MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 8, 1-8 

2ª: Jn 6, 35-40 


1.

-El día de la muerte de Esteban, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén.

Todos, a excepción de los Apóstoles se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.

Esta frase tan sencilla expresa sin embargo el comienzo de la gran «expansión» misionera del evangelio. ¡La ha provocado la persecución! El movimiento está en marcha: el evangelio no queda encerrado en el lugar de su nacimiento, Jerusalén, ni en su medio primitivo, el mundo judío ...¡No! La Iglesia no será una simple prolongación del Judaísmo, con sus estrechas tentaciones nacionalistas... La Iglesia, tal como Jesús la ha querido, llevará el evangelio hasta los «confines de la tierra». El evangelio está destinado a todas las naciones y debe ser proclamado en todas las lenguas: se realizaba ya el simbolismo del milagro de Pentecostés.

Señor, una vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto universal. Que el evangelio sea proclamado. Que no sea «conservado» celosa y exclusivamente por los que creen «poseerlo» en propiedad. Concede a todos los cristianos de todos los tiempos no considerarse jamás como unos poseedores privilegiados... sino como responsables.

En el día del juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio que he «guardado» sin haberlo «difundido».

-Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaría y les predicó a Cristo.

Como los demás, Felipe, otro diácono, -como Esteban- ha huido. Su camino pasa por Samaria. Recordemos que los judíos despreciaban a los Samaritanos, ese pueblo bastardo, mezclado con gentiles y un tanto herético. (Juan 4, 9; 8, 48).

Jesús había roto ya ese estrecho cerco al convertir a una Samaritana. Y les había anunciado: «Los campos blanquean ya para la siega...» eran promesa de cosechas abundantes en el mundo pagano. (Juan 4, 35-40)

La multitud unánime escuchaba con atención las palabras de Felipe.

Efectivamente, Felipe «ha predicado a Jesús» y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación obtiene un gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus propias certezas y apriorismos.

Libéranos, Señor, de nuestros a priori. Que nuestras ideas sobre Dios no nos impidan ver lo que Tú quieres que vayamos descubriendo.

«Las palabras de Felipe». La Palabra de Dios se transmite por palabras de hombres. Yo también he de repetir la Palabra divina a mi manera, con mi temperamento personal, con palabras de mi época y de mi ambiente. El problema del lenguaje es uno de los grandes problemas de la transmisión de la buena nueva. Para decir las cosas eternas, hay que encontrar las palabras de HOY... que correspondan a la cultura de los hombres de HOY.

-¡Y hubo una gran alegría en aquella ciudad!

«La alegría». Signo evangélico. Cuando la Palabra de Dios es anunciada en «palabras de hombres», esto provoca una gran alegría.

¡Ah Señor!, te ruego por tu Iglesia, que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de una fiesta interior... el pueblo de los salvados, el pueblos de los salvadores; ¡que emane de los cristianos y de sus asambleas ese algo que da ganas de llegar a serlo! ¡Que tengan rostros de salvados!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983
.Pág. 202 s.


2.

Desde el principio de su discurso sobre el pan de vida, Cristo se esfuerza en hacer pasar a sus interlocutores del recuerdo de los signos operados por Moisés a la constatación de los que El mismo realiza, y después de estos últimos al misterio de su propia persona y de su misión.

"Ver" al Hijo (v. 40) es reconocer sus relaciones con el Padre, expresadas por su obediencia y su misión (temas del envío y de la voluntad de Dios). Pero es también "venir a El" (v. 37) o "serle dado" (v. 39) como discípulo. Juan imagina dos círculos concéntricos: el del Hijo, discípulo del Padre, y del cristiano, discípulo del Hijo (cf. además Jn 6, 44-46).

Se comprenderá mejor la importancia de este texto si se recuerda la evolución de la enseñanza en las escuelas de los rabinos. Al principio, Dios mismo instruía a los suyos (Is 2, 2-4; 54, 13, citado en Jn 6, 45; Jer 31, 31-34; Sal 50/51, 8, etc.) y los sabios no presentaban a sus discípulos o a sus "hijos" (Prov 1, 8-10) más que la misma luz de Dios. Al contrario, en el tiempo del judaísmo los maestros forman escuela alrededor de interpretaciones particulares de la Ley (alusión en Mt 23, 8-10).

En el principio de su vida pública, Jesús tuvo, posiblemente, la intención de ser rabino y de tener sus propios discípulos (Lc 6, 17). A estos ha impuesto a menudo normas austeras: renuncia a los lazos familiares (Lc 9, 59-62; 14, 33), obligación de llevar su cruz (Lc 14, 17, 9, 23), es decir, de aceptar la eventualidad de la muerte prometida a los revolucionarios mesiánicos y de excluir por ahí todo romanticismo en la adhesión a la persona de Jesús, servicio al Maestro en los detalles de la vida cotidiana (Lc 8, 3; Jn 4, 8), etc.

CR/DISCIPULO: Jesús enlaza al mismo tiempo con la antigua tradición en la que Dios mismo enseña, no siendo los rabinos más que sus enviados y sus portavoces (este Evangelio y Jn 6, 44-45). Elige sus discípulos entre los que reconocen su unión con el Padre y que van a El por la misión que El cumple en el nombre de Dios. Rehúsa a los que le elegirían por simpatía o entusiasmo: es el mismo Dios quien le "da" sus discípulos y hace nacer en ellos la vocación (v. 37; Jn 6, 43-44; 15, 16). San Juan, entonces, considera esencial que el discípulo sepa reconocer los lazos que unen a Cristo con su Padre antes de contraer él mismo relaciones con Jesús. El discípulo no se liga solamente a Jesús por lo que este dice, sino, además y sobre todo, por lo que El es. No "sigue" únicamente a Cristo, como dicen los sinópticos, le "ve" (v. 40).

Después de la desaparición de Cristo, los apóstoles no tuvieron jamás la pretensión de agrupar discípulos a su alrededor.

Ciertamente ellos tienen la misión de "hacer discípulos" (Mt 28, 19), pero para Cristo y para Dios (1 Tes 4, 9). En otros términos: a partir de Jesús, el alumno del rabino es reemplazado por el discípulo dispuesto a vivir una experiencia de contacto personal con Jesús, y los apóstoles deben hacerla posible por el Espíritu y la Palabra (Jn 8, 31; 20, 29). Ahora bien: ¿cuántos ministros de Cristo se preocupan más de defender ante sus "discípulos" ideas e instituciones que de llevarlos a "ver" a Jesucristo? ¿cuántos cristianos pertenecen a la Iglesia en nombre de hechos que Cristo no reconocería como los que hacen sus discípulos?

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 99


3. CRUZ/ARBOL DE LA VIDA

En los orígenes, el hombre quiso probar el árbol de la vida para hacerse como Dios. Y lo que era fuente de vida se convirtió en veneno: en lugar de recibir su alimento por gracia, el hombre quiso producir él mismo su felicidad. El hombre fue arrojado del paraíso, porque quería vivir sobre su propia tierra, la que construiría él sólo.

"¡Al que venga a mí, no lo echaré fuera!". Al escuchar la palabra de Jesús encontramos la tierra de nuestros orígenes. Jesús llama para recibir la gracia y el perdón, y nosotros somos reintroducidos en el jardín para gustar del fruto del árbol. El lo atrae todo a sí: plantada en el corazón del mundo, su cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo hombre puede encontrar su nacimiento. "Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio".

No hay derechos reservados a la salvación, y la huella del Espíritu no es una marca registrada. La gracia no es un coto ni una reserva protegida, un paraíso para privilegiados. El árbol de la cruz está plantado fuera de los muros de la ciudad, sobre una colina, porque "muchos pasaban por allí", y el nombre que salva está escrito en griego, en hebreo y en latín, para que cada cual conozca en su propia lengua la maravilla de Dios.

La salvación es universal, pues no hay justos: todos son enfermos y todos están llamados a la curación. Para que el árbol dé fruto en abundancia, el grano tuvo que ser arrojado al surco del Gólgota. La Palabra de gracia sólo podrá germinar sembrada en las lágrimas y en la sangre. La Vida no podrá salir victoriosa sino después de haber estado aprisionada en una tumba. Una violenta persecución estalló contra la Iglesia de Jerusalén; los que se dispersaron fueron a extender por todas partes la Buena Noticia.

"Si el grano no muere, no puede dar fruto" (/Jn/12/24). En cristiano, no hay más que una ley de crecimiento: la de la vida entregada, la de la esperanza que asume el riesgo, la del comenzar de nuevo, una y otra vez, desde la sola confianza en la fidelidad del Espíritu.

El árbol no tiene otra razón de ser que no sea la de dar cobijo a los hombres que buscan la vida. Sólo podrá crecer si hay hombres y mujeres que son fieles hoy a la ley del crecimiento del Reino: si entregan su vida al amor gratuito e incondicionado, por encima de toda coacción y en la libertad del Espíritu.

Dios y Padre nuestro,
no permitas que encerremos tu Palabra
en el reducido ámbito de nuestros hábitos,
de nuestras certezas y de nuestros sectarismos.

Haz que madure en nosotros lo que tú has sembrado:
la libertad del Espíritu,
el entusiasmo del renuevo primaveral
y el gozo de estar salvados.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 160


4.

-Yo soy el pan de vida.

Jamás ningún profeta había pedido creer en su persona como lo hace Jesús. Incluso Moisés, sólo pedía que creyeran en Yavé.

Jesús, en cambio, pretende algo exorbitante y radical: se presenta como la fuente suprema de salvación, en múltiples fórmulas, que evocan el "Yo soy el que soy" del mismo Dios:

Yo soy el Pan de vida (Jn 6, 35; 6, 48-50; 6, 51)

Yo soy la Luz del mundo (Jn 8, 12; 9, 5)

Yo soy la Puerta de las ovejas (Jn 10, 7-9)

Yo soy el Buen Pastor (Jn 10, 11-14)

Yo soy la Resurrección y la Vida (Jn 11 25)

Yo soy la verdadera Viña (Jn 15, 1-5)

"Yo soy el Pan." Fórmula de una fuerza extraordinaria.

Jesús se identifica a sus enseñanzas: su doctrina es pan, El mismo es pan... ¡capaz de mitigar nuestra hambre!

-El que viene a mí ya no tendrá más hambre. Quien cree en mí, jamás tendrá sed.

El paralelismo de las dos frases permite aclarar la una por la otra. El que "viene a Jesús", el que "cree en Jesús" no necesita ir a otra parte para saciarse... ¡ya no tiene más hambre ni sed! Jesús, fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego: la mayoría de nuestras tristezas y de nuestros desequilibrios vienen de no saber apoyarnos realmente sobre la roca de la Palabra substancial del Padre que es Jesús.

"Creer" y "venir a Jesús", son presentados aquí como equivalentes: con ello se pone en evidencia el hecho que la fe es una "actitud vital de adhesión a la persona de Cristo", más que ser el "asentimiento intelectual a una suma de verdades dogmáticas abstractas" -si bien una no excluye a la otra.

-Todos los que el Padre me da vienen a mí, y al que viene a mí Yo no lo echaré fuera.

El Padre quiere verdaderamente "salvar" a los hombres. El es quien toma la iniciativa: ¡"los que el Padre me da"! Pero hay también la parte de "correspondencia" en el hombre: es la Fe, que Jesús traduce por la expresión "Venir a El".

-Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió.

"Venir a Jesús", es imitarle, es reproducir su actitud.

Cumplir la Voluntad de Dios, es un alimento espiritual. Podríamos decir que esto comporta dos exigencias:

--meditar la Palabra de Dios, alimentarse de su pensamiento... Es la oración.

--para poder someterse en los detalles a su Voluntad sobre nosotros... Es la acción.

Minuto tras minuto, algunos quereres divinos están escondidos en nuestras vidas cotidianas. Como para Jesús, el cumplimiento de esta voluntad de Dios es el único camino de la santidad y del gozo total. Corrresponder a Dios por la Fe es ya "estar en comunión" con El.

-Y esta a la voluntad del Padre, que Yo no pierda a ninguno de los que El me ha dado.

Dios quiere que todos los hombres se salven... se ha dicho en otro pasaje. Tal es la buena nueva.

-Pero que Yo les resucite a todos en el último día; pues la voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna.

Contemplo detenidamente esta "voluntad" del Padre... y hago mi oración a partir de esto.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 206 s.


5.

1. a) Empieza la tercera persecución contra los cristianos -de nuevo con la intervención, esta vez más activa, de Saulo-, y la dispersión de parte de la comunidad de Jerusalén, tal vez sus grupos más liberales, los de habla griega. Los apóstoles se quedan.

Parecía que esto iba a ser un golpe mortal para la Iglesia, y no lo fue. La comunidad se hizo más misionera y la fe en Cristo se empezó a extender por Samaría y más lejos: «los prófugos iban difundiendo la Buena Noticia» El día de la Ascensión Jesús les había anunciado que iban a ser sus testigos primero en Jerusalén, luego en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Ahora lo empiezan a realizar.

Uno de los diáconos helénicos, Felipe, es el que asume la evangelización en Samaría, y «la ciudad se llenó de alegría». Aunque no lo leemos hoy sabemos que la predicación de Felipe atrajo a muchos al Bautismo, y entonces los apóstoles Pedro y Juan bajaron de Jerusalén a completar esta iniciación, imponiendo las manos y dando el Espíritu a los bautizados por Felipe.

b) No habría que asustarse demasiado, con visión histórica, por las dificultades y persecuciones que sufre la comunidad cristiana. Siempre las ha experimentado y siempre ha prevalecido.

Para aquella comunidad de Jerusalén, lo que parecía que iba a ser el principio del final, fue la gran ocasión de la expansión del cristianismo. Así ha sucedido cuando en otras ocasiones cruciales de la historia se han visto cerrar las puertas a la Iglesia en alguna dirección: con las invasiones de los pueblos bárbaros y el hundimiento del imperio romano, o con la pérdida de los Estados Pontificios el siglo pasado. Siempre ha habido otras puertas abiertas y el Espíritu del Señor ha ido conduciendo a la Iglesia de modo que nunca faltara el anuncio de la Buena Noticia y la vida de sus comunidades como testimonio ante el mundo.

Si tenemos fe y una convicción que comunicar, la podremos comunicar, si no es de una manera de otra. Como sucedía en la primera comunidad con los apóstoles y demás discípulos: nadie les logró hacer callar. Si una comunidad cristiana está viva, las persecuciones exteriores no hacen sino estimularla a buscar nuevos modos de evangelizar el mundo. Lo peor es si no son los factores externos, sino su pobreza interior la que hace inerte su testimonio.

Lo que a nosotros nos puede parecer catastrófico -los ataques a la Iglesia y sus pastores, la falta de vocaciones, la progresiva secularización de la sociedad, los momentos de tensión- será seguramente ocasión de bien, de purificación, de discernimiento, de renovado empeño de fe y evangelización por parte de la comunidad cristiana, guiada y animada por el Espíritu. Eso sí, también una llamada a la renovación de nuestros métodos de evangelización. Dios escribe recto con líneas que a nosotros nos pueden parecer torcidas.

2. a) El «discurso del Pan de la vida» que Jesús dirige a sus oyentes el día siguiente a la multiplicación de los panes, en la sinagoga de Cafarnaúm, entra en su desarrollo decisivo. Esta catequesis de Jesús tiene dos partes muy claras: una que habla de la fe en él, y otra de la Eucaristía. En la primera afirma «yo soy el Pan de vida»: en la segunda dirá «yo daré el Pan de vida». Ambas están íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de catequesis que el evangelista nos ofrece en torno al tema del pan.

Hoy escuchamos la primera. Repetimos la última frase de ayer, el v. 35: «yo soy el pan de vida», que es el inicio de este apartado, que tiene como contenido la fe en Jesús. Se nota en seguida, porque los verbos que emplea son «el que viene a mí», «el que cree en mí», «el que ve al Hijo y cree en él». Se trata de creer en el enviado de Dios. Aquí se llama Pan a Cristo no en un sentido directamente eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta, Dios le envía a su Hijo como el verdadero Pan que le saciará.

Como también se lo envía como la Luz, o como el Pastor. Luego pasará a una perspectiva más claramente eucarística, con los verbos «comer» y «beber».

El efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en él «no pasará hambre», «no se perderá», «lo resucitaré el último día», «tendrá vida eterna».

b) La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la Eucaristía. Somos invitados a creer en él, antes de comerle sacramentalmente.

Ver, venir, creer: para que nuestra Eucaristía sea fructuosa, antes tenemos que entrar en esta dinámica de aceptación de Cristo, de adhesión a su forma de vida Por eso es muy bueno que en cada misa, antes de tomar parte en «la mesa de la Eucaristía», comiendo y bebiendo el Pan y el Vino que Cristo nos ofrece, seamos invitados a recibirle y a comulgar con él en «La mesa de la Palabra», escuchando las lecturas bíblicas y aceptando como criterios de vida los de Dios.

El que nos prepara a «comer» y «beber» con fruto el alimento eucarístico es el mismo Cristo, que se nos da primero como Palabra viviente de Dios, para que «veamos», «vengamos» y «creamos» en él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya «ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras».

La Eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la Eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo. Comer a Cristo. Vivir como Cristo.

«Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado» (oración)

«Aclama al Señor, tierra entera: alegrémonos con Dios» (salmo)

«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre» (evangelio)

«Resucitó el Señor y nos iluminó» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 68-70


6.

Primera lectura : Hechos 8, 1-8 Aquel día se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén

Salmo responsorial : 65, 1-3a.4-5.6-7a Aclama al Señor, tierra entera

Evangelio : San Juan 6, 35-40 Yo soy el pan de vida

En el evangelio de Juan, Jesús es identificado metafóricamente con los bienes que necesita el ser humano: la luz (8,12), la vida (11,25), el camino (14,6)... Aquí se presenta como el pan que da vida», y como aquel que satisface dos necesidades vitales: el hambre y la sed. Pero hay una condición: es necesario acercarse a él y creer en él (v.35).

El público es el mismo que el de la multiplicación de los panes. Y para Juan en los panes hay que ver la entrega eucarística de Jesús. La intención de Jesús es inducir en los presentes una disposición tal que les permita aceptarlo como enviado del Padre. Quiere conmoverlos, a partir de sus necesidades cotidianas, para que en él descubran la bondad y la voluntad de Dios. Ordinariamente el ser humano satisface las necesidades cotidianas aparentemente sin necesidad de acercarse a Dios. Jesús presupone otra necesidad más profunda en la persona humana: la necesidad de solidaridad, de que alguien tenga esa capacidad de entrega que nos haga sentirnos amados, hijos de un Padre y hermanos de otros que se preocupan por nosotros.

Jesús quiere que sus discípulos lleguen a descubrir en su persona esta capacidad de entrega. Y por eso les habla de lo que significa llegar a sentirlo a él como hecho alimento y bebida. Palpar a Jesús al comer el pan es, por lo mismo, algo más que una metáfora: es aprender a entregarse por los demás.

Pero para ello se necesitan dos condiciones: acercarse a él y creer en él. Dos condiciones que hoy más que nunca necesitamos, debido a las circunstancias por las que pasan nuestros países: violencia, narcotráfico, desapariciones, corrupción, desplazamientos obligados por la violencia, migraciones forzadas por la necesidad de sobrevivir, muerte... Hoy más que nunca estamos necesitados de solidaridad. Y la Eucaristía es precisamente esto: comer el cuerpo de Jesús reviviendo su entrega para adquirir la capacidad de repetirla.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

La acción del Espíritu estaba dirigida a llevar el Evangelio a todos los confines de la tierra. Sin embargo, el núcleo apostólico y muchos seguidores se negaban a salir de Jerusalén. La persecución desatada a raíz de la muerte de Esteban obligó a muchos a ponerse en camino hacia otros pueblos y naciones.

Felipe, uno de los siete servidores de la comunidad, anuncia la buena nueva en la región de Samaria. Su mentalidad le permitía superar la antigua enemistad entre judíos y samaritanos. El pueblo de esta región, marginado del culto en Jerusalén, lo escucha con agrado y comprende el significado de los símbolos cristianos: la sanación de enfermos mentales y físicos, la liberación de los excluidos sociales.

En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como el Pan de Vida. La multitud insiste en ver una señal confirmatoria para creer en él como "enviado de Dios". Pero lo único para ver es Jesús mismo.

Jesús no está en plan de hacer demostraciones de su divinidad. Tales señales probatorias sólo constituyen una tentación religiosa que Jesús ha superado al presentarse en la sencillez de su historicidad (Cf. 6, 41-43).

Jesús se presenta como el camino hacia Dios. Acoge a todos lo que optan por él y esta dispuesto a compartirles su propia existencia. Al recibir a Jesús se recibe a Dios. Y con El, el don de la vida permanente. La opción ante Jesús es entre la nueva vida y el antiguo modo de vivir. Quienes opten por Jesús serán resucitados en el momento definitivo.

Nota:

En el pasaje de la "multiplicación de los panes y los peces" Jesús enfrenta la tentación política: "querían convertirlo en rey" (Jn 6, 15), así como la tentación económica: "les aseguro que me buscan no por las señales que han visto, sino porque se han llenado de pan" (Jn 6, 25). En la misma sección enfrenta la tentación religiosa. La multitud de «judíos», como denomina el evangelio a la gente de Palestina, lo siguen por su liderazgo, pero no están dispuestos a verlo como un enviado de Dios y, mucho menos, como "Pan de vida" o sea, como su Palabra (Cf. Is 55, 10-11 y todos los temas proféticos y sapienciales, tales como Am 8, 11; Dt 8, 3; Prov 9, 1-6; Eclo 15; 24, 18.21-22).

Jesús se presenta en su dimensión histórica no como una «divinidad encarnada», sino como un Don del Dios de la vida a la humanidad. Su audiencia no soporta esta pretensión y le recuerda constantemente su origen humilde y conocido : "¿No es éste Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre, ¿cómo dice que ha bajado del cielo?" (Jn 6, 41-45). "Nada hay secreto en la procedencia del hijo de José; todos conocen a sus padres.

Esto reduce al absurdo la pretensión de que Jesús sea el Mesías" (K. Wengst 1988, p. 77). Jesús, en el marco de la controversia, no discute las afirmaciones de sus oyentes. Indica que su relación con el Padre viene dada no por origen davídico ni por secreta elección divina, sino, fundamentalmente, por el testimonio verdadero que él, en su existencia histórica, da a favor del Dios que otorga la vida a la humanidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Ayer, ya al final, adelantábamos en parte el contenido del fragmento de hoy: "no pasará hambre... nunca pasará sed". ¿Quién? ¿Quién verá así colmado su deseo, que me apunto? "El que viene a mí... el que cree en mí". Acabamos de topar con el nuevo movimiento: ir a Jesús. Es una forma de definir la fe. Lo decía también san Agustín, inspirándose quizá en el evangelio de Juan: creer en Dios es credendo in Deum ire. Y comentaba H. de Lubac: la fe es una marcha, un movimiento del alma, un impulso personal, en fin, una adhesión, que no podrían en modo alguno tener su término en una criatura.

Por el mero hecho de existir, vivimos en Dios. No podemos ir lejos de su aliento, ni escapar de su mirada (Sal 139). La fe estribará en consentir al ofrecimiento y llamada que nos hace ese Dios en quien vivimos, en vivir ante Él y hacia Él, en caminar en su presencia y hacia su regazo (cf Jn 1,18). Pero este camino teologal es un camino hacia Cristo. Sí, también de Cristo, el Hijo, podemos decir: En Él vivimos, nos movemos y existimos; en Él tiene todo consistencia, todo ha sido creado en Él. Por la fe, no sólo admitimos la verdad de nuestra existencia en Cristo, sino que aceptamos desde dentro esta verdad y, acto seguido, queremos caminar hacia Cristo, meta de nuestra peregrinación.

K. Rahner tiene una frase luminosa en su Curso fundamental sobre la fe. Dice, más o menos: "nos movemos en la meta hacia la meta". Es verdad: estamos ya en Dios, estamos en Cristo. Lo estamos porque existimos, y lo estamos sobre todo porque creemos. Nos hallamos ya en la meta. Y sin embargo todo nuestro mejor vivir es un movernos hacia esa meta que, a la vez que nos envuelve, polariza más hacia sí el impulso de auto-trascendencia que nos habita. Por la fe consentimos a esa atracción. Por la fe salimos de nosotros mismos como Abraham salió de su tierra y nos vamos llegando a él. Y lo hacemos a cada paso, en cada etapa. Este éxodo reviste muchas formas: acoger al otro, escuchar, romper esquemas de pensamiento y comportamiento que se nos han quedado estrechos, vivir una renuncia por amor, ser instrumentos de la paz del Señor como dicta la glosa Francisco de Asís, amar abnegadamente, orar con perseverancia (también en tiempos de desolación), servir a los "humildes hermanos" de Jesús, empeñarnos en causas justas, hacer la vida posible y hasta gozosa a los demás, afrontar creativamente la situación de unos emigrantes, apadrinar a un niño...

Caminamos así de fe en fe. Es lo mismo que apuntábamos ayer: Jesús es pan para hoy y hambre para mañana; colma y a la vez dilata el deseo.

¡Caminemos a la luz pascual del Señor! ¡Caminemos hacia el Señor!

Vuestro amigo.

Pablo Largo, cmf (pldomizgil@hotmail.com)


9. CLARETIANOS 2003

Hoy aparece con claridad uno de los frutos de la muerte de Esteban. El libro de los Hechos lo narra así: Al ir de un lugar para otro, los prófugos iban difundiendo la buena noticia. Es decir, que “la sangre de mártires siempre es semilla de cristianos”. Uno de estos prófugos es Felipe. Sus acciones evangelizadoras se parecen a las de Jesús: De muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Hace 53 años, tal día como hoy, fue canonizado uno de esos “prófugos” que han hecho del anuncio itinerante del evangelio su razón de vivir. Su nombre: Antonio María Claret. Quiero recordar hoy un testimonio muy poco conocido de su vida. Lo refiere un señor de Barcelona, contemporáneo del Santo:

“Cuando yo estudiaba en la Universidad estuvo una temporadita en Barcelona el P. Claret. Predicaba todos los días en varias iglesias, con grandísima asistencia de fieles. Como todo el mundo hablaba con encomio de aquel famoso predicador, que hacía seis y siete sermones diarios; movidos, parte por devoción, parte por curiosidad, determinamos algunos estudiantes seguir al famoso Misionero a todas partes donde predicase, para cerciorarnos de cuántos sermones hacía y si repetía los mismos sermones. Al salir de la iglesia en donde había predicado el séptimo sermón de aquel día, lo rodearon, como de costumbre, varios sacerdotes y otras muchas personas. Uno de aquellos señores, al besarle el anillo, lo dijo: ‘Usted se mata con tanto predicar. No se explica cómo puede resistir tantas fatigas’. ‘Esto es un misterio que no se comprende’, añadió otro. A lo cual contestó el P. Claret: ‘Enamórense ustedes de Jesucristo y de las almas, y lo comprenderán todo y harán mucho más que yo’”.

Enamorarse de Jesucristo significa encontrar en él la fuente de la vida. ¿Cómo es posible que los creyentes no podamos hacer partícipes de esta experiencia a tantas personas que viven una vida devaluada por la depresión, la ansiedad, la tristeza, la agresividad o la injusticia?

¿Cómo resuenan hoy las palabras de Jesús: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed? Son palabras que he visto escritas en muchos sagrarios. ¡Si pudiéramos verlas escritas en los rostros de los que seguimos al Maestro!

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


10. 2002

COMENTARIO 1

v. 35: Les contestó Jesús: -Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed.

Ahora explica Jesús lo dicho anteriormente usando un lenguaje diverso. El tema de este pasaje es el central en el Evangelio: Jesús es el dador de vida (1,4; 3,14s; 4,14.50; 5,21.25s.40, etc.), que ha bajado del cielo, donde está su origen. Es el Hombre-Dios que está en la esfera divina. La bajada del Espíritu (1,32) hizo de él la presencia del Padre entre los hombres.

vv. 36-40:Pero, como os he dicho, me habéis visto en persona y, sin embargo, no creéis. Todo lo que el Padre me entrega llega hasta mí, y al que se acerca a mí no lo echo fuera, porque no he ba­jado del cielo para realizar un designio mío, sino el desig­nio del que me envió.y éste es el designio del que me envió: que de todo lo que me ha entregado no pierda nada, sino que lo resucite el último día.

Jesús se identifica con el Padre y tiene su mismo designio: comunicar vida al hombre. La expresión neutra "todo lo que" subraya la unidad que forman los que se adhieren a Jesús: no son individuos aislados, sino un cuerpo que no se perderá sino que lo resucitará "el último día". Éste es el día en que termina el mundo antiguo y se inaugura el nuevo, es el día de la muerte de Jesús (cf. 7,37-39). Es entonces, con la entrega del Espíritu (19,30.34), cuando éste concede a los hombres la resurrección, es decir, la vida definitiva que supera la muerte.

Síntesis: la multitud se queda en el materialismo. Quiere tener cu­biertas sus necesidades, pero sin esfuerzo personal. No sé da cuenta del proyecto de Jesús, la creación de una sociedad alternativa compuesta de hombres libres e iguales. En esa sociedad, la abundancia será el fruto de la solidaridad de unos con otros. Pero la multitud prefiere renunciar a su libertad, y con ella a su crecimiento, cediendo el poder al que se preocupe de ase­gurarles el sustento.



COMENTARIO 2

El martirio de Esteban, a quien cabe el glorioso título de “protomártir”, el primer mártir, no es más que el comienzo de una persecución violenta y generalizada contra la naciente comunidad cristiana de Jerusalén. Seguramente que ya no es un pequeñísimo grupo sin importancia, sino que ha crecido mucho hasta hacerse notar y llenar de preocupación a las autoridades. Los cristianos tienen que abandonar la ciudad y se dispersan por Judea y Samaría, las regiones inmediatamente vecinas al perímetro de la capital. Esta onda expansiva seguirá creciendo y creciendo hasta abarcar toda Palestina, todo el Medio Oriente, todo el Mediterráneo oriental, todo el Imperio Romano. El libro de los Hechos nos irá mostrando esta prodigiosa expansión. Antes de pasar a mayores detalles acerca de la persecución, piadosamente se anota el entierro de Esteban por parte de algunos fieles. Para los judíos, y en general para todas las culturas antiguas, y hasta nuestros días, se consideraba una acción caritativa el entierro de los muertos y una desgracia terrible que algún cadáver quedara insepulto o no poder enterrar a los seres queridos.

La piedad de los que sepultaron a Esteban contrasta con la crueldad que se asigna a Saulo, el joven a cuyos pies los que lapidaron a Esteban colocaron sus mantos. Se dice que entraba hasta las casas y arrastraba a la cárcel tanto a los hombres como a las mujeres. Era inusual que las mujeres fueran encarceladas. Pero es que la mujer jugará un papel importante en el libro de los Hechos. Ellas también tendrán que sufrir por la fe y dar testimonio de Cristo.

Así como la sangre de los mártires es semilla de cristianos, según el famoso dicho de Tertuliano, un escritor cristiano del siglo III, así también los cristianos perseguidos se convierten en sus desplazamientos en misioneros y evangelizadores. Se nos presenta a Felipe, otro de los siete servidores (diáconos), junto con Esteban, de la comunidad de Jerusalén. El va a Samaria, la antigua capital del reino del Norte, de Israel, ahora reconstruida por los romanos como una ciudad pagana. Allí predica, seguramente solo a los judíos, y el libro de los Hechos constata el éxito de su predicación, corroborada por exorcismos y sanaciones. La frase final de la lectura es muy significativa. Dice que “la ciudad se llenó de alegría”. Los perseguidos y desplazados provocan alegría por donde pasan, pues anuncian la Buena Noticia por la que son desterrados.

Seguimos escuchando como lectura evangélica el discurso eucarístico, pronunciado por Jesús en Cafarnaúm a propósito del milagro de la multiplicación de los panes. Cristo se declara “pan de vida”, no de la vida biológica normal para la cual tomamos los alimentos ordinarios, sino de la vida en su sentido más profundo: la existencia abierta a la trascendencia, el anhelo de felicidad, justicia, paz y amor verdaderos que alienta en cada ser humano; la vida en la plenitud de sus posibilidades y de su perfecta realización. Lo que el evangelista llama sintéticamente “vida eterna”. De esta vida Jesús se declara alimento y bebida verdaderos.

Dios nos ha destinado a esta vida eterna que Jesús alimenta con su eucaristía. Somos de Cristo por voluntad del Padre y Cristo no nos dejará por fuera. Su misión en la tierra es no perder nada de lo que el Padre le ha dado sino, al contrario, darle vida eterna por la resurrección. En nuestros tiempos la vida de los seres humanos se agota rápidamente. Sea por las múltiples privaciones a las que se ven sometidos la mayoría de los pueblos de la tierra; o por lo pasajeros y deleznables que son los ideales en que los ricos cifran su existencia: bienes de consumo, caprichos sin sentido, placeres momentáneos. En cambio Cristo nos ofrece llevar a la plenitud nuestra existencia abriendo nuestro corazón a la solidaridad, haciéndonos capaces de compartir lo que tenemos, no solo el pan, sino todas las demás cosas buenas de la vida. A la profunda angustia de la existencia que nos puede asaltar cuando experimentamos las contradicciones de la historia: la muerte de los pobres, la vida sin sentido de los ricos; Dios responde mostrándonos su amor de Padre en Jesucristo, donándonos su vida en la eucaristía de Jesús. La vida eterna, la resurrección.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. DOMINICOS 2003

Esteban se ofrenda, Pablo persigue

¡Qué paradojas tiene la vida! Hoy, al leer la Escritura, uno de nosotros, cualquiera, puede sentirse otro Pablo que guarda la ropa manchada de terrorismo, violación, manipulación, tiranía, asesinato, enemiga contra la humanidad. Sí, uno de nosotros, cualquiera, podría sentirse colaborador en el mal, como Pablo guardando la ropa o llevando inocentes a la cárcel.

Y podría sentirse en esa lamentable situación por opción meditada y personal o porque otros le han inducido o le inducen al mal. Obraría por meditada opción personal, si cultivara alevosamente la propia indignidad, desvergüenza, aviesa intención de hacer el mal. ¡Horrible actitud de conciencia! Obraría por inducción, si fuera víctima de engaño, malformación de conciencia, ignorancia manipulada, llegando incluso a pensar que obra bien cuando en realidad la letra mata al espíritu. ¡Terrible drama el de llamar bien al mal, vida a la muerte!

Mucha sangre y muchas lágrimas se han derramado y se derraman en el mundo impíamente, sin sentido humanitario, sin motivaciones limpias, por intereses bastardos de poder, gloria, orgullo, dinero, petróleo, venganza, y se nos presentan sibilinamente como actos de justicia y salvación. Son la sangre y lágrimas de Abel o Esteban, y de innumerables hombres que querían servir a la humanidad y a Dios, pero encontraron en el camino a hermanos inconscientes, manipulados o traicioneros a los que les importaba muy poco la vida o la fama o el honor de los demás

En contra de esa ‘cultura de muerte’, hagamos hoy en nuestra celebración de la Palabra y de la Eucaristía un canto a la cordura, a la sensatez, al respecto del otro, a la no colaboración con el mal, a la defensa de los inocentes. Y hagámoslo mirando a Esteban y a Saulo: a Esteban, discípulo del Señor, que entregaba su vida por amor; y a Saulo que primero guardó la ropa de los asesinos y persiguió a los discípulos del Señor, y después, arrepentido, con visión nueva, rasgó sus propias vestiduras de pecado y se convirtió en discípulo del Crucificado.

 

Hablan Hechos y Palabras

Hechos de los apóstoles 8, 1-8:

“Con motivo de la muerte de Esteban se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria. 

Unos hombres piadosos enterraron a Esteban...Saulo se ensañaba contra la Iglesia...

Los prófugos, al ir de un lugar a otro, iban difundiendo la Buena Noticia de Cristo.

Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. La gente le escuchaba con aprobación...., y de muchos poseídos salían los espíritus inmundos...”

Un relato muy complejo: condena y muerte de Esteban, huida de los cristianos, entierro del mártir, persecución de Pablo, difusión del Evangelio por medio de quienes huían de Jerusalén, acogida del mensaje de Cristo por grupos selectos. Una historia viva, sufrida, con sudor y lágrimas. ¡Así nació el cristianismo!

 

Evangelio según san Juan 6, 35-40:

“Jesús continuó hablando a la gente:

Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.

Tres ideas a resaltar, una en cada párrafo. Primera: quien cree en Cristo, pan de vida, queda saciado, lleno de Cristo, no quiere saber de otro alimento; pero muchos no quieren creer y saciarse. Segunda: Cristo ha venido al mundo para acoger a todos los corazones abiertos a la verdad; y al hablar, enseñar, ofrecer signos, quiere que nadie se pierda. Tercera: la voluntad del Padre es clara; que todos nos salvemos por Cristo.

Momento de reflexión

Sirvámonos de todo para el bien, incluso de la sangre.

La muerte de Esteban, testigo de Cristo, fue un acontecimiento lamentable, pero al mismo tiempo, una oportunidad de expandir el Reino de Dios.

Fue lamentable, porque se originó en la oposición radical del pueblo judío a que se introdujera en su vida –de corte extremadamente tradicional-  el mensaje y doctrina de Jesús de Nazaret, que día a día  ganaba adictos entre las gentes de buena voluntad. La fuerza del Espíritu y de la Resurrección operaban en forma admirable, pero no quisieron captarla.

Fue también oportunidad de gracia, porque con la huída o dispersión de muchos miembros de la naciente comunidad cristiana de Jerusalén, perseguida, se produjo una inesperada expansión del conocimiento y seguimiento de Cristo.

En ese momento histórico, propio de una historia de salvación, cada miembro de la Iglesia fue un apóstol que se dedicó a evangelizar o dar la Buena Noticia de Jesús. En este caso al menos, la sangre derramada se convirtió en semilla de cristianos. Uno de los frutos fue precisamente la conversión de Saulo, obcecado en su persecución al Señor.

Acojamos la voluntad del Padre: que creamos en el Hijo.

Si nos alimentamos en la mesa de Cristo, pan de vida, no tendremos hambre o sed del mundo y sus intereses; la tendremos sólo de Él, y viviremos tan íntimamente unidos a Él que siempre haremos “la voluntad del Padre y la de Cristo”. Pero si nos alimentamos de carne no tendremos apetito de vida en el Espíritu.

El Hijo del Padre vino a nosotros, para ser Luz, Pan, Camino, Verdad y Vida, y nos quiere unidos a Él como sarmientos a la Vid, y que el mundo nos vea así.

Repitamos en oración muchas veces:

¡Padre! Haz que todos los que nos vean aprendan a mirar al Hijo, y, viendo al Hijo, entiendan y amen la grandeza de nuestro Dios, y cumplan sus mandatos como hijos. Amén.


12.PASCUA
Miércoles de la Tercera Semana

I. Después del martirio de San Esteban se originó una persecución contra los cristianos en Jerusalén, lo que dio lugar a que se dispersaran por otras regiones (Hechos 8, 1-8). La Providencia se sirvió de estas circunstancias dolorosas para llevar la semilla de la fe a otros lugares que de otro modo hubieran tardado más en conocer a Cristo. El Señor siempre tiene planes más altos. Los mismos perseguidores, que pretendían ahogar la semilla de la fe recién nacida, fueron la causa indirecta de que muchos conocieran la doctrina de Cristo. No debemos sorprendernos por las dificultades, de un signo u otro; son algo de lo que podemos sacar mucho bien. Debemos entender en lo más íntimo de nuestra alma que el Señor está muy cerca de nosotros para ayudarnos, con más gracias para madurar las virtudes, y para que el apostolado dé su fruto. En esas ocasiones, Dios desea purificarnos como al oro en el crisol, de la misma manera que el fuego lo limpia de su escoria, haciéndolo más auténtico y preciado.

II. Cuando el ambiente se aleja más de Dios, deberemos sentir como una llamada del Señor a manifestar con nuestra palabra y con el ejemplo de nuestra vida que Cristo resucitado está entre nosotros, y que sin Él se desquician el mundo y el hombre. Cuanto mayor sea la oscuridad, mayor es la urgencia de la luz. Deberemos luchar entonces contra corriente, apoyados en una viva oración personal, fortalecidos por la presencia de Jesucristo en el sagrario. La contradicción nos lleva a purificar bien la intención, realizando las cosas por Dios, sin buscar recompensas humanas. No olvidemos que una misma dificultad tiene distinto efecto según las disposiciones según las disposiciones del alma: el bien que hemos de alcanzar es un bien arduo, difícil, que exige de nuestra parte una correspondencia decidida, llena de fortaleza. Y solamente la lograremos muy cerca del Señor.

III. La unión con Dios a través de las adversidades, de cualquier género que sean, es una gracia de Dios que está dispuesto a concedernos siempre, pero como todas las gracias, exige el ejercicio de la propia libertad, nuestra correspondencia, el no desechar los medios que pone a nuestro alcance, de modo singular abrir el alma en la dirección espiritual si en alguna ocasión las Cruz nos pareciera más pesada. El Señor nos espera en el sagrario para animarnos siempre... y para decirnos que lo más pesado de la Cruz lo llevó Él, camino al Calvario. Y al pie de la Cruz, su Madre, nuestra Madre.


Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


13.

Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed. Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí: y al que viene a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquél que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. (Jn 6, 35-40).

I. Jesús, has bajado del Cielo no para hacer tu voluntad sino la voluntad de tu Padre Dios. Eres la persona más libre, porque eres la Verdad(49), y la verdad os hará libres(50). Tú conoces todo y puedes escoger lo mejor con plena libertad, no como el engañado, o el ignorante, o el que está cegado por sus pasiones. Tú, que escoges con la libertad más plena y escoges lo mejor, escoges la obediencia.
¿Por qué? Parece un contrasentido: eres el ser más inteligente y más libre, eres Dios, y escoges no hacer tu voluntad, sino obedecer. ¿Es eso libertad? Jesús, sabes bien que sí, porque sabes a quién obedeces: no hay nada más inteligente que obedecer a Dios, pues Él sólo busca mi bien y además sabe mejor que yo cómo conseguirlo. En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a «la esclavitud del pecado» (cf Rm 6,17)(51).
Jesús, a veces tengo ganas de ir por mi cuenta, buscándome a mí mismo: lo que me gusta, lo que me interesa, lo que «necesito». Incluso el ambiente actual quiere hacerme creer que así soy más libre, porque decido lo que yo quiero, y no lo que quiere otro. Que me dé cuenta de lo estúpida que es esta postura. Cuando busco hacer tu voluntad, también decido lo que yo quiero, sólo que decido mejor.

II. Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: «ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación». Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros ya la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos.
Para pacificar las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar en el mundo ya través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, resulta indispensable la santidad personal(52).
Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para tratarle, para pensar en El, para pedirle cosas, para darle gracias. Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc... Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por convertir todo mi día en oración.

49) Jn 14, 6.
50) Jn 8, 32.
51) Catecismo, 1733.
52) Amigos de Dios, 294.

Comentario por Pablo Cardona
Extraído de la colección
“Una cita con Dios”, Tomo IV, Pascua


14. ACI DIGITAL 2003

35. Aquí declara el Señor que El mismo es el "pan de vida" dado por el Padre (v. 32). Más tarde habla del pan eucarístico que dará el mismo Jesús para la vida del mundo (v. 51).

37. Sobre la iniciativa del Padre en la salvación, véase Rom. 10, 20; Denz. 200. La promesa que aquí nos hace Jesús, de no rechazar a nadie, es el más precioso aliento que puede ofrecerse a todo pecador arrepentido. Cf. en 5, 40 la queja dolorosa que Él deja escapar para los que a pesar de esto desoyen su invitación. 38. El Hijo de Dios se anonadó a Sí mismo, como ocultando su divinidad (véase Filip. 2, 7 s. y nota) y se empeñó en cumplir esa voluntad salvífica del Padre, aunque ese empeño le costase la muerte de cruz. Cf. Mat. 26, 42 y nota: Se fue de nuevo, y por segunda vez, oró así: "Padre mío, si no puede esto pasar sin que Yo lo beba, hágase la voluntad tuya". Esto es: quiero que tu voluntad de salvar a los hombres, para lo cual me enviaste (Juan 6, 38 - 40), se cumpla sin reparar en lo que a Mí me cueste. Ya que ellos no aceptaron mi mensaje de perdón (Marc. 1, 15; Juan, 1, 11; Mat. 16, 20 y nota), muera el Pastor por las ovejas (Juan 10, 11 y nota). Aquí se ve la libre entrega de Jesús como víctima "en manos de los hombres" (17, 12 y 22) para que no se malograse aquella voluntad salvífica del Padre. ¿Acaso no le habría Este mandado al punto más de doce legiones de ángeles? (v. 53). "Esta voz de la Cabeza es para salud de todo el cuerpo porque es ella la que ha instruido a los fieles, inflamado a los confesores, coronado a los mártires" S. León.

39. Lo resucité: "Para saber si amamos y apreciamos el dogma de la resurrección - dice un autor - podemos preguntarnos qué pensaríamos si Dios nos dijese ahora que el castigo del pecado, en vez del infierno eterno, sería simplemente el volver a la nada, es decir, quedarnos sin resurrección del cuerpo ni inmortalidad del alma, de modo que todo se acabara con la muerte. Si ante semejante noticia sintiéramos una impresión de alivio y comodidad, querría decir simplemente que envidiamos el destino de los animales, esto es, que nuestra fe está muerta en su raíz, aunque perduren de ella ciertas manifestaciones exteriores. Mucho me temo que fuese aterrador el resultado de una encuesta que sobre esto se hiciese entre los que hoy se llaman cristianos". Véase lo que a este respecto profetiza el mismo Jesús en Lucas, 18, 8: "Yo os digo que ejercerá la venganza de ellos prontamente. Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?". ¿Hallará la fe sobre la tierra?. Obliga a una detenida meditación este impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo. Es el gran misterio que S. Pablo llama de iniquidad y de apostasía (II Tes. 2) y que el mismo Señor describe muchas veces, principalmente en su gran discurso escatológico. Cf. Mat. 13, 24, 33, 47 ss.

40. He aquí el plan divino: Jesús, el Mediador, es el único camino para ir al Padre. Es decir que, viéndolo y estudiándolo a El, hemos de creer en el Padre (5, 24), del cual Cristo es espejo perfectísimo (14, 9; Hebr. 1, 3). Sólo ese Hijo puede darnos exacta noticia del Padre, porque sólo El lo vio (1, 18; 3, 32; 6, 46), y la gloria del Padre consiste en que creamos a ese testimonio que el Hijo da de El (v. 29), a fin de que toda glorificación del Padre proceda del Hijo (14, 13). Véase atentamente 12, 42 - 49.


15.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria. Te aclamarán mis labios, Señor. Aleluya» (Sal 70,8.23)

Colecta (compuesta con textos de los Sacramentarios  Gelasiano, Gregoriano y de Bérgamo): «Ven Señor en ayuda de tu familia, y a cuantos hemos recibido el don de la fe, concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado».

Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención sean también fuente de gozo incesante»

Comunión: «El Señor ha resucitado. Él nos ilumina a nosotros, los redimidos por su sangre. Aleluya».

Postcomunión: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que la participación en los sacramentos de nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las alegrías eternas».

Hechos 8,1-8: Al ir de un lugar para otro iban difundiendo la buena noticia. La violencia de la persecución contra el grupo de Esteban –en la que tuvo parte activa Saulo– obligó a la dispersión de sus miembros por Samaria, en donde de este modo se expandió el mensaje cristiano. Felipe, uno de los siete, proclama la Palabra y obra curaciones. En la celebración eucarística, reunidos en torno al altar del Señor, proclamamos el mensaje personal que trae Cristo y recibimos la fuerza del Espíritu, que confirma nuestra unidad eclesial y alienta nuestro testimonio de vida cristiana.

San Juan Crisóstomo, en su Homilía sobre los Hechos dice que los cristianos continúan la predicación, en vez de des-cuidarla. Y San León Magno:

«La religión, fundada por el misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen multiplicados» (Homilía sobre los Santos Apóstoles Pedro y Pablo).

–La acción redentora de Cristo despliega su poder salvador en nuestra vida: el cristiano recibe y proclama esta salvación en la comunidad eclesial. Que toda la tierra aclame al Señor que obra maravillas. Así lo proclamamos con el Salmo 65: «Aclama al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria; decid a Dios: “Qué terribles son tus obras. Que se postre ante Ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre”. Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres. Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente».

Juan 6,35-40: La voluntad de mi Padre es que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna. Tras haberse manifestado a Sí mismo como Pan de vida, Jesús hace hincapié en la necesidad de la fe que conduce a la vida eterna y a la futura resurrección. La vida eterna y la resurrección en el último día son dos aplicaciones concretas del don de la Vida al creyente. Pero no agotan todo el don de Cristo-Vida. San Agustín comenta este pasaje evangélico:

«“No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Ésta es la mejor recomendación de la humildad. La soberbia hace su voluntad, la humildad hace la voluntad de Dios. Por eso, “al que se llega a Mí no lo arrojaré fuera”. ¿Por qué? “No he venido a hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió”. Yo he venido humilde, yo he venido a enseñar la humildad, yo soy el maestro de la humildad. El que se llega a Mí se incorpora a Mí; el que se llega a Mí será humilde, porque no hace su voluntad, sino la de Dios.

«Esa es la causa de que no se le arroje fuera; estaba arrojado fuera cuando era soberbio... Se entrega Él mismo al que conserva la humildad y Él mismo lo recibe; y, en cambio, el que no la conserva está distantísimo del Maestro de la humildad. “Que no se pierda nada de lo que me dio”. No es, pues, voluntad de mi Padre que perezca uno solo de estos pequeñuelos. De entre los que se engríen no dejará de haber alguien que perezca; en cambio, de entre los humildes no se dará el caso de perecer uno solo... El que se llega a Mí resucita ahora hecho humilde, como uno de mis miembros; pero yo lo resucitaré también en el día postrero según la carne» (Tratado 25,16 y 19 sobre el Evangelio de San Juan).


16. DOMINICOS 2004

Yo soy el Pan de Vida, dice el Señor

Ven, señor, en ayuda de tu familia cristiana. Y a cuantos hemos recibido el don de la fe concédenos participar de la herencia de tu Hijo y llevar con nosotros a nuestros seres querido, los hombres. Amén.

La historia de los hombres y de la Iglesia, como hoy se comprueba en la liturgia de la Palabra, se desarrolla entre contradicciones, luchas, incomprensiones.

Esteban, discípulo del Señor, entrega su vida por amor, bendiciendo, perdonando, pero su muerte ejemplar no sacia a los perseguidores.

La condena de Esteban no es escarmiento sino inicio de dura persecución a los creyentes, por la novedad de su mensaje cristológico.

Hay fariseos, como Saulo, que en vez de gobernarse con discernimiento se ensañan con los discípulos del Señor y los conducen a la cárcel, sin haber valorado prudentemente su conducta.

Pero en medio de la confusión, los discípulos perseguidos se convierten en evangelizadores.


De esa forma comprobamos que la acción premeditada, calculada, de los hombres no explica todas las cosas en la historia. Hay un rayo divino que ilumina muchas veces los acontecimientos.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 8, 1-8:
“En los días de la muerte de Esteban se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén, y todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria. Unos hombres piadosos se encargaron de enterrar a Esteban...

Saulo era uno de los judíos que se ensañaba contra la Iglesia...

Pero, al ir de un lugar a otro, los prófugos eran quienes iban difundiendo la Buena Noticia de Cristo.

Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. La gente le escuchaba con aprobación...., y de muchos poseídos salían los espíritus inmundos...”

Evangelio según san Juan 6, 35-40:
“En aquel tiempo, Jesús continuó exponiendo a la gente su discurso del pan de vida, y les decía: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.

Os he dicho ya esto, pero vosotros, a pesar de haber visto no creéis.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado, a saber, que no se pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.


Reflexión para este día
La voluntad del Padre se nos hace manifiesta en labios de Jesús al decirnos que creamos en el Hijo que Él envió, y que creamos incluso en momentos difíciles y ante compromisos que requieren confianza ilimitada en Él. Así nos sucede, por ejemplo, en la acogida o rechazo de la lección del ‘pan de vida’ que Jesús está desarrollando ante la gente.

Doctrina muy fuerte y exigente. Cuando el Señor nos habla del Pan de vida está ofreciéndose a sí mismo, ofrece su vida, y nos dice: Si os alimentáis a mi mesa, no tendréis ni hambre ni sed del mundo y sus intereses, porque viviréis tan íntimamente unidos a Mí que vuestro alimento será “hacer la voluntad del Padre y mía”.

¡Qué honor para nosotros! La voluntad del Padre es que se realice plenamente nuestra salvación en Cristo Jesús. Si el Padre envía a su Hijo al mundo para que Él sea nuestro Camino, Verdad y Vida, ¿qué otra cosa puede desear con mayor estima que vernos a todos unidos a él como sarmientos a la vida?

Repitamos en oración muchas veces: ¡Padre! Haz que a todos los que nos vean les enseñemos a mirar a tu Hijo, y que, viendo al Hijo, descubran la grandeza de tu bondad y misericordia.


17. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

La primera lectura de hoy me hace pensar de qué manera se las apaña Dios siempre para sacar cosas buenas y positivas de los males. Se desencadena una gran persecución y los cristianos tienen que dispersarse. Y gracias a esto la Buena Noticia se va difundiendo por otros lugares. Creo que hay aquí una preciosa invitación a buscar en cada situación, especialmente en las más difíciles, qué podemos encontrar de positivo, qué me puede estar diciendo el Señor a través de eso, de qué me puede servir. Una invitación a no caer en el pesimismo fácil y en la desesperación, sino a buscar nuevos caminos. Un no venirnos abajo cuando se nos rompen nuestros esquemas, sino adaptarnos con creatividad a lo nuevo, creando “resquicios de Reino” allá donde estemos. Así lo hicieron estos primeros cristianos. En vez de abandonar su misión y esconderse se dejan llevar por el Espíritu, cada cual donde le lleva, y siguen sembrando alegría (así acaba la lectura, ¿verdad?... que no nos pase desapercibido este detalle...) allá donde están, a conocidos y desconocidos, judíos y samaritanos, cercanos y lejanos.

Quizá sea un buen momento para pararse y pensar sobre cuál suele ser nuestra actitud ante las dificultades: ¿nos venimos abajo, pensamos que nada tiene sentido y abandonamos... o confiamos plenamente en Dios, seguros de que está a nuestro lado incluso cuando no le sentimos, y seguimos buscando sus huellas en cada momento? ¿Verdaderamente estamos dispuestos a no hacer nuestra voluntad sino la del Padre, aunque no entendamos? ¿Realmente queremos abandonar la comodidad de la vida fácil y coger nuestra cruz para así ser resucitados en el último día?
Vuestra hermana en la fe,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@hotmail.com)


18.

Reflexión

Este texto nos ayuda a entender lo importante de la fe como un don de Dios. Jesús dice: “Todo aquel que me da el Padre”. Es decir el llegar a Jesús no es únicamente voluntad humana sino más bien respuesta al don de la fe. Es una binomio que se debe enlazar y crecer. Dios suscita en mi la fe en la resurrección de Cristo, en su ser Dios, en su presencia en mi, pero ahora debe de haber una respuesta generosa a esta revelación interior de Dios. A mayor fe, se esperaría una respuesta más grande de la persona. Sin embargo ¿qué pasa?, nos encontramos frecuentemente con gente que dice: “Yo creo en Jesucristo, creo que él es Dios, creo que está vivo”, sin embargo su respuesta a esta fe no es congruente con lo que profesa, por ello no tiene Vida, ya que la frase se completa con: “El que viene a mi…” . En otras palabras, Dios nos pone en el corazón el deseo de ir a Jesús, de conocerlo de amarlo, de tenerlo como Señor, pero ahora depende de nosotros el caminar, es decir, el orar, el conocerlo en su Palabra, el recibirlo verdaderamente como Pan de Vida. Pan que da la vida eterna. Revisa en estos días que tan generosa está siendo tu respuesta a la fe que Dios ha suscitado en ti.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


19.

Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España)

«Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna»

Hoy, Jesús se presenta como el pan de vida. A primera vista, causa curiosidad y perplejidad la definición que da de sí mismo; pero, cuando profundizamos, nos damos cuenta de que en estas palabras se manifiesta el sentido de su misión: salvar al hombre y darle vida. «Ésta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día» (Jn 6,39). Por esta razón y para perpetuar su acción salvadora y su presencia entre nosotros, Jesucristo se ha hecho para nosotros alimento de vida.

Dios hace posible que creamos en Jesucristo y nos acerquemos a Él: «Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,37-38). Acerquémonos, pues, con fe a Aquel que ha querido ser nuestro alimento, nuestra luz y nuestra vida, ya que «la fe es el principio de la verdadera vida», como afirma san Ignacio de Antioquía.

Jesucristo nos invita a seguirlo, a alimentarnos de Él, dado que esto es lo que significa verlo y creer en Él, y a la vez nos enseña a realizar la voluntad del Padre, tal como Él la lleva a cabo. Al enseñar a los discípulos la oración de los hijos de Dios, el Padrenuestro, colocó seguidas estas dos peticiones: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día». Este pan no sólo se refiere al alimento material, sino a sí mismo, alimento de vida eterna, con quien debemos permanecer unidos día tras día con la cohesión profunda que nos da el Espíritu Santo.


20. 2004

LECTURAS: HECH 8, 1-8; SAL 65; JN 6, 35-40

Hech. 8, 1-8. Apóstoles dispuestos a afrontar la muerte, si es necesario, para testificar la fe hasta sus últimas consecuencias. No huir ante la persecución, mientras los demás se dispersan. Correrse todos los riesgos, eso ha de ser siempre lo que se deba vivir por quienes creemos en Cristo Jesús y estamos comprometidos con su Evangelio. Finalmente nosotros no hemos recibido el Espíritu Santo en vano; y no hemos recibido un espíritu de cobardía, sino el mismo Espíritu que condujo a Jesús, nuestro Dios y Señor. Él entregó su vida para que nosotros tuviéramos vida; ese es el ritmo pascual de la Iglesia del Señor: entregar la propia vida para que los demás tengan vida. Y Esteban, al entregar su vida como lo hizo Cristo, estará colaborando para que surja nueva vida en el mundo y para que esa vida se propague como chispas, que incendian al mismo mundo bajo el viento de la persecución. La Iglesia jamás debe rehuir al anuncio del Evangelio, especialmente cuando sienta el viento contrario de la persecución o de la muerte como consecuencia de su fidelidad a Cristo. Sólo la sangre de los mártires será semilla de santidad; jamás lo será la cobardía disfrazada por bellos discursos pero sin un compromiso real y concreto con el Evangelio que se nos ha confiado.

Sal. 65. Dios, siempre dispuesto a librarnos de la mano de nuestros enemigos, pues su amor por nosotros es un amor eterno. ¿Cómo no admirar las obras maravillosas que ha hecho en favor nuestro? Contemplemos a su Hijo, hecho uno de nosotros y clavado en una cruz para el perdón de nuestros pecados y para que en Él tengamos vida, y vida eterna. Dios nos ama; y su amor por nosotros es sin medida. Quien se acoja a Él y abra su corazón al Don de su Salvación experimentará al Dios misericordioso, bondadoso y lleno de ternura para con todos los suyos. A pesar de que nuestros enemigos se levanten en contra nuestra, el Señor hará que atravesemos nuestro propio mar Rojo para caminar hacia la libertad, y que atravesemos nuestro propio Jordán para entrar en la posesión de la Tierra Prometida cabe a Dios. Pero tenemos que estar en camino, dando testimonio de la vida nueva que Dios nos ha concedido; no podemos instalarnos en nuestros logros; siempre será necesario ir más allá, pues nunca será suficiente como para decir que hemos llegado a la perfección a la que Dios nos ha llamado.

Jn. 6, 35-40. Sólo quien crea en Jesús y esté en comunión de vida con Él tendrá asegurada la resurrección y la vida eterna. El Señor ha tomado en serio nuestra humanidad y nos acepta sin distinción de sexos, de razas, de culturas o de clases sociales. Él nos conoce aún antes de habernos creado; y porque nos amó nos llamó a la vida; y porque su amor por nosotros es para siempre, nos sigue llamando a la Vida eterna, para que permanezcamos con Él para siempre. El Padre Dios nos ha puesto en manos de su Hijo; y Éste no perderá nada de lo que el Padre le confió, sino que nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Ojalá y no seamos nosotros quienes, al rechazar a Cristo viviendo lejos del Señor, nos pongamos en peligro de perder la vida para siempre. Por eso el Señor nos dice que como condición para tener con nosotros la salvación será ver al Hijo y creer en Él. Y a Cristo lo contemplamos y escuchamos en su Palabra, en la Liturgia, especialmente en la Eucaristía, y en los hermanos, especialmente en los pobres. ¿ Creemos en Él y le abrimos nuestro corazón para caminar amorosamente en su presencia?

El Señor nos reúne para saciar nuestras hambres de alegría, de paz, de bondad, de vida y Vida eterna. No lo hace con cosas externas y pasajeras, sino con su propio ser, que se nos da como alimento. En Él encontramos la fuerza para continuar trabajando como esforzados testigos de la resurrección de Cristo. Mediante este Pan de Vida nos hacemos uno con Cristo para que Él continúe su obra de salvación en el mundo y su historia. Por eso la participación en la Eucaristía nos compromete a dar testimonio de la Verdad y a convertirnos en alimento de Vida eterna para cuantos nos traten, pues no proclamamos el Evangelio a nombre propio, sino en el Nombre de Aquel que nos eligió, nos llamó y nos envió a proclamar la Buena Nueva de salvación a la humanidad entera.

Pero para dar vida a los demás debemos entregar nuestra propia vida, santificada por la muerte y resurrección de Cristo. Unidos a Cristo debemos ser un pan que se entrega por el bien de los demás. No podemos vivir envenenando las conciencias de los demás, no podemos conducirlos por caminos equivocados. Quien se une a Cristo es una criatura nueva en Él y así es entregado al mundo para que, por su medio, la salvación que Dios ofrece al mundo por su Hijo, llegue a todos. No podemos negar el mal que existe en el mundo; pero tampoco podemos negar la misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso, quien en lugar de salvar a los pecadores, los persigue para acabar con ellos no conoce a Dios ni el amor que nos ha tenido. Busquemos levantar a nuestro prójimo de sus miserias y pecados, pues sólo así estaremos contribuyendo para que la resurrección de Cristo se haga realidad entre nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos convertir por Cristo en alimento de paz, de alegría y de amor para nuestro prójimo, en este mundo que necesita de una Iglesia que levante sus esperanzas para continuar caminando hacia su plena realización en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

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21. ARCHIMADRID 2004

UN MUNDO COLMADO DE ALEGRÍA

“La ciudad se llenó de alegría”. Quiero imaginarme al Señor como alguien que desbordaba de alegría. Con una alegría que contagiaría a todos los que debieron estar cerca de Él. Hay muchos detalles en el Evangelio que dan muestra de ello, pero, quizás, de los más significativos sean aquellos en los que Jesús comparte con sus discípulos las maravillas realizadas por su Padre en la Creación… la alegría de compartir las cosas buenas que salieron de las manos de Dios, expresado en el relato de cualquiera de sus parábolas. De la misma manera, una vez recibido el Espíritu Santo, a los discípulos les da igual ser ultrajados o, incluso, azotados. Si se trataba de dar testimonio de Jesús, siempre salían contentos de esas situaciones, porque habían confesado su fe en Él. Felipe, uno de los protagonistas de la primera lectura de hoy, es capaz de inundar toda una ciudad de alegría… gracias, también, a ese único hecho: haber predicado a Cristo.

“Alegrémonos con Dios”, nos dice el salmista… y no es para menos. Sobre todo, en este tiempo de Pascua en que todas las cosas que nos rodean nos hablan de Él (a pesar de tanta contrariedad y dolor que puedan acompañarnos en determinadas circunstancias). Alegrémonos, ya que lo maravilloso es admirar la obra grandiosa de Cristo. Alegrémonos, ya que ha elevado el sufrimiento a la “categoría” de Redención. ¡Verdaderamente, ha valido la pena!

“Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. La salvación que hemos alcanzado, por los meritos de Cristo muerto en la Cruz, nos lleva directamente a compartir la alegría de su Resurrección, porque es nuestra propia vida eterna la que se encontraba en juego. Esto, que es tan fácil de decir, no resulta en absoluto evidente al ponerlo en práctica. Sólo es necesario que alguien contraríe nuestro juicio, por ejemplo, para pensar que somos unos incomprendidos, o que “van a por nosotros”. ¿Es que los que contemplaban a ese Jesús que moría en la cruz (a excepción de su Madre, unas cuantas mujeres y san Juan), aplaudían por ese “gesto” heroico en pro de la humanidad? No nos engañemos, los verdaderos elogios nunca vendrán por causa del mundo, sino que sólo Dios es capaz de colmarnos de una alegría sin fin.

Tal y como Cristo se queja en el Evangelio, el problema es que, aún habiendo visto cosas admirables en nuestra vida, seguimos sin creer. Seguimos empeñados en pensar que somos nosotros los que adquirimos los méritos. En definitiva, ver a alguien colgado de un madero no produce entusiasmo precisamente.

Si fuéramos capaces de dar el “salto”, comprenderíamos que lo verdaderamente heroico es aceptarnos como somos, y abandonarnos en la misericordia de Dios que, aunque no la percibamos con nuestros sentidos, es lo que nos salva, nos da la paz… y la alegría de sabernos hijos Suyos.

 


22. Fray Nelson Miércoles 13 de Abril de 2005

Temas de las lecturas: Al pasar de un lugar a otro, iban difundiendo el Evangelio * La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna.


1. Persecución y Misión
1.1 La Iglesia es perseguida; la Iglesia es misionera. Dos realidades que son inseparables en el texto de la primera lectura de hoy y en la historia de los cristianos a lo largo de los siglos.

1.2 A veces quisiéramos ser misioneros por afición o por gusto. La verdad es que si nosotros no perseguimos al mundo para contarle que hay esperanza en el amor manifiesto de Dios, el mundo nos perseguirá para hundirnos en el lago de la desesperanza, la desesperación y el odio.

1.3 Así pues, el texto nos está contando que los perseguidos se volvieron "perseguidores". En lugar de sentarse a lamentar por qué los trataban mal empezaron a llenar de su mensaje al resto del mundo. No preguntaron por qué hablaban mal de ellos; se dedicaron a hablar bien del mensaje del Evangelio de Jesús.

2. El Padre envía a Cristo y nos lleva hacia Cristo
2.1 Sabemos que Cristo ha sido enviado por el Padre; es bueno que hoy aprendamos que el Padre también nos envía hacia Cristo.

2.2 En efecto, el encuentro con nuestra salvación es el encuentro con nuestro Salvador. Y para que se pueda dar ese puente es preciso construir desde los dos extremos. Eso es lo que hace nuestro Padre Dios: acerca Cristo a nosotros y nos acerca a él. Vestido de nuestra carne, el Hijo de Dios se ha hecho hijo del hombre; revestidos con su gracia, nosotros, los hijos de los hombres, llegamos a ser hijos de Dios.

2.3 ¿Cómo nos lleva el Padre hace Cristo? San Juan nos lo enseña en su Evangelio: "el que ve al Hijo y cree en él, tiene la vida". Cristo es el gran "seméion", es decir, la gran "señal"; él es el "sacramento primero"; la moción interior del Padre es una especie de capacidad para leer ese signo que es Cristo; es también una gracia que nos deja enamorarnos de la gracia, del dulce encanto y excelsa hermosura del Verbo Encarnado.

2.4 La Iglesia atribuye ese género de acciones interiores al Espíritu Santo. Y esto es muy bello: Dios Padre envía su Hijo como señal que está ante nuestros ojos; y envía a nuestro corazón la gracia de su Espíritu, que nos permite entrever el misterio de Cristo. De este modo, las dos Divinas Personas, el Hijo y el Espíritu, nos permiten sentir el abrazo del Padre, Fuente Eterna del misterio trinitario.