MARTES DE LA SEMANA 5ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Primer Libro de los Reyes 8,22-23.27-30.

Salomón se puso ante el altar del Señor, frente a toda la asamblea de Israel, extendió sus manos hacia el cielo y dijo: "Señor, Dios de Israel, ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, que mantienes la Alianza y eres fiel con tus servidores, cuando caminan delante de ti de todo corazón. Pero ¿es posible que Dios habite realmente en la tierra? Si el cielo y lo más alto del cielo no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo he construido! No obstante, Señor, Dios mío, vuelve tu rostro hacia la oración y la súplica de tu servidor, y escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu servidor. Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre el lugar del que tú dijiste: 'Allí residirá mi Nombre'. ¡Escucha la oración que tu servidor dirige hacia este lugar! ¡Escucha la súplica y la oración que tu servidor y tu pueblo Israel dirijan hacia este lugar! ¡Escucha desde tu morada en el cielo, escucha y perdona!

Salmo 84,3-5.10-11.

Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente.
Hasta el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus pichones, junto a tus altares, Señor del universo, mi Rey y mi Dios.
¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar!
protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados.


Evangelio según San Marcos 7,1-13.

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". Y les decía: "Por mantenerse fieles a su tradición, ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y además: El que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman: 'Si alguien dice a su padre o a su madre: Declaro corbán -es decir, ofrenda sagrada- todo aquello con lo que podría ayudarte...' En ese caso, le permiten no hacer más nada por su padre o por su madre. Así anulan la palabra de Dios por la tradición que ustedes mismos se han transmitido. ¡Y como estas, hacen muchas otras cosas!".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



 

1.- Gn 1, 20-02.04a 

VER VIGILIA PASCUAL LECTURA 1 


2.-1R 8, 22-23.27-30

2-1.

El día de la consagración del Templo, Salomón se puso ante el altar del Señor, en presencia de todo el pueblo, extendió sus manos al cielo y pronunció esta oración...

Permanecer en la presencia de Dios.

Tú estás aquí, Señor. Y yo estoy ante Ti.

Que la postura del cuerpo me ayude en la oración: no se ora sólo con la mente.

-"Señor, no hay otro Dios como Tú en lo alto de los cielos, ni abajo sobre la tierra..."

Confesar la grandeza de Dios. ¡Su transcendencia! Soy muy pequeño ante Ti, Señor.

-Tú que guardas la Alianza y el amor a tus siervos...

La grandeza de Dios es ponerse a disposición de su Pueblo, es ligarse a él, hacer alianza con él. El Dios Transcendente se hace próximo. ¡Es a la vez el Altísimo y el muy Próximo!

Este es el gran misterio del Templo.

-¿Será verdad que Dios habita sobre la tierra? Los cielos y las alturas de los cielos no pueden contenerte: ¡cuánto menos este Templo que te he construido! En efecto, Salomón no se equivoca.

Dios está de veras «en el cielo», es decir, inaccesible, escondido, imposible de captar, está fuera de nuestro alcance y comprensión.

Pero el hombre tiene necesidad de «mediaciones» para alcanzar a Dios. Necesitamos «intermediarios» para encontrar a Dios.

El Templo es un medio de «significar», de «sensibilizar» la presencia de Dios. Sabemos que Dios está en todas partes. Pero que es difícil de alcanzar. Necesitamos lugares, espacios sagrados que nos ayuden a orar: que concreticen, que faciliten el encuentro. ¿Sé yo utilizar estos lugares?

Cristo, con su Cuerpo, es el verdadero y único mediador, que concretiza y facilita el encuentro con Dios. Es el único templo, reconstruido en tres días.

La Asamblea eucarística, los cristianos reunidos son también el Cuerpo visible de Cristo

HoY. Y ciertamente es verdad que esta asamblea concretiza y facilita el encuentro con Dios.

En esta búsqueda de Dios hemos sido ayudados por nuestros hermanos y por la Iglesia.

¿Es así como participo yo en la misa, y es con esta convicción?

Dios no está solamente presente en la misa. Está presente por doquier en nuestra vida.

Pero en la Eucaristía, el fuerte signo de Presencia, nos es dado para que sepamos reconocerle en todas partes...

-Señor, presta atención a mi clamor, a mi súplica, a mi oración...

En el texto hebreo hay también tres palabras diferentes, para designar la oración de Salomón.

"Tefilá", es el grito de angustia que se lanza en el dolor...

«Tekinná», es la súplica confiada en la misericordia de Dios.

«Rinná», es la plegaria gozosa, y ya segura de ser atendida...

La plegaria toma en nuestros corazones toda clase de formas, según los diversos momentos.

-Que tus ojos, Señor, estén abiertos noche y día sobre este templo... Y Tú, desde el cielo donde habitas, escucha y perdona...

¡Un Dios que me mira sin cesar! En este momento mismo.

Tus ojos...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 58 s.


2-2. /1R/08/22-34   /1R/08/54-61

En su plegaria reconoce Salomón que la presencia del Señor en el templo construido por el sucesor de David es una nueva muestra de su fidelidad. Esto le da confianza para pedir que el Señor continúe fiel a sus promesas, exigiendo solamente, de acuerdo con la doctrina deuteronómica, que los descendientes de David sigan el ejemplo de fidelidad que aquel rey les dejó.

Por más increíble que parezca la presencia de Dios en un lugar de la tierra, ahora de alguna manera es ya un hecho, gracias a la bondad con que Dios condesciende a los deseos de sus amigos. Por otro lado, Salomón es consciente de que el pueblo de Dios, pobre en la presencia del Señor, acudirá a rezarle en ese lugar en toda clase de necesidades, penas o peligros. Quisiera que el templo fuese un enlace entre el cielo y la tierra, como si Dios, poniendo oído y abriendo los ojos sobre ese lugar, acortase la distancia que separa al hombre que suplica del trono de Dios, inasequible arriba en el cielo. Bien sabe que esta distancia nada tiene que ver con lugar alguno: es sólo que el templo se ha convertido en un signo sagrado de la alianza que acerca a Dios a su pueblo. Mirando así el templo, está claro que el corazón del pueblo que ora y el corazón de Dios estén en trance de tocarse.

Si la alianza es la que corta la distancia que nos separa de Dios, ni que decir tiene que, a medida que los lazos de la alianza se estrechan en el curso de la historia, Dios se acercará más a nosotros para escuchar nuestras oraciones. El deseo de Salomón se cumple más plenamente desde el día en que Jesucristo, sacerdote y templo de la nueva alianza, penetró en el cielo. Jesús no nos decía que orásemos en el templo para ser más prontamente escuchados, sino que orásemos en su nombre. Entonces será plena nuestra alegría de obtener lo que pedimos (Jn 16,23-24). Nos prometía también Jesús que el Padre concederá todo lo que dos o tres están de acuerdo en pedirle; efectivamente, nada nos acerca más al Padre que la unión de los hermanos en el nombre de Jesús (Mt 18,19-20).

De las gracias que Salomón pedía para su pueblo, son seguramente las más grandes la de la reconciliación con Dios, la única que nos permite el retorno a su casa, y la gracia de que él incline nuestros corazones a seguir sus caminos. Por estos y otros favores obtenidos de Dios, podrán reconocer todos los pueblos del mundo que no hay otro Dios fuera del Señor.

G. CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 693 s.


3.- Mc 7, 1-13

LATINOAMÉRICA:

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas, venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?" (Los fariseos y los judíos, en general, no comen sin lavarse antes las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin haber primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas).

Jesús les contestó: "¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres!".

Después añadió: "De veras son ustedes muy hábiles para violar el mandamiento de Dios y conservar su tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre. El que maldiga a su padre o a su madre, morirá. Pero ustedes dicen: 'Si uno dice a su padre o a su madre: Todo aquello con que yo te podría ayudar es corbán (es decir, ofrenda para el templo), ya no puede hacer nada por su padre o por su madre'. Así anulan la palabra de Dios con esa tradición que se han transmitido. Y hacen muchas cosas semejantes a ésta".


3-1. /Mc/07/08-13 COR-LIMPIO  

He aquí una primera afirmación importante: el mandamiento de Dios y las tradiciones de los hombres tienen que ser considerados como dos cosas distintas (versículos 8-9). No están en el mismo plano, sino que el primero es perenne y las segundas son provisionales. Además, las tradiciones (aunque hayan nacido como un esfuerzo de interpretación del mandamiento e incluso como un intento de veneración del mismo) no tienen que esconder a dicho mandamiento hasta el punto de distraernos de lo que es esencial.

Una segunda afirmación: Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro, entre una esfera religiosa, separada, en la que Dios está presente, y otra esfera ordinaria, cotidiana, en la que Dios está ausente. No nos purificamos de la vida de cada día para encontrar a Dios fuera de ella; tenemos que purificarnos del pecado que llevamos dentro de nosotros. Según los fariseos, ir al mercado lleva consigo el peligro de caer en la impureza, por el contacto probable con pecadores y paganos. La afirmación de Jesús a propósito de este caso adquiere una significación ulterior: se trata no sólo de abolir la distinción entre sagrado y profano, sino incluso de superar toda división entre los hombres, entre los puros e impuros.

Finalmente, la absurda tradición del corbán (que permitía a los hijos desentenderse con la conciencia tranquila del deber de mantener a los padres ancianos e inválidos gracias a una pequeña ofrenda hecha al Templo) revela otra equivocación: la casuística elaborada e hipócrita que acaba inutilizando aquella misma ley a la que debería servir.

Hasta aquí hemos visto algunos casos concretos que esta página de Marcos considera como un pretexto para llegar al meollo de la cuestión.

El elemento esencial está constituido por la pequeña parábola de Jesús que, una vez más, los apóstoles son incapaces de comprender (versículos 15-19): no es lo que entra en el hombre lo que lo mancha, sino más bien lo que le sale de dentro.

Con esta pequeña parábola Jesús afirma la moral del corazón, no sólo la de las acciones. Es el hombre el que debe estar en forma; sólo de un hombre debidamente ordenado es de donde pueden proceder acciones morales. Es una llamada a la rectitud de intención. El corazón puede estar en desorden y entonces es ciega la conducta. Se necesita entonces un esfuerzo continuo de purificación. El primer deber de conciencia para Jesús es tener limpia la conciencia, incluso antes de seguirla. Por tanto, no se trata sólo de hacer las cosas de corazón (en contra del formulismo), sino de hacer cosas que procedan del corazón recto. Esa es la cuestión. Para Jesús el corazón tiene que estar limpio, porque tiene que estar en disposición de captar la voluntad de Dios, una voluntad que no es simplemente letra escrita, que no es repetitiva. No basta con superar la hipocresía y el formalismo; la interiorización pide algo más que sentimiento de sinceridad.

Sería igualmente empobrecer la enseñanza de Jesús, reducirla a una simple llamada al coraje, esto es, a la disponibilidad entendida como capacidad de poner en práctica las normas que se han dado, cueste lo que cueste. El corazón recto de que habla Jesús no está hecho solamente de coraje, de fidelidad y de buena memoria. Está hecho de disponibilidad, entendiendo con ello la libertad y la intuición. Se trata de crear una situación interior capaz de conocer a Dios, al verdadero Dios, capaz de leer de nuevo la voluntad de Dios. El corazón es el lugar donde Dios se revela, no simplemente el lugar donde se percibe la obligatoriedad de un esquema ya existente y donde se encuentra el coraje de repetirlo.

Así, pues, en la página que hemos leído se encierran diversos reproches contra el espíritu farisaico: la confusión entre el rigorismo minucioso en la observancia de la moral y la fidelidad a Dios (la minuciosidad no siempre es signo de la fidelidad), artimañas casuísticas en la interpretación de los deberes morales (un defecto que lleva a un doble desequilibrio: complicar la observancia de la ley especialmente a la gente sencilla y tranquilizar la conciencia de los astutos que intentan salvar el esquema de la ley descuidando su sustancia), y finalmente -como tercer peligro- la confianza en las propias obras por encima del amor de Dios que nos llega gratuitamente.

Para todo esto el evangelio asume una doble tarea: poner en evidencia cuál es el centro de la ley (la caridad) y considerar la obediencia del hombre a la ley como respuesta al gesto salvífico y gratuito de Dios.

Detrás de todo esto hay una advertencia fundamental, que sirve de hilo conductor a todo este capítulo de Marcos: todas estas formas de legalismo son siempre una forma de rechazar a Dios. El legalismo farisaico nace de una incomprensión de Dios y ofrece una razón para rechazarlo; de hecho fue un motivo para rechazar a Jesús.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág.105s


3-2.

-Algunos fariseos y escribas, venidos de Jerusalén...

Para Marcos, los lugares tienen un vaIor simbólico. Hay oposición entre "Galilea" y "Jerusalén". Hasta el capítulo 2, durante toda la primera parte del ministerio de Jesús, cada vez que Jerusalén es citada, es en un sentido hostil: es de Jerusalén -la capital religiosa y política- de donde vienen todos los ataques malévolos... ahí, los responsables de la nación le condenarán a muerte y le entregarán a los paganos.

-Se reúnen en torno de Jesús y ven a algunos de sus discípulos comer con las "manos impuras", es decir, sin "lavárselas".

Los fariseos en efecto, como todos los judíos, si no se lavan cuidadosamente las manos, no comen, cumpliendo así la tradición de los antiguos. Y de vuelta del mercado, no comen si antes no se aspergen con agua. Y observan otras muchas prácticas por tradición: lavado de copas, jarros y platos.

Esta es la cuestión. No se trata solamente de higiene sino de prácticas rituales sobre lo "puro y lo impuro" codificadas por la ley de Moisés (Lv II) y considerablemente amplificadas y precisadas por la tradición.

-"¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antiguos? Se las tienen con Jesús a causa de sus discípulos.

Poco a poco, Jesús forma a sus discípulos en vistas a su papel misionero futuro. Les abre al universalismo. Paulatinamente van comprendiendo que los estrechos marcos de la antigua religión no son ya aptos para responder a las nuevas exigencias: llamados a hacer obra misionera en países de culturas muy diferentes del medio judío, deben atender a "lo que es esencial", sin embarazarse con costumbres que bloquearían inútilmente a los paganos de buena fe, que no tuvieran los mismos usos respecto a los alimentos.

Señor, enséñanos lo "universal'.

Señor, ayúdanos a distinguir lo esencial de tu mensaje... de todos los usos y costumbres de los siglos precedentes, de todos los hábitos particulares.

En una época de mutación cultural, haznos ver, Señor, lo que es inmutable, y lo que puede y debe cambiar... para que las generaciones de mañana no se sientan frenadas y encontradas al evangelio por el hecho de haberlas ligado demasiado a "tradiciones de los antiguos".

-Jesús les dice: "Muy bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, pues me dan un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos humanos." (Is 29, 13)

La réplica de Jesús es violenta. Se apoya en la Escritura para contestar a los que le atacan. El sentido global de este pasaje, como tantos otros que van en el mismo sentido en las palabras de los profetas, es el anti-formalismo. Para Dios no son los gestos exteriores lo que cuenta, sino el "corazón". El culto por el culto no tiene valor. El culto debe expresar sentimientos profundos.

-Anuláis "el mandamiento de Dios" para aferraros a vuestra tradición.

Jesús hace referencia al mandamiento del amor a los padres: "Honra a tu padre y a tu madre"... que las tradiciones fariseas habían logrado hacer pasar detrás de ciertas reglas de culto. Jesús restablece la verdad de la naturaleza de las cosas: el respeto a los padres es, en todos los pueblos, una necesidad natural ¡que ninguna regla cultual puede anular! Así Jesús prepara a sus apóstoles a ser misioneros universales despegados de los usos demasiado particulares de su propio pueblo de origen... para ser acogedores, y abiertos a los valores universales.

Señor, danos esta lucidez, y esta inteligencia.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 312 s.


3-3.

1. (año I) Génesis 1,20-2,4a

a) Si en los primeros cuatro días Dios había creado la luz, las aguas, el día y la noche, ahora el relato del Génesis nos dice, con su lenguaje particular, cómo nació en la tierra la vida.

Primero, la vida en las aguas marinas. Luego, en la tierra, con toda clase de animales, y finalmente la pareja humana. En este último día, el comentario que se pone en labios de Dios no es que todo lo que había hecho «era bueno», sino «muy bueno». El hombre y la mujer aparecen como la cumbre de la creación: todo lo demás -animales, plantas- estaba previsto al servicio de ellos.

El día séptimo «descansó Dios de todo el trabajo que había hecho». Frase en la que se motiva el descanso del día séptimo de la semana judía, el sábado («sabbat» significa «descanso»).

b) Leemos con agrado este esquema narrativo, que no quiere ser científico o histórico, pero que presenta una intención religiosa muy interesante: nos está diciendo que todo procede de Dios y que todo lo ha pensado para bien de la raza humana.

Por una parte miramos a Dios, el Creador, el que nos comunica su ser y su vida. Todo lo bendice y lo llena de su amor. Esta primera creación la completará con la nueva y definitiva creación en Cristo, en la que nos comunicará de modo más pleno todavía la participación en su vida divina.

Por otra, contemplamos la belleza y bondad intrínseca de todo lo creado. Desde los espacios separados por millones de años luz hasta los más simpáticos colores de una flor o una mariposa. Aquí es donde los ecologistas pueden encontrar la mejor motivación de su empeño por la defensa de la naturaleza. También aquí podríamos reafirmar nuestra postura positiva hacia el cosmos, como obra de Dios para nosotros, sobre todo en el domingo, día de un reencuentro continuado también con la naturaleza, que Dios pensó para descanso, alimento y solaz nuestro.

Finalmente, recordamos que Dios creó la pareja humana: «Creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó». Ahí se afirma la dignidad y la igualdad del hombre y la mujer. Los ha hecho reyes de la creación, creados nada menos que a imagen del ser y de la vida del mismo Dios: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado» (plegaria eucarística IV).

Los dos sexos los ha pensado Dios. Es idea suya el amor y la mutua atracción entre ellos. Dios ha querido y sigue queriendo la vida y no la muerte, el amor y no el odio, la igualdad y no la esclavitud o la manipulación de una persona por otra.

El salmo de hoy lo solemos cantar a gusto, porque resume nuestros sentimientos de admiración y gratitud por la obra de la creación: «Señor, qué admirable es tu nombre en toda la tierra... Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos... ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él?... le diste el mando sobre las obras de tus manos...».

1. (año II) 1 Reyes 8,22-23.27-30

a) Es impresionante la estampa de este joven rey, Salomón, delante del pueblo, con los brazos elevados al cielo, dirigiendo a Dios, en el Templo recién edificado, una solemne oración en nombre de todos. Al frente de un pueblo que se considera propiedad de Dios, Salomón se siente rey y sacerdote a la vez.

Aquí leemos una selección de su hermosa oración, que en el libro de los Reyes aparece bastante más larga. Da gracias a Dios por su fidelidad. Reconoce que Dios no necesita templos ni puede quedar encerrado en ellos. Es consciente de que Dios es trascendente, el todo otro, y a la vez que está también muy cercano a su pueblo.

Y termina pidiéndole, por sí mismo y por todos los miembros de su pueblo presentes y futuros, que preste siempre atención y escuche las oraciones que se le dirijan en este Templo.

El salmo nos hace cantar la alegría y el orgullo que los judíos sentían por su Templo: «Qué deseables son tus moradas, Señor... dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre...».

b) Todas las religiones dan importancia al lugar sagrado, lugar de oración y de encuentro con la divinidad. Los judíos tuvieron, durante el tiempo de su peregrinación por el desierto, su «tienda del encuentro», y después este Templo de Jerusalén.

Para nosotros la novedad radical ha sido la persona de Cristo, que además de ser el sacerdote y la víctima y el altar, también se nos presenta como el auténtico Templo del encuentro con Dios: «Destruid este Templo y lo reedificaré en tres días».

Los cristianos, desde el principio, dieron más importancia a la comunidad que al edificio.

Al contrario de los paganos y de los judíos, que ponían énfasis en el templo como lugar de la presencia divina, «domus Dei», al que pocos tenían acceso, los cristianos entendieron el lugar de culto sobre todo como «domus ecclesiae», la casa de la comunidad, considerando a la comunidad misma como lugar privilegiado de la presencia de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo».

Los judíos -y ahora nosotros- eran invitados a no «absolutizar» su Templo. Los profetas ya se encargaron de advertirles que no podían buscar en el Templo como un álibi para descuidar el cumplimiento de la Alianza con Yahvé: «No os fiéis de palabras engañosas diciendo: Templo del Señor, Templo del Señor, Templo del Señor. Si me juráis vuestra conducta y obras, si hacéis justicia y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar» (Jeremías 7,4-7).

Pero a la vez, los cristianos vieron muy pronto la conveniencia de construir iglesias para la reunión de la comunidad y la celebración de su oración y sus sacramentos, en un espacio separado de los espacios profanos.

Nuestro aprecio y respeto al lugar de nuestro culto está aún más motivado que el que los judíos tenían a su Templo: para los que nos reunimos en él y también hacia fuera, por la imagen de una iglesia con su campanario en medio del pueblo o de las calles de la ciudad, como recordatorio hecho piedra de nuestra dirección existencial hacia Dios.

2. Marcos 6, 53-56

a) La tirantez entre Jesús y los fariseos -de nuevo hay algunos que han venido de la capital, Jerusalén- es esta vez por la cuestión de lavarse o no las manos antes de comer.

Ciertamente un tema que a nosotros no nos parece demasiado importante, pero que le sirve a Jesús para dar consignas de conducta a sus seguidores.

Jesús fustiga una vez más el excesivo legalismo de algunos letrados. Del episodio de las manos limpias pasa a otros que a él le parecen más graves. Porque a base de interpretaciones caprichosas, llegan a anular el mandamiento de Dios (que si es importante) con la excusa de tradiciones o normas humanas: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

El ejemplo del cuarto mandamiento que aduce Jesús es muy aleccionador. Dios quiere que honremos al padre y a la madre, y que lo hagamos en concreto, ayudándoles también materialmente. Pero se ve que algunos no lo cumplían, bajo el pretexto de que los bienes con los que podrían ayudar a sus padres los ofrecían como una limosna al templo -que resultaba bastante más sencilla, el famoso «corbán», una módica ofrenda sagrada- y con ello se consideraban dispensados de ayudar a sus padres, cosa que evidentemente era más difícil y continuado. Pero Dios, más que los sacrificios que le podamos ofrecer a él, lo que quiere es que ayudemos a los padres en su necesidad.

b) Todos podemos tener algo de fariseos en nuestra conducta.

Por ejemplo si somos dados al formalismo exterior, dando más importancia a las prácticas externas que a la fe interior. O si damos prioridad a normas humanas, a veces insignificantes incluso tramposas, por encima de la caridad o de la justicia.

Tal vez nosotros no seremos capaces de perder el humor o la caridad por cuestiones tan nimias como el lavarse o no las manos antes de comer. Ni tampoco recurriremos a lo de la ofrenda al Templo para dejar de ayudar a nuestros padres o al prójimo necesitado. Pero ¿cuáles son las trampas o excusas equivalentes a que echamos mano para salirnos con la nuestra? ¿tenemos también nosotros la tendencia a aferrarnos a la «letra» y descuidar el «espíritu>? ¿en qué nos escudamos para disimular nuestra pereza o para inhibirnos de la caridad o la justicia?

Seria muy triste que mereciéramos nosotros el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El concilio Vaticano II llegó a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (Gaudium et Spes 43, que cita este pasaje de Marcos 7).

«El universo está lleno de tu presencia, pero sobre todo has dejado la huella de tu gloria en el hombre, creado a tu imagen» (prefacio común IX)

«A imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó» (1ª lectura, I)

«Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra» (salmo, I)

«Santo es el Señor, Dios del universo: llenos están el cielo y la tierra de tu gloria» («sanctus»)

«Escucha la oración de tu pueblo, cuando recen en este sitio» (1ª lectura, II)

«Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre» (salmo, ll)

«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 131-135


3-4.

Primera lectura: 1 de Reyes 8, 22.23.27-30: Sobre este templo quisiste que residiera tu nombre. Escucha la súplica de tu pueblo Israel.

Salmo responsorial: 131, 6-7.8-10: ¡Señor, dueño nuestro, que admirable es tú nombre en toda la tierra!

Evangelio: San Marcos 7,1-13: Dejan a un lado los mandamientos de Dios para aferrarse a la tradición de los humanos.

El evangelio de hoy nos relata cómo los escribas y los fariseos al ver que los apóstoles no se apegan a las tradiciones de purificación de los antiguos (lavarse la manos antes de comer, bañarse antes de comer si han ido a la plaza, purificar copas, jarros y bandejas) cuestionan a Jesús esta actitud. Jesús aprovecha esta oportunidad para llamarlos hipócritas, por que se jactan de cumplir las leyes que son hechas por los hombres, humanas, sin importarles que sus tradiciones violen la ley dada por Dios. La ley de Dios, tiene como fin su gloria, que consiste [gloria Dei, homo vivens, la gloria de Dios es que el ser humano viva] en la dignificación del ser humano por el amor y la justicia. La ley de Dios respeta los ritos y las tradiciones, siempre que éstas estén en ese camino del Amor y la Justicia.

Jesús no estaba de acuerdo con el comportamiento de los que detentaban el poder dentro de la iglesia judía. Para cuestionarlos acepta las actitudes de los apóstoles cuando éstos hacían caso omiso de las tradiciones sin sentido que no hacían más que gravar la conciencia y ser un "fardo pesado". Jesús era consciente de que la tradiciones habían cumplido su función dentro del pueblo judío de unificar y fortalecer su cultura en momentos en que corrían el riesgo de diluirse, pero también tenía claro que estas leyes creadas por los humanos fueron la respuesta a una situación concreta, que no eran en sí mismas un camino absoluto para llegar a Dios. Apegarse a ellas sin examinar antes si su contenido posibilitaba de la mejor manera posible el amor y la misericordia en la nueva situación del momento, no tenía sentido para Jesús. Ni lo debe tener para nosotros.

En cierto sentido, Jesús "desteologiza" la ley. Es decir, la valora, pero no como un absoluto. El único valor absoluto es Dios y su voluntad, su proyecto, su Reinado. Todo lo demás son medios, mediaciones. La ley es una de estas mediaciones, y por tanto es algo relativo, relacional, que hace relación a la voluntad de Dios, que está al servicio de la voluntad de Dios, para facilitar su cumplimiento. Cuando la situación cambió, Jesús supo re-leer la ley. No la obedece ciegamente, sino conscientemente, críticamente. Lo único que Jesús obedece ciegamente es la voluntad de Dios, su proyecto. Y para realizar éste en una situación distinta, las también cambiantes mediaciones -la ley entre ellas- debe ponerse al servicio de la permanente voluntad de Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Génesis 1, 20-2.4a: A nuestra imagen

Salmo responsorial: 8, 1-10

Marcos 7, 1-13: Tradiciones caducas

Los fariseos no eran mala gente. La mayoría e ellos eran buenas personas que buscaban ser fieles a la ley de Dios. Pero habían equivocado el camino. Ponían su fidelidad no en el seguimiento del Dios de la Ley sino en la obediencia a la Ley de Dios. Es decir, en el cumplimiento meticuloso de cada uno de sus preceptos. Y con facilidad terminaban convirtiéndose en escrupulosos, personas realmente enfermas, obsesionadas por los más mínimos detalles. Los que viven en esa dinámica asumen que cumplir la ley es lo mismo que ser fieles a Dios. Todos los preceptos, grandes o pequeños, tienen la misma importancia, puesto que en todos está en juego la fidelidad de la persona a Dios. Hay mucho, muchísimo diría yo, de buena voluntad en esta actitud. Per o también hay un algo de querer controlar a Dios. Es como decirle: "nosotros estamos haciendo todo, absolutamente todo lo que nos mandas. Y más. Estamos cumpliendo con nuestra parte, aunque sea difícil y pesada. Ahora, esperamos que no nos falles. Tú tienes también que cumplir tu parte". No es así la religiosidad que Jesús nos invita a vivir. El Evangelio no nos propone cumplir una ley, sino entrar en relación con una persona, Jesús, y dejar que su amor y su presencia llegue hasta el centro de nuestro corazón. No es más cristiano el que más inclinaciones de cabeza hace al recibir la comunión o el que más tiempo está arrodillado. Ni siquiera el que mejor cumple con los mandamientos de la Iglesia. Tampoco se trata de intentar ser más cristia no que nadie. Esto no es una competición. El cristiano, como Jesús, solamente tiene que amar. Nada más. Esa es la verdadera fidelidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

¡Te quiero, te quiero! Pero en el fondo estás deseando estar en otro lado divirtiéndote. Muchas veces nos sucede que con nuestras amistades estamos muy contentos por fuera, pero deseamos ya irnos porque es más importante esta o aquella tarea o pendiente.

¿Podemos cambiar el amor por nuestro propio egoísmo? La verdad es que si queremos de verdad a alguien, nos desvivimos en todo por hacer que ese alguien sea verdaderamente feliz. Si no entendemos que el amor conlleva sacrificio, entonces no se ama de verdad.

Cristo pone de manifiesto que se puede decir que se ama a Dios sólo con los labios, pero que el corazón está lejos. Por lo mismo no es amor, porque el verdadero amor es desinteresado y busca solamente la felicidad de la persona amada. Si amas a Dios, cumple con lo que le hace feliz.

P. José Rodrigo Escorza


3-7.

Este pasaje contiene diferentes enseñanzas de las cuales podríamos hoy hacer una buena reflexión, sin embrago el texto se centra en la unidad que debe haber entre fe y vida. Los fariseos adoptan una postura que a la vista de los demás aparenta fidelidad y cumplimiento a la ley, pero en realidad su corazón está lejos de Dios. Y esta es la triste realidad de muchos de nuestros cristianos que aparentan ser fieles cumplidores de la ley; van a misa los domingos, en las asambleas de oración hacen largas oraciones, se encargan de recoger la limosna en la misa, cumplen con lo marcado con la ley. Sin embargo en sus casas son déspotas, intransigentes, criticones y malcriados, asisten a espectáculos inconvenientes, etc. - Este pueblo me honrar con los labios pero su corazón está lejos de mi - dice el Señor. Es necesario que volvamos a unir la fe y la vida. Que sin dejar de hacer lo que la ley nos invita a hacer, no sea una práctica externa sino el resultado de la relación íntima y personal con Dios; que sea la manifestación externa de nuestro ser poseídos por el Espíritu Santo. Pensemos por un momento que es lo que nos mueve a nuestras prácticas religiosas: ¿La ley o el amor a Dios y a los hermanos?

Ernesto María, Sac.


3-8. CLARETIANOS 200

Queridos amigos:

Es martes de carnaval. La música de las murgas agudiza nuestros oídos para escuchar las picantes verdades en verso. El color de los trajes (si los hay) dilata nuestras pupilas estimulando todos nuestros sentidos. Entrar en martes de carnestolendas es decir carne-vale (adiós a la carne). Para algunos es simplemente ocasión que determinados grupos utilizan para dar rienda suelta a excesos reprimidos durante el año. Para otros, es manifestación cultural, festiva y popular, injertada en las más hondas raíces del pasado ("aferrándose a la tradición de sus mayores"). Algún que otro "nostálgico" se atreve a conectarlo con ese tiempo pre-cuaresmal inmediato. Me pregunto qué hubiera dicho Jesús de los carnavales frente a unos y otros. No lo sé. Y no vamos a hacer teología ficción. Lo único que puedo decir es que Jesús puso en crisis los esquemas y rompió moldes. Jesús se pasó la vida profanando lo sagrado -Sábado, Templo, Ley- y sacralizando lo profano -leprosos, prostitutas, extranjeros-, hasta el punto de convertir los dones más cotidianos en sacramento de su presencia. Es lo que me sugería la primera parte del evangelio de hoy. Pero también me quiero detener un momento en la segunda. Quizá el cuarto mandamiento lo tenemos muy oído del catecismo o de la clase de religión: honra a tu padre y a tu madre. Lo que no nos suena tanto es la continuación mosaica: "el que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte". Jesús lo saca para dejar en evidencia la incoherencia de las clases religiosas. Quizá sea un buen toque de atención en esta sociedad nuestra donde las personas jubiladas cada vez son más, el tema de las pensiones está a la orden del día, los hijos no saben qué hacer con lo padres, las residencias de ancianos se convierten en negocio deshumanizado,...Nada tan profano como la convivencia cotidiana al principio de nuestra vida con nuestros padres. Nada tan sagrado como su dignificación cuando sus piernas y su mente se debilitan al final de la suya.

Quizá tengamos que asistir muy pronto, no sólo al entierro de la sardina, sino al de tantas actitudes farisaicas, (¿también con nuestros padres?), para no ser tachados del peor de los insultos: el de la hipocresía. Nada peor que honrar con los labios a Dios y tener, en la desatención a los hermanos, el corazón tan lejos de Él. Mañana puede ser un buen momento para echar el primer puñado de tierra.

Cordialmente,

Carlos (carlosoliveras@hotmail.com


3-9. CLARETIANOS 2003

Si pudieran, los ecologistas radicales borrarían de la Biblia los versículos del Génesis que leemos hoy, particularmente los que se refieren a las concesiones que Dios hace al hombre. Consideran que esa invitación a dominar los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y los reptiles de la tierra fundamenta la actitud depredadora del ser humano, que es la verdadera raíz de la crisis ecológica que padecemos.

Yo creo que se pasan “varios pueblos”. En el relato del Génesis Dios no hace del hombre un capataz despiadado de la creación sino, más bien, el guardián que tiene que cuidar de la obra de sus manos. Está llamado a prolongar su fuerza creadora:

Y tú te regocijas, oh Dios, y tú prolongas
en sus pequeñas manos tus manos poderosas;
y estáis de cuerpo entero los dos así creando,
los dos así velando por las cosas.

Pero el vértice del texto de hoy está claramente en la creación del ser humano: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza ... Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. ¡Hay tantos matices encerrados en estas pocas palabras! El mensaje central es claro. No somos frutos del mero azar, de la fuerza ciega de la evolución. Somos fruto de un amor infinito, fuente de nuestra más radical dignidad (imágenes de Dios), de nuestra más enriquecedora diversidad (hombres y mujeres), de nuestra más apasionante misión (cuidar y desarrollar la obra de Dios). ¿Por qué dejarnos aplastar por “otros” mensajes que nos reducen a la condición de gusanos, de simples lugares de paso de mecanismos anónimos?

Fijaos lo que encontré una vez en la propaganda de un supermercado: “¿Lo saben? El hombre se compone de las siguientes partes: el fósforo de 6.000 cerillas, la grasa de 50 velitas o de 15 pastillas de jabón, la cal suficiente para blanquear un gallinero, el hierro de 10 agujas de tres centímetros de longitud, 20 cucharadas de sal, glicerina suficiente para producir 15 kilos de explosivo, un cuarto de libra de azúcar, un poco de cobre, 14 kilos de huesos, 1.100 gramos de piel, cerca de 50 litros de agua y un par de cosillas más”. Frente a esta concepción “comercial” del ser humano se alza la extraordinaria visión del salmo 8, que hoy se nos propone como salmo responsorial.

Quizá en ningún otro terreno, como en este de la concepción del ser humano, hemos dejado a un lado el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres. El evangelio de Marcos se refiere a otras situaciones, pero bien podría aplicarse a esta. A esta y a muchas otras porque –como dice Jesús- como estas hacéis muchas.

No olvidemos que hoy se conmemora la Virgen de Lourdes y también, por las connotaciones que Lourdes tiene como “lugar de curación”, la Jornada Mundial del Enfermo. Aprovecho la ocasión para expresar mi gratitud a todos/as los/las que os dedicáis a hacer que nuestros hermanos/as enfermos/as puedan sentirse acompañados en su prueba.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-10. 2001

COMENTARIO 1

vv. 7, 1-2 Se congregaron alrededor de él los fariseos y algunos letrados llegados de Jerusalén y notaron que algunos de sus discípulos comían los panes con manos profanas, es decir, sin lavarse las manos.

Jesús ha tenido ya encuentros con los fariseos (3,1-7a) y con letrados de Jerusalén (3,22-30), que ejercen la vigilancia del centro de la institu­ción religiosa sobre él. Ahora se alían los dos grupos: estos letrados apo­yan a los fariseos.

La acusación contra Jesús se basa en que éste no respeta la distinción entre sacro y profano y que sus discípulos siguen su ejemplo.

En la mentalidad del judaísmo, Israel era el pueblo consagrado por Dios (Dt 7,6; 14,2; Dn 7,23.27: «pueblo santo / consagrado, pueblo de los santos / consagrados»), todos los demás pueblos eran profanos, es decir, no estaban vinculados, como Israel, con el verdadero Dios. Para los fari­seos, además, la manera de mantenerse en el ámbito de lo sacro era la observancia de la Ley tal como ellos la interpretaban, porque ésta expre­saba la voluntad de Dios; de ahí que, incluso dentro del pueblo, estable­ciesen la distinción entre sacro y profano referida a personas: pertene­cían al pueblo «santo / consagrado» los que observaban fielmente la Ley; eran «profanos», separados de Dios, los que no se atenían minuciosa­mente a ella.

Aún más: para un fariseo, el contacto con gente «profana» ponía en peligro la propia consagración a Dios; en consecuencia, había que tomar precauciones, en particular con los alimentos, manoseados por gente de cuya observancia no constaba. En consecuencia, antes de comer había que lavarse ritualmente las manos que habían tocado esos alimentos o cualquier cosa del mundo exterior, y, mediante lavados, quitar también a los alimentos lo profano que hubieran podido adquirir por el contacto con los que los habían recolectado o vendido. Sólo así se aseguraba el propio carácter sacro, el vínculo con Dios.

Para los fariseos, el contacto con el mundo creado, profano, contami­naba al hombre, la vida ordinaria amenazaba con separar de Dios. Si se ponía en tela de juicio esta distinción, la religión judía, según ellos, caía por su base.

Creaban así una doble discriminación: Dentro del pueblo, excluían a la gente ordinaria que no seguía rigurosamente la interpretación farisea de la Ley. Negar la necesidad de los ritos preventivos que ellos practica­ban, significaba para ellos negar la necesidad de la observancia de la Ley para estar a bien con Dios, equiparando los no observantes a los obser­vantes.

Fuera del pueblo, excluían a los paganos. Respecto de éstos, señal evidente de la sacralidad de Israel era la fidelidad a los tabúes alimenta­rios impuestos por la Ley. Si éstos se suprimían, se borraba la distinción entre Israel y los otros pueblos. La frontera entre lo sacro y lo profa­no era, pues, la que permitía a Israel sentirse distinto y superior a los pa­ganos.

En el texto de Mc, los panes de que hablan los fariseos aluden a los compartidos con la multitud en el episodio del reparto (6,34-46). Los dis­cípulos no creen que el contacto con esa multitud descontenta de la insti­tución (6,41) obligue a practicar un lavado que elimine lo profano. Han roto el principio discriminador dentro del pueblo judío, aunque siguen en su mentalidad nacionalista y lo mantienen respecto a los paganos, como lo ha mostrado su resistencia a la orden de Jesús de ir en la barca a territorio no israelita (6,47-52).



vv. 3-4 Es que los fariseos, y los judíos en general, no comen sin lavarse las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores; y lo que traen de la plaza, si no lo rocían con agua, no lo comen; y hay otras muchas cosas a las que se aferran por tradición, como enjuagar vasos, jarras y ollas.

La estricta observancia de los ritos de purificación caracteriza a todos los judíos (primera mención en Mc), representados por los fariseos; se trata, por tanto, de los judíos observantes, no de las masas marginadas.

El lavado de los fariseos no era solamente higiénico, sino religioso, según un complicado ritual. En esa práctica, el escrúpulo y la minucio­sidad dominaban, mostrando hasta qué punto establecían una separa­ción entre ellos y el mundo, como si lo creado por Dios no fuera bueno (Gn 1,31).



v. 5 Le preguntaron entonces los fariseos y los letrados: «¿Por qué razón no siguen tus discípulos la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos profanas?»

Se dirigen ahora a Jesús escandalizados de la conducta de los discí­pulos, que han roto con la tradición de los mayores; en boca de fariseos, ésta designa la tradición oral supuestamente comunicada por Dios a Moisés en el Sinaí, transmitida por éste a Josué y después a los sucesivos jefes de generación en generación; le atribuían la misma autoridad divi­na que a la Ley escrita; es más, una transgresión de la Ley podía ser para los fariseos menos grave que la de un precepto de la tradición.



vv. 6-8 El les contestó: «¡ Qué bien profetizó Isaías acerca de vosotros los hipó­critas! Así está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

Jesús responde con una invectiva. Ve realizarse en letrados y fariseos el texto de Is 29,13 LXX, que habla del culto hipócrita, manifestado con signos exteriores (labios), mientras interiormente (corazón) están separa­dos de Dios. De hecho, esas observancias y la separación que significan no proceden de Dios, que no discrimina entre los hombres (cf. 1,39-45); lo que ellos llaman «la tradición de los mayores» es sólo humana y care­ce de la autoridad divina que le atribuyen. Esa tradición contradice el mandamiento de Dios y es incompatible con él.



vv. 9-13 Y añadió: «¡ Qué bien echáis a un lado el mandamiento de Dios para implantar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: «Sustenta a tu padre y a tu madre» y «el que deje en la miseria a su padre o a su madre tiene pena de muer­te»; en cambio vosotros decís: Si uno le declara a su padre o a su madre: «Eso mío con lo que podría ayudarte lo ofrezco en donativo al templo», ya no lo dejáis hacer nada por el padre o la madre, invalidando el mandamiento de Dios con esa tradición que os habéis transmitido. Y de éstas hacéis muchas».

La crítica se hace más concreta: en vez del mandamiento de Dios imponen mandamientos humanos, poniéndose por encima de Dios mismo. Jesús añade un ejemplo de la perversión a que los lleva la tradi­ción que enseñan; la utilizan para esquivar la voluntad de Dios clara­mente expresada en el mandamiento; la Ley manda sustentar a los padres para evitar que caigan en la miseria (Ex 20,12; 21,17; Lv 20,9; cf. Mt 15,4); este mandamiento era de tal importancia que su violación implicaba la pena de muerte. Sin embargo, el voto arbitrario de donación de los bienes al templo es para los fariseos más importante que la obliga­ción natural. Ponen a Dios en contraste con la Ley misma; crean la ima­gen de un Dios egoísta, que busca sólo su honor, sin tener en cuenta al hombre. Lo que vale no es Dios o la Escritura, sino lo que ellos inventan y dicen.

Mientras que la piedad hacia Dios debería expresarse en el amor al prójimo (cf. 12,28-30), ellos pretenden honrar a Dios desentendiéndose del hombre o despreciándolo.


COMENTARIO 2

Para la oficialidad judía, en cuestiones de pureza o impureza se jugaba la vida del pueblo, según los legalistas de entonces: la bendición o la maldición; la vida o la muerte se ponían en juego ante tal comportamiento de los seguidores del maestro de Nazaret. Quien viviera bajo los signos de la impureza legal, no podía acercarse al templo, quedaba excluido de la presencia de Yahveh.

Jesús no combate la higiene que esta norma pueda traer en el fondo, pero sí entra a combatir la hipocresía que generan estos comportamientos tan legalistas, ya que por cuidar tanto el exterior se abandona la vida interior y se justifica, con la ritualidad externa, toda clase injusticia y de exclusión a aquellos que por su oficio viven sin poner cuidado a tantas normas de purificación. Los fieles cumplidores de los preceptos de purificación se sentían puros completamente y justificados ante Dios. Pero lo más pecaminoso de esa actitud era que se volvían duros con los demás y se convertían en jueces de los que no se comportaban como ellos. Jesús no puede permitir que este comportamiento se extienda y siga generando tanta desigualdad y tanto desequilibrio en la sociedad.

Jesús les da a los puros de Jerusalén y a los guardas de la tradición una gran lección: antes que cumplir preceptos de hombres, o leyes que muchas veces fueron dadas por caprichos de los que manejaban el poder, él busca por todos los medios agradar a Dios y cumplir con la justicia y con el amor características propias de su Padre. Amando y siendo justo, Jesús vive radicalmente la experiencia de Dios, sin tener en cuenta las normas estipuladas en la ley, que muchas veces terminan alejando al ser humano de Dios.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. 2002

El diagnóstico de Israel que hace Jesús, utilizando un texto de Isaías, es certero: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

El corazón es para los hebreos la sede de los pensamientos. Fariseos y letrados, que debían tener su mente centrada en Dios, parecen estar más interesados en aumentar los bienes y las arcas del templo. Más que amigos de Dios, lo son del dinero, como dice el evangelista Lucas (Lc 16,14). Los mandamientos de Dios les traen al pairo, sin cuidado. Han llegado a un grado de refinada perversión. Dios manda sustentar a los padres en la ancianidad -esto quiere decir “honrar padre y madre”-; ellos, sin embargo, eximen de esta responsabilidad a los hijos que den sus bienes para el templo. Piensan que es mejor acrecentar el patrimonio del templo que ejercer la misericordia y el amor hacia los padres ancianos. Presentan de este modo una imagen de un Dios egoísta, que se desentiende de la debilidad y del dolor humano. Si la piedad se expresa en el amor al prójimo como a uno mismo, ellos pretenden honrar a Dios desentendiéndose hasta de los padres, a quienes deben la vida.

Es sólo un botón de muestra de una falsa religión, cuyo culto es inútil y cuya doctrina son meros preceptos humanos que pretenden sustituir el mandamiento de Dios por tradiciones tan poco humanas. Una religión así y una enseñanza de este calibre carecen de toda autoridad y quedan descalificadas por sí mismas.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-12. DOMINICOS 2003

 Palabra siempre creadora
Génesis 1, 20-2,4:
“Y dijo Dios: Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros vuelen sobre la tierra, frente a la bóveda del cielo. Y creó Dios los cetáceos y los vivientes que se deslizan y que el agua hace pulular, y las aves aladas. Y vio Dios que todo es bueno. Y Dios los bendijo: Creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar...
Y dijo Dios: Produzca la tierra vivientes según sus especies: animales domésticos, reptiles y fieras... Y así fue... Y vio Dios que era bueno.
Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Creced y multiplicaos...
Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos. Y concluyó Dios para el día séptimo todo el trabajo, y descansó...”
Quien lea esta página con ojos de fe, en actitud de reconocimiento y adoración al Creador, tiene que sentir dentro de sí mismo que él forma parte del único cosmos, y que en él asume especial responsabilidad para no maltratar la obra de las manos de Dios. Todo creyente es ecologista por propia condición interior.
Evangelio según san Marcos 7, 1-13:
“En cierta ocasión se acercó Jesús a un grupo en que había fariseos y algunos letrados de Jerusalén. Viendo éstos que algunos discípulos comían con manos impuras (sin lavarse)..., preguntaron a Jesús: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?
Él les contestó: bien profetizó de vosotros Isaías, hipócritas, cuando dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí...” Anuláis los mandamientos de Dios para mantener vuestra tradición.
Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre” y “El que maldiga a su padre y a su madre tiene pena de muerte”. En cambio, vosotros decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: “Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo”, ya no le permitís hacer nada por su padre o por su madre...”
Lamentable contraste entre la poesía y belleza de la creación, con el hombre incluido, y las actitudes humanas, privadas del resplandor de la luz divina, cuando se olvidan del tesoro que es el “espíritu de Dios” latente en todas las cosas y que nosotros tratamos de apagarlo, materializándolo.

Momento de Reflexión
A imagen de Dios fuimos creados.  
En el relato del Génesis se hace una distribución simbólica de la obra de la creación conforme a seis días laborales, para descansar el séptimo.
¿Es éste el ritmo de Dios o el nuestro? El relato tiene un marcado sentido ritual, programático, según convenía al deseo de “sacralizar” una tradición sociolaboral-religiosa-sacerdotal: seis días para el trabajo con nuestras manos y uno para Dios
No hay, pues, equivalencia alguna entre periodos históricos del desarrollo del cosmos y jornadas laborales-creativas de Dios.
Hoy, lo más importante, lo que más nos interesa subrayar es que la creación del hombre se hace conforme a la imagen de Dios: pensante, reflexivo, programador, señor de la tierra en que nace y de las cosas-animales que lo pueblan.
Pero ser señor no es “dominar”. En vez de esa palabra, pongamos otra palabra. El hombre no es señor-dominador de la creación sino cuidador de ella, prolongando la acción providencial de Dios. ¡Qué honor para el hombre, prolongar la mano de Dios creador!
Toda tradición que mata al amor es mala, no es de Dios.
En el evangelio, la diatriba de Jesús a fariseos-letrados que no son fieles al espíritu de la creación nos es bien conocida. ¿Cómo vamos a convertir tradiciones poco loables en pequeños ídolos que nos esclavizan? No. Nosotros somos libres, señores, hijos. Acrecentemos el amor y él nos enseñará a iluminar-valorar tradiciones.
 


3-13. ACI DIGITAL 2003

4. Se trata de purificaciones que no eran prescriptas por la Ley y que los escribas multiplicaban llamándolas "tradiciones". "No conociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia (Rom. 3, 10), el fariseo, satisfecho de sí mismo, espera sorprender a Dios con su virtud que nada necesita (Luc. 18, 1 s.). En realidad, el fariseo es el más temible de los materialistas, pues el saduceo sensual ignora lo espiritual; pero él, en cierto modo, lo conoce para reducirlo a la materia: hechos, realizaciones, obras visibles para que sean vistos de los hombres y los hombres los alaben y los imiten. Antítesis del fariseo es la Verónica que al acercarse a Dios presenta, a la faz de la gracia, el lienzo en blanco de su esperanza". Es evidente que la doctrina de Jesucristo era tan incompatible con esa mentalidad como el fuego con el agua (véase 12, 38 y nota). La tradición que vale para la Iglesia es la que tiene su origen en la revelación divina, es decir, en la predicación del mismo Jesucristo y de los apóstoles, "a fin de que siempre se crea del mismo modo la verdad absoluta e inmutable predicada desde el principio por los apóstoles". (Pío X en el juramento contra los modernistas). Cf. I Tim. 6, 3 s. y 20.

6. Véase Is. 29, 13; Cf. Mat. 15, 1 - 28; 23, 15; Luc. 11, 37 - 41; Juan 4, 23 y notas.

10. Véase Ex. 20, 12; 21, 17; Lev. 20, 9; Deut. 5, 16; Ef. 6, 2.

11. Quiere decir que los fariseos se consideraban exonerados de la obligación de sustentar a sus ancianos padres, pretendiendo que les valiera por tal una ofrenda de dinero (Korbán) dada al Templo.


3-14.

Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España)

«Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados?»

Hoy contemplamos cómo algunas tradiciones tardías de los maestros de la Ley habían manipulado el sentido puro del cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Aquellos escribas enseñaban que los hijos que ofrecían dinero y bienes para el Templo hacían lo mejor. Según esta enseñanza, sucedía que los padres ya no podían pedir ni disponer de estos bienes. Los hijos formados en esta conciencia errónea creían haber cumplido así el cuarto mandamiento, incluso haberlo cumplido de la mejor manera. Pero, de hecho, se trataba de un engaño.

«¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!» (Mc 7,9): Jesucristo es el intérprete auténtico de la Ley; por eso explica el justo sentido del cuarto mandamiento, deshaciendo el lamentable error del fanatismo judío.

«Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’» (Mc 7,10): el cuarto mandamiento recuerda a los hijos las responsabilidades que tienen con los padres. Tanto como puedan, les han de prestar ayuda material y moral durante los años de la vejez y durante las épocas de enfermedad, soledad o angustia. Jesús recuerda este deber de gratitud.

El respeto hacia los padres (piedad filial) está hecho de la gratitud que les debemos por el don de la vida y por los trabajos que han realizado con esfuerzo en sus hijos, para que éstos pudieran crecer en edad, sabiduría y gracia. «Honra a tu padre con todo el corazón, y no te olvides de los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Qué les darás a cambio de lo que han hecho por ti?» (Sir 7,27-28).

El Señor glorifica al padre en sus hijos, y en ellos confirma el derecho de la madre. Quien honra al padre expía los pecados; quien glorifica a la madre es como quien reúne un tesoro (cf. Sir 3,2-6). Todos estos y otros consejos son una luz clara para nuestra vida en relación con nuestros padres. Pidamos al Señor la gracia para que no nos falte nunca el verdadero amor que debemos a los padres y sepamos, con el ejemplo, transmitir al prójimo esta dulce “obligación”.


3-15.

San Clemente de Alejandría (150-215) teólogo
El Pedagogo III 89,94,98; SC pag 171ss

La ley nueva inscrita en el corazón de los hombres

Tenemos el decálogo, dado por Moisés...y todo lo que nos recomienda la lectura de los libros santos. “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda. Luego venid discutamos –dice el Señor-.”(Is 1,16-18) ... También tenemos las leyes del Verbo, las palabras de exhortación escritas no sobre tablas de piedra por el dedo del Señor (Ex 24,12) sino inscritas en el corazón del hombre (2Cor 3,3)... Ahora bien, las tablas de los corazones duros serán quebradas (Ex 32,19; la fe de los pequeñuelos imprime sus huellas en los corazones dóciles... Estas dos leyes le han servido al Verbo en la pedagogía de la humanidad, primero por boca de Moisés, luego por la de los apóstoles...

Nos hace falta un maestro para explicar estas palabras sagradas...Él nos enseñará la palabra de Dios. La escuela es la Iglesia; nuestro único Maestro es el Esposo, la buena voluntad de un Padre bueno, sabiduría primordial, santidad del conocimiento. “El ha muerto por nuestros pecados.” (1Jn 2,2) Él cura nuestros cuerpos y nuestras almas, cura al hombre en su totalidad, él, Jesús que “ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero. Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo lo conozco, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.” (1Jn 2,3-4)

Como alumnos de esta divina pedagogía ¡embellezcamos el rostro de la Iglesia y corramos como niños pequeños hacia esta madre llena de bondad. Hagámonos oyentes del Verbo; glorifiquemos la divina providencia que nos conduce por medio de este Pedagogo y nos santifica para ser hijo de Dios!


3-16. Las tradiciones de los fariseos

Fuente: Catholic.net
Autor: Misael Cisneros

Reflexión:

La vida podría convertirse en un cumplimiento meticuloso de la ley, normas, compromisos, como hacían los fariseos y judíos. Pero valdría preguntarse en medio de tanta exigencia personal ¿por qué? ¿Por qué tanto empeño y dedicación para ser fieles?. ¿Realmente cumplían de esa manera para agradar a Dios? Por la actitud de Jesús su fidelidad era incienso que en lugar de agradar a Dios los alababa a ellos mismos.

Sólo a Dios hay que dar culto, y el verdadero culto consiste en la caridad y amor a Dios, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2095. Debe ser aquí por tanto, donde florezca la exigencia por ser fieles a los compromisos.
El santo Padre, Juan Pablo II escribió que ser cristiano no es en primer lugar cumplir una cantidad de compromisos y obligaciones sino dejarse amar por Dios.

De esta manera, hemos de buscar a Dios para que nuestra jornada no se convierta en una serie de actividades, compromisos, obligaciones sin sentido, porque se tienen que hacer, hechos en ocasiones sin saber por qué se hacen, sino que sean nuestros días un continuo ofrecimiento a Dios de nuestras acciones.


3-17.

Reflexión

Este pasaje contiene diferentes enseñanzas de las cuales podríamos hoy hacer una buena reflexión, sin embrago el texto se centra en la unidad que debe haber entre fe y vida. Los fariseos adoptan una postura que a la vista de los demás aparenta fidelidad y cumplimiento a la ley, pero en realidad su corazón está lejos de Dios. Y esta es la triste realidad de muchos de nuestros cristianos que aparentan ser fieles cumplidores de la ley; van a misa los domingos, en las asambleas de oración hacen largas oraciones, se encargan de recoger la limosna en la misa, cumplen con lo marcado con la ley. Sin embargo en sus casas son déspotas, intransigentes, criticones y malcriados, asisten a espectáculos inconvenientes, etc. - Este pueblo me honrar con los labios pero su corazón está lejos de mi - dice el Señor. Es necesario que volvamos a unir la fe y la vida. Que sin dejar de hacer lo que la ley nos invita a hacer, no sea una práctica externa sino el resultado de la relación íntima y personal con Dios; que sea la manifestación externa de nuestro ser poseídos por el Espíritu Santo. Pensemos por un momento qué es lo que nos mueve a nuestras prácticas religiosas: ¿La ley o el amor a Dios y a los hermanos?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-18. DOMINICOS 2004

La luz de la Palabra de Dios
Libro I de los Reyes 8, 22‑23, 27‑30:
“En aquellos días, Salomón, en pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Is­rael, extendió las manos al cielo y dijo: ¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, fiel a la alianza con tus vasallos, si caminan de todo corazón en tu presen­cia. . . Escucha, pues, la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel, cuando te recemos en este sitio: escucha tú, desde tu morada del cielo, y perdona...”

Evangelio según san Marcos 7, 1‑13:
“En aquel tiempo, se acercó a Je­sús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén; y le re­procharon que algunos de sus discípulos comían con manos impuras. Y le decían a Jesús: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen las tradiciones de los mayores? Jesús les contestó: bien pro­fetizó Isaías de vosotros, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios y os aferráis a la tradición de los hombres".


Reflexión para este día
Adoradores en espíritu y verdad
"Los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y en verdad". Este era el lema de vida para un fiel israelita. Pero los dirigentes legales del pueblo de Dios habían tergiversado el gran manda-miento de Dios y se las componían de tal forma que llegaron a ela­borar una religión a su medida. Decían, por ejemplo: si uno le dice a su padre o a su madre que "los bienes con que podría ayudarle los ofrece al templo", ya no se le permite hacer nada por su padre o por su madre. ¡Mísera religión de intereses!

Pero preguntémonos: algo de esa forma de interpretar los mandamientos de Dios ¿no sigue subsistiendo en muchos de los que nos llamamos cristianos hoy en día? ¿No sigue siendo verdad que "honramos a Dios con los labios, pero nuestro corazón esta lejos de Él? No en vano, muchas veces, personas que están fuera de la Iglesia critican nuestra falta de coherencia. Y esto nos indigna; pero en el fondo esa indignación es un sordo remordimiento de que, en buena parte, tienen razón.

Jesús, en la parábola del Buen Samaritano nos muestra un fiel re­trato de muchos de nuestros comportamientos ante el mayor de los man­damientos: el amor a Dios y el amor al prójimo.


3-19. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

En el texto anterior Jesús entra en controversia con los preceptos de pureza ritual al momento de comer los alimentos, fijados en la tradición religiosa de Israel. El texto de hoy continúa el tema sobre la pureza e impureza referida a los alimentos, pero esta vez en conflicto con la Biblia misma, que fija estos preceptos. La primera controversia fue con los escribas y fariseos, la segunda se convierte en una invitación a toda la gente para que escuchen y comprendan. El v.15 es “una de las más grandes palabras de la historia de las religiones” (Montefiore) y “una de las sentencias morales más importantes de toda la historia de la humanidad”. Jesús apunta a la auténtica moralidad, aquella que no está amarrada a una piedad exterior y ritualista, sino al corazón, es decir, a una opción y decisión profunda y conciente del ser humano.

La pregunta de los discípulos a Jesús, probablemente no es porque no hayan comprendido, sino que les parece inaudito, pues la misma Biblia trae muchas normas que buscan evitar la impureza que viene desde fuera, por ejemplo, Lv 11 señala los animales impuros cuya carne es prohibida comer. Jesús sin embargo recrimina la incomprensión de sus discípulos, que ellos mismos le criticaban a la gente.

A reglón seguido, Jesús vuelve al argumento de los alimentos afirmando que no hacen impuro porque en su camino natural no entran al corazón sino que van al vientre y luego a la letrina. Los alimentos no tocan el corazón. Jesús deja claro para los cristianos de todos los tiempos que la verdadera fuente de pureza o impureza no son los alimentos ni las cosas externas, sino el corazón, “centro de la persona, sede propia de las opciones y decisiones que regulan la relación del hombre con Dios”.

Por tanto, no son las cosas las que contaminan, sino que es el mismo ser humano, quien a partir de sus opciones, de sus decisiones, le dice si o no a Dios mismo, haciéndose así puro o impuro frente al proyecto de Dios en la historia. Se enumera a continuación una serie de doce vicios que en el v. 23 se denominan “cosas malas”.

Podríamos organizar dichos vicios en cuatro grupos de tres.

El primer grupo se refieren a mandamientos del decálogo: inmoralidad sexual (en el decálogo aparece como adulterio), robos y asesinatos. Es probable que la inmoralidad sexual aparezca en primer lugar por ser un grave problema que suscitaban las costumbres sexuales de los cristianos venidos del paganismo. Las cartas de Pablo especialmente la primera a los Corintios reflejan claramente este problema.

En el v. 22 se menciona un segundo grupo compuesto por adulterio, avaricias y maldades. De nuevo se hace referencia a un vicio relacionado con lo sexual.

El tercer grupo habla de engaño, libertinaje que manifiesta un comportamiento público ostentoso, y envidia. La envidia traduce literalmente “ojo malo”, es decir, quien mira a los demás con ojeriza por no tener lo que ellos tienen. El último grupo comienza con los chismes, luego viene la soberbia, que también podría llamarse orgullo, arrogancia, o lo opuesto a la humildad de María, que en el Magnificat dice que Dios dispersó a los soberbios (Lc 1,51); y la insensatez que podría también llamarse la estupidez, la tontería, la necedad. En los evangelios, se les llama necios a los fariseos que se preocupan de limpiar lo externo del vaso mientras lo interno está lleno de robo y maldad (Lc 11,39). En este caso la insensatez es preocupación por aparentar más que por ser.

También se llama “necio” en el evangelio al rico que proyecta la construcción de graneros para sentarse a disfrutar. Necio en este sentido es el que funda su propia seguridad en el tener, en el afán de acumular en vez de hacer crecer la comunión con los hermano. Jesús termina resumiendo el catálogo de vicios con la expresión “todas estas cosas malas” y ratificando la afirmación que dio origen a la reflexión: no es lo exterior lo que contamina al ser humano, sino lo interior, lo que sale de adentro, lo que viene del corazón, las opciones y decisiones íntimas que se traducen en el obrar


3-20. CLARETIANOS 2004

JESÚS VA AL FONDO DE LA CUESTION

Jesús como buen judío conocía la tradición. Desde pequeño en la familia fue adquiriendo los conocimientos de la ley y de la tradición judía. Manifiesta respeto y veneración por ala ley y la tradición. “No he venido a derogar, sino a dar cumplimiento, porque os aseguro que no desaparecerá una sola letra o un solo acento de la Ley antes que desaparezcan el cielo y la tierra, antes que se realice todo” (Mt. 5,18). Pero por encima de la ley está el amor. “Amarás a Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los profetas”.

Jesús como hombre libre denuncia el legalismo y la hipocresía de algunos de sus contrincantes y hoy vemos como en el evangelio polemiza con los fariseos y maestros de la ley que protestan ante la conducta de sus discípulos que “no siguen la tradición de los ancianos” V.5). Ellos consideran que el guardar estas tradiciones y practicarlas acerca más a Dios. Jesús respetándolas pone el acento en lo esencial y desautoriza el camino “oficial” que los fariseos y maestros de la ley tienen para llegar a Dios.

Así Jesús propone que para estar más cerca de Dios hay que convertirse a El y seguirle de corazón. Antepone el mandamiento del amor a Dios al querer familiar y a las necesidades económicas del templo (vv. 8,13).

Acentúa el compromiso por la vida sin olvidar el culto y la tradición. Jesús les pone metas más altas. ¿Qué puede importar lavarse o no las manos si el corazón no está limpio? Es más fácil lavarse las manos que amar y comprometerse.

Jesús denuncia la hipocresía, la falsedad de darse golpes de pecho, del no manifestar el verdadero rostro de Dios. Por eso dirá ¡Preceptos de hombres y no mandatos de Dios son vuestras normas y prescripciones legalistas¡

Jesús desmonta el tinglado socio- religioso diciendo cual es el mandamiento de Dios y lo que El quiere. “Venid a mí los cansados…yo os aliviaré”. Cargad con mi yugo…mi yugo es llevadero…”No nos exime del yugo, de la carga pero es ligera con él, es llevadera con él. Él es para nosotros la paz y la libertad. Dios, el Dios del creyente es un Dios de libertad, de vida, de justicia, de amor.

Hoy Señor te damos gracias por tu palabra sincera y valiente. Gracias porque nos has dicho que prefieres una religión de amor y de libertad.

Segundo Vicente Martínez
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-21. ARCHIMADRID 2004

EN EL NOMBRE DEL PADRE

Así se titula una película sobre un joven irlandés que por distintas situaciones de su vida descubrirá la fortaleza y valía de su padre cuando ambos comparten presidio acusados de ser miembros terroristas del I.R.A. La realidad es que el hijo es un vividor que engaña a su padre al que cree demasiado estricto, duro y “poco moderno”, que no está en “la onda” y mantiene unos principios que hoy por hoy están fuera de lugar. En la cárcel, cuando no tienen nada y no son nada, mas que un número, descubrirá que para su padre él nunca ha dejado de ser su hijo y le ayudará a superar las dificultades y la dureza de la vida privada de dignidad. ¡Qué hijo tan ingrato al principio de la película!, y eso que el sentimiento inicial es de simpatía por el chico “hijo de su tiempo” y de cierta prevención contra el padre que es contracultural, carca, anticuado y demasiado severo y orgulloso.

“El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Hoy, y creo que siempre, surge una pléyade de intérpretes de la voluntad de Dios que, sin tener vela en este entierro y hasta sin fe, juzgan, interpretan, deciden y opinan sobre el misterio de la salvación en Cristo. Es mejor lavarse las manos y fregar las ollas que compartir la comida con el hambriento (y estoy convencido que si los apóstoles se lanzaron sobre la comida sin purificarse antes no fue por dar en el morro a los letrados, sino porque tenían más hambre que el perro de un ciego); es mejor salvar a las focas y ser muy comprensivos con todo tipo de “uniones de hecho” antes que defender a la familia y valorar el amor humano como reflejo del amor de Dios que es tierno, fiel, constante, más fuerte que la muerte. Pero ¡hala!, todos a fregar cacerolas, aunque tengamos retortijones de hambre vamos a lavarnos bien las manitas para “que no digan”, vamos a ser más modernos que el hijo de la película y vamos a “vacilar” a nuestro Padre Dios (al que decimos querer mucho, le mandamos un dinerito a casa y le pasamos por las narices nuestra “situación de bien-estar”) hasta que verdaderamente descubrimos que sufrimos. El infiel a su amor sufre, las mujeres (y hombres) maltratadas sufren, los matrimonios rotos sufren, los hijos de divorciados sufren, los que no guardan la castidad y se entregan a cualquiera sufren, los abortistas sufren. La Iglesia, que tiene la asistencia del Espíritu Santo para interpretar los signos de los tiempos, está con los que sufren y no esperan que les den un lavado de cara para, en nombre de Dios eso sí, hacer lo que quiera con su vida, porque quien de verdad sufre descubre a la Iglesia, con todas sus exigencias, como Madre buena que le saca del charco fangoso en que ha convertido su vida de hijo de Dios.

Según termino de escribir se acaba de imprimir el directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España (he estado de ejercicios y ahora me entero que se ha publicado y se ha armado tanto revuelo), son casi noventa folios (en letra pequeña), ahora le hincaré el diente y si hay tantos que se lo han leído ¡bendito sea Dios!.

Y lo leeré con gusto y lo meditaré porque cuando habla la Iglesia me fío, como María de Jesús, aunque no lo entienda.


3-22.

LECTURAS: 1RE 8, 22-23. 27-30; SAL 83; MC 7, 1-13

1Re. 8, 22-23. 27-30. Nada hay imposible para Dios. A Él no lo pueden contener los cielos de los cielos; y sin embargo se ha dignado hacer su morada en nosotros. Él siempre quiere mostrarse misericordioso para con nosotros. Pero, puesto que Él no habita en un corazón manchado, debemos, con amor de hijos fieles, vivir en una continua conversión hacia Él, aprendiendo a cumplir de todo corazón su voluntad. Dios siempre está dispuesto a escuchar nuestros ruegos, pues Él está con nosotros, no como enemigo a la puerta, sino como Padre compasivo y misericordioso hacia nosotros. Por eso nuestras súplicas no pueden quedarse sólo pidiéndole que nos ayude en cosas materiales, sino que le hemos de pedir que venga a morar en nosotros, que, por medio de la fe, lo hemos aceptado como único Dios y Señor nuestro.

Sal. 83. Nuestra vida se encamina continuamente al encuentro definitivo de Dios en la casa de sólidos cimientos. ¿Hasta dónde tenemos puesta nuestra fe en lograr el cumplimiento de nuestra esperanza en nuestra salvación definitiva? Pues si sólo tenemos un vago deseo de salvación difícilmente encaminaremos nuestros pasos hacia el Señor. Quien no tiene claro el término de su camino por esta vida podrá, tal vez, dar culto al Señor, pero vivirá falto de compromiso en el amor y en la manifestación de la presencia salvadora de Dios desde la propia vida. Si los Israelitas, peregrinos hacia el Templo, se alegraban cuando desde lejos lo contemplaban y entonaban cantos al Señor, nosotros, que tenemos la esperanza cierta de nuestra salvación, día a día dejémonos iluminar por el Señor que nos conduce por medio de su Espíritu y de su Palabra para que, llevando una vida recta, manifestemos que en verdad no sólo estamos cerca del Señor, sino que Él habita ya en nosotros y sólo esperamos que, si le somos fieles, disfrutaremos de Él eternamente.

Mc. 7, 1-13. No podemos quedarnos en honrar al Señor sólo de un modo externo; no podemos elevarle nuestros cánticos de alabanza sólo con los labios. Mientras nuestra vida y nuestras obras no se conviertan en una continua alabanza de su Santo Nombre, nuestro culto será una exterioridad inútil. Dios quiere que vivamos como hijos fieles suyos. El reconocimiento de nuestros padres como el signo más cercano de Dios como Padre nuestro nos ha de llevar a amarlos y respetarlos siempre con gran amor y cariño. Quien desprecia a sus padres está manifestando que ha perdido su punto de referencia visible para llegar a madurar en todos los aspectos de su vida. Ante ellos aprendemos a enfrentar la vida, aprendemos a amar, a perdonar y a ser generadores de vida, no sólo por engendrar hijos, sino por incrementar la vida para que llegue a su plena realización. Por eso, a pesar de sus defectos los hemos de amar, sabiendo que ellos, junto con nosotros, están en una continua conversión que hará que todos lleguemos a la madurez del Hombre Perfecto, Cristo Jesús. Honrar a nuestros padres es honrar de hecho y no sólo con los labios, al mismo Dios. A partir de ese amor estaremos dispuestos a vernos todos como hermanos que jamás cierran su corazón a los demás, pues Dios no necesita de nuestro culto vacío de buenas obras; al final Él nos juzgará sobre cuánto lo amamos en nuestro prójimo.

Reunidos para dar culto a Dios no nos limitemos a estos momentos de intimidad con el Señor en la celebración de la Eucaristía. El Señor sabe que no porque venimos, tal vez diariamente, a esta celebración ya por eso hemos de ser considerados como sus mejores amigos. Seamos prudentes para que no nos limitemos a honrar al Señor sólo con los labios, mientras nuestro corazón permanezca lejos de Él por falta de un amor auténtico, que nos ponga al servicio de nuestro prójimo. Estar cerca de Dios no es sólo ponernos de rodillas ante Él y recibirlo en la Eucaristía. Estar cerca de Dios significa que Él habita en nosotros y transforma nuestra existencia para que, permaneciendo en nosotros, desde nosotros Él manifieste, con obras concretas de nuestra vida, que bajo el signo de nuestra carne mortal, Él sigue amando y salvando a todos mediante su Iglesia. Esta Iglesia, Esposa que escucha a su Señor y le vive fiel, es la que se encuentra, por medio nuestro, ante el Señor no sólo para decirle que le ama, sino para comprometerse a actuar conforme a la guía amorosa del Espíritu Santo que habita en ella.

Si somos realmente hombres de fe en Cristo, dejemos que su Espíritu transforme nuestra vida, para que trabajemos constantemente por hacer que en nuestro mundo se viva cada vez más la justicia, la paz, la misericordia y el amor fraterno. No podemos realmente llamarnos hijos de Dios cuando, después de persignarnos y arrodillarnos ante Dios nos levantamos en contra de nuestro hermano. Dios se ha dignado hacer su morada en nosotros. Dichosos quien contemple, quien escuche, quien viva en su Iglesia, pues desde ella Jesucristo sigue presente en el mundo. Pero no pensemos que por formar parte de la Iglesia ya somos el mejor de los signos de Cristo en el mundo. Es necesario que, aceptando esta fe, la hagamos patente ante todos los pueblos porque nuestra vida, nuestras obras, se realicen conforme al ejemplo que nos dio el Señor. Si, llamándonos hijos de Dios, llevamos una vida de maldad, de pecado, de persecución y de muerte de los demás, en lugar de que el Nombre de Dios sea alabado, seremos responsables de que su Nombre sea puesto en ridículo ante aquellos que a penas a tientas le buscan.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que seamos fieles en todo al Señor, no sólo escuchando su Palabra y proclamándola con nuestros labios, sino con un corazón fiel que exprese, en buenas obras, que no son nuestros caprichos, sino el Espíritu Santo el que guía nuestros pasos por el camino del bien. Amén.

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3-23.

Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España)

«Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados?»

Hoy contemplamos cómo algunas tradiciones tardías de los maestros de la Ley habían manipulado el sentido puro del cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Aquellos escribas enseñaban que los hijos que ofrecían dinero y bienes para el Templo hacían lo mejor. Según esta enseñanza, sucedía que los padres ya no podían pedir ni disponer de estos bienes. Los hijos formados en esta conciencia errónea creían haber cumplido así el cuarto mandamiento, incluso haberlo cumplido de la mejor manera. Pero, de hecho, se trataba de un engaño.

«¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!» (Mc 7,9): Jesucristo es el intérprete auténtico de la Ley; por eso explica el justo sentido del cuarto mandamiento, deshaciendo el lamentable error del fanatismo judío.

«Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’» (Mc 7,10): el cuarto mandamiento recuerda a los hijos las responsabilidades que tienen con los padres. Tanto como puedan, les han de prestar ayuda material y moral durante los años de la vejez y durante las épocas de enfermedad, soledad o angustia. Jesús recuerda este deber de gratitud.

El respeto hacia los padres (piedad filial) está hecho de la gratitud que les debemos por el don de la vida y por los trabajos que han realizado con esfuerzo en sus hijos, para que éstos pudieran crecer en edad, sabiduría y gracia. «Honra a tu padre con todo el corazón, y no te olvides de los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Qué les darás a cambio de lo que han hecho por ti?» (Sir 7,27-28).

El Señor glorifica al padre en sus hijos, y en ellos confirma el derecho de la madre. Quien honra al padre expía los pecados; quien glorifica a la madre es como quien reúne un tesoro (cf. Sir 3,2-6). Todos estos y otros consejos son una luz clara para nuestra vida en relación con nuestros padres. Pidamos al Señor la gracia para que no nos falte nunca el verdadero amor que debemos a los padres y sepamos, con el ejemplo, transmitir al prójimo esta dulce “obligación”.


3-24.

Reflexión:

Gén. 1, 20-2, 4. Dios ha creado el universo, y lo ha puesto en nuestras manos. Nosotros somos los que le damos unidad a todo lo creado en razón de que Dios nos constituyó en cabeza, en responsables de la creación. Nuestro trabajo hecho de un modo responsable debe ir, día a día, logrando que nuestro mundo sea no sólo una digna morada para nosotros, sino que se tengan los avances necesarios en todos los niveles para que podamos disfrutar al máximo, de un modo que no nos destruya ni nos degrade, aquello que Dios nos ha confiado. Todo es nuestro; y nosotros somos de Dios. Por eso no sólo le dedicamos un día a la semana, sino que continuamente vivimos en su presencia, sabiendo que lo estamos representando en las diversas acciones que realizamos en el mundo con rectitud, con justicia, con amor, y conviviendo en paz unos con otros. Sólo así podremos decir que nuestra vida completa se convierte en un culto agradable a Dios, pues nosotros mismos somos una ofrenda de suave aroma para Él.

Sal. 8. Parecemos tan insignificantes ante la inmensidad del universo. Sin embargo todo está a nuestro servicio. Por desgracia muchas veces nos hemos dejado dominar por las cosas pasajeras. Y eso ha servido de ocasión de discordias entre nosotros. A causa de lo que es inferior a nosotros se han provocado, incluso, guerras, por la avidez de posesionarse de los recursos naturales que les pertenecen a otros. Pretendemos ser grandes construyendo un imperio de riquezas. Desde Cristo, los que creemos en Él, sabemos que no podemos descuidar nuestras diversas obligaciones ante la vida presente. Sabemos que es necesario que existan personas que, tal vez teniéndolo todo, sepan ser justos en el pago de los salarios de sus trabajadores. Si el Señor nos hizo un poquito inferiores a un dios, no podemos nosotros destruir la dignidad de nuestro prójimo, ni llevarle por caminos que le degraden su vida personal. Juntos hemos tanto de vivir construyendo la ciudad terrena para que sea una digna morada para todos, como trabajando para vivir guiados por los auténticos valores que distinguen a los hijos de Dios.

Mc. 7, 1-13. No podemos honrar al Señor sólo de un modo externo; no podemos elevarle nuestros cánticos de alabanza sólo con los labios. Mientras nuestra vida y nuestras obras no se conviertan en una continua alabanza de su Santo Nombre, nuestro culto será una exterioridad inútil. Muchas veces queremos quedar satisfechos pensando que le hemos cumplido a Dios porque hemos realizado puntualmente algunos ritos para darle culto. Sin embargo después salimos de su presencia y reiniciamos una vida de maldad, de injusticia, de pecado, como si no conociéramos a Dios. Una fe así no dejará de ser sino una fe cargada de hipocresía. Dios quiere que vivamos como sus hijos fieles. Y esa fidelidad a Él nos debe llevar a amar y a respetar a todos, especialmente a nuestros padres. Efectivamente el reconocimiento de nuestros padres como el signo más cercano de Dios como Padre nuestro, nos ha de llevar a amarlos y respetarlos siempre. Quien desprecia a sus padres está manifestando que ha perdido su punto de referencia visible para llegar a madurar en todos los aspectos de su vida. Ante ellos aprendemos a enfrentar la vida, aprendemos a amar, a perdonar y a ser generadores de vida, no sólo por engendrar hijos, sino por incrementar la vida para que llegue a su plena realización. Por eso, a pesar de sus defectos los hemos de amar, sabiendo que ellos, junto con nosotros, están en una continua conversión que hará que todos lleguemos a la madurez del Hombre Perfecto, Cristo Jesús. Honrar a nuestros padres es honrar de hecho y no sólo con los labios, al mismo Dios. A partir de ese amor estaremos dispuestos a vernos todos como hermanos que jamás cierran su corazón a los demás, pues Dios no necesita de nuestro culto vacío de buenas obras; al final Él nos juzgará sobre cuánto lo amamos en nuestro prójimo y no tanto sobre cuánto cumplimos con algunos ritos meramente externos.

Reunidos para dar culto a Dios no nos limitemos a estos momentos de intimidad con el Señor en la celebración de la Eucaristía. El Señor sabe que no porque venimos, tal vez diariamente, a esta celebración ya por eso hemos de ser considerados como sus mejores amigos. Seamos prudentes para que no nos limitemos a honrar al Señor sólo con los labios, mientras nuestro corazón permanezca lejos de Él, por falta de un amor auténtico que nos ponga al servicio de nuestro prójimo. Estar cerca de Dios no es sólo ponernos de rodillas ante Él y recibirlo en la Eucaristía. Estar cerca de Dios significa que Él habita en nosotros y transforma nuestra vida para que, permaneciendo en nosotros, desde nosotros Él manifieste, con obras concretas de nuestra vida, que bajo el signo de nuestra carne mortal, Él sigue amando y salvando a todos mediante su Iglesia. Esta Iglesia, Esposa que escucha a su Señor y le vive fiel, es la que se encuentra por medio nuestro ante el Señor no sólo para decirle que le ama, sino para comprometerse a actuar conforme a la guía amorosa del Espíritu Santo que habita en ella.

Si somos realmente hombres de fe en Cristo dejemos que su Espíritu transforme nuestra vida, para que trabajemos constantemente haciendo que en nuestro mundo se viva cada vez más la justicia, la paz, la misericordia y el amor fraterno. No podemos realmente llamarnos hijos de Dios cuando, después de persignarnos y arrodillarnos ante Dios, nos levantamos en contra de nuestro hermano. Dios se ha dignado hacer su morada en nosotros. Dichoso quien contemple, quien escuche, quien viva en su Iglesia, pues desde ella Jesucristo continúa presente en el mundo. Pero no pensemos que por formar parte de la Iglesia ya somos el mejor de los signos de Cristo en el mundo. Es necesario que, aceptando esta fe, la hagamos patente ante todos los pueblos a través de nuestra vida, de nuestras obras, realizadas conforme al ejemplo que el Señor nos dio. Si llamándonos hijos de Dios llevamos una vida de maldad y de pecado, si perseguimos y asesinamos a los demás, en lugar de que el Nombre de Dios sea alabado, seremos responsables de que su Nombre sea puesto en ridículo ante aquellos que apenas a tientas le buscan tratando de encontrarlo y de experimentar su amor desde su Iglesia.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de serle fieles en todo, no sólo escuchando su Palabra y proclamándola con nuestros labios, sino con un corazón fiel que exprese, en buenas obras, que no son nuestros caprichos, sino el Espíritu Santo el que guía nuestros pasos por el camino del bien. Amén.

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3-25.

Reflexión

Este pasaje contiene diferentes enseñanzas de las cuales podríamos hoy hacer una buena reflexión, sin embrago el texto se centra en la unidad que debe haber entre fe y vida. Los fariseos adoptan una postura que a la vista de los demás aparenta fidelidad y cumplimiento a la ley, pero en realidad su corazón está lejos de Dios. Y esta es la triste realidad de muchos de nuestros cristianos que aparentan ser fieles cumplidores de la ley; van a misa los domingos, en las asambleas de oración hacen largas oraciones, se encargan de recoger la limosna en la misa, cumplen con lo marcado con la ley. Sin embargo en sus casas son déspotas, intransigentes, criticones y malcriados, asisten a espectáculos inconvenientes, etc. - Este pueblo me honrar con los labios pero su corazón está lejos de mi - dice el Señor. Es necesario que volvamos a unir la fe y la vida. Que sin dejar de hacer lo que la ley nos invita a hacer, no sea una práctica externa sino el resultado de la relación íntima y personal con Dios; que sea la manifestación externa de nuestro ser poseídos por el Espíritu Santo. Pensemos por un momento que es lo que nos mueve a nuestras prácticas religiosas: ¿La ley o el amor a Dios y a los hermanos?

Pbro. Ernesto María Caro