se hizo hábito entre nosotros. Venimos ante Aquel que nos ama y que nos espera para que le contemos y le ofrezcamos lo que hemos hecho a favor de su Reino. Y venimos con el corazón dispuesto para decirle con gran amor: ¿Qué quieres que yo haga? Habla, Señor, tu siervo te escucha. Por eso la Eucaristía no es sólo un momento de culto al Señor, en el que nos gozamos de contemplar y sentir su amor mientras han quedado un poco lejos aquellas cosas que nos molestan en nuestro hogar o en el trabajo. ¡Cómo quisiéramos que estos momentos se prolongaran por toda una eternidad! Pero el Señor nos quiere en camino, en camino tal vez muy arduo a causa de todo aquello que hemos de padecer llevando con amor nuestra cruz de cada día. La Eucaristía abre los ojos de nuestra fe para que no perdamos la esperanza de lograr aquellos bienes, que Dios ha reservado para los que le viven fieles. Vayamos hacia ellos con gran amor.

Habiendo participado de la Eucaristía, sin distinción de personas, pues Dios nos ha aceptado a todos: justos y pecadores, ricos y pobres, sin rechazar a alguno de nosotros, debemos partir al cumplimiento de nuestros deberes en el mundo. Lo haremos viviendo realmente la comunión con todos. Por ahí se dice que no hay rico que no necesite de los demás, ni pobre que no pueda dar algo a los demás por muy ricos que sean. Amémonos de corazón; sepamos respetar la dignidad de todos; no hagamos distinción de personas en nuestro trato mutuo. Si realmente creemos que al servir a los demás servimos al mismo Cristo ¿qué sentido tiene el tratar bien a unos y tratar con desprecio a otros? Ojalá y realmente no sólo creamos que Cristo está en los cielos sentado a la diestra del Padre Dios, sino que se hace presente en nuestros hermanos. Amémoslos conforme a nuestra fe en Él, el Mesías e Hijo de Dios.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vernos y amarnos como hermanos de tal forma que, cargando no sólo con nuestras miserias, sino también con las miserias de los demás, procuremos el bien unos de otros hasta lograr que, juntos, disfrutemos eternamente de Dios. Amén.

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