MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 14, 18-27 

2ª: Jn 14, 27-31a 


1.

El pasaje que meditaremos hoy es la conclusión del "primer viaje misionero" de san Pablo. Pablo y Bernabé hacen, en sentido inverso, el itinerario que acaban de recorrer para afianzar las «comunidades» fundadas. Ese viaje ha durado tres años aproximadamente. Se desarrolló, más o menos, entre los años 45 y 48. Solamente quince años después de la muerte y resurrección de Jesús, y fue ya una primera experiencia de aclimatación del evangelio en tierra pagana

En Listra, Pablo había curado a un tullido. Al día siguiente marchó a Derbe... Habiendo evangelizado esa ciudad, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y Antioquía.

-Fortalecían el ánimo de los discípulos, alentándolos a perseverar en la fe. De Jerusalén, y pasando por Siria, vemos que el evangelio ha penetrado ya en varias provincias del Imperio romano -en Asia-.

Cientos de kilómetros, a pie, montados sobre asnos, en barco. Todas esas ciudades existen todavía en la Turquía actual. Ciertamente, Señor, la Fe tiene que enraizarse en una tierra, en comunidades humanas y en sus culturas, en grupos humanos.

La Fe no es un tesoro material, que un día se recibe y queda tal cual... Es una vida que puede consolidarse o debilitarse... que puede crecer o morir. Pablo es consciente de ello. Retoma hacia los nuevos conversos para afianzarlos en la fe.

-Les decía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.»

Es uno de los temas esenciales de san Pablo: la aflicción.

La fe no suprime la tribulación. El sufrimiento acompaña al cristiano, como a todo ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido: sabemos que es un «paso», un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad total junto a Dios. Pablo ya se atrevía a decir esas cosas a los recién convertidos.

¿Considero yo así también mis propios sufrimientos?

-Designaron presbíteros en cada Iglesia.

Pablo y Bernabé no se contentan con anunciar el evangelio. En un segundo tiempo, algunos años después de su viaje de ida, vuelven, fundan comunidades estructuradas y designan a «ancianos» para jefes de las mismas. El término «anciano» traduce el término griego "presbitre" del que vino más tarde la palabra francesa «pretre (y la del antiguo castellano "preste"). La propia Fe no puede vivirse individualmente. Es necesario vivirla en Iglesia, con otros. ¿Comparto yo mi fe con otras personas? o bien, ¿la vivo solo? ¿Qué sentido tiene para mí la Iglesia? ¿Cómo participo de la vida de la comunidad local?

El sacerdote designado para presidir una comunidad de fieles, representa a Cristo, que es Cabeza de su Cuerpo místico: símbolo de la unidad, constructor de unidad y aquél por el cual se hacen "las junturas y los ligamentos, para que el Cuerpo crezca y se desarrolle" (Col 2, 19).

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 224 s.


2.

2-1. SAS/SR-MUNDO:

En la pasión de Jesús tiene lugar el destronamiento de Satán como "príncipe de este mundo", de tal modo que en la persona de Jesucristo el mundo obtiene su nuevo Señor.

Juan entiende el hecho redentor como un cambio cósmico de señorío, que introduce una nueva situación mundial como un cambio de eón. Esa nueva situación está definida por la voluntad salvífica de Dios; en la cruz y resurrección de Cristo se impone definitivamente la voluntad amorosa de Dios.

Desde ese trasfondo ideológico debe entenderse el texto. Según el versículo 30 en la hora del episodio de la cruz tiene lugar el ataque decisivo de Satán contra Jesús. Pero Satán no encuentra en Jesús nada, sobre lo que pudiera esgrimir una pretensión, que pertenezca a su esfera de dominio, es decir, a la muerte, el pecado, la mentira, el odio, etc.

Entre Jesús y Satán no hay planos comunes de contacto, ni siquiera parentesco satánico sobre Jesús. En esta batalla Jesús aparece de antemano como el vencedor. El versículo 31 da la razón de por qué en Jesús se quiebra el poder del maligno: "Pero el mundo tiene que saber que yo amo al Padre, y que, conforme el Padre me ordenó, así actúo." Es la plena vinculación de Jesús a Dios su Padre, el "amor perfecto" que separan radical y esencialmente a Jesús del maligno. "Mi alimento es cumplir la voluntad del que me envió y llevar a término su obra" (4,34). Con ello se cierra el círculo. A través de su camino hacia la cruz en obediencia a la voluntad divina, Jesús se convierte ahora definitivamente en el revelador del amor divino. Así ha entendido Juan la muerte de Jesús. Y eso es precisamente lo que el "mundo" debe entender de Jesús.

EL NT Y SU MENSAJE
EL EVANG. SEGUN S. JUAN/4-2 
HERDER BARCELONA 1979.Pág. 133 s.


3. J/PAZ  J/MU/SATANAS  J/ADAN 

Jesús deja a los suyos la paz como un regalo de despedida. Por eso, la paz que Jesús ofrece debemos entenderla no como se entiende cuando se habla de paz en el mundo sino en un sentido pleno y singularmente importante. Como don y como promesa que abarca todo aquello que Jesús reserva a la fe.

La paz de Jesús va siempre unida al mensaje cristiano de salvación, al evangelio. Resulta extraño y algo sorprendente que Jesús personalmente haya empleado raras veces la palabra "paz". Más aún, a Jesús se deben estas palabras: "No creáis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada (/Mt/10/34; /Lc/12/51); palabra que posiblemente se dirige contra un lenguaje superficial y falso acerca de la paz (Jr/06/14; "curan a la ligera la herida de mi pueblo, diciendo ¡paz, paz!, pero ¿donde está la paz?"). Por eso no se puede tomar la palabra paz de una forma superficial como hacen los gobernantes de este mundo cuando hablan de la paz entre las naciones, reduciéndola solamente a una ausencia de guerras y como hacemos muchos cristianos cuando decimos que nos dejen en paz, i.e. la paz burguesa: que no se metan en mi vida mi me la compliquen.

Ciertamente que también el mundo tiene su paz; tiene su propia manera de hacer la paz y de garantizarla, si es necesario con la fuerza de las armas, una paz radicalmente distinta de la paz de Jesús. La paz de Jesús es don de Cristo resucitado a su Iglesia. La paz os dejo.

Se trata del mayor bien que el hombre puede desear y que Dios puede conceder. El hombre nuevo, hijo de Dios y hermano de todos; el hombre reconciliado con Dios, y con los hombres, con toda la creación y hasta consigo mismo. La paz infundida con el Espíritu de Jesús resucitado y que incluye, por tanto, el perdón de los pecados. Esta paz que no es de este mundo está presente también en este mundo.

Y el lugar de esa nueva paz es sobre todo la comunidad cristiana, que es desde la ascensión de Jesús, el espacio de la presencia de Cristo.

"Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde". Las paradojas de la fe. Es una paz que nunca dejará de ser combatida, porque se opone a un mundo que se le enfrenta hostilmente. La exhortación de Jesús a no dejarse turbar y a no acobardarse, es siempre necesaria, porque la paz, como Jesús la ha prometido, no conduce a una actitud triunfalista frente al mundo. "Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros". El discípulo de Cristo permanece expuesto siempre al conflicto con el mundo; y no aunque crea, sino precisamente porque cree. A pesar de todas las persecuciones siempre existe la posibilidad de que la promesa de paz de Jesús se realice justamente en medio de esa permanente agitación, en medio de todos los asaltos y peligros.

"Me habéis oído decir: me voy y vuelvo a vuestro lado. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo".

Jesús se va, pero vuelve. Los discípulos, si en realidad aman a Jesús y están unidos a él por la fe, deberían alegrarse por su partida, ya que Jesús se va al Padre; y se añade la razón: "Porque el Padre es mayor que yo". Esa vuelta de Jesús al Padre ha empezado ya con la pascua, con su muerte y resurrección, pero tiene como consecuencia la constante venida de Jesús a su comunidad.

Para la comunidad cristiana Jesús ocupa siempre un doble lugar: está presente en la comunidad por medio de su Espíritu y de su Palabra, y está también junto al Padre, junto a Dios. Ambas cosas no se excluyen, sino que son elementos complementarios; más aún, la ida de Jesús al Padre es justamente la condición para su presencia permanente en la comunidad.

"El Padre es mayor que yo". En su ser de Hijo, Jesús vive en una dependencia absoluta respecto del Padre. Toda la revelación de Jesús ha sido glorificar a Dios y darle a conocer como Padre. El ha vivido siempre vuelto hacia el Padre, que es la razón de su existencia y de su misión manifestada en una obediencia fiel y en una estrecha intimidad.

"Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre y que lo que el Padre me manda, yo lo hago".

Ha pasado definitivamente el tiempo de hablar. Llega la hora de la verdad, la hora de la muerte. En la pasión de Jesús tiene lugar el destronamiento de Satán como "príncipe de este mundo". de tal modo que en la persona de JC el mundo obtiene su nuevo señor. La muerte de Jesús es un cambio cósmico de señorío; se introduce una nueva situación mundial, se produce un fenómeno, un acontecimiento que afecta a la entraña del mundo, aunque no se perciba en su corteza.

"Esta es la hora y el poder de las tinieblas". En esa hora de la cruz tiene lugar el ataque decisivo de Satán contra Jesús. Pero Satán no encuentra en Jesús nada que pertenezca a su esfera de dominio, es decir, a la muerte, el pecado, la mentira, el odio, etc. Entre Jesús y Satán no hay planos comunes de contacto, no hay parentesco alguno natural, por lo que fracasará cualquier pretensión satánica sobre Jesús. Y se da la razón de por qué en Jesús se quiebra el poder de Satán. "El mundo tiene que saber que yo amo al Padre y que lo que el Padre me manda yo lo hago".

Hermanos: este es el principio de una nueva creación; el principio de un mundo nuevo y de un hombre nuevo. El primer hombre, junto al árbol de la vida, rechazó la voluntad de Dios y quiso vivir por sí mismo. ¿Qué ocurrió? Que convirtió el paraíso en un infierno. Este nuevo Adán, junto al árbol de la muerte, en la cruz, rechaza al tentador y acepta la muerte en obediencia filial al Padre, y ya podemos vivir otra vez en el Paraíso y la cruz será para siempre el árbol de la vida y el hombre podrá vivir en obediencia amorosa al Padre y como hermano de los demás.

Se ha cerrado el círculo y el mundo y el hombre están redimidos. Esto es lo que Jesús ha hecho por el mundo. Esto es precisamente lo que el mundo debe aceptar de Jesús.


4.

-Os dejo la paz. Os doy mi paz.

Estamos en jueves santo, víspera de su muerte.

Jesús habla de "su" paz, quiere darla a sus amigos, que están angustiados, perturbados por el anuncio de la traición de Judas y de la negación de Pedro que acaban de serles dadas a conocer.

"Yo os doy mi paz." La tuya, Señor, la que tenías en tu propio corazón. Tú eras un hombre apacible, un hombre de paz Trato de imaginarme esta paz que irradiaba de tu rostro, de tu conducta, y de tus modos de hablar. ¿En qué tono de voz decías Tú esto?: "Yo os doy mi paz".

Señor Jesús, danos tu Paz... dala también al mundo.

-No como el mundo la da os la doy Yo.

No es pues una paz semejante a la que procede de los hombres. El evangelio no aporta un método concreto para realizar la paz de Ios hombres, no es una receta.

Es una paz que viene de más lejos.

-No se turbe vuestro corazón ni se intimide.

El clima reinante es de turbación y miedo. Un complot se está tramando.

Pero en todo tiempo esto es verdad: el creyente, privado de la presencia visible de su

Señor, tiene siempre el riesgo de estar "turbado".

-Habéis oído que os dije: Me voy y vengo a vosotros. Si me amarais os alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que Yo.

Jesús trata de animar, a sus amigos. Son palabras de consuelo para reconfortarles.

Yo me Voy... "Y vengo..." Palabras misteriosas que anuncian directamente la muerte y luego la resurrección. Pero las podemos también referir a esa misteriosa "ausencia-presencia" de Jesús a través de los tiempos.

Y además sobre todo, esta convicción de Jesús de que su muerte es una subida hacia el Padre... de la cual los apóstoles debían "regocijarse".

¿Sé alegrarme de que Jesús esté "junto al Padre"?

-Os lo he dicho ahora antes que suceda para que cuando suceda creáis.

Delicadeza. Amistad. Jesús simpatiza, sufre con sus amigos:

¡Como quisiera ayudarles!

-Ya no hablaré mucho más con vosotros; porque viene el "príncipe de este mundo", y nada en mí le pertenece.

La paz de Jesús, es una paz conquistada con gran esfuerzo.

No es una paz bonachona, de tranquilidad, de falta de lucha...

¡El experimenta tener a alguien contra El! Un enfrentamiento se prepara con el "príncipe de este mundo".

Pronto veremos -el próximo sábado- que Jesús anuncia a sus amigos este mismo enfrentamiento entre ellos y Satán:

"Me han perseguido, se os perseguirá." La paz era uno de los beneficios mesiánicos anunciados: Is 9, 15; Ez 34, 25; Mi 5, 4; Za 9, 10; Sal 29, 11. Evidentemente, esta paz de Dios no tiene ningún parecido con la paz del mundo. Hay que buscarla en el fondo de sí mismo, en pleno ambiente de tempestades y combates.

-Pero conviene que el mundo conozca que Yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago yo.

Esta es la fuente interior de la paz de Jesús.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 228 s.


5.

1. Hechos 14,18-27

a) Ayer leíamos que les ensalzaban como a dioses, y hoy, que les apedrean hasta dejarles por muertos. Una vez más Pablo y sus acompañantes experimentan que el Reino de Dios padece violencia y que no es fácil predicarlo en este mundo. Pero no se dejan atemorizar: se marchan de Listra y van a predicar a otras ciudades. Son incansables. La Palabra de Dios no queda muda.

El pasaje de hoy nos describe el viaje de vuelta de Pablo y Bernabé de su primera salida apostólica: van recorriendo en orden inverso las ciudades en las que habían evangelizado y fundado comunidades, hasta llegar de nuevo a Antioquía, de donde habían salido.

Al pasar por cada comunidad reafirman en la fe a los hermanos, exhortándoles a perseverar en la fe, «diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios». Van nombrando también presbíteros o responsables locales, orando sobre ellos, ayunando y encomendándolos al Señor. Se trata de un segundo momento, después de la primera implantación: ahora es la estructuración y el afianzamiento de las comunidades.

Llegados a Antioquía de Siria dan cuentas a la comunidad, que es la que les había enviado a su misión. Las noticias no pueden ser mejores: «les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe».

El salmo es consecuentemente «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus hazañas a los hombres».

b) También a nosotros, como a Pablo y Bernabé, se nos alternan días de éxito y días de fracaso. Encontramos dificultades fuera y dentro de nosotros mismos. Tal vez no serán persecuciones ni palizas, pero sí la indiferencia o el ambiente hostil, y también el cansancio interior o la falta de entusiasmo que es peor que las dificultades externas. Y eso no sólo en nuestro trabajo apostólico, sino en nuestra vida de fe personal o comunitaria.

Tenemos que aprender de aquellos primeros cristianos su recia perseverancia, su fidelidad a Cristo y su decisión en seguir dando testimonio de él en medio de un mundo distraído.

También hay otra lección en su modo de proceder: su sentido de comunidad. Se sienten, no francotiradores que van por su cuenta, sino enviados por la comunidad, a la que dan cuentas de su actuación. Se sienten corresponsables con los demás. Y la comunidad también actúa con elegancia, escuchando y aprobando este informe que abre caminos nuevos de evangelización más universal.

Si en el ámbito de una parroquia, o de una comunidad religiosa, o de una diócesis, tuviéramos este sentido de corresponsabilidad, tanto por parte de los pastores y agentes de la animación como por parte de la comunidad -en ambas direcciones cabe mejorar nuestro talante- ciertamente saldría ganando una más eficaz evangelización en todos los niveles.

2. Juan 14, 27-31

a) En el clima de despedida de Jesús, hay una preocupación lógica por el futuro. Y Jesús les tranquiliza: «la paz os dejo, mi paz os doy». Eso sí, no es una paz barata, sino una paz que viene de lo alto: «no os la doy yo como la da el mundo».

La consigna de Jesús es clara: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Es verdad que «me voy», pero «vuelvo a vuestro lado: si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre».

La paz y la seguridad que Jesús promete a los suyos deriva de la unión íntima que él tiene con el Padre: él ama al Padre, cumple lo que le ha encargado el Padre y ahora vuelve al Padre. Desde esa existencia postpascual es como «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz.

b) Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...».

También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida.

Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado».

A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua. También Cristo encontró la paz y el sentido pleno de su vida en el cumplimiento de la voluntad de su Padre, aunque le llevara a la muerte.

Escuchemos la palabra serenante del Señor: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Si estamos celebrando bien la Cincuentena Pascual, deberíamos haber crecido ya notoriamente en la paz que nos comunica el Resucitado, venciendo toda turbación y miedo.

«Fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza» (oración)

«Que te bendigan tus fieles, que hablen de tus hazañas» (salmo)

«La paz os dejo, mi paz os doy» (evangelio)

«No tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (evangelio)

«Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 105-107


6.

Primera lectura : Hechos 14, 18-27 Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios.

Salmo responsorial : 144, 10-11.12-13ab.21 Tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino.

Evangelio : Juan 14, 27-31a La Paz les dejo, mi paz les doy.

Jesús da la paz a los suyos en la forma tradicional del saludo y despedida de los semitas. Pero insinúa también que quiere dar "su" paz, la cual no corresponde a la paz que dan los que son del mundo. El judío usaba la fórmula de paz no sólo como saludo ordinario, sino también como parte de un acto sagrado. La fórmula de saludo estaba llena de contenido vivencial. En el A.T. llegó a ser fórmula litúrgica de bendición en el culto en Jerusalén (Nm 6,26; Sal 29,11). En el Nuevo Testamento aparece desde el nacimiento de Juan Bautista y de Jesús (Lc 2,14; Lc 1,79), hasta la resurrección.

Jesús da la paz a sus discípulos antes de anunciarles su muerte, ligada a la acción del Maligno (v. 30a). Después de su resurrección da la paz a sus atemorizados discípulos (Jn 20,19; 21,26). Es decir, la paz de Jesús es algo más que un saludo. Es su misma fuerza, junto con la del Padre y la del Espíritu, que reconforta y anima. Es una comunicación sacramental. La iglesia primitiva sintió la paz de Jesús como la fuerza que la reunificaba en las contradicciones (Ef 2,14). Es decir, la paz estaba asociada a momentos especiales de gracia, en los que Dios se manifestaba como energía especial.

Hoy Jesús nos da esa misma paz, que debe recibir el contenido que quiso darle Jesús: no sólo un saludo de cortesía, sino una ratificación de su presencia, para no perder la esperanza y para fomentar la fraternidad. La paz no es sólo ausencia de la guerra, sino un verdadero estado de gracia, construido en lo más profundo del ser humano. Ella posibilita que nos acerquemos al otro como a un hermano. Por eso la paz es el gran clamor de la mayoría del pueblo sencillo. En contraposición a los que viven del poder, que hacen la guerra y comercian con ella, en busca de dominio y fortuna. No les importa que, como siempre, sea el pueblo sencillo el que sufra las consecuencias.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

La misión de Pablo y Bernabé continúa en tierras paganas. Pablo insiste en participar de la catequesis sinagogal. Los resultados por lo general son desastrosos. Los judíos piadosos ven en la predicación referente a Jesús un peligro para sus instituciones religiosas. Y, lo que es más grave para ellos, la evangelización en nombre de Jesús no tiene acepción de personas.

En Listra, un ser humano postrado a la entrada de la ciudad, junto al templo de Zeus, es liberado de su enfermedad. Los presentes se emocionan y quieren asimilar a Pablo y Bernabé a los dioses locales. Los predicadores se oponen con arrojo a tal pretensión. Enfatizan en su condición humana, de simples servidores de la Palabra. Venciendo su nacionalismo judío reconocen que otros pueblos han sido bendecidos abundantemente por Dios.

Los dirigentes de las sinagogas que largo tiempo los persiguieron por otras regiones, logran manipular a la gente y Pablo es apedreado. Con esto, queda prácticamente muerto para su pueblo. La ayuda de la comunidad le permitió recuperarse y, en compañía de Bernabé, continuar la misión.

La obstinación de Pablo al continuar predicando donde no debía, le produjo muchos inconvenientes a la comunidad cristiana. Por fortuna, la fuerza del Espíritu los acompañaba en la misión dirigida a los gentiles y permitía que la Iglesia creciera continuamente.

En el Evangelio, Jesús comunica su paz a los discípulos. El evangelio de Juan gusta contraponer la propuesta de Jesús y la actividad el mundo. La oferta de Jesús es una paz nacida de la solidaridad, el respeto por la vida y la entrega generosa. La paz del mundo, "pax romana", es una estrategia para garantizar el intercambio de mercancías y el comercio en general. Una y otra no se excluyen, pero la tranquilidad del mercado no sustituye a la paz que nace de la justicia.

Se considera con demasiada frecuencia, desde la antigüedad, que el mejor ambiente para el gran comercio es la seguridad que ofrece la tropa militar. Sin embargo, esta paz tiende a ser frágil, porque está basada en el predominio de la guerra. Es simplemente una bomba de tiempo. El Evangelio nos exhorta a valorar los esfuerzos humanos por consolidar la economía, pero nos recuerda que la vida del ser humano está por encima de todo cálculo y es un valor en sí misma. Por tanto, la paz debe fundarse en el respeto a la dignidad humana y no sólo en garantías militares.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Lo que está pasando en Israel clama al cielo, aunque en los últimos días haya perdido fuerza en los medios de comunicación. Se han hecho tantos análisis y tantos planes que no es fácil encontrar un punto de vista nuevo y mucho menos una salida definitiva. Lo que está pasando en la basílica de la Natividad es una metáfora de lo que pasa en todo el territorio. Dentro están los refugiados palestinos. Fuera, las tropas de asalto israelíes. En medio, como rehenes, los franciscanos. Me parece indignante que el ejército de Israel sitie el lugar en el que la tradición sitúa el nacimiento del Príncipe de la paz. Pero también me irrita que los milicianos palestinos hayan instrumentalizado el lugar y se hayan aprovechado descaradamente de la comunidad franciscana. ¿Qué paz se puede esperar? ¿La diseñada por un conjunto de políticos formados en la escuela del terrorismo? ¿La impuesta por los intereses de las grandes potencias?

Con este telón de fondo, me parecen más proféticas que nunca las palabras de Jesús: "Mi paz os doy, pero no os la doy yo como la da el mundo". ¿Cómo es la paz de Jesús? Lo explica bien el autor de la carta a los efesios: "Él es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte al odio" (2,14-16).

La paz de Jesús se realiza "por medio de la cruz". Sólo se vence el odio cuando uno aprende a dar la vida. ¿Habrá hombres y mujeres dispuestos a vivir esta revolución de la paz o tendremos que naufragar en un mar de propuestas y contrapropuestas?

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández, cmf (gonzalo@claret.org)


9. CLARETIANOS 2003

Sería interesante seguir a Pablo y Bernabé en sus correrías apostólicas por Listra, Iconio, Antioquía, Perge, Atalía, etc. pero, sin menospreciar los viajes de Pablo y sus colaboradores, centrémonos hoy en las palabras de Jesús.

Quizá nunca como en los últimos meses ha sido tan intenso, tan global, el deseo de paz en nuestro mundo. Hace unas semanas sorprendió ver en muchísimas casas de Roma banderas multicolores con la palabra “Pace”. Internet es un jardín en el que han florecido miles de páginas que reivindican la paz. Existen instituciones de todo tipo, como el Centro de Investigación para la Paz, dedicadas a trabajar por la paz.

¿Por qué es tan intenso este anhelo? ¿Por qué se ha producido esta enorme ola mundial? ¿A qué responde? ¿Cómo se entiende la paz? Es tan enorme el caudal de propuestas que no sabría encontrar respuestas acertadas a estas preguntas. Lo que percibo con claridad en este cuadro es la fuerza profética de las palabras de Jesús: La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo.

En estas palabras no se hace una llamada a “luchar por la paz” sino a “recibir el don de la paz”. Este es un cambio sustantivo. Hoy nos sentimos protagonistas de la lucha por la paz. Multiplicamos las manifestaciones, enarbolamos pancartas, inundamos internet de “sitios pacifistas” ... Todo esto es síntoma de un anhelo profundo, humano, pero ¿es éste el camino hacia la paz? Al mismo tiempo que luchamos por conseguirla, ¿nos esforzamos por acogerla? El gran don del Resucitado es la paz.

La paz de Jesús no parece coincidir con la paz del mundo. Esto resulta chocante. A menudo, nuestro concepto de paz equivale a ausencia de conflictos, a tranquilidad. Esta paz de “fin de semana tumbados en la arena” no es la paz de quien ha venido a traer fuego a la tierra. La paz que Jesús anuncia y la paz que Jesús es (Cristo es nuestra paz) es una realidad que va más allá de la ausencia de guerra: implica una forma de entender la vida y las relaciones con Dios, con los demás, con la naturaleza. Aislada de este contexto, se convierte en una caricatura y no en una buena noticia.

Os invito a terminar repasando el Decálogo de Asís para la paz. En él encontramos caminos concretos para hacer más pacífica y pacificadora nuestra vida cotidiana. Es la manera de convertir el don de Jesús en compromiso de vida.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. 2002

COMENTARIO 1

vv. 27-28: «Paz» es mi despedida; paz os deseo, la mía, pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estéis intranquilos ni tengáis miedo; 28habéis oído lo que os dije: que me marcho para volver con vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo.

Desear la paz era el saludo ordinario al llegar y al des­pedirse. La despedida y el saludo de Jesús no son, como los ordinarios, triviales. Tampoco se despide como todos, pues, aunque se va, no va a estar ausente (28). Ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es una tragedia, puesto que su muerte va a ser la manifestación suprema del amor del Padre (12,27s). El Padre es más que Jesús, porque en él Jesús tiene su origen (1,32; 3,13.31; 6,61), el Padre lo ha consagrado y enviado (10,36) y todo lo que tiene procede del Padre (3,35; 5,26s; 17,7).

vv. 29-31: 0s lo dejo dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda lleguéis a creer. 30Ya no hay tiempo para hablar largo, porque está para llegar el jefe del orden este. No es que él pueda nada con­tra mí, 31sino que así comprenderá el mundo que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que me mandó. ¡Le­vantaos, vámonos de aquí!

Jesús había predicho la traición que lo llevaría a la muerte (13,19); ahora predice los efectos de ésta: el triunfo de la vida. La marcha es in­minente. El jefe del orden este es la personificación del poder opresor. Jesús no está en absoluto sometido a ese poder, ni éste puede pretender autoridad sobre él ni derecho a detenerlo y condenarlo. Pero va a acep­tar el enfrentamiento para mostrar a la humanidad su amor al Padre (cf. 8,28), llevando a cabo su obra aun a costa de su propia vida (10,17). La muerte de Jesús debe convencer a todos de la autenticidad de su mensaje y de su fidelidad al que lo envió.

La exhortación a salir (Levantaos, vámonos de aquí), después de anunciar la llegada del jefe del orden este (v. 30), tiene un tono de desafío que se convierte en consigna para toda la comunidad. Como Jesús, ésta ha de afrontar la hostilidad del mundo.

Estas palabras dividen el discurso de la cena en dos partes. En la primera, la instrucción de Jesús, de obra y de palabra, se ha referido a la constitución de la comunidad; en la segunda (caps. 15-16) va a tratar de su identidad y misión en medio del mundo. La invitación a mar­charse con él indica precisamente la diferencia de tema. Jesús va a mar­charse con el Padre pasando a través del mundo de tiniebla y muerte, y en este paso se lleva a los suyos consigo. La constitución de la comuni­dad se ha hecho dentro de casa, pero su camino está fuera, en medio de la humanidad oprimida y en oposición a los poderes opresores.


COMENTARIO 2

Jesús, que anuncia a sus discípulos su inminente partida, les deja la paz como promesa y esperanza. “El príncipe de este mundo”, es decir, Satanás, el demonio, como personificación de las fuerzas contrarias a Dios, se acerca a Jesús, va a intentar destruirlo; pero en cambio, en su pasión y muerte Jesús manifestará su amor al Padre, su obediencia a la voluntad salvífica que El le ha manifestado. Esto debe ser motivo de alegría para los discípulos, y de perseverancia en la fe.

A lo largo de estos veinte siglos de cristianismo la Iglesia ha vivido de la fe en Jesucristo, la confianza en su victoria sobre el mal y el pecado de este mundo. Ha vivido también de la esperanza en la paz venidera, como un don de Dios, mientras trabaja por anticiparla de algún modo. Por eso en la eucaristía los cristianos nos damos la paz. Por eso la Iglesia promueve actualmente, como lo ha hecho también en otras épocas, la paz en el mundo. Incluso ha llegado a establecer una jornada anual y mundial de oración por la paz. Papas, obispos, sacerdotes, laicos de todas las condiciones, se han empeñado, y se empeñan ahora, en la búsqueda de la paz, allí donde los pobres sufren el terrible flagelo de la guerra.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. DOMINICOS 2003

Organización de las comunidades cristianas

Los discípulos de Jesús se multiplicaban día a día por medio de los predicadores de la Buena Noticia de salvación: Cristo muerto y resucitado. En las diversas regiones por las que fueron dispersados los primeros creyentes se iban formando pequeñas comunidades. Los apóstoles eran los supremos animadores de esas comunidades, pero otros creyentes daban también testimonio de su fe y atraían a gentes de buena voluntad y recto espíritu. Era el momento en que la fuerza de la Resurrección del Señor y el impulso del Santo Espíritu se dejaban sentir de forma extraordinaria con signos y dones sorprendentes.

Pero ese clima resurreccional y pentecostal constituía una etapa inicial, un amanecer de gozo, un contexto carismático extraordinario. Poco a poco, y sin perder su gracia y fuerza, ya en las primeras generaciones comenzó a contarse con una forma humana de organización, dirección y colaboración responsable que, armonizando espíritu y obras, carisma y organización, fuera dando cauce de futuro al conjunto de las comunidades en unidad de fe, vida, programa, comunión.

De ese modo fue surgiendo la Iglesia: pueblo de fe, esperanza y amor; pueblo en que algunos asumen especial responsabilidad de dirección, predicación y servicio; pueblo que rinde culto a Dios y pregona la Palabra del Reino.

En el capítulo 14 de los Hechos de los apóstoles se nos muestra hoy cómo san Pablo, apóstol, asumida su especial responsabilidad apostólica y en comunión con los otros apóstoles, va designando en las comunidades de Listra, Iconio, Antioquía..., presbíteros que presidan a la comunidad en fe, oración, vida, misión. No podía ser de otro modo.

Dios se encarnó, se hizo hombre para ser uno más entre nosotros, siendo el Hijo de Dios: misterio y humanidad, gracia y trabajo, espíritu y organización. ¡Y qué bien obró de esa manera! Pues, lo mismo la Iglesia: espíritu, carisma, gracia y fe, y también templo, liturgia, organización, plan de vida. ¡Lo importante era hacerlo todo tan bien como Jesús lo hizo en su encarnación y vida!

ORACIÓN:

Señor Jesús, tú eres Dios y hombre, misterio y claridad, amor y exigencia, justicia y verdad, misericordia y perdón, mensaje y vida. Tú quisiste que tus discípulos se organizaran como hijos de Dios en amor y exigencia, en fe y prudencia, en culto y trabajo, en dirección y servicio, en pobreza y disponibilidad... Haz que hoy, como ayer, nuestra Iglesia sea ejemplo de caridad, comprensión, acogida, fraternidad, responsabilidad, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir amando y esperando en ti. Amén.

 

Palabra de verdad: Me voy, y vuelvo

Hechos de los apóstoles 14, 19-28:

“En aquellos días llegaron a Listra unos judíos de Antioquía e Iconio, se ganaron a la gente, apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad dejándolo medio muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad. Al día siguiente salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquellas ciudades y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe...

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído...”

Entereza, sufrimiento, fidelidad y humildad. Todo es necesario en el evangelizador que se somete por Cristo a un tarea no siempre grata a los hombres. Pero la urgencia de la predicación es más fuerte que las adversidades.

Evangelio según san Juan 24, 27-31ss:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como os la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:”Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo...

Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo. No es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago”.

Paz, confianza, fe muy firme. Son tres gracias que dan seguridad al corazón que se pone en manos del Padre y de Cristo. Aunque Cristo se vaya, aunque parezca ausente en momentos delicados, está a nuestro lado. Su Espíritu nos conforta. Llamémoslo.

 

Momento de Reflexión

Mensajeros de paz y amor, aunque nos apedreen.

Jesús no nos ocultó la verdad en su Buena Noticia. Él y nosotros estamos en el mundo sin ser del mundo, y, al no compartir sus concupiscencias e intereses, podemos ser despreciados por él.

Ese mundo que nos puede despreciar y marginar tiene muchos nombres: ambiciones de poder, proyectos deshumanizadores, tradiciones que no dan pan, estructuras que no admiten revisiones, actitudes religiosas que se niegan a toda visión nueva de los mensajes divinos.

Pablo y Bernabé tenían que exponer el mensaje de Cristo y hacer, para ello, una lectura nueva de la Revelación  veterotestamentaria y también del sentido de una vida que se hallaba bajo el cielo de divinidades desconocidas... Las gentes de algunos lugares los recibieron con cautelas y hasta los expulsaron de la ciudad. Pero anotemos bien su entereza: ellos se repusieron del susto, se marcharon de momento a predicar en otro lugar más amable y después represaron  al lugar del peligro, sin renunciar a la misión.

La Palabra y Buena Noticia de Cristo hay que predicarla a tiempo y a destiempo, aunque sea soportando muchas penalidades. Pero hay que predicarlas con amor, sin ofender, testificando su verdad con la vida.

No tiemble vuestro corazón.

El texto evangélico prolonga la reflexión anterior. Cristo nos enseña que Él da paz, pero no una paz de acuerdos económicos, convencionales, interesados, partidistas, sino la paz del alma, de la virtud, del amor, de la justicia. Y como se da cuenta de que los discípulos no alcanzan a comprender el meollo de esa paz, y los ve temerosos de los riesgos que van a correr, los reanima y consuela asegurándoles que Él se va, pero que se viene, es decir, que los toma bajo su providencia y que su Espíritu estará con ellos, si quieren hacer la voluntad del Padre, como Él quiere cumplirla siempre.

Ante las dificultades personales, de la predicación, del testimonio, Jesús nos pide que confiemos en Él y actuemos, con cordura, pero con valentía.


12. ACI DIGITAL 2003

28. El Padre es más grande que Yo significa que el Padre es el origen y el Hijo la derivación. Como dice S. Hilario, el Padre no es mayor que el Hijo en poder, eternidad o grandeza, sino en razón de que es principio del Hijo, a quien da la vida. Porque el Padre nada recibe de otro alguno, mas el Hijo recibe su naturaleza del Padre por eterna generación, sin que ello implique imperfección en el Hijo. De ahí la inmensa gratitud de Jesús y su constante obediencia y adoración del Padre. Un buen hijo, aunque sea adulto y tan poderoso como su padre, siempre lo mirará como a superior. Tal fue la constante característica de Jesús (4, 34; 6, 38; 12, 49 s.; 17, 25, etc.), también cuando, como Verbo eterno, era la Palabra creadora y Sabiduría del Padre (1, 2; Prov. 8, 22 ss.; Sab. 7, 26; 8, 3; Ecli. 24, 12 ss., etc.). Véase 5, 48 y nota; Mat. 24, 36; Marc. 13, 32; Hech. 1, 7; I Cor. 15, 28 y notas. El Hijo como hombre es menor que el Padre. 30. El príncipe del mundo: Satanás. Tremenda revelación que, explicándose por el triunfo originario de la serpiente sobre el hombre (cf. Sab. 2, 24 y nota), explica a su vez las condenaciones implacables que a cada paso formula el Señor sobre todo lo mundano, que en cualquier tiempo aparece tan honorable como aparecían los que condenaron a Jesús. Cf. v. 16; 7, 7; 12, 31; 15, 18 ss.; 16, 11; 17, 9 y 14; Luc. 16, 15; Rom. 12, 2; Gál. 1, 4; 6, 14; I Tim. 6, 13; Sant. 1, 27; 4, 4; I Pedr. 5, 8; I Juan 2, 15 y notas.

31. No es por cierto a Jesús a quien tiene nada que reclamar el "acusador" (Apoc. 12, 10 y nota). Pero el Padre le encomendó las "ovejas perdidas de Israel" (Mat. 10, 5 y nota), y cuando vino a lo suyo, "los suyos no lo recibieron" (1, 11), despreciando el mensaje de arrepentimiento y perdón (Marc. 1, 15) que traía "para confirmar las promesas de los patriarcas" (Rom. 15, 8). Entonces, como anunciaban misteriosamente las profecías desde Moisés (cf. Hech. 3, 22 y nota), el Buen Pastor se entregó como un cordero (10, 11), libremente (10, 17 s.), dando cuanto tenía, hasta la última gota de su Sangre, aparentemente vencido por Satanás para despojarlo de su escritura contra nosotros clavándola en la Cruz (Col. 2, 14 s.), y realizar, a costa Suya, el anhelo salvador del Padre (6, 38; Mat. 26, 42 y notas) y "no sólo por la nación sino también para congregar en uno a todos los hijos de Dios dispersos" (11, 52), viniendo a ser por su Sangre causa de eterna salud para judíos y gentiles, como enseña S. Pablo (Hech. 5, 9 s.).


13.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, los que teméis, pequeños y grandes, porque ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías. Aleluya» (Apoc 19,5; 12,10).

Colecta (compuesta con textos del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo): «Señor, tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido».

Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».

Comunión: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Aleluya» (Rom 6,8).

Postcomunión: «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».

Hechos 14,18-27: Contaron a la comunidad lo que Dios había hecho por su medio. Unos judíos llegados de Antioquía y de Iconio suscitan una persecución contra Pablo, que parte para Derbe y continúa su misión evangelizadora exhortando a todos a perseverar en la fe, no obstante los sufrimientos. Luego regresa a Antioquía, donde expone la obra que había realizado en su viaje apostólico. Más que una obra humana es una obra de Dios que ayuda a sus elegidos. Véase el domingo anterior ciclo C).

–Después de haber experimentado los beneficios del Señor, también nosotros nos alegramos por el fruto obtenido por Pablo y nos unimos a su acción de gracias y a proclamar la gloria del Señor con el Salmo 144: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás».

Juan 14,27-31: Mi paz os doy. Jesús promete a los suyos la paz; no la paz del mundo, siempre precaria, sino la suya propia. Él se va, pero volverá junto a ellos. Esta venida no sólo tendrá lugar al fin de los tiempos, sino que ya desde ahora empezarán a existir nuevos lazos entre Él y los suyos, tras su paso de este mundo al Padre. Dice San Beda:

«La verdadera, la única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del  cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo... Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a ese hombre de que ha construido sobre arena los fundamentos de su paz» (Homilía 12 para la Vigilia de Pentecostés).

San Columbano comenta también estas palabras de Cristo:

«“Os doy mi paz, os dejo mi paz” (Jn 14,27). Pero, ¿para qué nos sirve saber que esta paz es buena, si no la cuidamos? Lo que es muy bueno normalmente es muy frágil y los bienes preciosos reclaman mayores cuidados y una vigilancia más esmerada. Muy frágil es la paz que puede perderse por una palabra inconsiderada o por la menor herida causada a un hermano. En efecto, nada agrada más a los hombres que hablar fuera de propósito y ocuparse en lo que no les atañe, pronunciar vanos discursos y criticar a los ausentes» (San Columbano Instrucción 11,1-4).

Y también San Pedro Crisólogo:

«La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho:“La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva» (Sermón sobre la paz).


14. DOMINICOS 2004

Fieles en la adversidad y la bonanza

La fidelidad del Señor dura por siempre. En cambio la nuestra naufraga fácilmente


Un día, porque sentimos en la vida las caricias del placer y halago, podemos creer que somos algo valioso y que Dios no es deudor, y nos engañamos miserablemente

Otra día, en cambio, nos mostramos solidarios con el que sufre, y sentimos la alegría de haber dado la mano a quien lo necesitaba. Ese día somos felices y nos sentimos hermanos.

Un día sentimos en nosotros mismos que nos muerden las pasiones del odio y de la venganza, y sucumbimos; pero otro día las vencemos y no perdemos el amor y la paz, y volvemos a ser felices. Un cuarto día padecemos frialdad en el espíritu y nos parece que Dios no nos mira y que los hombres no nos comprenden; pero no desistimos de hacer el bien, y experimentamos que el Espíritu de Dios está dentro de nosotros, animándonos

Danos, Señor, divino favor para estar siempre revestidos de amor, frescura, pureza, aun en medio de las pruebas y del dolor.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 14, 19-28:
“En aquellos días llegaron [a Listra] unos judíos de Antioquía y de Icono y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrestaron fuera de la ciudad dejándolo medio muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; y él se levantó y volvió a la ciudad.

Al día siguiente salió con Bernabé para Derbe.

Después de predicar el Evangelio en aquellas ciudades y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, Icono y Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe...

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído...”

Evangelio según san Juan 14, 27-31ss:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como os la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:”Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo...

Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo. No es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago”.


Reflexión para este día
Gracias y desgracias se suceden con frecuencia. Hemos de contar con ello.

Fue desgracia que algunos oyentes de Pablo se dejaran engañar por los enemigos de la luz y que apedrearan a los mensajeros de Dios.

Pero fue gracia que Pablo y Bernabé expusieran el mensaje de Cristo e hicieran una lectura nueva de la Revelación veterotestamentaria, descubriendo a los paganos el verdadero sentido de la vida, desvelando el error se seguir a falsas divinidades... Y, aunque los expulsaran, ellos regresaban con el tiempo al lugar del peligro, de la cruz, porque les urgía la voz del Espíritu, de la Verdad.

La Palabra y Buena Noticia de Cristo hay que predicarla a tiempo y a destiempo, aunque sea soportando muchas penalidades. Pero, eso sí, hay que predicarlas con amor, sin ofender, testificando su verdad con la vida, mostrando que en la Palabra de Cristo va la paz del alma, de la virtud, del amor, de la justicia, de la solidaridad


15. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Hoy vemos en la Palabra que Dios nos regala la fuerza y el apoyo insustituible de la comunidad eclesial. Es prácticamente la protagonista del relato que podemos contemplar. Me llega particularmente este detalle: habiendo dejado medio muerto a Pablo después de ser apedreado, dice la Escritura que “entonces, lo rodearon los discípulos” ¡Qué hermoso! El bálsamo fraterno de ese “rodear” a Pablo debió de ser eficacísimo porque inmediatamente se levantó, volvió a la ciudad y al día siguiente tuvo ánimo y energía para seguir el camino a Derbe con Bernabé y así continuar predicando el Evangelio; para ello, por la gracia de Dios, habían sido enviados por la comunidad de Antioquia.

Por otro lado, vemos cómo uno de los objetivos primordiales de estos dos apóstoles era animar y exhortar a los discípulos a ser fieles al don de la fe porque hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios. Imagino la impresión de los discípulos al ver a Pablo, todavía con las heridas frescas, pronunciar estas palabras. Supongo que no necesitaría del poder de su persuasión –que sin duda no le faltaba- para convencerlos.

Y, por último, vemos de nuevo a la comunidad en el centro, cuando al retornar a su punto de partida, Pablo y Bernabé lo primero que hacen es reunir a la Iglesia para contarle lo que Dios había hecho por medio de ellos. Y termina diciendo que se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

¡Aprendamos a ser Comunidad que abraza, cura, anima, conforta, envía, comparte…!

Y, para terminar, un interrogante: ¿Cómo es posible que los discípulos fueran capaces de abrazar todo tipo de sufrimientos por causa de Jesucristo? ¿Cómo se pudo operar un cambio tan radical en unos hombres aterrados, confusos y llenos de dudas después de la muerte del Señor?

Los datos nos muestran a un grupo que ha perdido no sólo la esperanza, sino casi también la fe. A un grupo desconfiado, que no se convence con nada, que parte siempre de la duda, que se resiste a creer. Cristo tiene que repetir sus apariciones, debe aportar pruebas, dejarse tocar, comer con ellos… para ser creído.

Sencillamente creo que la respuesta se nos ofrece como un regalo inmenso en el Evangelio: “La paz os dejo, mi paz os doy… que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde” Aquí la tenemos para saborearla y dejar que nos invada.

Hagamos súplica la preciosa oración colecta de la Eucaristía, creyéndonos de veras lo que pedimos:

“Señor, tú que en la Resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la Fe de tu pueblo y afianza su esperanza a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido”

Vuestra hermana en la fe,

Carolina Sánchez, Filiación Cordimariana
(carolinasasami@yahoo.es)


16. La paz del amor

San Juan 14, 27-31a

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde... Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado.

Lectura
En la última cena, Cristo deja la paz a sus discípulos, a todo quien quiera seguirle. ¡Cuánto la buscamos hoy, cuando sabemos que en Él la encontraremos! La paz que trae Cristo es profunda, es distinta, es divina. Es la paz de quien está seguro en su misión, en su amor. Vemos en la primera lectura de la Misa de hoy a Pablo sufriendo por el Evangelio; y sin embargo es profundamente feliz. Su paz no se la quita nadie, es la paz de quien ha encontrado en Cristo el verdadero sentido de la vida y está dispuesto a todo por defenderlo y darlo a conocer.

Meditación:
Señor, ¿dónde está la paz que Tú das? Busco la paz día y noche pero no la encuentro.

Hijo, tendrás la paz que tú buscas. La Paz que yo te doy. Quizás el problema es que estás un poco confundido. Piensas que la paz es que todo esté tranquilo. Piensas que la paz es un mar en completa calma, sin una ola que lo mueva. Todo me sale bien, no me he enfadado con nadie, no tengo ninguna clase de tensiones, me siento bien conmigo.

Verás, es una idea muy bonita de la paz pero no demasiado realista. Tú piensas que la paz es no sufrir. Que, cuando sufres, no hay paz. Te voy a enseñar el secreto de mi Paz. Has visto el mar embravecido, furioso, en plena tormenta. Cuánto ruido, aquello no hay quien lo controle. Así eres tú cuando estás tenso, cuando sufres, cuando tienes problemas. Estás en plena lucha.

Pero mira el mar. En plena tormenta, bajas unos metros, al fondo. Ahí: qué silencio, qué belleza, qué calma. Dentro hay paz. Es la Paz que yo te doy: la puedes encontrar dentro de tu corazón: más allá de lo que sufres, en medio de lo que sufres. Más allá de lo que sientes y cuando no sientas nada o sientas todo en contra de ti. En el fondo de tu ser, dentro de ti, están tus convicciones profundas, la roca de tu fe, de todo lo que no pasa.

Tú lo sabes: yo te amo y nunca te abandonaré. Estoy contigo en el sufrimiento porque he sufrido por ti y para ti. Sufrir te hace grande y muy valioso a mis ojos. Te hace fuerte y generoso para entender a los demás. Te une a mi Corazón. Sufrir te gana el cielo. Sufrir vale la pena porque da mucho fruto. Hasta si sufres porque no te soportas, porque te gustaría ser de otra manera: ten paz en tu corazón. Lo que importa en esta vida no es ser perfecto sino amar desde tu pequeñez, con todo lo que tú eres. Ésa la Paz que te dejo, la Paz que te doy.

Oración
Mi Señor, enséñame a ser transmisor de la paz verdadera. Ser instrumento de Tu paz. Poner esa gota de amor donde haga falta. Ser punto de unión y paz para los que me rodean y nunca de discordia y división..

Actuar
Viviré atento para tratar y responder con amabilidad y suavidad a todos aún con los que me traten brusca o injustamente.

Meditaciones publicadas por cortesía del “Misal-Meditación”


17.

Comentario: Rev. D. Enric Cases i Martín (Barcelona, España)

«Mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo»

Hoy, Jesús nos habla indirectamente de la cruz: nos dejará la paz, pero al precio de su dolorosa salida de este mundo. Hoy leemos sus palabras dichas antes del sacrificio de la Cruz y que fueron escritas después de su Resurrección. En la Cruz, con su muerte venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz «como la da el mundo» (cf. Jn 14,27), sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación: así demostró su amor misericordioso al ser humano.

En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad.

¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Jesucristo sufre con serenidad porque complace al Padre celestial con un acto de costosa obediencia, mediante el cual se ofrece voluntariamente por nuestra salvación.

Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».


18.

Reflexión

Esta semana Jesús insiste a sus discípulos en la importancia del amor, pues este es el signo por el que los reconocerán como discípulos. Este amor, se hace manifiesto no por decirle: Señor, Señor, cuanto te amo, sino por cumplir sus mandamientos, pues dice: “El que me ama, cumplirá mi palabra”. De manera que no podemos decir que amamos a Jesús, si no estamos dispuestos a poner nuestro máximo esfuerzo por vivir de acuerdo al Evangelio. Lo más maravilloso de este evangelio es que el cumplir el evangelio, será el motivo por el cual el Padre del Cielo nos amará y vivirá la Santísima Trinidad en nosotros, como en un templo. Es decir, esta realidad bautismal, se hace activa y operante en la medida en que nosotros le manifestamos nuestro amor a Jesús viviendo de acuerdo a su Palabra. Te invito a meditar por un momento, lo que significa el que El Dios del universo viva en ti. Sí entiendes esto, estoy seguro que definitivamente te esforzarás con todo tu corazón para vivir de acuerdo al Evangelio.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


19.

Reflexión

Quizás uno de los regalos más grandes que Jesús nos ha dejado, sea la paz. La paz profunda en el corazón que hace que el hombre, aun en medio da las más duras pruebas, no se sienta turbado ni con miedo. La paz de Dios es una paz diferente a la que de ordinario se busca. Es un don divino que produce en el cristiano la certeza de la presencia de Dios y de la ayuda divina. No es una paz artificial producto del no afrontar nuestras responsabilidades y compromisos, paz que muchas veces es cobardía o evasión. Un rostro sereno en medio de una tormenta, de una crisis, es la mejor señal de la presencia de Dios en él. Algo que ha asombrado a los hombres de ciencia que han estudiado la “Sabana de Turín” o “Sabana Santa”, es la enorme paz que refleja el rostro del hombre “retratado” en este lienzo. Un hombre que al parecer fue martirizado de una manera atroz y que sin embargo muere con un rostro sereno. Es una paz que se consigue haciendo la guerra a nuestro egoísmo a fin de dar espacio al Espíritu, para que éste crezca en nosotros y nos pacifique interiormente. Te invito a que le pidas al Señor esta paz, la paz que hace de nuestra vida, preámbulo del cielo.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


20. Jesús da la paz a sus discípulos

Fuente: Catholic.net
Autor: Juan Guillermo Delgado

Reflexión

“Mi paz os dejo, mi paz os doy”

Cristo nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz.

Señor: Danos tu paz, danos la paz del alma que nos has traído.

Sólo Tú, Señor, sólo Tú puedes dar al mundo y a nuestros corazones la verdadera paz. Esa paz que es la profunda aspiración de los hombres de todos los tiempos.

Pero, (Señor, si Tú nos traes la paz) ¿cómo es posible entonces que la espiral del odio y la violencia se ciernan sobre la familia humana? ¿Por qué entonces el ensordecedor tumulto de los disparos, los ríos de sangre derramada, la multitud de huérfanos y viudas aquí y allá... en Israel, Palestina, Sudamérica, África?

¿Cómo es posible, (Señor,) que tantas y tantas personas mueran cada día, víctimas de un odio y de una sed de venganza que parecen no tener fin?

No permitas, Señor, que la guerra nos sea indiferente. No permitas jamás que los hombres nos hagamos fríos, indolentes al sufrimiento de tantos hermanos nuestros. No permitas que nos acostumbremos burdamente a la guerra, al odio y la violencia.

Es precisamente ahora, cuando podría parecer que Dios no escucha las súplicas de sus hijos, cuando la oración por la paz resulta más urgente. Cristo nos has dicho: “Pedid y se os dará” (Mt. 7, 7). La paz que anhelamos es una paz que debemos implorar. Una paz que se alcanza de rodillas, en la oración humilde, constante y confiada. Pero es también una paz para construir. Una paz que debemos buscar día tras día, que debemos edificar sobre la justicia y el perdón.

Concédenos, Señor, a todos los cristianos, a todos los hombres de buena voluntad, ser verdaderos instrumentos de tu paz, apóstoles de la caridad, promotores de la comunión. Concédenos ser, en el corazón del mundo, fermento del amor fraterno y de la unidad de todo el género humano. Que se acallen las armas, y que todos los hombres nos reconozcamos como hermanos una misma familia y cese entre nosotros las guerras, las discriminaciones y las injusticias.


21.

Quienes hemos experimentado la paz de Dios en nuestras vidas entendemos claramente las palabras de Jesús el día de hoy. Es una paz, no solamente que el mundo no puedo dar, sino que el mundo tampoco la entiende. De qué paz habla Jesús. De una paz que supera todo entendimiento, pues, cuando todo parece derrumbarse a nuestro alrededor, quienes han recibido la paz que Jesús da mantienen la esperanza, el gozo y el amor. Es esa paz que describe el Salmo 23, “Aunque vaya por valles oscuros, nada temo. Tu vara y tu callado me sostienen”. El mundo da una paz finita, de momento, centrada en cosas materiales. Jesús ofrece una paz centrada en el Padre, quien es mucho más que él y quien ha prometido amarnos por toda la eternidad.

Dios nos bendice,

Miosotis


22. 2004

LECTURAS: HECH 14, 19-28; SAL 144; JN 14, 27-31

Hech. 14, 19-28. En el cumplimiento de la misión que Dios nos ha confiado no podemos darnos descanso. El Señor nos ha enviado a todo el mundo para proclamar la Buena Nueva de salvación. Hemos de abrir los ojos ante tantos hermanos nuestros que caminan en tinieblas, dominados por el pecado, y que necesitan que llegue a ellos la Luz, que es Cristo, para que ilumine sus vidas y comiencen a caminar en el bien, dándole un nuevo rumbo a la historia. Dios quiere que todos los hombres se salven; Él nos quiere a todos en su Reino celestial. Jesús se ha convertido para nosotros en el camino para llegar a la posesión de ese Reino que Dios ha preparado para todos los que lo aman. Y Jesús nos dice que hay que padecer mucho y pasar por muchas tribulaciones para entrar en la Gloria. El que persevere hasta el fin se salvará.

Sal. 144. Jesús, El Verbo Encarnado, nos ha salvado para que vivamos consagrados al Padre. Por nuestro medio todas las cosas elevan un cántico de alabanza al Señor. Pero de nada nos serviría que todo alabara al Señor mientras nosotros denigráramos el Santo Nombre de Dios entre las naciones con una vida cargada de pecado. Por eso nosotros debemos ser los primeros en aceptar el perdón, la salvación y la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad. Viviendo en Dios y caminando con amor en su presencia podremos convertirnos en un testimonio vivo de su amor para cuantos nos traten. Por eso debemos continuamente proclamar ante todas las naciones lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros. Sólo así podremos colaborar para que el Reino de Dios llegue al corazón de todos los hombres como ya ha llegado a nosotros.

Jn. 14, 27-31. La paz que nos viene de Dios es Jesús, que con su amor y su perdón se acerca a nosotros para comunicarnos la misma vida de Dios. Esa paz Él la ha adquirido para nosotros al precio de su propia sangre; Él ha dado su vida por nosotros de un modo voluntario, pues nadie se la quita, ya que nadie tiene poder sobre Él. Recordemos que hemos sido rescatados al precio de la sangre de Cristo, el Cordero inmaculado, para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Si Dios nos ha amado tanto llenémonos de gozo en Él, pues a pesar de nuestros pecados, Él no nos ha abandonado sino que se ha manifestado como un Padre lleno de misericordia para con todos. Alegrémonos y démosle gracias a Dios porque Cristo, a través de su muerte en cruz, su máxima expresión de amor por nosotros, vuelve al Padre para interceder por nosotros y para enviarnos el Don del Espíritu Santo, para que no sólo llamemos Padre a Dios, sino para que lo tengamos en verdad por Padre nuestro.

Jesús, por medio de su Palabra y de su Eucaristía, está entre nosotros como nuestra Paz definitiva. Por Él nuestros pecados han sido perdonados. Ya no somos extraños ni advenedizos. Somos los hijos de Dios que, sentados a su mesa, se alimentan del Pan de vida. Dios ha querido unir su vida a la nuestra; Él se ha convertido en el centro de nuestro amor; Él es nuestro apoyo, nuestro refugio, nuestra defensa. ¿Tendremos otros motivos para decir que no tenemos aún la paz con nosotros? Tratemos, por tanto, de no perder esa paz que nos viene de la seguridad de la presencia de Dios en nosotros. Dejémonos amar por Aquel que no sólo entregó su vida por nosotros, sino que quiere hacer su morada en nosotros para que, unidos a Él, seamos un signo de su presencia amorosa y salvadora en el mundo. Que esta Eucaristía lleve a su plenitud la unión entre Dios y nosotros.

Unidos a Cristo debemos ser constructores de paz en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida. Jesús nos dio la paz definitiva no porque simple y sencillamente haya pronunciado palabras de paz, o porque nos la haya deseado. La paz que Él nos ofrece nace de su amor hasta el extremo, muriendo por nosotros, para el perdón de nuestros pecados, y viniendo a habitar en nosotros y a caminar con nosotros todos los días de nuestra vida. Por eso podemos decir, junto con el Salmista: teniendo a Dios con nosotros nuestro corazón no vacila. Quien quiera dar la paz a los demás debe construirla a través de la entrega de la propia vida, para que los demás tengan una existencia cada vez más digna, para que se sepan comprendidos y apoyados, para que se sepan perdonados e impulsados hacia una vida nueva, para que sientan que alguien los apoya y respalda en el camino del bien, fortaleciendo su fe y levantando su esperanza. Por eso debemos cumplir con aquel mandato de Cristo: Hijitos, ámense los unos a los otros, como yo los he amado a ustedes. Vivamos así nuestra fe y nuestra unión a Cristo no como algo que disfrutamos personalmente, sino como algo que nos pone al servicio del bien y de la paz de nuestro prójimo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber trabajar constantemente a favor del Evangelio haciendo que, desde una vida entregada y consagrada a Dios, busquemos siempre el bien de todos y seamos auténticos constructores de paz en el mundo. Amén.

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23. ARCHIMADRID 2004

SI QUIERES LA PAZ ....

Comienzan las Primeras Comuniones y ya estamos con celebraciones de la Santa Misa en las que se llena el templo y no contesta casi nadie aunque hablen mucho. A veces se consiguen momentos de silencio e incluso parece que la mayoría está pendiente de lo que sucede en el altar (excepto los de la cámara de video que parecen japoneses en viaje turístico). Durante el rezo del padrenuestro se ven caras de muchos que llegan por fin a “algo conocido” e intentan recordar la oración que aprendieron de pequeños. Pero ¡Ay!, se acerca la fatídica frase: “Daos fraternalmente la paz” y, como en la política internacional, para dar la paz se arma la guerra. Todos se ponen a hablar, se saludan como si hiciese años que no se veían (y llevan cuarenta minutos codo con codo), se mueven de sus asientos, saludan a los niños a gritos y mientras les retuercen la boca como los morros de un gorrino y dejan plantados dos marcas de carmín en la mejilla de la pobre criatura, le dicen a gritos: “Si parece un ángel, preciosísima.” Volver a conseguir la paz no es fácil, y que se retome la atención para contemplar el Cuerpo de Cristo partido por nosotros cuesta, en ocasiones, unos cuantos minutos.
“La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy yo como la da el mundo.” A veces cuando llegamos a un lugar apartado, tranquilo, lejano del “mundanal ruido” decimos: “qué paz”, pero los cristianos –habitualmente-, tenemos que buscar la paz en medio del bullicio de cada día, de las preocupaciones laborales, familiares, personales. “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde” conlleva esa serenidad del corazón, ese transmitir paz en medio del caos, ese llenar de diálogo silencioso con Dios en medio de la algarabía del mundo, y eso yo lo descubro en Juan Pablo II y en algunas otras personas (desgraciadamente pocas) que traslucen paz interior, la paz de Dios, a pesar de las circunstancias externas.
La paz y el valor caminan de la mano. La paz no es fruto del consenso o del no querer molestar. Hoy escuchamos cómo a San Pablo le quieren quitar la paz a pedradas pero “él se levantó y volvió a la ciudad” a continuar predicando a Jesucristo. La paz de corazón, la paz fruto del Espíritu Santo, no lleva a apartarnos de los problemas, del “Príncipe de este mundo” sino a tener la convicción de que, acompañado por Cristo en mi vida, “él no tiene poder sobre mí” y por lo tanto se hace lo que Dios quiere aunque el ambiente o las circunstancias sean contrarias y desfavorables.
Pedir la paz para el mundo y para los corazones es una tarea urgente. Transmitir la paz no es dar gritos en la Iglesia cuando llega ese momento de la liturgia, ni abrazos desmesurados en la Misa, es colocar a Cristo en el centro de tu vida, de la vida de los otros y en el centro de la historia del mundo, consiguiendo que el corazón “no tiemble ni se acobarde.”
Santa María, Reina de la paz, consíguenos ser “instrumentos de paz” en el mundo y a nuestro alrededor.


24. Fray Nelson Martes 26 de Abril de 2005
Temas de las lecturas: Contaban a la comunidad cristiana lo que había hecho Dios por medio de ellos * Les doy mi paz.

1. “Tenemos que pasar muchos sufrimientos...”
1.1 Los tonos triunfales del tiempo de Pascua no pueden cegarnos ante los dolores que nos visitarán o atropellarán por el sólo hecho de que pertenecemos a Cristo. Una vez dijo Santa Teresa de Jesús, que pasaba por unas tribulaciones espantosas: “Razón es que tengas tan pocos amigos, Señor, si así tratas a los que tienes”.

1.2 No deja de ser un gran interrogante por qué hay dolores, incluso espantosos, dispuestos a acosar a los pregoneros y testigos de la gran victoria de Cristo. Uno tiene que preguntarse por qué odiaban tanto a Pablo, hasta el extremo de apedrearlo y arrastrarlo dándolo por muerto. Eso es sencillamente salvaje. Pero hay cosas que podemos decir.

1.3 Apedrear era la forma típica de exterminar a alguien, sacándolo de la comunidad de creyentes. Era la pena que estaba prevista en la Ley antigua para los que caían en idolatría o predicaban rebelión contra Yahvé. Apedreando a Pablo, aquellos hombres enceguecidos estaban diciendo que él era un traidor de la fe de los patriarcas y profetas. Cosa que tiene su dejo de ironía, porque en el capítulo 7 de los Hechos de los Apóstoles vemos que Pablo aprueba que apedreen a Esteban , el primer mártir de la Iglesia, precisamente por la misma causa por la que ahora es apedreado Pablo.

1.4 Y así se cumple lo que dijo Dios a Ananías, aquel cristiano que fue enviado por Dios a sanar de su ceguera a Pablo, cuando la conversión en Damasco: “Yo le mostraré lo mucho que tiene que sufrir por mi causa...> (Hch 9,16). Apedreado, vemos a Pablo padecer hoy el mismo castigo extremo que quiso para Esteban, aunque en la ocasión presente el desenlace no ha sido la muerte de Pablo, sino una resolución suya, aún mayor, de predicar el Evangelio que no puede ser sepultado con piedras.

2. La paz que el mundo no puede dar
2.1 Hablando de sufrimientos, vienen aquí a lugar las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Les dejo la paz, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar. No se inquieten ni tengan miedo.”.

2.2 ¿Por qué el mundo no puede darnos esa paz? ¿Qué clase de paz es la que da o promete el mundo?

2.3 Paz mundana era lo que querían aquellos de los que fue escrito esto: “Los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el sanedrín, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.” (Jn 11,47-48). Es una paz que huye del conflicto por el conflicto, sin darse cuenta que quien no quiera pelear contra nada tampoco dará guerra a sus conveniencias, vanidades, orgullos y bajas pasiones. Esa paz mentirosa es una paz cobarde, y es la que Jesús ni da ni promete.

2.4 De otra parte, notemos que Cristo en el evangelio de hoy da una razón para su propio sufrimiento, razón que podemos extender a nuestras propias vidas: “Se acerca el príncipe de este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mí, tiene que ser así para que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo la misión que me encomendó”. El dolor causado a los cristianos tiene su causa última en la envidia y el odio de Satanás, pero ese mismo dolor, cuando es padecido en espíritu de obediencia y de amor, es testimonio sublime de amor al Padre.