MARTES DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Segundo Libro de Samuel 6,12-15.17-19.

Cuando informaron a David: "El Señor ha bendecido a la familia de Obededóm y todos sus bienes a causa del Arca de Dios", David partió e hizo subir el Arca de Dios desde la casa de Obededóm a la Ciudad de David, con gran alegría. Los que transportaban el Arca del Señor avanzaron seis pasos, y él sacrificó un buey y un ternero cebado. David, que sólo llevaba ceñido un efod de lino, iba danzando con todas sus fuerzas delante del Señor. Así, David y toda la casa de Israel subieron el Arca del Señor en medio de aclamaciones y al sonido de trompetas. Luego introdujeron el Arca del Señor y la instalaron en su sitio, en medio de la carpa que David había levantado para ella, y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión delante del Señor. Cuando David terminó de ofrecer el holocausto y los sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre del Señor de los ejércitos. Después repartió a todo el pueblo, a toda la multitud de Israel, hombres y mujeres, una hogaza de pan, un pastel de dátiles y uno de pasas de uva por persona. Luego todo el pueblo se fue, cada uno a su casa.

Salmo 24,7-10.

¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria!
¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso los combates.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria!
¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.


Evangelio según San Marcos 3,31-35.

Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera". El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 

1.- Hb 10, 1-10

1-1.VER ADVIENTO 04C LECTURA 2


1-2.

-La antigua alianza poseyendo sólo una sombra de los bienes definitivos... absolutamente incapaz de conducir a su perfección a los que se acercan para ofrecer sus sacrificios.

La historia de las religiones, como la historia del pueblo hebreo es una emocionante aventura de los hombres que buscan a Dios, la «felicidad» y la «perfección». Logran solamente sombras o «esbozos». No son de despreciar todas esas tentativas, pero no hay que quedarse ahora en ellas, dice el autor de la Epístola pues Cristo ha venido y es el único capaz de «conducirnos a la felicidad perfecta».

-Es imposible en efecto, que sangre de animales borre el pecado.

Todas las religiones antiguas, sin que se hubiesen concertado, han practicado, y algunas lo hacen todavía hoy, «sacrificios» de animales: el hombre quiere expresar, por medio de un símbolo su sumisión a Dios... La sangre es portadora de «vida»... se ofrece sangre y ello significa la ofrenda de la propia vida; pero hay el riesgo constante de tender a lo mágico: no tiene la primacía la significación espiritual del rito sino el gesto mismo cumplido guardando plenamente las formas, como si con ello se pudiera forzar la mano de Dios en una especie de regateo

Los profetas de Israel habían denunciado a menudo la inutilidad e ineficacia de los sacrificios de animales, faltos de sinceridad interior (Isaías 1,11; Oseas 6,6; Amós 5,21; Jeremías 6,20) El salmo 40, 7 hace el mismo descubrimiento esencial: A Dios no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del hombre que, en su vida, trata de serle fiel y obedecerle. El verdadero culto es la vida misma.

-Por esto al entrar en este mundo Cristo dice: "Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has dado un cuerpo..." Comencemos por notar lo que aquí se nos revela: los salmos son la oración de Jesús. ¿Cómo es ello?

Primero porque es absolutamente cierto que Jesús pronunció esas palabras algún día. Y, sin riesgo a equivocarnos, podemos imaginar que ciertos pasajes, -éste en particular- debieron de encontrar en su oración una resonancia personal perfecta y frecuente. Repitiendo esas palabras de los salmos, es tu plegaria la que adopto, Señor.

Además, como Verbo eterno de Dios antes mismo de encarnarse y de tener labios humanos para pronunciarlas, esas palabras de los salmos habían sido inspiradas por El. De tal modo que el autor pudo decir que en el mismo momento de su Encarnación «entrando en el mundo» el Hijo de Dios para esto vino... para cumplir lo que él mismo había inspirado al salmista anónimo del salmo 40.

-Entonces dije: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad".

Una de las más bellas plegarias que se pueden repetir incansablemente...

Pero ante todo una «divisa» de vida, ¡la misma que Jesús! Heme aquí HOY, Señor, quisiera hacer tu voluntad.

-Porque ciertamente de Mí habla la Escritura.

La presencia de Jesús llena ya todo el Antiguo Testamento. Por esto lo leemos con amor y descubrimos esa Presencia.

-Así abroga el antiguo culto para establecer el nuevo... Y en virtud de esta voluntad de Dios somos santificados, merced a la oblación, de una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo.

Revelación capital: al entrar en el mundo, desde su concepción, Cristo dio a su vida humana entera un alcance sacrificial de cumplimiento de la voluntad del Padre, ¡que la cruz vino finalmente a cumplir! ¿Ofrezco también mi cuerpo y mi vida?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 34 s.


2.- 2S 6, 12b-15.17-19

2-1.

-David hace introducir "el Arca de la Alianza" en Jerusalén.

Al mandar transferir el Arca a Jerusalén, David actúa una vez más con fines políticos: la antigua ciudad neutra jebusea, admirablemente situada entre los dos reinos, pasa a ser su capital política... pero David quiere que sea también su capital religiosa, a fin de conferir al poder real y a la unidad que simboliza, unos cimientos más profundos, más sagrados.

¡Jerusalén! ¡Ciudad santa! No puede decirse que Dios esté más presente en ella que en otra parte... ¿Y sin embargo?...

¡Jerusalén! La ciudad de Dios: el símbolo mismo de la voluntad de Dios de estar «presente» en la humanidad, de implantarse, de encarnarse, de «plantar su tienda entre nosotros».

¡Jerusalén! Es allá -en esa ciudad que David escogió- que Tú, Señor, instituirás la comida de la Cena para simbolizar tu presencia entre nosotros... Es allí, la ciudad, en que

Tú elegirás para morir y para resucitar.

A través de la elección histórica de David, no podemos dejar de pensar que la humanidad entera tiene, en lo sucesivo, una capital, un símbolo de su unidad: ese lugar, esa colina donde una cruz fue plantada... esa roca, esa tumba donde reposó el cuerpo de Jesús... ese punto de gravedad de la humanidad, ese momento en el que cambió de sentido la historia cuando la muerte fue vencida, ahí mismo por primera vez.

¡Jerusalén! cuyo nombre significa "Ciudad de paz".

Jerusalén, ciudad constantemente desgarrada, y que permanece como signo de la búsqueda de la humanidad: vivir juntos... vivir con Dios...

-Durante la procesión del Arca, David «danzaba» y daba vueltas con todas sus fuerzas «ante el Señor».

David, rey y jefe político, es también el jefe religioso: organiza la liturgia, se entrega con todo su ser, cuerpo y alma. Canta y danza: sabemos que él compuso muchos de los salmos.

Es una religión la suya exuberante y entusiasta.

-Toda la casa de Israel acompañaba el Arca con «aclamaciones» y resonar de cuernos...

Se ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión... Luego se hizo una distribución a todo el pueblo: para cada uno, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de pasas...

¡Qué religión tan alegre y comunitaria tenían nuestros antepasados!

¡Qué fiesta! divina y humana a la vez: la danza, el arte, los gritos, el banquete.

Tenemos mucho que redescubrir en ese sentido. Nuestras liturgias han llegado a ser demasiado silenciosas, demasiado pasivas, demasiado «cada uno para sí». Basta comparar la escena tan viva que se nos describe el día del traslado del Arca a Jerusalén, con nuestras misas del domingo, tan a menudo apagadas y tristes. Quizá la juventud actual, sacudiendo un poco nuestras costumbres, nos ayudará a reencontrar una «fiesta», una religión «alegre».

Mi religión, ¿es una fiesta para mí?, ¿una dicha?, ¿una alegría?

Mi fe, ¿es una buena noticia? y el evangelio ¿un maravilloso mensaje?

¿Soy de los que no abren la boca en la iglesia, de los que se aíslan? o bien ¿me esfuerzo en cantar, en aclamar, en participar en la liturgia?

-Delante del Señor... en presencia del Señor...

Es uno de los temas de esos pasajes de la Escritura. Vivir «delante» de Dios. David "danza" delante de Dios. Es toda mi vida la que se juega «delante de Ti, Señor».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 34 s.


2-2. /2S/06/01-23 ARCA-ALIANZA

La lectura de ayer contaba dos hechos muy importantes: la unción de David como rey de todo Israel y la conquista de Jerusalén. La de hoy describe el traslado a Jerusalén del arca de la alianza. Si al elegir Jerusalén como residencia suya había hecho de ella la capital política, al instalar allí el arca la convierte en capital religiosa. La capital política, en una antigua ciudad jebusea situada en la frontera entre el territorio de las tribus del norte y las del sur, quiere quedarse por encima de la animadversión entre los dos grupos rivales; la capital religiosa, a más de heredar antiquísimas tradiciones sagradas (cf. Gn 14), será enriquecida con la posesión del arca y superará en importancia a todos los santuarios israelitas, sobre todo con la edificación del templo de Salomón y más todavía con la reforma religiosa de Josías, que hizo de ella el único lugar donde se podrían ofrecer legítimos sacrificios. A partir de David, el tema de la ciudad santa se une, como un nuevo artículo de fe, como objeto de promesas y fuente de esperanzas (y una vez destruida, como tema de oración), al conjunto de tradiciones religiosas de Israel. A Jerusalén subirá Jesús a morir y resucitar, en Jerusalén nacerá la Iglesia, desde Jerusalén se esparcirá el evangelio a todas las naciones, y con la visión de la nueva Jerusalén que baja del cielo se cierra la Biblia (Ap 21).

Este capítulo procede de la historia del arca de la alianza, que habíamos comenzado a leer en 1 Sm 4-6 (sábado de la semana XII y domingo XIII), aunque la redacción es de otro estilo. Hallamos en la narración del traslado aquella conjunción de los valores humanos de David con una sensibilidad religiosa profunda y sincera y, al mismo tiempo, un gran talento político. Raramente se encuentran, así en la historia sagrada como en la profana, estas tres dimensiones en tan alto grado.

El arca había sido el signo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo cuando hacía camino por el desierto. Es el recuerdo de la alianza lo que ha de dar unidad política y religiosa al pueblo escogido. El templo será construido fundamentalmente como santuario del arca, ante la cual se ofrecerán los sacrificios prescritos y será invocado y santificado el nombre de Dios. La santidad de Dios se manifiesta, como en las religiones más primitivas, en forma de terror sagrado. No es imposible que Ozá, habiendo tocado el arca, muriese, cuando todavía en nuestros días, en África, hay quien muere literalmente de terror por el conjuro de un brujo. David mismo tiene miedo y renuncia a instalar el arca en su casa (9).

La sensibilidad religiosa de David se revela en el entusiasmo con que danza ante el arca, bien distinto de Mical, que le desprecia por haberse quitado las prendas reales para danzar. El hecho de que David tenga muchos hijos, pero ninguno de Mical, será interpretado como un premio para David, un castigo para ella y rechazo para la casa de su padre, Saúl, condenada a la extinción.

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 680 ss.


3.- Mc 3, 31-35

3-1.

Ver paralelo Lc 8. 19-21: MARTES DE LA SEMANA 26


 3-2.

Marcos va a relatar más adelante (Mc 4. 1-9) la parábola de la semilla que cae en diferentes terrenos. Pero ya de antemano la ilustra diciéndonos que la familia de Jesús no fue necesariamente el terreno ideal. La fe no se confunde con el contexto sociológico; no se reduce a sentimientos humanos, aun cuando estos sean fraternos o familiares.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 107


3-3.

¡Otra vez la tribu! "Te buscan", le dicen a Jesús. Este grupo de parientes trae a la memoria el recuerdo de esas camarillas siempre dispuestas a incautarse de Dios en provecho propio. "Te buscan". Pues bien, ¡perderán el tiempo! "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?". La respuesta más obvia no tendría en cuenta al Reino, que hace saltar todas las realidades. "Estos son mi madre y mis hermanos", dice Jesús mirando a los que están a su alrededor escuchándole. Así, en el Reino, la fraternidad cristiana no se funda en los vínculos de carne y sangre, sino en un espíritu común: hacer la voluntad del Padre. (...) "El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre". Llevarán el nombre de Jesús los que vivan en su corazón lo que fue para él la razón de ser de su vida: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros". No sólo se trata de ser partidarios de un hombre admirable, ni de hacer nuestra una norma de vida de gran elevación: se trata de ser "los de Jesús". Los discípulos no lo serán de verdad hasta que, el día de Pentecostés, reciban plenamente el Espíritu del Hijo. "Aquí estoy para hacer tu voluntad!": ésta es la norma de vida del cristiano y, más aún, la oración del Espíritu que se nos dio el día del bautismo.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 50 s.


3-4.

Marcos, después del altercado con los escribas "venidos de Jerusalén", reemprende el relato comenzado en el versículo 21 y que leímos el sábado último: "su familia vino para llevárselo, pues afirmaban: "Está fuera de sí."

-Jesús entra en una casa, y la muchedumbre acude.

La "muchedumbre" está siempre ahí.

-Vinieron su madre y sus hermanos, y desde fuera le mandaron llamar.

Su madre es María. La conocemos bien. Por Lucas y Mateo sabemos qué actitud ejemplar de Fe, de búsqueda espiritual ha tenido siempre a lo largo de todos los acontecimientos y circunstancias de la infancia de Jesús.

Pero tratemos de ponernos, momentáneamente, en la actitud de los primeros lectores de Marcos, que no tenían aún los evangelios de Lucas ni de Mateo. Procuremos olvidar lo que sabemos por los otros evangelios. Es la primera vez que oímos hablar de ¡"su madre"! Es el primer pasaje de Marcos que evoca a María. ¡Y es para decirnos "esto" de ella!

Verdaderamente ¡el evangelista no busca adornar su narración! Si su relato saliera de su imaginación, de su admiración, no hubiera escrito esto. Autenticidad algo áspera del evangelio según San Marcos. Son cosas difíciles de decir y que no se inventan. ¡La familia de Jesús no comprende! Y quiere recuperarlo.

-"Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que te buscan." Jesús les respondió: "¿Quién es mi madre? y ¿quién son mis hermanos?" El verdadero parentesco de Jesús no es lo que se piensa ni lo que aparenta. Para Jesús los lazos de la sangre, los lazos familiares, los lazos sociales no son lo primero, son indispensables y reales, pero no es lícito encerrarse en ellos.

¡Su familia no lo comprende! Pero su pueblo, ¡tampoco! Su medio social más natural, Nazaret, será el que más lo rechazará (Mc 6, 1-6).

-Y echando una mirada sobre los que estaban sentados en derredor suyo...

Marcos utiliza a menudo esta fórmula: la mirada de Jesús.

Trataré de imaginar esa mirada... y de rezar a partir de ella.

-Dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos. Quien hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre." He aquí un "sumergirse" absolutamente sorprendente en el corazón de Jesús.

Tiene un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Se siente hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios". Esta familia es amplia y grande. ¡No! No se le encerrará en su familia humana inmediata.

¡El replegarse en sí mismo es contrario, al modo de ser de Jesús! Las únicas fronteras de su familia son el horizonte del mundo entero.

¿Todo hombre es mi hermano, mi hermana, mi madre, también para mí? La fidelidad a la "voluntad del Padre" ¿es lo primero para mí? Por esta razón, ¡María es doblemente su madre! La verdadera grandeza de su madre, no es haberle dado su sangre, sino el hecho de ser "la humilde esclava de Dios", como nos lo enseñará Lucas cuando escribirá su evangelio, algunos años después. Pero esto nos lo ha dicho ya Marcos, aquí de un modo enigmático.

Señor, ayúdanos a vivir nuestros lazos familiares como un primer aprendizaje y un primer lazo de amor... sin encerrarnos en círculo alguno.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 288 s.


3-5.

1. (año I) Hebreos 10,1-10

a) Una vez más, la carta a los Hebreos afirma que las instituciones del AT eran una sombra y una promesa, que en Cristo Jesús han tenido su cumplimiento y su verdad total.

Los sacrificios de antes no eran eficaces, porque «es imposible que la sangre de los animales quite los pecados». Por eso tenían que irse repitiendo año tras año y día tras día. Esto pasaba en Israel y también en todas las religiones, porque en todas el hombre intenta acercarse y tener propicio a su Dios.

Mientras que Cristo Jesús se ofreció en sacrificio a sí mismo. El Salmo 39 le sirve al autor para describir la actitud de Jesús ya desde el momento de su encarnación: «Tú no quieres sacrificios ni holocaustos, pero me has dado un cuerpo: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Es una de los salmos que mejor retratan a Cristo y su actitud a lo largo de su vida y de su muerte.

Por esta entrega de Cristo, de una vez para siempre, «todos quedamos santificados».

No es que Dios quisiera la muerte de su Hijo. Pero sí entraba en sus planes salvarnos por el camino de la solidaridad radical de su Hijo con la humanidad, y esta solidaridad le condujo hasta la muerte.

b) También nosotros deberíamos distinguir entre estas dos clases de sacrificios: ofrecer a Dios «algo» -como puede ser un poco de dinero o unas velas o unos exvotos o unas oraciones-, o bien ofrecernos nosotros mismos, nuestra persona, nuestra obediencia, nuestra vida.

En nuestra celebración de la Eucaristía es bueno que nos acostumbremos a aportar explícitamente, al sacrificio único y definitivo de Cristo, también nuestra pequeña ofrenda existencial: nuestros esfuerzos, nuestros éxitos y fracasos, el dolor que a veces nos toca experimentar.

Es interesante que en las tres plegarias eucarísticas de las misas con niños, junto a la ofrenda del único sacrificio de Cristo, se expresa también nuestra ofrenda personal: «acéptanos a nosotros juntamente con él», «para que te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro y junto con él nos ofrezcamos a ti», «te pedimos que nos recibas a nosotros con tu Hijo querido». Para que ya desde niños aprendamos a ofrecernos por la salvación del mundo, como Jesús.

Esta entrega personal es la que Cristo nos ha enseñado. El sacrificio externo y ritual sólo tiene sentido si va unido al personal y existencial. El sacrificio ritual es más fácil. Aunque cueste, es puntual. Mientras que el personal nos compromete en profundidad y en todos los instantes de nuestra vida.

1. (año II) 2 Samuel 6,12-15.17-19

a) David es hábil político, además de persona creyente. Ayer vimos que conquistó Jerusalén y estableció allí la capital de su reino. Ahora da un paso adelante: la hace también capital religiosa.

Hasta entonces Jerusalén, ciudad pagana, no tenía ninguna tradición religiosa para los israelitas, como podía tenerla por ejemplo Silo. David traslada solemnemente el Arca de la Alianza a su ciudad. Todavía no hay Templo -lo construirá su hijo Salomón- pero la presencia del Arca va a ser punto de referencia para la consolidación política y religiosa del pueblo.

La fiesta que organiza con tal ocasión -danzando él mismo ante el Arca- es muy simpática y de alguna manera significa el fin de la época nómada del pueblo. El Arca, en la Tienda del encuentro, había sido el símbolo de la cercanía de Dios para con su pueblo en el periodo de su larga travesía por el desierto. Ahora se estabiliza tanto el pueblo como la presencia de Dios con ellos.

b) A pesar de que Dios está presente en todas partes y podemos rezarle también fuera de nuestras iglesias, necesitamos lugares de oración. que nos ayuden también psicológicamente en nuestros momentos de culto y de reunión ante Dios.

Aunque en todo momento de nuestra vida podamos establecer contacto con Dios, la iglesia o la capilla, como lugar de reunión y de celebración, nos favorece en nuestro encuentro con Dios. El altar, en el que somos invitados a celebrar el memorial de Cristo y participar en su Cuerpo y Sangre; el lugar de la Palabra, desde el que se nos proclama la lectura bíblica; y luego el sagrario, donde se reserva el Pan eucarístico sobre todo para los enfermos: son para nosotros, con mucha más razón que el Arca para los israelitas, gozosos puntos de referencia que nos recuerdan la continua presencia de Cristo Jesús en nuestra vida. Todos los signos de aprecio y veneración serán pocos para agradecerle este don. David nos recuerda también con su actuación que necesitamos la fiesta, la expresión total -espiritual y corpórea- de nuestra pertenencia a la comunidad de fe y de nuestra relación con Dios. Por eso nos resulta aleccionadora la fiesta que él organizó, con elementos que continúan siendo válidos en la expresión de la fe: procesiones, oraciones, sacrificios, cantos, música, danza cúltica, comida festiva.

Necesitamos expresar exteriormente el aprecio que sentimos en el interior. A veces con formas litúrgicas y oficiales. Otras, con manifestaciones de religiosidad popular, también legítimas, y a veces más eficaces y comunicativas. Lo importante es rendir a Dios nuestro mejor culto y dar a nuestra vida una conciencia mayor de pertenencia a la comunidad cristiana y un tono más alegre de fiesta y comunión.

2. Marcos 3,31-35

a) Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.

Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

b) Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.

En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.

Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.

Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.

«Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad» (1ª lectura, I)

«Yo esperaba con ansia al Señor, él se inclinó y escuchó mi grito» (salmo, I)

«Iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo» (1ª lectura, II)

«Llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día, nos disponemos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios» (ofertorio de la Misa)

«El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 76-80


3-6.

Primera lectura: 2 de Samuel 12b-15. 17-19

Iban llevando David y los israelitas el arca del Señor entre vítores.

Salmo responsorial: 23, 7.8.9.10

¿Quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor en persona.

Evangelio: San Marcos 3, 31-35

El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.

El punto de partida de esta perícopa viene de los versículos 20-21 en los cuales se insinúa que Jesús se había enloquecido. Entonces llegan a buscarlo sus familiares, entre ellos su madre. Cuando le anuncian quiénes han venido por él a llevárselo, responde que sus verdaderos familiares son quienes están con él comprometidos, desde ese momento y siempre, en la creación del Reino. Su nueva relación de familia va más allá de la carne y de la sangre. Esto no es un rechazo de Jesús a sus parientes, en especial a su madre, sino una clarificación sobre el punto en que hay que colocar las relaciones familiares a la luz de lo que pide el Reino.

La estrategia de sus perseguidores era acusar a Jesús de loco. Convertido así en un endemoniado, sería, fácil presa de cualquier sanción, incluso de la condena a muerte. Tenían que tergiversar sus acciones a toda costa, asimilarlo con el demonio, ponerlo de acuerdo con ideas satánicas. Entonces la familia aparece, no para evaluar lo que hace Jesús y brindarle su apoyo, sino para llevárselo sacándolo del camino en el que está, actitudes que Jesús no comparte.

Aprendemos que el Reino es... un reagruparse, como hermanos y compañeros, unidos ahora por una fuerza "familiar" que es distinta de "la carne y la sangre": la opción convencida por la Causa de Jesús como la Causa absoluta de la propia vida. Si esa Causa se convierte en verdad en mi ideal máximo, a todos los que luchan por ella los siento ahora como "mi madre y mis hermanos". Estas novedades rompen muchos esquemas y prácticas tradicionales de familia.

La limitación de María para entender a Jesús debe verse no como una falla, sino como parte de su proceso interno que la llevará luego a convertirse en paradigma de mujer discípula para la posteridad. María como madre y compañera debía sufrir los dolorosos pasos del discipulado: oscuridad y dudas, hasta que la cruz y la resurrección le abran el camino definitivo del reconocimiento pleno de Jesús: Hombre y Dios al servicio de la humanidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-7.

Hb 10, 1-10: El antiguo testamento contiene las figuras del nuevo.

Sal 39, 2.4.7-8.10-11

Mc 3, 31-35: El verdadero parentesco con Jesús.

Se trata de uno de los textos que en la edad media fue tenido por los teólogos como «antimariológicos», textos que parecían ir contra la comprensión del misterio de María común en aquellos tiempos. Esta mariología medieval era «cristotípica», es decir, construida sobre el modelo de Cristo: María sería el correlato femenino de la divinidad. Su gloria estaría en su cercanía cuasifísica con Cristo y con Dios. El texto de Marcos que hoy meditamos y sus paralelos eran sentidos por estos mariólogos como un i ncomprensible «jarro de agua fría» que Jesús habría echado sobre María, restando importancia a su altísima posición en el parentesco con Jesús.

Para el evangelio el criterio es muy distinto, y el texto en cuestión nos lo evidencia: no es más glorioso ser pariente físico de Jesús que ser de los que «hacen la voluntad de Dios», dice Jesús.

Es claro que aquellos mariólogos que llamaban a este texto «antimariológico» no lo entendieron, porque Jesús no estaba diciendo que María no fuera bienaventurada, sino que era aún más bienaventurada por hacer la voluntad de Dios, que por haber llevado en su seno a Jesús.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-8.

Hebreos 10,1-10: Aquí estoy yo

Salmo responsorial: 39

Marcos 3,31-35: Hacer la voluntad del Padre

Hoy se nos habla de rompimientos en las lecturas. En la carta a los Hebreos, que venimos leyendo ya hace días, se nos habla del rompimiento con el culto del Antiguo Testamento y, en general, con el culto de las demás religiones. Antiguamente se creía que para alcanzar el favor de Dios, su perdón y su ayuda, era necesario ofrecerle sacrificios, principalmente la sangre y la carne de animales determinados. En el templo judío de Jerusalén, hasta su destrucción por los romanos en el año 70 de nuestra era, se ofrecían diariamente numerosos sacrificios, corría la sangre de las víctimas, subía al cielo el humo del altar donde se consumían las carnes. A eso se refiere nuestro autor cuando habla de que "es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados".

Rompiendo con esa tradición no poco bárbara, Cristo, en cambio, se ofrece a sí mismo: ofrece su vida, su actividad, su muerte, para que la voluntad salvífica de Dios resplandezca ante el mundo, alcance a todos los hombres. Esa voluntad de Dios, que Cristo quiere realizar a la perfección, no es otra que nuestra plena realización como seres humanos, capaces de vivir en libertad, dignamente, en solidaridad con los demás, en paz y en alegría.

Eso es lo que Dios quiere, no que pensemos que le hace falta algo a Él y que nosotros podamos procurárselo, sino que estemos seguros de que el nos lo da todo si nos abrimos a su gracia y acogemos el Evangelio, la buena noticia de Jesús.

Otro rompimiento en las lecturas de hoy es mucho más difícil de aceptar. Se trata de la familia de Jesús, su madre y sus hermanos que van a buscarlo, tal vez preocupados por su salud mental, como leíamos la semana pasada. A los que le avisan de la presencia de sus familiares, Jesús les responde con palabras desconcertantes: "¿quiénes son mi madre y mis hermanos?", señalando luego al corro de hombres y mujeres que escucha sus predicación: "éstos son mi madre y mis hermanas y mis hermanos, los que cumplen la voluntad de Dios". Es cierto que la familia es la célula básica de la sociedad, aunque se encuentre actualmente en crisis. Es cierto que en la familia recibimos normalmente amor, cuidados, educación y apoyo. Pero no es menos cierto que hemos de abrirnos a una familia más extensa si queremos madurar y asumir nuestra propia existencia, y que la familia natural no puede pretender mantenernos en un estado permanente de dependencia. Y esto es más cierto para el cristiano que comprende, a la luz de las palabras de Jesús, que la familia definitiva es la de los hijos de Dios, los hombres y mujeres del mundo que lo quieren construir justo y pacífico y solidario según el querer divino.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-9.

La Virgen María antes de ser Madre físicamente lo fue espiritualmente. Antes que el ángel Gabriel le anunciara el gran mensaje, Ella vivía abierta a Dios. Un alma verdaderamente libre, que reaccionaba ante las inspiraciones del Espíritu Santo y colaboró activamente durante toda su vida en el plan de salvación. “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan y cumplen la Palabra de Dios”.

Jorge Molino


3-10. CLARETIANOS 2002

¿No os habéis preguntado alguna vez por qué en los escritos más antiguos del Nuevo Testamento nunca se habla de la madre de Jesús? Ni en el texto más antiguo (la primera carta a los tesalonicenses) ni en todos los escritos de Pablo aparece ninguna alusión a María. Ciertamente, él, en la carta a los gálatas, habla de Jesús como alguien "nacido de mujer". Esta sobria referencia, dentro del contexto en el que se halla, es de una enorme densidad teológica, pero se nos antoja demasiado poco. Da la impresión de que en los cuarenta años que siguieron a la muerte y resurrección de Jesús hay como un "silencio mariano". Tenemos que esperar al evangelio de Marcos (fechado ordinariamente después del año 70) para encontrar una referencia a la madre de Jesús. Este texto desconcierta mucho. Da la impresión de que Jesús, buen judío, no valora a su familia. Leído en América latina, en donde me encuentro, o en África, suena todavía más extraño. ¿Cómo es posible que Jesús, judío, conocedor del cuarto mandamiento de la ley, tenga una actitud tan despegada respecto de su madre y de su familia en general? ¿Se trata de un texto retocado por el redactor del evangelio en tiempos en que en la iglesia de Jerusalén los parientes de Jesús querían reivindicar un puesto preeminente en virtud de su relación familiar con el Maestro? ¿O es una manera profética de acentuar la novedad de las relaciones que se establecen entre todos los que se adhieren a Jesús, novedad que no anula pero sí trasciende los lazos de la carne y de la sangre? Resulta llamativo que mientras los discípulos de Jesús están dentro escuchándolo, sus familiares (incluida su madre) están fuera, como si no quisieran participar de las excentricidades de un "loco"? La evolución neotestamentaria nos ayudará a conocer con más profundidad la fe de la iglesia primitiva en la madre del Señor, pero tan negativo sería desvincular este texto de la evolución posterior como borrar por completo su fuerza profética. No se trata de un texto anti-mariano cuanto de un dicho de Jesús que quiere poner de relieve que dentro de la comunidad de los suyos las relaciones de fraternidad y de "sororidad" arrancan de la común escucha de la palabra de Dios. ¿No sigue siendo este mensaje igualmente alternativo en nuestro momento?

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-11. CLARETIANOS 2003

Toda la liturgia de hoy está centrada en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Ahora bien, cumplir la voluntad de Dios no significa sin más cumplir la ley, porque la ley no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan a ofrecer los sacrificios. La voluntad de Dios tiene que ver con la escucha de la Palabra y con su puesta en práctica, con una actitud profunda que va más allá de las conductas cumplidoras y que se puede decir con una sola expresión: “Aquí estoy”.

En cierta ocasión un joven novicio preguntó al Abad si había posibilidad de conocer a Jesucristo por dentro. El Abad se limitó a abrir la Biblia delante de él

- ¿No es demasiado? -preguntó tímidamente el joven al ver un libro tan voluminoso.

El Abad bajó los ojos e invitó al joven a leer en el libro precisamente lo que estaba señalando con el dedo.

El novicio leyó el pasaje latino de Hebreos 10, 5: "Al entrar en el mundo dijo: 'Ecce' [Aquí estoy], Padre, para cumplir tu voluntad".

-No, no -sonrió el Abad-; basta con la primera palabra: "Ecce". Recuérdala bien: es breve, se lee lo mismo hacia delante y hacia atrás, pero, sobre todo, es un pozo cuya hondura no se puede medir.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-12. 2001

COMENTARIO 1

vv. 31-32 Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar. Una multitud estaba sentada en torno a él. Le dijeron: «Mira, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera».

En paralelo con el grupo de los Doce, que estaba con Jesús «en la casa» (3,20) y representa a los seguidores de Jesús procedentes del ju­daísmo en cuanto constituyen el nuevo Israel, aparece por primera vez con personalidad propia el segundo grupo de seguidores de Jesús, el que no procede del judaísmo, caracterizado como una multitud sentada en torno a él. Mientras los allegados de Jesús, afectos a la institución judía, han reaccionado violentamente en contra de la iniciativa que ha tomado, este otro grupo sigue íntimamente unido a él.

La existencia en torno a Jesús de este grupo numeroso constituye un muro que impide el acceso de los que desean reducirlo al silencio. Mc subraya el contraste entre la familia que se queda fuera y los que están senta­dos en torno a Jesús (= «estar con Jesús», cf. 3,14, la adhesión incondicional y permanente). La madre, sin nombre, representa el origen de Jesús, es decir, la comunidad humana donde se ha criado; sus hermanos, los miem­bros de esa comunidad. No se trata tanto de las personas como de mos­trar la hostilidad hacia Jesús del ambiente donde había vivido.



vv. 33-35 El les replicó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» Y, pa­seando la mirada por los que estaban sentados en corro en torno a él, añadió: «He aquí mi madre y mis hermanos. Quienquiera que lleve a efecto el designio de Dios, ése es hermano mío y hermana y madre».

Ante esta ofensiva de su gente (madre, hermanos), incondicional­mente adicta a la institución religiosa y que lo rechaza a él y a su men­saje, Jesús se desvincula de ella. Declara que los lazos familiares y los vínculos de raza o nación no son decisivos; cualquier hombre que le dé su adhesión y comparta sus ideales queda unido a él por vínculos de familia, que establecen una fraternidad universal. La única condición para pertenecer a la nueva familia es cumplir el designio de Dios, dando la adhesión a Jesús (cf. 2,5: la fe).



COMENTARIO 2

El texto evangélico de este día no puede ser entendido si no tenemos presente el texto evangélico que la liturgia nos proponía ayer. Ayer leímos el relato de demonización que los escribas hacían del ministerio de Jesús. El relato de hoy nos narra que la familia de Jesús, su madre y sus hermanos, los buscaba con insistencia. Pero no lo buscaba por acrecentar los lazos de familiaridad, sino que frente a las acusaciones de los líderes afirmando que Jesús actuaba por el poder del príncipe de los demonios, llega a creer que Jesús se había vuelto loco. Frente a ese temor, la madre de Jesús y sus hermanos se sienten con la autoridad necesaria para ir a detenerlo y llevarlo de nuevo a la casa y hacerlo desistir de esa idea del Reinado de Dios.

Por dura que parezca la respuesta dada por Jesús al anuncio de que su madre y sus hermanos lo buscaban, se trata de una respuesta en la que Jesús se define: el Reino hace que toda otra relación pase a segundo plano. Jesús no estaba dispuesto a que nadie malinterpretara la vivencia del Reinado de Dios en su vida y mucho menos su instauración en esta historia humana, tan llena de signos que contradecían la obra creadora de Dios. Por eso, ni los jefes religiosos de su tiempo, ni mucho menos su familia de sangre, pueden intentar encerrarlo en los estrechos marcos de la tradición o de la casa. El Reino de Dios no tiene espera. El Reino de Dios es exigente. Las palabras de Jesús son claras "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Mi madre y mis hermanos son aquellos que viven de acuerdo a la voluntad de Dios. Ese es mi hermana, mi hermano y mi madre". Jesús desconoce totalmente la tradición familiar de su tiempo. Rompe con el estilo de la familia atrapadora, acaparadora, rompe con el estilo de familia que superprotege y que imposibilita las grandes revoluciones sociales e históricas, e invita de esta forma a los que le oyen, entre ellos a su familia por consanguinidad, a que den un salto cualitativo en el campo de las relaciones familiares y afectivas para poder de esa forma encaminarse en la vida del Reino, donde todos los marcos estrechos de la sociedad quedan rotos, por la universalidad y por la hermandad que el mismo Reino en su dinámica trae.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-13. 2002

Los familiares vuelven al ataque. Ahora son su madre y sus hermanos. Estos no pertenecen al círculo de sus seguidores, no son sus discípulos, ni se sien­tan a sus pies, ni están en torno a Él, formas distintas que el evangelio de Marcos utiliza para referirse a quien es discípulo. A pesar de haber convivido con El, no están de su parte. Por eso no entran a donde está Jesús para escuchar su enseñanza, sino que desde fuera lo quieren hacer salir: «le mandaron recado para lla­marle». A solas, tal vez, lo convenzan mejor de su «errado» camino...

Pero Jesús no hace caso. No reconoce como familia a quien no le reconoce como enviado de Dios y liberador del hombre, a quien considera que la libera­ción del hombre es asunto de locos. Su verdadera fa­milia son aquellos que comparten con El su programa. Quienes le dan su adhesión, ésos son «hermano mío, hermana y madre». Igualdad de sexos (hermano y her­mana), igualdad de origen (madre); en esta «familia» no hay lugar para el padre, por cuanto en la cultura judía representa la autoridad y supone dependencia y sumisión. En el círculo de Jesús sólo hay sitio para la fraternidad, la nota característica de los miembros de esta sociedad alternativa que Jesús viene a implantar con la ayuda de sus nuevos «herma­nos, hermanas y madre».

De la «sociedad alternativa» o comunidad de se­guidores de Jesús solamente pueden formar parte quie­nes cumplen el designio de Dios, su Proyecto, su Uto­pía, que no es otra que hacer del mundo una familia, una fraternidad universal. ¡Cuánto queda para esto!

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-14. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Jesús tuvo una familia que seguramente sintió preocupación por Él, por su extraño modo de comportarse, por los peligros que pudieran sobrevenirle a causa de su actividad de predicador y realizador de prodigios y milagros. Hoy san Marcos nos presenta esta escena inquietante: la madre y los hermanos de Jesús que van a buscarle, que no quieren o no se atreven a irrumpir en el grupo que lo rodea mientras enseña. Por eso lo mandan llamar desde fuera. A la noticia de que sus familiares lo buscan Jesús responde con esas palabras desconcertantes que implican un nuevo orden de vínculos, afectos y obligaciones. No ya los de la carne y la sangre sino los que se fundan en la obediencia a la voluntad salvífica de Dios. Hermanos, hermanas y madre de Jesús no son ya los de su propia familia sino sus discípulos y discípulas que reconocen a Dios como Padre amoroso de todos los seres humanos y rigen sus vidas conforme a su voluntad, tal y como se la da a conocer Jesús.
No quiere decir para nada que Jesús haya abandonado y despreciado a los suyos. Otros pasajes del Nuevo Testamento nos informan del lugar importante que ocuparon en la primitiva comunidad cristiana los miembros de su familia, su madre, sus hermanas y sus hermanos, precisamente. Solo que para llegar a ocupar ese lugar seguramente tuvieron que hacerse sus discípulos y discípulas, asumieron su palabra, creyeron en Él.
Nos preocupa mucho a los cristianos la crisis de la familia que se vive, a tantos niveles, en nuestra sociedad, en nuestros pueblos. Jesús nos ha enseñado que a tantas familias en crisis debemos anunciar el evangelio del amor, el respeto, la libertad personal, no imponerles los solos vínculos de la consanguinidad.


3-15.Comentario: Rev. D. Josep Gassó i Lécera (Corró d'Avall-Barcelona, España)

«Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»

Hoy contemplamos a Jesús —en una escena muy concreta y, a la vez, comprometedora— rodeado por una multitud de gente del pueblo. Los familiares más próximos de Jesús han llegado desde Nazareth a Cafarnaum. Pero en vista de la cantidad de gente, permanecen fuera y lo mandan llamar. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan» (Mc 3,31).

En la respuesta de Jesús, como veremos, no hay ningún motivo de rechazo hacia sus familiares. Jesús se había alejado de ellos para seguir la llamada divina y muestra ahora que también internamente ha renunciado a ellos: no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.

En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.

¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.

Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, Maria, la siempre bienaventurada por haber creído.


3-16. DOMINICOS 2004

El Señor es el Rey de la Gloria

Adoremos al Señor, Rey de la gloria. A él sea la alabanza.
Adoremos los designios del Señor que se acordó de nosotros.
Adoremos al Padre, al Hijo, al Espíritu, único Dios. A los Tres sea la gloria.

Hoy se nos recuerda en la liturgia de la palabra una fiesta de Israel: la que hizo el pueblo de Dios, bajo la presidencia del rey David, al trasladar a la ciudad de Jerusalén el Arca de la alianza. David iba danzando, dice el texto, al frente de los creyentes.

¡Felices nosotros si, en la oración, en la vida, en el trabajo, en la caridad, vivimos la fiesta del amor!

El Evangelio, con menos aparato folclórico y fiesta, nos insiste una vez más en que tratemos de entender bien el gesto de Jesús, nuestro Maestro, elevando sus brazos y clamando ante la multitud: ¡Todos cuantos cumplís la voluntad de Dios sois para mí, madre, hermanos, amigos!

Coloquémonos, pues, entre esa multitud, y apreciemos la vocación, gracia, bondad de nuestro Dios para con nosotros.



La luz de la Palabra de Dios
Segundo libro de Samuel 6,12-15.17-19:
“En aquellos días, decidió David trasladar el arca de Dios desde la casa de Obedón a la ciudad de David, haciendo fiesta.

Cuando los portadores del arca avanzaron seis pasos, sacrificó un toro y un ternero cebado; e iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido sólo con un roquete de lino.

Así David y los israelitas iban llevando el arca del Señor, hasta que la instalaron en su sitio, en el centro de la tienda que David le había preparado. David ofreció holocaustos y sacrificios al Señor; y cuando terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en el nombre del Señor...”

Evangelio según san Marcos 3, 31-35:
“En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, y desde fuera lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada a su alrededor, dijo a Jesús: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.

Él les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?

Y paseando la mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, es mi hermano y mi hermana y mi madre”


Reflexión para este día
Dios cerca de nosotros.
A todo creyente le afecta muy mucho sentirse cerca de Dios en quien cree. Su ausencia, aunque sólo sea aparente, provoca estados de ánimo tan fuertes y dolorosos que, si no fuera por la gracia, serían difíciles de soportar.

En el verdadero camino de santificación, las noches del sentido y del espíritu, y las amarguras inherentes a nuestra condición de vida en convivencia, cuentan mucho; pero no pueden ser ellas la meta a alcanzar sino el obstáculo a superar. Por eso es comprensible la alegría de David y su pueblo cuando trasladan a mejor tienda en la ciudad de David (Jerusalén) el símbolo de esa presencia en Israel.

A todos debería gustarnos preparar cada día el corazón para nuestro Dios, mejorando sentimientos, decisiones, actitudes. Ello supondría que queremos ser en verdad madres, hermanos, amigos, conforme a la expresión sorprendente de Jesús: quien cree en mí, hace que todo cambie en su vida, pues entra a formar parte de mi familia.


3-17.Jesús nos llama hijos de Dios. No hay diferencias entre Él y nosotros en tanto cumplamos la voluntad de Dios. Muchas veces este evangelio se utiliza para demostrar que nuestra Madre María tuvo más hijos queriendo manchar la imagen y veneración (respeto profundo) que para los católicos tiene la madre. Se hace el enfoque desde este punto de vista, olvidando la verdadera enseñanza que quiere dejar Jesús. Sus palabras no son para su madre; sus palabras son para cada una de las personas que están sentadas ahí y que hoy en día leemos y seguimos sus mandatos. No nos perdamos en lo claro y empecemos a cumplir con lo que verdaderamente nos hace hijos de Dios: cumplir su voluntad.

Señor te pido que día a día pueda presentarte mis planes y, como María, aceptar y cumplir con tu voluntad.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-18. Reflexión

Una incorrecta interpretación de este pasaje ha llevado a algunos a pensar que con estas palabras y esta actitud que nos presenta el evangelista, Jesús está menospreciando a su Madre, apoyando su actitud de indiferencia (cuando no de rechazo) hacia María Santísima. Nada más contrario en la intención de Jesús. Primeramente en ningún momento se dice que Jesús no salió inmediatamente después a atender a su mamá. Sin embargo, como siempre, Jesús usa de un evento o situación particular para instruir a la comunidad. La familia de Jesús, no es simplemente la familia física unida por los lazos de sangre, sino aquellos que cumplen la voluntad de Dios. Con ello destaca el hecho de que María, como lo reconocerá siempre la comunidad cristiana, es el modelo perfecto de aquellos que hacen la voluntad de Dios, por lo que no solo es su madre en sentido físico, sino también lo es de manera espiritual y trascendente. Por ello pertenecerán realmente a la familia de Jesús y María aquellos que hacen la voluntad de Dios. ¿Podríamos decir que nosotros formamos parte de esta familia?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-19.

¿Quienes son mi madre y mis hermanos?

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan Gralla

Reflexión:

Días después de su nacimiento, la “Llena de Gracia”, la “Inmaculada Concepción”, la Criatura más excelsa que ha podido existir, fue presentada en el Templo. Una hermosa tradición que hoy la liturgia recoge, si bien el Evangelio no dice nada de este hecho de la vida de María.

Pero el Evangelio es palabra de Dios, es vida de Cristo que tiene sabor a vida eterna y que habla al hombre de todos los tiempos. Por lo tanto los misterios nos son, por así decirlo, misteriosamente entregados en sus palabras. Y este hecho tan puntual de los sucesos que acaecieron al Señor hablan de esta hermosa Señora que fue su Madre y nos reflejan su misterio que es para nosotros enseñanza de vida eterna.

Ahí tenemos a Cristo que está predicando a sus “ovejuelas”. Pero he aquí que de pronto alguien viene con la noticia de que su Madre y su parentela quieren verlo. ¿Por qué Cristo no se ha levantado presuroso a recibir a la que más amó en la tierra, su mamá? ¿Por qué en cambio ha respondido de una manera casi indiferente? Pero nada de eso estaba en el Corazón del mejor de los hijos. Si su Madre lo buscaba iría a recibirlo. Y si respondió así la ensalzó sobre todos y como que nos remontó a aquel suceso de años, cuando a la niña María la presentaron en el Templo. “¿Quién es mi Madre y mis hermanos?... Quien cumpla la voluntad de Dios” enseñaba el Maestro.

¿Y quién cumplió mejor en esta tierra esa Voluntad de Dios sino María? Su Madre, Ella, la Siempre Fiel. Por eso la puso de modelo. Todo aquel que llegue a cumplir los deseos de su Padre podrá asemejarse a aquella Dulce Madre, Fidelísima a quien se le confiaron tesoros tan grandes. Y así como una vez fue presentada en el Templo para consagrarla totalmente al Señor ahora Ella, de labios de su Hijo, fue confirmada en su ofrenda total ante el Padre celestial, porque sólo Ella ha logrado vivir consagrada plenamente a los deseos del Señor.


3-20.

LECTURAS: 2 SAM 6, 12-15. 17-19; SAL 23; MC 3, 31-35

2Sam. 6, 12-15. 17-19. Jerusalén es elevada a ciudad sagrada porque el Señor ha llegado a morar en ella. En medio de cantos, holocaustos y danzar rituales llega el Señor de los ejércitos para habitar en medio de su pueblo santo. Cuando llegue la plenitud de los tiempos el Verbo se hará carne y plantará su tienda de campaña en medio de las nuestras. Más aún: Él hará su morada en nuestros corazones, y hará que toda nuestra vida se convierta en una continua ofrenda de alabanza a nuestro Dios y Padre. Dios nos ha consagrado por medio del Bautismo. Tratemos de ser una digna morada del Señor, de tal forma que manifestemos con nuestras buenas obras que realmente el Señor está con nosotros. No nos conformemos con disfrutar de la presencia del Señor en nuestro interior. Procuremos ser un signo de su amor para cuantos nos traten sabiendo compartir con ellos los dones que Dios nos ha dado; y no sólo los bienes materiales, sino el Don de la Vida y del Espíritu, que Dios quiere que llegue a todos para que todos seamos hijos suyos y nos convirtamos en una digna morada de su Espíritu.

Sal. 23. No sólo abramos las puertas del Templo al Señor; abrámosle, especialmente, las puertas de nuestro corazón. Abramos las puertas de nuestra vida al Redentor que se acerca a nosotros para hacer su morada en nuestros corazones. Pero no sólo hemos de abrirle al Señor nuestro corazón; sabiendo que Él está con nosotros, sepamos escuchar su Palabra y vivir conforme a sus enseñanzas. Así, llevando una vida intachable en su presencia, cuando Él vuelva glorioso al final de los tiempos, Él mismo nos abrirá las puertas de las moradas eternas para que disfrutemos eternamente del Gozo de nuestro Dios y Padre. A Él sea dado todo honor y toda gloria ahora y siempre y por infinitos siglos de los siglos.

Mc. 3, 31-35. Jesús es el Hijo amado del Padre por su fidelidad total a su Voluntad. Jesús mismo diría: mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió. Todo aquel que, unido a Cristo, haga la voluntad del Padre Dios, será considerado de la familia de Dios. Por eso, junto con María, debemos aprender a decir: Hágase en mi según tu Palabra. No basta escuchar la Palabra de Dios, sino hay que ponerla en práctica. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros; si tenemos la apertura suficiente al Espíritu de Dios en nosotros, Dios hará de nosotros sus hijos amados, pues su amor llegará en nosotros a su plenitud. No nos quedemos como discípulos sentados a los pies de Jesús, vayamos y demos testimonio de Él en nuestra vida diaria; con eso estaremos dando a conocer que en verdad Dios ha hecho su morada en nosotros y que nosotros lo tenemos por Padre.

Mediante la Eucaristía nosotros entramos en una Alianza de comunión con Cristo. Así participamos de la misma Vida que el Hijo recibe del Padre y somos hechos hijos de Dios. Mediante esta obra de salvación que celebramos como un Memorial de la Pascua de Cristo, Él nos hace entender cuánto nos ama. Nosotros no sólo le ofrecemos un sacrificio agradable, pues al permanecer en comunión de vida con Cristo, cuando lo ofrecemos al Padre nosotros mismos nos ofrecemos junto con Él. Por eso al celebrar la Eucaristía estamos adquiriendo un compromiso: consagrarle todo a Dios, de tal forma que nuestra vida, nuestra historia, nuestro mundo, lleguen, por medio nuestro, a la presencia de Dios libres de todo lo que oscurece en ellos la presencia del Señor. Así, no sólo somos santificados, sino que Dios nos convierte en instrumentos de su salvación para todos los pueblos. Venimos ante Él trayendo el fruto del trabajo que nos confió, y volvemos al mundo, impulsados por el Espíritu Santo, para seguir trabajando por un mundo más justo, más fraterno, más capaz de manifestar que el Reino de Dios se va haciendo realidad entre nosotros.

Por eso no basta con participar de la Eucaristía para decir que somos de la familia divina. Es necesario que cumplamos la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios consiste en que creamos en Aquel que Él nos envió. Y creer en Jesús no es sólo profesar con los labios que es nuestro Dios y nuestro Señor. Hay que creerle a Jesús, de tal forma que hagamos vida en nosotros su obra de salvación. Su Palabra ha de ser sembrada en nosotros y no puede caer en un terreno malo e infecundo, sino que, por la obra de santificación que realice el Espíritu Santo en nosotros, ha de producir abundantes frutos de buenas obras. Entonces nosotros, a imagen de Jesucristo, pasaremos haciendo el bien a todos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la apertura suficiente para dejarnos conducir por el Espíritu Santo, para que haciendo en todo la voluntad de Dios, unidos a Cristo, en Él nos convirtamos en los hijos amados del Padre. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-21. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

La Palabra de hoy nos coloca ante esta cuestión: ¿cuál es la verdadera familia de Jesús? Los teólogos han repetido hasta la saciedad una cosa: que Dios tiene un rostro de Padre, incluso de Madre. Jesús nos ha revelado su parentesco, nos habla de su Padre y nuestro Padre... Jesús se encarnó en el seno de una madre, María, y creció en el contexto de una familia de su tiempo y del entorno palestino. Las categorías humanas, en concreto las de la familia, han sido asumidas en el lenguaje del Evangelio y han circulado entre los creyentes con naturalidad a lo largo de toda la historia.

Pero hoy - en el Evangelio de Marcos - apreciamos una mueca de desaire por parte de Jesús hacia su propia familia, que nos deja perplejos. Parece una reacción destemplada la de Jesús ante el requerimiento de su madre y de sus hermanos, llegados a la puerta de la casa en donde él se encuentra.

¿Los “lazos familiares” le merecen poco interés? ¿O, acaso, nos quiere transmitir algún mensaje de ascético desapego...? No hay tal. Jesús quiere a los suyos. Quiere, sobre todo, a su madre. Tampoco la ascesis figura entre sus predilecciones (son los fariseos y los discípulos de Juan los que ayunan...). Pero aprovecha esta oportunidad para subrayar la importancia que revisten “otros lazos familiares” que le unen a sus discípulos. María, la primera discípula, es familiar de Jesús por un parentesco mucho más fundamental que por el meramente biológico: ella es dichosa más por ser creyente que por ser madre, más por haber creído en su Hijo que por haberle dado a luz.

Los cristianos somos los familiares de Jesús: no por estar registrados en el libro de bautismos de nuestra parroquia, ni por la tradición o cultura de nuestro pueblo, ni por nuestra ciencia, ni por nuestro dinero o poder acumulado, ni siquiera por los méritos contraídos... Lo somos por la fe y por el cumplimiento de la voluntad de Dios. En eso, exactamente igual que María (guardadas siempre las debidas distancias entre ella y nosotros en el modo de acoger la Palabra y en la manera de cumplirla).

Vuestro hermano en la fe:
José San Román (sanromancmf@claret.org)


3-22. ARCHIMADRID 2004

LAS TELENOVELAS

“Romualdo-Félix tengo que decirte una cosa… tu padre es en realidad, … ¡tu hermana pequeña!.” Creo que me falta el gen específico para engancharme a las telenovelas, pero por lo que oigo a mis feligresas tele-adictas cualquier día dirán esta frase en alguna de ellas. Antes se ponían las horas de reunión con mujeres a la hora del fútbol para que tuviesen a los maridos ocupados; ahora que hay fútbol a todas horas hay que estudiar la guía de televisión para que no coincida con ninguna teleserie o programa del corazón (que es casi una misión imposible), ya que perderse unos cuantos capítulos supone rehacer una intrincada trama de relaciones familiares y ponerse al día todo un reto, porque el que era padre no lo es, la madre es la abuela, el primo golfo se ha transformado en heredero de una tía perdida en Brasil y la niña pequeña contrae matrimonio por cuarta vez; o sea que siempre acabas preguntándote, con cara de bobo, quién es quien.

“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?.” No es que nuestro Señor estuviese enganchado a “Esmeralda y Rosalinda” y hubiera perdido el norte, la respuesta la da a continuación para que nosotros no seamos los desorientados: “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.” Esta gran noticia sería suficiente para que saliésemos a la calle danzando felices como David ante el Arca “con todo entusiasmo”. Cumplir la voluntad de Dios no nos convierte simplemente en “buenos”, nos hace familia de Dios, hijos suyos, hermanos de Cristo. Nuestro Dios no es el señor feudal que trata con cierta benevolencia a sus súbditos, es un padre que nos trata como hijos, algo que nunca hubiéramos podido imaginar en nuestras fantasías más delirantes, ni aún en los sueños de grandeza más sublimes, “ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” ¡y lo dice el Hijo de Dios!.

Sin embargo, hay quien se quiere perder los capítulos de esta maravillosa novela de la vida de los hijos de Dios. El pecado nos hace perder esta relación con Dios y sentirnos excluidos de esta maravillosa aventura de seguir a Cristo. Como quien retoma una telenovela tras perderse varios capítulos ya no sabe quién es quién y, sobre todo, no sabe quién es él mismo. Cambia el reparto y el que era hermano de Cristo pasa a ser hermano del diablo, primo de sus pasiones, madre de su orgullo y enemigo acérrimo de su mejor amigo: Dios. El pecado hace que no sea el Espíritu Santo el guionista de nuestra vida porque dejamos que la dirección la lleve un escritor pesimista y frustrado que siempre pergeñará un final trágico para la existencia del protagonista de esa vida que eres tú mismo.

Cristo no es un realizador celoso, en el momento en que te dejes, que se lo pidas con humildad y realices una buena confesión, en cuanto te decidas a cumplir la voluntad de Dios, volverá a tomar las riendas de tu vida, volverás a ser hermano de Cristo, retomarás tu sitio en la historia de tu existir y, después de muchos capítulos, llegará el fin gozoso del abrazo del Padre y el Hijo.

María nunca dejó que otro dirigiese su vida, sólo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo marcó su papel en la vida y jamás rechazó el guión que Dios puso en ella. Pídele consejo y verás como aparece una sonrisa tras las conocidas palabras “THE END.”