LUNES DE LA SEMANA 6ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Epístola de Santiago 1,1-11.

Santiago, servidor de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión. Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada. Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que la pida a Dios, y la recibirá, porque él la da a todos generosamente, sin exigir nada en cambio. Pero que pida con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar levantadas y agitadas por el viento. El que es así no espere recibir nada del Señor, ya que es un hombre interiormente dividido e inconstante en su manera de proceder. Que el hermano de condición humilde se gloríe cuando es exaltado, y el rico se alegre cuando es humillado, porque pasará como una flor del campo: apenas sale el sol y calienta con fuerza, la hierba se seca, su flor se marchita y desaparece su hermosura. Lo mismo sucederá con el rico en sus empresas.

Salmo 119,67-68.71-72.75-76.

Antes de ser afligido, estaba descarriado; pero ahora cumplo tu palabra.
Tú eres bueno y haces el bien: enséñame tus mandamientos.
Me hizo bien sufrir la humillación, porque así aprendí tus preceptos.
Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata.
Yo sé que tus juicios son justos, Señor, y que me has humillado con razón.
Que tu misericordia me consuele, de acuerdo con la promesa que me hiciste.


Evangelio según San Marcos 8,11-13.

Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 

1.- Gn 4, 1-15.25

1-1. VER MARIA SOLEMNIDAD LECTURA 1 


2.- St 1, 1-11

2-1.

La carta de Santiago que empezamos hoy es una especie de antología del Antiguo Testamento. Se atribuye a "Santiago, el hermano del Señor", es decir, un familiar próximo de Jesús. Es, ciertamente, un cristiano de origen judío, que, como los mejores fariseos, continúa siendo muy celoso de la Ley y de las obras.

-Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo...

¿Podría mi nombre encabezar esa fórmula? ¿Soy servidor o servidora de Dios y de Jesús?

-Considerad como un gran gozo, hermanos, el estar rodeados por toda clase de pruebas.

De entrada, nos encontramos con el clima de las bienaventuranzas «Felices...» «Los que lloran, los perseguidos, los que sufren las pruebas». No nos quedemos sólo con la segunda parte. Se trata ante todo de felicidad, de dicha y gozo perfectos.

A su vez, san Francisco de Asís, después de Jesús y de Santiago, tomará de nuevo ese tema y propondrá la «dicha» perfecta a los que sufren. Aprovecho esta ocasión para reconsiderar mi vida bajo este aspecto: Jesús quiere mi «felicidad», Jesús me quiere «dichoso».

«A fin de que mi gozo esté en vosotros, y de que vuestro gozo sea colmado» (Juan 15, 11) ¿Qué emana de mi vida? ¿Gozo o tristeza?

-La calidad probada de nuestra fe produce la perseverancia.

Incluso humanamente hablando, una de las más grandes virtudes es la constancia, perseverar... aguantar, no estar con los brazos caídos, ¡permanecer en pie! Ante ese ideal, Señor, me siento débil e incapaz. Pensando en mis propias pruebas, en mis responsabilidades, te ruego, Señor, que seas mi fuerza y mi perseverancia.

-Esta perseverancia ha de ir acompañada de una conducta perfecta, exenta de todo defecto.

Se encuentra aquí el ideal, tan hermoso en el fondo, del "justo", del «fariseo». Como aspiración, como deseo, es admirable. El judaísmo ha preparado tales almas, sedientas, de perfección y de absoluto. Y Jesús ha dicho también «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».

La santidad de Dios es exigencia de semejanza. El amor de Dios es exigencia de similitud.

Señor, solo, no puedo...

Contigo, Señor, lo intentaré... Sé que no dejarás que me caiga, que tu mano estará siempre a punto para ayudarme y para levantarme de nuevo...

-Si alguno de vosotros está falto de «sabiduría», que la pida a Dios; pero que la pida con fe, sin vacilar...

Ideal del Antiguo Testamento: la «Sabiduría», Jesús es Sabiduría de Dios. No es una conquista orgullosa fruto de una tensión de la voluntad... es una gracia que ha de ser acogida con un corazón abierto, receptivo; es un don que hemos de pedir insistentemente en la oración.

-Porque el que vacila es semejante a las olas del mar agitadas por el viento.

La inconstancia, la falta de perseverancia, la vacilación, son la imagen contraria de lo expuesto anteriormente.

-Que el hermano de condición humilde se gloríe en su exaltación...

Y el rico, en su humillación, porque pasará como flor del campo...

Este será uno de los temas de toda la carta de Santiago.

Comentario poético y riguroso del evangelio... y particularmente de las bienaventuranzas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 68 s.


2-2. /St/01/01-18

La carta atribuida a Santiago (cf., por ejemplo, Mt 13,55; 27,56; Gál 1,19) aparece como un mosaico o concatenación de temas diversos. El primer eslabón representa el comienzo, y el último indica el final, de modo que la carta carece prácticamente de prólogo y de epílogo. El autor, cualquiera que sea, se presenta más como predicador que como hombre preocupado por cuestiones teóricas. Se le adivina apoyado sólidamente en la fuerza de una lógica precisa y contundente: de aquello que uno cree se deduce con inexorable claridad lo que hay que hacer. Si de verdad crees eso, tienes que comportarte de esta forma determinada. La evidencia de sus razonamientos se apoya en la vida misma, que es su fuente. De este modo, se pone de manifiesto sin la menor sombra de duda cómo la fe probada se aquilata, al tiempo que robustece al creyente mismo (vv 2s). La firmeza, en coherencia consigo mismo, llevará al creyente a una manera perfecta de actuar (4). ¿Quién no ve que la sabiduría es un don y, por tanto, viene de Dios? Si es un don de Dios, hay que pedirlo para alcanzarlo. Pero es preciso pedirlo con fe, sin dudar de que será concedida.

No tiene sentido pedir algo a Dios si se duda de que lo conceda (5-7).

La fugacidad y caducidad de la vida: «El rico se marchitará... como flor de heno»; también, aunque no lo diga, pasará «el hermano pobre» (9-11). «La corona de la vida» se promete «al hombre que resiste la prueba» (12). De hecho, el predicador anima a luchar contra la tentación. Pero ¿qué será de los débiles que sucumban a la tentación? De éstos, ni una palabra. Es un ejemplo de la innata habilidad de los predicadores, que tratan de atraer la atención de los oyentes hacia lo que les interesa. Evidentemente, nadie debe decir que es tentado por Dios (13-15). Predicar es un arte; pero la evidencia que implica corre el riesgo de escamotear cuestiones de fondo que tal vez no son tan teóricas como podría parecer. Por ejemplo, ¿cómo se debe entender la realidad del hombre que «es tentado por sus propias concupiscencias»? Todo lo que es bueno y perfecto «viene de arriba», del padre de los astros, en el cual «no hay fases ni períodos de sombra», a diferencia de lo que ocurre con la luz del mundo.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 529 s.


3.- Mc 8, 11-13

3-1. TENTACION/MILAGROS

Es todavía hoy opinión común que los enemigos clásicos de Jesús fueron los fariseos. En todas las lenguas modernas, palabras como "fariseísmo" o "farisaico" significan falsedad e hipocresía.

Pero, considerando con atención los elementos históricos, no es muy probable que los miembros de esta secta religiosa hayan sido sistemáticamente hostiles al profeta de Nazaret, cuyas ideas estaban muy cerca de las suyas en muchos puntos. Los fariseos se convirtieron en el símbolo principal de la hostilidad anticristiana solamente en el último tercio del siglo primero.

Refiriéndose ahora al segundo evangelio, descubrimos que su autor no considera a los fariseos como los principales adversarios de Jesús, aunque los maltrata bastante. Esta relativa moderación de Marcos con respecto a los fariseos hace pensar en una fecha bastante anterior para su redacción; Marcos presenta a los fariseos como adversarios de Jesús en Galilea, mientras que fuera de ella tienen una parte mucho menos importante (10, 12; 12, 13).

Ahora bien, había un grave punto de fricción entre Jesús y los fariseos. El segundo evangelista pone muy de relieve esta diferencia, y por eso está muy preocupado en presentar a Jesús como hijo del hombre y no como mesías triunfal. Este presupuesto está presente en los relatos taumatúrgicos de nuestro evangelio.

Jesús hace milagros no para asombrar a la pobre gente, sino para informarle que la gran noticia se refiere realmente a su liberación total. Por eso los milagros se refieren siempre a la liberación del hombre: de la enfermedad, de la muerte, de la angustia.

Por el contrario, en la cristología farisea se insistía mucho sobre los aspectos triunfalistas del futuro Mesías. Este es el sentido de la pretensión de los fariseos, que le piden "que haga aparecer una señal en el cielo", o sea, una exhibición cósmica que obligue a obedecer a los espectadores al glorioso dictador celestial.

Jesús se encuentra entre la indignación y el estupor: "¿Por qué esta generación reclama una señal?" En el Nuevo Testamento la expresión "esta generación" denota siempre un juicio negativo (Mc 8, 38; 9,19; Mt 12, 39-45; 16,4; 17,17; Lc 9, 41; 11, 29; Fil 2, 15). El sentido temporal pasa a segundo plano, mientras que se subraya el contenido humano colectivo; quizá la traducción más cercana podría ser la expresión moderna: "esta gente". Jesús afirma en forma solemne que el poder salvífico de Dios no se manifestará a través de una exhibición fulgurante.

A través de los siglos las iglesias caerán constantemente en esta tentación "farisaica": buscar y ofrecer señales asombrosas que hagan callar a sus adversarios. Es curioso notar que esta tentación les viene a las iglesias en momentos crìticos de decadencia de su fe: no teniendo que ofrecer a los "otros" testimonios vivos y reales de desalienación, intentan callarles la boca mediante supuestos fenómenos sobrenaturales, muy lejos del espíritu de los milagros de Jesús, y muy cerca de los resultados de la moderna ciencia de la parapsicología.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1159


3-2. FE/SIGNOS:

Jesús nos da un signo... Con este leit motiv va a jalonar su relato Marcos. Todavía al pie de la cruz, se exigirá a Jesús que baje de ella para fundamentar con ese signo la fe en su misión.

Jesús debe ofrecer pruebas de sus pretensiones. Cuando reclaman un signo del cielo, los fariseos exigen que Dios dé directamente una prueba de la mesianidad de Jesús. Como representantes de la religión, deben pronunciarse, y quieren apoyar su opinión en hechos irrefutables. (...) No habrá más signo que la vida de este hombre. Este es el gesto que manifiesta que Dios actúa: la vida de un hombre. Ya en la mañana del universo, Dios se había reconocido a sí mismo en la vida del hombre; la vida se había convertido en la imagen de Dios. Y hoy, en este hombre de Nazaret vuelve a encontrar Dios su primer retrato. No se dará otro signo que la obediencia del Hijo, es decir, una vida vivida, sin reticencias, bajo la inspiración del Espíritu. La vida de este hombre habla por sí misma, no requiere demostración alguna. Estos son los signos de los tiempos: un hombre que ama, que habla de perdón, que no acabará de romper la caña quebrada; un hombre que, en la cara a cara de la oración, llama "Padre" a Dios. (...) Un signo que es una vida de hombre, porque sólo el testimonio -la vida, quiero decir- puede ser la invitación, invención, promesa.

Dios no podía dar más signo de salvación que la vida entregada de su Predilecto, que llega hasta las últimas consecuencias del amor. Un signo, un testimonio: también nuestra vida de hombres puede serlo. Nuestra serenidad, en efecto, puede convertirse en palabra de esperanza. Nuestra constancia en buscar el bien puede atestiguar nuestra fidelidad a la llamada recibida. Nuestra sencillez puede manifestar ya que todos participamos del mismo Espíritu. ¿Qué este signo es muy modesto? Pero tened en cuenta esto: Dios no puede dar otro, pues desde el primer día se identificó con la vida.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 238 s.


3-3.

Los fariseos permanecen allí: se diría que cuantos más milagros hace Jesús, ¡menos aceptan creer7

-Los fariseos se pusieron a discutir con Jesús... para probarle...

Se han bloqueado a priori. No vienen para aclarar las cosas, para discutir noblemente... sino para "tender un lazo", para "tentar". La palabra griega usada por Marcos es la misma de la tentación en el desierto: "fue tentado por Satanás" (Mc 1, 13) "Los fariseos le interrogan para tentarle." Jesús pues conoció esto... Estar rodeados de gentes que quieren perdernos, que buscan hacernos dar un paso en falso, que espían nuestros errores o imperfecciones naturales para ponerlos en evidencia.

Recientemente, queriendo exaltar la perfección divina de Jesús, se han minimizado las tentaciones de Jesús, reduciéndolas a algunos pocos momentos de su vida y sobre todo considerándolas como muy exteriores a su conciencia íntima.

Ahora bien, constatamos que la "tentación" fue constante en su vida. Jesús ha tenido que estar a menudo en estado de alerta, de combate, de debate interior.

-Le pedían una "señal del cielo" ¡Ahí está! Es la misma tentación grave del desierto: "haz que estas piedras se conviertan en panes... échate abajo desde lo alto del Templo..." La misma tentación renace en la conciencia de Jesús: "¡Muestra quién eres! ¡Haz milagros! ¡Pon en obra tu poder divino! ¡Fuerza a las gentes a creer en ti!" Esta tentación, toda proporción guardada, acerca Jesús a nosotros: gracias, Señor, de haber conocido esto.

San Pablo, en la epístola a los Filipenses, 2, 5, aclara este debate interior de Cristo. "El, que siendo de condición divina no conservó codiciosamente el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres..." Y es también la misma tentación en la agonía de Getsemaní: "que se aleje de mí este cáliz"... es la tentación de rechazar la vía de la cruz como medio de Salvación, es la tentación de salvar el mundo por medios más fáciles y menos costosos: "Vamos, danos una señal del cielo".

Cada vez que quisiéramos en nuestras vidas suprimir las dificultades, nos encontramos con esta misma tentación.

-Jesús suspiró profundamente y dijo...

Ya hemos encontrado este "suspiro" en la curación del "sordo tartamudo" (Mc 7, 34). Hay que procurar imaginar este "gemido", esta queja expresada como en el desaliento: "¡No llegarán nunca a comprender!"

-¿Por qué pide señales esta generación? Jesús acaba de hacer unos "signos", acaba de alimentar a 4.000 hombres con 7 panes ¡y con los restos se llenaron 7 canastas!

Confesemos que un tal endurecimiento del corazón, una ceguera semejante es descorazonante.

"Esta generación", esta expresión, en la boca de Jesús es un término de condenación, que hace alusión a la "generación del desierto" que contestó a Dios, que puso a Dios a prueba reclamando siempre nuevas muestras de poder divino.

"Cuarenta años me asqueó aquella generación... cuando me tentaron vuestros padres, a pesar de haber visto mis obras..." (Sal 95, 9-10).

-"En verdad os digo que no se le dará ninguna otra señal a esta generación." Y dejándolos, se embarcó de nuevo hacia la otra ribera del lago.

Gesto de decepción. Vayamos más lejos. Jesús sufre. Tiene delante de El unos corazones cerrados. Ni siquiera se puede discutir. Por lo tanto huyamos. Pasemos a la otra ribera.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 322 s.


3-4.

1. (año I) Génesis 4,1-5.25

a) Caín mata a Abel. Las consecuencias del pecado de Adán y Eva no se hacen esperar: se rompe la armonía de relaciones con Dios y entre los mismos seres humanos. El deterioro de la humanidad es evidente.

No sabemos cuál fue el motivo por el que Dios no miraba con buenos ojos las ofrendas de Caín y sí las de Abel. Los dos le ofrecían sacrificios. No parece que sea por el hecho de que Abel era pastor (más nómada) y Caín agricultor (más sedentario). Lo que pasa es que Dios actúa libre y gratuitamente. Como hará después tantas veces, no elige al primogénito o al que ha hecho más méritos, sino al más joven y más débil. Aunque también dialoga con Caín, cuando le ve abatido y le deja abierta una puerta: «Cuando el pecado acecha a tu puerta, tú puedes dominarlo». Aunque de alguna manera hay algo en Caín que le inclina al mal, Dios también vela por él.

No es importante que sea estrictamente histórica la escena: varios detalles suponen que se trata de una etapa más evolucionada de la humanidad, como el cultivo de la tierra y el pastoreo, y unas formas de sacrificio cultual que parecerían posteriores. Los cainitas (o quenitas) eran un pueblo cercano al hebreo, adoradores del verdadero Dios Yahvé. Con ellos se emparentaron por ejemplo Moisés y David. Tal vez se recoge aquí alguna tradición referente a este pueblo.

Lo decisivo es que esta muerte de un hombre a manos de su hermano es por desgracia una de las escenas más representativas de la maldad que hay en el corazón humano. Matar al hermano es el pecado que más expresa el odio, la violencia, la intolerancia. Desde entonces Abel será el representante de todos los que son víctimas de la envidia y la maldad ajena. Y Caín, prototipo de los que odian y matan a su hermano.

Dios defiende la vida humana y pide cuentas de la de Abel a su hermano: «La sangre de tu hermano me grita desde la tierra». Pero, a pesar de la respuesta un tanto insolente de Cam («¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?»), Dios también le protege a él: «El que mate a Caín lo pagará siete veces». Además, Dios concede a Adán y Eva otro hijo, Set: sigue la aventura de la humanidad.

b) Todos somos un poco Caín. Sigue existiendo la envidia y la intolerancia en nuestro mundo. Jesús -a quien sus enemigos envidiaron y llevaron a la muerte, como a Abel- nos enseñó a amarnos los unos a los otros, también cuando no coincidimos en carácter y cuando hay ofensas de por medio. Pero es lo que más nos cuesta: las relaciones con los que conviven con nosotros. Somos complicados, egoístas, susceptibles.

Por desgracia no han desaparecido los conflictos entre hermanos de una misma familia, entre ciudadanos de los diversos estamentos sociales -el pastor Abel y el agricultor Caín-, entre miembros de una comunidad religiosa o de una parroquia. Nuestra vida se parece más a esta página que a aquella otra ideal del Salmo 133: «Qué bueno y agradable es vivir los hermanos unidos». No llegaremos, es de esperar, a derramar la sangre del que no nos cae bien. Pero sí podemos tratarle con intolerancia o incluso con violencia, ignorarle, odiarle, hablar mal de él, catalogarle en nuestro archivo particular como indeseable: lo que a veces equivale a matarle moralmente.

Desde las primeras páginas de la Biblia -antes de que Cristo Jesús nos diera la consigna del amor fraterno- ya nos pide Dios cuentas de la sangre de nuestro hermano, o también de su fama, como nos hace decir el salmo: «Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre, esto haces ¿y me voy a callar? ¿crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara». Deberíamos oir en nuestro interior muy clara la voz de Dios: «¿Dónde está tu hermano?». Es de esperar que no contestemos como Caín.

Cuando antes de ir a comulgar nos damos la paz los unos a los otros, estamos prometiendo que, a la vez que crecemos en el amor a Cristo, queremos también crecer en el amor al hermano, perdonándole si es el caso. Es la mejor preparación para comulgar con «el entregado por todos».

1. (año II) Santiago 1,1-11

a) Empezamos hoy la lectura de la Carta de Santiago que nos acompañará durante dos semanas.

Aunque este escrito se conoce con el nombre de Santiago el pariente de Jesús y primer responsable de la comunidad de Jerusalén no es segura esta atribución porque ya conocemos la tendencia de los autores antiguos a ampararse bajo el nombre de alguien conocido y aceptado.

Es una carta de un cristiano muy conocedor y amante de la espiritualidad judía continuamente basada en citas del AT y dirigida a los cristianos convertidos del judaísmo y que ahora están esparcidos: «las doce tribus dispersas». Más que una carta es una exhortación homilética sobre el estilo de vida que deberían llevar los seguidores de Jesús. Sus consignas son muy concretas, sacuden el excesivo conformismo y son de evidente actualidad para nuestras comunidades de hoy como iremos viendo: la fortaleza ante las pruebas, la relatividad de las riquezas, la no acepción de personas.

Hoy iniciamos la lectura de esta carta, sin apenas prólogo, con una serie de consejos prácticos: saber aprovechar las pruebas de la vida, que nos van haciendo madurar en la fe; dirigir con confianza y perseverancia nuestra oración a Dios; no estar orgullosos precisamente de las riquezas, si las tenemos, porque son flor de un día.

b) Nos conviene escuchar estos consejos de sabiduría cristiana.

Las pruebas de la vida las deberíamos aceptar con elegancia espiritual, porque nos ayudan a purificarnos, a crecer en fe y a dar temple a nuestro seguimiento de Cristo. No se trata de que vayamos buscando sufrimientos, ni de que adoptemos una postura pasiva y resignada, sino de que ejercitemos nuestro aguante cuando vienen, sin exagerar posturas trágicas y depresivas. El salmo recoge este valor de las pruebas de nuestra vida: «Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos; tus mandamientos son justos, con razón me hiciste sufrir». Desde luego, es difícil lo que pide Santiago: ¿quién llega a alegrarse de las pruebas de la vida?

Una de las cosas que más podemos pedir a Dios en nuestra oración es la verdadera sabiduría: «En caso de que alguno de vosotros se vea falto de acierto, que se lo pida a Dios». Cuántas veces en nuestra vida debemos tomar decisiones, personales y comunitarias, y experimentamos la dificultad de un buen discernimiento. Santiago nos invita, en estos casos y cuando nos vienen las pruebas, a orar con fe, sin titubear. Recordamos la escena de Pedro que se lanzó al agua para acercarse a Jesús, pero dudó y se empezó a hundir: le salió espontánea una oración breve y humilde: «Señor, sálvame».

Esta verdadera sabiduría la aplica la carta a un tema que se repetirá después: los ricos no tienen por qué estar demasiado orgullosos, porque no hay cosa más efímera que la riqueza. Santiago no duda en decir que el de condición humilde tiene una «alta dignidad», mientras que la del rico es una «pobre condición», al contrario de lo que este mundo insiste en decirnos; nos hace bien relativizar las cosas exteriores y llamativas.

2. Marcos 8,11-13

a) A Jesús no le gusta que le pidan signos maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía echarse del Templo abajo para mostrar su poder.

Sus contemporáneos no le querían reconocer en su doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos. Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del cielo. El buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.

b) ¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el Enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día. ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le haríamos «suspirar» también nosotros, quejándose de nuestra actitud.

Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes Pan y Vino de la Eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el Pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia.

Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfió él de que «esta gente» pida «signos del cielo» y no le sepa reconocer en los signos sencillos de cada día.

«¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (1ª lectura, I)

«Te sientas a hablar contra tu hermano: esto haces ¿y me voy a callar?» (salmo, I)

«Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala como aceptaste los dones del justo Abel» (plegaria eucarística I)

«El cristiano de condición humilde esté orgulloso de su alta dignidad» (1ª lectura, II)

«Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos» (salmo, Il)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 156-160


3-5.

Primera lectura: Santiago 1, 1-11: Al ponerse a prueba su fe, les dará aguante, y serán perfectos e íntegros.

Salmo responsorial: 118, 67.68.71.72.75.76: Cuando me alcance tu compasión, viviré, Señor.

Evangelio: Marcos 8, 11-13: ¿Por qué esta generación reclama un signo?

En este texto bíblico se nos relata cómo Jesús, frente a la necesidad de los fariseos de recibir una señal del cielo para creer en él, se lamenta, y asegurándoles que no se realizara señal alguna se aleja de ellos.

En un modelo de sociedad donde manda quien tenga más poder, la mejor manera de ganar adeptos es hacer gala del poder que se posee. Los fariseos quieren medir la capacidad de Jesús para realizar actos milagrosos, pero lo que Jesús considera un milagro no llenaría la expectativas de ellos.

Jesús no acepta el reto de los fariseos, no les hace el juego, no se pliega a sus exigencias; prefiere perderlos como integrantes de su grupo, porque, al fin y al cabo, su Reino es de los pequeños.

La actitud de Jesús debe ser considerada como una negación al poder. No tiene afán de convencer a quienes miden la grandeza de las personas por su capacidad de mando y de dominio. Jesús con sus actos siempre quiso demostrar cómo la entrega y el servicio, dentro de un marco de amor-misericordia, son los principales requisitos para llamarse seguidores de Dios. El no habló de un Dios que ostenta poderío y que está del lado de los fuertes, habló de un Dios que acompaña y apoya a los débiles y a los explotados.

Llamarse seguidores del Reino que propuso Jesús, es entregarse a la causa de la fraternidad universal, que pasa por favorecer a los empobrecidos, los que son considerados por la sociedad actual como poco importantes, carentes de valor, de poderío. La propuesta de Jesús es grandiosa por la exigencia que hace a nuestra humanidad de vivir en continuo compromiso con la misericordia, lejos de todo orgullo, ambición de riquezas o deseo de mando.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

Génesis 4, 1-6a: ¿Dónde está mi hermano?

Salmo responsorial: 49, 1 y 19-21

Marcos 8, 11-13: ¿Por qué piden una señal?

"Señor, en aquella rama hay un cuervo. Sé que tu majestad no puede rebajarse hasta mí. Pero necesito una señal. Ordena a ese cuervo que emprenda el vuelo. Así sabré que no estoy solo en el mundo. Y observé al pájaro. Pero siguió inmóvil. Me incline de nuevo sobre la roca. Señor, tienes razón. Tu majestad no puede ponerse a mis órdenes. Si el cuervo hubiera emprendido el vuelo, yo me sentiría triste aún, porque este signo lo habría recibido de alguien igual a mí mismo; sería el reflejo de mis deseos. Y de nuevo me habría encontrado en mi propia soledad. En aquel preciso instante, mi desolación se convirtió en una inesperada alegría" (A. de Saint-Exupery). Posiblemente muchos de nosotros todavía andamos, en el fondo de nuestro corazón, a la búsqueda de un signo, del signo, que nos confirme definitivamente en la fe. Es que la duda nos hace temblar a veces. Sentimos el poder de los opresores. Experimentamos la injusticia. Y nos preguntamos si será que este mundo es así, que no tiene remedio. No son malas estas dudas cuando al final, como al autor de nuestro cuento, nos invitan a crecer en la fe y en la esperanza. Lo malo es cuando queremos desafiar a Dios. Lo malo es cuando queremos hacer de él un juguete en nuestras manos. Ningún signo que hiciera sería suficiente para satisfacer nuestras exigencias.

Cuando eso sucede, Dios sencillamente desaparece de nuestras vidas. Sólo cuando le aceptamos como es, vuelve a aparecer y nuestra desolación se convierte en alegría.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-7.

El sacrificio de Abel

I. Lo mejor de nuestra vida ha de ser para Dios: lo mejor de nuestro tiempo, de nuestros bienes, de toda nuestra vida, incluyendo los años mejores. No podemos darle lo peor, lo que sobra, lo que no cuesta sacrificio o aquello que no necesitamos. Para el Señor toda nuestra hacienda, pero, cuando queramos hacerle una ofrenda, escojamos lo más preciado, como haríamos con una criatura de la tierra a la que estimamos mucho. Dar agranda el corazón y lo ennoblece; de la mezquindad acaba saliendo un alma envidiosa, como la de Caín, quien no soportaba la generosidad de Abel, como nos lo relata el Génesis (4, 1-5, 25) Para Ti, Señor, lo mejor de mi vida, de mi trabajo, de mis talentos, de mis bienes..., incluso de los que podría haber tenido. Para Ti mi Dios, todo lo que me has dado en la vida, sin límites, sin condiciones... Enséñame a no negarte nada, a ofrecerte siempre lo mejor.

II. Para Dios, lo mejor: un culto lleno de generosidad en los elementos sagrados que se utilicen, y con generosidad en el tiempo, el que sea preciso –no más-, pero sin prisas, sin recortar las ceremonias, o la acción de gracias privada después de la Santa Misa, por ejemplo. El decoro, calidad y belleza de los ornamentos litúrgicos y de los vasos sagrados expresan que es para Dios lo mejor que tenemos. La tibieza, la fe endeble y desamorada tienden a no tratar santamente las cosas santas, perdiendo de vista la gloria, el honor y la majestad que corresponden a la Trinidad Beatísima. “Contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: “Opus enim bonum operata est in me” –una buena obra ha hecho conmigo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino)

III. Cuando nace Jesús, no dispone siquiera de la cuna de un niño pobre. Con sus discípulos, no tiene dónde reclinar su cabeza. Morirá desprendido de todo ropaje, en la pobreza más extrema; pero cuando su Cuerpo exánime es bajado de la Cruz y entregado a los que le quieren, éstos le tratan con veneración. En nuestros Sagrarios, Jesús esta ¡vivo! Se nos entrega para que nuestro amor lo cuide y lo atienda con lo mejor que podamos, y esto a costa de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestro esfuerzo: de nuestro amor. Pidamos a la Santísima Virgen que aprendamos a ser generosos con Dios, como Ella lo fue, en lo grande y en lo pequeño, en la juventud y en la madurez, en fin, lo mejor que tengamos en cada momento y en cada circunstancia de la vida.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-8.

Uno de las ideas del fariseismo era el que esperaban un Mesías “triunfalista” en donde los milagros no fueran el signo de la liberación del hombre del pecado, del dolor y de la angustia, sino el signo del poder de Dios sobre sus enemigos. Por ello san Marcos tiene siempre presente en su evangelio presentarnos la correcta imagen de Jesús. Los fariseos quieren una señal prodigiosa… El problema es que ya se las ha dado pero no la han reconocido. Esta actitud se mantiene aun en muchos cristianos, que continúan buscando un “super Mesías” que sea capaz de cumplir todos sus caprichos. Un Mesías que les resuelva la vida a base de milagros y hechos prodigiosos. Son hermanos que siempre andan a la caza de milagros, de apariciones, de todo lo que suena a “extraordinario”. Debemos recordar que nuestro Mesías, Jesús, el Hijo de Dios, se manifiesta de manera discreta en medio de nuestra vida y que ha escogido precisamente lo débil para confundir a los poderosos. ¿Seremos todavía de los que piden a Jesús una señal para creer o para amarlo?

Ernesto María, Sac.


3-9. CLARETIANOS 2003

¿Cómo estáis? Espero que la Palabra de esta sexta semana del tiempo ordinario nos haga encontrarnos en el Dios que nos convoca, aquí y en todos los lugares donde se quiera escuchar su Voz.

La Iglesia nos invita a recordar con libertad este lunes, 17 de febrero, a Los siete santos Fundadores de la Orden de los Siervos. Siervos de María. Servitas. Siete amigos que supieron valorar la amistad de Dios y que encontraron gracia a sus ojos. Siete apasionados de la Madre de Dios y nuestra. Siete hermanos, no de carne y sangre, sino de espíritu y verdad, que secundaron la acción del Espíritu en sus vidas para realizar una gran obra y superar las miserias de todo ser humano.

Quizá Caín tenía que haber sabido de ellos antes de dejarse llevar de su miseria. Quizá.

Porque la lectura del Génesis hoy nos hace pensar tanto en la bondad y en las grandezas de los seres humanos, como en sus miserias. Todo junto. ¡Qué complicación! ¡Cuánto Caín en tanto Abel! ¡Cuánto Abel en tanto Caín!

Es fácil caer en al tentación de dividir el mundo en buenos y malos, aunque ahora nos cueste saber quiénes son los unos y quiénes son los otros. De todos modos nos gustaría separar con claridad a los seres humanos en “caínes” y “abeles”.

Pero llegó Jesús y nos invitó a mirar de otro modo. Un poco más cerca de la forma que tiene Dios de ver las cosas de este mundo.

Y aquí estamos, enmarañados en busca de claridades y de signos ¿Estaremos poniendo a prueba a Jesús, como los fariseos del evangelio de hoy? Por si acaso vamos a ponernos a caminar en justicia y humildad con todos los seres humanos, nuestros hermanos. Es decir, vamos a apreciar lo bueno de los otros, esparcido entre sus miserias, como nos ocurre a todos. Así podremos contestar al Dios que nos pregunta si hemos visto lo que hay de “Abel” en cada ser humano, nuestro hermano.

Señor, que aprendamos a ofrecerte nuestras primicias y nos alegremos cada día de las primicias que te ofrecen los otros, de distinto modo que nosotros.

Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)


3-10. COMENTARIO 1

v. 11 Salieron los fariseos y empezaron a discutir con él, exigiéndole, para tentarlo, una señal del cielo.

En vista del éxodo liberador propuesto por Jesús en favor de los paganos (8,1-9), exigen de él una señal espectacular, una intervención divina extraordinaria que legitime y avale su pretensión mesiánica (cf. Sal 78,24; 105,40). Quieren una señal del cielo como las que realizó Moisés en el éxodo, liberadora para Israel y destructora para sus enemi­gos (Dt 6,22; 7,19; 11,3). Sólo admiten un Mesías nacionalista. Las señales de Dios son las de su amor a todos los hombres (4,10: «el secreto del Reino»); ellos, en cambio, piden una señal de poder en favor de Israel y en contra de los paganos. No conciben un Dios que no discrimine entre los pueblos.

La observación del evangelista: para tentarlo pone en relación la peti­ción de los fariseos con la tentación del desierto (1,13: «tentado por Satanás») indicando que pretenden que Jesús asuma el papel de un Mesías de poder. Quieren desviarlo de su línea. Hay dos programas contrapues­tos: el de la entrega-amor y el del dominio-poder.



v. 12 Dando un profundo suspiro, dijo: «¡Cómo!, ¿esta generación exige una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal».

Dando un profundo suspiro expresa Jesús su pena y su tristeza; es el mismo sentimiento que tuvo ante la obcecación de los fariseos en la sina­goga («apenado»). Siguen igual.

El dicho de Jesús es solemne (Os lo aseguro) y su negativa rotunda. El término generación es técnico y se refería en el judaísmo particularmente a tres generaciones: la del diluvio, que pereció en las aguas; la del desier­to, que por su infidelidad no llegó a la tierra prometida (Sal 95/94,10-11), y la del Mesías. Jesús se enfrenta con esta última, cuyo exponente son los fariseos; es el pueblo que debía acompañar al Mesías en su éxodo, pero no lo hace porque Jesús no asume el papel de Mesías nacionalista y vio­lento. Es infiel como la del primer éxodo.



v. 13 Los dejó, se embarcó de nuevo y se marchó al otro lado.

Ante el rechazo del judaísmo, representado por los fariseos, Jesús se embarca de nuevo. La escena que sigue se desarrolla en la travesía desde tierra judía (Dalmanuta) a tierra pagana (el otro lado, Betsaida).

El olvido de los discípulos está en relación con la escena anterior. Querían coger panes en tierra judía (Dalmanuta), o sea, en el plano figurado, llevar consigo la doctrina del judaísmo. Su experiencia en tierra pagana no ha cambiado su mentalidad; el breve contacto con el judaísmo en Dalmanuta ha reavivado en ellos el sentimiento de la superioridad judía y el deseo de un mesianismo de poder. Según ellos, la base para compartir con los paganos tienen que ser los panes (los principios) ju­díos.

COMENTARIO 2

El texto bíblico nos pone frente a la negativa de Jesús de manifestarle a los fariseos los signos y los milagros que él hacía en medio de la gente sencilla y pobre del pueblo. Jesús sabía que los fariseos jamás entenderían su actuar, ni el acto liberador de su ministerio.

Jesús sabe que el proyecto del Reino de Dios no debe basarse en el poder ni en los portentos extraordinarios, antes por el contrario, para que el Reino llegue a su máxima expresión es necesario que se geste en la sencillez, en lo ordinario de la vida y en el anonimato.

Abiertamente Jesús, con la actitud que toma frente a los que le ponen a prueba, se está negando al poder de dominio. Sabe que la vía para que Dios acontezca en la vida de los sencillos, no es el protagonismo ni el demostrar poder para quedar bien frente a los que lo detentan.

El proyecto de Dios se da en otra esfera y con otros parámetros. La misericordia y el amor son las formas más concretas y reales para que el plan-proyecto de Dios sea asumido por los que escuchan la palabra de Jesús y para los que vieron su actuar coherente con esa misma palabra.

El Reino de Dios no tiene por qué favorecer a los grandes de esta tierra y de esta historia. El Reino de Dios siempre tiene que estar al servicio de los pequeños, de los que no tienen poder, de los que no tienen autoridad ni voz en este mundo convulsionado. Por eso también nosotros estamos llamados a abandonar el poder, las estructuras de poder en las que estamos montados, siendo capaces de vivir los valores del Reino en nuestra vida y con todas sus consecuencias.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. DOMINICOS 2003

Nuestra pregunta por el otro
Caín y Abel son los nombres con que designamos a la primera generación nacida de Adán y Eva con sus oficios de sembrador y pastor.
Y son también en la historia religiosa de los pueblos los símbolos del “hombre bueno” que se ofrenda a sí mismo por los demás y del “hombre asesino de su hermano”.
En sus personas tenemos encarnadas la bondad y la maldad, dos fuerzas siempre en tensión y al acecho de los corazones humanos.
Resulta manifiesto que la Iglesia, al ponerlas hoy ante nuestros ojos en su liturgia, lo hace pensando en que todos y cada uno revisemos nuestra interioridad y nos examinemos en el “amor al otro” que es nuestro hermano.
Si somos sinceros, habremos de reconocer que todos, sin excepción, tenemos algo que nos hace recordar al pobre Caín mordido por la envidia y el egoísmo. ¿Tendremos también, por gracia, otra parte que nos asemeje al noble Abel?
Sírvanos de ejemplo en el camino de la fidelidad los Siete Santos Fundadores, Siervos de María: Buenhijo, Bartolomé, Juan, Benedicto, Gerardino, Ricóvero y Alejo. Ellos, como grupo de laicos florentinos penitentes en el siglo XIII, unieron el trabajo profesional de comerciantes a otra comunión de intereses espirituales en los que resplandeció su actitud de:

-varones religiosos en medio del mundo, desde su honestidad profesional,

-varones religiosos que asumieron un tipo austero-penitencial de vida por el Reino,

-varones religiosos abiertos al servicio de pobres y marginados,

-varones religiosos orantes y disponibles, en manos y por mediación de María.
Pidamos al señor que, mirándonos todos en el espejo de su ejemplo, nos preguntemos cada día por “nuestro hermano pobre, desvalido, enfermo” y nos ofrezcamos a ser su ayuda, compañía y amistad. Amén.

Palabra que hiere y cura
Libro del Génesis 4, 1-15.25:
“Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel. Abel fue pastor de ovejas, y Caín trabajaba en el campo.
En tiempo de las cosechas, Caín ofrecía al Señor como ofrenda los frutos del campo; y Abel ofrecía las primicias y la grasa de las ovejas.
El Señor se complació en el espíritu de Abel y en su ofrenda, y no se complació en el espíritu de Caín ni en su ofrenda; por lo cual Caín se enfureció y andaba abatido.
Un día el Señor habló a Caín: ¿Por qué te enfureces y andas abatido? Mira, si obraras bien, estarías animado; pero si no obras bien, el pecado acechará a tu puerta, vendrá por ti, y no podrás dominarlo.
A pesar de ese consejo, Caín dijo a su hermano: Vamos al campo. Y cuando estaban en el campo, atacó a su hermano y lo mató.
Luego se oyó la voz del Señor: Caín, ¿dónde está tu hermano Abel?... ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra...”
Con cuatro pinceladas, el autor sagrado ha pintado un cuadro tenebroso: el de las pasiones humanas, el de las inclinaciones torcidas que, desde el principio de la “conciencia humana”, está regando la tierra con sangre. ¿Qué podemos hacer?
Evangelio según san Marcos 8, 11-13:
“En aquel tiempo, estando Jesús a la orilla del lago, se presentaron unos fariseos y se pusieron a discutir con él.
Para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.
Jesús, exhalando un profundo suspiro, habló así : ¿Por qué esta generación reclama un signo?
Y les dijo: Os aseguro que no se le dará un signo [nuevo] a esta generación. Y, dejándolos se embarcó y se fue a la otra orilla”.
Todos queremos “signos” para consolidar o decidir nuestras posturas. Pero unos queremos hallarlos, descubrirlos, dejarnos sorprender por ellos, acogerlos con amor. Otros, como los fariseos de hoy, quieren “signos a la carta”, a su medida, a su antojo. ¡Qué lamentable error es el de cambiat el plan de Dios por el nuestro!

Tiempo de reflexión
¿Dónde está tu hermano Abel?
 La narración del Génesis nos coloca ante las consecuencias que, desde el principio de la humanidad, han tenido las actitudes de pecado: envidia, odio, muerte; y también ante la complacencia de Dios por las obras buenas de sus hijos.
Pero hemos de reconocer que el texto, leído y tomado literalmente, es tan escueto e incompleto que a algunos puede generarles notable confusión.
Por eso, hemos variado un poquito el giro literario: donde decía –sin explicación- que Dios “se fijó” en la ofrenda de Abel y “no se fijó” ni en la persona ni en la ofrenda de Caín, hemos dicho que ‘Dios no se complació en el espíritu de Caín”. Tratamos así de evitar el que Dios aparezca como un ser humano caprichoso y veleidoso. A Caín le faltó ‘espíritu’, y en Abel el ‘espíritu’ fue de bondad.
¿Qué faltaría entonces en el texto original?
Faltaría decir que la ofrenda de Caín no llevaba en la bandeja amor sino mal humor, no llevaba agradecimiento filial sino cierto egoísmo que se resiste a la generosidad y al compartir. Si no, ¿cómo entender esas reacciones de violencia y muerte que acaban cegando su mente y le llevan a la ruina?
Interrogante: Dios nos pregunta hoy: vuestro hermano, tuyo y mío,¿dónde está?
¿No tenemos todos un poco de Caín?
Lo tenemos. Podemos comprobarlo examinándonos a fondo: cuando envidiamos en vez de alegrarnos del bien ajeno, e incluso lo destruimos; cuando no reconocemos la bondad de los demás y nos cegamos en nuestros intereses egoistas; cuando nos amargamos la vida y no nos comunicamos con los demás, porque son “buenos”, o porque “los despreciamos”, o porque son “pobres”...
¡Qué gran problema tenemos en la humanidad con miles de niños que mueren de hambre, con drogadictos que caminan hacia la muerte, con familias que se separan y persiguen, con las desigualdades crecientes motivadas por las injusticias...!¿Dónde están nuestros hermanos?


3-12.

San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la Iglesia
Sermón 126, 3-4

“¿Por qué pide esta generación una señal?” (Mc 8,12)

Aquí vemos dos cosas: por una parte las obras divinas y por otra, un hombre. Si las obras divinas no pueden ser realizadas sino por Dios, ¡presta atención y mira si acaso Dios se esconde en este hombre! Sí, ¡estate atento a lo que ves y cree lo que no ves! Aquel que te ha llamado a creer no te ha abandonado a tu suerte; incluso si te pide creer lo que no ves, no te ha dejado sin ver algo que te ayuda a creer lo que no ves. ¿La misma creación ¿es un signo débil, una manifestación débil de creador? Además, aquí lo tienes haciendo milagros. No podías ver a Dios, pero podías ver al hombre, pues Dios se hizo hombre para que sea una sola cosa aquello que tú ves y que tú crees.


3-13. Los fariseos piden una señal

Fuente: Catholic.net
Autor: Marco Antonio Lome

Reflexión:

Este pasaje del evangelio nos delinea la actitud de los fariseos ante el mensaje de Jesús y quizás de muchos hombres de nuestro tiempo: piden una señal para creer.

¿Sabes por qué Jesús no le dio la señal que le pedían? Primero, porque conocía lo que había en sus corazones: “querían ponerlo a prueba”; y segundo porque sabía que aunque obrase una “señal” no creerían en él. ¡Cuántos milagros ya había hecho: curaciones, multiplicación de panes, caminar sobre las aguas...! Y encima, pedían una señal del cielo. Eran tardos de corazón, su soberbia les cegaba, la vanidad les entorpecía y el egoísmo les estorbaba para reconocer en Él al Mesías, al Hijo de Dios. Jesús tenía como señal la cruz y la fuerza del amor. ¡Pobres hombres! El momento de gracia se les fue cuando Jesús se fue a la orilla opuesta... Posiblemente, desde entonces, su corazón quedó insatisfecho, marchito... ¡Sólo por no creer en Jesús con una fe viva y sencilla! ¡Dichosos los que creen sin haber visto! Esto era lo que más le dolía a Cristo. Venía a los suyos y no le recibían.

Tal vez hoy, muchos hombres piden “señales” a Dios para creer. Pero Dios tiene sus caminos. La cruz de Cristo sigue pesando en los hombros de todos los hombres y en particular en los de todos los cristianos. Unos la abrazan con fe y amor y son felices; otros quieren un Cristo sin cruz, hecho a la medida de sus comodidades y placeres, le gritan que si baja de la cruz creerán... Pero no existe ese Cristo. No creen en Jesús... Ojalá que cuando llegues al cielo, Cristo te diga: ¡Dichoso tú que has creído!


3-14. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Es normal en Marcos que los fariseos aparezcan de improviso para confrontar a Jesús. El lugar de la controversia es Dalmanuta, algún lugar de la Galilea. Aunque estamos ante una controversia, no se explicitan las razones que la originaron. Lo que si sabemos es que los fariseos quieren probar a Jesús exigiéndole una señal del cielo. De señales del cielo se habla normalmente en contextos apocalípticos (Lc 21,11.25; Ap 12,1.3; 15,1). Lo que piden los fariseos es que Dios testifique de alguna manera la autoridad de su profeta.

En este sentido tendríamos que hablar de una diferencia entre milagro y señal, en cuanto son muchos los milagros realizados por Jesús que no han colmado las expectativas de los fariseos, ahora por tanto exigen una señal directa de Dios. En el AT Dios realizó “signos y prodigios” para acreditarse como el Dios de Israel, liberándolo de la esclavitud de Egipto y llevándolo a través del desierto a la tierra prometida. La exigencia a Jesús implica también cierta credibilidad por parte de los fariseos, pues no a cualquiera se le piden además de milagros, señales del cielo. Hay que notar además, que la exigencia de un signo compromete a Dios, y por tanto, puede presentarse como una tentación. Es obligar a Dios a satisfacer las exigencias caprichosas de los seres humanos.

Ya en las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-10) había quedado claro que no es esta la manera como se revela Dios. Los fariseos no entienden que Jesús mismo es el signo que piden; que todo lo que ha dicho y hecho son los signos que lo revelan como el Hijo de Dios. En Jesús ha comenzado el Reino de Dios. Ante tanta sordera y ceguera, Jesús suspira por la incredulidad de unos hombres incapaces de ver a Dios en su palabra y sus obras. La respuesta de Jesús comienza con una pregunta denominando a sus adversarios como “esta generación”. esta expresión, tiene en el AT una connotación negativa. Así se le llama a la generación del diluvio (Gen 7,1), a la generación de Moisés (Sal 95,10) o a la generación desobediente y dura frente a las exigencias de Dios (Jer 8,3). También en el Nuevo Testamento denota un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; Flp 2,15).

Jesús continúa su respuesta con la fórmula “en verdad les digo”. La expresión “en verdad” reproduce la palabra hebrea “amén”, que significa “firme” pero que generalmente era utilizada para responder afirmativamente a la palabra de otra persona. También el significado de “así es”. Por eso, cuando Jesús dice estas palabras, su enseñanza adquiere una firmeza singular. Aquí la aseveración es clara y tajante: a esta generación, la que como los fariseos no quiere creer en la revelación personal del Dios de la vida, no se le dará ninguna señal, porque su problema es la incredulidad, y a quien no quiere creer no hay señales que valgan. Jesús no soporta la exigencia de un signo de parte de Dios estando precisamente frente al signo, por esto, decide dar la espalda a las autoridades judías e irse a la “otra orilla”, es decir, volver a tierras paganas.


3-15. DOMINICOS 2004

La fe se prueba en la paciencia

Comenzamos hoy la lectura de unas de las Cartas llamadas ‘apostólicas’. Es la que firma Santiago, y resulta muy conocida, pues muchas veces se sirven de ella la liturgia y la teología para mostrar cómo fe y obras, espìritu y letra, gracia y trabajo, han de estar unidas en cualquier proyecto auténtico de salvación.

El punto inicial de esta Carta nos pone en guardia, amonestándonos sobre el posible engaño de entender la vida en fe como un paseo triunfal por la vida, sin dificultades a superar. Como si quien recibe el don de la fe ya lo tuviera todo seguro y fácil.

La verdad no es ésa. La fe, aunque sea don de Dios al hombre, queda sometida, como las cualidades humanas, a pruebas de fidelidad, perseverancia, paciencia. Sólo quien en el día a día de su existencia sepa mantener su dignidad de hijo, creyente, sufrido, vencedor de los obstáculos que asaltan a la condición humana, llega a la perfección en su entrega a los demás y a Dios.


La luz de la Palabra de Dios
Carta de Santiago 1, 1-11:
“Hermanos, que el colmo de vuestra dicha sea pasar por toda clase de pruebas.

Sabed que al ponerse a prueba vuestra fe, esto os hará pacientes. Y si vuestra paciencia llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros.

Si alguno de vosotros está falto de sabiduría, que se la pida a Dios que da a todos generosamente, y sin echarlo en cara. Pero tiene que pedirlo con fe, sin titubeos, porque quien vacila se asemeja al oleaje el mar, movido por el viento...

El cristiano de condición humilde siéntase orgulloso de su alta dignidad; y el rico, de su pobre condición, pues pasará como la flor del campo...”

Evangelio según san Marcos 8, 11-13
“En aquel tiempo, se presentaron unos fariseos y se pusieron a discutir con Jesús.

Para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.

Pero Jesús dio un profundo suspiro y dijo: ¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación.

Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla”


Reflexión para este día
No hay religión a la carta
Los fariseos no eran buenos amigos de Jesús. En general, se tenían por buenos, por servidores de la ley y de las tradiciones. Pero no superaban los moldes de la religión vetero-testamentaria. No estaban dispuestos a abrir su mente y corazón a actitudes nuevas en relación con Dios y en relación con los hombres débiles de su tiempo. En ocasiones, se permitían incluso sondear en la interioridad de Jesús, pues, por una parte, estaban sorprendidos de sus poderes extraordinarios y de su doctrina, pero, por otra, no querían entender que todo ello se diera entre los judíos sin pasar por el filtro de su discernimiento y aprobación.

En la lectura evangélica de hoy, la malévola intención de un grupo, tentándole a Jesús a ‘hacer signos del cielo’, a la carta, para que ellos den fe a su palabra, provoca la santa ira del Señor: para esta generación, que sois vosotros, no caben signos; y los despidió, marchándose en barca a la otra orilla del lago.

La fe en la Palabra, en Jesús, en Dios, no se compra, no se condiciona, no se somete a juicios humanos de validación. Es don, y los dones se piden y reciben como gracia.


3-16. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien.

A todos nos gustaría estar seguros de lo que hacemos. Saber que cada una de nuestras decisiones nos va a conducir, pasito a pasito, más cerca de la felicidad. Dicho de otra forma, sería estupendo tener un carné de cristiano , expedido en la parroquia más próxima, firmado y sellado por la autoridad competente (eclesiástica, por supuesto) y que asegurara el acceso directo al cielo. Pero la vida es de otra manera. Los esposos no tienen tampoco ese carné que garantice la felicidad, pero se esfuerzan cada día por hacer al otro más feliz. Los religiosos no llevamos en la cartera una tarjeta de identificación con el sello elegido por Dios . Simplemente, intentamos no tentar a Dios, y cumplir lo mejor posible con nuestros compromisos, libremente asumidos. Vivimos en un mundo de cambios, de relativismo y de prisas. No hay mucho tiempo para pensar. Y a veces, cuando tenemos que decidir algo importante, no siempre escuchamos lo que Dios tiene que decirnos. Tenemos miedo, decidimos regirnos por otros criterios. Sólo nos acordamos de santa Bárbara cuando truena. Y no es extraño que Jesús, a veces, pase a la otra orilla. Es posible que le aburramos con nuestros agobios, con nuestras dudas, con nuestros miedos.

¿Tú también le pides señales a Dios? ¿Tú también eres de los que quiere tener todo bajo control, y no le deja ni un pequeño hueco al Espíritu, para que actúe? Si no quieres que Jesús pase a la otra orilla, fíate de Él. Reza un poquito, y pídele fuerzas para hacer aquello que descubras que tienes que hacer. Y si no sabes cómo hacerlo, lee este relato:

Aquella tarde, la comunidad monástica hacía, en su oratorio, una plegaria de intercesión. Una tras otra, se escuchaban las oraciones de los monjes: "Señor, te pido", "Señor, te pido", "Señor, te pido". También el Abad hacía su plegaria: "Señor, te pido...". Por fin, todos callaron largamente. Hasta que de nuevo se dejó oír la voz del Abad: "Ahora, Señor, dinos en qué podemos ayudarte; te escuchamos en silencio". Al cabo de un rato concluyó: "Gracias, Padre, porque quieres contar con nosotros". Y todos los monjes respondieron al unísono: "Amén". (Porque habían comprendido que la oración, como el amor, tiene dos tiempos: dar y recibir, y que si falta uno de ellos, se muere).

Vuestro hermano en la fe,

Alejandro J. Carbajo Olea, C.M.F.
(alejandrocarbajo@wanadoo.es)


3-17.

Reflexión

Uno de las ideas del fariseismo era el que esperaban un Mesías "triunfalista" en donde los milagros no fueran el signo de la liberación del hombre del pecado, del dolor y de la angustia, sino el signo del poder de Dios sobre sus enemigos. Por ello san Marcos tiene siempre presente en su evangelio presentarnos la correcta imagen de Jesús. Los fariseos quieren una señal prodigiosa… El problema es que ya se les ha dado pero no la han reconocido. Esta actitud se mantiene aun en muchos cristianos, que continúan buscando un "super Mesías" que sea capaz de cumplir todos sus caprichos. Un Mesías que les resuelva la vida a base de milagros y hechos prodigiosos. Son hermanos que siempre andan a la caza de milagros, de apariciones, de todo lo que suena a "extraordinario". Debemos recordar que nuestro Mesías, Jesús, el Hijo de Dios, se manifiesta de manera discreta en medio de nuestra vida y que ha escogido precisamente lo débil para confundir a los poderosos. ¿Seremos todavía de los que piden a Jesús una señal para creer o para amarlo?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús


Pbro. Ernesto María Caro


3-18. ARCHIMADRID 2004

¡¡¡ MENUDA DICHA!!!

Ha sido un fin de semana movidito, los sacerdotes –al contrario que la mayoría de los mortales- temblamos ante los fines de semana y éste venía cargadito: nueve bautizos de niños de nueve años, seis bautizos más en otras dos tandas, predicar un retiro a unas religiosas, cuatro Misas, confeccionar la hoja parroquial, los asuntos normales del día a día y sacar un hueco para escribir el comentario. Normalmente escribir estos comentarios me relaja, me leo las lecturas de la semana, rezo con ellas y se me van ocurriendo ideas para expresar en este folio, pero esta vez empezamos la carta de Santiago que con un lenguaje claro y sencillo, como quien escribe a un amigo, nos da varapalos hasta en el paladar. Comencemos.

“Que el colmo de vuestra dicha sea pasar por toda clase de pruebas”. ¡Ya estamos!, ¿es qué no nos van a dar un respiro?, la gente “normal” (aquí las comillas son importantes), busca la paz, la tranquilidad, el relax. De vez en cuando nos viene bien una emoción, algún “extra” pero en el fondo de nuestro corazón anhelamos la bendita rutina, controlar nuestra vida, no sufrir más imprevistos y sobresaltos que los estrictamente necesarios… ¿qué es eso de pasar por todo tipo de pruebas? Ni que la vida cristiana fuese como el “Gran Prix” y nuestro Señor como Ramón García soltándonos la vaquilla y haciéndonos andar por gigantescos rodillos imposibles de superar, pero Santiago insiste “Sabed que al ponerse a prueba vuestra fe, os dará aguante”.

En el Evangelio los que ponen las pruebas son los fariseos y el Señor, dando un profundo suspiro (ya comentamos los suspiros de Jesús), “los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla”. Entonces en qué quedamos, las pruebas ¿son malas o buenas?, pues responderemos a la gallega: Depende.

Los fariseos quieren una prueba no para afianzar su fe sino para probar a Dios. Podría haber hecho el Señor que el sol y la luna bailasen “la conga” y hubieran seguido sin creer en Él. Ésas son las pruebas que a veces ponemos a Dios: “Si Dios me escuchase haría lo que yo quiero” y como no lo hace seguimos viviendo como si Dios no existiese y seguramente si nos lo concediese no nos llevaría a la conversión, a cambiar de vida, incluso nos pavonearíamos de lo bien que exigimos a Dios. Poner esas pruebas a Dios es malo, es pensar que si Dios quiere que seamos castos nos tiene que anular la pasión de la carne, creer que si Dios quiere que seamos honrados nos tiene que tocar la bono-loto, suponer que si queremos servir efectivamente a Dios nos tendrá que dar una salud de hierro y no tener ni una mala gripe y, como no nos lo concede ya suponemos que no tenemos que ser castos, ni honrados ni servirle con toda nuestra vida.

Las pruebas de las que habla Santiago son reconocer realmente el pecado que hay en nuestro interior, el “hombre viejo” que regresa por sus fueros y, sin asustarnos de nuestra flaqueza, pedir “con fe, sin titubear lo más mínimo” a Dios que “da generosamente y sin echar en cara” la gracia para vivir como lo que somos, pecadores redimidos por la muerte de Cristo en la cruz y su gloriosa resurrección, pobres pero “orgullosos de nuestra alta condición”; entonces, por la gracia de Dios, tendrás el aguante que nace de la confianza.

Pídele a la Virgen que vivamos como ella, conscientes del don de Dios y que cuando vengan las pruebas (que vendrán) las superemos con la gallardía del corazón enamorado.


3-19.

LECTURAS: SANT 1, 1-11; SAL 118; MC 8, 11-13

Sant. 1, 1-11. Dios nos conceda su Sabiduría para no apegarnos a las cosas pasajeras, ni pedir, en la oración, cosas perecederas, pues las cosas de este mundo hoy son y mañana desaparecen como las flores del campo que, al calor del sol se caen y se acaba su belleza. Depositar en ellas nuestro corazón es construir nuestra vida sobre un banco de arena y no sobre roca firme. Si lo pasajero nos ha deslumbrado y vagamos sin un rumbo bien definido hacia nuestra perfección en Cristo, pidamos a Dios que nos conceda la Sabiduría necesaria para saber ser fieles a su Palabra, que nos santifica y poder, así, rectificar nuestros caminos. Pero si pedimos esa Sabiduría que procede de Dios es porque realmente estamos decididos a darle un nuevo rumbo a nuestra vida. Quien titubea en su oración está manifestando la máxima inmadurez respecto a decidirse a caminar en el bien. Efectivamente la oración no puede reducirse sólo a la adoración y alabanza de Dios, y a la petición del perdón de nuestros pecados; si no pedimos a Dios su fortaleza para que nuestra vida se convierta en un signo de su amor; y si no nos decidimos a emprender ese camino es muy probable que hayamos desperdiciado nuestro tiempo ante el Señor. No tengamos miedo a tener que padecer en la conquista del bien. Más bien veamos los momentos difíciles, y las tentaciones, como la oportunidad que Dios nos concede para afianzarnos cada vez más en su amor y en el amor que le debemos a nuestro prójimo.

Sal. 118. Muchas veces es necesario pasar por el crisol de la prueba para reconocer el amor que Dios nos tiene. Dios siempre vela por nosotros como un Padre lleno de amor y de ternura. Él jamás da ni dará marcha atrás en el amor que nos tiene, pues lo que Dios da lo da de una vez y para siempre. Si nosotros hemos vivido como ovejas descarriadas y sólo mediante la prueba nos acordamos del Señor, hemos de ver que incluso esos momentos difíciles Dios los permite para que reflexionemos y volvamos a Él, como el hijo pródigo decide volver cuando se encuentra en una gran penuria, después de haberlo poseído todo. En los momentos de prueba no nos desesperemos, ni le reclamemos a Dios; escuchemos más bien sus palabras que nos dirige diciéndonos que si lo ha permitido es porque está celoso de nosotros, que lo abandonamos para irnos tras los ídolos, que nosotros mismos nos inventamos. Pero Dios no nos abandonará a nuestra suerte; Él escucha nuestra voz y sale a nuestro encuentro para perdonarnos. Ojalá y en adelante caminemos en su presencia como hijos fieles a su amor y no como hijos rebeldes.

Mc. 8, 11-13. En momentos críticos uno quiere recurrir a recursos extraordinarios para no sucumbir ante las pruebas. Entonces se puede echar mano de la sicología de las masas, se pueden inventar supuestas revelaciones, se puede intentar hacer curaciones o utilizar algunos otros medios que impacten a las multitudes y las hagan venir hacia nosotros. Pero tarde que temprano todo el teatro que se haya armado quedará descubierto y vendrá la ruina total. Jesús nos pide que no demos señales para convencer a los demás de adherirse a nuestras ideas, incluso religiosas, pues los milagros son un regalo que Dios nos hace y no se pueden convertir en una manipulación de los demás. Él quiere que nosotros mismos seamos esa señal; pues nuestras buenas obras deben apuntar hacia Cristo. Hacia Él nos dirigimos; y lo hacemos en serio, con todo el compromiso de quien proclama la Palabra de Dios y da testimonio de que ella ha sido eficaz en el que la anuncia. Cuando buscamos o damos otro tipo de señales estamos dando a entender que vivimos con mucha inmadurez nuestra fe y que necesitamos muletas o sillas de ruedas para movernos. Si, incluso, Dios nos permitiera hacer milagros, no podemos hacerlos para causar admiración hacia nosotros mismos sino para fortalecer, con toda sencillez, la fe de los demás; pues no somos nosotros, sino Dios quien ha de hacer su obra de salvación por medio nuestro, liberándonos de toda esclavitud al mal.

La prueba más grande de que Dios nos ama consiste en que, siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para liberarnos de la muerte y de la esclavitud al pecado. Esto es lo que celebramos en esta Eucaristía. Dios nos ama. Dios es Dios-con-nosotros. Dios no sólo se ha hecho cercano a nosotros, sino que ha hecho su morada en nosotros mismos. Sabemos que, a pesar de que el Señor habita en nosotros y va con nosotros, sin embargo jamás desaparecerán las pruebas por las que tengamos que pasar. Nuestra vida constantemente está sometida a una serie de tentaciones que, al ser vencidas con la Fuerza que nos viene de lo Alto, el Espíritu Santo, nos harán madurar en la perfección que nos asemeje, de un modo cada vez mejor y más claro, a nuestro Dios y Padre. La Alianza y Comunión de Vida que volvemos a hacer nuestras en esta Eucaristía, lleva a cabo esta obra del amor de Dios y de su salvación en nosotros.

Es fácil abrir el corazón a todo aquello que se conforma a nuestros propios intereses. Si encontramos personas que apoyen nuestra forma de pensar y actuar, aun cuando sean desordenadas, decimos que son gente buena, que nos comprende y que merece todo nuestro respeto. Sin embargo, cuando realmente confrontamos nuestra vida, nuestras obras y actitudes con el Evangelio de Cristo, nos damos cuenta de que debemos corregir muchas cosas. Y si alguien nos hace un fuerte llamado para que, abandonando nuestros caminos de maldad, nos volvamos hacia Dios nos revelamos y le pedimos que respete nuestra libertad (¿no será mas bien nuestro libertinaje?). Ojalá y el Señor no se aleje de nosotros dejándonos a merced de nuestros vanos pensamientos y de nuestras pasiones desordenadas. Abramos nuestro corazón a la Sabiduría de Dios para que podamos actuar guiados por los criterios del bien, del amor, de la verdad, de la justicia. No nos quedemos en una fe aparente movida por cualquier viento.

Pidámosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos dé la firmeza suficiente en la fe que hemos depositado en Él. Que fieles al Señor y a sus enseñanzas nosotros mismos, con una vida recta, seamos la mejor prueba de que el amor de Dios puede transformar al hombre y hacer que todos lleguemos a la unidad querida por Cristo y que debe tener sus raíces firmemente hundidas en el amor fraterno. Amén.

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