VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS

1ª: Hch 13, 16. 26-33 

2ª: Jn 14, 1-6  (Ver Jn 14, 1-12 = PASCUA 05A)


1.

Continuamos hoy la lectura de la Homilía hecha por san Pablo en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia.

-Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros adoráis a Dios...

Al principio y en la primera época del ministerio de Pablo, éste se dirige a los judíos y a los que «temen a Dios».

Más tarde, a causa de sus rechazos y de sus persecuciones, se verá obligado a abandonar esa táctica y se dirigirá directa y prioritariamente a los gentiles.

Esto me hace pensar, Señor, en la responsabilidad de los cristianos practicantes: ellos, por la fuerza de las cosas, aparecen exteriormente como los representantes, de hecho, de la Iglesia... porque se reúnen y escuchan regularmente la Palabra de Dios... es pues a ellos a quienes se pide cuentas. «A vosotros, que leéis la Palabra de Dios, os preguntamos: ¿en qué se distingue vuestra vida de la nuestra? ¿Cambia el sentido de vuestros compromisos?

-Los habitantes de Jerusalén desconocieron a Jesús, así como no entendieron las palabras de los Profetas que se leen todos los sábados.

Efectivamente, no se han sentido responsables porque no «escucharon de veras» la Palabra de Dios. ¡No basta con oír, leer los textos, ni con haber estado presente materialmente, ni con haber «asistido» a misa! Se puede ser «practicante»... y, a la vez, «desconocer» a Jesús. Se puede estar presente cada «sábado», haber cumplido la obligación, no haber faltado nunca a misa, y fallar en lo esencial. Lo esencial es «conocer» a Jesús, es «dejarse conducir» por El.

Te ruego, Señor, por todos los practicantes, que te escuchen "verdaderamente" en la liturgia y en su vida cotidiana.

-Pidieron a Pilato que le hiciera morir... Luego lo pusieron en el sepulcro... Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días se apareció a los que habían subido con El desde Galilea a Jerusalén y que ahora son sus testigos ante el pueblo.

He ahí una especie de Credo resumido. Una serie de «hechos» históricos. El cristianismo no es una ideología, sino un movimiento histórico y geográfico: eso sucedió en tal época y en tal ciudad... eso continúa hoy y aquí. De Jerusalén a Antioquía de Pisidia. Desde unos testigos de la primera hora -"galileos"-, hasta nosotros, a finales del siglo XX. El mismo credo recibido, repetido, vivido. ¡Ayúdanos, Señor, a ser fieles, a ser testigos, a ser uno de los eslabones de la transmisión de la fe!

-También nosotros os anunciamos la buena nueva: «La Promesa hecha a nuestros padres, Dios la ha cumplido en favor nuestro... ha resucitado a Jesús.

Jesús es la culminación de la Biblia, la terminación del proyecto de Dios que leían esos judíos fieles, cada sábado en sus sinagogas. Jesús es el hombre perfecto según Dios: «el hombre-que-resucita»... «el hombre-que-no-ve-la corrupción» ...«el Hombre-Dios»... «el hombre-que-vive-en-la-gloria-de-la-vida-eterna»... «el resucitado»...

¡Es la buena nueva!

¿Qué haré HOY, para vivir esa buena nueva? ¿Cómo repercute la resurrección en mi vida? Concédeme, Señor, que tenga el aspecto de alguien que tiene que comunicar "una buena nueva". «¡Dios ha actuado en favor nuestro!» «¡Ha cumplido sus promesas!» «¡Ha resucitado a Jesús!» Señor, transfórmanos en alegres mensajeros.

Que cada practicante salga de misa con deseos de comunicar todas esas maravillas.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 218 s.)


 

2.

-Antes de pasar de este mundo al Padre, Jesús decía. "No se turbe vuestro corazón..."

Los apóstoles están inquietos. ¿Dónde va? No olvidemos la atmósfera trágica de esta última tarde, jueves santo, víspera de su muerte.

Toda la humanidad, toda la amistad de Jesús en estas palabras de consuelo.

Nuestro Dios no es indiferente ni frío, sino un Dios sensible a nuestros sufrimientos.

-Creéis en Dios, creed también en mí.

La paz profunda que supera toda turbación viene de la Fe.

Jesús pide un acto de Fe en su persona, idéntico al que puede hacerse respecto a Dios: llamada a una Fe sin reserva, total... ¡que aporta la paz! ¡Señor, dame esta fe, esta paz!

-En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar.

Jesús "vuelve a casa" el primero... va a ver de nuevo al Padre.

Así ve Jesús su muerte. La alegría de la vuelta a casa para encontrar a alguien a quien se ama y del quien se sabe amado.

"Voy al Padre". Jesús debe ser el primero en ir al cielo. Pero hace una gran promesa: ¡nos prepara un lugar! ¡Gracias, Señor! ¡Prepáralo bien! ¡Guárdalo bien! El mío y el de todos los que amo, y el de todos los hombres...

-Cuando Yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo.

Son palabras de ternura.

"Os tomaré conmigo..." "Volveré..." Promesa de que no estaremos separados de Jesús.

Es un lenguaje muy sencillo, casi ingenuo: "la casa del Padre", "preparar un lugar", "tomar junto a sí '...

-Allí donde Yo estoy, estaréis también vosotros.

Jesús nos hace participar de su vida divina.

Tal es el objetivo de mi vida. Es hacia donde va la humanidad.

Estar con Dios, estar donde está Jesús. Se comprende que haya dicho: "No se turbe vuestro corazón".

-Para ir donde Yo voy, vosotros conocéis el camino.

¡Cristo, el que abre los caminos! ¡El que va delante! El que ha roto el círculo infernal de la finitud humana, de la mortalidad y del pecado, El que ha abierto "la salida". Sin Cristo la humanidad está encerrada en sus límites; pero he aquí que se abre una esperanza. No seremos siempre egoístas, injustos, duros, impuros, débiles... la humanidad no será siempre opresora, racista, violenta, agresiva, no estará dividida...

Hay un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe.

-Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí.

Esta es la "buena nueva": la historia tiene un sentido, el hombre tiene un sentido, todo hombre está destinado a vivir cerca del Padre... "¡en tu Reino, donde esté nuestro lugar, con toda la creación entera por fin liberada del pecado y de la muerte. Glorificarte por Cristo Jesús!"

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 222 s.


3.

En la casa de mi Padre hay muchas estancias

Estamos en pleno discurso de la última cena. Después de lavar los pies a los discípulos,

Jesús ha anunciado su muerte, con la traici6n de Judas y las negaciones de Pedro.

Estos anuncios han creado un clima de tristeza, y Jesús responde a este clima invitando a la confianza y comenzando a anunciar el futuro de vida que su muerte comporta.

El motivo de la confianza es que Jesús ha venido al mundo no como una aventura personal sino para asociar con él a sus discípulos. Todo el evangelio de Juan está lleno de referencias a esta unión de Jesús con los suyos. Una unión que se realiza ahora, cotidianamente, por el Espíritu, pero que tendrá una plenitud cuando Jesús "volverá", en la parusía.

La pregunta de Tomás muestra, no obstante, la proverbial incomprensión de los discípulos respecto a todo lo que Jesús les ha ido enseñando. Jesús ha explicado muchas veces que va hacia la plenitud de la vida del Padre y que el camino que conduce a esta plenitud es su entrega por amor hasta la muerte: los discípulos tendrían que saber ya que ellos también deben seguir este camino, pero aún no lo han comprendido, y por eso preguntan.

En su respuesta Jesús se presenta a sí mismo como camino: el que se una a él y haga como él, irá al Padre. Pero añade aún un nuevo paso: él es la verdad, es decir, la auténtica realización humana, porque manifiesta y hace lo que Dios es y quiere; y es la vida, es decir, la plenitud del ser hombre, la culminación plena de todo, la superación de todo mal y de la misma muerte. En él, pues, está todo lo que es el Padre; él, pues, es la única manera de llegar al Padre.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994/14


4.

1. Hechos 13, 26-33

a) En la segunda parte de su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia Pablo afronta ya directamente el problema: a ese Jesús, a quien Dios ha enviado como el Mesías esperado, el pueblo judío no le ha sabido reconocer. Más aún, las autoridades de Jerusalén le han llevado a la muerte. Pero Dios le resucitó.

Pablo se atreve, por tanto, a anunciar gozosa y claramente: «os anunciamos que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús». Y lee como referidas a Jesús las palabras que el salmo 2 pone en labios de Yahvé: «tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy».

Por eso cantamos este salmo como meditación responsorial después de la lectura.

b) Deberíamos seguir el ejemplo de Pablo en nuestra tarea evangelizadora: con la oportuna pedagogía y captación del interés de sus oyentes, pero sin tardar mucho, él anuncia directamente a Jesús como el Salvador, el Hijo de Dios, el que da sentido a la vida.

A veces nosotros damos rodeos, tal vez por miedo a que el hombre o el joven de hoy no acepten el mensaje más profundo que tenemos para él. Es bueno que nos adaptemos a los oyentes, como hacía Pablo según se tratara de judíos o de paganos. Es bueno que respetemos la preparación y el trasfondo cultural que cada persona tiene, como hacía él con la historia de Israel y sus personajes, y también con los presupuestos culturales y religiosos de sus oyentes paganos.

Pero evangelizar significa en definitiva anunciar a Cristo Jesús. Si estamos convencidos nosotros mismos de que en él se encuentra la plenitud de todo, no deberíamos tener miedo de proclamarlo, con nuestras palabras y nuestras obras, a todos aquellos en los que influimos en nuestra vida. En el evangelio de hoy Jesús se nos presenta como el único camino que lleva a la vida. Ante un mundo desconcertado y perdido, en busca de ideologías y mesías y felicidad, Jesús es la respuesta de Dios.

2. Juan 14,1-6

a) En el discurso de la Ultima Cena, Jesús anima a los suyos pensando ya en lo que pasará después de la Pascua. Se está presintiendo la despedida: ¿qué será de los discípulos después de la marcha de Jesús?

Ante todo les invita a que no tengan miedo: «no perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí». El se va, pero eso les conviene: va a prepararles el camino. Ellos también están destinados a ir a donde va él, a «las muchas estancias que hay en la casa del Padre».

Esta vez la autorevelación de Jesús, que tan polifacética aparece en el evangelio -estas semanas le hemos oído decir que es el pan, la puerta, el pastor, la luz-, se hace con el símil tan dinámico y expresivo del camino. Ante la interpelación de Tomás, «no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?», Jesús llega, como siempre, a la manifestación del «yo soy»: «yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie va al Padre, sino por mí».

Al igual que había dicho que él es la puerta, por la que hay que entrar, ahora dice que es el camino, por el que hay que saber seguir para llegar al Padre y a la vida. Además, las categorías de la verdad y de la vida completan la presentación de la persona de Jesús.

b) En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino. Una metáfora hermosa y llena de fuerza, que ahora se repite mucho en los cantos con los que cantamos la marcha de la comunidad cristiana («camina, pueblo de Dios», «somos un pueblo que camina»...). Cristo como camino es a la vez compromiso -porque tenemos que seguir tras él- y tranquilidad -«no perdáis la calma»- porque no vamos sin rumbo: él nos señala el camino, él es el camino.

Nosotros somos personas que hace tiempo hemos optado por seguirle a él en nuestra vida. No sólo por haber sido bautizados, sino porque conscientemente una y otra vez hemos reafirmado nuestra fe y nuestro seguimiento de él. Pero el símil del camino nos puede ayudar a preguntarnos: ¿de veras seguimos con fidelidad rectilínea el camino central, que es Jesús? ¿o a veces nos gusta probar otros caminos y atajos que nos pueden parecer más atractivos a corto plazo, más fáciles y agradables?

La meditación de hoy debe ser claramente cristocéntrica. Al «yo soy» de Jesús le debe responder nuestra fe y nuestra opción siempre renovada y sin equívocos. Conscientes de que fuera de él no hay verdad ni vida, porque él es el único camino. Eso, que podría quedarse en palabras muy solemnes, debería notarse en los mil pequeños detalles de cada día, porque intentamos continuamente seguir su estilo de vida en nuestro trato con los demás, en nuestra vivencia de la historia, en nuestra manera de juzgar los acontecimientos. Cristo es el que va delante de nosotros. Seguir sus huellas es seguir su camino.

La Eucaristía es nuestro «alimento para el camino»: eso es lo que significa la palabra «viático», que solemos aplicar a los moribundos, pero los que de veras necesitamos fuerzas para seguir caminando somos nosotros. Celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Cristo y recibiendo su Cuerpo y su Sangre, supone que durante la jornada caminamos gozosamente tras él, dejando que nos «enseñe sus caminos».

«Haz que vivamos siempre de ti y en ti encontremos la felicidad eterna» (oración)

«No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí» (evangelio)

«Yo soy el camino y la verdad y la vida» (evangelio)

«Oh Dios, no ceses de proteger con amor a los que has salvado» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 94-97


5.

Primera lectura : Hechos 13, 26-33 Tú eres mi hijo; yo te eh engendrado hoy

Salmo responsorial : 2, 6-7.8-9.10-11 Tú eres mi hijo: Yo te he engendrado hoy.

Evangelio : Juan 14, 1-6 Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.

Palabras de consuelo y esperanza de Jesús a sus discípulos, después de anunciarles su partida: "No se angustien... crean en Dios y crean también en mí". Son a la vez una promesa y una enseñanza; son promesa porque Jesús anuncia que si se va, volverá después de que su sacrificio redima al ser humano. Además, se va a prepararles un lugar en la casa de su Padre ya que a quienes creen en él los quiere tener siempre consigo. La fe en Jesús, por ser cercanía de Dios, dignifica al ser humano.

El camino de la cruz es un camino que Jesús debe recorrer solo. Los discípulos ahora no lo pueden acompañar. Ya les llegará la hora de afrontar su propio camino. Sin embargo, Jesús es la mediación sin la cual no se llega al Padre; él es el camino, la verdad y la vida, es decir, lo es todo. Es la revelación plena de Dios, "Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre".

La realidad de Nuestra América hoy es dura y desesperanzadora en esta hora histórica. No vemos claro nuestro camino, pese a que hemos sido evangelizados por el cristianismo y nos profesamos seguidores de Jesús... Nos invaden proyectos económicos que de hecho arrasan la vida en todas sus formas y para colmo se extiende el individualismo, de forma que se desarticulan los trabajos comunitarios y las redes sociales. Crece la dependencia y la marginación. Pareciera que no hubiera una salida clara. No vemos el camino ni el rostro de Dios en nuestros pueblos. La pregunta que aflora a nuestros labios es "¿cómo vamos a saber el camino?" (v. 5b). Es aquí donde toma fuerza la promesa de Jesús: "No se angustien... Crean en Dios y crean también en mí". Para mantener la esperanza, hay que recurrir a los proyectos que garantizan la vida del pueblo: su organización. Jesús camina por aquí, dado que él está donde la vida, que es solidaridad e igualdad, se hace presente.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6.

Viernes 30 de abril de 1999 Hch 13, 26-33: Testigos ante el pueblo Sal 2, 6-11 Jn 14, 1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida

Pablo hace enormes esfuerzos por ajustar la figura de Jesús a las expectativas mesiánicas de los judíos de la diáspora. Algunos de ellos llegan a aceptar la proclama de Pablo y Bernabé. Pero, en cuanto la buena noticia se comunica a los "impuros" extranjeros, los judíos rechazan el testimonio de Pablo y Bernabé.

Estos han de pasar muchos trabajos antes de comprender que el Espíritu los conduce hacia los gentiles y no hacia su propio pueblo. Tendrán que padecer sufrimientos y llegar hasta las lágrimas para comprender esta verdad.

Jesús es el camino que conduce al Padre. Pero, no se trata de una autopista que ya está terminada. Jesús es camino en la medida en que nosotros optamos por caminar por él y le permitimos que oriente nuestros pasos.

Este camino no es un vía trillada y aburrida. Por el contrario, el Evangelio mismo nos muestra cuán difícil es seguirle el paso y aceptar que su sendero pasa irremediablemente por la cruz. Por esto muchas veces preferimos los caminos seguros, aunque por dentro anhelemos la incierta ruta del Espíritu.

El seguimiento de Jesús se nos plantea como un desafío para la vida cristiana. Durante muchos años hemos tenido en mente el modelo de la imitación. Hoy, el Señor nos llama a que le sigamos. Nuestro derrotero es el de la comunidad apostólica: mujeres y hombres que encontraron en Jesús un camino para el encuentro con Dios a través del hermano pobre y marginado.

Jesús fue un hombre itinerante. No se dejó atar a ritualismos estériles ni a leyes farragosas. Su Espíritu se elevó más allá de la muerte y se incrustó en nuestra historia como testimonio permanente de una vida en proceso de transformación. Esta manera de ver y vivir la vida cristiana nos lleva a aventurarnos más allá de los caminos trillados, de las autopistas conocidas, para arriesgarnos en el estrecho y escarpado sendero de la vida cristiana. El verdadero discípulo de Jesús sabe que "se hace camino al andar".

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7. CLARETIANOS 2003

Llegamos al quinto “Yo soy” de esta semana. ¿Cuántas veces nos hemos detenido en los mil matices que esconden las palabras camino, verdad y vida? Hoy os sugiero acercarnos a ellas desde la oración. La que os propongo fue escrita hace varios años por un hermano de mi comunidad:

Señor Jesús,
queremos seguirte
como los primeros apóstoles
a quienes llamaste
'para que estuvieran contigo'.

Tú eres el camino hacia el Padre,
por eso no podremos extraviarnos
si te seguimos.
Tú eres luz, guía segura,
señal de pista hacia la meta;
sólo tú das sentido a nuestro vivir.

Tú eres la verdad de Dios,
eres nuestra raíz y nuestro cimiento,
la roca firme, la piedra angular,
el monte que no tiembla,
el 'Amén', el Sí total, continuo y gozoso
a la voluntad del Padre.

Tú eres la vida de Dios,
por eso nos animas
y nos salvas de todas las muertes
que amenazan con destruirnos.
Tú nos acompañarás
cuando atravesemos la frontera.
También entonces -entonces sobre todo-
serás nuestro alimento,
nuestro viático para el camino,
continuarás llamándonos y nosotros te seguiremos:
emprenderemos contigo nuestro último viaje.

Tú, Señor,
nos conduces, nos iluminas y nos salvas.
Nosotros creemos en ti
y no somos menos privilegiados
que tus primeros discípulos:
aunque te has ocultado a nuestra vista
has puesto ojos en nuestro corazón
y has reservado para nosotros una bienaventuranza:
'Dichosos aquellos que sin ver
creerán en mí'.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


8. 2002

COMENTARIO 1

vv. 1-4: 1No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4y para ir adonde yo voy , ya sabéis el camino.

5Tomás le dijo:

-Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos sa­ber el camino?

6Respondió Jesús:

-Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí.


vv. 1-4: 1No estéis intranquilos; mantened vuestra adhesión a Dios manteniéndola a mí. 2En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. Voy a prepararos sitio. 3Cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo estaréis también vosotros. 4y para ir adonde yo voy, ya sabéis el camino.

Jesús tranquiliza a los discípulos, inquietos por su marcha. La adhesión a Dios se hace en la persona de Jesús y se instaura, de este modo, la nueva rela­ción de la nueva comunidad con el Padre y con Jesús: los discípulos serán miembros de la familia del Padre. Jesús va a prepararles sitio; él es el Hijo, pero los que lo siguen serán también hijos, hermanos de Jesús (20,17).

Con la frase Donde estoy yo (cf. 7,34.36; 12,26; 17,24) Jesús se sitúa en la esfera de Dios y del Espíritu. En ese ámbito nos acogerá, gracias al nuevo nacimiento (3,6s).

El camino hacia el Padre (v. 4) es la práctica del amor leal.

vv. 5-7: 5Tomás le dijo: -Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos sa­ber el camino? 6Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí.

Para Tomás (cf. 11,16), la muerte no es un tránsito, sino un final; aun después de la resurrección le costará comprender (20,24 ss.). El camino (v. 6) supone una meta; la verdad, un contenido, que es la vida (1,4). Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede conocerse y for­mularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único ca­mino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse.

Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe; esta nueva vida experimentada y consciente es la verdad.

El camino, la asimilación progresiva a Jesús, da un carácter dinámico de crecimiento a su vida y verdad. El Padre no está materialmente lejano, el acercamiento a él es el de la semejanza.


COMENTARIO 2

Hoy el libro de los Hechos nos presenta a Pablo predicando en la sinagoga de Antioquía de Pisidia. Esta Antioquía es distinta de Antioquía la grande, la capital de Siria en aquella época, de donde vienen los apóstoles Pablo y Bernabé. Juan Marcos los ha abandonado después de la evangelización de la isla de Chipre. La ciudad se encontraba casi en el centro de la península de Anatolia, en lo que hoy es Turquía. No era ni tan grande ni tan importante como su homónima, pero desde allí se podían alcanzar muchas otras ciudades y regiones de esas provincias de Anatolia.

Oímos a Pablo predicando en la sinagoga. Era el sitio habitual de reunión de los judíos en cualquier lugar en el que se encontrasen. Tenían las reuniones principalmente los sábados, y en ellas leían la Ley (la Toráh, nuestro Pentateuco) y los demás libros de sus escrituras, oraban y mantenían viva su fe, sus tradiciones y su identidad como pueblo. Para que la reunión sinagogal fuera posible tenían que asistir por lo menos 10 varones mayores de edad (12-13 años). Las mujeres asistían a las asambleas pero no participaban activamente en ellas. Todavía hoy en día los judíos asisten a sus sinagogas en todos los lugares del mundo por donde se encuentran, podemos decir que es esa institución la que les ha permitido superar tantas dificultades y persecuciones como han tenido que sufrir a lo largo de los siglos. También Jesús, según relatan los evangelios, predicó muchas veces en las sinagogas de las aldeas de Galilea, incluso en alguna de ellas liberó a un poseso del demonio que lo atormentaba.

Pues bien, Pablo y sus compañeros de misión, al llegar a una ciudad lo primero que hacen es predicar a los judíos en su sinagoga, si es que la hay en el lugar. Solo después de que los judíos han escuchado el mensaje y algunos han creído, pero la mayoría lo han rechazado, es cuando los apóstoles se dirigen a los paganos. El libro de los Hechos nos presentará siempre, a partir de ahora, esta especie de método misionero.

La predicación de Pablo comienza con una síntesis de la historia de la salvación en Hch 13, 16-25, que la liturgia ha omitido, concentrándose en la parte final de su discurso: la afirmación rotunda de que la salvación obrada por Dios en Jesucristo muerto y resucitado está destinada en primer lugar a los judíos. Y la invitación perentoria a abrazar la fe. Vuelven a resonar, en las palabras de Pablo, los elementos del “kerygma”, del núcleo esencial de la fe cristiana: los acontecimientos centrales de la vida de Jesucristo, su muerte, sepultura y resurrección, con la mención también de las apariciones del resucitado, que aquí no se especifican. El autor de Hechos había recogido, seguramente, tradiciones muy firmes sobre la predicación de los apóstoles, sobre las cuales él creó un poco artificiosamente estos discursos que pone en boca de sus personajes. Decimos esto como respuesta a quien pueda preguntase por la forma como se conservó el recuerdo de tales predicaciones, en una época que no conocía todavía los actuales medios de grabación, y en un medio que probablemente no podía permitirse el recurso a estenógrafos profesionales.

Para nuestra edificación debemos destacar el ardor misionero de los apóstoles que no merma a pesar de las largas distancias que tienen que recorrer, ni de las hostilidades que, como veremos, enfrentaron a lo largo de sus correrías. San Pablo nos enseña, además, que es Jesucristo el centro de la fe cristiana: su muerte y su resurrección son el fundamento de nuestra fe. Muerte que fue por nosotros, para perdonar nuestros pecados. Resurrección que corroboró su enseñanza y reveló a los discípulos su gloria de Hijo de Dios.

Los capítulos 13 al 17 constituyen en el evangelio de San Juan lo que se suele llamar “Discursos de despedida”. El evangelista ha puesto en boca de Jesús una serie de discursos que semejan su testamento, así como en el AT los patriarcas y los grandes personajes al morir se despedían de su familia, haciéndole recomendaciones y anunciándole aquellas cosas que Dios les concedía conocer anticipadamente (por ejemplo Jacob: Gn 49, 1-28; José: 50, 24-25; Moisés: Dt 33, aunque todo el libro puede considerarse como sus testamento; David: 1Re 2, 1-9; etc.), así Jesús se despide de sus discípulos, los prepara para enfrentar su ausencia, les revela el sentido de lo que le va a sobrevenir: la muerte ignominiosa de la cruz. También les anuncia su glorificación ya próxima y la venida del Espíritu Santo. No faltan las recomendaciones e incluso el mandamiento: el de amarse los unos a los otros. Las lecturas del evangelio de san Juan que hacemos a partir de hoy, corresponden a esta sección de su obra.

En el pasaje que hoy hemos escuchado, los primeros versículos del capítulo 14, Jesús promete a sus discípulos que, a pesar de la separación que se avecina, estarán definitivamente juntos con su maestro. Por eso deben permanecer firmes en la fe en Dios y en la fe en Cristo, sin que les tiemble el corazón. La imagen de la casa paterna donde se reúnen los hijos les es presentada por Jesús como imagen de esa vida de entrañable unión que les promete. Una casa paterna con muchas moradas, donde hay sitio holgado para todos. El camino que conduce a esta casa ya les es conocido a los discípulos, a pesar de la desconcertada pregunta de Tomás. El camino es Jesús y Dios Padre nos ha querido mostrar ese camino, nos ha puesto en él, para que lleguemos más seguramente a su regazo amoroso.

Aquí podríamos evocar la canción de los muchachos exploradores: “no es más que un hasta luego, no es más que un triste adiós, muy pronto junto al fuego nos reunirá el Señor”. Jesús consuela a sus discípulos por su próxima ausencia que, según las medidas de Dios, será una breve ausencia, e incluso estará colmada por la presencia confortante del Espíritu.

Esas palabras de Jesús también son para nosotros, hoy. También nosotros erramos muchas veces el camino y preguntamos, desconcertados, por dónde se va a la casa paterna. También a nosotros nos parece, a veces, que Jesús esta ausente. Cuando experimentamos las dificultades de ser cristianos, de permanecer fieles al Evangelio. Y a veces experimentamos también la confusión del mundo, de tantas verdades contradictorias y efímeras. Y la muerte es nuestra experiencia cotidiana: la de los pobres y oprimidos, la muerte de tantos seres humanos a causa de la guerra, las muertes absurdas, tempranas, accidentales. Nuestra propia muerte que se nos aparece como la meta ineludible, casi siempre temida e indeseada. Las palabras de Jesús deben sernos luz y esperanza: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


9. DOMINICOS 2003

Alegría del que sabe por donde anda

La antífona de entrada, en la misa hoy, da el tono a nuestra celebración ofreciéndonos el siguiente texto del Apocalipsis:

“Señor, con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios”.

Los creyentes en Cristo, Hijo de Dios encarnado, llevamos el sello de la sangre del Cordero. Somos suyos. Fuimos redimidos y se nos concedió nuevamente el gozo en la amistad con Dios.

Y en conformidad con ese don que nos vincula a Cristo, como hijos de Dios y hermanos suyos, nuestra condición de comunidad de creyentes es la de un pueblo de reyes y sacerdotes que viven, celebran y prolongan la acción salvadora y glorificadora del Hijo de Dios hecho hombre.

Quien asume conscientemente esa realidad espiritual hace de todo su ser y vida algo sagrado y ofrecido a Dios, en gratitud, con Cristo, gozoso con el don y dignidad que se le otorga.

Y, como la vivencia profunda de esa realidad es la que nos mantiene en la fe, esperanza y amor, la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, en la liturgia, es el fogón sagrado que enciende la llama y nos lleva ardientemente a la búsqueda de la identificación con Cristo camino, verdad y vida.

Nosotros no podemos decir con el poeta: Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Hemos tenido la dicha de que un Amigo  nos abrió el sendero, lo regó con su sangre, lo valló con amor, palabra y sacramentos,  lo sombreó con su providencia protectora.

Agradezcámoslo con voz de plegaria:

Te damos gracias, Señor y Padre nuestro, porque en Cristo Jesús y en su mensaje nos has iluminado el origen de nuestra existencia, que es el amor creador; nos han insinuado por la inteligencia y el corazón cuál debe ser la meta de nuestras aspiraciones; y, olvidando nuestras infidelidades, nos enviaste a tu Hijo para que nos mostrara el camino áspero y dulce de salvación. Te damos gracias. Amén.

 

Palabra de gracia y Resurrección

Hechos de los apóstoles 13, 26-33:

“Pablo continuó hablando en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, y dijo a sus oyentes Hermanos, descendientes de Abrahán, y vosotros,  todos los que teméis a Dios, escuchadme: A vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación.

En su día, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada por lo que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar...

Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Y luego, durante muchos días se apareció a los que le habían acompañado de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo...”

Pablo en este texto nos declara varias cosas: todos somos elegidos para recibir el mensaje salvífico de Cristo; algunos, al escucharlo, no lo entendieron y crucificaron al mensajero; pero Dios, su Padre, lo resucitó, y de ello somos testigos. Por eso hablamos desde la fe en él.

Evangelio según san Juan 14, 1-6:

“Un día, hablando Jesús con sus discípulos, les dijo: No perdáis la calma: creed en Dios y creed también mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y yo me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y  os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y a donde yo voy, ya sabéis el camino.

Tomás le dice: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?. Jesús la respondió: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

Quien cree en Jesús sabe adónde va, al Padre, a Dios, a la vida eterna, pasando por este mundo efímero. Y el modo de hacer el viaje es apropiarse la peregrinación de Jesús, haciendo el bien, cumpliendo toda justicia, sobrellevando las adversidades y derramándose en caridad.

 

Momento de reflexión

Vivamos y peregrinemos con Cristo.  

Nuestra vida es amor, acción, compromiso, peregrinación, como la de Pablo. Él, según relatan los Hechos, se dirige desde Pafos a Panfilia y luego a Frigia, y allí continúa interviniendo en la sinagoga.

Nadie le iguala en su celo evangelizador. No se cansa de repetir el mismo mensaje esencial: en Jesús se ha cumplido el mesianismo y en él tenemos todos la salvación. Rechazarlo es volver las espaldas a Dios.

Nuestro vivir es vivir en Cristo y con Cristo, es actuar al resplandor de su verdad, es compartir el viaje con los demás en fidelidad, colaboración, oración, sacrificio, paz....

Pero eso sólo puede darse con la fuerza del Espíritu.  

¿De dónde saca Pablo energía suficiente para tan prodigioso servicio evangélico?  La respuesta la tenemos en el texto del evangelio de hoy: en el encuentro, posesión y entrega plena a Cristo. No hay otra fuente de alimentación.

Jesús se lo diría muchas veces a sus discípulos y, sobre todo, a sus apóstoles: toda peregrinación es dura; pero, a pesar de la grandeza de la misión que asumís, y de vuestra debilidad, si creéis de verdad en mí, “no tengáis miedo ni perdáis la calma”; mi Padre y Yo y el Espíritu estamos con vosotros.

Esa es la palanca que mueve todas las acciones y mantiene en pie la misión, a pesar de las debilidades: la fe inquebrantable en Cristo, pase lo que pase, y a pesar de los aparentes fracasos. Siempre con él y en él.

Tomás lo aprendió, por nosotros, de labios del Maestro: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Para vosotros, yo lo soy todo; mi mensaje es la luz que alumbra el horizonte, y con ella os basta. No busquéis ‘razones’. Creed.         

      Señor, haz que vivamos tu Verdad, Vida y Camino, y todo lo entenderemos.


10. ACI DIGITAL 2003

1. Despídese el Señor en los cuatro capítulos siguientes, dirigiendo a los suyos discursos que reflejan los íntimos latidos de su divino Corazón. Estos discursos forman la cumbre del Evangelio de S. Juan y sin duda de toda la divina Revelación hecha a los Doce. Creed en Dios: Recuérdese que Jesús les dijo que su fe no era ni siquiera como un grano de mostaza (Luc. 17, 6 y nota). Es muy de notar también esta clara distinción de Personas que enseña aquí Jesús, entre El y su Padre. No son ambos una sola Persona a la cual haya que dirigirse vagamente, bajo un nombre genérico, sino dos Personas distintas con cada una de las cuales tenemos una relación propia de fe y de amor (cf. I Juan 1, 3), la cual ha de expresarse también en la oración.

2. Tened confianza en Dios que como Padre vuestro tiene reservadas las habitaciones del cielo para todos los que aprovechan la Sangre de Cristo. En el Sermón de la Montaña (Mat. cap. 5 ss.), Jesús ha recordado que el hombre no está solo, sino que tiene un Dueño que lo creó, en cuyas manos está, y que le impone como ley la práctica de la misericordia, sin la cual no podrá recibir a su vez la misericordia que ese Dueño le ofrece como único medio para salvarse del estado de perdición en que nació como hijo de Adán, quien entregó su descendencia a Satanás cuando eligió a éste en lugar de Dios (Sab. 2, 24). Ahora, en el Sermón de la Cena, Jesús nos descubre la Sabiduría, enseñándonos que en el conocimiento de su Padre está el secreto del amor que es condición indispensable para el cumplimiento de aquella Ley de nuestro Dueño. Pues Él, por los méritos de su Hijo y Enviado, nos da su propio Espíritu (Luc. 11, 13 y nota: "Si pues vosotros, aunque malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre dará desde el cielo el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!". Dará el Espíritu Santo: Admirable revelación, que contiene todo el secreto de la vida espiritual. La diferencia entre nuestra actitud frente a Dios, y la que tenemos frente a todo legislador y juez, consiste en que a este último, o le obedecemos directamente, o incurrimos en el castigo, el cual no se perdona aunque nos arrepintamos. Con Dios, en cambio, no sólo sabemos que perdona al que se arrepiente de corazón, sino que podemos también decirle esta cosa asombrosa: "Padre, no soy capaz de cumplir tu Ley, porque soy malo, pero dame Tú mismo el buen espíritu, tu propio Espíritu, que Jesús nos prometió en tu nombre, y entonces no sólo te obedeceré, sino que el hacerlo me será fácil y alegre". Tal oración, propia de la fe viva y de la infancia espiritual, es la que más glorifica al divino Padre, porque le da ocasión de desplegar misericordia; y su eficacia es infalible, pues que se funda en la promesa hecha aquí por Jesús.) que nos lleva a amarlo cuando descubrimos que ese Dueño, cuya autoridad inevitable podía parecernos odiosa, es nuestro Padre que nos ama infinitamente y nos ha dado a su Hijo para que por El nos hagamos hijos divinos también nosotros, con igual herencia que el Unigénito (Ef. 1, 5; II Pedr. 1, 4). De ahí que Jesús empiece aquí con esa estupenda revelación de que no quiere guardarse para El solo la casa de su Padre, donde hasta ahora ha sido el Príncipe único. Y no sólo nos hace saber que hay allí muchas moradas, o sea un lugar también para nosotros (v. 2), sino que añade que El mismo nos lo va a preparar, porque tiene gusto en que nuestro destino de redimidos sea el mismo que el Suyo de Redentor (v. 3).

3. Os tomaré junto a Mi: Literalmente: os recibiré a Mí mismo (así la Vulgata). Expresión sin duda no usual, como que tampoco es cosa ordinaria, sino única, lo que el Señor nos revela aquí. Más que tomarnos consigo, nos tomará a El, porque entonces se realizará el sumo prodigio que S. Pablo llama misterio oculto desde todos los siglos (Ef. 3, 9; Col. 1, 26): el prodigio por el cual nosotros, verdaderos miembros de Cristo, seremos asumidos por El que es la Cabeza, para formar el Cuerpo de Cristo total. Será, pues, más que tomarnos junto a El: será exactamente incorporarnos a El mismo, o sea el cumplimiento visible y definitivo de esa divinización nuestra como verdaderos hijos de Dios en Cristo (véase Ef. 1, 5).

Es también el misterio de la segunda venida de Cristo, que San Pablo nos aclara en I Tes. 4, 13 - 17 y en que los primeros cristianos fundaban su esperanza en medio de las persecuciones (cf. Heb. 10, 25 ). De ahí la aguda observación de un autor moderno: "A primera vista, la diferencia más notable entre los primeros cristianos y nosotros es que, mientras nosotros nos preparamos para la muerte, ellos se preparaban para el encuentro con N. Señor en su Segundo Advenimiento".

4. Sabéis el camino: El camino soy Yo mismo (v. 6), no sólo en cuanto señalé la Ley de caridad que conduce al cielo, sino también en cuanto los méritos míos, aplicados a vosotros como en el caso de Jacob (véase Gén. 27, 19) os atraerán del Padre las mismas bendiciones que tengo Yo, el Primogénito (Rom. 8, 29).

6. El Padre es la meta. Jesús es el camino de verdad y de vida para llegar hasta Él. Como se expresó en la condenación del quietismo, la pura contemplación del Padre es imposible si se prescinde de la revelación de Cristo y de su mediación.

En el v. 7 no hay un reproche como en la Vulgata (si me conocierais...) sino un consuelo: si me conocéis llegaréis también al Padre indefectiblemente. Vemos así que la devoción ha de ser al Padre por medio de Jesús, es decir, contemplando a ambos como Personas claramente caracterizadas y distintas (Concilio III de Cartago, can. 23). Querer abarcar de un solo ensamble a la Trinidad sería imposible para nuestra mente, pues la tomaría como una abstracción que nuestro corazón no podría amar como ama al Padre y al Hijo Jesús, con los cuales ha de ser, dice S. Juan, nuestra sociedad (I Juan 1, 3). La Trinidad no es ninguna cosa distinta de las Personas que la forman. Lo que hemos de contemplar en ella es el amor infinito que el Padre y el Hijo se tienen recíprocamente en la Unidad del Espíritu Santo. Y así es cómo adoramos también a la Persona de este divino Espíritu que es el amor que une a Padre e Hijo. El Espíritu Santo es el espíritu común del Padre y del Hijo, y propio de cada uno de Ambos, porque todo el espíritu del Padre es de amor al Hijo y todo el espíritu del Hijo es de amor al Padre. Del primero, amor paternal, beneficiamos nosotros al unirnos a Cristo. Del segundo, amor filial, participamos igualmente adhiriéndonos a Jesús para amar al padre como El y junto con El y mediante El y a causa de El, y dentro de El, pues Ambos son inseparables, como vemos en los vv. 9 ss.


11.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10)

Colecta (tomada del Misal Gótico): «Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna».

Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».

Comunión: «Cristo Nuestro Señor Jesús fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra santificación. Aleluya» (Rom 4,25).

Postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección».

Hechos 13,26-33: Dios ha cumplido la promesa resucitando a Jesús. San Pablo evoca en Antioquía de Pisidia, la condena a muerte de Jesús en Jerusalén y la subsiguiente resurrección de la que fueron testigos los Apóstoles. Así se han cumplido las promesas hechas por Dios y las profecías. El plan salvífico se lleva a cabo mediante el cumplimiento de las Escrituras. Constantemente se están cumpliendo en nosotros el plan salvífico de Dios, sobre todo con la celebración eucarística. De este modo hemos de ser continuadores de los Apóstoles en la proclamación de este mensaje de salvación.

San Juan Crisóstomo llama a las Sagradas Escrituras «cartas enviadas por Dios a los hombres» (Homilía sobre el Génesis, 2).

San Jerónimo exhortaba a un amigo suyo con esta recomendación:

«Lea con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, nunca abandones la lectura sagrada» (Carta 52).

 La Iglesia lee  en la celebración de la Eucaristía las Escrituras Sagradas tanto del Antiguo cuanto del Nuevo Testamento. Allí encontramos las promesas, las profecías y su realización en Cristo Jesús, como Él mismo lo dijo a sus discípulos y luego estos lo tuvieron presente en la proclamación del mensaje salvífico.

–El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica. Es un Salmo mesiánico. La Iglesia lo ha referido a Cristo. En Él se cumplen las promesas de Dios y las profecías, sobre todo con su resurrección. Con este sentido lo cantamos nosotros: «Yo mismo he establecido a mi rey, en Sión, mi monte santo. Voy a proclamar el decreto del Señor. Él me ha dicho: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo: Te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza”. Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra. Servid al Señor con temor».

Juan 14,1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Mientras Jesús está ausente, los discípulos han de defenderse de la turbación y afirmar su fe en Dios y en Él mismo, puesto que llegará un día en que volverá el Señor a colocarlos junto a Sí en la vida bienaventurada. Cuando Jesús responde a Tomás, se da a conocer como Camino, Verdad y Vida. Comenta San Agustín:

«Si lo amas, vete detrás de Él. Lo amo, contestas, ¿por qué camino seguirlo? Si el Señor Dios tuyo te hubiera dicho: “Yo soy la Verdad y la Vida”, tu deseo de la Verdad y tu amor a la Vida te llevarían ciertamente a la búsqueda del camino que te pudiera conducir a ellas y te dirías a ti mismo: “Magnífica cosa es la Verdad y magnífica cosa es la Vida, si existiera el camino de llegar a ellas mi alma”. ¿Buscas el camino? Oye lo primero que te dice: “Yo soy el Camino”... Dice primero por dónde has de ir y luego adónde has de ir. En el Señor del Padre está la Verdad y la Vida; vestido de nuestra carne es el Camino» (Tratado 34,9 sobre el Evangelio de San Juan).


12. DOMINICOS 2004

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida

La antífona de entrada, en la misa, ofreciéndonos un texto del Apocalipsis, da el tono a la celebración litúrgica de este día cuando dice: “con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda raza, tribu, lengua, pueblo y nación y has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios”. Eso somos en verdad los redimidos por Cristo: un pueblo de reyes y sacerdotes que viven, celebran y prolongan la acción salvadora y glorificadora del Hijo de Dios hecho hombre.

Quien asume conscientemente esa realidad espiritual hace de todo su ser y vida algo sagrado y ofrecido a Dios, en gratitud, con Cristo. Procuremos que la vivencia profunda de esas verdades –por medio de la participación hambrienta en su mesa de la Palabra y de la Eucaristía- sea un fogón sagrado que mantenga o encienda la llama de la espiritualidad que busca identificar al cristiano con Cristo maestro, verdad y vida.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 13, 26-33: .
“Pablo continuó hablando en la sinagoga de Antioquía de Pisidia: hermanos, descendientes de Abrahán, y todos los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada por lo que mereciera la muerte, pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar...

Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Y luego, durante muchos días se apareció a los que le habían acompañado de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo...”

Evangelio según san Juan 14, 1-6:
“Un día, hablando Jesús con sus discípulos, les dijo:

No perdáis la calma: creed en Dios y creed también mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y yo me voy a prepararos sitio... Después volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros.

A donde yo voy, vosotros ya sabéis el camino.

Tomás le dice: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Y Jesús le responde: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.



Reflexión para este día
En la historia de la Iglesia, nadie iguala al trabajo, celo evangelizador, reflexión teológica y capacidad de sacrificio que demostró san Pablo.

Es un hombre de Dios que nunca se cansa de repetir el mismo mensaje esencial: en Jesús se ha cumplido el mesianismo y en él tenemos todos la salvación. Rechazarlo es volver las espaldas a Dios. Nuestro vivir es vivir en Cristo y con Cristo. Si preguntamos de dónde saca energía suficiente para tan prodigioso servicio evangélico, la respuesta es clara: de la Fuente, que es Cristo. La fe inquebrantable en Cristo es la palanca que mueve todas sus acciones y mantiene en pie la misión, a pesar de las debilidades. Siempre con él y en él.

Pablo ha superado la visión del apóstol Tomás que reconoce no saber adónde va el Señor, tras su resurrección. Goza de la luz que le ilumina intensamente: Cristo es el camino, la verdad y la vida que nos elevan a la gloria. Es decir, para vosotros, los redimidos, Cristo es todo. Su vida en nuestra vida. Su mensaje es nuestra misión. Su horizonte es nuestra eternidad. Con eso nos basta. Y no pensemos demasido en “razonarlo”. Vivámoslo profundamente.


13. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Vamos a identificarnos hoy con las palabras “tú eres mi hijo” como si Dios mismo nos lo dijera a cada uno. ¿No te conmueves antes esta afirmación? Son la raíz y sentido de nuestro ser y existir. Somos obra suya desde el principio al fin de nuestra vida. Podemos llamar a Dios – Padre– porque antes Él nos ha configurado como tales. La iniciativa ha nacido de su Amor entrañable, contando con nuestra pobreza y limitación.

Cada día podemos renovar y actualizar este “te he engendrado hoy”. Para ser conscientes de la vida; para agradecer la riqueza del presente y la de tantos dones cotidianos como recibimos de Él.

Recreemos cada día el sentirnos hijos. Agradezcamos cada detalle que nos haga ser felices. Relativicemos lo que, para nosotros es negativo y doloroso. Tratemos de darlo sentido desde nuestra filiación divina. Además, nuestro Padre nos regala la Creación, “los confines de la Tierra” para que disfrutemos y hagamos fructificar en bien del amor y la fraternidad.

En este texto evangélico se comienza infundiéndonos la confianza plena en Jesús y en el Padre. Los discípulos, igual que nos ocurre hoy a nosotros, no comprenden algunos aspectos dela actuación y las palabras de Jesús y le preguntan continuamente sobre ello y sobre su relación con el Padre. Jesús se presenta como el único camino para llegar al Padre. Sus palabras y obras son el mayor testimonio de esta identificación e íntima unión. Les pide a los discípulos, nos pide a nosotros, la fe y confianza plena en este íntimo entrañamiento y vinculación Padre–Hijo.

Encontramos también en este pasaje una de las frases emblemáticas de Jesús y del sentido de su existencia: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Nos quiere demostrar que si nos abrimos a Él, a través de la fe, se convierte en nuestra senda de autorrealización y plenitud de vida. A medida que nos vamos identificando con Cristo nos concede una luz y gracia cada vez mayor y se nos revela cada vez más plenamente.

En la medida en que le vamos conociendo, se va convirtiendo en nuestro ideal de Vida, en nuestra Verdad. Y viviendo en la Verdad podemos ir respondiendo a la llamada de Dios al amor. Ahí se va forjando nuestra autorrealización. Ésta se va construyendo en la medida que nos abrimos a Jesús y dejamos que sea Él mismo quien viva y ame en nosotros.

Vuestra hermana en la fe,

Mª Luz García (filiacio@teleline.es)


14.

Comentario: Rev. D. Josep Mª Manresa i Lamarca (Les Fonts-Barcelona, España)

«Yo soy el Camino , la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»

Hoy, en este Viernes IV de Pascua, Jesús nos invita a la calma. La serenidad y la alegría fluyen como un río de paz de su Corazón resucitado hasta el nuestro, agitado e inquieto, zarandeado tantas veces por un activismo tan enfebrecido como estéril.

Son los nuestros los tiempos de la agitación, el nerviosismo y el estrés. Tiempos en que el Padre de la mentira ha inficionado las inteligencias de los hombres haciéndoles llamar al bien mal y al mal bien, dando luz por oscuridad y oscuridad por luz, sembrando en sus almas la duda y el escepticismo que agostan en ellas todo brote de esperanza en un horizonte de plenitud que el mundo con sus halagos no sabe ni puede dar.

Los frutos de tan diabólica empresa o actividad son evidentes: enseñoreado el “sinsentido” y la pérdida de la trascendencia de tantos hombres y mujeres, no sólo han olvidado, sino que han extraviado el camino, porque antes olvidaron el Camino. Guerras, violencias de todo género, cerrazón y egoísmo ante la vida (anticoncepción, aborto, eutanasia...), familias rotas, juventud “desnortada”, y un largo etcétera, constituyen la gran mentira sobre la que se asienta buena parte del triste andamiaje de la sociedad del tan cacareado “progreso”.

En medio de todo, Jesús, el Príncipe de la Paz, repite a los hombres de buena voluntad con su infinita mansedumbre: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). A la derecha del Padre, Él acaricia como un sueño ilusionado de su misericordia el momento de tenernos junto a Él, «para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). No podemos excusarnos como Tomás. Nosotros sí sabemos el camino. Nosotros, por pura gracia, sí conocemos el sendero que conduce al Padre, en cuya casa hay muchas estancias. En el cielo nos espera un lugar, que quedará para siempre vacío si nosotros no lo ocupamos. Acerquémonos, pues, sin temor, con ilimitada confianza a Aquél que es el único Camino, la irrenunciable Verdad y la Vida en plenitud.


15. 2004. Comentarios “Misal-Meditación”,

1ª Lectura
He 13,26-33
26 Hermanos, hijos de la estirpe de Abrahán, y los que sois fieles a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación. 27 Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; 28 y sin haber encontrado ninguna causa de muerte, le condenaron y pidieron a Pilato que lo matase. 29 Y así que cumplieron lo que acerca de él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron. 30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos; 31 él se apareció durante muchos días a los que habían ido con él de Galilea a Jerusalén, y que ahora son sus testigos ante el pueblo. 32 Nosotros os anunciamos la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres 33 Dios la ha cumplido en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.

Salmo Responsorial
Sal 2,6-7
6 «Ya tengo yo a mi rey entronizado sobre Sión, mi monte santo». 7 Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: «Tú eres mi hijo, yo mismo te he engendrado hoy.

Sal 2,8-9
8 Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. 9 Los destrozarás con un cetro de hierro, los triturarás como a vasos de alfarero».

Sal 2,10-11
10 Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; dejaos corregir, oh jueces de la tierra. 11 Servid al Señor con reverencia, postraos temblorosos ante él,

Evangelio
Jn 14,1-6
1 «No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio. 3 Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; 4 ya sabéis el camino para ir adonde yo voy». 5 Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». 6 Jesús le dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.

* * *

Una mala noche

San Juan 14, 1-6

Jesús les dijo: «No os inquietéis. Creéis en Dios, creed crean también en mí. En la casa de mi Padre hay lugar para todos; si no fuera así, ya os lo habría dicho; ahora voy a prepararos ese lugar. Una vez me haya ido y les haya preparado el lugar, regresaré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo. Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy». Tomás le dijo: «Pero, Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?» Jesús le respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí».

Lectura
En la Última Cena, los discípulos están tristes. No saben qué va a pasar esa noche, pero intuyen que será importante y definitivo. Cristo lo sabe, y en medio de su dolor, les da una gran noticia; va a preparar sus lugares en el cielo, en la casa de su Padre. Les alienta a la esperanza, y les recuerda que Él, su maestro, su amigo y compañero, es el camino para llegar a su morada final.

Meditación:
Santa Teresa de Ávila decía que esta vida es como una mala noche en una mala posada. La vida es muy bonita, disfrutamos de toda su riqueza y belleza; pero es verdad, a veces nos sentimos presionados, cansados, saturados como en un túnel donde no vemos la salida. O como una noche de pesadillas que nunca termina.

Jesús nos dice a cada uno: no pierdas la calma. Cree en Dios. Cree en mi. Yo estoy cerca de ti, dentro de ti, en tu corazón. Cierra los ojos, entra dentro de tu alma, toma mi mano, yo estoy contigo. Y Jesucristo se convierte en el buen compañero que nos acompaña mientras salimos del túnel. Que está junto a nosotros defendiéndonos del miedo en las noches de pesadilla.

Y El nos consuela: en la casa de mi Padre hay muchas estancias. Te voy a preparar un sitio, tú sitio. Y volveré y te llevaré conmigo para que donde estoy yo también estés tú conmigo. Pero Jesús no espera a que te vayas al cielo para introducirte en esta estancia con El. Jesús te lleva ya ahora, te invita ya ahora en esta vida a que le encuentres a El en esta estancia que es para ti. Y está dentro de tu corazón. Como decía San Agustín, «yo te buscaba fuera pero Tú estabas dentro de mi». Y si vives dentro de esa habitación tuya con Jesús, siempre sabrás orientarte en la vida. Jesús dentro de ti es el Camino, la Verdad y la Vida. Basta dedicarse con ilusión y sencillez a conocerle, a amarle y a imitarle.

Oración
Señor, permíteme ver tu rostro, tengo sed de ti. Quiero vivir contigo siempre. No permitas que me aleje de ti. Aumenta mi sed de ti.

Actuar:
Dejaré un momento del día para hablar de corazón a corazón contigo Señor. Para estar contigo, acompañarte.


Meditaciones publicadas por cortesía del “Misal-Meditación”, publicación mensual española que contiene la liturgia de la misa de cada día y una meditación sobre la misma.


16.

Jesús nos prepara una morada

Fuente: Catholic.net
Autor: José Fernández de Mesa

Reflexión

Este discurso es un “adiós, pero estaré con vosotros”. Para nosotros, dos mil años después, no es fácil captar el drama que la partida de Jesús significó para sus discípulos. Ellos habían dejado todo: casa, familia, amigos, posesiones, ... Y ahora, justamente en el momento de mayor peligro, cuando buscaban matar al maestro, Él dice que debe partir.

¿Qué harían sin Él? ¿Cómo continuarían la bella experiencia que habían hecho a su lado? Era un momento difícil. Jesús, que siempre sabe lo que hay en nuestros corazones, se anticipa a las preguntas. Les dice: “No se turbe vuestro corazón”.

Con este mensaje podemos permanecer tranquilos sabiendo que vivimos en Cristo si estamos unidos a Él a través de los sacramentos. Sin embargo, si tratamos de buscar la felicidad fuera de Él, nos arriesgamos a perdernos, porque “ninguno viene al Padre si no es por medio de Mí”. La oración bien hecha, la misa bien vivida, la meditación en la Palabra de Dios, la confesión, la caridad fraterna vivida con magnanimidad, ... son los medios para vivir la amistad con Cristo, para vivir en el amor de Cristo: amor que es más fuerte que la muerte.


17.

Reflexión

Ciertamente para los apóstoles y para los discípulos podría haber habido confusión en cuanto a dónde se dirigía Jesús, pero para nosotros esto es ahora claro pues después de la resurrección sabemos que él ha ido al Padre, es decir al cielo y es precisamente ahí en donde nos ha preparado una habitación. Sin embargo la pregunta de Tomás es todavía actual en algunos de nosotros: “¿Cual es le camino para llegar a dónde de tú vas?” Jesús nos responde de nuevo: “Yo soy ese camino”. El camino para llegar al cielo es una vida vivida en Jesús, con Jesús, de acuerdo a Jesús, para Jesús, desde Jesús. San Pablo lo resume en: Es vivir en Cristo, de manera que ya no soy yo sino que es Cristo quien vive en mi. Es un proceso de despojarse del hombre viejo, del hombre que quiere vivir en sí mismo, para sí mismo y desde su propio egoísmo. El camino es revestirnos de Jesús, buscar como lo dice Pablo: “Tener las mismas actitudes de él, que siendo Dios se rebajó hasta hacerse semejante a nosotros”. Pedro, en su carta nos invita a “seguir las huellas de nuestro Pastor”. Si verdaderamente queremos llegar un día a habitar el lugar preparado por Jesús para cada uno de nosotros… ya sabemos cual es el camino.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


18. 2004

LECTURAS: HECH 13, 26-33; SAL 2; JN 14, 1-6

Hech. 13, 26-33. Lo que pareció ser la derrota más estrepitosa sufrida por Jesús, se convirtió en su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte. Sólo Dios sabe sus caminos, muy lejanos a los nuestros. Quien en el Padre nuestro no sólo recita, sino acepta conscientemente hacer la voluntad de Dios, debe saber leer los diversos acontecimientos de su propia vida desde el corazón de Dios y no desde las expectativas terrenas nuestras. Dios quiere que su Iglesia sea un verdadero signo de salvación. Pero nadie puede dar a luz sin dolor; nadie puede dar la salvación sin muerte en cruz. El Señor nos quiere entregados en un amor no a medias, sino en su totalidad, como Él se entregó por nosotros. Así anunciaremos el Evangelio no sólo con las palabras, sino como testigos que dan a conocer el amor de Dios, que llega hasta el extremo, con tal de llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial.

Sal. 2. El Señor nos ha unido a Él y nos ha hecho partícipes de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito de Dios. Pero Él nos ha consagrado no para que vivamos sentados y seguros de nosotros mismos. Tenemos que salir y caminar por el mundo en busca de las ovejas descarriadas. Somos signos de Cristo, de Jesús que entrega su vida por nosotros. No tenemos otro camino que podamos seguir. Participar de la dignidad regia de Cristo no nos coloca en un trono para recibir la gloria de los hombros, sino que nos coloca debajo de una cruz que pesa sobre nuestros hombros mientras caminamos tras las huellas del amor de Cristo.

Jn. 14, 1-6. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Mediante el Misterio Pascual de Cristo, el Señor nos ha abierto el acceso a la eternidad junto a Dios. Sólo quien acepta por medio de la fe al Enviado del Padre, para escuchar su Palabra y vivir conforme a ella, vivirá con Dios eternamente. Jesús, Camino, Verdad y Vida, nos une a Él para que, como Él, caminemos en el amor fiel a la voluntad del Padre, y teniéndolo a Él, Verdad eterna, tengamos vida y vida en abundancia. Muchas veces quisiéramos ver directamente a Dios. Que Él nos conceda vivir con Él eternamente algún día. Pero mientras llega ese momento debemos aprender a descubrirlo en las huellas que de Él nos ha dejado en esta vida. Dichosos quienes contemplaron a Dios, lo conocieron y experimentaron su amor por medio de Cristo Jesús. Ahora la humanidad entera debe seguir conociendo y experimentado la presencia amorosa de Dios en el mundo por medio de su Iglesia. Ojalá y seamos ese signo claro y creíble del Señor en la historia, pues a nosotros corresponde continuar siendo camino, verdad y vida para la humanidad, no por nuestro poder, sino por la presencia de Jesús en nosotros, que desde su Iglesia continúa su obra de salvación en el mundo y su historia.

En la Eucaristía el Señor nos comunica su misma vida. Su entrega, celebrada en el Memorial de su Misterio Pascual, nos pone en camino de salvación. Quien une su vida a Cristo y va tras sus huellas bien sabe a dónde va. Y no pensemos en Jesús clavado y muerto en una cruz, como si eso fuese el destino final de quienes creemos en Él. Contemplémoslo sentado a la diestra de Dios Padre. Hacia allá tiende la vida del creyente, aun cuando tenga que padecer, por amor, la muerte, como un paso obligado hacia la resurrección y la vida eterna donde seremos glorificados, junto con Cristo, eternamente. Por eso la participación en la Eucaristía nos lleva a ponernos al servicio de la humanidad entera como pan de vida, que se parte y comparte para que los demás tengan vida. Ese es el servicio que el Señor espera de su Iglesia, que se reúne no sólo para alabarlo, sino para comprometerse con Él en la salvación del mundo entero tras las huellas del amor de Cristo

Jesús, nuestro Camino hacia el Dios de la Verdad y de la Vida, nos quiere como testigos de esa Verdad y de esa Vida. No podemos decir que creemos en Cristo y que hemos hecho nuestra su Vida, y que vamos tras sus huellas en el camino que él nos ha señalado, ni que somos testigos de la Verdad, que es Dios, mientras, tal vez arrodillándonos un poco ante Él, después vivimos destruyéndonos unos y otros. ¿Sabemos hacia dónde vamos? ¿Sabemos hacia dónde nos conduce el camino que vamos siguiendo? ¿Jesús es ese Camino que nos conduce al Padre? La respuesta a estas preguntas es vital, y no con los labios. Son nuestras obras, nuestras actitudes y nuestra vida misma respecto al trato que demos a los demás, respecto a lo que hagamos o dejemos de hacer por ellos, lo que indicará cuál es el camino que seguimos y cuál es el destino final de nuestra existencia. El Señor nos ha preparado un lugar junto a Él en la eternidad. Ojalá y no lo perdamos a causa de obras y actitudes contrarias a su Evangelio.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber vivir nuestra fe totalmente comprometidos en el camino de amor que el Señor nos ha señalado, para que así podamos ayudar a todas las gentes a ir tras las huellas del Señor, tras las que debemos ir nosotros en primer lugar. Amén.

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19. ARCHIMADRID 2004

¿Y SI JESÚS TE LLAMA…?

San Pablo “se ha puesto las pilas”, como vulgarmente se dice, y empieza “a dar caña” sobre la figura de Jesús, recordando a los judíos la verdadera condición del Señor: “Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”. Esta valentía del Apóstol de los gentiles nos demuestra la eficacia del Espíritu Santo cuando aceptamos ser instrumentos de Dios. Confesar la divinidad de Jesucristo en nuestros días no es, precisamente, recitar el “Quijote”. Porque no hablamos de una figura de ficción, o de un personaje brillante de la historia que hizo “cosas”. Estamos poniendo en juego toda nuestra existencia. Es cierto que nos encontramos con multitud de “platos de lentejas”, que nos aseguran no pasar hambre o, incluso, entretenernos para no pensar en cuestiones trascendentes… Pero, ¿eres capaz de vender tu felicidad por algo tan efímero?

El otro día, por ejemplo, me enseñaron una película acerca de un proceso de vocación. Se trataba de un adolescente, que gracias a un partido de fútbol, jugando con otros amigos, conoce a un joven sacerdote que le plantea la llamada al sacerdocio. Nuestro protagonista es un chaval normal: le gusta la bicicleta, la música, el deporte… e incluso tiene novia. Lo interesante del relato es observar que la posible llamada que le hace Dios, en nada va a romper su vida: ideales, proyectos, etc. Todo lo contrario, va a suponer un salto cualitativo en donde se van a despertar horizontes nuevos hasta entonces insospechados. Eso sí, toda llamada de Dios exige su correspondiente renuncia y sacrifico (¿no tienen también que renunciar a cosas el padre de familia que ha de madrugar para ir al trabajo, la madre que tiene al hijo enfermo, o el médico que ha de atender a un paciente?). Dios nunca va a romper su compromiso con nuestra naturaleza: con lo que tenemos y somos, “simplemente” va a perfeccionar el propio estado, de ese hombre o de esa mujer, con las nuevas gracias que recibirá en esa vocación específica que el Señor le pide.

Diego, el protagonista de nuestra película, tendrá que dejar a su novia. Muchos pensarán que se trata de un atropello a su futuro. Pero, veamos las cosas desde Dios: ¿No es la esencia de la felicidad el dar, antes que recibir? La afectividad, que es algo muy humano, encuentra su plenitud cuando son desarrolladas todas las capacidades y cualidades que poseemos. Y éstas, sólo son colmadas con Aquél que las da a raudales. Si, por ejemplo, muchos matrimonios y familias entendieran que el don que han recibido es una vocación de Dios, antes de llegar a una ruptura por causas “afectivas” (“Ya no me quiere”, “lo nuestro se ha enfriado”, “hay alguien que me comprende mejor”…), sería bueno hacer examen para sincerarnos acerca de lo que hemos estado dispuestos a dejar en beneficio de la felicidad del otro, y por amor a Dios. Por supuesto, que siempre habrá excepciones, es decir, situaciones verdaderamente irreconciliables, pero es bueno recordar que son eso: excepciones.

“Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí”. Éste es el tipo de confianzas que nos harán vivir con una serenidad de espíritu excepcional. No me imagino a Nuestra Madre la Virgen con temores por lo que pudieran pensar los enemigos de Dios acerca de su Hijo. Más bien, su identificación con Jesús le haría adquirir sus mismos sentimientos: dar la vida hasta el fin, con entusiasmo y alegría, que es la esencia de la felicidad.

Como anécdota, os diré que la novia de Diego (que al final entraría en el seminario para ser sacerdote), le entregó una cruz de palo para que su vocación se afirmase, y fuera el mejor sacerdote del mundo… ¿No es esto generosidad de la buena?


20. Fray Nelson Viernes 22 de Abril de 2005

Temas de las lecturas: Resucitando a Jesús, Dios ha cumplido la promesa que nos hizo * Yo soy el camino, la verdad y la vida.

1. Obedecer a Dios sin saberlo
1.1 Hoy hemos escuchado en la primera lectura la continuación del discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia. Y lo primero que atrae nuestra atención es la luz con la que este apóstol descubre la acción de Dios a través de las desobediencias humanas. Es inmortal aquella frase: "los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús, y al condenarlo cumplieron las palabras de los profetas". ¡Es algo fantástico!

1.2 Es que a veces uno cree que para que Dios obre es necesario que la gente le obedezca, y eso, por sorprende que pueda parecernos, en cierto sentido no es indispensable.

1.3 Esto no significa que Dios pierda soberanía, o deje de ser Rey de la Creación y Señor de la Historia. Todo lo contrario: significa que, como enseña santo Tomás de Aquino, cuando algo o alguien pretende escapar de su gobierno en un determinado sentido, vuelve o se devuelve a él en otro; por ejemplo: el que huye de su amor es alcanzado por su justicia.

1.4 Esto implica que las desobediencias humanas, aunque nos parezcan "fracasos" del plan divino, no son sino entradas hacia nuevas posibilidades de la infinita sabiduría y del inagotable poder de Dios. En esta línea de pensamiento hay que afirmar que Dios no quiere nuestras desobediencias, pero a través de ellas hace que obedezcamos a un plan que no conocíamos y al que finalmente servimos. Un plan de amor que ciertamente es proporcional al tamaño de su misericordia y de su gracia.

2. Jesús, el Camino
2.1 Podríamos condensar el mensaje del evangelio de hoy con esta frase: para ir adonde va Jesús, hay que ir a través de Jesús.

2.2 La idea de que Jesús iba a "alguna parte", no necesariamente un lugar físico, nos resulta quizá más comprensible que la idea de que nosotros vamos "a través de Jesús", o "por Jesús". Por eso conviene detenernos un poco a meditar qué pueda ser aquello de ir "por Jesús", es decir, de ver en él nuestro "camino".

2.3 Una interpretación reza así: "Jesús es nuestro camino" significa tomar en nuestra vida las opciones que tomó Jesús. Es decir: obrar como él, llevar una vida como la suya, dejarnos mover por un amor como el suyo. Según esto, "camino" equivale aquí a "ejemplo".

2.4 Otra interpretación: "Jesús es nuestro camino" significa que hay que "recorrer" el misterio de Cristo. No darlo nunca por conocido sino tenerlo siempre como alguien por conocer. Según esto, "camino" equivale a "fuente infinita, pregunta inagotable".

2.5 Otra interpretación: "Jesús es nuestro camino" significa que, así como él ha venido a nosotros y se ha hecho "nuestro", ahora nos corresponde a nosotros ir hacia él una y otra vez y hacernos "suyos". Más que hacer cosas distintas a las que hacemos o hacer cosas nuevas, es hacerlas de un modo nuevo.

3. La pregunta de Tomás
3.1 Aquello que pregunta Tomás es de lo más normal para la mayoría de nosotros. Él dice: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?". Resulta normal que escojamos los caminos en razón de las metas, y no lo contrario. En nuestra vida cotidiana actuamos de esa manera: identificamos a dónde queremos llegar y de ahí entendemos o deducimos qué decisiones nos conducen hacia ese punto final.

3.2 Jesús no deja sin respuesta a Tomás, porque finalmente le dice: "Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí", en lo cual entendemos que el término del camino es el Padre.

3.3 Mas aquí acontece algo singular: normalmente cuando uno conoce una bien meta decide apropiadamente sobre los medios para alcanzarla. Tomás pregunta como si pudiera decidir el camino una vez conocida la meta. Para él parece claro que, conocida la meta, se podrá saber del camino. Este esquema no funciona en el caso presente. Es el camino, Jesucristo, quien nos da a conocer la meta, el Padre. No podemos entonces, como en las cosas de esta tierra, adueñarnos de la meta a través de nuestra inteligencia, por ejemplo, para luego utilizar esa misma inteligencia en la búsqueda de tal meta.

3.4 Lo central en todo esto es que nunca poseemos la meta, ni siquiera con nuestra mente. Necesitamos estar "adentro" de Cristo para acceder "desde" Cristo a una meta que es siempre don y nunca jornal, siempre gracia y nunca recompensa, siempre regalo y nunca salario. Tal vez sea este un sentido muy profundo de "Cristo Camino".