MIÉRCOLES SANTO

 

Libro de Isaías 50,4-9.

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla.

Salmo 69,8-10.21-22.31.33-34.

Por ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre:
porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
La vergüenza me destroza el corazón, y no tengo remedio. Espero compasión y no la encuentro, en vano busco un consuelo:
pusieron veneno en mi comida, y cuando tuve sed me dieron vinagre.
así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias;
Que lo vean los humildes y se alegren, que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus cautivos.


Evangelio según San Mateo 26,14-25.

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me darán si se lo entrego?". Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: "¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?". El respondió: "Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: 'El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'". Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: "¿Seré yo, Señor?". El respondió: "El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!". Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: "¿Seré yo, Maestro?". "Tú lo has dicho", le respondió Jesús.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS: 

1ª: Is 50, 4-9a=(Is 50, 4-7=RAMOS)=(Is 50, 5-9=DOMINGO 24B

2ª: Mt 26, 14-25 =RAMOS A


1.

-Dios me ha dado el lenguaje de un hombre que se deja instruir: Para que, a mi vez, sepa reconfortar al que está muy abatido.

Palabras admirables de psicología humana.

Escuchar.

Capacidad de escuchar: Papel del Siervo de Dios... verdadero servicio entre hermanos...

Saber reconfortar.

Y para ello, ser uno mismo pobre, -dejarse instruir-. Dejarse reconfortar por Dios, para, a su vez, saber reconfortar. Saber lo que es el desaliento, la prueba.

Jesús, habiendo sido probado puede ayudar «a los que han agotado sus fuerzas».

En estos días mi oración se hace más ardiente en favor de «los que ya no pueden más».

Nombro a los que conozco, que están quizá cerca de mí y se encuentran en ese caso.

También pienso en los que están lejos, en todos esos innumerables pobres que hay por el mundo... los mal alimentados, los mal aposentados o sin hogar, los que no tienen el amor de nadie. Todos aquellos con los cuales Jesús ha venido a compartir su condición. Todos los que más se parecen a Jesús... ¡los que ya no pueden más!

-La «palabra» me despierta cada mañana, para que escuche. El Señor Dios me ha abierto el oído.

Jesús, escuchando al Padre.

Abre nuestros oídos, Señor, para que sepamos escuchar a Dios también... y escuchar a nuestros hermanos...

Haz que yo oiga, Señor, a todos mis hermanos que claman dirigiéndose a mí. Haz que oiga el gemido de los pobres, la llamada de los hermanos. Y ayúdame a responder.

Fidelidad. Oído abierto.

Sáname de mi «sordera» habitual.

-Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Presenté mis espaldas a los que me golpeaban y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No protegí mi rostro de los insultos y de los salivazos.

¡Cuánto paralelismo contigo Jesús!

«No protegí mi rostro»

El colmo de la afrenta: la bofetada dada a un adulto, el salivazo que mancilla el rostro.

Espectáculo insostenible, incluso en la pantalla de cine o de televisión. Jesús recibió salivazos en su rostro.

Perdón, Señor Dios nuestro.

P/ACEPTACION: Deberíamos avergonzarnos de nuestros pecados. "Si conocieses tus pecados, te invadiría el terror". ·Pascal-B.

Contemplo tu hermoso rostro sucio, mancillado.

«¡Oh Dios santo, oh Dios fuerte, oh Dios inmortal! Ten piedad de nosotros».

-Pero el Señor viene en mi ayuda para que no me alcanzaran los insultos... Es el Señor mi defensor.

El tema de la «humillación» está vinculado al tema de la «exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria.

Hay que pensar que Jesús sacó de esos textos, que conocía bien, confortación y certidumbre.

La resurrección está presente ya en la cruz.

Pascua se perfila durante toda la semana dolorosa.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983. Pág. 166 s.


2.

Hoy vamos a meditar la misma escena que ayer, explicada esta vez por Mateo. Lo esencial es común en ambas narraciones.

Pero Mateo pone de relieve algunas significaciones diferentes de las anotadas por Juan.

-Entonces uno de los doce, llamado Judas, se fue a los príncipes de los sacerdotes y les dijo: "¿Qué me dais y os lo entrego?" Se convinieron en treinta piezas de plata, y desde entonces buscaba ocasión favorable para entregarle.

Vemos, aquí a Judas tomar la iniciativa.

Misterio de la libertad y de la culpabilidad humanas. Todos los evangelistas subrayan que Judas iba tras el dinero: esta es la explicación inmediata que dan al gesto aberrante de su antiguo colega.

¡El dinero!

-El día primero de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron. "¿Dónde quieres que preparemos para comer la Pascua?" El les dijo: "Id a la ciudad a casa de un tal y decidle: El Maestro dice: "Mi tiempo está próximo, quiero celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos." "Mi tiempo está próximo..."

No deja de pensar en lo que se acerca. Jesús ha previsto "esta comida" el lugar preciso lo había ya determinado con un amigo... La "Cena", la primera Misa, no es una comida improvisada al azar. Será una "comida pascual" evocando toda la tradición judía. El pan sin levadura evocaba la salida rápida de Egipto en la que no hubo tiempo de dejar fermentar la pasta: comida festiva cantando una liberación.

-Llegada la tarde se puso a la mesa con los doce discípulos; y mientras comían dijo: "Uno de vosotros me entregará".

Muy entristecidos comenzaron a decirle cada uno: "¿soy acaso yo, Señor?"

Y con eso llegamos al relato de Juan. La iniciativa de Jesús.

La interrogación de los apóstoles.

-Respondió: "El que conmigo mete la mano en el plato..."

Los detalles precisos son diferentes, pero el sentido es el mismo. Jesús hace un gesto "de comunión": para un Hebreo, tender a alguien el plato, es hacer un gesto simbólico de amistad.

Puede decirse que, por parte de Jesús, no hay ninguna condena, sino el ofrecimiento de una amistad. Es Judas solo el que se condena al rehusar la tentativa de su amigo. Por otra parte, Jesús estaba suficientemente habituado a "comer con los pecadores", como se le ha reprochado a menudo: y esta tarde, no menos que otras veces, no ha rechazado a un pecador... es Judas quien se ha separado de El.

La Eucaristía, es también una comida en la que Jesús nos ofrece la comunión con El.

Cada misa es un gesto de Jesús hacia los pecadores que somos nosotros, siempre que no nos excluyamos nosotros al rehusar su amor.

Haz que descubramos, Señor, la significación simbólica de la comida que Tú ofreces a los hombres: tenemos a un Dios que "ama a los pecadores y quiere salvarlos".

Pero, tenemos también a un Dios que respeta nuestras libertades y no se impone.

"¿Soy acaso yo, Rabbí?"--"Tú lo has dicho." Eres tú quien lo has dicho... eres tú quien decide la respuesta a dar.

Jesús coloca a Judas ante su responsabilidad. Todo sería posible todavía si Judas aceptara esta mano que Jesús continúa tendiéndole.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 170 s.


3.

LA POLÍTICA TRAICIONÓ A JUDAS Y MATÓ A JESÚS

Indudablemente que la traición de Judas tuvo motivaciones políticas.

Él, como el resto de los apóstoles, esperaba de Jesús la instauración del Reino de Dios en este mundo y soñaba, al igual que los hijos del Zebedeo, ocupar un puesto de prestigio. Creía que se trataba de un reino como los de este mundo.

No era más interesado o bastardo que el resto de los Doce, todos eran iguales, todos acabaron abandonando a Jesús o negándole. Ninguno de ellos había experimentado todavía la conversión.

Él, a diferencia de los otros, quiso provocar la llegada de ese reino denunciando a Jesús para obligarle a actuar. Jesús, estando ante una situación extrema, haría llegar sus huestes celestiales y expulsaría de una vez por todas al invasor e instauraría el nuevo régimen.

La traición de Judas es presentada por el cristianismo como el más genuino pecado.

Me atrevo a afirmar que cuando el hombre enmienda la plana a Dios, cuando cree que sabe más que Dios, cuando decide en nombre de Dios y pretende hacerle actuar, cae en pecado. Como cuando uno no ha vivido y sufrido la conversión, tampoco puede dar frutos de evangelio.

El demonio nunca tienta a querer cosas malas, sino a querer cosas buenas pero por el camino inadecuado. Pecado es procurar conseguir cosas buenas por camino equivocado. (Piensa en lo que quieras y lo verás: Dinero, por ejemplo. Desear poseer dinero, medio para el bienestar y el crecimiento, no es pecado; lo malo es desearlo por la vía inadecuada: el robo).

Matamos a Cristo cada vez que lo traicionamos, actuando por nuestra cuenta y riesgo, solidarizándonos con el pecado.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995.Págs. 139-140


4.

1. Hoy leemos el tercer canto del Siervo (el cuarto y último, más largo y dramático, lo escuchamos el Viernes Santo). Sigue la descripción poética de la misión del Siervo, pero con una carga cada vez más fuerte de oposición y contradicciones.

La misión que le encomienda Dios es «saber decir una palabra de aliento al abatido». Pero antes de hablar, antes de usar esa «lengua de iniciado», Dios le «espabila el oído para que escuche».

Esta vez las dificultades son más dramáticas: «ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba, no oculté el rostro a insultos y salivazos».

También en este tercer canto triunfa la confianza en la ayuda de Dios: «mi Señor me ayudaba y sé que no quedaré avergonzado». Y con un diálogo muy vivo muestra su decisión: «tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará conmigo?».

El salmo insiste tanto en el dolor como en la confianza: «por ti he aguantado afrentas... en mi comida me echaron hiel. Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor... miradlo, los humildes, y alegraos, que el Señor escucha a sus pobres».

2. La comunidad cristiana vio a Jesús descrito en esos cantos del Siervo. Su entrega hasta la muerte no es inútil: así cumple la misión que Dios le ha encomendado, al solidarizarse con toda la humanidad y su pecado.

En el evangelio leemos de nuevo la traición de Judas, esta vez según Mateo, ya que ayer habíamos escuchado el relato de Juan. Precisamente cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Ex 21,32).

3. Terminando ya la Cuaresma -concluirá mañana, Jueves Santo, por la tarde, antes de la Misa vespertina- y en puertas de celebrar el misterio de la Pascua del Señor, junto a la admiración contemplativa de su entrega podemos aprender su lección: espejarnos en el Siervo de Isaías y sobre todo en Jesús, que cumple en plenitud el anuncio.

¿Somos buenos oyentes de la palabra, tenemos ya de buena mañana «espabilado el oído» para escuchar la voz de Dios? ¿somos discípulos antes de creernos y actuar como maestros?

Y luego, cuando hablamos a los demás, ¿es para «decir una palabra de aliento a los abatidos»? Es lo que hizo Cristo: escuchaba y cumplía la voluntad de su Padre y, a la vez, comunicaba una palabra de cercanía y esperanza a todos los que encontraba por el camino. ¿Sabemos ayudar a los que se hallan cansados y animar a los desesperanzados? ¿Estamos dispuestos a ofrecer nuestra espalda a los golpes cuando así lo requiere nuestro testimonio de discípulos de Cristo? ¿a recibir los insultos que nos pueden venir de este mundo ajeno al evangelio? ¿o sólo buscamos consuelo y premio en nuestro seguimiento de Cristo?

También nosotros, amaestrados por la Pascua de Jesús, debemos confiar plenamente en Dios. Estamos empeñados en una tarea cristiana que supone lucha y que es signo de contradicción. Pero, de la mano de Dios, no debemos darnos nunca por vencidos: ¿quién podrá contra mí? Si alguna vez nos toca «aguantar afrentas» o «recibir insultos», basta que miremos a Cristo en la cruz para aprender generosidad y fidelidad. Incluso cuando alguien nos traicione, como a él.

«Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para decir al abatido una palabra de aliento» (1ª lectura)

«Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido» (1ª lectura)

«Miradlo, los humildes, y alegraos, que el Señor escucha a sus pobres» (salmo)

«Mi momento está cerca: deseo celebrar la Pascua con mis discípulos» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 116-118


5.

Primera lectura : Isaías 50, 4-9a Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba.

Salmo responsorial : 68, 8-10.21bcd-22.31.33-34 Señor, que tu bondad me escuchen el día de tu favor

Evangelio : Mateo 26, 14-25 ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

Ahondar en la traición de Judas nos trae la ventaja de que nos remueve el fondo de traición que todos llevamos dentro y nos enfrenta con lo más sucio de nuestro interior. Toda traición hay que ligarla a un proyecto. En la medida en que alguien deje de estar de acuerdo con el proyecto en el que venía o se creía comprometido, no tiene inconveniente en traicionarlo. Por eso, entrar a ciegas en un proyecto o entrar en el mismo sin entender sus principios o su finalidad, es preparar traiciones en cadena.

Aunque el proyecto de Jesús tiene un contenido divino, por reflejar la propuesta de Dios y por recibir de Él su fuerza, está sometido a las leyes del comportamiento humano. Dios no puede tocar la libertad, para evitar que su proyecto sea traicionado. Él acepta esta posibilidad. Tal es el precio de la libertad. Jesús aceptó estar sometido a la posibilidad de la traición.

La pregunta de Judas ("¿seré acaso yo, Maestro, quien te traicionará?") y la respuesta de Jesús, quedarán para siempre como una prueba del respeto por la libertad humana de parte de Dios, y una muestra de la malicia y de la astucia de que viene revestido todo intento de traición.

La traición no ha estado ni estará ausente del cristianismo. Somos seres humanos. Pero la comunidad cristiana debe cuidar de que el proyecto de Jesús sea claro y explícito para todos sus participantes. Así no habrá sorpresas. El hecho de ser cristianos por herencia y no por lucha, traerá siempre el riesgo de no identificarse con las exigencias del Reino. Y cuando aparezcan los intereses personales o de grupo, necesariamente aparecerá la traición.

Un cristianismo sin la claridad que exige el proyecto de Jesús y sin procesos de asimilación del mismo, será una mina de traiciones, desilusiones y amarguras. Aunque justifiquemos la traición, frente a ella nuestra alma quedará siempre herida.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6.

Somos muy capaces de justificar nuestros actos de modo que todos aparecen como buenos y necesarios. Incluso cuando cometemos actos tan viles como traicionar a nuestros amigos o traicionarnos a nosotros mismos. Siempre encontramos alguna razón seria, importante, profunda, que justifica nuestra acción en nombre del bien. Pero al final se reciben "treinta monedas de plata". Al final, Judas vende al Maestro. O mejor, se vende a sí mismo. En esas treinta monedas de plata no está el precio de Jesús sino el precio de la dignidad de Judas.

Pero no nos escandalicemos. Simplemente miremos a nuestra historia personal. Si somos sinceros, seguro que encontramos más de un episodio en el que también hemos vendido nuestra dignidad. Incluso por menos valor. No somos quien para criticar a Judas. Algo de él hay en todos nosotros. Menos mal que nuestra dignidad no depende de nuestro personal valor, sino del don de Dios Padre. Menos mal que el precio de Jesús no está marcado por el dinero que Judas recibió por su traición. Menos mal que Jesús, el hombre libre, no se dejó llevar por los acontecimientos, sino que fue capaz de convertir la traición en entrega. A Jesús no le quitaron la vida sino que la dio voluntariamente. De esa manera nos reconcilió con nuestro "Judas personal" y nos hizo comprender la inmensidad del amor de Dios que se manifestaba en su propia entrega.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

De la muerte a la vida

Lecturas de la Misa:

Isaías 50, 4-9a: "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.... Ofrecí la espalda a los que me golpeaban , la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.."

En ese texto tenemos, con visión profética, un fragmento de lo que iba a ser la pasión de Jesucristo, estación por estación, con todo su dolor.

Evangelio según san Mateo 26,14-25: "Uno de los doce, Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Y se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los ácimos...., los discípulos cumplieron instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua... Mientras comían, Jesús dijo : Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.... El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!..."

En ese texto se pone de relieve la conciencia del que traiciona, la oferta delicada que Jesús le hace, su advertencia pública, y la persistencia de Judas en el mal.

Reflexión para este día, Miércoles.

Huella de la traición y muerte

Comencemos la reflexión de este día introduciéndonos en la intimidad de los apóstoles y discípulos del Señor Jesús, cuando éste les amonesta diciendo que uno de ellos le va a entregar.

Lo primero que aparece digno de reflexión para un alma atenta es la diferente apreciación de los hechos por parte de Jesús y de los apóstoles. Aquél entrevé claramente traiciones, abandonos, juicio y muerte, y no se rinde ante ellas sino que advierte de su presencia. Éstos se inquietan, tal vez, porque algo turbio condena el Maestro, pero se muestran incapaces de calcular su dramático alcance. ¡Jesús, el Señor, el Maestro, no puede morir!

Ese modo de ver o apreciar las cosas, por parte de los apóstoles, con falta de previsión actual y con olvido de los vaticinios mesiánicos de Isaías sobre el Siervo de Yavé, sufrirá un cambio radical tras el cumplimiento de todas las anticipaciones del Maestro y de todas las profecías véterotestamentarias sobre abatimiento y triunfo final del Mesías.

Solamente a la luz de la Resurrección, y a la fortísima luz de Pentecostés, cambiará en los apóstoles su forma de leer la Biblia y la Historia de salvación en Cristo:

- Que todo el pasado bíblico-salvífico había estado dirigido por Dios a la novedad que era Jesucristo: encarnado, sufrido, muerto por los suyos, y resucitado.

- Que todo cuanto acaecía en los últimos días del Señor estaba previsto: como cumplimiento de las promesas, como formación de un reino nuevo de salvación en Jesucristo, como infidelidad de Israel al no reconocer sino condenar al Mesías; y también como rectificación de conductas anteriores cargadas de debilidad para comprometerse en el anuncio de la nueva vida en el Espíritu, con la seguridad de que Cristo había muerto y resucitado.

Muerte y resurrección, centro del Evangelio

Será bueno recordar que a la iluminación de Cristo resucitado y de Pentescostés debemos los cristianos las catequesis neotestamentales que hicieron los apóstoles y discípulos de Jesús, y que parte de ellas las encontramos hoy en los Libros Sagrados Nuevos. Sin Resurrección y Pentecostés no habría Iglesia de Cristo.

¿Qué fue lo que más cautivó de amor y luz a los apóstoles? Sin duda, el triunfo del Señor sobre la muerte. No la muerte sino el triunfo sobre ella. Por eso no se cansaban de repetir por doquier los acontecimientos de los últimos días del Hijo de Dios en la tierra: cómo instituyó el banquete eucarístico en la despedida, cómo lloró con lágrimas de sangre en el huerto de los Olivos, cómo fue hecho prisionero a traición y sometido a juicios inicuos ante los tribunales, cómo recorrió la calle de la amargura, cómo asumió la muerte, cómo perdonó a los ofensores, cómo fue clavado en el madero, cómo fue bajado de la cruz y sepultado, y cómo finalmente resucitó y se apareció de nuevo a los discípulos compartiendo con ellos la mesa...

Ese núcleo de hechos y doctrina constituyó el centro de los comentarios, catequesis, celebraciones de la fe, motivos de vida y esperanza, mensajes salvíficos que se anunciaban en todas partes..... Tanto fue así que probablemente ese resplandor de los últimos días hizo caer en cierto olvido, o relegarlas a segundo plano, muchas experiencias y enseñanzas magistrales de Jesús en sus años de predicación itinerante por los pueblos de Israel. ¡La fuerza de la cruz y de la resurrección eclipsaron otras luces de menor intensidad momentánea! Un tributo más a la condición humana excesivamente influenciable por los impulsos vitales del momento...

Epístolas, Evangelios

En relación con el párrafo anterior, es conveniente subrayar que los apóstoles comenzaron su evangelización escrita en sintonía espiritual y en correlación con los hechos que les tenían sugestionados, por su grandeza: la muerte y el triunfo de Jesucristo, nuestro Salvador, y el envío de su Espíritu.

- Las Epístolas de los apóstoles, sobre todo las de san Pablo y san Juan, que con frecuencia leemos en la liturgia de la Misa, dan fe de todo esto. Apenas se encuentra en ellas referencias narrativas de la vida de Jesús alternando con su mensaje salvífico.

- En cambio los Evangelios, que se escribieron con posterioridad, se ocuparon ampliamente de ofrecer a los lectores información sobre la identidad de Jesús, el sentido que él dio a su vida, el proyecto espiritual que predicó, el anuncio del Reino y la fidelidad al mismo A nosotros en Semana Santa nos interesa seguir la huella de los Evangelios y valorar conjuntamente en Jesús su vida, mensaje, entrega, muerte y resurrección. A través del cumplimiento de su misión es como Jesús fue abriendo el camino que le llevaría, por contraste y reacción violenta de quienes no asumían su mesianismo, a la muerte y a la resurrección.

¿Cómo no relacionar con la muerte y resurrección sus escenas en las plazas públicas, sus parábolas ejemplificadoras de la maldad y de la bondad, y sus discursos sobre los pobres, marginados, hipócritas, servidores del vil metal más que de Dios y la Verdad

Sepamos mirar

Solamente quien ve a JESÚS mensajero de paz, de justicia, de amor, de perdón..., puede comprender bien al que da la vida por los demás en una cruz. Y,a su vez, todo el que contempla al crucificado puede valorar bien la grandeza de sus enseñanzas ... Eso es lo que debemos hacer en esta Semana Santa.

DOMINICOS


8. CLARETIANOS 2002-2003

Queridos amigos:

Hace varios años que el filósofo judío Levinas me ayudó a caer en la cuenta de lo que significa el rostro humano. Es la parte de nuestro cuerpo que nosotros nunca podemos ver directamente. Y, sin embargo, la parte que los demás ven. Más aún: el rostro es como una concentración de nuestro cuerpo entero para los demás. Son los demás quienes nos dicen: "Te veo hoy con mala cara" o "Tienes buena cara". Nuestro rostro es la ventana por la cual se comunica lo que somos. Comunican nuestros ojos y comunican nuestros labios. Una frente fruncida es señal de preocupación. Unos labios apretados indican rabia. Una sonrisa transmite alegría.

Si el rostro es un concentrado de humanidad, ¡qué fuerza adquieren las palabras del profeta Isaías ("No oculté el rostro a insultos y salivazos") o las del salmo 68 ("La vergüenza cubrió mi rostro")!

Junto al sentido del oído, hoy ponemos a punto también el sentido de la vista para contemplar el rostro de Jesús durante los próximos días. No sé si se parece al rostro diseñado hace poco más de un año por expertos de la BBC a partir del cráneo de un judío del siglo I. Lo que sí sé es que se trata de un mapa en el que están registrados los gozos y sufrimientos de todos los seres humanos.

En vísperas de su muerte, el rostro de Jesús resume la entera trayectoria de su vida terrena: sus largos años de laboratorio nazareno y sus pocos meses o años de itinerancia misionera por tierras de Galilea y de Jerusalén.

¿Cómo veían el rostro de Jesús sus discípulos cuando le preguntaban, uno tras otro, incluido Judas, la pregunta del millón: "¿Soy yo acaso, Señor?". ¿Verían preocupación, rabia, frustración, derrota? ¿O verían un rostro luminoso, sobrecargado de amor en cada una de sus millones de células?

"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro". Esta es la súplica que brota en un día como hoy en el que millones de personas se ponen en camino hacia los lugares donde van a pasar los días del triduo sacro.

¿Se puede vivir el triduo sacro estando de vacaciones? ¿Se ha convertido la Semana Santa en un simple período vacacional, salpicado con algún rito folclórico religioso a modo de relleno para tranquilizar la conciencia? Quizá hoy podemos responder con sencillez. Se puede vivir el triduo sacro en cualquier lugar ... con tal de que no tengamos miedo de buscar y contemplar el rostro de Cristo. No importa tanto el lugar cuanto el coraje de dirigir nuestros ojos a ese rostro cubierto de insultos y salivazos y, sin embargo, hermoso, radiante, perdonador. Ese rostro se muestra en la liturgia de la iglesia y se muestra en las personas sufrientes que, sin duda, iremos encontrando. Por mucho derecho que tengamos al descanso, no podemos mirar en otra dirección, porque en el familiar con problemas o en el que nos sirve en un hotel podemos descubrir al Cristo que sigue sufriendo hoy. Volver la espalda a esos rostros tan reales es volver la espalda al Cristo que nos mira.

"Oculi nostri ad Dominum Jesum" canta la liturgia. "Nuestros ojos están vueltos al Señor Jesús". Ojalá podamos aguzar la vista para contemplar este rostro en cualquier lugar en el que nos encontremos durante los próximos días.

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández (gonzalo@claret.org)


9. 2001

COMENTARIO 1

Al contrario que en Mc, es Judas quien pide dinero por entregar a Jesús (v. 14). Judas es el hombre que no ha hecho la opción por la pobre­za (5,3), y el afán de dinero lo ha llevado a traicionar el mensaje (13,22). El precio que los sumos sacerdotes ponen a Jesús se en­cuentra en Zac 11,12 (LXX). Las treinta monedas de plata eran el precio de un esclavo (Ex 21,32).

La escena tiene lugar "el primer día de los Azimos" (fiesta de los panes sin levadura), la tarde de la víspera de Pas­cua. Son los discípulos los que recuerdan a Jesús que ha de ser preparada la cena. Jesús, consciente de que "su momento" -el de su muerte- está cerca, manda a todos los discípulos a dar el recado a un desconocido.

"Caída la tarde se puso a la mesa con los Doce" (v. 20). "Los Doce" se identifican con "sus discípulos"; se ve el valor simbólico del número, que designa al grupo como el Israel mesiánico. Jesús anuncia la traición, provocando la tristeza y la inseguridad de ellos (v. 21); "mojar en la misma fuente" era gesto de amistad e intimidad.

Y añade: "El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay de ese hombre que va a entregar al Hijo del hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido". Hay una clara oposición entre "el Hijo del Hombre" y "ese hombre", es decir, entre el portador del Espíritu de Dios (3,16) y el que carece de él. Al entregar al Hijo del hombre a la muerte, Judas elimina de sí mismo todos los valores propios del Hijo del hombre y pretende acabar definitivamente con ellos. Renuncia para siem­pre a su plenitud humana. Prefiere el dinero a su propio ser. La vida del hombre es un camino hacia la plenitud; quien renuncia a ella se condena él mismo al fracaso; más le valdría no haber na­cido.

"Entonces reaccionó Judas, el que lo iba a entregar, dicien­do: -¿Acaso soy yo, Rabbí? Jesús respondió: -Tú lo has dicho (v. 25). Jesús va estrechando el círculo de los posibles traidores (v. 21: «uno de vosotros»; v. 23: "Uno que ha mojado en la misma fuente que yo"). A la primera denuncia to­dos reaccionan, excepto Judas: "Ellos, consternados, empezaron a replicarle uno tras otro: ¿Acaso soy yo, Señor?" (v. 22).

A la segunda, Jesús se ve forzado a reac­cionar: "Tú lo has dicho" (v. 25).

Sin reproche alguno, Jesús identifica al traidor, aunque no ne­cesariamente a los oídos de todos. Es su último esfuerzo para que Judas tome conciencia de lo que va a hacer y recapacite.


COMENTARIO 2

Ahondar en la traición de Judas nos trae la ventaja de que nos remueve el fondo de traición que todos llevamos dentro y nos enfrenta con lo más sucio de nuestro interior. Toda traición hay que ligarla a un proyecto. En la medida en que alguien deje de estar de acuerdo con el proyecto en el que venía o se creía comprometido, no tiene inconveniente en traicionarlo. Por eso, entrar a ciegas en un proyecto o entrar en el mismo sin entender sus principios o su finalidad, es preparar traiciones en cadena.

Aunque el proyecto de Jesús tiene un contenido divino, por reflejar la propuesta de Dios y por recibir de Él su fuerza, está sometido a las leyes del comportamiento humano. Dios no puede tocar la libertad, para evitar que su proyecto sea traicionado. Él acepta esta posibilidad. Tal es el precio de la libertad. Jesús aceptó estar sometido a la posibilidad de la traición.

La pregunta de Judas ("¿seré acaso yo, Maestro, quien te traicionará?") y la respuesta de Jesús, quedarán para siempre como una prueba del respeto por la libertad humana de parte de Dios, y una muestra de la malicia y de la astucia de que viene revestido todo intento de traición.

La traición no ha estado ni estará ausente del cristianismo. Somos seres humanos. Pero la comunidad cristiana debe cuidar de que el proyecto de Jesús sea claro y explícito para todos sus participantes. Así no habrá sorpresas. El hecho de ser cristianos por herencia y no por lucha, traerá siempre el riesgo de no identificarse con las exigencias del Reino. Y cuando aparezcan los intereses personales o de grupo, necesariamente aparecerá la traición.

Un cristianismo sin la claridad que exige el proyecto de Jesús y sin procesos de asimilación del mismo, será una mina de traiciones, desilusiones y amarguras. Aunque justifiquemos la traición, frente a ella nuestra alma quedará siempre herida.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


10. 2002

Ante los discípulos que preguntan el lugar de la celebración, Jesús ordena ir a la "casa de Fulano", la indeterminación quiere señalar que se trata de todo aquel que se siente implicado en la Historia de la Pa­sión, A él, Jesús se dirige para anunciarle que va a celebrar la Pascua... con sus discípulos. Esta se realiza "al caer la tarde" (v.20) como en la primera multi­plicación (Mt 14,15) y como en la sepultura de Jesús (Mt 27,57). Jesús nos alimenta con su entrega. Una nueva Pascua, en la que se realiza la institución de la Eucaristía y la muerte de Jesús, sustituye a la pascua oficial judía.

Pero en medio de este ofrecimiento de vida para los discípulos, Jesús anuncia la presencia de las som­bras de la traición que provoca en cada uno de ellos tristeza e inseguridad. El gesto de amistad e intimi­dad de Jesús: "mojar de la misma fuente", no exime de esa dolorosa posibilidad. De esta forma la amistad se transforma en oposición entre "este Hombre" y "ese individuo"; la acción de este último, motivada por su amor al dinero, elimina todos los valores ofrecidos por el primero. La figura de Judas es un llamado a la reflexión para todo discípulo de Jesús. La "entrega", donación absolutamente gratuita de Dios y de su Hijo, se transforma en "entrega-traición", venta que minusvaloriza el don por un precio irrisorio. La codicia es el motor, capaz de transformar la amistad en voluntad opuesta al querer de Dios y en frustración de la vida.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. DOMINICOS 2003

Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.

Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.

 

Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:

 

Al nombre de Jesús

toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.

El Señor se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz.

Por ello Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre.

A él sea la gloria. Amén.

 

En los textos bíblicos de las lecturas se nos sugiere que interioricemos los sentimientos de las almas fieles, en gestos de adhesión a Cristo.

Hagámoslo

en el silencio de una oración personal prolongada y comprometida,

en el coloquio de grupo que comparta actitudes de almas nobles, entregadas, 

en la formulación de compromisos arriesgados que nos lleven a perfeccionar nuestro modo de seguimiento del Maestro.

 

Reflexionemos con Cristo y con los hermanos que sufren:

El mundo no puede ser igual antes y después de la pasión y muerte de Cristo.

Es necesario que arrepintiéndonos de nuestras injusticias, egoísmos, suficiencias y liviandades, reiniciemos caminos de honestidad, de santidad, de amor y paz.

Digamos, pues, con verdad:

            Llorando los pecados, tu pueblo está, Señor.

            Vuélvenos tu mirada y danos tu perdón.

            Seguiremos tus pasos, camino de la cruz,

            Subiendo hasta la cumbre de la Pascua de luz.

 

OREMOS:

 ¡Oh Dios!, que para librarnos de la esclavitud del pecado

 quisiste que tu Hijo padeciera y muriera en la cruz,

 concédenos, por la mediación de su sangre, la gracia de vernos renovados conforme a su imagen para vernos un día también resucitados con Él. Amén

 

LECTURA DEL PROFETA ISAÍAS 50, 4-9 :

Habla el Siervo de Yhavé y declara su actitud y misión:

“Mi Señor, Dios, me ha dado una lengua de iniciado, para que sepa decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.

El Señor Dios me ha abierto el oído, y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.

He ofrecido la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba, y no oculté el rostro a insultos y salivazos.

¡Ah!, mi Señor me ayudaba. Por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal...”

 

Este fragmento, que corresponde al tercer canto del Siervo de Yavé, es muy rico:

Literariamente resulta bellísimo .

Es fascinante la forma en que se nos presenta al Siervo, al Mesías (Hijo de Dios), como aprendiz en la escucha del Espíritu que le habla, ilumina y dirige.

Son conmovedores los rasgos violentos, dramáticos, que se anuncian para su vida como Libertador de los pueblos, cargando con nuestras iniquidades.

 

¿Quién y cómo llevará sobre sus hombros esa obra de salvación?

El Siervo lo puede todo porque cuenta con la ayuda de Dios.

Y ese Siervo, Mesías, Hijo, que actúa con la fuerza del Espíritu, es Cristo Jesús, tal como se nos presenta en el Evangelio de su vida, pasión y muerte.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 26, 14-25:

“En aquel tiempo, uno de los doce discípulos de Jesús, llamado Judas Iscariote, se fue a los sumos sacerdotes y les preguntó: ¿Qué estáis dispuestos a darme si os entrego al Maestro? Ellos se ajustaron en treinta monedas.

Desde aquel momento Judas andaba buscando ocasión propicia para entregárselo. ...[y en esa disposición de ánimo participó en la última cena del señor]

Al atardecer se puso a la mesa con los doce, y, mientras comían, Jesús les dijo:  Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

Ellos, consternados, le preguntaron uno a uno: ¿soy yo, Señor? Y él respondió: El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me va a entregar ...”

 

El contenido de este texto evangélico nos es ya muy conocido.

Conviene, no obstante, subrayar y meditar la peculiaridad que en él introduce el evangelista Mateo al describirnos cuál era la disposición de ánimo de Judas, no sólo en la última cena sino incluso en fechas anteriores.

Judas estaba fraguando una traición al Maestro.

Le envolvía densa niebla y se cerraba a las insinuaciones del Maestro. ¡Qué drama!

 

MOMENTO DE REFLEXIÓN

 

1. ¿Tan malo era Judas como para preparar la traición?

A nosotros nos puede parecer, desde la riqueza de nuestra fe, que la felonía de Judas desbordaba todo límite de comprensión.

Pero ésa puede ser una forma de engañarnos, si con ello nos consideramos justos a nosotros mismos, mejores que los demás, incapaces de traiciones.

Nos movemos en planos distintos, por gracia de Dios.

Judas, a pesar de las maravillas y bondades del Maestro, no estaba persuadido de su grandeza de Mesías, Salvador. Necesitaba de mayor luz. Su error fue exigirla conforme a sus esquemas e intereses, no conforme al plan de Dios.

Nosotros en cambio sí estamos persuadidos de la grandeza del Mesías, pues creemos que Jesús es el Hijo de Dios.

Pero ¿por qué lo creemos? Por gracia de Dios. ¡Misterio!

 

2. Sólo treinta monedas.

Convenir la traición y entrega en el módico precio de treinta monedas ¿no nos resulta insultante?

Materialmente sí.

Pero hemos de tomar ese precio como algo simbólico, alusivo a lo poco en que se estimaba la obra de Cristo y su persona.

¿No hacemos nosotros eso mismo cuando desestimamos a los demás, cuando los traicionamos, cuando nos dejamos turbar por pasiones sordas de egoísmo o de poder...

No nis engañemos. Cristo es de valor infinito, y ese valor o se adora, sin precio, o se desprecia y anula. ¡Grandeza o miseria humana!

 

Retengamos para nuestra meditación

el contraste entre Jesús que ama y sirve y Judas que ambiciona y traiciona. Temblemos por ser Judas,

y no caigamos en la tentación de vender a nadie ni pisotear su dignidad .


12. ACI DIGITAL 2003

14. Iscariote, es decir, hombre de Kariot, que significa aldea y es también el nombre propio de una población de Idumea. Véase la profecía de Abdías que es toda contra Edom. Cf. v. 24; S. 59, 11; 75, 11; Is. 63, 1 ss.; Habac. 3, 3; Apoc. 19, 13 ss.

17. Los ázimos son panes sin levadura, que los judíos comían durante la Octava de la Fiesta de Pascua. El día era un jueves, ese mismo en que ellos anticipadamente debían comer el cordero pascual (Luc. 22, 8; Juan 18, 28 y nota).

25. Tú lo has dicho: Jesús pronunció estas palabras en voz baja, de modo que los otros discípulos no las entendieron, como se ve en Juan 13, 28 - 29. La traición de Judas no es solamente fruto de su avaricia, sino también de la falsa idea que tenía del Mesías. Para él un Mesías humilde y doliente era un absurdo, porque no comprendía que Jesús quiso poner a prueba la fe de sus discípulos, con su humildad, que también estaba anunciada por los profetas lo mismo que los esplendores de su reino (Is. 49, 7 s.; 53, 1 ss.; 61, 1 ss.). Véase Luc. 24, 46: "Y les dijo: "Así estaba escrito que el Cristo sufriese y resucitase de entre los muertos al tercer día".


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el Cielo, en la tierra, en el abismo; porque el Señor se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz; por eso Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10.8.11).

Colecta (del misal anterior y antes del Gregoriano): «Oh Dios, que para librarnos del poder del enemigo quisiste que tu Hijo muriese en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la Resurrección».

Antífona  para la comunión: «El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28).

Postcomunión: «Dios Todopoderoso, concédenos creer y sentir profundamente que, por la muerte temporal de tu Hijo, representada en estos misterios santos, Tú nos has dado la vida eterna. El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28).

Isaías 50,4-9: No oculté el rostro a insultos y salivazos. El Siervo de Yahvé es capacitado por Dios para su misión de consolador de los afligidos. La Palabra de Cristo, Siervo de Dios, devuelve al hombre la confianza en la salvación. Prefiguración de la Pasión de Cristo. Injustamente condenado, azotado sin piedad y ultrajado con grandes desprecios, Jesús es el Siervo de Yahvé, que lleva a cabo la obra de la redención anunciada por los profetas... San Juan Damasceno dice:

«El justo es encadenado porque resulta molesto. Los que esquilman el pueblo del Señor y perturban los senderos de sus pies, celebran consejo contra sí mismos. ¡Ay de sus almas! Recibieron males a causa de sus obras, dice Isaías. Lo que ya se ha realizado ha sido para nuestro alivio y curación. Ofrezco mis espaldas a los azotes y mis mejillas a las bofetadas y soporto el ultraje de los salivazos (Is 50, 6). Por eso aquel a quien ha modelado sus manos (Gén 2,7) no quedará avergonzado ni ultrajado» (Homilía para el Sábado Santo, 23). ¡Cuánto se traiciona, se azota, se calumnia y crucifica hoy día al Señor!

–El tema del Salmo 68 es el intenso sufrimiento de un justo perseguido a causa de su celo por Dios. Nosotros sabemos que ese justo es precisamente Jesucristo y, en su debida proporción, también la Iglesia: «Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor. Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza me cubrió la cara. Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre; porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay; consoladores, y no los encuentro. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre. Alabaré el nombre del Señor con cantos, proclamaré su grandeza con acción de gracias. Miradlo los humildes y alegraos, buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos».

Mateo 26,14-25: El Hijo del Hombre se va como está escrito de Él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre. Después de la partida de Judas, los discípulos fueron a preparar el banquete pascual, según las indicaciones de Jesús. Una vez a la mesa con los doce, Jesús descubre los planes del discípulo que le va a entregar. El camino que conduce a la traición, lleva también al Amigo a darse por los suyos, como una nueva Pascua liberadora. San Andrés de Creta dice:

 «El cenáculo adornado con tapices (Lc 22,12) te albergó a Ti y a tus comensales, y allí celebraste la Pascua y realizaste los misterios, porque en ese lugar te habían preparado la Pascua los discípulos por Ti enviados. El que todo lo sabe dijo a los apóstoles: Id a casa de tal persona (Mt 26,18). Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena... Estando, oh Señor, a la mesa con tus discípulos, expresaste místicamente tu santa muerte, por la cual los que veneramos tus sagrados padecimientos somos liberados de la corrupción. El que escribió en el Sinaí las tablas de la ley comió la pascua antigua, la de la sombra y figuras, y se hizo a sí mismo Pascua y mística hostia viviente...»  (Triodon del Miércoles Santo).


14. DOMINICOS 2004

Hagamos presente el derecho y la justicia

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Isaías 50, 4-9
El Señor Dios me ha dado una lengua de experto para que yo sepa responder al cansado.

Cada mañana me despierta el oído para escuchar como un discípulo. El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no he resistido, no me he echado atrás.

He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me mesaban la barba; no he hurtado mi rostro a la afrenta y a los salivazos. El Señor Dios viene en mi ayuda; por eso soporto la ignominia, por eso he hecho mi rostro como pedernal y sé que no quedaré defraudado. Próximo está el que me hace justicia, ¿quién puede litigar conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi demandante? ¡Preséntese ante mí! Si el Señor Dios me ayuda, ¿quién puede condenarme? Todos se gastarán como un vestido, la polilla los consumirá.

Evangelio: Mateo 26,14-25
Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Qué me queréis dar, y yo os lo entrego?».

Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. Desde ese momento buscaba oportunidad para entregarlo.

El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de la pascua?».

Él dijo: «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: El maestro dice: Mi hora está cerca; quiero celebrar en tu casa la cena de la pascua con mis discípulos».

Ellos hicieron lo que Jesús les ordenó, y prepararon la cena de la pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los doce. Y, mientras comían, les dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me entregará».

Muy entristecidos, comenzaron a decirle uno por uno: «¿Soy yo, Señor?».

Él respondió: «El que mete la mano conmigo en el plato, ése me entregará. El hijo del hombre se va, según está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el hijo del hombre es entregado! ¡Mejor le fuera no haber nacido!».

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, maestro?».

Jesús le respondió: «Tú lo has dicho».


Reflexión para este día
La liturgia de este día está marcada por la tristeza, pero también está penetrada de esperanza y alegría. Las lecturas nos presentan el poema del “Siervo doliente” y la traición de Judas. Pese a todo, la antífona de entrada entona el himno de Cristo Redentor, llenándolo todo de luz y vida.

“No me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que golpeaban. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido”.
Isaías nos describe toda la crudeza y sufrimientos que él padeció por su valentía y fidelidad recordando al pueblo lo que Yahvé ponía en su corazón y en sus labios. Desde su experiencia, está adelantando los sufrimientos del mismo Jesús. Según los Evangelistas, Jesús recibió durante su Pasión toda clase de injurias: Desprecios, golpes, bofetadas, salivazos. Con su testimonio, nos muestra su profundo amor y avisa a sus discípulos de lo que les espera: “También a vosotros os perseguirán, por causa de mi nombre”.

San Mateo, en el pasaje evangélico de hoy, nos narra uno de los hechos más doloroso vividos por Jesús. Precisamente cuando está a la mesa reunido con sus Apóstoles para celebrar el banquete pascual e instituir la Eucaristía:

“Al atardecer se puso a la mesa con los doce, y dijo: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.
Es evidente que Jesús, Hijo de Dios, conoce mejor que nadie el corazón humano. Sabía lo que Judas estaba tramando, sabe que le va a traicionar. Se lo dice a todos en voz alta. Está ofreciendo a Judas una oportunidad clara para que recapacite. No obstante, “prefirió las tinieblas a la luz”.

A lo largo del tiempo, la historia de Judas se repite. Es el misterioso y desconcertante proceder de la condición humana. Los cristianos somos familia de Jesús. Como los primeros cristianos, estamos invitados a celebrar y a participar de la Mesa de su Palabra y de su Eucaristía:

¿Escuchamos su Palabra?.

¿Celebramos y participamos de la Eucaristía con los mismos sentimientos del Señor?.

¿Se nota, en la liturgia del templo de la vida diaria, que hemos celebrado de verdad la Liturgia de la Eucaristía de Jesús y su Iglesia?.


15.

El Triduo santo de la pasión y resurrección del Señor
Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante las audiencias generales de los miércoles

31 de marzo de 1999

1. Con el domingo pasado, llamado de Ramos, hemos entrado en la semana llamada «santa» porque en ella conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra redención. El núcleo de esta semana es el Triduo de la pasión y la resurrección del Señor, que, como se lee en el Misal romano, «es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual, muriendo, destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida» (Normas generales, 18). En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más significativo y de mayor valor. Así, al concluir la Cuaresma, nos disponemos a vivir con fervor los días más importantes para nuestra fe e intensificamos nuestro compromiso de seguir, cada vez con mayor fidelidad, a Cristo, redentor del hombre.

2. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que «alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios» (cf. Dives in misericordia, 8). De manera muy particular, nos impulsa a esa reflexión el tema de este tercer año de preparación inmediata para él gran jubileo del 2000 dedicado al Padre. Nos ha salvado su infinita misericordia. Para redimir a la humanidad nos entregó libremente a su Hijo unigénito. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por el evento incomparable de la redención: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo.

¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? La liturgia de estos días, por un lado, nos invita a elevar al Señor, vencedor de la muerte, un himno de gratitud, y, por otro, nos pide al mismo tiempo que eliminemos de nuestra vida todo lo que nos impide conformarnos a él. Contemplamos a Cristo en la fe y recorramos de nuevo las etapas decisivas de la salvación que realizó. Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu.

3. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Sal 50, 3-4).

Estas palabras, que proclamamos el miércoles de Ceniza, nos han acompañando durante todo el itinerario cuaresmal. Resuenan en nuestro espíritu con singular intensidad ante la cercanía de los días santos, en los que se nos renueva el don extraordinario del perdón de los pecados, que nos obtuvo Jesús en la cruz. Frente a Cristo crucificado, manifestación elocuente de la misericordia de Dios, ¿cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.

4. «Por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Así nos invita a orar la liturgia de este Miércoles santo, totalmente proyectada hacia los acontecimientos salvíficos que conmemoraremos en los próximos días. Al proclamar hoy el evangelio de san Mateo sobre la Pascua y la traición de Judas, ya pensamos en la solemne misa «in cena Domini» de mañana por la tarde, que recordara la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, así como el mandamiento «nuevo» del amor fraterno, que nos dejó el Señor en la víspera de su muerte.

Antes de esa sugestiva celebración se tendrá, mañana por la mañana, la Misa crismal, que en todas las catedrales del mundo preside el obispo, rodeado de su presbiterio. Se bendicen los sagrados óleos para el bautismo, para la unción de los enfermos, y el crisma. Luego, por la tarde, después de la misa «in cena Domini», habrá tiempo para la adoración, como para responder a la invitación que Jesús dirigió a sus discípulos en la dramática noche de su agonía: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38).

El Viernes santo es un día de profunda emoción, en el que la Iglesia nos hace volver a escuchar el relato de la pasión de Cristo. La «adoración» de la cruz será el centro de la acción litúrgica que se celebrará ese día, mientras la comunidad eclesial ora intensamente por las necesidades de los creyentes y del mundo entero.

A continuación viene una fase de profundo silencio. Todo callará hasta la noche del Sábado santo. En el centro de las tinieblas irrumpirán la alegría y la luz con los sugestivos ritos de la Vigilia pascual y el canto gozoso del «Aleluya». Será el encuentro, en la fe, con Cristo resucitado, y la alegría pascual se prolongará a lo largo de los cincuenta días que seguirán.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir estos acontecimientos con íntimo fervor junto con María santísima, presente en el momento de la pasión de su Hijo y testigo de su resurrección. Un canto polaco dice: «Madre santísima, elevamos nuestra súplica a tu corazón, atravesado por la espada del dolor». Que María acepte nuestras oraciones y los sacrificios de los que sufren, confirme nuestros propósitos cuaresmales y nos acompañe mientras seguimos a Jesús en la hora de la prueba suprema. Cristo, martirizado y crucificado, es fuente de fuerza y signo de esperanza para todos los creyentes y para la humanidad entera.


16.

Comentario: P. Raimondo Sorgia Mannai OP (San Domenico di Fiesole-Florencia, Italia)

«Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará»

Hoy, el Evangelio nos propone —por lo menos— tres consideraciones. La primera es que, cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros.

La segunda consideración se refiere a la misteriosa elección del sitio donde Jesús quiere consumir su cena pascual. «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18). El dueño de la casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. El Señor le habría hablado en lo íntimo —como a menudo nos habla—, a través de mil incentivos para que le abriera la puerta. Su fantasía y su omnipotencia, soportes del amor infinito con el cual nos ama, no conocen fronteras y se expresan de maneras siempre aptas a cada situación personal. Cuando oigamos la llamada hemos de “rendirnos”, dejando a parte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero libertador”. Es como si alguien se hubiese presentado a la puerta de la cárcel y nos invita a seguirlo, como hizo el Ángel con Pedro diciéndole: «Rápido, levántate y sígueme» (Hch 12,7).

El tercer motivo de meditación nos lo ofrece el traidor que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse irremediablemente de Él.


17. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano
 

1ª Lectura
Is 50,4-9
4 El Señor Dios me ha dado una lengua de experto para que yo sepa responder al cansado. Cada mañana me despierta el oído para escuchar como un discípulo. 5 El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no he resistido, no me he echado atrás. 6 He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me mesaban la barba; no he hurtado mi rostro a la afrenta y a los salivazos. 7 El Señor Dios viene en mi ayuda; por eso soporto la ignominia, por eso he hecho mi rostro como pedernal y sé que no quedaré defraudado. 8 Próximo está el que me hace justicia, ¿quién puede litigar conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi demandante? ¡Preséntese ante mí! 9 Si el Señor Dios me ayuda, ¿quién puede condenarme? Todos se gastarán como un vestido, la polilla los consumirá.

Salmo Responsorial
Sal 69,8-10
8 Por ti soporto los insultos y mi rostro se cubre de vergüenza, 9 pues soy como un extranjero para mis hermanos, como un extraño para los hijos de mi madre.10 El celo de tu casa me devora, las ofensas que te hacen recaen sobre mí.

Sal 69,21-22
21 El ultraje quebró mi corazón, estoy perdido, esperé compasión, pero fue en vano, consoladores, y no encontré ni uno. 22 Pusieron veneno en mi comida, cuando tenía sed me dieron a beber vinagre.

Sal 69,31
31 Alabaré el nombre de Dios con cánticos, lo ensalzaré con acciones de gracias;

Sal 69,33-34
33 Los humildes, al verlo, se regocijarán, y los que buscan a Dios cobrarán ánimo. 34 Porque Dios escucha a los pobres y no rechaza a sus presos.

Evangelio
Mt 26,14-25
14 Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los sumos sacerdotes 15 y les dijo: «¿Qué me queréis dar, y yo os lo entrego?». Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. 16 Desde ese momento buscaba oportunidad para entregarlo.

ÚLTIMA CENA. INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA
17 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de la pascua?». 18 Él dijo: «Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: El maestro dice: Mi hora está cerca; quiero celebrar en tu casa la cena de la pascua con mis discípulos». 19 Ellos hicieron lo que Jesús les ordenó, y prepararon la cena de la pascua. 20 Al atardecer, se puso a la mesa con los doce. 21 Y, mientras comían, les dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me entregará». 22 Muy entristecidos, comenzaron a decirle uno por uno: «¿Soy yo, Señor?». 23 Él respondió: «El que mete la mano conmigo en el plato, ése me entregará. 24 El hijo del hombre se va, según está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el hijo del hombre es entregado! ¡Mejor le fuera no haber nacido!». 25 Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, maestro?». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho».

* * *

Is 50,4-9: Tengo cerca a mi defensor. ¿Quién pleiteará contra mí?

En el tercer canto del Siervo de Yahveh toma la palabra un personaje anónimo. No se llama siervo, pero se asemeja a él; tampoco se llama profeta pero utiliza las palabras y los esquemas de los profetas. Trae a la memoria las confesiones de Jeremías (11,18). El profeta se ve perseguido con violencia porque para algunos su mensaje es inoportuno.

El siervo había sido enviado para consolar y dar palabras de aliento (42,7; 50,4) y está plenamente consciente de su misión y de los riesgos que corre, y acepta plenamente el sufrimiento; no huye de él, ni se resiste ante la palabra de Dios tampoco rechaza las injurias de los hombres. En medio del sufrimiento experimenta la ayuda del Señor que lo hace más fuerte que el dolor. El profeta confía sólo en el Señor y en él se siente tan seguro que reta a sus enemigos porque si el Señor lo ayuda, nadie lo condenará.

El Nuevo Testamento recoge algunas ideas de este poema en varios textos, sobre todo de la pasión (Mt 26,67; 27,30).Salmo 68.8-10.21-22.31.33-34: Dios mío, sálvame que me llega el alma al cuello.


Salmo 68.8-10.21-22.31.33-34: Dios mío, sálvame que me llega el alma al cuello.

Se trata de un salmo de súplica individual. El salmista se encuentra en una situación de desespero, acosado moral y materialmente y expresa esta situación por medio de imágenes, algunas tomadas de otros salmos, pero que no dejan de ser de gran dramatismo.

Es también la situación que ha vivido cualquiera persona, hombre o mujer, en momentos de su vida cuando se coloca como hombre o mujer de fe frente a sus sufrimientos que los antiguos consideraban consecuencia del pecado, pero que el cristianismo les ha dado un nuevo sentido después de la pasión y muerte de Jesús.

Algunas de estas expresiones sirvieron a los evangelistas para dibujar los sentimientos de Jesús colgado de la cruz y abandonados por todos.


Mateo 26,14-25: Judas vende a Jesús.

Judas que no había hecho opción por la pobreza a pesar de haber seguido a Jesús y ser uno de los doce, por ambición le pone un valor a Jesús: treinta monedas de plata que los sumos sacerdotes acceden a reconocerle cuando Jesús esté en su poder.

El día de la Pascua había llegado y Jesús se proponía celebrarla con sus discípulos, que en este caso son “los doce”. Se reúnen los que simbolizan el Israel mesiánico (recuérdese el valor de los 12 tribus del Israel terrestre). Jesús le anuncia la traición, y ante la tristeza e inseguridad de sus discípulos, les da una señal: “Uno que ha mojado en la misma fuente que yo me va a entregar”. Mojar en la misma fuente era un signo de amistad y de intimidad. Judas se identifica a sí mismo: ¿Soy yo acaso, maestro? y comprende el mensaje. Toma el pan, lo moja, lo come y sale.

¿Soy yo acaso, maestro? podríamos exclamar también nosotros. Entre las treinta monedas que suenan en el bolsillo de Judas está también mi contribución; también yo he pagado. Judas es la evidencia de todas mis traiciones... lo que me salva de la desesperación es el eco del nombre que absorbe y neutraliza por completo el sonido siniestro del beso del traidor: ¡Amigo!

Al retirarse Judas del cenáculo, los once y con ellos yo, estaban convencidos de que Judas traicionaba porque ellos lo habían traicionado. Más aún; ellos lo habían abandonado, su corazón estaba vacío de amor y por eso pudo entrar en él Satanás, como nos dice el evangelio de Juan. Si el corazón de Judas hubiese sido vigilado constantemente, si lo hubiese sostenido el amor de los demás apóstoles, ¿hubiera sido entonces posible que Satanás tomara posesión del mismo?

Más todavía. Los apóstoles, a pesar de la comida sobrenatural que Jesús les había preparado precisamente en aquel momento, se quedaron tranquilamente cada uno en su sitio, no se movieron para salir en busca de Judas. ¿Esperaría Jesús esta segunda traición? Los amigos habían traicionado al traidor.

Si la Eucaristía no nos lanza fuera del cenáculo de nuestras acostumbradas devociones, si no nos impulsa a realizar alguna acción imprevisible, a tomar alguna iniciativa que parezca absurda y loca, malgastamos esa comida. La traición a los hermanos coincide con la traición al pan de vida.

Nos horrorizamos y nos preocupamos por la indignidad anterior a la comunión. Es temerario presentarse sucios ante la mesa eucarística. Pero... también hay una indignidad posterior, tan temeraria como aquella, cuando no damos testimonio de la común-unión que hemos realizado con el Señor, cuando nos hacemos indignos de ese alimento que nos ha alimentado.

Quedarnos seguros, protegidos, mientras que Judas está afuera, de noche, concluyendo su negocio con el dinero entre las manos es hacernos cómplices de su traición. La villanía, las traiciones, las bajezas se van acumulando y empujando cada vez más la costra humana hasta que logran encontrar el punto débil por donde revientan. Ese punto es Judas.

Pero, ¿quién se atreverá a decir que ese nombre tan siniestro no incluye nuestro propio nombre? Cristo sigue traicionado. Las treinta monedas se han ido acumulando hasta llegar a formar un grueso capital. Por eso el campo de sangre ocupa hoy tan amplias dimensiones. Cristo está en agonía hasta el final de los siglos y él sigue esperando que alguno de los suyos se levante y salga fuera, en la mitad de la noche, para ayudar al traidor y decirle que el Señor lo ama, que lo considera su amigo. Quizás entonces las monedas de la traición caigan sobre el suelo produciendo un rumor de fiesta.

Comienza el Triduo Pascual

Durante estos días que la Liturgia llama el Triduo Pascual, celebra el mundo cristiano el gran misterio de la Pascua del Señor Jesús, el acontecimiento central de nuestra fe, tan importante que si Cristo no resucitó, vacía es nuestra fe (1 Co 15,13). La victoria de Cristo sobre la muerte es la clave que permite comprender el mundo y la existencia humana, es la respuesta última al problema del sufrimiento y del mal.

El misterio de la Pascua nos invita a descubrir el amor por la vida, a reconocer en los cristianos la alegría que produce vivir la experiencia de la Resurrección de Jesús. Así no le daríamos la razón a Nietzsche ni a sus seguidores que no han podido descubrir en los cristianos la felicidad que debe producir la seguridad en la salvación que nos regala Jesús con su muerte y resurrección.

Sin embargo, los cristianos hoy vivimos como si Cristo no hubiera resucitado. Si los cristianos viviéramos en la fe de la resurrección, ciertamente no habría tanta violencia en el mundo, ni robos, ni usura, ni desamor. Vivir la Pascua significa, vivir solidariamente con los que sufren las consecuencias de la violencia y con los que carecen de medios de supervivencia, de tal manera que quienes afirmamos la fe en la Resurrección de Jesús, seamos un signo de esperanza y testimonio de la presencia del que sigue viviendo en medio de nosotros.


18.Reflexión

Uno de los valores fundamentales del cristianismo es la amistad. En el evangelio de Juan Jesús llega a decir: ya no los llamo siervos sino “amigos”. En este mismo evangelio, referido este mismo pasaje que hoy nos presenta la Escritura, Jesús moja un pan y se lo da a Judas, signo de profunda amistad. Esto es algo que Judas, por más confundido que hubiera estado sobre la identidad de Jesús, nunca entendió. Había estado con él tres años y no había llegado ni siquiera a tenerlo como amigo. Es triste que muchos cristianos padezcan de este mismo mal y no sepan valorar la amistad, ni de Jesús, ni muchas veces de aquellos con los que comparten su vida (papás, hermanos, compañeros). Cuando uno no es capaz de desarrollar una amistad, es la persona más vacía y solitaria, pues el verdadero amor es el del amigo. Esta ausencia, lleva al hombre, como llevó a Judas, a cometer las acciones más tristes del mundo. No dejemos solo a Jesús en esta Semana Santa. Démonos un tiempo para participar, sobre todo de la fiesta de la Pascua el sábado por la noche. Mostrémosle que verdaderamente lo tenemos como amigo.

Convertirse es dejar espacio en nuestra vida para que Dios reine en ella.
Ábrele tu corazón al Señor.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


19.La traición de Judas

Fuente: Catholic.net
Autor: Edgar Pérez

Reflexión:

El mal es un misterio. Y más aún si ese mal consiste en haber recibido la sublime gracia de tener tan cerca al Señor de la gloria. Estamos ante lo que nos supera. Y no debe extrañarnos. El pecado es en sí irracional, incomprensible. No busca sino lo contrario al bien del hombre. Es una destrucción.

Judas, uno de los doce, amigo íntimo del Señor, que le acompañó por tres años, que vio muchos milagros, que saboreó sus divinas palabras; que pudo tocarlo, palparlo, mirarlo, conocerlo y, quizás, amarlo. Pero esa ceguera le bajó los ojos a la tierra, a sus propios intereses, tal vez de orden meramente político, inmediato, material y no trascendente, espiritual como exigía el mandato del amor. Dejó de creer. Y porque de creer dejó, también de esperar y, sobre todo, de amar que es el corazón del cristianismo. Salió resuelto a entregarlo.

La traición vino no en un momento. Fue la traición de una conciencia deformada paulatinamente, poco a poco, comenzando en las cosas pequeñas hasta terminar... ¡en el pecado más grande!

Y hasta qué punto llega el mal a torcer los ojos lo vemos en su hipocresía durante la cena pascual. Sabía que le entregaría. ¿Has visto a Jesús reprochárselo abiertamente? No, sino que parece esperar “el cambio”. ¿Lo echó de la cena como quien se lo merecía por lo que haría? Le permitió aún escuchar sus divinas palabras a ver si recapacitaba. No quiso romper su corazón ya endurecido por el diablo con palabras fuertes ciertamente, pero que parecen las más adecuadas para él.

Lo dejó actuar libremente porque libre quiso el Creador a su criatura. Sólo así podía garantizar el verdadero amor. Y Judas no cambió. No reconoció su pecado. Se obstinó. Tuvo el Señor que decirle lo que haría. Y ni con eso se ablandó el corazón, duro por el pecado.

Ya sabemos el resto. Lo que no sabemos es si dentro de nosotros pueda haber algún Judas traidor de Cristo. Seamos sinceros y no nos engañemos ni engañemos a los demás. Ante Cristo preguntémosle: “¿soy yo maestro?”.


20. CLARETIANOS 2004

Queridas amigos y amigas: ¿Conocéis este poema?

“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor”.(1)

Cuando lo leo, me imagino que es Jesús, el que llevó las tres heridas de todo ser humano que viene a este mundo: la del amor, la de la muerte, la de la vida...

Por eso lo imagino cercano, contemporáneo de toda persona y de toda generación. “El Hijo de Dios que, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano” (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22). Con la mujer y con el varón. Con el joven y con el entrado en años. Con la persona sin letras y con la cultivada. Con quien ha tenido suerte y con quien cayó en desgracia. Con el negro y con el blanco. Con el sudamericano, con el del este, con el árabe, con el occidental, con el subsahariano, con el asiático...

Porque hay muchas cosas que nos diferencian, pero las cosas más básicas nos igualan. Quizá deberíamos pensar más en ellas: la común humanidad y el tener que lidiar con las tres heridas -la de la vida, la de la muerte, la del amor-. “El misterio del ser humano sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (...) Cristo manifiesta plenamente la humanidad al propio ser humano y le descubre la grandeza de su vocación”... ¿Tendrá algo que ver con vivir para amar, amar para morir, morir para vivir?

Se acerca la Pascua. La mesa está preparada. Ojalá que puedas, en estos días, renovar tu vida... en Cristo, nuestro Hermano. Intuir su Amor... para darlo. Compartir su Muerte... para no perder la esperanza. Recibir su Vida... para contagiarla. Déjate servir en la mesa de la Pascua. El Maestro ha preparado un lugar para ti. “Sus heridas nos han curado”.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, claretiano (luismacmf@yahoo.es)


21. HOMILÍA PARA EL MIÉRCOLES 07 DE ABRIL - MIÉRCOLES SANTO

LECTURAS: IS 50, 4-9; SAL 68; MT 26, 14-25

Is. 50, 4-9. No podemos presentarnos ante el Señor para escucharlo como discípulos olvidadizos. Él quiere que, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica, con una lengua experta, que Él mismo nos concederá, demos testimonio de lo que nosotros vivimos y experimentamos acerca de Dios. El testigo auténtico de la Verdad tendrá que aguantar persecuciones, y tal vez la misma muerte, como consecuencia de su congruencia entre palabra y vida. Su fe, por tanto, no sólo se expresará con discursos, sino especialmente con el comportamiento. Entonces Dios podrá decir de su discípulo que no sólo lo honra con los labios, sino también con su corazón, que no está lejos de su Señor. El mismo Dios tomará a su cuidado a su discípulo, pues Él es quien le envía para proclamar su mensaje de salvación, y no dejará que quede avergonzado. Por eso, el Enviado debe permanecer firme, como la roca, ante los insultos y salivazos, pues sabe bien a Quién pertenece y Quién es su poderoso Defensor.

Sal. 68. Aunque hubiera una madre que se olvidara del hijo de sus entrañas, yo nunca me olvidaré de ti, dice el Señor. Enviados en Nombre del Señor para proclamar al mundo entero su Buena Nueva de Salvación a todos los hombres, muchas veces tendremos que sufrir injurias y vergüenzas, y ser considerados como personas extrañas. Esto jamás debe desanimarnos en el testimonio de fe que hemos de dar, pues en el anuncio del Evangelio debemos recordar aquellas palabras de Jesús: En el mundo tendrán tribulaciones; pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo. No busquemos, por tanto, la gloria del mundo. Busquemos a Dios y decidámonos a amarlo sirviendo a nuestros semejantes. Entonces Dios nos reconocerá como suyos y nos dará la gloria de su propio Hijo, a quien hemos unidos nuestra vida por medio de la fe y del Bautismo. Busquemos, pues, al Señor para vivir comprometidos con Él, pues Él siempre velará por nosotros. Hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor.

Mt. 26, 14-25. Volvamos la mirada hacia nuestras obras, hacia nuestro comportamiento, hacia nuestras actitudes, hacia nuestro trato al prójimo. Contemplaremos, en medio de nuestras buenas obras, que no estamos libres de pecado. Es el pecado del hombre el que llevó a Jesús a darnos la máxima prueba de su amor, clavado en una cruz para el perdón de nuestras maldades. ¿Acaso soy yo, Señor, el que te entrega? Tal vez hacer esa pregunta sea algo ocioso en razón de la evidencia de nuestra forma de ser. Dios nos considera hijos suyos; somos de los íntimos de Cristo, de aquellos que mojan su pan en el mismo plato de Jesús. ¿Lo amamos o vivimos traicionándolo y solo queriendo aprovecharnos de Él. conforme a nuestros intereses, muchas veces por desgracia, mezquinos? El Señor quiere celebrar su Pascua con nosotros, sus discípulos, amigos y hermanos. Ojalá y al hacerlo vayamos con nuestra vida para ofrecerla como una ofrenda agradable al Señor en razón de que, libres de toda culpa por hacer nuestro el perdón que Dios nos ofrece, podamos continuar la obra de salvación del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

El Señor nos reúne, como a hijos y amigos suyos en torno a su Mesa Eucarística. Ojalá y vengamos, efectivamente, como sus amigos fieles y no vengamos como traidores, como aquellos que parecen amarlo, pues elevan sus oraciones con mucha devoción externa, pero después le dan un beso de traición para entregarlo a la muerte. El Señor nos pide lealtad en el amor que decimos tenerle. Por eso hemos de reconocer ante Él, con humildad, nuestros pecados, es decir todo aquello que nos alejó de Él o del amor al prójimo, para saber pedir perdón y para tener la disposición de iniciar un nuevo camino en la lucha por hacer que su Reino de amor se haga realidad entre nosotros. Entramos en comunión de Vida con el Señor para hacer nuestro su Misterio Pascual. Por eso estos días santos deben ser vividos como la experiencia de nuestra propia Pascua, en que damos el paso de la muerte a la vida, y en que nos decidimos a darlo todo, incluso nuestra propia vida, para que los demás tengan también la Vida eterna, que procede de Dios y de la que quiere hacernos partícipes a todos.

¿Seguimos entregando a Cristo a la muerte en el mal que hacemos a los demás? ¿Cuál es nuestra propia responsabilidad en los males que aquejan a la familia, a la sociedad o al mundo entero? No pensemos llamarnos hijos de Dios por vivir de un modo personalista, inventado por nosotros, la fe que decimos haber depositado en Dios. Él nos ha amado de tal forma que entregó a su Hijo a la muerte para que nosotros tuviéramos Vida, y Vida en abundancia. Esa es la misma misión de la Iglesia. No podemos destruir la vida de los demás con actitudes equivocadas o egoístas; no podemos destruirlos mediante nuestras injusticias; no podemos provocar más dolor, más sufrimiento, más pobreza en ellos a causa de querer elevarnos enfermizamente en un trono pisoteando los derechos de los demás. Ser cristiano, ser hijo de Dios, estar revestido de Cristo nos debe poner al servicio de los demás para buscar su bien y para conducirlos, libres de toda división y de toda maldad, al encuentro definitivo con Dios, como Cristo lo ha hecho para con nosotros a costa de su propia vida.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber amar a nuestro prójimo, buscando su bien en todos los aspectos. Amarlo como Cristo nos amó a nosotros. Amarlo dando nuestra vida para que se haga realidad en ellos la Salvación que Dios nos ofrece. Amar sin traicionar nuestra fe a causa de nuestros egoísmos. Entonces estaremos viviendo verdaderamente la Pascua de Cristo, hasta lograr dar el Paso, libres de maldad, al gozo eterno del Señor en compañía de todos aquellos a quienes amamos ya desde esta vida. Amén.


22. ARCHIMADRID 2004

LOS SENTIMIENTOS DE LOS QUE SABEN AMAR

El domingo pasado asistí a una manifestación de fe de primer orden. Estuve presente en la Procesión del Cristo del Perdón y la Virgen de la Soledad, en un lugar muy céntrico de la capital española, la Basílica de San Miguel. Quizás, lo más impresionante, además de la reverencia, el cuidado y el esfuerzo con que los costaleros trataron los dos “pasos” (pues ambos se llevaban a pulso, sin ayuda de maquinaria ninguna), fue el extraordinario gentío que acompañaba a dicha Procesión. Fueron cerca de tres horas de profundo silencio y recogimiento. Algunos lloraban, otros rezaban y, de vez en cuando, se entonaba una hermosa saeta ante la imagen de la Virgen. Eran miles de personas las que llenaban las calles de Madrid, pendientes del fervor que unos se contagiaban a otros. Uno se preguntaba, ¿cómo se puede hablar de crisis de fe ante semejante derroche de religiosidad popular? ¿Es que las procesiones de Semana Santa son algo distinto a creer, verdaderamente, en Dios, siendo algo meramente folclórico?

“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”. Hay muchas maneras de dirigirse a Dios. Una de ellas es, por supuesto, desde el sentimiento. Sin embargo, los sentimientos son un instrumento de doble filo. Por un lado, muestran algo realmente humano de la persona que los emplea. Pero, por otro lado, existe el peligro de que nos esclavicen, es decir, de que dejen de depender de nosotros, para convertirse en tiranos de nuestras pasiones. Cuando, por ejemplo, alguien pone sus fuerzas en algo que, aun siendo aparentemente contrario a algo placentero (como sacrificarse personalmente en beneficio de otro), supone un bien superior, entonces los sentimientos tienen su auténtico sentido: servir con generosidad a un fin verdaderamente bueno.

“¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?” El ejemplo de Judas, en cambio, es el de estar arrebatado por sentimientos de envidia y avaricia. Es capaz de entregar a aquel que sólo le ha demostrado amor y compasión, simplemente porque se ha dejado dominar por un bien (si acaso pudiéramos hablar como tal), verdaderamente inferior: la codicia. Se ha convertido en esclavo de sus pasiones, dejando a un lado la verdad, para caer en la mentira de lo aparente y superficial… hasta el punto de llevar a su “amigo” a la traición y la muerte.

Pues bien, independientemente de lo que puedan opinar algunos sociólogos, la religiosidad popular está realmente cargada de sentimientos que llevan a la gente a ejercer algo auténticamente bueno. Ven en esas imágenes, acompasadas por el silencio y la admiración, el sufrimiento de un Dios que ha entregado su vida por ellos. No es algo postizo o fanático, sino que es un lenguaje que, trascendiendo lo puramente humano, nos lleva a identificarnos en lo mismo: nuestra absoluta necesidad de lo divino.

Me duele ver tanta mentira e hipocresía en aquellos que, en nombre de la objetividad y de lo ecuánime, dicen encontrarse por encima de ese sentimentalismo barato que supone dejarse arrobar por la imagen de un Cristo llagado, o una Virgen dolorida.

A veces, da la impresión de que el ser humano ha perdido el referente de sí mismo. Si no lo volvemos a encontrar en el misterio de la Pasión y Muerte de Jesús… ¿quién te dará las respuestas a tanta inquietud y desasosiego que llevas dentro? Así pues, no tengas vergüenza de volcar tus sentimientos en tanto amor entregado… aunque sea a través de esa imagen de madera. Cristo se abrazó a una en forma de Cruz.


23.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC

Acompañar a Cristo en su pasión tiene que ser para nosotros un enraizarnos profunda y convencidamente en los aspectos más importantes de nuestra vida. El seguimiento de Cristo es para todos nosotros un atrevernos a clavar la cruz en nuestra existencia, conscientes de que no hay redención sin sacrificio, no hay redención si no hay ofrecimiento.

Quisiera proponerles estar con Cristo en el Pretorio antes de salir a ser crucificado, como nos narra San Juan: “Entonces Pilatos se lo entregó para que fuera crucificado”. Cristo, maniatado, coronado de espinas, flagelado, sentado en un calabozo esperando como tantos otros presos, como tantos miles de prisioneros a lo largo del mundo, el momento en el cual se abra la puerta del calabozo para ir hacia el patíbulo, para ir hacia el cadalso.

Atrevámonos a contemplar a Cristo y veamos cómo, sobre su cuerpo, se ha ido escribiendo como una historia trágica todos los recorridos de su pasión. En su cuerpo están escritos, a través de las huellas, a través de las heridas, a través de los escupitajos, a través de los golpes, a través de la sangre, todos los momentos que le han acontecido. Por nuestra mente pueden pasar como un relámpago las situaciones por las que Él ha querido atravesar. Hagamos nuestra la imagen del Señor listo para ir al Calvario. ¡Cuántos dolores pasó desde el momento de su prendimiento a través de los tribunales y a través de las burlas!

Si nos atenemos simplemente a lo que nos narran los evangelios acerca de los golpes, la flagelación, la corona de espinas, y junto con eso todos los golpes físicos, humillantes y dolorosos, sabremos por qué los evangelistas resumen en una frase el tremendo suplicio de la flagelación..., ¡no hacía falta describir más!: “Pilatos tomó entonces a Jesús y lo mandó azotar”. En el contexto en el que son escritos los evangelios, todos conocían perfectamente lo que significaba la flagelación. Y todo los dolores morales, las humillaciones, las vejaciones, Cristo lo tiene escrito en su cuerpo, lo tiene grabado en su carne, por mí.

A veces los dolores morales son mucho más intensos, mucho más agudos que los dolores físicos. A veces podríamos haber perdido el sentido de lo que es la carencia de todo respeto, la carencia de todo límite, de toda decencia.

¡Cuántas obscenidades, cuántas groserías, cuántas vejaciones habrá escuchado Jesús! Él, de cuya boca jamás salió palabra hiriente, tiene que escuchar toda una serie de insultos y vejaciones sobre Él, sobre su Padre, sobre su familia... ¡Y todo, por mí!

¡Cuántos dolores —en lo espiritual— al verse abandonado por los suyos! ¿Dónde está Pedro?, ¿Dónde está Juan? “Prudentemente lo seguían”. ¿Dónde está Tomás, Andrés, Nathanael y Santiago? ¿Dónde están los que querían hacer llover fuego sobre la ciudad de Samaria por el simple hecho de que no recibían al Maestro?, ¿Dónde están, ahora que el Maestro no sólo no es recibido, sino que es condenado a muerte, abandonado, traicionado?

Traicionado por los suyos, mal interpretado, injuriado, calumniado. ¡Qué doloroso es ver que lo abandonan sus amigos, que es objeto de burlas soeces, que sufre golpes, malos tratos, despojos! ¡Qué heridas le causan en el alma la tristeza, el tedio, el miedo y las vejaciones!

Contemplemos la corona de espinas en la cabeza, la cara abofeteada y escupida y el cuerpo lleno de heridas. ¡Y todo, por mí! Vayamos sobre nosotros mismos y preguntémonos: ¿qué voy a hacer yo? Éste es el cuerpo de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ante el cual toda la Iglesia se arrodilla, y ante el cual todos los hombres han pasado por encima del respeto humano y le han ofrecido sus vidas.

Y ¿qué hay en el alma de Cristo? Antes de salir a la cruz, nos podría asustar ver su cuerpo. ¿Qué sentimiento podría surgir en nosotros al ver su alma? ¿Me atrevo a bajar ahí para ver qué hay en ella? Quizá nos podría asustar el ver la soledad y el desamparo en que se debate su alma. En el alma de Cristo está profundamente arraigada la soledad y el abandono.

Apliquemos esto a nuestra vida. Cristo acaba de sufrir todos los suplicios. Cristo está sufriendo el suplicio interior de la soledad y la incomprensión. ¿Qué capacidad tengo yo de acompañar a Cristo en su soledad y en su abandono? ¿Hasta qué punto he comprendido yo a Cristo en su misión? Me podré espantar quizá de que Pedro, Juan, Andrés, Santiago, no hayan comprendido a Cristo. ¿Y yo? Si Cristo estuviese en el calabozo y viese mi alma ¿se sentiría acompañado, se sentiría comprendido?

De cara a mi alma, ¿cuál es mi fuerza interior ante las incomprensiones que Dios permite en mi vida, por parte, incluso, de los más cercanos?

Debemos ser para los demás testigos de que la soledad del alma es redentora, de que la soledad del alma tiene una capacidad de fecundidad que, quizá muchas veces, nosotros no somos capaces de valorar porque no la hacemos tesoro junto a Cristo. Contemplemos a este Señor nuestro que tanto ha sufrido por nosotros, para aprender también que nosotros podemos sufrir por Él.