JUEVES DE LA SEMANA 1ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Hb 3, 7-14

1-1.

El autor de la carta acaba de presentar la superioridad de Cristo sobre Moisés: Cristo es el arquitecto de la casa mientras que el patriarca no era más que el ejecutor, y su casa es espiritual, mientras que la casa edificada a Dios por Moisés era material.

Además, Cristo no está solo para la construcción de su casa espiritual, sino que la edifica con la colaboración de la fe y de la fidelidad de sus discípulos (cf. v. 6).

Al igual que había hecho Pablo en 2 Cor 10, el autor hace aquí amplia referencia a las murmuraciones de Israel en el desierto (Sal 94/95, 7-11; Ex 15, 23-24; Num 20, 5), que comprometieron la edificación de la casa de Moisés y podían comprometer incluso la acción de Cristo. En la situación concreta de los cristianos hebreos a los que va dirigida la carta, la murmuración era una tentación seria, puesto que vivían en una situación próxima a las condiciones del pueblo hebreo en el desierto. Precisados a huir de Jerusalén a raíz de la persecución de Esteban (Act 11, 19-20) se encontraban dispersos entre las naciones. Su cultura y su piedad estaban demasiado impregnadas de judaísmo como para resignarse fácilmente a una situación de nómadas y de peregrinos en una época en que Jerusalén se iba a convertir, así lo creían ellos, en la ciudad escatológica de la agrupación y del "reposo".

MURMURACION/HEBREOS: Para estos cristianos, murmurar equivalía a no aceptar su estado de dispersión, lo mismo que los hebreos no aceptan su estado de nómadas en el desierto. Murmurar equivalía a volver al pasado (Jerusalén para los unos, Egipto para los demás), como si el pasado pudiera dar satisfacción al deseo y a la búsqueda de Dios. Murmurar era negarse a descubrir la presencia de Dios en la situación actual, fuese la que fuese, para refugiarse en un sueño en el que Dios sería simplemente una añadidura.

Es probable que algunos cristianos particularmente desalentados hicieran el papel de "cabezas locas" (v. 12) dentro de las comunidades dispersas y, sin preocuparse de reconocer la política de Dios en una situación así, invitaban a sus hermanos a volver al judaísmo confortable y "reposante".

Se trataba, por el contrario, de mantener la fe, que permite anticipar la visión de las realidades objeto de promesa ("el fin": v. 14; cf. Heb 11,1): la fe garantiza a los cristianos que su dispersión y su desierto actual es el preludio de una escatología real, pero con la condición de servirse y de vivir de ella en lugar de ver la forma de sustraerse a ella o de vivir en su entorno como si viviera fuera de él.

Será la fe la que permita a los cristianos hebreos descubrir una renovación total de las instituciones judeo-cristianas: les permitirá comprender que ya no es necesario retornar a Jerusalén, puesto que Jesús murió fuera de la ciudad (Heb 13, 12); que ya no es necesario ofrecer sacrificios (Heb 10, 6-8), puesto que Jesús lo ha ofrecido de una vez para siempre, y que, de todas formas, este sacrificio no consiste ya en la inmolación, sino en la obediencia (Heb 10, 8) y el amor (Heb 13,16); que ya no es necesario aferrarse al sacerdocio del templo, puesto que Jesús no ha sido más que un "laico" (Heb 8, 4; 7, 13-14), y que de ahora en adelante toda la vida profana del laico es sacral, independientemente de toda referencia al templo y a Jerusalén, sino por efecto de la simple pertenencia a Cristo.

Una fe así se les exige de manera particular a los cristianos de hoy, que se encuentran a veces en una situación bastante similar a la de sus antepasados hebreos: toda referencia sacral tiende a difuminarse, su vida se "seculariza", lo profano lo invade todo mientras que ellos se encuentran dispersos y nómadas en el mundo moderno al mismo tiempo y que sueñan con reagrupamientos; se encuentran en entredicho y en trance de búsqueda cuando ellos se consideraban en "reposo" en posesión de una verdad segura y con la garantía de unos ritos eficaces. La murmuración de los hebreos corresponde al integrismo contemporáneo que quiere reposo e instituciones de tipo jerosolimitano, cuando la realidad es que los acontecimientos llevan a la Iglesia hacia el cambio y la dispersión, hacia el riesgo de la vida nómada y el desprendimiento de la vida en dispersión.

En este sentido, la carta a los hebreos es uno de los textos más importantes que los cristianos desacralizados de hoy deberían aprender a leer para tomar las debidas distancias frente a ciertas instituciones superadas y para descubrir la presencia de Cristo y su pertenencia al pueblo de Dios en el corazón mismo de las situaciones nuevas e inesperadas que se ven precisadas a vivir.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 14


1-2. FE/FIDELIDAD:

En los 6 primeros versículos de este capítulo de la carta a los Hebreos empieza proponiendo a la contemplación de los cristianos la fidelidad de Jesús. El se mantuvo siempre fiel a Dios en la misión de "construir la casa como Hijo", es decir, de salvar a los hombres por la entrega total de sí mismo hasta la muerte. Y partiendo de la fidelidad de Jesús, el autor exhorta a los cristianos a la fidelidad propia de la segunda generación: la constancia. La generación que no ha conocido a Jesús con los ojos de la carne. Y lo hace con unas palabras del salmo 95 que después comenta largamente.

-"Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón incrédulo... engañado por el pecado".

Nosotros somos los cristianos de la segunda generación. Una generación que ha nacido cristiana. ¿Y cuál es el ambiente que reina en toda generación que ha nacido cristiana? La negligencia, la despreocupación, la típica indiferencia del que se sabe creyente y nunca ha pensado abandonar la fe precisamente porque ya no le preocupa.

Es la situación de mediocridad totalmente contraria tanto a la tensión de la conversión como a la de la apostasía expresa. Por eso el autor dice: mirad que no haya penetrado en vuestro corazón el pecado de la incredulidad.

Porque la incredulidad puede esconderse en el corazón en medio de la más absoluta tranquilidad. La despreocupación de los cristianos viejos por la vida auténticamente cristiana no es una simple cuestión de poca generosidad: es un problema de fe.


1-3.

-El Espíritu Santo dice en un salmo (/SAL/095, 7-14) «Si oís hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones...» La «voz de Dios» se hace oír HOY.

Con frecuencia no sabemos escucharla y endurecemos nuestro corazón. Perdón, Señor.

Cada momento de cada una de nuestras jornadas nos trae una voluntad de Dios, una llamada, una invitación divina.

Haznos atentos a tu voz, Señor.

-Después de haber visto mis obras durante cuarenta años... vuestros padres me desafiaron y me provocaron... entonces dije: "nunca entrarán en mi descanso...".

Dios quería hacer entrar a los hombres en su descanso, en su paz, en su «tierra prometida», en su propia intimidad.

Esto es «la obra» de Dios, su trabajo cotidiano, HOY todavía. Dame, Señor, ese descanso interior.

-¡Velad, hermanos! que no haya en ninguno de vosotros un corazón pervertido por la incredulidad que le haga apostatar del Dios vivo.

La Fe nos hace corresponder a la voluntad y al pensamiento de Dios.

De ahí la gravedad de la incredulidad voluntaria que es en verdad un «abandono», una separación del Dios vivo... una «perversión».

Creemos, Señor, pero aumenta nuestra fe.

Ciertamente no tenemos derecho a juzgar a nuestros hermanos no creyentes, pues nadie conoce la responsabilidad de sus hermanos. El autor de la Epístola a los Hebreos se dirige aquí a cristianos que están tentados de abandonar su Fe en Cristo.

Como siempre, es a nosotros a quienes debemos aplicar esta exigencia y no a los demás.

Te ruego, Señor, por todos los cristianos de HOY, que, como entonces, se sienten tentados a vivir sin fe.

-Antes bien mientras dure ese hoy del salmo exhortaos mutuamente cada día para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado.

Dios vive en un «DÍA de HOY» perpetuo.

De ahí la importancia de no considerar los salmos y todas las páginas de la Escritura, como documentos antiguos y pasados de moda. Son palabras actuales de Dios. Nunca reflexionaremos bastante sobre esto: Dios es nuestro contemporáneo. No debemos buscar a Dios en el pasado sino en el presente, en el DÍA de HOY.

-Porque hemos venido a ser compañeros de Cristo.

Sí, Cristo nos «acompaña», minuto tras minuto, día tras día. La fe es definida aquí como una «camaradería»: un vivir con. ¿Verdaderamente, es así?

-A condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio.

Los destinatarios de esa Epístola a los Hebreos eran manifiestamente judíos convertidos al cristianismo que parecen añorar las hermosas liturgias anteriores, del Templo de Jerusalén. Toda la Epístola va destinada a ayudarlos a no volverse atrás: «mantened firme vuestra segura confianza del principio». Es inútil volver a Jerusalén, Jesús murió fuera de la ciudad (Hebreos 13, 12). Es inútil añorar los sacrificios anteriores, Jesús se ofreció una vez por todas (Hebreos 10, 6-8). Es inútil soñar en los sacerdotes anteriores, porque ha nacido un nuevo sacerdocio (Hebreos 9, 15).

Ayúdanos, Señor, a permanecer fieles a lo esencial en medio de las formas nuevas que toma entre nosotros el «DÍA de HOY de Dios».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 14 s.


2.- 1S 4, 1-11

2-1. ARCA-ALIANZA:

El arca era un cofre en uno de cuyos costados probablemente se reproducía una evocación del "rostro de Dios", que los hebreos tomaron del mundo circundante. Estaba rematada por una tapadera ("propiciatorio") sobre la que se derramaba la sangre de los sacrificios. Recordaba originariamente al Dios de las batallas, Dios Sabaoth (v. 4): presidía las marchas del pueblo por el desierto y en la conquista de Canaán (Núm 10, 33), mientras un cántico guerrero resonaba alrededor de ella (v. 5; cf. Núm 190, 35). Era considerada como la forma de presencia de Dios en un pueblo todavía nómada, le acompañaba en sus desplazamientos, sin que por eso ligara a Dios de una manera automática. El episodio de la salida del arca hacia un país extranjero da testimonio de ello (v..11): Dios no se deja aprisionar por el pueblo.

El robo del arca por los filisteos es, además, significativo de la falta de interés que en esa época se tenía por el arca. Ya no se pensará espontáneamente en ella antes de empeñar una batalla y se la dejará durante mucho tiempo en manos de los filisteos sin hacer nada por rescatarla: es que el pueblo abandona progresivamente su estatuto militar y nómada para estabilizarse. El Templo sustituirá muy pronto al arca y heredará las prerrogativas de esta última.

J/HUMANIDAD/ARCA: La presencia de Dios que, de una forma todavía un tanto mágica, se concretizaban en el seno del pueblo en el arca, pasará después a la ciudad santa y a su templo (Jer 3, 16-17), después al corazón del justo y del servidor de Dios (Jer 31, 31-34). El judaísmo esperaba una reaparición del arca al final de los tiempos (2 Mac 2, 1-8; cf. Ap 11, 19), pero no habrá otro lugar de cita entre Dios y el hombre que la humanidad de Jesús, nuevo "propiciatorio" (Rom 3, 25; Col 1, 19-20).

Al adoptar el arca como centro de su religión, los hebreos hicieron que esta última diera un paso considerable hacia la desacralización, puesto que con ello afirmaron la movilidad de Dios. Yavhé no está anclado a un lugar, como los Baals de la época, ni vinculado a una cultura; se niega a sacralizar una idea o una patria. Si el arca es robada, Yavhé queda a su vez situado más próximo a sus adversarios. La captura del arca es un aviso de la destrucción del Templo y de la desestructuración de un determinado aparato cultual.

La desespacialización de Yavhe es un mensaje que tiene aún vigencia en nuestro tiempo, montado precisamente sobre la movilidad social y geográfica. El hombre moderno cambia demasiado como para darse por satisfecho con un Baal fijo, con un sistema de pensamiento único, con una verdad absoluta o una estructura social única. Está más abierto al movimiento y a la novedad: ahí es donde encontrará el verdadero Dios.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 17


2-2.

-Los filisteos se reunieron para combatir a Israel. Se libró un gran combate y fue batido Israel por los filisteos: cerca de cuatro mil hombres murieron...

La Biblia no es un "libro de espiritualidad" en el sentido banal. Relata el destino de un pueblo, sus búsquedas, sus luchas, su historia.

Ese pueblo de nómadas venidos de Egipto se ha visto obligado a «conquistar por las armas» el territorio que le estaba «prometido» por Dios. Paradoja.

Dios no nos reemplaza en nuestros combates, no se pone en nuestro lugar. No fomenta nuestra pereza, ni nuestras cobardías, ni nuestros fracasos.

Nuestro destino se juega en el núcleo de nuestras humanas responsabilidades... En lo «temporal» está en juego lo «eterno»... en lo «material», lo «espiritual»...

-Los ancianos de Israel dijeron: «¿Por qué nos ha derrotado hoy el Señor delante de los filisteos?»

Revisión de vida.

Ante un acontecimiento humano: se analiza, se busca su significado, se mira con ojos nuevos, con miras a la propia conversión, se busca especialmente la parte de Dios en ese acontecimiento y se trata de interpretarlo mirándolo «con los ojos de Dios».

-Vamos a buscar en Silo el Arca de nuestro Dios.

De repente los israelitas se acuerdan del «Arca» de Dios: que debía de estar muy olvidada. Era un cofre precioso que contenía las dos tablas de la Ley y estaba colocado sobre unas angarillas. Sobre la cubierta llamada «propiciatorio» se vertía la sangre de los sacrificios. Se trataba del Arca que había presidido la marcha victoriosa del pueblo de Israel en el desierto: ¡símbolo de la presencia del Dios de los ejércitos! Que venga en medio de nosotros y que nos salve del poder de nuestros enemigos.

La perspectiva es buena -implorar el socorro de Dios-, pero sin duda marcada de un carácter mágico -se considera el Arca como un fetiche que actuará por sí mismo, automáticamente.

No juzguemos precipitadamente a nuestros antepasados.

Es una tentación de todos los tiempos. El hombre moderno no tiene nada que envidiar a aquellos tiempos: ¡se cree seguro cuando ha tomado las precauciones y "seguridades" posibles y cuando ha cubierto todos los riesgos! Pero esas «seguridades» no dan inmunidad frente a los accidentes. Y nosotros, los cristianos, ¿no llegamos, tal vez, también a considerar los sacramentos y nuestra misma Fe, como una seguridad automática y mágica... como si nos dispensaran de actuar, de poner nuestro esfuerzo para convertirnos? «No son los que dicen «Señor, Señor» los que serán salvados, sino los que hacen la voluntad de mi Padre.»

-Trabaron batalla los filisteos. Los israelitas fueron batidos. La mortandad fue muy grande: cayeron treinta mil soldados de Israel. El Arca de Dios fue capturada y murieron los dos hijos de Elí.

Se llegó al colmo. El Arca no tan sólo no ha «protegido» a los hebreos, sino que la derrota es peor que la precedente -incluso con el Arca presente en medio del campo-, y ¡el Arca es capturada por los enemigos!

La captura del Arca prefigura ya la «destrucción del Templo» anunciada por Jesús.

La Presencia de Dios, concretizada por el Arca durante un cierto tiempo, pasará a la ciudad santa de Jerusalén y a su Templo, luego en el corazón del justo Jesús. Para nosotros, el único lugar de encuentro se halla en la humanidad de Jesús. «Destruid ese Templo y en tres días lo reconstruiré».

En cualquier lugar que me encuentre, ¿vivo en la presencia de Dios?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 14 s.


2-3. /1S/04/01b-18

El desastre anunciado primero por un hombre de Dios (2,27) y después por Samuel (3,11) se cumple en la batalla de Afeq hacia el 1050 a. C. El relato de esta batalla es literariamente independiente en sus orígenes de los fragmentos de la historia de Samuel que leíamos estos días pasados. El nombre de Samuel no aparece en la narración de hoy, que más bien proviene de la historia del arca de la alianza, que reencontraremos cuando David la recupera y la traslada a Jerusalén. El redactor de los libros de Samuel anticipó aquí este episodio porque salen en él los nombres de Jofní y Fineés, y subrayó que su muerte y la pérdida del arca (de la destrucción de Siló no se nos dice nada aquí) habían sido el castigo por los pecados de los hijos de Elí, tal como Dios lo había anunciado por boca de sus profetas. Además, la derrota de Afeq, transportada a este lugar de los libros de Samuel, sirve de introducción a la historia de los orígenes de la monarquía en Israel. En efecto, lo que históricamente hizo necesaria la aparición de un poder centralizado fue el peligro filisteo.

El sistema de confederación de tribus que llamamos época de los Jueces -el último de los cuales fue Samuel- duró unos doscientos años. A finales del siglo XI entró en crisis por razones principalmente militares: la amenaza creciente de los filisteos. Los filisteos habían llegado a Palestina poco después de los israelitas que habían salido de Egipto, y de ellos viene uno de los nombres más corrientes dados a Tierra Santa (Palestina = Filistea). Eran una aristocracia militar egea, buenos guerreros y excelentes organizadores. En algunos pasajes de los profetas hallamos la noticia de que provienen de Creta (Am 9,7; Sof 2,5).

Eran, efectivamente, de aquellos «pueblos del mar» de que hablan algunos documentos históricos extrabíblicos. Las invasiones de los dorios los habían expulsado del mar Egeo y se habían tenido que lanzar hacia Oriente en busca de espacio vital. El faraón Ramsés III los detuvo a la entrada de Egipto, pero les permitió instalarse en Canaán y hasta los tomó como tropas mercenarias, como también más tarde David tenía una guardia de «quereteos y pelteos» (2 Sm 8,18), es decir, de filisteos. Instalados en las ciudades de la costa, sobre todo Ecrón y Gad, se mezclaron con la población cananea autóctona, a la vez que la dominaban y encuadraban en su organización militar. Pronto dominaron todo el llano.

Durante mucho tiempo hubo cierto equilibrio militar entre los filisteos, que dominaban la llanura, y los israelitas, encaramados en la montaña. Los incidentes que atestigua la historia de Sansón son más bien anecdóticos. Pero después los filisteos se lanzan a la conquista del interior, someten a casi todo el país y hasta prohíben a los israelitas la metalurgia. En todos estos hechos el historiador sagrado ve la mano de Dios: "Yahvé nos ha derrotado... a manos de los filisteos" (3).

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 659 s.


3.- Mc 1, 40-45

3-1.

VER DOMINGO 06B


3-2.

1. (año I) Hebreos 3,7-14

a) Siguiendo la línea de pensamiento del Salmo 94 -que, por ello, es también el responsorial de hoy-, la lectura bíblica invita a los cristianos a no caer en la misma tentación de los israelitas en el desierto: el desánimo, el cansancio, la dureza de corazón.

Olvidándose de lo que Dios había hecho por ellos, los israelitas «endurecieron sus corazones», «se les extravió el corazón», «no conocieron los caminos de Dios» y «desertaron del Dios vivo», murmurando de él y añorando la vida de Egipto. Dios se enfadó y no les permitió que entraran en la Tierra prometida.

Corazón duro, oídos sordos, desvío progresivo hasta perder la fe. Es lo que les pasó a los de Israel. Lo que puede pasar a los cristianos si no están atentos.

b) También nosotros podemos caer en la tentación del desánimo y enfriarnos en la fe inicial.

Escuchemos con seriedad el aviso: «no endurezcáis vuestros corazones como en el desierto», «oíd hoy su voz». Dios ha sido fiel. Cristo ha sido fiel. Los cristianos debemos ser fieles y escarmentar del ejemplo de los israelitas en el desierto.

Es difícil ser cristianos en el mundo de hoy. Puede describirse nuestra existencia en tonos parecidos a la travesía de los israelitas por el desierto, durante tantos años. Los entusiasmos de primera hora -en nuestra vida cristiana, religiosa, vocacional o matrimonial- pueden llegar a ser corroídos por el cansancio o la rutina, o zarandeados por las tentaciones de este mundo. Podemos caer en la mediocridad, que quiere decir pereza, indiferencia, conformismo con el mal, desconfianza. Incluso podemos llegar a perder la fe.

Se empieza por la flojera y el abandono, y se llega a perder de vista a Dios, oscureciéndose nuestra mente y endureciéndose nuestro corazón.

Por eso nos viene bien la invitación de esta carta: oíd su voz, permaneced firmes, mantened «el temple primitivo de vuestra fe». Nadie está asegurado contra la tentación.

Hay que seguir luchando y manteniendo una sana tensión en la vida.

Para esta lucha tenemos ante todo la ayuda de Cristo Jesús: «Somos partícipes de Cristo». Pero además tenemos otra fuente de fortaleza: «Animaos los unos a los otros». El ejemplo y la palabra amiga de los demás me dan fuerza a mí. Por tanto, mis palabras de ánimo pueden también tener una influencia decisiva en los demás para el mantenimiento de su fe. Como mi ejemplo les ayuda a mantener la esperanza. El apoyo fraterno es uno de los elementos más eficaces en nuestra vida de fe.

1. (año II) 1 Samuel 4,1-11

a) Esta batalla que perdieron -probablemente uno de tantos episodios bélicos contra los filisteos- debió ser una auténtica catástrofe nacional para el pueblo de Israel. Perdieron bastantes hombres, murieron los hijos del sacerdote Elí y encima les fue capturada por los enemigos una de las cosas que más apreciaban, el Arca.

El Arca, un cofrecito que contenía las palabras principales de la Alianza y que estaba cubierto con una tapadera de oro y las imágenes de unos querubines, era para los israelitas, sobre todo durante su período nómada por el desierto, uno de los símbolos de la presencia de Dios entre ellos. Por eso fue mayor el desastre, porque habían puesto su confianza en esta Arca. El libro de Samuel -en unas páginas que no leemos en esta selección- interpreta la derrota como castigo de Dios por los pecados de los hijos de Elí.

Con razón recordamos, con el salmo, esta situación de silencio de Dios: «Nos rechazas, nos avergüenzas, ya no sales con nuestras tropas, nos haces el escarnio de nuestros vecinos». Pero el lamento se convierte en súplica humilde y atrevida a la vez: «Redímenos, Señor, por tu misericordia; despierta, Señor, ¿por qué duermes?, levántate, no nos rechaces más, ¿por qué nos escondes tu rostro?».

b) Hay días, también en nuestra vida, en que parece que hay eclipse de Dios. Todo nos va mal, lo vemos todo oscuro y se derrumban las confianzas que habíamos alimentado.

Días en que también nosotros podemos rezar este salmo a gritos: «Despierta, Señor, ¿por qué duermes? ¿por qué nos escondes tu rostro? redímenos por tu misericordia».

Tal vez la culpa está en que no hemos sabido adoptar una verdadera actitud de fe. Nos puede pasar como a los israelitas, que no acababan de pasar del Arca al Dios que les estaba presente. Se quedaban en lo exterior. Parece como si tuvieran esta Arca como una póliza de seguro, como un talismán o amuleto mágico que les libraría automáticamente de todo peligro. No daban el paso a la actitud de fe, de escucha de Dios, de seguimiento de su alianza en la vida. Más que servir a Dios, se servían de Dios. Les gustaban las ventajas de la presencia del Arca, pero no sus exigencias.

¿Nos pasa algo de esto a nosotros, en nuestro aprecio de las «mediaciones» en la vida de fe? Sucedería eso si identificáramos demasiado nuestra fe con cosas o acciones: con el Bautismo o con una cruz, o una bendición, o el altar, o el libro sagrado, o una imagen de Cristo o de la Virgen. Todo eso es muy bueno. Pero es un recordatorio de lo principal: el Dios que nos bendice y nos habla y nos comunica su vida.

Si el Señor está con nosotros, entonces sí somos invencibles. Pero no tendríamos que absolutizar esa presencia sólo en unas cosas o unos objetos o unos actos. No el que dice «Señor, Señor», sino el que hace la voluntad de mi Padre.

2. Marcos 1,40-45

a) Se van sucediendo, en el primer capítulo de Marcos, los diversos episodios de curaciones y milagros de Jesús. Hoy, la del leproso: «sintiendo lástima, extendió la mano» y lo curó. La lepra era la peor enfermedad de su tiempo. Nadie podía tocar ni acercarse a los leprosos. Jesús sí lo hace, como protestando contra las leyes de esta marginación.

El evangelista presenta, por una parte, cómo Jesús siente compasión de todas las personas que sufren. Y por otra, cómo es el salvador, el que vence toda manifestación del mal: enfermedad, posesión diabólica, muerte. La salvación de Dios ha llegado a nosotros.

El que Jesús no quiera que propalen la noticia -el «secreto mesiánico»- se debe a que la reacción de la gente ante estas curaciones la ve demasiado superficial. Él quisiera que, ante el signo milagroso, profundizaran en el mensaje y llegaran a captar la presencia del Reino de Dios. A esa madurez llegarán más tarde.

b) Para cada uno de nosotros Jesús sigue siendo el liberador total de alma y cuerpo. El que nos quiere comunicar su salud pascual, la plenitud de su vida.

Cada Eucaristía la empezamos con un acto penitencial, pidiéndole al Señor su ayuda en nuestra lucha contra el mal. En el Padre nuestro suplicamos: «Líbranos del mal». Cuando comulgamos recordamos las palabras de Cristo: «El que me come tiene vida».

Pero hay también otro sacramento, el de la Penitencia o Reconciliación, en que el mismo Señor Resucitado, a través de su ministro, nos sale al encuentro y nos hace participes, cuando nos ve preparados y convertidos, de su victoria contra el mal y el pecado.

Nuestra actitud ante el Señor de la vida no puede ser otra que la de aquel leproso, con su oración breve y llena de confianza: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y oiremos, a través de la mediación de la Iglesia, la palabra eficaz: «quiero, queda limpio», «yo te absuelvo de tus pecados».

La lectura de hoy nos invita también a examinarnos sobre cómo tratamos nosotros a los marginados, a los «leprosos» de nuestra sociedad, sea en el sentido que sea. El ejemplo de Jesús es claro. Como dice una de las plegarias Eucarísticas: «Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores. El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano» (plegaria eucarística V/c). Nosotros deberíamos imitarle: «que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación» (ibídem).

«Hoy, si oís su voz, no endurezcáis los corazones» (1ª lectura, I)

«Animaos los unos a los otros» (1ª lectura, I)

«Ojalá escuchéis hoy su voz» (salmo, I)

«Despierta, Señor, ¿por qué duermes? ¿por qué nos escondes tu rostro?» (salmo, II)

«Si quieres, puedes limpiarme» (evangelio)

«Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores» (plegaria eucarística V, c)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 28-32


3-3.

Primera lectura: 1 de Samuel 4, 1-11

Derrotaron a los Israelitas y el arca de Dios fue capturada.

Salmo responsorial: 43, 10-11.14-15.24-25

Redímenos, Señor, por tu misericordia.

Evangelio: San Marcos 1, 40-45

La lepra se le quitó y quedó limpio.

Un hombre enfermo de lepra pide a Jesús que lo limpie de su enfermedad. Al leproso se le consideraba impuro y se le aislaba de la comunidad Lo que el enfermo pide a Jesús no es solamente una curación física, sino una limpieza que va más allá: permíteme ser aceptado entre los míos, ser nuevamente parte de la comunidad.

Jesús responde a la petición del leproso, lo sana, pero le hace una recomendación: no divulgar lo sucedido. Con esta prohibición Jesús no pretende pasar de incógnito, ni se trata tampoco es una falsa modestia; sencillamente, no quiere que las gentes se refieran a él como el hijo de Dios, o como el Mesías, basados en acontecimientos considerados maravillosos -los milagros-, con el riesgo de no descubrir lo profundo del nuevo mensaje y las exigencias que conlleva el descubrirse hermanos, hijos de un mismo padre en una sociedad que discrimina a los enfermos, a los pobres y a la mujer.

Cabe recordar que el enfermo al ser considerado impuro era asimilado al pecador, por lo cual el sistema religioso establecía una purificación ritual hecha por los sacerdotes. Era menester que el beneficiado pagara una ofrenda en especies, después de lo cual quedaba certificado para ser admitido nuevamente en la comunidad. Jesús sabe que el leproso sanado debe pasar por este proceso para ser integrado a su grupo, y le recomienda hacerlo, lo cual no significa que estuviera de acuerdo con aquellas prescripciones legalistas.

Al tocar Jesús al leproso también se convirtió en "impuro", según la Ley, y por eso debería en adelante no entrar a los pueblos; sin embargo el pueblo lo busca al conocer sus realizaciones.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Hb 3, 7-14: Ojalá escuchen hoy la voz del Señor.

Sal 94, 6-11

Mc 1, 40-45: Curación de un leproso.

El autor de la carta a los Hebreos nos da un ejemplo de interpretación acomodada y aplicada a la situación en la que vive. Anímense mutuamente, mientras dura ese «hoy», dice. El «hoy» del salmo 95 no queda para él circunscrito al momento en el que fue pronunciado, sino que se prolonga a nuestro «hoy».

El leproso no puede contener su alegría y proclama quién ha sido su curador, a pesar de la expresa prohibición de Jesús. Los signos de curación que Jesús hace van extendiendo su fama. Sigue siendo el momento inicial de su ministerio.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Hebreos 3, 7-14: No endurezcan el corazón

Salmo responsorial: 94, 6-11

Marcos 1, 40-45: Señor, si quieres, puedes sanarme

Hemos leído esta semana pasajes de la carta a los Hebreos, que nos presentaban a Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne, hermano nuestro y solidario de nuestros males y sufrimientos, nuestro intercesor y mediador ante el Padre. Hoy, el autor, hace como una pausa para animarnos: citando un salmo del A.T. (95,7-11) en el que Dios exhorta a su pueblo a serle fiel, nos exhorta también a nosotros a la perseverancia en la fe.

Es que no podemos desconocer muchos motivos de desánimo: nuestras propias debilidades y pecados, los problemas de la comunidad, las fallas de la Iglesia, los males de nuestros países y del mundo. El autor sagrado nos llama a la perseverancia, nos insita a animarnos mutuamente en la fe, a ser "partícipes de Jesucristo", manteniéndonos firmes en el entusiasmo y la alegría con los que comenzamos nuestro caminar cristiano.

El Evangelio nos recuerda que también hay leprosos en nuestro tiempo, como en los de Cristo. Y como en su época, también en la nuestra los segregamos, no queremos ni verlos, está prohibido tocarlos, hablarles, los dejamos solos con su enfermedad. Hoy, un leproso se acercó a Jesús y le pidió confiadamente que lo sanara. Jesús lo hizo, ¡tocándolo!, haciéndose impuro según las normas de la ley judía, reincorporándolo a la sociedad que lo rechazaba; por eso lo mandó a presentarse a los sacerdotes, para que certificaran su curación y lo recibieran de nuevo y oficialmente en la comunidad. Pero el leproso solamente quería contarle a todos los que se encontraba, lo que Jesús había hecho. Por eso Jesús tenía que esconderse, para que no lo creyeran un simple curandero, y por si alguno se escandalizaba de que hubiera tocado al leproso.

También a nosotros nos ha purificado Jesús de nuestros males; también podemos contarl, a todos los que nos encontremos, las maravillas que la fe en Jesús ha realizado en nuestras vidas. Cómo nos ha devuelto la confianza en nosotros mismos, la autoestima -como decimos hoy-, la capacidad de salir de nosotros mismos y de ir al encuentro de los demás, para ayudarles y anunciarles la salvación.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

El Evangelio nos presenta una vez más a uno de esos hombres que se acercó a Jesús para que le curase. Como los demás, reconoció en Cristo al Salvador. Pasó por su vida y creyó en él como en él único que podía remediar sus males. En esta ocasión se trata de un leproso. Para Jesús el caso no presentaba novedad. Lo que sí impresiona es que el leproso se expresa en unos términos inauditos: “Si quieres, puedes curarme”. ¿Sería posible que Cristo no quisiese? Si así sucediera estaríamos perdidos. Fuera de Cristo, ¿dónde puede encontrarse la salud? El leproso no se presentó con su petición con las torcidas intenciones de los fariseos. “Tu puedes curarme, porque todo te es posible. Si no me curas es porque no quieres. Si no quieres no eres bueno. Y si no eres bueno, ¿cómo haces milagros? Con el poder de los demonios...” Nada de esto. Él conoce a Cristo, profundamente. Sabe lo que hay en su corazón. Por eso se arrodilla. Por eso dice “si quieres”. Porque cree plenamente en que Cristo le ama. ¿Creemos nosotros esto? De nuestra confianza depende nuestra curación.

H. Vicente David Yanes


3-7. CLARETIANOS 2003

Jesús es como el que tira la piedra y esconde la mano. Casi casi como si le acomplejara hacer milagros, como si estuviera haciendo algo prohibido. La compasión le gasta malas jugadas. Cuando el leproso se le pone de rodillas y lo suplica, él “siente lástima”, no se puede resistir, tiende otra vez su mano dispensadora y, con una declaración tan sencilla como un “quiero”, deja al leproso ataviado de turbadora limpieza.

Luego esconde la mano y manda guardar silencio, esconde su presencia y se queda en descampado. Todo en vano.

Pero todo con razón. No quiere que su mesianismo se quede atrapado en las redes del espectáculo. Es del todo ajeno a ciertas tendencias de nuestro tiempo: el show business, el exhibicionismo de los famosos, la escenificación ante millones de espectadores de hechos que debieran preservarse en la discreta intimidad de la familia, los concursos inaugurados con “Gran Hermano” y seguidos por “El Bus”, “Operación Triunfo” y qué sé yo cuántos más (salvadas las diferencias que pueda haber entre unos y otros), la feria de las vanidades...

El evangelista Marcos destila gotas y hasta chorros de desconfianza en lo que con demasiada ingenuidad tenemos por lugares supremos de la manifestación de Dios. El amor y el poder de Dios nos van a aguardar donde menos los esperábamos. ¡Hasta tal punto nos descoloca! ¡Hasta tal punto su lógica es distinta de la lógica de los hombres! La extrañeza de esa lógica le producirá especial escándalo al Pedro que fácilmente todos llevamos dentro, pero Jesús no puede supeditarse a ese “Pedro”, a esa “piedra de escándalo” que se interpone en su camino...

Pero veo que nos estamos precipitando. No adelantemos acontecimientos. Dejemos que Jesús vaya desemboscándonos, sacándonos de esos lugares falsos en que nos ponemos al acecho de Dios, como si Él fuera a pasar por ahí, y no por su camino regio e insospechado.

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)


3-8. 2001

v. 40 Acudió a él un leproso y le suplicó de rodillas: «Si quieres, puedes lim­piarme».

Como colofón de este recorrido por el Israel institucional aparece la figura de un leproso que se acerca a Jesús. El leproso es el caso extremo y el prototipo de la marginación religiosa y social impuesta por la Ley (Lv 13,45s). Por su condición de impuro, y según lo que se enseña en la sina­goga, este hombre cree estar excluido del acceso al reino de Dios.

La figura del leproso pone en evidencia el daño social que hacían las prescripciones discriminatorias de la ley de lo puro y lo impuro y es exponente de la dureza y falta de amor en que formaba el sistema judío a sus adictos, marginando sin piedad a quienes necesitarían ayuda. La experiencia de Jesús al terminar su labor en Galilea es que una parte de Israel, de la que el leproso representa el caso extremo, está marginada por motivos religiosos, y se le niega la posibilidad de salvación.

El leproso estaba obligado a mantenerse a distancia de los sanos; al acercarse a Jesús, está violando la Ley, pero su angustia lo hace arries­garse; de rodillas, temiendo un castigo por su atrevimiento; si quieres, pue­des, se dice de Dios en Sab 12,18. El leproso ve en Jesús un poder divino.



vv. 41-42 Conmovido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio.

La reacción de Jesús no es la que teme el leproso: al ver la miserable situación de aquel hombre, Jesús se conmueve; este verbo se usaba en el judaísmo solamente de Dios; en el NT, sólo de Jesús: el amor entrañable de Dios por los hombres se manifiesta en Jesús. El no reconoce margina­ción alguna; la establecida por la Ley no corresponde a lo que Dios es y quiere: el reinado de Dios no excluye a nadie de la salvación. Violando la Ley (Lv 5,3; Nm 5,2), Jesús toca al leproso y éste queda limpio de la lepra.

El leproso esperaba que Jesús restableciese su relación con Dios, que por sí solo -pensaba él- no podía alcanzar. Creía que al estar margina­do por la institución religiosa también Dios lo rechazaba. De ahí su insis­tencia en ser purificado (limpiado). Su idea de Dios es la de los maestros oficiales: la de un Dios que no ama ni acepta a todos los hombres, sino solamente a los que cumplen ciertas condiciones de pureza física o ritual.



vv. 43-44 Le regañó y lo saco fuera en seguida diciéndole: «¡Mira, no le digas nada a nadie! En cambio, ve a que te examine el sacerdote y ofrece por tu purifi­cación lo que prescribió Moisés como prueba contra ellos».

Por eso no le basta estar curado; tiene que convencerse de que ningu­na marginación procede de Dios; la Ley que la prescribe es cosa humana. Debe independizarse de la institución religiosa, convenciéndose de que su modo de actuar no expresa lo que Dios es; si no lo hace, estará siem­pre a su arbitrio y podrá ser marginado de nuevo.

Por haberse creído marginado por Dios, Jesús le regaña; para hacerlo cambiar de mentalidad (sacarlo fuera) le hace ver las severas y costosas condiciones que le impone la institución para admitirlo. Tiene que com­parar al Dios amoroso que se manifiesta en Jesús con el Dios duro y exi­gente que propone la institución. Los ritos impuestos por Moisés (no por Dios; cf. Lv 14,1-32) demuestran la dureza de aquel pueblo (como prueba contra ellos, cf. Dt 31,26).



v. 45 El, cuando salió, se puso a proclamar y a divulgar el mensaje a más y mejor: en consecuencia, Jesús no podía ya entrar manifiestamente en ninguna ciudad; se quedaba fuera, en despoblado, pero acudían a él de todas partes.

Cuando el marginado se convence (al salir), su alegría es grande y difunde la noticia. Jesús ha tomado postura pública contra la margina­ción religiosa y contra la Ley que la prescribe. En consecuencia, queda marginado; no puede entrar abiertamente en los lugares donde hay sina­goga (ciudades/pueblos), pero aumenta el número de marginados que acu­den a él. Se abre así el Reino a todos los excluidos como impuros por la Ley y la institución judía.

Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)


3-9. 2001

A diario nos encontramos también nosotros con personas que sufren la exclusión de la vida social. Dichas exclusiones se multiplican en nuestros días y tienen diversas causas, entre las cuales no son las menores las debidas a ciertas enfermedades. Todavía hoy siguen presentes las exclusiones debidas a la lepra y a ellas se han añadido las producidas por otras dolencias (p. ej., el SIDA). Y a diario podemos constatar, junto a ellas, otras causas de marginación que se enraízan en motivos económicos, raciales o de otra índole.

          El seguimiento de Jesús exige la superación de dichas exclusiones. Para esta superación no basta una mera palabra que revele nuestro deseo de colocarnos en decidida oposición a ellas. Es necesaria una decidida voluntad de compartir la suerte del enfermo, un acercamiento real a su situación, un "toque" que exprese nuestra compasión fruto de nuestro compromiso en orden a realizar la reintegración de todo marginado.

          Pero esta voluntad, como en Jesús, sólo puede realizarse en nosotros dentro del marco proporcionado por el "secreto mesiánico". El poder recibido para superar las exclusiones sólo puede ser sincero cuando va acompañado de una decidida voluntad de evitar toda manipulación que busque su utilización para el propio beneficio.

          El "no digas nada a nadie" de nuestras acciones debe expresar nuestra preocupación de situarlas en el ámbito del servicio a los demás, como se hace patente en la historia de la Pasión de Jesús y de las fatigas de la entrega a la causa de Dios y de su Reino.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. 2002

El libro del Levítico (5,3) manda además que «si alguno, sin darse cuenta, toca a una persona impura, manchada con cualquier clase de impureza, cuando se entere, incurre en reato». Saltándose estas leyes, el leproso se acerca a Jesús, e intuyendo en él un poder divino, se dirige a él con unas palabras que se aplican a Dios en el libro de la Sabiduría (12,8): «Si quieres, puedes limpiarme...»

Y Jesús, como Dios, quiere y puede. Conmovido (este verbo se usa en el judaísmo solamente de Dios) «extendió Jesús la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio».

Dice el evangelista que «al momento se le quitó la lepra y quedó limpio». la tarea sanadora de Jesús mina los cimientos del sistema judío que, en nombre de Dios, margina al ser humano. Pero este sistema se toma la represalia. Por ponerse en contra de la marginación y de la ley que la prescribe, Jesús mismo queda marginado. Dice el Evangelio que «ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugar despoblado, pero se acercaban a él de todas partes».

Maravillosa actuación de Jesús que hace que la gente también rompa con el sistema y salgan de la ciudad para encontrar la liberación fuera de ella, don­de está Jesús. Dice el evangelista que Jesús «se que­daba fuera, en lugar despoblado, pero se acercaban a él de todas partes». ¿Hay quien se anime a seguirlo a precio de ser también excluido?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11.

Comentario: Rev. D. Xavier Pagès i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)

«‘Si quieres, puedes limpiarme’ (...). ‘Quiero, queda limpio’»

Hoy, en la primera lectura, leemos: «¡Ojalá oyereis la voz del Señor: ‘No queráis endurecer vuestros corazones’!» (Heb 3,7-8). Y lo repetimos insistentemente en la respuesta al Salmo 94. En esta breve cita, se contienen dos cosas: un anhelo y una advertencia. Ambas conviene no olvidarlas nunca.

Durante nuestro tiempo diario de oración deseamos y pedimos oír la voz del Señor. Pero, quizá, con demasiada frecuencia nos preocupamos de llenar ese tiempo con palabras que nosotros queremos decirle, y no dejamos tiempo para escuchar lo que el Buen Dios nos quiere comunicar. Velemos, por tanto, para tener cuidado del silencio interior que —evitando las distracciones y centrando nuestra atención— nos abre un espacio para acoger los afectos, inspiraciones... que el Señor, ciertamente, quiere suscitar en nuestros corazones.

Un riesgo, que no podemos olvidar, es el peligro de que nuestro corazón —con el paso del tiempo— se nos vaya endureciendo. A veces, los golpes de la vida nos pueden ir convirtiendo, incluso sin darnos cuenta de ello, en una persona más desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada... Hay que pedir al Señor que nos haga conscientes de este posible deterioro interior. La oración es ocasión para echar una mirada serena a nuestra vida y a todas las circunstancias que la rodean. Hemos de leer los diversos acontecimientos a la luz del Evangelio, para descubrir en cuáles aspectos necesitamos una auténtica conversión.

¡Ojalá que nuestra conversión la pidamos con la misma fe y confianza con que el leproso se presentó ante Jesús!: «Puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’» (Mc 1,40). Él es el único que puede hacer posible aquello que por nosotros mismos resultaría imposible. Dejemos que Dios actúe con su gracia en nosotros para que nuestro corazón sea purificado y, dócil a su acción, llegue a ser cada día más un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con confianza, nos dice: «Sí que lo quiero: queda limpio» (Mc 1,41).


3-12. Curación de un leproso

Autor: Miguel Ángel Andrés Ugalde

Reflexión:

El leproso del evangelio de hoy nos presenta una realidad muy cercana a nosotros: la pobreza de nuestra condición humana. Nosotros la experimentamos y nos la topamos a diario: las asperezas de nuestro carácter que dificultan nuestras relaciones con los demás; la dificultad y la inconstancia en la oración; la debilidad de nuestra voluntad, que aun teniendo buenos propósitos se ve abatida por el egoísmo, la sensualidad, la soberbia ... Triste condición si estuviéramos destinados a vivir bajo el yugo de nuestra miseria humana. Sin embargo, el caso del leproso nos muestra otra realidad que sobrepasa la frontera de nuestras limitaciones humanas: Cristo.

El leproso es consciente de su limitación y sufre por ella, como nosotros con las nuestras, pero al aparecer Cristo se soluciona todo. Cristo conoce su situación y no se siente ajeno a ella, más aún se enternece, como lo hace la mejor de las madres. Quizá nosotros mismos lo hemos visto de cerca. Cuando una madre tiene a su hijo enfermo es cuando más cuidados le brinda, pasa más tiempo con él, le ofrece más cariño, se desvela por él, etc. Así ocurre con Cristo. Y este evangelio nos lo demuestra; el leproso no es despreciado ni se va defraudado, sino que recibe de Cristo lo que necesita y se va feliz, compartiendo a los demás lo que el amor de Dios tiene preparado para sus hijos. Pongamos con sinceridad nuestra vida en manos de Dios con sus méritos y flaquezas para arrancar de su bondad las gracias que necesitamos.


3-13.

En la primera lectura de la lectio divina me quedé con la frase “no se lo digas a nadie”. Me preguntaba por qué Jesús, con frecuencia, decía esto a la gente que sanaba. No decirlo a nadie, cuando, por el contrario, la sanación producida por el milagro era algo para pregonarlo por el mundo entero. Sin embargo, a medida que fui avanzando en la lectio el Señor me dio la respuesta. Primero, una respuesta ligada a su tiempo. Jesús no le interesaba mostrarse como el “gran salvador” del pueblo de Israel; no era un político de nuestro tiempo. Conocía su misión y sabía que tenía el tiempo para cumplirse. Segundo, una respuesta que todavía es válida en nuestros días, y muy ligada a la primera, viene por el lado de las expectativas. Jesús no quería sanar basado en las expectativas que la gente pudiera tener de su poder. Quería sanar, liberar, transformar basado en una experiencia de fe. En una experiencia de amor. Por eso, en cierto sentido, sabemos por la lectura en otro pasaje del evangelio, que en su ciudad natal, no hizo muchos milagros. La gente tenía expectativas, pero le faltaba amor. Muchas veces, nosotros también queremos que Jesús nos ayude en algo, por que a otra persona le ayudó y no porque creamos firmemente que él puede hacerlo.

Señor, enséñame a amarte y a conocerte, para que así vea tu brazo haciendo maravillas en mi vida desde el silencio.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-14. DOMINICOS 2004

¿POR QUÉ HEMOS SUFRIDO LA DERROTA?

Engañoso es el pensamiento de que Dios está obligado con nosotros.

Pobre es el corazón del hombre que pide cuentas a Dios.

Sólo un espíritu humilde tiene acceso y poder sobre el Señor.

En la lectura del capítulo tercero del libro de Samuel, podíamos leer ayer que “Samuel se hizo mayor y que Yhavé estaba con él {en sus actuaciones}...; que todo Israel, desde Dan hasta Berseba {de norte a sur} reconoció que Samuel era un verdadero profeta de Yhavé, y que éste siguió apareciéndosele en Siló”( vv 19-21).

En el texto litúrgico que se utiliza hoy, del capítulo cuarto, se habla de la complicada realidad político-social en que Samuel se movía:
Tribus de Israel que buscaban consolidarse;
graves situaciones de guerra con los filisteos que los atacaban y derrotaban, etc.
Humanamente, a Samuel y a los suyos no les bastaba tener consigo el Arca de la alianza; necesitaban poder y saber hacer frente a las dificultades.

Yavé no es capitán de los ejércitos sino dador de vida, maestro de prudencia, consejero de la verdad y del amor, de la justicia y la paz...

LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS

Libro primero de Samuel 4, 1-11:
“En los días de Samuel, se reunieron los filisteos para atacar a Israel...
Entablada la lucha, Israel fue cercada por los filiteos, y murieron unos 4000 hombres. La tropa volvió al campamento, y los ancianos de Israel deliberaron: ¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy una derrota a manos de los filisteos?
Decidieron: Vamos a Siló, a traer el Arca de la alianza del Señor para que esté entre nosotros y nos salve del poder enemigo..”

Evangelio según san Marcos 1, 4045:
“En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quiéres, puedes limpiarme.
Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:Quiero, queda limpio.
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Y Jesús le encargó: ‘No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte a los sacerdotes y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés...”

REFLEXIÓN PARA ESTE DÍA

Guerra en el corazón del hombre, aunque hable de paz.

Podemos hablar de dos tipos de guerras que se dan casi de continuo entre los hombres y en los hombres.

Entre los hombres, por ambiciones de poder, de tierra, de dominio, de egoísmo, de superioridad, de intereses poco nobles.

En el interior de los hombres, porque dentro de cada cual luchan las fuerzas del bien, inclinadas a la virtud y a hacer cuanto se pueda por amor y servicio, y las fuerzas del mal que se resisten a acatar los mandamientos y la obediencia a la voluntad de Dios expresada en los gritos de la conciencia.

Para que en el mundo exterior haya paz, solidaridad, amor compartido, igualdad en los derechos fundamentales, es indispensable que el mundo interior de las personas (gobernantes, administradores, letrados, trabajadores, sacerdotes, padres) esté en perfecta armonía :

-no apeteciendo sino lo que es honesto,

-sintiendo la felicidad del otro que hace con nosotros el camino de la vida,

-teniendo a Dios en el horizonte de la existencia,

-contentándose con una suficiencia digna que no fuerce situaciones extremas de bienestar que se alcanzan con violencias ...

Hacer del hombre en tensión un ser responsable a favor del bien es caminar hacia la santidad de vida. Ese es nuestro deber.


3-15.

LECTURAS: 1SAM 4, 1-11; SAL 43; MC 1, 40-45

1Sam. 4, 1-11. Dios ha hecho una nueva y definitiva Alianza con nosotros, sellándola con la Sangre de su propio Hijo. Quienes aceptamos esa Alianza entramos en comunión de vida con Jesucristo. A partir de ese momento entre Dios y la Comunidad de creyentes queda superada la relación: Tu-Dios-Mi-Pueblo; Mi-Dios-tu-Pueblo, y llegamos a la nueva relación en que entramos a formar parte del mismo linaje divino: Tu-Padre-mi-Hijo; Tu-Hijo-mi-Padre. Esta Alianza no es sólo para recibir los beneficios de Dios, sino para que seamos fieles a sus mandatos y enseñanzas, especialmente al mandamiento del amor. No podemos vivir lejos del Señor, ofendiéndolo a Él y ofendiendo a nuestro prójimo y después esperar, que por traer con nosotros un signo de su presencia, nos veríamos libres de cualquier castigo que mereciéramos por nuestras culpas. Dios no es un amuleto de buena suerte. Dios es nuestro Padre, amoroso y misericordioso ciertamente, pero también exigente en cuanto al compromiso que adquirimos de ser y vivir como hijos suyos. Vivamos con lealtad el amor que decimos haber depositado, como hijos, en el Señor.

Sal. 43. ¿Acaso Dios se habrá olvidado de nosotros cuando la vida se nos complica? ¿A qué viene el reclamarle que despierte, que no nos rechace y que no se olvide de nosotros? Él, en su Palabra, se ha comprometido con nosotros diciéndonos: ¿Acaso podrá una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues aunque hubiese una madre que tal hiciera, yo jamás me olvidaré de ti. Dios siempre es el Dios-con-nosotros. Su amor hacia nosotros nunca se acaba. ¿No seremos más bien nosotros los que hemos de volver a acordarnos de Dios, de abrir los ojos ante su amor de Padre y de vivirle fieles? No es Dios; somos nosotros quienes muchas veces nos hemos alejado de su presencia. Retornemos al Señor, que siempre está dispuesto a recibirnos con amor de Padre.

Mc. 1, 40-45. Acerquémonos a Cristo con la misma confianza y apertura con que el enfermo se acerca al médico. No tengamos miedo en presentarle las heridas más profundas y putrefactas de nuestra propia vida. Él es el único Enviado del Padre, en quien nosotros encontramos el perdón y la más grande manifestación de la misericordia de Dios para con nosotros. Por eso vayamos a Él sabiendo que Él no vino a condenarnos, sino a salvarnos a costa, incluso, de la entrega de su propia vida por nosotros. Habiendo recibido tan gran muestra de misericordia de Dios para con nosotros, Él nos ha confiado la reconciliación de toda la humanidad a través de la historia. La Iglesia de Cristo no puede cumplir con la misión que el Señor le ha confiado para buscar el aplauso de los demás. No puede hacerse publicidad a sí misma mediante el cumplimiento de su misión; no puede querer caer en gracia de los demás haciéndoles el bien y socorriéndoles en sus necesidades. Su servicio ha de ser un servicio callado no en nombre propio, sino en Nombre del Señor. A Él sea dado todo honor y toda gloria, ahora y por siempre. Por eso, aprendamos a retirarnos a tiempo, para ir al Señor y ofrecerle lo que Él mismo hizo por medio nuestro.

A pesar de que nosotros hemos abandonado muchas veces los caminos del Señor, Él jamás se ha olvidado de nosotros, pues su amor por nosotros es un amor eterno. Por eso jamás podemos decir que Dios nos ha rechazado. Dios siempre está junto a nosotros como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos. Hoy nos hemos reunido para celebrar el Sacramento de su amor por nosotros. Él no nos rechaza por habernos encontrado cargados de miserias que han deteriorado nuestra vida, o con las que hemos contribuido a deteriorar la vida familiar o social. A Él lo único que le interesa y le llena de gozo es el habernos encontrado. Por eso, si somos sinceros con el Señor; si en verdad hemos venido a esta Eucaristía para encontrarnos con Él y reorientar nuestra vida, le hemos de pedir, con humildad diciendo: Señor, si tú quieres, puedes curarme. Y Dios tendrá compasión de nosotros.

Pero, así como nosotros hemos sido amados por Dios, así hemos de amarnos los unos a los otros. Por muy grandes que sean los pecados de los demás, jamás los hemos de condenar, sino más bien ir a ellos con el mismo amor y la misma compasión que Dios nos ha manifestado a nosotros. Tocar a los enfermos, significará acercarnos a ellos para conocer aquello que realmente les aqueja, para dar una respuesta a sus miserias, no desde nuestras imaginaciones, sino desde su realidad, desde su cultura, desde su vida concreta. Esto nos habla de aquello que el Magisterio de la Iglesia nos ha propuesto: inculturizar el Evangelio. Y, aún cuando no hemos de caer en una relectura ideologizada del Evangelio, el anuncio del mismo no podrá ser eficaz mientras no conozcamos al hombre en su caminar diario; entonces podremos no sólo serle fieles a Dios, sino también al hombre.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir en una continua cercanía a Dios para escuchar su Palabra y ponerla en práctica; y en una continua cercanía al hombre para conocerle en su vida concreta y poder ayudarle a que Cristo se convierta en Luz, que ilumine su camino hacia el encuentro del Padre Dios. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-16. CLARETIANOS 2004

LEPROSOS DE AYER, HAMBRIENTOS DE HOY. Una historia de SUFRIMIENTO. Una pregunta, ¿por qué me ha tenido que tocar a mí? Las cosas se ven muy distintas cuando yo no he tenido esa tal suerte (o mala suerte). El sufrimiento genera dolor, miseria, una especie de muerte en vida. Algo se podrá hacer, y si se puede ¿por qué no se hace? Esta INJUSTICIA clama al cielo. Porque son millones de personas, entonces y ahora, las que viven al margen, las que sufren la situación de una permanente EXCLUSIÓN: personas de primera y de segunda (o tercera) división.

LEPROSOS DE AYER. La lepra en aquella sociedad tenía una doble vertiente: de una parte, unas medidas médico-higiénicas: apartar del campamento para evitar contagios; por otra, la lepra se veía como un castigo de Dios, por eso sólo Dios puede curar y se precisa la mediación de un sacerdote que lo confirme. Conclusión: vivir solo y fuera del campamento no era más que una muerte disfrazada de vida. Un leproso de entonces se acerca a Jesús: la cosa parece impensable si el mismo Jesús no se hubiera hecho el encontradizo. El leproso dice, "si quieres, puedes curarme". Jesús dice "¡toma, claro que quiero!". Una vez más se comprueba que querer es poder. Lo que hace Jesús es restituir, que la vida vuelva a la vida. Y aquel enfermo, a quien sólo Jesús consideró como tal -los demás le veían como un apestado-, quedó limpio: recobró la salud y la dignidad.

CONCLUSIÓN: Jesús y los descampados: por andar por donde anda, Jesús se encuentra con quien se encuentra. Si uno es amigo de andar por los palcos, los palacios, los lugares de moda... se encontrará a gentes distintas que si es amigo de andar por andurriales. Razón tenía Serrat cuando decía de sus amigos:

"Mis amigos son sueños imprevistos
que buscan sus piedras filosofales,
rondando por sórdidos arrabales
donde bajan los dioses sin ser vistos”.

Vuestro amigo y hermano Oscar
(claretmep@planalfa.es)


3-17. ARCHIMADRID 2004

¡AY DE NOSOTROS!¡AY DE NOSOTROS!

“(Los filisteos) muertos de miedo, decían:<¡Ha llegado su Dios al campamento! ¡Ay de nosotros!>”, si esto sucediese en cualquier película de Hollywood nos prepararíamos para ver vencer a los israelitas (que ya antes habían sido humillados por los filisteos) en singular batalla y el ejercito triunfador vitorear con júbilo el arca de Dios. Pues no, esto no es Hollywood, ni los hijos de Elí son Frodo y Sam de “El señor de los anillos” ni nada parecido, así que la historia de hoy acaba con una estrepitosa derrota del ejercito israelita y perdiendo (durante unos meses) el arca de la Alianza.

Son curiosas las historias que la Biblia nos cuenta una y otra vez, no están los vencedores y vencidos siempre en el mismo bando, el pertenecer al “pueblo elegido” no asegura la derrota de los adversarios, ni una historia que nada tendría que envidiar a “Love Story” con Ryan O'Neal y Ali McGraw haciéndose carantoñas. A Dios nadie lo posee en exclusiva, no es un amuleto o un talismán para que los asuntos nos vayan bien y gocemos de prosperidad. Dios se ha acercado a los hombres, ha hecho una alianza con nosotros y ahora tenemos que acercarnos a Él. ¿Cómo?. Desde luego no desde la prepotencia o intentando utilizar a Dios para nuestro beneficio, sino como el leproso del evangelio: de rodillas, con la súplica en los labios “si quieres, puedes limpiarme” y Dios que es fiel a sus promesas nos dirá: “quiero, queda limpio”. Ésta es la maravilla de Dios.

Por la cantidad de programas de televisión que se dedican a magia, tarot, adivinación, etc. … parece que es un asunto rentable, que muchos se acercan a preguntar a adivinos, pitonisas, quirománticos y demás ralea. Muchos lo llevan ocultamente, encendiendo “una vela a Dios y otra al diablo” e incluso para algunos es una forma de vivir su fe introduciendo en su verborrea a los ángeles, los espíritus y demás. Cuando me pregunta algún feligrés y les contesto que acudir a esos sitios es un pecado contra la fe no se quedan muy convencidos, a veces en esos lugares escuchan más palabras espirituales que en muchos sermones de las parroquias y, bajo ese ropaje, les parece algo estupendo. Pero cuando continuamos hablando se dan cuenta que no se trata de usar un léxico u otro sino que, como el pueblo de Israel, quiere manejar a Dios y su designio salvador. Quiere que los demás digan: ¡Ay de nosotros! pues es él quien dice a Dios lo que tiene o no tiene que hacer, que esté a su favor contra todos los demás e incluso que la historia y las circunstancias siempre le sean favorables. Pero Dios no se deja manejar, en la vida mil circunstancias dirán “¡Sed hombres, y al ataque!, como los filisteos, y si estamos pertrechados de las armas de la superstición y no de las de Dios, seguramente seamos derrotados.

No quieras imponer a Dios tu voluntad, acércate a Él con humildad, con súplicas en los labios y confianza en el corazón; si lo haces así seguro que no te abandonará, te dirá: “quiero, queda limpio”, y volverás a enfrentarte a todos los retos de la vida con la confianza de saber a quién acudir. Si quieres acercarte a Cristo, a Dios tu Padre, al Espíritu Santo, hazlo como María, desde la humildad de la sierva.


3-18. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Heb 3, 7-14: Anímense mutuamente mientras dura este “hoy”.
Salmo responsorial: 94, 6-11: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón."
Mc 1, 40-45: Se le quitó la lepra y quedó limpio.

Jesús aparece aquí como el que libra del mal. Para ello, necesita la fe de quien lo busca. Este leproso manifiesta una total confianza en Cristo, una gran fe a su poder. Pero junto con esto podemos descubrir en Jesús, nuevamente, una gran compasión por el sufrimiento humano.

Sin compasión en el corazón, nuestra disposición, al acercarnos a los demás, es inadecuada y estamos cerrados a la comprensión. Jesús nos recuerda que la compasión es la capacidad de sentir en nuestra carne lo que el prójimo está sintiendo en la suya. Compadecer es “padecer con”, es saber entrar en la sensibilidad de nuestros semejantes para hacerla nuestra. La compasión no es desprecio ante la debilidad ajena, es incorporar a nuestra experiencia el dolor del otro, ya sea pequeño o grande. Como el sufrimiento es susceptible de ser compartido, la compasión se convierte en presupuesto para la comunicación humana auténtica y es cimiento de las relaciones cristianas.

No seamos duros ni siquiera en las cosas justas: oigamos con respeto a quienes tenemos que corregir, pues comprendemos que quien se equivoca, sufre. Debemos amar a quien toma decisiones equivocadas en épocas malas de su vida, pero que necesita una compasión exenta de complicidades culpables y una sabia comprensión para reorientarse. No es tarea exclusiva de sacerdotes y directores espirituales, sino de hermanos y amigos cristianos.


3-19.

Jueves 13 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Anímense mutuamente mientras dura este «hoy» * Le quitó la lepra y quedó limpio.

1. Cuidado con el corazón
1.1 Nuestra cultura occidental cuida con métodos cada vez más eficaces la salud física; no así la salud espiritual. Cuidamos el órgano del corazón pero hemos olvidado o desobedecido a aquello que nos advierte la Carta a los Hebreos: "tengan cuidado, hermanos, que no se encuentre en alguno de ustedes un corazón malo e incrédulo que lo aleje del Dios vivo" (Heb 3,12).

1.2 ¿Qué presupone esta exhortación? En primer lugar, que el corazón no es un asunto "privado". Nuestra sociedad piensa, o mejor, sueña con un mundo en que las decisiones se dividen en dos: las públicas y las privadas. Y suponemos que lo que cada quien haga, piense o sienta en su mundo "privado" no debe ser incumbencia de nadie más. Una serie de hechos recientes nos están mostrando qué terrible engaño es este y qué poca consistencia tiene. Desde el caso extremo del psicópata asesino o violador hasta los desastres morales de generaciones enteras de jóvenes vamos comprendiendo, por la violencia de los hechos desnudos, que no es posible dejar el corazón para deleite de los peores demonios y a la vez esperar con estúpida ingenuidad que el mundo va a funcionar bien por la fuerza de los parlamentos o de la super-tecnología.

1.3 La Carta a los Hebreos nos despierta del engaño individualista propio del consumismo y de la cultura del yo instrumentalizador e instrumentalizado. Nos invita no sólo a que cada uno cuide su corazón, en cuanto centro de las decisiones, afectos, recuerdos, ideas y deseos, sino que mutuamente cuidemos de nuestros corazones. Esto supone que, como decía san Agustín en su Regla, "Dios, que habita en vosotros, os cuidará por medio de vosotros". En último término lo que está en juego aquí es: ¿de veras creemos que Dios habita, reina y actúa en medio de su pueblo de redimidos?

2. Una acción vigorosa
2.1 Por otra parte, no hemos de ilusionarnos en cuanto a la acción de Dios entre nosotros. Baste mencionar el impresionante pasaje de los esposos, Ananías y Safira, que quisieron engañar a los apóstoles aparentando una generosidad que no tenían (Hch 5,1-11). Dios escruta el alma y si va a hacer sentir su presencia va también a desnudar lo que está en el alma humana.

2.2 Esto es bueno recordarlo porque se ha entrado en la Iglesia una especie de positivismo trasnochado que predica que sólo podemos contar con el "fuero externo", y que para elaborar los planes pastorales o de evangelización sólo contamos con los "fenómenos", de modo que en ningún caso cabe hablar más allá de lo que es "público", verificable (por los sentidos) y evidente a todos. ¡La acción del Espíritu Santo no queda aprisionada en moldes tan estrechos!

2.3 Necesitamos pastores audaces, ungidos, empapados en el poder del Señor, capaces de penetrar los corazones y de denunciar no sólo lo que aparece sino lo que no aparece! Sé que la Iglesia del futuro tomará con una seriedad infinitamente mayor que nosotros la acción del Espíritu Santo y contará de un modo más audaz con su auxilio y su luz maravillosa, sin necesidad de tratar de justificar cada paso y cada declaración a los sabios de este mundo.


3-20.

Comentario: Rev. D. Xavier Pagès i Castañer (La Llagosta-Barcelona, España)

«‘Si quieres, puedes limpiarme’ (...). ‘Quiero, queda limpio’»

Hoy, en la primera lectura, leemos: «¡Ojalá oyereis la voz del Señor: ‘No queráis endurecer vuestros corazones’!» (Heb 3,7-8). Y lo repetimos insistentemente en la respuesta al Salmo 94. En esta breve cita, se contienen dos cosas: un anhelo y una advertencia. Ambas conviene no olvidarlas nunca.

Durante nuestro tiempo diario de oración deseamos y pedimos oír la voz del Señor. Pero, quizá, con demasiada frecuencia nos preocupamos de llenar ese tiempo con palabras que nosotros queremos decirle, y no dejamos tiempo para escuchar lo que el Buen Dios nos quiere comunicar. Velemos, por tanto, para tener cuidado del silencio interior que —evitando las distracciones y centrando nuestra atención— nos abre un espacio para acoger los afectos, inspiraciones... que el Señor, ciertamente, quiere suscitar en nuestros corazones.

Un riesgo, que no podemos olvidar, es el peligro de que nuestro corazón —con el paso del tiempo— se nos vaya endureciendo. A veces, los golpes de la vida nos pueden ir convirtiendo, incluso sin darnos cuenta de ello, en una persona más desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada... Hay que pedir al Señor que nos haga conscientes de este posible deterioro interior. La oración es ocasión para echar una mirada serena a nuestra vida y a todas las circunstancias que la rodean. Hemos de leer los diversos acontecimientos a la luz del Evangelio, para descubrir en cuáles aspectos necesitamos una auténtica conversión.

¡Ojalá que nuestra conversión la pidamos con la misma fe y confianza con que el leproso se presentó ante Jesús!: «Puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’» (Mc 1,40). Él es el único que puede hacer posible aquello que por nosotros mismos resultaría imposible. Dejemos que Dios actúe con su gracia en nosotros para que nuestro corazón sea purificado y, dócil a su acción, llegue a ser cada día más un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con confianza, nos dice: «Sí que lo quiero: queda limpio» (Mc 1,41).


3-21.

Reflexión

¿Cómo puede el hombre que ha sido tocado por el amor de Dios permanecer callado? Es imposible. Creo que esta puede ser la causa por la cual muchos cristianos permanecen callados… no han sido tocados por el amor sanante de Dios. Permanecen llenos de miedos y temores, viviendo como lo hacían los leprosos, aislados de la comunidad. Jesús desde el bautismo nos ha tocado y nos ha dicho: ¡Sana! Más aun, nos ha llenado de su Espíritu, sin embargo nos hemos dejado regrese la lepra de la envidia, del odio, del rencor, etc.. Es Necesario de nuevo decirle al Señor: “Si quiere puedes sanarme”. El lo hará, una y mil veces, pues nos quiere sanos y llenos de vida en el Espíritu. Así una vez tocados por el amor sanante de Dios nos convertiremos en verdaderos testigos de este Amor en el mundo.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-22.

Curación de un leproso

Fuente: Catholic.net
Autor: H. Vicente David Yanes

Reflexión

El Evangelio nos presenta una vez más a uno de esos hombres que se acercó a Jesús para que le curase. Como los demás, reconoció en Cristo al Salvador. Pasó por su vida y creyó en él como en él único que podía remediar sus males. En esta ocasión se trata de un leproso. Para Jesús el caso no presentaba novedad. Lo que sí impresiona es que el leproso se expresa en unos términos inauditos: “Si quieres, puedes curarme”. ¿Sería posible que Cristo no quisiese? Si así sucediera estaríamos perdidos. Fuera de Cristo, ¿dónde puede encontrarse la salud?

El leproso no se presentó con su petición con las torcidas intenciones de los fariseos. “Tu puedes curarme, porque todo te es posible. Si no me curas es porque no quieres. Si no quieres no eres bueno. Y si no eres bueno, ¿cómo haces milagros? Con el poder de los demonios...” Nada de esto. Él conoce a Cristo, profundamente. Sabe lo que hay en su corazón. Por eso se arrodilla. Por eso dice “si quieres”. Porque cree plenamente en que Cristo le ama. ¿Creemos nosotros esto? De nuestra confianza depende nuestra curación.


3-23.

Reflexión:

Heb. 3, 7-14. Somos una Iglesia peregrina; ¿Hacia dónde? ¿En verdad somos conscientes de que nuestros pasos se encaminan hacia la posesión de los bienes definitivos, en donde llegará a su plenitud nuestra realización personal como hijos de Dios? Muchas veces quisiéramos vivir atados a nuestro pasado, como si otros tiempos hubiesen sido los mejores; y nos resistimos a construir un mundo que hoy sea el mejor y que prepare tiempos todavía mejores para el mañana. Queremos vivir atados a grupos que le dan "sentido" a nuestra vida, pues nos sentimos realizados con ellos; y nos olvidamos de las grandes mayorías que viven lejos del Señor, caminando en tinieblas y viviendo en tierra de sombras de muerte; nos quejamos por tantos males y desgracias que provocan aquellos que viven como si Dios no existiera para ellos. Pero ¿nos hemos desinstalado y comenzamos a peregrinar en busca de la oveja descarriada? Si participamos de la vida de Cristo es para que le seamos fieles no sólo en la escucha de su Palabra, sino en el caminar buscando a la oveja descarriada para conducirla, junto con nosotros, a la Casa eterna del Padre. Vivamos, pues, libres de la tentación de dejar de ser peregrinos para volver a la esclavitud de nuestros egiptos, de nuestras comodidades, de nuestras miserias y pecados; pues si damos marcha atrás, quedará muy lejos de nosotros la posesión de los bienes definitivos.

Sal. 95 (94). Dios, como a nuestros antiguos padres, nos justifica únicamente por la fe. Y nuestra fe se deposita en Cristo, cuya voz escuchamos y ponemos en práctica, pues de nada nos servirá el vivir como discípulos descuidados. El Señor quiere que en todo hagamos su voluntad, pues, aun cuando la salvación no nos viene por nuestras obras, sino por creer en Cristo Jesús, sin embargo el que lleva una vida desordenada está indicando con sus malas obras que está y vive lejos del Señor; en cambio, el que lleva una vida según Dios, está indicando con sus buenas obras que ha escuchado al Señor y que le vive fiel. Entonces Dios llevará consigo a los que le pertenecen y viven conforme a sus enseñanzas. Hoy la salvación ya es nuestra en Cristo Jesús; ojalá y no despreciemos la oportunidad que Dios nos da para entrar, junto con su Hijo, a la posesión de la patria eterna.

Mc. 1, 40-45. Dios ha tenido compasión de nosotros, y nos ha enviado a su propio Hijo, el cual, hecho uno de nosotros, no sólo ha venido a remediar nuestros padecimientos corporales, o a remediar nuestros males materiales socorriendo a los pobres, sino que ha venido a liberarnos de la esclavitud al pecado y a la muerte. Unidos a Él somos hechos hijos de Dios, y no podemos guardar silencio respecto al amor que Dios nos ha manifestado. Por eso hemos de proclamar ante el mundo entero lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros, de tal forma que todos vayan a Cristo y encuentren en Él la salvación, sin importar lo grave de las maldades de su vida pasada, pues el Señor no ha venido a condenarnos sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. El Señor ha tocado nuestra vida, nuestra naturaleza humana deteriorada por el pecado, no para contaminarse, sino para salvarnos. Pongamos en Él todo nuestro amor y toda nuestra confianza.

En este día el Señor nos manifiesta su amor y nos invita a la conversión para que volvamos a entrar en comunión de vida con Él. Este es el día que Él nos ofrece para que seamos limpios de todo aquello que nos alejó de su presencia. Él jamás ha dejado de amarnos; Él nos quiere para siempre a su derecha, unidos a su Hijo. Y en esta celebración se vuelve a realizar esta Alianza entre Dios y nosotros; hoy el Señor está dispuesto a recibirnos, libres de toda maldad y de toda culpa. Él jamás nos guardará rencor perpetuamente, pues es nuestro Dios y Padre y no enemigo a la puerta. Por eso hemos de venir no sólo a ponernos de rodillas y a bendecir al Señor, sino también dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica. Reconozcamos, pues los caminos del Señor y no nos extraviemos lejos de Él, hasta que, yendo tras las huellas de Cristo, lleguemos algún día al Descanso eterno.

Así como nosotros hemos sido amados por Dios, así hemos de amarnos los unos a los otros. Por muy grandes que sean los pecados de los demás, jamás los hemos de condenar, sino más bien ir a ellos con el mismo amor y la misma compasión que Dios nos ha manifestado a nosotros en Cristo Jesús. Tocar a los enfermos, significará acercarnos a ellos para conocer aquello que realmente les aqueja, para dar una respuesta a sus miserias, no desde nuestras imaginaciones, sino desde su realidad, desde su cultura, desde su vida concreta. Esto nos habla de aquello que el Magisterio de la Iglesia nos ha propuesto: inculturizar el Evangelio. Y, aún cuando no hemos de caer en una relectura ideologizada del Evangelio, el anuncio del mismo no podrá ser eficaz mientras no conozcamos al hombre en su caminar diario; entonces podremos no sólo serle fieles a Dios, sino también serle fieles a la persona concreta.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en una continua cercanía a Dios para escuchar su Palabra y ponerla en práctica; y en una continua cercanía al hombre para conocerle en su vida concreta, y poderle ayudar a que Cristo se convierta en la Luz que ilumine su camino hacia el encuentro de nuestro Dios y Padre. Amén.

Homiliacatolica.com


3-24.

Reflexión

Que importante es iniciar nuestro año calendario con la seguridad de que la misión de Jesús ha sido ya realizada, por lo que, como lo hemos escuchado hoy en el Evangelio, somos libres de todas nuestras ataduras, de nuestros temores, de nuestras inseguridades; que ahora somos capaces de ver que el mundo creado por Dios es bueno y que nos necesita para que en él se instaure el Reino; y que éste, como todos los años vividos en el Señorío de Cristo, es un año de verdadera gracia en que el amor y la paz nos salen al paso a cada momento. Vivamos, pues, este año como un verdadero año de gracia en el Señorío de Cristo.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro